Sutra del Loto Blanco
Cap. 1:
La perspectiva universal del budismo del Mahayana
Los mitos que el budismo ha heredado de la tradición hinduista antigua contienen
muchos relatos sobre Indra, el rey de los dioses que vive en un palacio magnífico en el
reino de los Treinta y tres dioses. Indra tiene muchos tesoros en su palacio y, según las
leyendas, entre sus tesoros hay una red. Ahora bien, ésta no es una red ordinaria. Para
empezar, está hecha completamente con joyas. Además, esta red de joyas tiene
características maravillosas y extraordinarias. Una de estas características es que cuando
se mira a las facetas de cualquiera de las joyas, se ve todas las otras joyas reflejadas en
ellas. Cada una de las joyas de la red refleja a todas las demás, de modo que todas las
joyas relucen en cada una de ellas, y cada una reluce en las demás.
En el Sutra Avatamsaka, el Buda compara a la totalidad del universo con la red de joyas
de Indra. ¿ En qué se basa esta comparación? Al nivel más elemental, se podría decir
que así como la red de Indra consiste en innumerables joyas de todos tamaños, formas y
grados de resplandor, el universo consiste en fenómenos innumerables de varios tipos.
Pero el Buda va más lejos con esta analogía y desafía la forma en sí en que percibimos
las cosas. Normalmente nuestra experiencia de las cosas que constituyen el universo es
la de cosas distintas y completamente separadas entre si, y apenas si podemos imaginar
las de ninguna otra manera. Una montaña, una bicicleta, una hormiga, un edificio de
apartamentos, un policía,... una serie de objetos separados; así es como vemos el
mundo. Pero en realidad, y según el Buda, no es en absoluto así. Desde su punto de
vista, es decir, desde el punto de vista de la experiencia espiritual más elevada, todo en
el universo, lo grande y lo pequeño, lo cercano y lo lejano, se refleja en todo lo demás.
Todas las cosas se reflejan y, en cierto sentido, se contienen. Esta verdad no es sólo
aplicable a lo largo y ancho del espacio, sino que lo es también al tiempo, de modo que
lo que ocurre en cualquier sitio está ocurriendo aquí también y todo lo que ocurre en
cualquier momento está ocurriendo ahora. El tiempo y el espacio son transcendidos,
todas las categorías del razonamiento y la lógica quedan descartadas y el mundo que
conocemos queda cabeza abajo.
La red de Indra no es la única ilustración tradicional de esta ley de la reflexión mutua.
En los países del budismo Mahayana del Extremo Oriente, hay una enseñanza
proveniente de las escrituras que se ha citado con tanta frecuencia que ha entrado
profunda e íntimamente en sus literaturas, e incluso en la vida cotidiana. Se da allí este
dicho: “Cada mota de polvo en el universo contiene a todos los reinos de los Budas de
las diez direcciones del espacio y de los tres períodos del tiempo.” (Estos son el pasado,
el presente y el futuro). Esto a primera vista podría parecer una percepción exótica un
tanto extraña, pero tenemos algo parecido en nuestra propia cultura en la poesía de
William Blake:
Ver el mundo en un grano de arena
y los cielos en una flor silvestre,
tener al infinito en la palma de la mano
y en una hora la eternidad.
Seguramente no nos tomamos estas conocidas líneas seriamente. Si acaso recapacitamos
sobre ellas, es probable que pensemos: “Bueno, no es precisamente que Blake veía el
mundo en un grano de arena, se trata de un recurso retórico, una evasión poética
caprichosa. Pero Blake no fue sólo un poeta, también fue un místico visionario. Estas
líneas nos sugieren que realmente vio, o al menos vislumbró, el mundo tal y como es en
realidad; el mundo tal y como lo describe el Buda por medio del símil de la red de joyas
de Indra.
Puesto que el Buda enseñó que todo está interconectado de esa forma, no es de extrañar
que su propia enseñanza, el Dharma, sea en si mismo también como la red de Indra. Las
enseñanzas del budismo, como todo lo demás, forma una red de conexiones, una red de
joyas en las que cada faceta arroja luz a todas las demás. Esto quiere decir, si se lo
contempla en forma inversa, que no comprendemos completamente ningún aspecto del
Dharma si no hemos comprendido su totalidad. Cuando logramos la compresión de una
doctrina que no conocíamos, es fácil pensar que la podemos añadir a nuestro almacén de
conocimientos, como si añadiéramos guijarros a un montón de guijarros, pero de hecho
eso es imposible. Cada vez que encontramos una enseñanza nueva, debemos considerar
de nuevo todo lo que ya sabíamos bajo el punto de vista de nuestra nueva comprensión.
Cada visión clara de la verdad que tengamos modifica, como mínimo de forma sutil,
todas las visiones claras previas.
Por consiguiente, cada vez que descubrimos una forma distinta de explorar el camino
budista, nuestra comprensión se transforma completamente; y las vías de exploración
ante nosotros son numerosas. Por ejemplo, podemos ver el desarrollo espiritual como
evolución, haciendo uso de la antropología, la biología y la historia para trazar el
progreso de aquello que he denominado la evolución superior del hombre. Podemos
utilizar el enfoque psicológico occidental para encararnos con los problemas que surgen
en el curso del desarrollo espiritual. La filosofía y el arte occidental también nos
proporcionan ricas fuentes de inspiración; mientras que todas las formulaciones
tradicionales del budismo indio permanecen abiertas ante nosotros también: Cada
exploración del desarrollo y el crecimiento arroja luz sobre todo el proceso.
El Sutra del Loto Blanco, un producto del Mahayana, que es la segunda gran fase del
budismo indio, explora el Dharma por medio de parábolas, mitos y símbolos. Es decir,
por medio de arquetipos, por medio de lo que Jung llamó el Subconsciente Colectivo.
¿Pero por qué toma el Sutra del Loto Blanco este modo particular de expresión? Para
comprender esto, necesitamos contemplar la historia del budismo y ver como desarrolló
el Mahayana su perspectiva universal.
El budismo comenzó en la India hace unos 2.500 años. El Buda Shakyamuni nació y se
crió en la zona que ahora es el sur del Nepal. Su nombre era Siddhartha y era príncipe
del clan de los Shakyas. En los años que siguieron a su Iluminación, viajó y enseñó en
por la zona denominada entonces la Región Media. Esta es un área de la extensión de
Inglaterra y Gales, y que corresponde a los actuales estados indios de Bihar y Uttar
Pradesh. Tras la muerte del Buda su enseñanza duró en la India 1500 años, durante los
cuales se extendió por todo el continente indio y más allá, cruzando desiertos y mares
para penetrar prácticamente en toda Asia. En dirección oeste, llegó hasta Alejandría y
Antioch; todo esto sin las ventajas de los transportes modernos ni sus sistemas de
comunicación.
Además de extenderse tanto, el budismo cambió mucho durante el período de su
desarrollo en la India. Lo fundamental, lo esencial del Dharma, permaneció igual, pero
la forma en que se presentaban las enseñanzas cambió con el paso de los años. Hubo
tres grandes fases de desarrollo, cada una de las cuales duró aproximadamente 500 años.
Estas fueron el Hinayana, el Mahayana y el Vajrayana. La palabra sánscrita Mahayana,
quiere decir gran camino o gran vehículo (maha: gran, y yana: vehículo o camino); el
gran camino o vehículo para la Iluminación. El Mahayana no fue una escuela particular
o una secta del budismo, como proponen algunos escritores, sino que fue una fase de
desarrollo que representa un cierto enfoque del budismo. El término Mahayana se
contrasta frecuentemente con el que se le da a la primera fase del budismo, el Hinayana,
que quiere decir camino pequeño. Esto nos da una pista sobre el enfoque adoptado por
el budismo Mahayana. Quienquiera que inventó los términos pequeño camino y gran
camino, sin duda estaba haciendo una comparación. ¿Pero qué se estaba comparando?
¿Qué diferencia se estaba señalando?
Según la creencia popular, la diferencia entre el Hinayana y el Mahayana es simple. El
Hinayana, dice la gente, enseña que uno debe dedicarse únicamente al logro de la propia
Iluminación, sin tener en cuenta las necesidades ajenas. El Mahayana, también según la
opinión popular, enseña lo opuesto, que uno ha de olvidarse completamente de uno
mismo y dedicar sus energías sólo a ayudar a los demás seres a que entren en el camino
de la Iluminación. Esos juicios sobre el contraste entre ambos, son rudos y engañosos.
Consiguen incluso dar la impresión de que el mahayanista es un modelo de educación
transcendental, eternamente manteniendo la puerta de la Iluminación abierta para que
pasen los demás; esto es una distorsión burda de la verdadera postura del Mahayana. En
el Mahayana se comprende simple pero profundamente que el interés por el bienestar y
el desarrollo espiritual de los demás es parte integra del propio desarrollo espiritual. De
hecho, interesarse en el propio desarrollo y desinteresarse completamente en el de los
demás al final trae la derrota propia.
En la visión del Mahayana todas las formas de vida en todos los niveles del universo
están relacionadas mutuamente y actúan unas sobre otras como en una red de Indra, este
es particularmente el caso, quizás, en el nivel humano. De hecho, el Mahayana lleva el
símil más lejos todavía. La red no es algo estático, ya que las joyas que la forman se
mueven, de modo que toda la red, la totalidad y cada una de las joyas, se mueve en una
dirección. Por supuesto que algunas joyas van a la cabeza mientras que otras más
rezagadas siguen detrás, ya que la red es muy amplia. Algunas joyas son grandes y
brillantes, mientras que otras son más pequeñas y menos lustrosas. Otras, por desgracia,
llegan incluso a estar arrastradas por el barro, de manera que parecen haber perdido su
belleza y se asemejan a ordinarios guijarros. Pero todas se mueven hacia la misma meta
y están todas en contacto entre ellas, directa o indirectamente.
El impulso hacia la Iluminación, el impulso hacia algo más elevado y más allá de los
confines del mundo es innato en todo lo vivo, pero es un impulso ciego, como el de la
planta que tienta en la oscuridad. El gran héroe del Mahayana es el Bodhisattva, un ser
(sattva) dedicado al logro de la Iluminación o el despertar (bodhi). Es un ser en el que el
impulso por crecer, que está presente en todos los seres vivos, se ha convertido en algo
consciente. Por lo tanto el Bodhisattva es la personificación de la Evolución Superior.
Al darse él cuenta de que el impulso por el desarrollo espiritual existe en potencia en
todos los seres, el Bodhisattva tiene un sentimiento de solidaridad con todos ellos y no
podría ignorarles y pensar sólo en su propia salvación. Por consiguiente, los
Bodhisattvas no se dedican a la Iluminación para su propio beneficio, sino por el de
absolutamente todos los seres. En contraste, para el Hinayana el budista ideal es el
Arahat. Ese santo, o sabio, que ha destruido todas las pasiones y ha alcanzado el
Nirvana, pero cuyo curso espiritual no muestra en ninguna de sus fases interés en los
demás seres. Al igual que los Bodhisattvas, los arahates se han hecho conscientes de su
impulso por el desarrollo espiritual. Pero su progreso es limitado porque no son
conscientes de que todos los seres comparten el potencial de la Iluminación.
La evidencia del contraste entre el Bodhisattva y el arahat es muy abundante en las
escrituras del Mahayana. Pero para tener una impresión realmente vívida tan sólo hay
que ver las pinturas y esculturas producidas en la India y en la China, preservadas
actualmente en templos y museos por todo el mundo. El Bodhisattva es representado
generalmente como un hombre (o mujer) joven y bello sentado en una delicada flor de
loto. Tiene una delicada figura, sus rizos fluyen y lleva muchos ornamentos finos. Por
otra parte, el arahat normalmente es un hombre viejo con la cabeza rapada y tupidas
cejas. Está vestido con un raído hábito monástico y se apoya cansadamente en un
retorcido bastón. No hay asiento en un loto para él, normalmente está de pié sobre la
sólida roca y algunas veces, para variar, flota sobre el océano. El bodhisattva representa
el ideal en toda su pureza y perfección, el ideal abstracto que no está manchado ni
tocado por nada de este mundo, sino que se eleva por encima de él. En cambio, el arahat
representa la realización del ideal bajo las limitaciones y las condiciones del espacio y
del tiempo, bajo la presión de la historia. No es de sorprender que el arahat tenga el
aspecto de estar curtido y algo agotado.
En el arte cristiano se da una interesante similitud paralela en la forma en que los
ángeles y los santos son representados. Los ángeles tienen generalmente la apariencia
lustrosa y agraciada, son jóvenes bien aseados con largos rizos y con alas. Con
frecuencia tocan instrumentos musicales y su expresión dulce e inocente no deja duda
de que nunca pecaron. Son tan inocentes que no saben ni siquiera que es el pecado. En
cambio los santos son normalmente viejos agotados y bastante feos. Ciertamente saben
lo que es el pecado, aun si han logrado tras muchas luchas superarlo o al menos
restringirlo. Contrariamente a los ángeles, los santos sufren y con frecuencia se les
muestra siendo crucificados cabeza abajo, decapitados, atravesados con flechas, o
asados en una parrilla. De nuevo tenemos, el arquetipo o el ideal, de un lado y, del otro,
la realización del ideal en las condiciones concretas de la existencia histórica humana.
Pero contrariamente a las apariencias de los Bodhisattvas en las obras artísticas, éstos
no viven tan cómodamente. Ellos están comprometidos a desarrollar cualidades
espirituales por medio de todo tipo de prácticas, particularmente por medio de la
práctica de las seis paramitas. El término paramita se traduce generalmente por
perfección o virtud, pero su significado es más bien disciplina para el logro de la
Iluminación.
La primera de estas disciplinas para el logro de la Iluminación es dana (la generosidad).
Según la tradición mahayánica se puede ser generoso en muchas maneras, que van
desde las más toscas hasta las más sutiles y refinadas. Lo primero y más obvio que se
puede dar son las cosas materiales: comida, cobijo, y otras cosas. En segundo lugar está
dar educación y cultura. La tercera forma de generosidad es psicológica: dar la
intrepidez. Muchísima gente padece sentimientos profundos de inseguridad y el
Bodhisattva tiene que resolver esos sentimientos; es como si él tuviera que ser algo así
como el psicoterapeuta en el plano transcendental. En cuarto lugar, el Bodhisattva da
también el Dharma, la Verdad. Por esto no se entiende darle a la gente un folleto y
decirle “toma para que lo leas”. Dar el Dharma es compartir tu compresión de la verdad
en la medida que la conoces y, mostrar, quizás, la mayor compresión de aquellos de más
experiencia. Por último se da aquello que incluye a todo lo demás, se da uno a sí mismo
en las relaciones con los demás. No simplemente se da una parte de sí reservando el
resto. El Bodhisattva puede decir, tomando las palabras de Walt Whitman: Cuando doy,
me doy a mí mismo.
Muy probablemente, ésta es la enseñanza en la que los budistas orientales han puesto
más empeño; no han aprendido sólo a ser generosos, sino a ser abrumadoramente
generosos. Ellos practican generalmente alguna forma de generosidad diariamente. Por
muchos años viví entre los budistas orientales y he sido testigo de que la generosidad es
una de las facetas más atractivas de la vida con ellos. Cuando me estaba instalando en
Kalimpong, viví con un budista birmano y con su mujer, y pronto descubrí que tenía
que tener mucho cuidado con lo que decía. Si me gustaba cualquier cosa me la daban
inmediatamente y de nada me servía el negarme. Eso era simplemente la forma birmana
de tratar a un huésped. Posteriormente, cuando ya tenía mi propio sitio en Kalimpong,
solía bajar a Calcuta y encontrarme con mis antiguos amigos budistas, en particular, con
monjes budistas de Sri-Lanka, Tailandia, Vietnam y el Japón. En el momento en que
llegaba ya había dos o tres monjes preguntándome si necesitaba algo: ¿Te hace falta
alguna cosa? ¿Una máquina de escribir, papel, dinero? ¿Quieres una pluma
estilográfica?: toma ésta.
Quizá aún tendrá que pasar tiempo para que el budista occidental se vea poseído de este
espíritu de generosidad. No obstante, la generosidad es una virtud que cualquier budista
que practica, o cualquier aspirante a Bodhisattva, necesita desarrollar. En los países del
Mahayana dicen: no importa si no sabes meditar, no importa si no sabes leer o
comprender las escrituras; por lo menos puedes dar. Si no puedes hacer eso, no te
encuentras en el camino a la Iluminación en sentido alguno.
La segunda disciplina, sila, es desafortunadamente traducida como moralidad, pero la
traducción literal es honestidad. Esta disciplina se centra en aspectos de la conducta del
Bodhisattva por medio de preceptos o directivas que pueden ser aplicadas a cualquier
acto del cuerpo, del habla y de la mente. El Bodhisattva trata cuidadosamente de no
dañar ni aun al ser más insignificante de todos los seres. Puesto de forma más positiva,
él o ella practica lo que Albert Schweiter llama la reverencia por la vida. El Bodhisattva
reflexiona así: “Yo no he creado la vida, tampoco puedo remplazarla una vez destruida,
por lo tanto no tengo derecho a tomarla o dañarla en modo alguno”. Teniendo esto en
cuenta, el Bodhisattva trata de ser vegetariano en la medida que puede. El segundo
precepto seguido por el Bodhisattva es expresado así tradicionalmente: compromiso a
abstenerse de tomar lo que no se me ha dado. En otras palabras, uno se abstiene del robo
o cualquier tipo de fraude. Al observar el tercer precepto, uno se compromete a
abstenerse de la conducta sexual incorrecta. Estos son los preceptos que se refieren a la
ética de los actos corporales.
El cuarto precepto da directivas sobre la ética del habla. El Bodhisattva no sólo se
compromete a decir la verdad, sino a decirla también con gran amor y afecto, teniendo
en cuenta los sentimientos y las necesidades de quien le escucha. Además, tanto si habla
con una persona como con varias, el Bodhisattva habla de forma que promueva la
armonía, la concordia y la unidad. Resumiendo, el Bodhisattva practica la verdadera
comunicación.
La ética budista no se interesa solamente en los actos del cuerpo y del habla, se interesa
también en los actos de la mente. Por consiguiente, el quinto precepto concierne a la
preservación de la atención consciente con todo lo que eso implica (consciencia plena,
vitalidad, mente alerta, presencia mental... etc.) La práctica de este precepto conlleva
evitar cualquier cosa que disminuya la atención consciente. Tradicionalmente esto se
refiere a los excesos con el alcohol y las drogas, pero cualquier cosa que pueda usarse
como una droga podría añadirse a la lista.
La tercera práctica del Bodhisattva es ksanti. Es difícil traducir ksanti con una palabra
específica ya que quiere decir varias cosas. Quiere decir paciencia: paciencia con la
gente y con las cosas que no van bien. Quiere decir tolerancia: permitir a los demás que
tengan sus propias ideas, sus propios pensamientos, sus propias creencias e incluso sus
propios prejuicios. Quiere decir amor y amabilidad. También quiere decir franqueza,
predisposición a comprender las cosas y, especialmente, la receptividad a verdades
espirituales superiores. Es muy difícil ser verdaderamente receptivo. Incluso cuando
oímos algo crucial, desde el punto de vista espiritual, es muy posible que no lo
comprendamos realmente. Es probable que lo recibamos a nivel intelectual, que
juguemos con la idea pero sin permitir que descienda a las profundidades de nuestro ser.
Los prejuicios y las emociones negativas la detienen a mitad de camino. Existen tantas
barreras, tantos obstáculos que ha de superar ksanti.
La cuarta paramita es virya, la energía o el vigor que persigue lo bueno. La virya es
primordialmente el esfuerzo para desechar emociones negativas tales como el odio, los
celos y la avaricia; y fomentar emociones positivas tales como el amor, la compasión, la
alegría y la paz. Esto significa la práctica de los Cuatro Esfuerzos: prevenir que surjan
estados de consciencia torpes, erradicar los estados de consciencia torpes que han
surgido, hacer que surjan los estados de consciencia hábiles, y, finalmente, mantener los
estados de consciencia hábiles que han surgido. La virya nos es sólo necesaria para
practicar este tipo de esfuerzo, sino que los es también para practicar todas las
disciplinas que conducen al logro de la Iluminación; incluso para la práctica de ksanti;
de hecho, sin energía no se puede hacer nada.
La quinta paramita, samadhi, nos presenta también con otro término intraducible. Este
término tiene tres niveles distintos de significado. En un nivel quiere decir
concentración, en el sentido de la unificación de las energías psíquicas, el enlace de
todas las divisiones en nuestro ser. Luego está samadhi en el sentido de la experiencia
personal de niveles de consciencia cada vez más altos, es le tipo de experiencia que se
tiene en meditación. Este nivel de samadhi incluye el desarrollo de lo que la tradición
budista llama poderes supranormales - la telepatía, la clarividencia... etc. En su tercero y
superior sentido, el samadhi es la experiencia de la Realidad misma, o como mínimo la
receptividad a la influencia directa de la Realidad. Esta experiencia podría comenzar
con destellos de Visión Clara - quizá del tipo que los tuvo William Blake cuando “vio el
mundo en un grano de arena”.
La disciplina sexta es la prajna, la sabiduría. La tradición budista menciona tres tipos de
sabiduría. El primero es la sabiduría que se obtiene escuchando a maestros del Dharma
y leyendo las escrituras - la sabiduría obtenida de segunda mano, por así decir. El
siguiente tipo es la sabiduría que se obtiene reflexionando sobre lo que hemos oído y
aplicando nuestro propio pensamiento a ello. El tercer tipo de sabiduría surge cuando
meditamos sobre nuestras reflexiones y coincide con el nivel superior del samadhi. La
sabiduría en este último sentido tiene cuatro niveles. Las verdades que revela son
profundas y sutiles por lo que sólo puedo mencionarlas con brevedad en esta ocasión.
En primer lugar desarrollamos la sabiduría que ve que la existencia condicionada, lo
mundano, es esencialmente doloroso e insatisfactorio (dukha), transitorio (anitya) e
insustancial o carente de ser (anatman). En segundo lugar, vemos que el Nirvana, lo
Incondicionado, carece de sufrimiento, transitoriedad e insubstancialidad, y que a su
vez, posee las características opuestas - el gozo y la felicidad, la permanencia, o
eternidad, y el verdadero ser. Con el surgimiento del tercer nivel de sabiduría vemos que
la distinción misma entre lo condicionado y lo Incondicionado es sólo provisional - al
ser esta distinción parte de la estructura del pensamiento, al final no es válida. Con este
tipo de sabiduría vemos la vacuidad de la distinción entre lo condicionado y lo
Incondicionado. Con el cuarto tipo de sabiduría, el cual ha sido desarrollado
particularmente en el budismo Zen, vamos todavía más lejos. Vemos la vacuidad del
concepto mismo de la vacuidad: la vacuidad o la relatividad de todos los conceptos,
incluso aquellos del budismo.
Estas son, pues, las disciplinas que ha de practicar el Bodhisattva. Todas juntas
constituyen quizá la forma de vida más noble jamás propuesta a la humanidad; un
esquema completo y perfectamente equilibrado para el desarrollo espiritual. La
generosidad y la honestidad proporcionan respectivamente el aspecto de la
consideración por los demás y el de la consideración por uno mismo; el altruismo y el
interés por uno mismo. La paciencia y el vigor proporcionan el desarrollo de las
virtudes femeninas y el de las masculinas. La meditación y la sabiduría proporcionan las
dimensiones internas y externas, los aspectos subjetivos y objetivos de la experiencia de
la Iluminación.
A pesar de las directivas que, por medio de las seis paramitas, da el Mahayana al
aspirante espiritual, se dice a veces que el Hinayana es para aquellos que están
preparados a hacer un esfuerzo, mientras que el Mahayana es para quienes quieren que
todo lo haga por ellos el Bodhisattva. Según esa manera de pensar, el Hinayana o
camino menor, es así llamado porque está dirigido a un grupo de elite, mientras que el
Mahayana, el gran camino, está dirigido a las masas. Esto es de nuevo una distinción
ruda y engañosa. El budismo es una religión universal y no se dirige a ningún grupo o
comunidad en particular, sino que en potencia se dirige a cada ser humano. Al ser el
Hinayana y el Mahayana fases del desarrollo del budismo, ambos están dirigidos a
todos los individuos, por los que no podemos distinguir entre ambos vehículos en ese
sentido. Pero al mismo tiempo, hay una distinción entre ellos la cual quizá pueda estar
más clara con la ayuda de una parábola.
Supongamos que hay hambre en algún lugar, algo terrible, como lo que ocurre todavía
en África. La gente está enflaquecida y demacrada, y hay un gran sufrimiento. En una
ciudad de este país golpeado por el hambre viven dos hombres, uno viejo y otro joven, y
ambos tienen cantidades enormes de grano, más que suficiente para alimentar a toda la
gente. El viejo pone un cartel en su puerta que dice así: “Se dará comida a todo el que
venga”. Pero bajo esta declaración sigue una larga lista de condiciones y reglas. Si
quieren comida han de llegar puntualmente a la hora exigida. Deben traer consigo
recipientes de forma y tamaño prescritos. Los recipientes tendrán que ser sostenidos de
un modo particular y tienen que pedir la comida utilizando una serie de frases en
lenguaje arcaico. Poca gente ve la nota porque el viejo vive en una calle apartada. De
entre aquellos que la ven, pocos reciben la comida ya que muchos se desaniman por la
larga lista de reglas. Si la comida sólo se obtiene bajo esas condiciones resulta menos
problemático morirse de hambre. Cuando se le pregunta al viejo por qué exigen tantas
reglas responde que “así era en tiempos de su abuelo cuando había hambre". Lo que fue
bueno para él es ciertamente bastante bueno para mí. ¿Quién soy yo para cambiar las
cosas?”, añadiendo que si la gente realmente quiere comida observara cualquier número
de reglas para conseguirla. Si no observan las reglas es por que no están realmente
hambrientos.
Mientras tanto el hombre joven se echa un gran saco de grano a la espalda y va de
puerta en puerta repartiendo. En el momento en que se le acaba un saco va
apresuradamente a casa a por otro. De este modo él da una gran cantidad de grano por
toda la ciudad. El se lo da a cualquiera que le pida. Tiene tanto interés en dar alimento
que no le molesta ir a las casuchas más pobres, oscuras y sucias. A él no le molesta ir a
sitios a los que la gente respetable no se atreve a ir generalmente. Su única preocupación
es que no se muera la gente de hambre. Hay quien dice que es un entrometido, otros
opinan que se sobrecarga con esa responsabilidad. Hay incluso quien dice que él
interfiere en la ley del karma. Otros protestan de que se pierde grano porque hay quien
toma más del que necesita. Al joven nada de esto le preocupa y dice que mejor es
desperdiciar algo de grano que ver a la gente morir de hambre.
Un día casualmente pasa el joven por delante de la casa del viejo. El viejo está sentado a
la puerta fumando su pipa tranquilamente, ya que nos es aún hora de dar grano. Al ver
pasar al joven le dice: Tienes aspecto cansado, ¿Por qué no te lo tomas con más calma?
El joven jadeando le responde: No puedo, hay todavía muchos por alimentar. El viejo
mueve la cabeza con asombro y dice: ¡Qué vengan ellos a ti! ¿Por qué has de ir tú a
ellos apresurándote? Pero el joven con impaciencia por seguir le responde: Están
demasiado débiles para venir, no pueden ni siquiera caminar. Morirán si no voy yo a
ellos. Pues que se aguanten, responde el viejo, deberían haber venido antes cuando aún
estaban fuertes. Es culpa de ellos no haberse prevenido. ¿Por qué ha de preocuparte a ti
que ellos se mueran? Pero el joven ya está más allá del alcance de sus palabras, ya va de
camino a su casa a por otro saco. El viejo se levanta y pone una nota junto a la que ya
tenía. En la nota dice: Reglas para la lectura de las reglas.
Sin duda ya habréis adivinado el significado de la parábola. El viejo es el Arahant y
representa al Hinayana, el joven es el Bodhisattva y representa al Mahayana. El hambre
es la condición humana, la gente de la ciudad representa a todos los seres y el grano es
el Dharma, la enseñanza. En principio, ambos, el viejo y el joven, están dispuestos a dar
grano a todo el mundo, de igual modo el Hinayana y el Mahayana son ambos
universales en principio, son para todo el mundo. Pero en la práctica, vemos que el
Hinayana impone ciertas condiciones. Para practicar el budismo en la tradición del
Hinayana, incluso hoy en día, si uno está planteándoselo seriamente, tiene que dejar el
hogar y hacerse monje o monja. Uno ha de vivir exactamente como vivían los monjes y
las monjas en la India durante la época del Buda. Y nada puede cambiarse. El
Mahayana no impone tales condiciones. Pone el Dharma a la disposición de la gente, tal
y como están y donde están, porque está centrado únicamente en lo esencial. Se centra
en llevar el grano a la gente, y no en cierta manera particular en que esto se puede hacer.
El Hinayana espera que la gente vaya a él, por así decirlo, mientras que el Mahayana va
a la gente.
Esta diferencia entre el Hinayana y el Mahayana viene de muy atrás en la historia del
budismo. Unos cien años después de la muerte del Buda, sus discípulos llegaron a tal
desacuerdo con respecto a ciertos asuntos que la comunidad espiritual se dividió en dos.
De hecho, estaban en desacuerdo sobre la naturaleza del budismo en si. Un grupo
mantenía que el budismo era simplemente lo que el Buda había dicho. El budismo era
las Cuatro Verdades Nobles, el Camino Óctuplo Noble, los Doce Eslabones o la cadena
del Surgimiento Condicionado, los Cuatro Fundamentos de la Atención Consciente...
Pero el otro grupo mantenía que esto no era todo. Estas enseñanzas eran parte del
budismo, pero no podía olvidarse el ejemplo de la vida del Buda. La enseñanza revelaba
su Sabiduría, pero su vida revelaba su Compasión, ambas cosas constituían el budismo.
El Hinayana proviene del primer grupo de discípulos, el Mahayana del segundo. El
Mahayana obtiene inspiración tanto de la enseñanza del Buda como de la forma en que
vivió su vida. Es por eso que el Mahayana hace hincapié en la Sabiduría y en la
Compasión, diciendo que la Compasión surge inevitablemente de la verdadera
Sabiduría. Sería ir demasiado lejos si dijésemos que el Hinayana carece de Compasión,
pero sus escrituras la mencionan rara vez y ciertamente no le dan la misma importancia
que a la Sabiduría. Pero en las escrituras del Mahayana dice: la Sabiduría y la
Compasión son las dos alas del ave de la Iluminación, y con un ala sólo no podría volar.
Los relatos de la vida del Buda muestran que el no esperaba a que la gente viniera a El.
No se quedó sentado junto al árbol bodhi esperando a que viniesen discípulos. Durante
los cuarenta y cinco años que siguieron a su Iluminación viajo constantemente en busca
de gente para enseñarles. Una y otra vez las escrituras mencionan que el Buda dijo: “Fui
allí y les dije...” Solía ir a ver a gente - mercaderes, reinas, pastores, vendedores de
flores... - y después les decía a sus discípulos: Fui y les dije. Cuando alguien va a verle,
La toma la iniciativa en la conversación. El Buda saluda al visitante y le hace sentirse
relajado para que se sienta bienvenido. Todo esto constituía el ejemplo del Buda.
El Mahayana va al encuentro de la gente con ese espíritu también. Por ejemplo, en todos
los países del Mahayana - la China, el Japón, el Tíbet y Mongolia - las escrituras fueron
traducidas de las lenguas indias a los idiomas locales desde un principio. En el Tíbet ni
siquiera había alfabeto cuando el budismo llegó allí. Los primeros budistas tibetanos
crearon una forma literaria de su lengua para poder traducir los textos y que la gente del
Tíbet pudiera leerlos. Sin embargo, en los países del Theravada en Asia Sudoriental (el
Theravada es una escuela de la tradición del Hinayana) todas las escrituras se han
conservado en pali, un antiguo dialecto indio que es una lengua muerta, como lo es el
latín. Si uno quiere estudiarlas ha de hacerse monje, ir a vivir a un monasterio y
aprender pali, antes de poder leer ni aun una frase de la enseñanza del Buda. Sólo muy
recientemente y bajo la influencia occidental han comenzado a traducirse las escrituras a
las lenguas de Sri Lanka, Birmania y Tailandia. Un monje cingalés me dijo en una
ocasión que él pensaba que los budistas ingleses eran muy afortunados. “Vosotros tenéis
traducciones de casi todos los textos en pali” me dijo, “sin embargo nosotros acabamos
de empezar a traducirlos al cingalés”. Esto es muy asombroso.
Hablando literalmente, el Mahayana se expresa en la lengua de la gente a la que se
dirige: el tibetano, el chino, el inglés o la que sea. Hablando en modo metafórico
(hablemos inglés, hindi, griego o lo que sea) nos expresamos de dos formas distintas: el
lenguaje de los conceptos y el lenguaje de las imágenes. El lenguaje de los conceptos es
el lenguaje del intelecto y del pensamiento racional, es el lenguaje de la ciencia y de la
filosofía. El lenguaje de las imágenes es el lenguaje de la imaginación, el lenguaje de las
emociones. Es el lenguaje de la poesía, el lenguaje del mito y del símbolo, el símil y la
metáfora. Los conceptos se dirigen a la mente consciente, pero las imágenes tienen el
poder de estimular las profundidades del subconsciente que, como nos ha mostrado la
psicología moderna, estamos dentro de todos nosotros.
El mismo Buda hablaba el lenguaje de los conceptos y de las imágenes. A veces
exponía su enseñanza en una forma sumamente abstracta e intelectual; otras veces
hablaba con bellas metáforas y parábolas (la parábola de la balsa, la parábola de los
ciegos y el elefante, la parábola del hormiguero ardiendo lentamente (smouldering) y
muchísimas más. Pero el Hinayana, conforme se fue desarrollando, olvidó el lenguaje
de las imágenes y habló cada vez más exclusivamente el de los conceptos hasta abolir
completamente la poesía y la metáfora. Tomemos, por ejemplo, el Abhidharma de los
theravadines que consiste en siete volúmenes enormes, algunos de ellos en varios
volúmenes. Su contenido es el análisis psicológico, la clasificación de estados mentales,
las descripciones de las funciones de la mente,... todo ello en un estilo extremadamente
conceptual. El Abhidharma hace alarde orgullosamente de que en todos los cientos de
páginas que contiene no hay ni una sola figura retórica.
El Mahayana, por otro lado, continuó a hablar el lenguaje de los conceptos y el lenguaje
de las imágenes. Además los habló ambos cada vez con más elocuencia, como muestran
sus cientos de escrituras. Entre las obras conceptuales están los sutras de la Perfección
de la Sabiduría que son más de treinta y cuya extensión varia considerablemente,
cientos de páginas algunos y otros bastante más cortos. El más antiguo e importante es
probablemente el Astasahasrika (la Perfección de la Sabiduría en 8.000 líneas).
También son bien conocidos el Hrdaya o Sutra del Corazón (corazón en el sentido de lo
esencial; la esencia de la Perfección de la Sabiduría) y el Vajracchedika (el Diamante
Cortante). Ambos se recitan mucho en los monasterios del Mahayana del Extremo
Oriente. Todas estas escrituras tratan de un tema: la Sunyatá (la Vacuidad, la Realidad)
que es el nivel más elevado de la Sabiduría, la perfección de la sexta disciplina del
Bodhisattva. Sin embargo, la Sunyatá no se presenta en estas obras conceptuales como
un concepto, sino como la ausencia de todo concepto. De hecho, estos textos hablan el
lenguaje de los conceptos de un modo que transciende cualquier concepto.
Hay una leyenda misteriosa asociada al origen de los Sutras de la Perfección de la
Sabiduría. Se dice que Nagarjuna, un gran maestro y sabio del Mahayana, las obtuvo del
fondo del mar, donde desde tiempos del Buda las había guardado en secreto el rey de
los nagas. Esta leyenda, que obviamente contiene significado simbólico, es descrita con
frecuencia en el arte budista. Nagarjuna aparece flotando en una pequeña balsa en
medio del océano y una criatura similar a una sirena, con una larga cabellera verde,
emerge del océano con un pesado libro en las manos. Es la bella hija del rey naga que
vive en las profundidades marinas. Ella le pasa al maestro el texto que por tanto tiempo
se guardó en secreto, y él triunfante lo lleva a la orilla, donde se le ve escribiendo
comentarios y dándolo a conocer. Esta es la leyenda. No se sabe cuando vivió
Nagarjuna - probablemente fuera durante el primer siglo de la era cristiana - pero si es
cierto que su enseñanza sobre la Perfección de la Sabiduría fue un factor para el
surgimiento del Mahayana.
También está casi todo escrito en lenguaje conceptual el Sutra Lankavatara (La sagrada
entrada de la buena enseñanza en Lanka). En éste la acción tiene lugar en la isla Lanka,
a la cual va el Buda para predicar al rey de los rakshasas. Este texto fue muy popular
entre los intelectuales budistas de la China de la Edad Media y es uno de los Sutras más
difíciles, pues contiene enseñanzas muy oscuras, tanto psicológicas como metafísicas.
El Sutra Gandavyuha (la escritura del Conjunto Cósmico) forma parte del Sutra
Avatamsaka (la escritura del Ornamento Floral) y es tradicionalmente conocido como el
rey de los Sutras. Esta obra describe la peregrinación del joven llamado Sudhana
durante la cual visita a más de cincuenta personas - hombres, mujeres, viejos, jóvenes,
santos y no tan santos. Esta es una peregrinación en busca de la sabiduría y de la
Iluminación. Sudhana aprende algo de cada persona que visita y al final va a ver al
Bodhisattva Maitreya que vive en la torre de Vairochana, en el sur de la India. Allí
Sudhana recibe su instrucción final y su iniciación. Maitreya lo admite a la torre y en
ella tiene una visión maravillosa. Sudhana ve que todos los fenómenos del universo
están contenidos en la torre y que ésta está contenida, o reflejada, en cada una de las
cosas del universo. De nuevo la red de joyas de Indra. La forma del Sutra es totalmente
de imágenes; algo así como un Pilgrim’s Progress budista. Pero su contenido es
esencialmente conceptual.
El Vimalakirti Nirdesa (La exposición de Vimalakirti) habla en el lenguaje de los
conceptos y en el de las imágenes, manteniendo un bello equilibro y combinación de
ambos. Este texto nos narra el asombroso encuentro de Manjushri, el Bodhisattva de la
Sabiduría, con Vimalakirti, un sabio cabeza de familia de Vaisali, ciudad del noreste de
la India. En ese encuentro, que con tanta frecuencia aparece en el arte budistas chino,
ambos mantienen un tremendo debate cuyo sonido resuena a lo largo de toda la historia
budista.
Hay escrituras del Mahayana que están expresadas casi totalmente en el lenguaje de las
imágenes. Por ejemplo, el Lalitavistara (El relato largo de los deportes y juegos). Se
comprendería que nos preguntásemos que tipo de texto espiritual es éste. Quizá nos
sorprenda enterarnos de que los deportes y los juegos son los del Buda y que aquí
tenemos un Sutra que nos ofrece lo que podríamos llamar la naturaleza juguetona del
Buda. El Lalitavistara narra varios episodios de la vida del Buda que fueron para El
como juego de niño, en los que El actúa con libertad, facilidad, naturalidad y
espontaneidad. En otras palabras, donde actúa de forma verdaderamente espiritual. Por
lo tanto este Sutra es una especie de biografía del Buda, pero no lo es en la forma que
generalmente se entiende ese término, ya que contiene mucho de lo que los expertos
académicos denominan material legendario. Pero no por eso es historia falsa: el
Lalitavistara habla el lenguaje de las imágenes y los acontecimientos que describe se
han de comprender a nivel simbólico.
Los tres Sutras de la Tierra Pura consisten casi completamente en una cadena de
imágenes, sin casi nada de material conceptual. Estos textos describen la Tierra Feliz de
Amitabha, el Buda de la Luz Infinita. Allí el suelo es de un azulado profundo y está
entrecruzado con cuerdas doradas. También hay maravillosos árboles de joyas que el
Sutra describe tiernamente, rama por rama, flor por flor y pétalo por pétalo. Uno de
estos Sutras se usa como asistencia para la visualización de la Tierra Pura en la
meditación. Los tres Sutras constituyen la base del Shin Shu, el Budismo de la Tierra
Pura que predomina en la China y en el Japón. Todos los seguidores del Shin Shu
pretenden logra la reencarnación en dicha arquetípica Tierra Pura.
Veamos ahora el Sadharma-Pundarika, el Sutra del Loto Blanco del Buen Dharma.
Este también habla casi exclusivamente en el lenguaje de las imágenes. A pesar de que
es un Sutra muy largo, su contenido conceptual absolutamente mínimo. El Sutra del
Loto Blanco no atrae tanto a la mente como al corazón; atrae más a la imaginación que
al intelecto. Sus parábolas son quizás las más importantes de este tipo de literatura
canónica budista. Son muy famosas por todo el Extremo Oriente budista y están llenas
de mitos y de símbolos. El Sutra tiene la forma de un drama, incluso la forma de una
obra de teatro religiosa, un misterio. Como escenario tiene la totalidad del cosmos y la
acción dura períodos de tiempo inconcebibles. Los personajes son Budas, Bodhisattvas,
arahates, dioses, demonios y seres humanos; de hecho, todos los seres conscientes. El
ambiente del Sutra es muy extraño, un ambiente de prodigio y de milagro. De hecho, lo
que presenciamos a medida que el Sutra se desenlaza, es como un espectáculo
transcendental de luz y de color - no parece haber mejor forma de describirlo. El tema
del drama es en verdad grandioso: es la Iluminación. Pero no es la Iluminación del Buda
o la de sus discípulos únicamente, sino la Iluminación de todos los seres. De ahí nuestro
título: El drama de la Iluminación cósmica.
Cap. 2:
El Drama de la Iluminación Cósmica
Para dar una breve idea de los temas del 'Sutra del loto blanco', escogí el título 'El Drama
de la Iluminación cósmica'. Ahora bien, el título del Sutra, en sus propios términos
simbólicos, resulta claro, si prestamos bastante atención. Incluso en el original sánscrito -
'Saddharma-Pundarika Sutra' - el título es simbólico. Antes de empezar a investigar los
símbolos, examinemos el significado del título.
'Saddharma' suele traducirse como 'buena ley' o 'buena doctrina' - la doctrina es la
enseñanza del Buda - pero la traducción no basta. 'Sat' o 'sad' viene de una raíz sánscrita
que quiere decir 'existir', así significa algo más parecido a 'verdadero' 'real' o 'genuino' o
'autónomo'. Del mismo modo, aunque solemos traducir Dharma como 'la doctrina' o 'la
enseñanza', más correctamente sería 'la verdad' o 'la naturaleza esencial de las cosas'.
Juntos, pues, el significado esencial de 'saddharma' es 'la verdad real', y es mejor traducirlo
así. De hecho, es lo mismo para el equivalente en pali 'saddhamma' que aparece muchas
veces en el 'Dhammapada'.
'Pundarika' quiere decir 'loto', específicamente 'el loto blanco'. Aunque empleamos una
sola palabra en castellano (e inglés), que tiene que sugerir lotos de todos los colores, en
sánscrito los lotos de distintos colores tienen nombres distintos. Así tenemos 'el loto blanco
de la verdad real '.
¿Qué sugiere este título? Los lotos suelen crecer en lagos barrosos, pero aunque crezcan en
el barro, las flores florecen fuera del agua, ya que sus pétalos salen puros y sin mancha. Por
eso el loto se ha hecho el símbolo de la pureza - pureza en medio de la impureza. Por eso
simboliza la presencia de lo Incondicionado en medio de lo condicionado - la presencia de
lo espiritual dentro de lo mundano - no manchado por las condiciones dentro de las cuales
aparece. El título del Sutra sugiere que a pesar de aparecer en el mundo, no está tachado
por ninguna consideración mundana.
La palabra 'Sutra' es el término más frecuente para una escritura budista, los budistas se
refieren a los Sutras como los cristianos hablan de la Biblia. Pero a pesar de emplearse tan
a menudo, 'Sutra' tiene un significado especial. Viene de una palabra que quiere decir 'hilo',
lo cual sugiere cierto número de tópicos hilados en un hilo común del discurso. La forma
del Sutra es casi siempre la misma. Primero viene la descripción de donde se dio el
discurso, luego lo que pasaba y quienes estaban presentes. Sigue entonces el asunto
principal del texto, que suele consistir en la enseñanza del Dharma (la verdad real) por el
Buda mismo. Por último, el Sutra termina describiendo la impresión de la enseñanza del
Buda sobre los presentes.
En algunos Sutras, aunque está presente el Buda, se queda en segundo plano y uno de sus
discípulos habla, en cuyo caso el texto termina con la aprobación del Buda de lo que dijo el
discípulo; haciendo el discurso suyo, se podría decir. A veces, sobre todo en los sutras de
Mahayana, el Buda ni siquiera da la aprobación a lo que dice el discípulo, ya que éste
habla bajo la inspiración directa del Buda; en verdad, el Buda está hablando a través de él.
Pero cualquiera que sea la manera, importa comprender que lo que se dice en el sutra no
viene del nivel corriente de la consciencia. No es un asunto que se haya analizado
intelectualmente. No es una prueba ni explicación de algo, en el sentido mundano. Es una
verdad, un mensaje, una revelación, que sale de las profundidades de la consciencia
iluminada, las profundidades de la naturaleza del Buda. He aquí el contenido esencial de
cualquier escritura budista y su propósito: comunicar la naturaleza de la Iluminación e
indicar el camino que lleva a su realización.
Se puede traducir, pues, el título completo de esta comunicación particular de la mente
iluminada como 'la escritura del Loto blanco (o loto transcendental, si se prefiere) de la
verdad real'. No es realmente posible comunicar todas las acepciones de las palabras
sánscritas, por eso la traducción es aproximada y tendrá que ser así.
Como documento literario, el 'Sutra del Loto blanco' pertenece al primer siglo de la era
cristiana, es decir 500 años después de la muerte del Buda. Aunque sepamos cuando se
escribió por primera vez, eso no nos ayuda a saber cuando fue compuesto. Es difícil para
nosotros imaginarlo, pero la transmisión de la enseñanza del Buda permaneció en forma
oral durante aquel período de 500 años. No se escribió una sola palabra. De hecho no
existe evidencia que indique que el Buda mismo supiera leer y escribir. En aquellos días no
era un logro loable el saber hacer eso. Quizá los hombres de negocios corruptos que
quisieran hacer constar sus transacciones internacionales las anotaban, pero la escritura no
se consideraba ocupación digna de gente religiosa. El Buda enseñaba en la forma de
discursos que eran escuchados y memorizados, para ser luego repetidos a discípulos
posteriores. De este modo las enseñanzas del budismo - y las del hinduismo - fueron
transmitidas de generación en generación, como la antorcha encendida que se pasa de un
corredor a otro al principio de los Juegos Olímpicos.
Con el paso del tiempo, los budistas indios empezaron a escribir las enseñanzas del Buda.
No sabemos el porqué. Puede ser que las memorias se hubiesen debilitado desde la época
del Buda. O que la gente se sintiera menos segura, pensando que las enseñanzas se
perderían si no las escribían. Quizá leer y escribir se hizo más respetables y fue natural que
las enseñanzas tomaran la forma escrita. Por la razón que fuera, en el primer siglo de
nuestra era se empezaron a pasar a escrito las enseñanzas, y la del 'sutra del loto blanco' fue
una de ellas. Así las enseñanzas budistas fueron escritas en varios idiomas: el sánscrito, el
pali, el prakrit, el apabharamsa, el paisaci, etc. El 'Sutra del loto blanco' fue uno de los
primeros escritos en sánscrito. Que el sánscrito era un lenguaje de la India antigua, no
significa necesariamente que el texto fuese escrito allá. En aquel período, el budismo,
especialmente el Mahayana, se había extendido hasta el centro de Asia, y puede ser que ‘el
sutra del loto blanco' se pasase por primera vez a escritura allá. Pues sabemos que por
aquella época se originaron las escrituras en pali en Sri Lanka, y no en la India. Cualquiera
que fuese el lugar, 'el sutra del loto blanco' fue escrito en una mezcla de dos tipos de
sánscrito: el 'puro' y el 'híbrido budista'. El sánscrito puro sigue las leyes que expuso el
gramático Panini, y es llamado a veces el sánscrito paniniano. Al sánscrito budista híbrido
se le llama a veces el 'mezclado' porque se mezcló con prakritismos produciendo un
lenguaje menos 'correcto', si bien más coloquial.
Este sutra está escrito en estos dos tipos de sánscrito. También combina la prosa y el verso;
la prosa emplea el sánscrito puro, el paniniano, y el verso el híbrido. Por eso el texto
resulta muy particular. También resulta curiosa y rara su estructura, desde un punto de
vista literario. La prosa y el verso alternan, primero viene un pasaje en prosa de algunas
páginas, luego un pasaje en verso. Lo curioso es que el pasaje en verso repite casi
exactamente lo que se acaba de decir en prosa (con algunas contracciones y expansiones).
Algunos académicos mantienen que las secciones en verso son más antiguas que la prosa,
pero no existe prueba real de ello. Se divide la obra entera en 27 capítulos, o 28 en algunas
versiones; una obra un tanto extensa.
Los textos originales de muchas escrituras budistas se perdieron, pero en el caso del 'sutra
del loto blanco' somos afortunados. Se descubrieron ejemplares en el siglo XIX, y tenemos
descubrimientos más recientes también. En Nepal han sido desenterrados varios
ejemplares, y en las arenas del desierto de Asia central, y en Kashimira, se encontraron
algunas copias hace algunas décadas. Además existen las traducciones antiguas al chino, al
tibetano y a otros idiomas. La traducción estándar china es la obra de Kumarajiva, el gran
traductor y pensador que vivió en los siglos cuarto y quinto de nuestra era, durante la
dinastía Tang, período en que floreció el budismo en la China. Durante cientos de años la
traducción de Kumarajiva ejerció una influencia sobre la cultura china comparable a la
Biblia aquí, y hoy en día se considera aún como obra maestra de la literatura clásica china.
Además de su impacto sobre el mundo literario, el gran logro de Kumarajiva también
inspiró a muchos artistas chinos, lo que resultó en la tradición de producir ilustraciones de
las escenas bien conocidas del sutra.
Hasta una época reciente, sólo había una traducción entera al inglés. Esta era la obra del
académico holandés Heinrich Kern que se publicó en la serie 'Libros sagrados del oriente'
en l884 y que todavía se puede encontrar. Ya que es la primera traducción, y en esos días
no se conocía el significado real de muchos términos budistas técnicos importantes, no
sorprende que la versión de Kern sea imperfecta, si bien no es mala para su época. Además
es bastante poco imaginativa y contiene algunas notas rarísimas. Para empezar, el traductor
está obsesionado por la idea de que se puede explicar todo el budismo en términos de la
astronomía. También intenta mantener que el nirvana es literalmente equivalente al estado
de la extinción física: en otras palabras, que la Iluminación equivale a la muerte. Muy raro.
Una versión más legible, aunque incompleta, nos la ofrece una traducción del texto chino
de Kumarajiva hecha en l930 por Bunno Kato y revisada por el Profesor William Soothill,
un misionero inglés que vivió algún tiempo en la China. Aun siendo cristiano, Soothill
logra comunicar el fervor devocional y el ambiente espiritual del texto original.
La primera frase del texto está traducida de la misma forma en todas las versiones. Las
primeras palabras son como el sello de cualquier sutra budista y en la traducción inglesa,
en su forma distintiva y algo anticuada, posee cierta magia parecida a la de 'Erase una vez'.
Al oír o leer las palabras 'Esto he escuchado... ('evam maya srutam' en sánscrito) sabemos
en seguida que una enseñanza del Buda va a ser predicada. ¿Pero quién la ha oído? ¿Quién
es el que habla? Según la tradición es Ananda. Ananda era primo del Buda, su discípulo y
durante 20 años su asistente personal y acompañante en todos sus recorridos. Se dice que
Ananda es la fuente principal de la tradición oral. Nos dicen que su memoria era tan buena
que se acordaba, palabra por palabra, de cualquier discurso, para así transmitirlo a los
demás discípulos. Si acaso estaba fuera cuando el Buda hablaba, le pedía repetir su
discurso para guardarlo en la mente; así tenía una colección de todo lo que el Buda había
dicho.
Debo confesar que cuando empecé a interesarme en el budismo me preguntaba si tal
memoria es posible. Pero durante mis 20 años en la India, encontré a indios y a tibetanos
que sabían recitar de memoria centenares de páginas de las escrituras. Luego, de regreso al
Reino Unido, conocí a alguien con una memoria como una grabadora. Decía 'El día 8 de
julio hace tres años, dijiste...' y repetía, palabra por palabra, exactamente lo que yo había
dicho - el orden en que había entrado en varios tópicos, las etapas lógicas del argumento,
todos los ejemplos que había empleado, junto con la hora del día y las circunstancias.
Pensé: 'Si es posible que alguien en Londres en el siglo veinte posea una memoria tan
fenomenal, no queda duda que fuese posible en la India antigua'. Me convencí de que el
Buda poseía en Ananda a alguien con esta extraordinaria capacidad para acordarse de
discursos y de conversaciones.
Aunque las palabras ‘esto he escuchado' tengan un significado literal e histórico, sugieren
algo más esotérico. En realidad, el Buda no está fuera de nosotros. La naturaleza del Buda
no está fuera de nosotros sino dentro (Mi propio cuerpo es el Buda, como se dice en la
tradición del Zen). Igualmente podríamos decir que no sólo existe un Ananda exterior en el
reino de lo histórico, sino que también existe un Ananda dentro de nosotros. Tal como el
Ananda histórico escuchaba al Buda, el Ananda dentro de nosotros oye la voz de la verdad.
Podríamos decir que Ananda representa a nuestra mente corriente que escucha las palabras
de nuestra propia consciencia iluminada. Es como si dentro tuviéramos dos consciencias,
una inferior y otra superior. La inferior suele ignorar a la superior hasta llegar a no darse
cuenta de su existencia. Pero si la consciencia inferior se para a escuchar un rato, si es
receptiva, se da cuenta de la voz de la consciencia superior. Nuestra mente corriente puede
ser receptiva a la mente superior, la mente iluminada en nuestro interior, como Ananda
escuchando la voz del Buda. Incluso se podría añadir que todo el drama de la Iluminación
cósmica no tiene lugar sólo fuera en el escenario del cosmos, sino también dentro de los
recintos de nuestro propio corazón.
A pesar de que conozcamos muy bien las primeras palabras del sutra, pronto nos
encontraremos en un mundo extraño. El mundo de los sutras del Mahayana se parece a la
ciencia ficción, pero a un nivel espiritual y transcendental. Antes de zambullirnos en las
parábolas, los mitos y los símbolos del sutra, necesitamos una introducción a este mundo
extraño. Posiblemente no os resulte demasiado claro, y me temo no poder ofreceros
demasiada ayuda. Tan sólo voy a narrar algunos de los hechos descritos en el sutra y dejar
que surtan su efecto, aun si resultan extraños, raros e ininteligibles. Leedlos como si fuesen
cuentos. Lo mejor es no analizar, no intentar examinarlo; no preguntarse lo que quiere
decir. Permitid que la mente deje de pensar y escucharlo todo. Si queréis trabajar con el
intelecto, podréis hacerlo más tarde. De momento, absorber el contenido del sutra como si
miraseis un filme en la oscuridad. Hay algo surrealista y transcendental que no lograreis
analizar, por eso dejad el cerebro dormir mientras permitís a las imágenes tener su efecto.
Y no temáis a los sentimientos que os surjan.
El sutra empieza sobre el Pico del Buitre. Geográficamente, el Pico del Buitre es un
enorme peñasco escabroso, en donde el Buda solía quedarse cuando quería estar a solas.
Desde allí se veía a muchos kilómetros, los miles de tejados de Rajagriha, la capital de
Magadha, uno de los grandes reinos del norte de la India en aquel período. Hoy día no
quedan techos allá. Se puede visitar el Pico del Buitre, que domina una vista magnífica,
pero ya no existe la ciudad. No se ve más que una jungla habitada por leopardos y algunas
ruinas antiguas budista, Jainistas e incluso prehistóricas.
El Pico del Buitre representa, simbólicamente, el cenit de la existencia terrenal. Más allá de
él estás en el mundo transcendental, el mundo de lo puramente espiritual. Al describir al
Buda sentado sobre el Pico del Buitre, el sutra lo pone en medio entre el cielo y la tierra.
Está rodeado de miles de discípulos de varios tipos. Nos dicen que hay 12,000 Arahantes,
que han logrado el nirvana en el sentido del Hinayana, la destrucción de las pasiones sin
conocimiento positivo ni iluminación. Hay además 50.000 Bodhisattvas, y docenas de
miles de dioses y otros seres no-humanos con sus séquitos.
Se nos dice que el Buda da a esta asamblea un gran discurso sobre la infinidad, un tópico
budista muy popular. Habla largo tiempo, con elocuencia y todo el mundo se conmueve. El
efecto de la enseñanza del Buda es tal que flores preciosas de muchos colores llueven del
cielo, y todo el universo se sacude y tiembla de seis modos distintos.
Después de terminar su discurso, el Buda entra en una meditación profunda, y durante su
meditación, sale de un punto entre sus cejas un brillante rayo de pura luz blanca. Parece un
gran faro cuyo rayo se extiende por todo el universo, hasta poder ver centenares de
millones de kilómetros en las profundidades del espacio. En esa intensa luz se descubren
innumerables sistemas de mundos en todas las direcciones del espacio. Y en cada uno se
ve lo mismo que está ocurriendo en éste: un Buda predicando, rodeado de discípulos, y a
los Bodhisattvas practicando las seis grandes disciplinas.
He aquí el espectáculo revelado por el rayo de luz que emana del Buda sentado en
meditación. Naturalmente la gran asamblea se asombra, y todos se preguntan lo que quiere
decir esto, y lo que va a pasar. El Bodhisattva Maitreya, Buda futuro, como lo llaman a
veces, pregunta a Manjusri, el más sabio de los Bodhisattvas, considerado tradicionalmente
la encarnación de la Sabiduría: '¿Qué pasa? ¿Qué significa este gran acontecimiento?
Manjusri contesta: 'Creo, e incluso estoy seguro, que quiere decir que el Buda va a
proclamar el 'sutra del loto blanco'.
Mientras lo dice, el Buda sale despacio de su meditación, abre los ojos y dice, como si
hablara a sí mismo: 'La Verdad en su plenitud es difícil de comprender'. Es tan difícil que
sólo los Budas, solo los plenamente iluminados, son capaces de comprenderla. Sólo ellos,
y nadie más, pueden entender la Verdad en toda su plenitud (lo que nos ofrece una
reflexión beneficiosa).Todos los demás, dice el Buda a la asamblea, tienen que acercarse
despacio, paso a paso, hacia la verdad. El Buda toma esto en cuenta en su enseñanza.
Toma a la gente de la mano y la conduce paso a paso. Primero enseña el ideal del Arahant,
según el cual se obtiene el nirvana en el sentido de la extinción de las pasiones, y sólo
entonces, después de lograrlo y entender esto, expone el ideal superior, el del Mahayana: la
realización de la Budeidad perfecta por medio del camino de la vida del Bodhisattva.
Si revelara la verdad superior de una vez, explica el Buda, la gente se aterrorizaría tanto
que no podría ni recibirla ni asimilarla. Esto se parece a lo que pasa en el momento de la
muerte según el 'Libro tibetano de los muertos'. En ese instante la Realidad en su plenitud
aparece en la mente como un relámpago cegador. Si la mente pudiera soportarlo, ese
momento sería el amanecer de la Iluminación misma, pero es demasiado para nuestra
mente, que se aterroriza y se hunde a niveles inferiores de la realidad hasta encontrar el
nivel donde se siente a gusto. Ya que tememos a la Realidad de esta manera, el Buda,
conociendo la plena Verdad, no se arriesga a revelarla entera de una vez. Nos lleva a una
parte del camino, luego nos enseña la etapa siguiente, hasta llegar por fin a la meta final.
En esa ocasión, el Buda mira a la asamblea y dice que no está seguro si todos están listos
para escuchar lo que va a decir. Aun los Arahantes no conocen todavía la verdad superior.
Esta revelación provoca un incidente dramático. Cinco mil discípulos se levantan y salen.
Murmuran entre sí: '¿Algo más que aprender? Imposible. Estamos iluminados, poseemos
el nirvana. ¿Qué más se podría aprender? ¿De qué habla el Buda? Quizá esté empezando a
perder el juicio con la edad. ¿Algo más que aprender? - no es para nosotros!' Después de
hacer una pequeña reverencia de compromiso se marchan sacudiéndose el polvo de sus
sandalias.
He aquí una trampa donde nosotros podemos caer fácilmente. Al confundir el
entendimiento intelectual con el conocimiento verdadero, podemos engañarnos y pensar
que no se puede ir ya más lejos, que no hay nada más que aprender. Claro, en cuanto
empecemos a pensar de este modo, no es posible aprender más. Este es el mayor peligro, y
muchos, incluso los cinco mil discípulos, sucumben a él. Me acuerdo de un episodio de la
historia religiosa inglesa, en el que Oliver Cromwell trataba con numerosos sectarios que
reñían sobre unos puntos en la escritura. Resultaron tan porfiados, tan inamovibles que
Cromwell les escribió, desesperado: 'Distinguidos señores, les ruego por las entrañas de
Cristo que piensen si es posible que se equivoquen'.
Sin embargo, en el sutra, el Buda no dice nada, sino que permite que se marchen. Después
de su salida, simplemente dice 'ahora la asamblea es totalmente pura'. En otras palabras,
todos los presentes resultan receptivos, listos a considerar que puede haber más que
aprender. El Buda prosigue a revelar la Verdad superior a esta asamblea pura. Les dice que
su enseñanza previa,
La de los tres 'yanas' era sólo provisional, un recurso necesario para los diferentes
temperamentos de sus discípulos. Estos tres 'yanas' no son el Hinayana, el Mahayana y el
Vajrayana. Lo siento, en el budismo, existen bastantes términos con doble sentido. El Buda
habla aquí de tres 'yanas' que consisten en el 'Sravakayana' (el camino de los discípulos), el
'pratyekabuddhayana' (el camino del iluminado por sí mismo) y el 'Bodhisattvayana' (el
camino del Bodhisattva).
No quiero entrar en análisis detallados, lo que importa entender es el principio general
según el cual estos tres 'yanas' simbolizan tres enfoques posibles a la Iluminación. Los
primeros dos representan distintas formas del individualismo espiritual - el primero siendo
quizá algo más negativo que el segundo - y el tercero es, claro está, el ideal del
Bodhisattva. Cuando el Buda dice que su enseñanza de estos tres 'yanas' es provisional,
quiere decir, y lo explica, que en realidad existe sólo un camino 'Ekayana'. Este es el Gran
Camino, el Mahayana, todos los 'yanas', todos los modos distintos - individualista y
altruista - resultan útiles hasta cierto punto, pero al final todos convergen en El Camino.
En otras palabras, existe sólo un proceso de la evolución superior, y todos participan en él
en la medida que se esfuercen para desarrollarse. El Buda dice a la asamblea que si alguien
ofrece tan sólo una flor con fe y devoción, está ya - en principio - en el camino que
conduce a la Budeidad. Una cosa conduce a otra. Un pequeño acto de fe lleva a un acto
mayor, una pequeña práctica del Camino conduce a una práctica mayor, y de este modo,
paso a paso, empiezas paulatinamente a pisar el gran camino que lleva a la iluminación
perfecta. No existe buena acción ni acto humanitario que caiga fuera del alcance del
Camino. Al oír esta enseñanza, Sariputra, el más viejo y sabio de los discípulos del Buda,
se alegró. Aunque viejo, estaba preparado a aprender. Su único pesar, dice, es el haber
pasado tanto tiempo a un nivel más bajo de comprensión. Pero el Buda lo alienta, diciéndole que en una época del distante porvenir él también realizará la suprema
iluminación como Buda perfecto. Le dice incluso cual será su nombre. Pero no todos los
discípulos se parecen a Sariputra. Algunos se sienten perplejos y alborotados por la nueva
enseñanza. ¿Han perdido su tiempo? ¿Era completamente inútil la práctica pasada? ¿Qué
deben de hacer ahora?
Para tranquilizarlos, el Buda les cuenta la primera de las grandes parábolas del sutra, la
parábola de la casa incendiada. Vemos aquí por primera vez el efecto del simbolismo, ya
que quedan convencidos cuatro discípulos ancianos importantes que dudaban todavía la
declaración abstracta del Buda sobre la enseñanza superior. Ahora se dan cuenta de que
pueden progresar más allá de la etapa de la erradicación de las emociones negativas, hasta
lograr la iluminación positiva, el conocimiento supremo, la sabiduría, la Iluminación... y se
alegraron muchísimo. Uno de ellos, Mahakasyapa, expresa la alegría de todos ellos
narrando la parábola del viaje de regreso.
Una vez narrada la parábola, el Buda alaba a los cuatro ancianos, y procede a elucidar su
modo de guiar a los seres conscientes hacia la iluminación. Ya sabemos que el Buda
enseña poco a poco, guardando la verdad superior hasta que los discípulos estén listos para
escucharla. Ahora aprendemos también que adapta su enseñanza a las capacidades de
distintas personalidades. Para ilustrar esto da como ejemplo dos parábolas: la de la nube de
lluvia y la parábola del sol. Entonces, siguiendo con más parábolas, el Buda predice que
Mahakasyapa y los demás ancianos se harán Budas perfectos, incluso anuncia cuales serán
sus nombres.
Entonces, el Buda se dirige otra vez a la asamblea y dejando el futuro pasa a hablar del
pasado, pues les habla de otro Buda el cual vivió millones y millones de años antes que El.
Cuenta la historia de ese Buda porque su vida es en cierta medida paralela a la suya. La
mayoría de los seguidores de ese Buda también habían seguido el camino Hinayana del
Arahant. Sólo 16 - los cuales eran hijos que él había tenido antes de hacerse monje - tenían
la aspiración del Bodhisattva, la Budeidad perfecta. Pero tarde o temprano, dice el Buda,
todos sus seguidores habrían de entrar en el Gran Camino, el Mahayana. Para aclarar esto,
el Buda cuenta la parábola de la ciudad mágica; como no la analizaré con profundidad
después, voy a describirla ahora.
Un grupo de viajeros se dirige a un lugar llamado Ratnadvipa ('el Lugar de las Joyas'), y
han empleado a un guía para enseñarles el camino a través de la densa selva. Es un camino
difícil y peligroso. Mucho antes de llegar a su destino los viajeros están rendidos y dicen al
guía: 'No podemos dar un paso más. Volvámonos.' El guía piensa 'Sería una lástima. Han
adelantado tanto ya. ¿Qué podría hacer para persuadirles a que sigan?'. El guía poseía
cierto tipo de poder mágico y hace aparecer una ciudad mágica. Entonces les dice a los
viajeros: '¡Mirad! Allá delante hay una ciudad. Descansémonos, comamos allí, y luego
decidiremos qué hacer.' Los viajeros están contentísimos de parar y descansar. Comen y
pasan la noche en la ciudad mágica, y a la mañana siguiente se sienten mucho mejor y
deciden, después de todo, seguir su viaje. El guía hace desaparecer la ciudad mágica, y
conduce a los viajeros a su destino, el lugar de las joyas.
El significado de la parábola no resulta difícil de desentrañar, en el contexto del sutra. El
guía es el Buda, los viajeros son sus discípulos. El lugar de las joyas es la suprema
Iluminación, y la ciudad mágica es el nirvana Hinayana - nirvana como el estado
comparativamente negativo, libre de pasiones y sin iluminación espiritual positiva.
En la parábola, el Buda habla primero del nirvana en el sentido psicológico corriente. Sólo
después de asimilar esta enseñanza, sólo después de descansar en la ciudad mágica, les
conduce a la meta superior espiritual de la Budeidad perfecta, el lugar de las joyas.
Se podría emplear esta misma parábola para describir el proceso de enseñar la meditación.
Cuando la gente comienza a aprender a meditar suele preguntar: 'Cuál es la meta de la
meditación?'. No contestarías enseguida, 'La meta de la meditación es ser como un Buda,'
porque es lo último que la mayoría desea. No se interesa en nada espiritual ni religioso;
sólo desea sosiego mental en su vida y trabajo cotidianos. Es realmente verdad que la
meditación da sosiego mental. Pero después de meditar algún tiempo algunos empiezan a
sentir sosiego y se preguntan '¿Eso es todo, o hay algo más en la meditación?'. Entonces
sería el momento apropiado de decir 'Sí, hay algo más. El sosiego mental, en el sentido
psicológico corriente, no es la meta final de la meditación, sino una etapa intermedia. Más
allá existe una meta espiritual - la Iluminación, el conocimiento de la verdad, el
conocimiento de la Realidad - que en términos budistas se llama la Budeidad perfecta. En
este caso, el sosiego mental es la ciudad mágica donde el viajero se nutre y descansa antes
del largo viaje hasta la Iluminación.
Después de narrada la parábola de la ciudad mágica, empezamos a ver el efecto de todas
estas parábolas sobre los oyentes. Cada vez más discípulos se adelantan para confesar que
su comprensión previa era limitada y para anunciar que aceptan la nueva enseñanza. El
Buda predice que el monje Purna, junto con los otros 500 distinguidos Arahantes lograrán
la suprema iluminación; en su alegría estos Arahantes también cuentan una parábola, la
parábola del borracho y de la joya. Luego se predice que todavía más discípulos lograrán la
perfecta Budeidad. Al final todos los discípulos del Hinayana se convierten, y deciden ser
Bodhisattvas y aspirar a la suprema iluminación.
Claro está que miles de Bodhisattvas están ya presentes, son los Bodhisattvas que han
seguido el Gran Camino desde el principio. El Buda se vuelve ahora hacia ellos para
enfatizar que el 'sutra del loto blanco, es tremendamente importante y debe ser preservado,
cueste lo que cueste. Es preciso leer, recitar, copiar, comentar y adorar el texto, dice el
Buda. Todos los Bodhisattvas prometen proteger el sutra.
De repente algo inusitado ocurre, inusitado aun dentro de los criterios de este
extraordinario sutra. En medio de la asamblea, desde las profundidades de la tierra, surge
una estupa, colosal e increíblemente magnífica, que se eleva hasta los cielos. Una estupa es
un monumento hecho para contener las reliquias - fragmentos de hueso, etc - de un Buda o
de uno de sus discípulos. Siguiendo una práctica prebudista, las primeras stupas eran muy
sencillas, sólo un túmulo, un montículo de tierra.
Pero la estupa que sale de la tierra en el 'sutra del loto blanco' no es de ladrillo, ni de
piedra, ni aun de mármol, sino de las siete materias preciosas - el oro, la plata, el
lapislázuli, la adularia, la ágata, la perla y el carneleana (?). Además, está bellamente
decorada de banderas y de flores, y emana luz, perfume y música, en todas las direcciones.
Podemos imaginar la escena: todos los discípulos atónitos - sólo el Buda no queda
asombrado - y esta enorme estupa que se eleva al cielo. Mientras que todos la contemplan
con asombro, sale del interior una voz atronadora que grita '¡Excelente, excelente,
Shakyamuni! Bien capaz eres de predicar el 'sutra del loto blanco'. Todo lo que dices es
verdad'. (Sakyamuni es el Buda que llamamos el 'nuestro', ya que apareció en nuestro
mundo). Al oír eso los discípulos quedan emocionadísimos. ¿Qué significa todo esto? ¿De
quién es la voz? ¿De quién es la estupa? Luego el Buda explica que la estupa contiene el
cuerpo preservado de un Buda muy antiguo llamado Tesoros Abundantes ('Prabhutaratna'
en sánscrito), que vivió hace millones y millones de años.
Durante su vida, Abundantes Tesoros había hecho el voto que después de su muerte, la
estupa con sus restos surgiría cuandoquiera que fuese explicado el 'sutra del loto blanco'.
Además, había jurado atestar él mismo la verdad de la enseñanza. La asamblea entera
queda asombrada al oír esta explicación, y pide que se abra el estupa para ver el cuerpo del
antiguo Buda, milagrosamente preservado después de millones de años. Pero Sakyamuni
les dice que no resulta tan fácil. Según otro voto de Abundantes Tesoros, Sakyamuni tiene
que satisfacer una cierta condición antes de que se pueda ver el cuerpo del antiguo Buda.
Esta condición es que Sakyamuni tiene que convocar allí a todos los Budas que han
emanado de él, y que enseñan la doctrina por todo el universo. Enseguida el Buda
Sakyamuni satisface esta condición para otorgar el deseo a la asamblea. De nuevo envía un
gran rayo de luz que revela a los Budas de todos los universos, en las diez direcciones del
espacio. Enseguida esos Budas comprenden la señal, y dicen a sus propios Bodhisattvas
'Ahora tengo que viajar hasta el mundo Saha, a millones de kilómetros a través del
universo, porque el Buda Sakyamuni requiere mi presencia'.
En el budismo, cada reino de un Buda, cada universo, tiene su nombre. El nuestro se llama
el mundo Saha, 'el mundo del aguante' porque hay en él mucho que aguantar. Según las
escrituras budistas, nuestro mundo no es especialmente bueno, existen muchos otros
mundos con Budas y Bodhisattvas donde las condiciones son mejores. Por eso Sakyamuni
no quiere que esos Budas vean las imperfecciones de su propio universo, y se pone a
prepararlo para su llegada. Transforma la tierra entera en brillante luz azul, como
lapislázuli con cuerdas doradas que se extienden y cruzan marcando así cuadrados. Dentro
de estos cuadrados, se nos dice, surgen hermosos árboles hechos enteramente de joyas - los
troncos, los ramos, las hojas, las flores, las frutas - y de miles de metros de altura. La tierra,
cubierta de todo tipo de flores celestiales, humea con dulce incienso. Para completar el
proceso de purificación, todos los dioses y humanos que no forman parte de la asamblea
son transportados - no se nos dice exactamente a donde, pero a algún lugar apartado de allí
- y todos los pueblos, aldeas y ciudades; montañas, ríos y selvas, desaparecen.
Apenas terminada esta transformación, llegan 500 Budas de las distintas direcciones del
espacio, cada uno acompañado por un gran Bodhisattva, y se sientan sobre 500 magníficos
tronos de leones debajo de 500 árboles de joyas. Tal es la escala de todo esto que ocupa
todo el espacio disponible, y los Budas apenas han empezado a llegar. Sakyamuni purifica
de inmediato millones de mundos en todas las direcciones del espacio, los cuales son
ocupados enseguida por las oleadas de Budas que entran y toman sus asientos debajo de
los árboles de joyas. Todos reverencian al Buda Sakyamuni, con las manos rebosantes de
flores de joyas en ofrenda.
Ahora que todos esos millones de Budas, con sus Bodhisattvas asistentes, están reunidos
en un lugar, la condición de Abundantes Tesoros queda satisfecha. Sakyamuni flota en el
cielo hasta llegar al nivel de la gran puerta de la estupa, abre el cerrojo y luego la puerta,
con un ruido atronador, para revelar el cuerpo de Abundantes Tesoros que yace en el
interior.
Aunque el cuerpo del anciano Buda tiene millones y millones de años, está perfectamente
preservado y aparece sentado con las piernas cruzadas dentro de la estupa. La asamblea,
pasmada ante tal espectáculo, toma puñados de flores que arroja sobre ambos Budas,
creando una lluvia floral sobre ellos.
Se descubre, entonces, que no sólo el cuerpo de Abundantes Tesoros ha sido preservado
sino que el anciano Buda está todavía vivo después de todos esos años, y le pide a
Sakyamuni que comparta con él su trono. Sakyamuni se sienta al lado de Abundantes
Tesoros en la estupa (esta escena profundamente simbólica y significativa pronto se hizo
predilecta entre los artistas budistas chinos). Toda la asamblea está mirando hacia arriba
para ver a los dos Budas y desea elevarse al nivel que ellos están. Sakyamuni ejerce su
poder sobrenatural para elevar en el aire a toda la asamblea, a todos los millones de Budas
y Bodhisattvas, para que así estén al mismo nivel que él y Abundantes Tesoros.
En ese momento Sakyamuni clama con voz poderosa: '¿Quién de entre vosotros es capaz
de predicar el 'sutra del loto blanco' en el mundo Saha? La hora de mi muerte se acerca. ¿A
quien puedo confiar el 'Loto de la verdadera Ley?’.
Luego sigue una serie de episodios que voy a omitir para abreviar, ya que posiblemente
fueron añadidos a la parte principal del sutra y que, además, cortan la continuidad de la
acción. Después de estas desviaciones, dos Bodhisattvas se adelantan para responder a la
petición del Buda, y prometen preservar y diseminar el 'sutra del loto blanco' después de la
muerte del Buda. Todos los Arahantes para quienes él ha predicho la perfecta Budeidad se
comprometen igualmente.
La acción en el sutra se vuelve ahora hacia dos monjas que están allí de pie y algo
apartadas. Son Mahaprajapati, la tía y madre adoptiva del Buda, y Yashodhara, su esposa
antes de que él dejara el hogar; ambas se habían hecho monjas tras la Iluminación del Buda
y bajo su tutela. Ellas se sienten algo entristecidas porque no se ha dicho nada con respecto
a su Iluminación. Pero el Buda les asegura que ellas también llegarán un día a la
Iluminación perfecta y en respuesta a ello prometen también proteger el sutra.
Hay en la asamblea muchos Bodhisattvas irreversibles. Lo son por haber adelantado tanto
en el camino que ya no pueden recaer a estados inferiores y están irrevocablemente
destinados a la Budeidad perfecta. Estos anuncian que están determinados a hacer conocer
el 'sutra del loto blanco' por todo el universo, y se juntan al resto de la asamblea para rogar
al Buda que no se preocupe del porvenir del sutra, aun en los terribles días venideros. Una
edad oscura se aproxima, según dicen ellos, un período de guerras y de confusión, de
derramamiento de sangre y de maldad. Pero ellos le dicen al Buda que no se inquiete, que
incluso en la terrible edad que viene, se acordarán de la enseñanza la preservarán, la
protegerán y la diseminarán.
Enseguida nos damos cuenta de que la preservación del sutra no será tarea fácil. El
Bodhisattva Manjushri comenta que es una responsabilidad tremenda, y el Buda está de
acuerdo y a continuación analiza las cuatro cualidades que deben poseer los Bodhisattvas
que deseen satisfacer esta misión. Primero, su conducta debe ser perfecta. Segundo, deben
limitarse a 'esferas apropiadas de actividad', lo que quiere decir evitar las compañías
impropias y morar interiormente en la verdadera naturaleza de la Realidad. Tercero, deben
mantener estados de ánimo felices y tranquilos, no afectados por los celos ni la envidia.
Cuatro, deben cultivar sentimientos de amor hacia todos los seres conscientes. El Buda
explica estas cualidades detalladamente, y les cuenta otra parábola, la parábola del rey que
hace rodar la rueda, o el monarca universal. (Un rey que hace rodar la rueda es el que hace
rodar la rueda del Dharma, es decir, uno que gobierna según la enseñanza del Buda.)He
aquí la historia: Erase una vez un rey que hizo la guerra porque quería extender sus
dominios. Sus soldados lucharon con tanto heroísmo que el rey quedó contentísimo, y les
dio todas las recompensas que merecían. Les dio casas, tierra, vestidos, esclavos, carros,
oro, plata, gemas - de hecho, todo lo que tenía en su palacio. La única cosa que no regaló
fue la magnífica joya que llevaba en su propio turbante. Sin embargo, a la larga, estuvo tan
contento con la valentía de sus soldados que tomó la joya y se la entregó también. Explica
entonces el Buda que él mismo se parece a este rey. Viendo los esfuerzos hechos por sus
discípulos en practicar sus enseñanzas, viendo su valentía en la lucha contra Mara, les
recompensa con más enseñanzas y bendiciones. Al final, no retiene nada para si, les da la
suprema enseñanza, el 'sutra del loto blanco'.
Después de oír esta parábola, los grandes Bodhisattvas que vinieron de otros sistemas de
mundos con sus propios Budas ofrecen sus servicios también. Pero Sakyamuni les dice:
'Vuestra ayuda no es necesaria. Tengo innumerables Bodhisattvas aquí en este mundo mío,
y protegerán el 'sutra del loto blanco' después de mi muerte'. Al decir esto, el universo se
sacude y tiembla, y desde el espacio debajo de la tierra sale una muchedumbre incalculable
de Bodhisattvas irreversibles. Uno a uno saludan a todos los Budas presentes y cantan sus
alabanzas. Aunque esto dura un período de tiempo extraordinario - 50 eones, durante los
cuales toda la asamblea queda en total silencio -, gracias al poder del Buda parece como si
pasara sólo en una tarde.
Después de todas las salutaciones y cantos, el Buda Sakyamuni y los 4 jefes de la gran
muchedumbre de Bodhisattvas irreversibles se saludan. Esto parece implicar que
Sakyamuni reconoce a los Bodhisattvas recién llegados como a propios discípulos. La
asamblea apenas lo cree. Pero el Buda asegurándoselo les dice: 'Sí, estos son realmente mis
propios discípulos que siguen el Gran Camino desde hace mucho tiempo. No los habéis
visto antes porque viven debajo de la tierra. Esto no satisface a los discípulos perplejos y
dicen: 'Pero tú lograste la Iluminación debajo del árbol bodhi en Bodhgaya hace sólo 40
años. ¿Cómo es posible que hayas entrenado a esta fantástica cantidad de Bodhisattvas en
ese tiempo? Podríamos creer en unos centenares, incluso en unos miles ¿Pero tantísimos?
Además parecen pertenecer a edades pasadas y a otros sistemas de mundos. ¿Cómo es
posible pretender que todos sean sus discípulos? Sería igualmente ridículo que un joven de
25 años señalara a una muchedumbre de viejecitos arrugaditos y dijera que son sus hijos.'
El Buda, claro está, tiene una respuesta a todo este escepticismo. Esta respuesta es, según
el Mahayana, una revelación central, lo cual hace de esta escena el punto culminante de
todo el drama de la Iluminación cósmica. El Buda dice que en realidad no obtuvo la
Iluminación hace sólo 40 años. De hecho, la logró hace innumerables millones de años. En
otras palabras, el Buda hace la afirmación algo asombrosa de haber estado iluminado desde
siempre. Ahora es obvio que ya no está hablando el Sakyamuni histórico, sino el principio
universal y cósmico de la Iluminación misma. Durante todos estos millones de años, dice
el Buda, él ha estado enseñando y predicando en muchas formas distintas, y en muchos
mundos distintos. Apareció como el Buda Dipankara, el Buda Sakyamuni etc. En realidad
no nace, no logra realmente la Iluminación, no muere de verdad, sólo parece que esto
ocurre para alentarnos a todos. Si se quedara con la gente todo el tiempo, según dice, no lo
apreciarían ni seguirían su enseñanza. Para ilustrar este punto él cuenta la parábola del
buen médico.
La gran declaración de que el Buda ha estado eternamente iluminado produce un gran
efecto sobre la asamblea. Multitudes de discípulos obtienen logros transcendentales,
poderes, comprensión y bendiciones, mientras que flores, incienso y joyas caen del cielo,
toldos celestiales se elevan, e innumerables Bodhisattvas cantan las alabanzas de todos los
Budas. Una escena que provee un marco muy a propósito para la enseñanza que sigue.
Ahora el Buda explica que el desarrollo de la fe en su vida eterna, fe en el sentido de una
respuesta emocional, equivale al desarrollo de la sabiduría. Tal fe es la sabiduría expresada
emocionalmente. Si posees este tipo de fe, verás y oirás al Buda universal sobre “el Pico
del buitre espiritual” eternamente predicando el 'sutra del loto blanco'. Además, dice el
Buda, los méritos de escuchar el sutra son enormes, y los méritos de enseñarlo aún
mayores; y, claro está, que se pierde mérito al menospreciar el sutra de cualquier manera.
Esta advertencia introduce el episodio del Bodhisattva llamado Nunca Dirigir. Nunca
Dirigir, dice el Buda, era un Bodhisattva que vivió hace millones de años y que solía decir
a todo el mundo: 'No es mi tarea dirigirles. Uds. son libres de hacer lo que les de la gana.
Pero yo les aconsejo seguir la vida del Bodhisattva para que al final lleguen a ser Budas
perfectos’. Ahora bien, algunos de los que le escuchaban terminaron por hartarse de Nunca
Dirigir. ¿Por que demonios iban a querer hacerse Budas? Muchos de ellos se enfadaron
tanto que llegaron a injuriar al Bodhisattva, a golpearlo con palos, a apedrearlo y hacer que
lo pasara bastante mal. Sin embargo, él no se daba por vencido y sin sentir mala voluntad
hacia sus ofensores, retrocedía a un lugar salvo y seguro, a cierta distancia, desde donde
gritaba de nuevo: 'No debo dirigirles. Todos serán Budas'. Es así que obtuvo su apodo,
Nunca Dirigir. Sakyamuni termina la historia diciendo que él era Nunca Dirigir en una
vida previa, y que algunos de los que le acosaban aquellos días eran sus discípulos
actuales.
Entonces hablan los Bodhisattvas irreversibles del fondo de la tierra. Ellos prometen
proteger el 'sutra del loto blanco' y dicen que lo predicarán por todo el universo. Su
promesa trae consigo todo tipo de maravillas y de prodigios. Los reinos de los Budas en
todas las direcciones del espacio empiezan a agitarse y a temblar. Todos los habitantes de
esos mundos distantes miran el mundo Saha y lo ven, tal y como si mirasen a las
profundidades de las aguas y vieran el fondo. Ven a los Budas Sakyamuni y Abundantes
Tesoros sentados compartiendo el trono de loto en medio de la estupa, y ven también a los
innumerables millones de Bodhisattvas.
Sakyamuni es gozosamente saludado por los dioses que dejan caer desde los cielos flores,
incienso y joyas que se mezclan en una gran masa, como nubes que se juntan, para formar
un toldo que cubre el cielo entero. Se produce prodigio tras prodigio hasta que todos los
mundos en el universo se reflejan, como millones de espejos que se reflejan mútuamente, y
se interpenetran como innumerables rayos de luz de colores. Al final, todos estos
universos, con todos sus seres, con todos sus Budas y Bodhisattvas se funden en un reino
de Buda armonioso, un cosmos donde el principio de la Iluminación reina sobre todo.
Una última vez, el Buda alaba los méritos de su sutra, y recuerda a la asamblea que
importa preservarlo y diseminarlo. Luego se levanta de su trono de leones en medio del
cielo y pone la mano derecha en las cabezas de los innumerables Bodhisattvas irreversibles
para bendecirles. Al final pide a los Budas que vuelvan a sus propios dominios, diciendo:
'Budas, iros en paz. Que el estupa del Buda Abundantes Tesoros vuelva a su sitio'. Todo el
mundo se regocija - y así concluye el gran drama.
Cap. 3:
La Trascendencia de la Condición Humana
Los seres humanos vivimos en dos mundos bastante distintos. A veces vivimos en el
mundo del pensamiento racional, el mundo de la ciencia, la filosofía, los conceptos, el
de la generalización sistemática a partir de la experiencia. Pero a veces vivimos en un
mundo muy diferente de ése: el mundo del subconsciente, el mundo de la poesía, los
mitos y los símbolos. La necesidad de que estos dos aspectos de la naturaleza humana
sean incluidos en la vida espiritual lleva a que se narre la primera parábola del Sutra del
Loto Blanco.
Al comienzo, como ya hemos visto, el Buda se resiste a hablar porque la verdad de las
cosas es sumamente difícil de comprender, pero al final es persuadido para tratar de dar
una explicación. Con términos conceptuales claros él les dice a sus discípulos que su
enseñanza sobre la erradicación de sentimientos negativos es tan sólo el principio. Ellos,
todos Arahantes, pensaban que esa enseñanza lo era todo en cuestión del logro
espiritual. Pero es únicamente una forma de iniciar el camino espiritual. El Buda
entonces revela una meta espiritual superior que no sólo consiste en la erradicación de
los sentimientos negativos, sino también en le logro del conocimiento espiritual positivo
y la Iluminación: la Budeidad Perfecta. Y la forma de alcanzar esa meta superior es
practicar el Ideal del Bodhisattva, ir hacia la Iluminación no sólo por el beneficio de la
emancipación individual, sino para contribuir al proceso cósmico de la Iluminación, la
Iluminación de todos los seres.
Claro está que cuando oyen esto un número de los discípulos allí presentes se niega a
concebir tal idea y se marcha de inmediato, y muchos de los que se quedan se ven
precipitados a un estado de confusión. ¿Tendrán que abandonar todo lo que hasta
entonces se les había enseñado? ¿Han perdido el tiempo hasta ahora? Quizá llegan a
comprender la enseñanza nueva de modo racional e intelectual, pero sus corazones no
están convencidos. Sariputra, el más grande y sabio de todos los discípulos, acepta
totalmente la nueva enseñanza, pero es consciente de que muchos de los demás
permanecen perplejos y habla por ellos: ¿Podría el Buda explicárselo de algún otro
modo? En respuesta, el Buda dice que va a narrarles una historia y añade que “por
medio de una parábola la gente inteligente llega a comprender”. A veces es difícil
comprender cosas cuando se las explica en forma seca, abstracta y conceptual. Pero con
la ayuda de un cuento se clarifica mucho. La historia que el Buda cuenta es la parábola
de la casa incendiada:
Erase una vez un gran anciano, un anciano muy rico que vivía en una gran mansión con
sus muchos hijos y sus cientos de sirvientes. El relato no menciona esposas o madres,
pero dice que el anciano tenía unos treinta hijos, de los cuales algunos eran aún bastante
pequeños. La casa en que vivían había sido magnífica, pero ahora era ya vieja y
destartalada. Los pilares estaban cayéndose, las ventanas rotas, los suelos pudriéndose y
las paredes desmoronándose. En los rincones y recovecos de esta casa destartalada
acechaban toda clase de fantasmas y malos espíritus.
Un día, de pronto, se prendió fuego la casa. Por ser vieja estaba la madera muy seca y el
fuego se propagaba con rapidez. Ocurrió que el viejo estaba a salvo, fuera de la casa
cuando el fuego empezó, pero los niños estaban jugando dentro. Como eran demasiado
jóvenes para darse cuenta de que estaban en peligro de morir ardiendo, continuaban
jugando y no hacían nada por escapar.
El viejo, claro está, sintió mucho temor por sus hijos y se preguntaba de que forma
podría salvarlos. En primer lugar, pensó sacarlos de la casa uno a uno, ya que él era
fuerte y hábil, pero enseguida se dio cuenta de que sería imposible sacarlos a todos a
tiempo. Entonces decidió que mejor sería llamarlos y les grito: ¡La casa arde! ¡Estáis en
un peligro terrible! ¡Salid rápidamente! Pero los niños no tenían ni idea de a lo que se
refería el padre al decir que había peligro. Ellos siguieron con sus juegos, corriendo de
allá para acá y mirando de cuando en cuando a su padre pero sin hacerle realmente caso.
El viejo veía que no había tiempo que perder, la casa podía derrumbarse en cualquier
momento. En plena desesperación se le ocurrió otro plan. Los engañaría para hacerles
salir de la casa. Conocía bien a cada uno de sus hijos, los distintos tipos de juguetes que
cada cual prefería. Así que les gritó: ¡Salid y ved los juguetes que os he traído! Hay
todo tipo de carrozas. Las hay tiradas por gacelas, tiradas por cabras y tiradas por
novillos. Todas las tenéis aquí mismo, fuera de la verja de la casa. ¡Venid, mirad!
Aunque los niños se habían mostrado indiferentes a todas sus advertencias, esta vez sí
que le escuchan. Salen todos corriendo y rodando, empujándose y adelantándose para
llegar antes a los juguetes nuevos.
Cuando el anciano se aseguró que todos los niños habían salido salvos de la casa, se
sentó y suspiro con gran alivio. Pero los niños inmediatamente se pusieron a reclamar y
exigir los juguetes que les había prometido. El anciano amaba muchísimo a todos sus
hijos y quería darles todo lo que sus corazones deseasen. Y además era,
afortunadamente, extremadamente rico; su riqueza era de hecho infinita, así que podía
darles lo mejor de todo. Por lo tanto, en vez de darles las carrozas de tipos diferentes
que les había prometido, les dio a cada uno una carroza magnífica y tirada por un
novillo, una carroza mayor y mejor que la que jamás hubiesen podido imaginar. No fue
engañoso de su parte prometerles una cosa y darles otra, ya que su motivación era el
deseo por el bienestar y la seguridad de sus hijos.
Esta es la parábola de la casa incendiada. En cierto sentido, no es necesario añadir nada,
ya que la parábola habla directamente en su propio lenguaje simbólico. Simplemente
quiere decir lo que dice, y debemos dejar que su significado nos penetre. No obstante,
puede ser útil recapacitar sobre los acontecimientos en el cuento y ver que significado
tienen para uno mismo.
El anciano es, por supuesto, el Buda, el Iluminado, y la mansión en la que vive es el
mundo, pero no sólo la Tierra, sino todo el universo, toda la existencia condicionada,
todos los mundos. La mansión, o el universo, está habitado por muchos seres, no sólo
seres humanos; según el budismo hay en él seres memos desarrollados que los humanos
y más desarrollados también. Del mismo modo que la casa está vieja y desmoronada, el
universo está sujeto a todo tipo de imperfecciones. Para empezar, es transitorio y está
siempre cambiando; no podemos permanecer mucho tiempo en él, así que es más como
un hotel que como una casa. Tiene esta mansión fantasmas en los rincones, lo que
sugiere que nuestro mundo está embrujado. ¿Pero qué es lo que lo embruja? Es el
pasado. Nos complace pensar que vivimos en el presente, pero lo más frecuente es estar
rodeados de los fantasmas del pasado. Quizá pensamos que en nuestra experiencia consiste de seres y situaciones que vivimos objetivamente, pero con frecuencia no son
otra cosa que las proyecciones de nuestro subconsciente; los fantasmas del pasado que
llevamos a todas partes con nosotros.
En la parábola, la mansión se incendia en un momento determinado, pero en realidad la
mansión que es el universo está constantemente en llamas. El empleo del símbolo del
fuego es muy frecuente en el budismo, así como lo es también en la religión india en
general.
El Buda lo emplea en una enseñanza que se llama el Sermón del Fuego, que él pronunció
poco después de su Iluminación, dirigiéndose a un grupo de discípulos que habían sido
previamente ascetas del pelo enmarañado, cuya práctica principal era la adoración del
fuego. Sin duda el Buda aludía a su práctica previa cuando llevó a mil de ellos hasta la
cumbre de una colina y les dijo: “El mundo entero está en llamas. El mundo entero arde.
¿Qué le hace arder? Arde con el fuego del querer y del deseo neurótico. Arde con el fuego
de la rabia, del odio y de la agresión. Arde con el fuego de la ignorancia, del error, del
engaño y de la falta de consciencia.” Seguramente esto no fue sólo una idea del Buda, un
concepto que había concebido. Seguramente él vio el mundo de esta manera como si fuese
una visión.. Quizá antes de hablar había mirado desde la cumbre y había visto, en la jungla
a los pies de la colina, un incendio que ardía a lo lejos. Posiblemente vio con su visión
espiritual, que no sólo se quemaba la selva, sino que ardían también las casas, la gente, las
montañas, la tierra, el sol, la luna y las estrellas: todo lo condicionado se quemaba en el
triple fuego del deseo, del odio y de la ignorancia.
Sin embargo el fuego, lejos de ser un mero símbolo negativo, posee muchas asociaciones
positivas. Se le asocia con el cambio, de hecho, el fuego, el proceso de la combustión, es el
cambio, y no sólo el cambio sino la transformación. En la vida espiritual india, el fuego
simboliza no sólo la destrucción, sino el renacimiento espiritual. En la época védica,
mucho antes del Buda, la gente ponía ofrendas sobre un altar de fuego, para que subieran
en la forma sutil del humo hasta los reinos de los dioses. En el rito de la incineración se da
una transformación parecida, pues el cuerpo físico se reduce a cenizas y, según las
creencias de los indios antiguos, de ese modo se enviaba el aspecto sutil del ser, o el alma,
a la luna o al sol, o al mundo de los padres, o al mundo de los dioses. En el hinduismo la
incineración es el reino de Shiva el Destructor, dios no sólo de la destrucción sino también
del renacer espiritual, porque antes de construir hay que destruir. Las llamas que rodean a
los dioses coléricos del budismo tibetano también simbolizan la transformación por el
fuego; la irrupción de las llamas del espíritu de la Iluminación en la oscuridad e ignorancia
del mundo.
Pero el incendio es una amenaza para los niños en la mansión; de hecho el peligro de la
muerte. ¿Qué representan estos niños? Obviamente representan seres conscientes, sobre
todo humanos, es decir, nosotros. En el contexto del sutra representan a los discípulos del
Hinayana, que siguen ideales espirituales inferiores. En general se podría decir que
representan a todos aquellos que se han desarrollado hasta cierto punto, pero con cierta
distancia - quizá mucha - que caminar todavía.
Los niños en la parábola están en peligro de morir abrasados. Esto implica que los seres
humanos están en peligro - que nosotros estamos en peligro. ¿Qué significa esto? Puede
significar que estamos en peligro de permanecer en este mundo, dentro del proceso de la
existencia condicionada, el ciclo del nacimiento, de la muerte y del renacer tal como se
describe en la Rueda tibetana de la Vida.. El peligro estriba en seguir girando dentro de la
rueda - lo que lleva inevitablemente al sufrimiento, por lo menos a veces. Pero esto
también puede significar que estamos en peligro de quedarnos parados a un nivel inferior
de desarrollo. Desgraciadamente esto pasa a mucha gente y no siempre por su propia
culpa. El organismo humano posee una tendencia natural a crecer, de modo biológico,
psicológico e incluso espiritual. De hecho, la naturaleza de la vida es el crecer. La vida en
todas sus formas desea desarrollar su potencial interior, y si un ser viviente no logra
hacerlo, se siente desgraciado o, como mínimo, desasosegado e insatisfecho. Existe gente
tan oprimida por las circunstancias que no pueden ni siquiera crecer - a veces sienten que
no pueden ni siquiera respirar. Todo tipo de circunstancias desagradables e incontrolables
les acosan por todos los lados. Las circunstancias les estrangulan, les ahogan, hasta el
punto de sentir que no se desarrollan como deberían y podrían; se sienten no solo
frustrados y restringidos, sino desdichados, resentidos e infelices desde todo punto de vista.
En la parábola el que intenta salvar a los niños del incendio es su padre. Si 'padre' quiere
decir el progenitor de los niños, esto podría implicar que el Buda es un tipo de dios
creador, creador del mundo, de los hombres y de las mujeres y de todos los seres
conscientes. Pero este 'padre' solo sugiere alguien mayor y más experimentado, alguien
sumamente evolucionado. El es algo así como el 'padre cultural' de algunas culturas
llamadas primitivas, donde se da el padre biológico y el padre cultural - casi siempre el
hermano de la madre - que es responsable de la educación e instrucción. (En la sociedad
moderna el padre biológico cumple estos dos papeles, pero eso no es una regla invariable).
Así pues, no hay ninguna implicación de teísmo en la parábola.
El primer impulso del anciano, cuando se inicia el incendio es entrar corriendo en la casa
para sacar a los niños. Piensa que es bastante fuerte para hacerlo, pero luego rechaza la
idea. Esto demuestra que, por bien preparado que se esté, no se puede salvar a la gente a la
fuerza, esto es, hablando de salvación espiritual. Se puede concebir sacar a alguien a la
fuerza de una casa incendiada, pero es imposible forzarle a uno a evolucionar contra su
voluntad. Puedes llevarlo a rastras a clases de meditación, puedes llevarlo a rastras a la
iglesia. Se puede forzar a una persona a recitar el credo y a que lea la Biblia. Se puede
intimidar a alguien para que haga esto o no haga aquello. Pero resulta imposible forzarle a
evolucionar contra su voluntad. Por su naturaleza misma, la Evolución Superior es un
proceso voluntario, algo que haces porque deseas hacerlo.
Eso, desgraciadamente, se olvida a veces. Algunos maestros religiosos piensan que lo que
la gente necesita para crecer espiritualmente es la disciplina. Tales maestros están muy
dispuestos a ofrecerla y a hacer que sus discípulos lo pasen mal. Y por supuesto, no faltan
quienes estén listos a aceptar este tipo de disciplina. No resulta difícil encontrar formas de
condicionar a algunos según ciertas líneas. Sin embargo este tipo de condicionamiento es
muy distinto del desarrollo espiritual real. El budismo no fuerza, no obliga, no intimida, no
recurre a la disciplina en el sentido casi militar de la palabra, porque el intento de forzar a
la gente a desarrollarse resulta contraproducente. A lo largo de toda la historia del budismo
los maestros budistas han sido muy tolerantes. El budismo nunca ha tratado de forzar a
nadie a hacer algo.
Al final el anciano renuncia a la idea de sacar a los niños y opta por llamarles. Esta llamada
está llena de significado. Representa la llamada de la Verdad, incluso la llamada de lo
divino. Volviendo a la tradición hindú de nuevo, encontramos el simbolismo de la llamada
bellamente expresado en el cuento medieval hindú de Krisna y su flauta. Krisna es una de
las grandes figuras espirituales del hinduismo, es un semidiós del que se dice que es una
encarnación de Visnu el Preservador; y hay sobre él todo tipo de mitos y de leyendas. El
cuento de la flauta de Krisna tiene lugar en una aldea india que se llama Vrindavana, donde
la gente vivía del pastoreo de bueyes. lmaginad la escena: Es una noche oscura sin luna y
toda la aldea duerme. Las vacas están encerradas en los establos, y todo permanece en
absoluto silencio - las pequeñas cabañas de barro, los campos y la selva. Súbitamente, en
medio de la oscuridad y el silencio surge un sonido desde las profundidades de la selva, un
sonido lejano, dulce y agudo que parece llegar de una distancia infinitamente remota, es el
sonido de una flauta. Incluso hoy en día, en la India se puede tener esa experiencia. Te
encuentras totalmente solo en el campo, sin nadie a tu alrededor por millas, y de pronto, de
la oscuridad y del silencio surge el sonido de una flauta.
Aunque el sonido de la flauta es débil y muy distante, no llega en vano a la aldea de
Vrindavana. Como si lo estuviesen esperando, las mujeres de los pastores - las gopis - se
despiertan y saben en seguida que Krisna las llama. Sin hacer ruido, sin hablar con nadie,
se levantan, salen de sus casas en silencio y van por las calles de la aldea hasta la selva.
Dejan a sus maridos y a sus hijos, sus calderas, sus vacas y sus cabras. Se marchan
sigilosamente y en cuanto pueden se apresuran para bailar con Krisna en medio de la selva.
En este cuento Krisna simboliza lo divino, y las gopis representan el corazón humano, o el
alma, incluso; el sonido de la flauta de Krisna es la llamada de lo divino que suena desde
las profundidades de la existencia. En realidad, muchos de nosotros oímos tal llamada por
lo menos una vez durante nuestra vida. Puede llegar en un momento de tranquilidad
cuando estamos en el campo, o gracias a una experiencia de gran belleza artística, de
literatura o de música geniales. Quizá lo oímos después de un hecho trágico, o al sentirnos
cansados de la vida. En tal coyuntura se puede oír la llamada, que a veces se llama la voz
del silencio, la voz de algo más allá. Pero aun si oímos esta voz claramente, solemos no
hacerle caso. La mera idea de tal voz nos preocupa. No sabemos de donde viene ni a qué
región misteriosa nos puede llevar. Si la seguimos a terreno no conocido, tememos tener
que renunciar a muchas cosas que nos atraen. Por eso nos decimos que es pura
imaginación, o que estamos soñando y seguimos viviendo, trabajando y pasándolo bien
como si no hubiésemos oído nada.
Por supuesto que a menudo estamos tan ocupados disfrutando que ni siquiera oímos la
llamada; igual que los niños en la parábola. Ellos apenas hacen caso a las llamadas de su
padre. Pues como dice el Buda - y seguramente lo diría con una sonrisa - están absortos en
sus juegos. Nosotros nos quedamos absortos en nuestros juegos - los juegos psicológicos,
los juegos espirituales, los juegos culturales en que pasamos casi todo el tiempo. Nos
fascinan tanto nuestros juegos de éxito, prestigio, popularidad, egoísmo disfrazados de
realización del potencial etc, que aunque oímos la voz de lo divino, la voz del Buda,
seguimos jugando.
Además, somos como los niños en la casa en fuego, no solo seguimos jugando, sino que
corremos de acá para allá, de un juego a otro. Somos seres intranquilos, ansiosos,
incapaces de permanecer en un sitio mucho rato. Deseamos constantemente cambiar de
juego, incluso de compañero o compañera, y acabamos corriendo de acá para allá
desesperados. De vez en cuando alguna cosa nos hace detenernos. Recordareis que en el cuento los niños se paran de vez en cuando para mirar al padre un instante. De modo
parecido, nosotros conforme vamos corriendo de acá para allá con nuestros jueguitos,
echamos una ojeada a veces hacia la religión.
¿Qué puede hacer el anciano? La fuerza no sirve y los niños no responden a su llamada.
Finalmente la única alternativa es el recurrir a una estratagema - en otras palabras, una
trampa. Este tipo de engaño, que beneficia a quien se le hace, se llama en el budismo
upaya kausalya, o medio hábil. El anciano sabe que los juguetes les gustan a los niños, por
eso, decide persuadirles a salir de la casa incendiada con la promesa de carrozas de
distintos tipos: carrozas de ciervos, carrozas de cabras, carrozas de novillos. Estos tres
tipos de carrozas representan, técnicamente, los tres vehículos, los tres yanas - el
sravakayayana, el pratyekabuddhayan', y el bodhisattvayana - es decir, el ideal del
Arahant, el ideal de la Iluminación privada y el ideal del Bodhisattva. Las carrozas también
simbolizan distintas formulaciones de la enseñanza del Buda, incluso distintas formas
sectarias del budismo, adaptadas a las necesidades de temperamentos diferentes.
Aunque los niños no hacen caso a los avisos de peligro del padre, en cuanto él les promete
todos esos juguetes magníficos, salen corriendo. Su reacción ilusionada a la promesa de
sus juguetes predilectos, dice algo un tanto perspicaz sobre cómo la religión atrae a la
gente. Parece sugerir - tomando en cuenta lo que simbolizan los juguetes - que el enfoque a
la verdad sectario y subjetivo atrae mucho más que un enfoque más universal y objetivo.
Parece ser así en la práctica. Es cierto que son las formas mas exclusivas de la religión las
que ejercen una atracción emocional mas fuerte. Si tu estrategia inicial es decir: “Mira, yo
lo veo así. Otros lo ven de modo distinto, quizá tengamos todos razón desde nuestros
puntos de vista y podemos ir todos adelante juntos”, no convencerás a la persona corriente.
La manera de atraer a seguidores es mantener que la tuya es la sola religión verdadera y
que las demás se equivocan todas. Esto explica porqué las formas del budismo que a lo
largo de la historia se han hecho más exclusivas - es decir, exclusivas en la manera que la
exclusividad se entiende en el budismo - son las más populares en occidente.
¿Que un enfoque sectario es más popular quiere decir que sea necesario? ¿Es que tenemos
que seguir un camino particular y sólo posteriormente tomar un enfoque más amplio en
nuestra experiencia espiritual, igual que hicieron los Arahantes? Si contemplamos nuestra
posición, veremos que es poco probable que eso nos sea posible. En la época del Buda sin
duda eso era posible. Sus discípulos podían aprender y practicar una sola enseñanza. En
aquella época no había escritura, al menos no la había para asuntos religiosos, así que el
Buda daba todas sus enseñanzas oralmente. Los discípulos no disponían de libros sobre la
religión y ciertamente no iban a otros maestros, por lo tanto sólo sabían lo que el Buda les
enseñaba.
Aun en épocas más recientes, formas distintas de religión existían independientemente en
partes distintas del mundo, incluso en un mismo país. Era pues perfectamente posible
limitarse a una enseñanza o secta ignorando completamente todas las demás. Hasta no
hace mucho tiempo, se podía ser cristiano en occidente sin haber oído nunca nada sobre el
Budismo o el Hinduismo; y en el oriente se podía ser budista sin jamás oír nada sobre el
Cristianismo.
El mundo ha cambiado mucho. Hoy en día cualquiera puede estudiar cualquier cosa.
Todas las enseñanzas espirituales están disponibles en libros - “Quien se mueve, lee” como
dijo John Keble. Es entonces imposible mantener a alguien alejado de enseñanzas para las
que no está listo. Esto quiere decir que la gente obtiene todo tipo de enseñanzas que sólo
puede entender mal y malinterpretar, porque no están lo suficientemente desarrollados
espiritualmente. Esto no puede ser constructivo. Con las mejoras en la comunicación y el
transporte, el mundo se está haciendo cada vez más pequeño. Todas las religiones, incluso
todas las sectas, son cada vez más fáciles de encontrar por todas partes. Ya no es posible
seguir una e ignorar todas las demás; como mínimo sabremos de ellas por medio de libros
y de comentarios.
En estas circunstancias, lo único que se puede hacer es que las religiones traten de ver la
parábola de la casa incendiada en su perspectiva universal. Todos necesitamos tratar de
reconocer que todos los caminos son aspectos diferentes de un mismo camino, el camino a
la Budeidad perfecta, el camino a la Iluminación. Por supuesto que siguen habiendo
temperamentos distintos, pero el sectarismo ya no es necesario para atender a sus
requisitos. Elegir un método de práctica espiritual apropiado para nuestras necesidades es
suficiente; por ejemplo un método adecuado de meditación. No necesitamos ser
theravadines, practicantes de Zen o mahayanistas, ¿Por qué no ser simplemente budista? Y
el budismo puede ser interpretado de forma muy amplia. Según el propio criterio del Buda,
el budismo es todo lo que conduce a la Iluminación del individuo. De todos los maestros
religiosos, sólo el Buda parece haber comprendido que la religión es realmente el proceso
de evolución y desarrollo del individuo. Las organizaciones sectarias tienden a perder esto
de vista. De hecho, muchas de ellas lo que más expresan son emociones negativas y
estaríamos mejor sin su exclusividad e intolerancia.
Habréis notado que los niños en la parábola tienen tantas ganas de tomar las carrozas que
salen de la casa empujándose y dándose codazos. Del mismo modo, nosotros, con las
prisas de salir de la casa para agarrar nuestro juguete, en vez de salir cogidos de la mano,
damos codazos y empujamos a los demás que están tratando de salir también. Quizás
precisamente no persigamos a nadie - al menos si somos budistas - pero aun así puede que
no radiemos exactamente sentimientos positivos hacia los que siguen otros caminos. Como
hemos visto, eso ha de cambiar, y, de hecho, la parábola demuestra que cambia cuando
uno progresa en el camino que ha elegido. Una vez que los niños están fuera, el anciano le
da a cada uno de ellos el mejor tipo de carroza - el mismo tipo para todos - mejor y mayor
que cualquiera que hubiesen podido imaginar. Esta es la indicación de que cuanto más
cerca se está de la meta, más convergen los caminos.
La gente entra en la vida espiritual de manera distinta. Algunos a través de la música, el
arte y la poesía; otros por el trabajo social, otros por la meditación, otros por el deseo de
superar problemas psicológicos apremiantes. Hay quien se siente atraído por el Zen, hay
quien por el Theravada. Todos tenemos nuestra propia idiosincrasia, por lo tanto es natural
que al principio nos sintamos atraídos por cosas diferentes. Pero a medida que
profundizamos en el enfoque que hemos elegido, nos damos cuenta de que está
cambiándonos. Nos empezamos a dar cuenta de que nuestra idiosincrasia y nuestro
temperamento - aquello que nos llevó a elegir un enfoque particular - están alcanzando una
resolución.. Al final llegamos a entender que todas los tipos de arte, todos los tipos de
religión, son medios para la evolución superior de la humanidad. Por medio de nuestra
participación en alguno de ellos evolucionamos, y otra gente también evoluciona, aun sí
sus intereses y preocupaciones son distintas a las nuestras. Estamos todos evolucionando
juntos, todos participamos en el mismo proceso de la Evolución Superior; en términos
budistas, el proceso de la Iluminación cósmica. Este es realmente el mensaje de la parábola
de la casa incendiada.
¿Quiere esto decir que la parábola tiene como enseñanza el universalismo? ¿Nos dice que
la distinción entre los yanas es algo ilusorio? ¿Que en realidad hay sólo un yana? Yo
entiendo que el universalismo dice que todas las religiones enseñan la misma cosa y que,
por lo tanto, no hay diferencia entre ellas. Las doctrinas parecen diferentes pero los
universalistas dicen que eso es sólo cuestión de palabras; el significado es el mismo. Esto
lo defienden tratando de equiparar doctrinas distintas. Por ejemplo, dicen que la Trinidad
cristiana (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) corresponde al trikaya budista
(dharmakaya, sambhogakaya y nirmanakaya) y al trimurti hindú (Brahma, Visnu y
Mahesvara). Este tipo de ecuaciones en todos los sentidos, que es la esencia misma del
universalismo, con frecuencia conduce a interpretaciones muy forzadas.
Está bastante claro que la parábola de la casa incendiada no enseña el universalismo en ese
sentido. No dice que todas las religiones enseñan lo mismo; obviamente enseñan cosas
distintas. Además, algunas religiones están más avanzadas que otras; las religiones
universales, por ejemplo, están más avanzadas que las étnicas. Los universalistas pretenden
que todas las religiones son verdaderas en cualquier respecto, pero los budistas dirían que
hay enseñanzas que pasan por religiosas pero que, porque son falsas, no son en absoluto
religiosas. La doctrina cristiana del castigo eterno es un ejemplo de tales enseñanzas.
La parábola no dice ni siquiera que todos los yanas del budismo enseñen lo mismo. Lo que
definitivamente mantiene es que todos los distintos caminos son parte de la misma
“corriente de tendencia”, como diría Matthew Arnold. Todos estamos tratando de salir de
la misma casa incendiada. Ciertamente, la parábola hace énfasis en el movimiento, la
escapada, en algo dinámico, contrariamente a la enseñanza estática universalista. El
universalista fija sistemas de creencias en pautas que dependen excesivamente de las
similitudes conceptuales, mientras que la parábola de la casa incendiada se apoya en la
unidad del proceso de evolución.
Otro asunto que surge en la parábola que debe ser comentado, ya que constituye un
tema principal, es la idea de la escapada como modelo para la vida espiritual. La única
preocupación del anciano es que sus hijos se escapen de la casa incendiada. ¿Quiere
esto decir que la parábola enseña el escapismo? Bueno, es bastante obvio que si lo
enseña en cierto sentido. Mucha gente diría que eso es típico de la forma en que las
religiones nos incitan a huir de los problemas del mundo, e incluso de nuestros propios
problemas. Además dirían que eso es verdad particularmente en el caso del budismo.
Pues ¡Mirad al Buda, dejando a su esposa y a su hijo! ¿No evita sus responsabilidades y
sus obligaciones? Hay quien diría que los cristianos permanecen en el mundo y tratan
de mejorarlo, tratando de ayudar al enfermo y cuidando al necesitado, mientras que los
budistas son unos holgazanes que meditan y no hacen caso de los pecados y el
sufrimiento a su alrededor. ¡Puro escapismo!
¿Pero escaparse es moralmente incorrecto? Suponed que estéis literalmente atrapados en
una casa incendiada. Allí, en la ventana del piso de arriba, rodeado de humo y de
llamas. Llegan los bomberos y te escapas saltando a la red o descendido por las
escaleras. ¿Dirían tus amigos después, ‘no debías haberlo hecho, eso es escapismo’? El
budismo simplemente ve que nuestra situación de sufrimiento y dolor, o como mínimo
de limitación, imperfección y frustración. Entonces nos dice ‘sal de ahí’. Esto es actuar
de forma realista, es igual que escapar de la casa incendiada.
Quizá la palabra ‘escapada’ no sea la correcta. Su significado principal es “ganar la
libertad por medio de la huida”, “salir ileso”, etc. Pero en el siglo diecinueve obtuvo la
acepción de “distracción mental o emocional de las realidades de la vida”. Esto dio
lugar a la noción de escapismo: ‘la tendencia a buscar, o la práctica de buscar, tal
distracción’. La casa incendiada en la parábola representa la circunstancia en que se
encuentra el ser humano. Dadas las connotaciones del término “escapar”, sería mejor
hablar de transcender la circunstancia humana en vez de escapar de ella. La parábola
nos enseña como transcender nuestro estado actual, como pasar de un estado inferior,
una existencia menos satisfactoria, a otro superior y más satisfactorio.
Todo esto no quiere decir que no haya tal cosa como el escapismo, pero necesitamos
comprender lo que el escapismo es realmente. No todos estamos dispuestos a hacer el
tipo de esfuerzo que requiere el proceso del crecimiento y el desarrollo; es de esto de lo
que tratamos de escapar. Cuando tratamos de evitar situaciones que exigen que vayamos
más allá de lo que hasta entonces somos, cuando tratamos de olvidar la circunstancia
humana, cuando tratamos de procurarnos una vida fácil, éstas son las ocasiones en que
realmente somos escapistas. El escapismo es la estancación, incluso la regresión. Es
cierto que a veces la actividad religiosa es también escapismo cuando consiste en alabar
la religión sin hacer ningún esfuerzo para la transformación personal; esto, sin embargo,
es menos frecuente hoy en día porque menos gente participa de la religión. Actualmente
lo más normal es que sean las actividades no religiosas las que proporcionen las salidas
para el escapismo. Para mucha gente el trabajo es escapismo, lo es también la política e
incluso las artes. La lectura es escapismo, ver la televisión es escapismo. El sexo es
escapismo. En resumen, todo lo que en la vida no lleva consigo un esfuerzo positivo y
deliberado para evolucionar es escapismo. Si recapacitamos sobre esto veremos que el
escapismo es la norma en vez de la excepción. Está claro que el escapismo de ese tipo
no es en absoluto lo que nos enseña la parábola de la casa incendiada. De lo que trata,
sobre todo, es del crecimiento, el desarrollo, la evolución.
Hoy en día la casa incendiada arde más alegremente que nunca, sólo hay que abrir un
periódico o poner la radio cualquier día de la semana para percatarnos de ello. Entonces
la cuestión de la escapada, o mejor dicho, la cuestión de la transcendencia, del
crecimiento y del desarrollo hacia un estado superior, se ha convertido en algo más
urgente que nunca, tanto para el individuo en sí como para el individuo como parte de la
comunidad espiritual. La religión convencional tal y como nos ha llegado ya no nos es
muy útil. Incluso el budismo tradicional oriental ya no nos es muy útil, ni a nosotros los
occidentales ni a la gente de oriente.
Aun así, no hay que desesperarse. Como dice un antiguo refrán: siempre se da la
oscuridad máxima antes del amanecer. En potencia, al menos, nos encontramos en el
dintel de una época en la que el mundo será un sólo mundo. Una época en que habrá
una sola comunidad mundial, simplemente una cultura humana a la que todas las
culturas existentes contribuirán lo mejor que tengan. La Iluminación será la meta
universalmente reconocida para cualquier ser humano y el camino de la evolución
superior será reconocido universalmente como la forma de alcanzar tal meta. Pero esto
no va a ocurrir automáticamente. Esto sólo ocurrirá en la medida que el ser humano
individual trate de crecer y si empezamos a hacer un esfuerzo para ello a partir de ahora
mismo. Si prestamos atención al mensaje de la parábola de la casa incendiada podremos
transcender, incluso aquí y ahora, la circunstancia humana.
Cap. 4:
El Mito del Viaje de Regreso
La parábola de la casa en llamas nos da una metáfora de la vida como un apuro, incluso
una trampa. Desde luego, esto es solamente una manera de verla. La existencia humana
tiene muchas facetas que son profundas, misteriosas y difíciles de entender. En
Antígona, de Sófocles, el coro canta estas palabras: “Maravillas, hay muchas, y ninguna
más maravillosa que el hombre”. A través de toda la historia las facetas de la naturaleza
y propósito de la vida humana han sido reflejadas por los símbolos y símiles por donde
has surgido mitos, leyendas y relatos; estos a su vez se han cristalizado en poemas
épicos, novelas, dramas y parábolas. El misterio de la vida humana siempre ha sido la
preocupación más importante de la humanidad. Las obras maestras de la literatura
antigua y moderna que conciernen algún aspecto de la existencia humana son leídas y
releídas incluso después de cientos y miles de años.
En algunas de estas grandes obras se ve la vida humana en términos de conflicto o
incluso de guerra. La Iliada de Homero, por ejemplo, narra la lucha entre los griegos y
los troyanos por Elena de Troya, una lucha no sólo de hombres y mujeres, sino también
de dioses y diosas. Unos doscientos o trescientos años después de la Iliada, se escribió
otro poema épico, tal vez del punto de vista literario no tan eminente, pero bastante más
largo: el Mahabharata. Este fue compuesto por Vyasa, un sabio y poeta indio, y narra la
lucha entre los Kauravas y sus primos los Pandavas por la propiedad del reino ancestral.
Un poeta de Europa del Norte escribió Beowulf, un poema épico anglosajón del siglo
ocho. En este poema se relata la historia de las batallas del héroe Beowulf contra sus
tres terribles adversarios: el monstruo diabólico Grendel, su madre, aún más diabólica, y
el dragón. Incluso en tiempos relativamente más modernos, nos ha llegado uno de los
poemas épicos más impresionantes: El Paraíso Perdido de Milton, cuyo tema principal
es la guerra en el Cielo, la lucha entre Satán y el Mesías. En todas estas obras, la vida se
ve como un conflicto. La vida es una lucha entre el bien y el mal, entre la luz y la
oscuridad, entre el cielo y el infierno, entre la consciencia y la inconsciencia, y el campo
de batalla es el corazón humano.
La existencia humana también puede ser vista como un acertijo, una adivinanza, un
misterio o incluso un problema, como por ejemplo en el Libro de Job en la Biblia. Job
se ha criado con la creencia de que Dios premia a los buenos por su virtud, y castiga a
los malos, aquí y ahora, en esta misma vida. Sin embargo, aunque Job no ve la maldad
en sí mismo, sufre y parece ser que su sufrimiento es un castigo de Dios. Se pregunta
¿por qué el hombre justo está aplastado mientras el hombre injusto prospera y florece
“como las hojas verdes del laurel?” Para poder entender la vida, Job necesita la
respuesta. El mismo tipo de pregunta atormenta a Hamlet, en la obra de Shakespeare,
confrontado por el asesinato de su inocente padre por su tío malvado. En el momento en
que Hamlet hace la famosa pregunta: “¿Ser o no ser?” la vida misma se ha convertido
en un problema.
Hay otras muchas maneras de considerar la existencia humana. Entre todos los símbolos
y símiles de la vida quizá el más popular y significativo es el del viaje o la
peregrinación. La vida no es solamente una lucha, ni un problema; sino es un viaje: un
viaje desde la cuna hasta la tumba, desde la inocencia hasta la experiencia, desde las
profundidades de la existencia hasta las alturas, desde la oscuridad hasta la luz, desde la
muerte hasta la inmortalidad. La vida se ve como un viaje en un gran número de obras:
la Odisea, la Divina Comedia, Mono, El Progreso del Peregrino, Wilhelm Meister, Peer
Gynt, y muchas otras.
El Sutra del Loto Blanco da su propio cuento de la vida humana como un viaje. La
parábola del viaje de regreso, que aparece en el capítulo 4, no es contada por el Buda
sino por los cuatro ancianos. Ellos escuchan al Buda decir a la asamblea que Sariputra
está ahora tan avanzado en su práctica que es seguro que va lograr la meta más alta: no
simplemente la emancipación de su propio pecado y sufrimiento, sino también a la
Budeidad en sí. Los cuatro ancianos se quedan atónitos y alegres al saber que la vida
espiritual tiene una meta más alta, la existencia de la cual no se les había ocurrido antes,
y dicen que es como si hubieran adquirido sin esperarlo una joya preciosa y al unísono
expresan sus sentimientos en una parábola:
Erase una vez un hombre que dejó a su padre y se marchó a un país muy lejano. Vivió
allí durante mucho tiempo, quizás cincuenta años, y en todo ese tiempo sufrió una vida
de pobreza miserable. Andando por allí y por allá, trabajando de vez en cuando, vivía
como podía y sus únicas posesiones eran la ropa que llevaba puesta. Mientras tanto, su
padre vivía una vida totalmente distinta, él era un comerciante con mucho éxito y, como
consecuencia, era muy rico. Su negocio le llevó de lugar a lugar hasta que finalmente se
estableció en un país, en el que siguió amontonando riquezas: oro, plata, joyas y cereal.
Poseía esclavos, obreros, caballos, carros, vacas y ovejas, hasta incluso elefantes (en
oriente, la posesión de elefantes es una señal de gran riqueza). Inevitablemente, docenas
de personas dependían de él y tenía a su alrededor mucha gente, todos esperando alguna
recompensa. Su fama se extendía por todas partes en el mundo de los negocios, la
agricultura y el comercio, y era además un conocido prestamista; vivía como un
príncipe. A pesar de todo eso, él nunca dejó de echar de menos a su hijo. ¿Cómo
estaría? ¿Se volverían a encontrar alguna vez? Estaba lleno de tristeza por esa
separación tan larga y su única esperanza era que algún día su hijo volviera para heredar
la riqueza que le pertenecía. “Después de todo -pensaba él- yo cada vez soy más viejo y,
sin duda, tarde o temprano moriré.”
Mientras tanto, el hijo seguía andando de pueblo en pueblo, de país en país hasta que un
día por casualidad llegó a la ciudad donde vivía su padre; aunque esto él no lo sabía. Iba
andando por las calles y buscando la manera de ganar suficiente para comprar comida, y
vio una casa enorme y un hombre en el portal. Era evidentemente un hombre muy rico y
estaba rodeado por una multitud de personas atendiéndole o esperando para verle.
Algunas de esas personas parecían tener facturas en la mano, otras tenían cantidades de
dinero para dárselo, otras querían hacerle regalos e, incluso, quizá también sobornos. El
se encontraba sentado en la puerta en un trono magnífico – hasta su taburete para los
pies estaba decorado con oro y con plata. Tocaba millones de monedas de oro, que
pasaban por sus manos y detrás de él había una persona abanicándole con un abanico
del rabo de un yac. En la India, el rabo de yac es un símbolo de la monarquía y de la
divinidad, por lo tanto sólo una persona riquísima, hasta el punto de considérasela, casi
divina recibiría esa atención. Además, estaba sentado bajo un dosel de seda decorado
con perlas, flores y guirnaldas de joyas. Era todo un espectáculo.
Cuando le vio el pobre allí en su trono y rodeado de tanta riqueza se sintió aterrorizado.
Pensó que estaba en la presencia del rey o al menos un aristócrata y se dijo a si mismo:
“más vale que me marche, es más probable que encuentre trabajo en las calles de los
pobres. Si me quedo aquí, podría acabar como un esclavo”. Inmediatamente se apresuró,
sin tener la mínima idea de que el rico era su padre.
Pero el padre nada más ver a ese pobre detrás de la multitud supo que era su hijo que
había vuelto después de tantos años. “¡Qué alivio!” pensó, ahora por fin podría dar su
riqueza al heredero apropiado y morirse en paz. Lleno de alegría, llamó a un par de
sirvientes y les dijo que corrieran tras aquel pobre y que se lo trajeran. Pero cuando lo
alcanzaron se sintió más aterrorizado que nunca. “Los han enviado para arrestarme y es
probable que me corten la cabeza” pensó y sintió tanto miedo que cayó al suelo en un
desmayo.
Su padre se quedó algo sorprendido pero empezó a darse cuenta del hecho de que
mientras él vivía en riqueza, su hijo vivía en pobreza y que esto había causado grandes
diferencias psicológicas entre ellos. Evidentemente, el chico no estaba acostumbrado a
estar en contacto con los ricos y poderosos. –No importa, pensó el padre, por muy bajo
que haya caído, es todavía mi hijo. Entonces tomó la decisión de encontrar una manera
de recuperar su relación con él. Pero mientras tanto pensó que dadas las circunstancias
era mejor mantener en secreto la identidad de su hijo. Por lo tanto, llamó a otro sirviente
y le mandó que le dejara salir al pobre. El cual apenas creyó en su buena fortuna y se
fue corriendo en busca de trabajo en la parte más pobre de la ciudad.
Dos de los hombres de su padre, que él mismo había elegido por su aspecto humilde, le
siguieron y cuando llegaron a donde estaba el hijo, le ofrecieron trabajo según los
órdenes del padre. La tarea consistía en quitar un montón de basura que se había
acumulado detrás de la mansión y por eso le pagarían doble del sueldo normal. El hijo
aceptó sin dudar la oferta y se fue con ellos para trabajar. Día tras día trabajó, moviendo
con una pala el montón y llevándolo a un lugar lejos de la casa. Encontró un sitio a
donde dormir, un cuchitril de paja al lado de la mansión, tan cerca que el rico podía
verle y le hizo pensar lo curioso que era que él vivía en una casa tan bella mientras su
hijo vivía en la miseria allí al lado.
Un día, después de cierto tiempo, el rico se vistió con ropa sucia y vieja y fue a hablar
con su hijo: – No pienses en trabajar en otro sitio, yo me aseguraré de que tengas el
dinero que necesitas. Si quieres algo, un puchero, un vaso, cereal o lo que sea, dímelo.
Tengo un abrigo en el armario que te voy a dar si quieres. No te preocupes de nada. Has
trabajado bien y estoy contento. Pareces ser un hombre sincero, no como algunos de los
pícaros de por aquí. La verdad es que soy viejo, así que quiero que me consideres como
tu padre y yo a ti como a mi propio hijo.
Durante unos años el pobre seguía trabajando, moviendo el montón de basura y poco a
poco se acostumbró a entrar en la casa sin pensarlo dos veces, aunque siguió viviendo en
el cuchitril. Entonces, ocurrió que el hombre viejo se puso enfermo y dijo al pobre: –
Creo que puedo confiar en ti totalmente y ahora, como si fueras mi propio hijo voy a
darte la responsabilidad de todos mis asuntos. Harás todo de mi parte. De ahí en adelante
el hombre pobre empezó a trabajar de administrador del viejo rico, cuidando sus
inversiones y negocios. Igual que antes, entraba y salía de la casa con libertad, pero
seguía viviendo en el cuchitril. Aunque pasaba mucho dinero por sus manos, seguía
considerándose pobre ya que, que él supiera, el dinero le pertenecía a su jefe.
Con el transcurso del tiempo el pobre iba cambiando. Su padre le miraba constantemente
y vio que poco a poco se acostumbraba a manejar dinero y mostraba vergüenza de haber
vivido en tanta miseria en el pasado. Parecía obvio que el pobre quería ser rico. Por aquel
entonces, el padre era muy viejo, estaba muy débil y sabía que la muerte estaba cerca.
Así que, llamó a toda la gente: el representante del rey, los hombres de negocios, sus
amigos y parientes, ciudadanos y gente del pueblo. Una vez reunidos todos, les presentó
a su hijo y les contó su historia. Al terminar, dio toda su riqueza al hijo, que por supuesto
no podía creer su buena fortuna.
En el contexto del Sutra del Loto Blanco, esta parábola tiene un significado específico
que los cuatro ancianos explican en cuanto terminan de contar la historia. Ellos confiesan
que hasta ese momento han estado contentos con un ideal espiritual inferior. Ahora, por
la bondad y generosidad del Buda se ha revelado el ideal de lograr la iluminación
suprema no sólo para ellos mismos sino también por el beneficio de todos los seres vivos
y de esta manera les ha hecho herederos de todo su tesoro espiritual. Igual que el hijo en
la parábola, los cuatro ancianos sienten mucho gozo al reconocer la riqueza que han
ganado inesperadamente.
La explicación de los ancianos nos lleva lejos, sin embargo con un poco de imaginación
aún podemos ir más allá, incluso más profundo. En primar lugar podemos reflexionar
sobre el tono de esta historia que es curiosamente familiar. Tal vez, estéis pensando que
ya habéis oído esta historia en alguna otra parte. Al pensar, estaréis seguros de no haber
leído El Sutra del Loto Blanco – no es el tipo de cosa que lees en un fin de semana y
luego lo olvidas – entonces ¿por qué el mito del viaje de regreso os suena? La razón,
como os habréis dado cuenta, es que es parecida a otra parábola bien conocida, la que
contó Jesús: la parábola del hijo pródigo. Jesús cuenta esta parábola para aclarar otro
punto distinto y termina de otra manera; no obstante, en los rasgos generales los dos
cuentos son iguales. En ambas parábolas hay un padre cariñoso y un hijo que huye; En
ambas, el hijo vive en la miseria durante un tiempo antes de regresar al seno de su padre;
en ambas la posición del sirviente se contrasta con la posición del hijo.
Estos son los puntos parecidos pero también hay diferencias importantes. Quizás, la
diferencia más importante es que el hijo pródigo del evangelio parece ser culpable de
desobediencia deliberada, mientras en el Sutra el hijo parece ir por mal camino o
extraviarse por descuido y despiste. Esto marca la diferencia esencial entre el budismo y
el cristianismo: el cristianismo ve la condición humana en términos de pecado,
desobediencia y culpabilidad, mientras el Budismo lo ve más en términos de descuido,
inconsciencia e ignorancia.
De la misma época es otra parábola sobre un padre e hijo que nos da un ejemplo similar
aún más interesante. Aparece en la obra apócrifa: Los hechos del Apóstol Tomás, la cual
es una obra esencialmente gnóstica que existe en la traducción griega, y también en el
idioma original: el siríaco. Los traductores modernos llaman a este cuento “El himno a la
perla” pero el texto la titula “El canto del Apóstol Judas Tomás en el país de los indios”.
Santo Tomás, uno de los doce apóstoles según la tradición, se llama el apóstol de la India
porque se suponía que fue a la India poco después de la muerte de Jesús, y se dice que
esta parábola fue compuesta mientras estuvo encarcelado allí. Podemos solamente
especular sobre si él tuvo contacto con el Budismo y si “El himno de la perla” tiene algo
que ver con la parábola del viaje de regreso.
La parábola cuenta de un padre e hijo que vivían en oriente. El hijo estaba contento de
vivir rodeado de la riqueza y el esplendor de la casa de su padre. Un día su padre le
manda al país de Egipto para recoger la perla única que yace en el lecho del océano
protegida por un dragón. Cuando llega a Egipto, el hijo encuentra el dragón y espera a
que se duerma para poder coger la perla. Pero los egipcios sospechan del extranjero,
aunque va disfrazado con ropa egipcia, y le dan a beber una bebida drogada que le causa
la perdida de la memoria. Así el hijo se olvida que es hijo de un rey y de la perla y
comienza a trabajar para el rey de Egipto. De este modo, vive con los egipcios, comiendo
y bebiendo con ellos, y llega a ser más y más como ellos. Finalmente cae en un sueño
muy profundo. Su padre, en oriente, sabe lo que le está pasando a su hijo, se siente
ansioso y para recordarle su misión le escribe una carta que toma la forma de un pájaro.
En cuanto la recibe, el hijo vuelve en sí, hechiza al dragón y coge la perla. Por fin regresa
a casa triunfal y su padre le recibe con gran alegría.
Cada una de estas parábolas (El viaje de regreso, El hijo pródigo y El himno de la perla)
es rica en su propio simbolismo. No obstante comparten el mismo símbolo central: todas
empiezan por la separación entre un padre y un hijo, y todo lo demás viene de este
acontecimiento. ¿Qué significa la separación entre padre e hijo? ¿Quiénes o qué son el
padre y el hijo?
Se puede decir que el padre representa el yo superior (aunque es necesario no tomarlo
demasiado literalmente), y el hijo representa el yo inferior, y de la misma manera en que
el hijo está separado de su padre, el yo inferior está separado – o sea en el lenguaje más
moderno, alienado – del yo superior. A propósito, aquí tenemos otra metáfora para la
condición humana: la alienación. Estamos alienados de nuestro propio yo superior, de
nuestra mejor naturaleza, de nuestro más alto potencial. Estamos alienados de la Verdad,
de la Realidad. Y la alienación entre el ser superior y el ser inferior es fuerte; de la
misma manera en que el hijo se fue, no solamente una distancia corta sino a un país
totalmente distinto. En realidad, la división entre ambos es total y no hay contacto en
absoluto.
Digamos que la condición de la raza humana es la de la alienación de la verdad, pero
¿cuándo comenzó esta condición? El hijo vive en un país lejano durante muchos años, lo
cual sugiere que la alienación ha existido mucho tiempo. Sin embargo la parábola, si
tomamos sus palabras literalmente, implica que sucedió en un momento dado, aunque
hace muchísimo tiempo. Este es el punto de vista del cristianismo que enseña que Adán
y Eva vivían felizmente en Edén, en armonía con Dios, obedeciendo sus ordenes, hasta
que Adán prueba la manzana, en cuyo momento la humanidad cae de la gracia de Dios y
queda alienada de Él.
El Budismo mantiene otro punto de vista. Según el Buda, es posible volver atrás en el
tiempo durante millones de años, millones de eones sin jamás llegar al punto cero cuando
todas las cosas empezaron. Cuanto más atrás volvamos, más posibilidades existen de ir
aún más atrás. O sea, es imposible llegar al punto inmediatamente anterior al comienzo
del tiempo. Así que la parábola empieza en un momento fuera del tiempo, y significa que
el viaje de regreso no es un viaje hacia el pasado sino un viaje fuera del tiempo, un viaje
que transciende el tiempo. Es muy importante entender esto.
En los libros Zen que tanto gusta leer a la gente, hay todo tipo de expresiones, extrañas y
maravillosas – y aparentemente con significado – muchos “mondos” y “koanes”
atractivos. Uno de estos dichos, que por supuesto es verdadero, habla de “tu cara original
antes de nacer”. “¡Venga!, Quiero verla, ¡enséñamela!” dicen. Desde luego el
desventurado discípulo normalmente falla en su intento – como suele ocurrir a todos los
desventurados discípulos en estos cuentos, escritos, aparentemente, y como no, por los
maestros. El discípulo se confronta con el problema sentándose a pensar en ayer,
anteayer, la semana pasada, hace un mes, hace dos meses, hace un año, dos años, veinte,
treinta años – hasta llegar al momento de su nacimiento. Piensa que si puede ir más allá
encontrará su cara original.
Es una equivocación. Pensar que en algún momento dentro del tiempo existía la cara
original y después no existía una cara original es equivocarse por completo. Parece que
la expresión signifique esto. Pero si vamos buscando la cara original en el pasado, o si
tomamos las palabras “original” o “antes” literalmente, no estamos realmente
practicando el Zen, sino que estamos regresando sólo en el sentido psicológico. El
pasado no está más cerca de la Iluminación que el presente o el futuro porque el tiempo
no tiene nada que ver con la Iluminación. Según la tradición Zen “nacimos” fuera del
tiempo y nuestra cara original también existe fuera del tiempo. Por lo tanto la expresión
Zen acerca del ver la cara original no tiene que ver con regresar hacia atrás en el tiempo,
ni tampoco con el ir adelante en el tiempo, ni siquiera con quedarse en el momento
presente. Cuando se habla del ver la cara original antes de nacer, el Zen quiere decir que
se ha de salir de los conceptos del tiempo por completo, pasando a través del tiempo a
otra dimensión donde éste no existe; ni pasado, ni presente, ni futuro. Allí es donde se
encuentra la cara original y en ningún otra parte. Allí es donde está siempre.
Entonces no es una cuestión de volver atrás en el tiempo para explicar el comienzo de
nuestro estado de alienación. Estamos alienados de la realidad aquí y ahora y sólo
tenemos que superar este estado de alienación de la realidad. No es posible hacerlo
simplemente regresando en el tiempo, porque seguiríamos el camino de la alienación en
sí. Tenemos que atravesar a otro camino, - dar un salto de la cima del poste, para usar
otra expresión Zen – para aterrizar con suerte en lo Absoluto.
Este es el punto importante en la famosa parábola sobre la flecha envenenada que el
Buda cuenta en el Canon Pali – otra parábola que trata de la guerra. Es la historia de un
soldado herido en la batalla por una flecha envenenada. Afortunadamente hay un médico
cerca que intenta sacar la flecha. Pero el soldado dice: - Espere un momento, quiero
saber quién disparó la flecha; ¿fue brahmán, ksatriya o vaisya? ¿Fue de tez oscura o
clara, joven o viejo? Y la flecha ¿es de madera o de hierro? Si es de madera ¿es de roble
o cedro? Y la pluma ¿es de un ganso o de pavo real? Y el arco ¿de qué tipo es? Responda
a mis preguntas y entonces le dejaré sacar la flecha.
Desde luego, mucho antes de contestar las preguntas, el soldado habría muerto por el
veneno en la flecha. Lo importante es sacar la flecha y no preguntar de donde ha venido.
Es lo mismo si intentamos volver atrás en el tiempo: ¿Cómo comenzó el mundo? ¿Cómo
hemos llegado a estar en tantos líos? ¿Quién era yo en mi vida anterior? ¿Cuáles son las
raíces de mi neurosis? Son preguntas sin fin. Podríamos ir, paso por paso hacia el pasado
y aún seguiríamos andando dentro de millones de años. Lo que hay que hacer es mirar el
presente, el estado alienado, neurótico, condicionado y negativo, y subir por encima de
él, para poder ir volando hacia la eternidad, hacia una dimensión espiritual. Esto es el
mensaje de la flecha envenenada. Así mismo, el viaje de regreso del hijo no se trata de
volver atrás en el tiempo sino del hecho de ir más allá de él.
El hijo, que representa el yo inferior, anda del lugar en lugar buscando trabajo por la
sencilla razón de que necesita comida y ropa. No tiene ideales más elevados. Al contrario
de su padre, no tiene ambiciones. Si traducimos esto a la época moderna vemos que el yo
inferior está “motivado por la necesidad”. He tomado prestado los términos del libro
Towards a Psychology of Being” (Hacia una psicología del Ser) escrito por Abraham
Maslow. Todo lo que hace el hijo viene de su necesidad subjetiva, de su anhelo. Por
contraste, el padre – el yo superior – está “motivado por el crecimiento”. La parábola lo
expresa en términos de la acumulación de riqueza. Esto no quiere alabar el capitalismo ni
nada por el estilo; como parábola, tiene un significado simbólico. El padre, el yo
superior, acumula la riqueza hasta que posee todas las cualidades y riquezas espirituales
concebibles.
Aunque es tan rico, el padre no es feliz porque pasa todo el tiempo pensando en su hijo.
¿Qué quiere decir esto? Nos dice que el yo superior nunca pierde su consciencia. Es
consciente todo el tiempo. Aunque nosotros nos olvidemos de nuestro yo superior, este
nunca nos olvida. A la vez, y esto es el misterio, lo somos. Tal vez podemos emplear una
imagen para aclarar este punto. Digamos que uno vive en una cámara pequeña al lado de
– de una manera parte de – una más grande. Las dos cámaras están separadas por una
pared de cristal la cual es transparente por un lado sólo; aunque alguien en la cámara
grande e iluminada puede ver todo lo que ocurre en la pequeña, desde la cámara pequeña
no se ve nada de la cámara grande. De hecho, ni siquiera se sabe que la cámara grande
existe. Así se vive en la cámara menuda, y quizá se ha olvidado o se es inconsciente de la
existencia de la cámara grande; no obstante, siempre hay una ventana en la cámara
grande que da a la pequeña. Así mismo, aunque el yo inferior se olvide del yo superior,
este último es la parte más elevada del propio ser.
La parábola dice que el hombre pobre anda de pueblo en pueblo, de país en país hasta
llegar finalmente al sitio en donde vive su padre. Está ya en camino a su casa aunque no
lo sabe. Su necesidad de comida y ropa, su anhelo es lo que le conduce de lugar a lugar y
lo que le lleva casi hasta la puerta de la casa de su padre. Esto ¿qué quiere decir?
Veamos un ejemplo: Una persona tiene un problema psicológico; está tan preocupada
que no puede dormir y los somníferos no la ayudan. Quiere a toda costa algo de paz
interior. Un día se encuentra con un amigo que la dice – Sé lo que puede ayudarte.
Tienes que meditar -. Ahora la persona está tan desesperada que está dispuesta probar
cualquier cosa y pregunta dónde podría aprender a meditar. Va a las clases y al principio
sólo le interesa la manera de quitarse el problema de encima para poder así dormir. Pero,
en las clases de meditación empieza a darse cuenta de algo nuevo: el Budismo. Al
principio no le interesa mucho, sin embargo, a los pocos meses, sorprendentemente, se
encuentra no solamente buscando la paz interior sino también intentando seguir el
camino espiritual, hasta el punto de pensar en términos de la Iluminación. ¿Cuándo tomó
el primer paso en esa dirección? Fue cuando empezó a asistir a las clases de meditación,
impulsado por su necesidad de paz mental. De la misma manera que el hombre pobre,
impulsado por sus necesidades más básicas, se encontró, sin saberlo, en el camino hacia
la puerta de la casa de su padre. Esta es la primera fase del viaje de regreso.
Al final, cuando el hombre pobre llega a casa de su padre, éste está sentado en la puerta
rodeado por el oro, las joyas y las flores. La descripción poética del rico que representa el
yo superior es muy significativa. Es una figura arquetípica y gloriosa, un dios, incluso un
Buda, así que es descrito con luz, color, joyas y brillo. Y ¿cómo reacciona el hombre
pobre? Está aterrorizado y quiere huir. Cree que está en presencia de un rey o un noble y
no reconoce a esta figura gloriosa como a su propio padre. Esto muestra que la alienación
entre el yo inferior y el superior es severa. Incluso, cuando los dos se encuentran, el yo
inferior no reconoce al yo superior como su propio ser, sino piensa que es algo extraño.
Este encuentro ocurre cuando estamos cara a cara con una encarnación del ideal
espiritual. Siempre que leemos una descripción o vemos una imagen del Buda – o algún
dios o santo – pensamos, o más bien el yo inferior piensa: “Esto no tiene nada que ver
conmigo. Yo estoy aquí abajo, pobre y humilde. Yo no soy así, ni tengo esas
cualidades.” Los sistemas teístas que se basan en la creencia de un dios personal creador,
y por supuesto todos los sistemas dualistas alimentan esta actitud.
Se puede denominar esto como la fase de la proyección religiosa. Proyectamos hacia
fuera todas las cualidades que yacen en las profundidades de nuestra naturaleza, sin que
nos demos cuenta de que nos pertenecen. Desde nuestro punto de vista, estas figuras
gloriosas y eternas están dotadas con todas las cualidades que nos faltan. Somos pobres y
ellos son ricos. La proyección religiosa es un paso en la dirección adecuada; en realidad
es la próxima fase del viaje. Es una cosa positiva porque nos permite ver las cualidades
espirituales de una manera tangible. Pero, hay que resolver la proyección. Estas
cualidades nos pertenecen – no a nuestro ego sino a las profundidades más verdaderas de
nuestro ser – y tenemos que reivindicarlas.
De momento, el hijo no reconoce a su padre aunque el padre le reconoce de inmediato y
manda sus hombres a recogerle. Pero el pobre está asustado y cree que le van a arrestar,
así que se desmaya. Esto me recuerda el relato de la experiencia de la muerte dada en el
Libro Tibetano de los Muertos. Cuando llega la muerte, nos dice el texto, la Luz Clara, o
la luz blanca de una brillantez absolutamente insoportable, como un millón de soles,
estalla en la visión de la persona que agoniza. Esta luz es la luz de la realidad, la luz de la
Verdad, del Vacío. Si pudiéramos reconocerla, pero no como algo que estalla fuera sino
como la luz de nuestra mente intrínseca, nuestro propio y verdadero ser, abriéndose
desde la profundidad; si pudiéramos percatarnos de nuestra unidad con la luz, podríamos
ganar la Iluminación. Pero, lo que normalmente pasa cuando aparece la luz
deslumbrante, intensa y terrible, es que la persona moribunda se retira por miedo. “La
humanidad no puede soportar demasiada realidad” (en las palabras de T. S. Eliot) y esto
es verdad no solamente en el momento de la muerte sino también en todos los momentos
cuando nos enfrentamos a una verdad que parece ser mucho más que lo que podríamos
soportar.
El hombre pobre no solamente está aterrorizado. Su imaginación funciona más de lo
normal, piensa que le están arrestando y ya ve al verdugo con el hacha. Sus primeros
pensamientos son el encarcelamiento, la esclavitud y la muerte violenta. Muy a menudo,
ante la visión de la verdad no sentimos liberación, la vemos como una limitación, un
encarcelamiento, o al menos una molestia. No queremos cambiar nuestras ideas, ni
cambiar nosotros mismos, y, en ese estado enfermo, la verdad liberadora nos parece que
es estrecha y limitada. Y además, como el hombre en la parábola, tenemos miedo de la
muerte. Cuando el yo inferior entra en contacto con la Realidad, piensa, por así decirlo:
esto es el final; va acabar conmigo; así que retrocede.
El padre deja que su hijo se retire, sin embargo no ha perdido la esperanza y con un plan
astuto, consigue que su hijo se quede y limpie el montón de basura de detrás de la casa.
Ahora bien, según la interpretación de la parábola dada por los cuatro ancianos, el trabajo
de quitar la basura de la casa representa la vida religiosa que es estrecha y egoísta, la cual
está dirigida al desarrollo individual al coste del interés por los demás. Los ancianos
igualan este acercamiento a la vida religiosa con el Hinayana, la enseñanza inferior a la
que acaban de renunciar. Tal vez esta interpretación es algo extremada. Una
interpretación mejor, al menos más moderna, diría que deshacerse de la basura representa
el proceso del psicoanálisis: el montón de basura representa todas los sentimientos
reprimidos que la persona alienada descubre durante el análisis. El sutra menciona que
este proceso tarda veinte años, lo cual parece mucho tiempo. Pero es cierto que la
resolución de sentimientos reprimidos y emociones negativas, complejos y todo lo demás
cuesta tiempo, y por ello el análisis a veces puede durar mucho tiempo.
Al final, mientras el hijo sigue quitando basura, el padre le habla y va creciendo la
confianza entre ellos. Conforme va desarrollando la confianza el pobre empieza a entrar
en la mansión del rico sin vacilar, pero sigue viviendo en el cuchitril. ¿Esto, qué quiere
decir? A un cierto nivel esto representa al erudito, al especialista académico en
religiones. Conoce los textos, a veces incluso los idiomas originales; conoce también las
enseñanzas, incluso las enseñanzas superiores, y hasta a veces sostiene que conoce las
enseñanzas esotéricas. En otras palabras entra y sale de la casa sin vacilar, conoce
exactamente donde está, pero no vive allí. Sigue viviendo en el cuchitril de paja, el cual
representa todas las cosas que realmente le interesan como profesional: ascender en su
carrera, aumentar su sueldo, ganar el prestigio en su profesión, el debate polémico y el
estimulante intercambio de opiniones entre sus colegas.
A un nivel superior, el hecho de que el pobre entra y sale de la casa sin vacilar se refiere
al seguidor normal y corriente de la religión. El es sin duda una persona sincera que
incluso tal vez haya tenido experiencias religiosas genuinas; digamos, que entra y sale de
la casa, sin embargo la suya la tiene en otra parte. Es posible que tenga algo de
experiencia espiritual; tal vez asista a una clase semanal de meditación, pero la mayoría
del tiempo está preocupado con cosas mundanas. El gran psicólogo y escritor William
James (autor de The Varieties of Religious Experience), habla en uno de sus libros acerca
de la pregunta: ¿Qué es una persona religiosa? Dice que una persona religiosa no es uno
que tiene experiencias religiosas – eso es posible para cualquiera – sino que es uno que
pone las experiencias religiosas en el centro de su existencia. No son importantes los
sitios que visitamos; lo importante es donde vivimos, o al menos pasamos gran parte del
tiempo. O sea, donde está el verdadero centro de nuestro interés. Como dice el evangelio:
“donde está el tesoro, allí estará el corazón.”
Cuando el hombre rico está enfermo, pasa el control de sus asuntos al pobre, con lo cual
este aprende manejar la riqueza, mientras todavía sigue viviendo en el cuchitril. Esta
parte de la parábola en particular representa al teísta, o al místico que tiende hacia el
teísmo y al enfoque dualista en general. Es posible que tal persona tenga experiencias
espirituales que son grandes e inspiradoras, no obstante, todas esas experiencias parecen
surgir desde fuera en vez de dentro. El místico dice que estas experiencias no son suyas
sino regalos de Dios.
Una vez que se ha llegado a esta etapa del viaje, es solamente cuestión de tiempo; el
hombre rico ve que su hijo se acostumbra a la riqueza y que se avergüenza de su
pobreza; ve que aspira ser rico. En otras palabras, la alienación entre el yo inferior y él
superior disminuye. En el momento de la muerte del padre, la alienación casi ha
desaparecido, sólo queda un poco; el yo inferior y él superior casi se unen. Al final
cuando el rico reconoce al pobre como a su hijo, se muere, y en aquél momento no son
dos – padre e hijo, rico y pobre – sino uno: un hombre rico que una vez fue pobre. En
otras palabras, la unidad entre el yo inferior y el yo superior ha sido recuperada. El viaje
de regreso se ha cumplido.
Y nuestro viaje también ha terminado casi. Los cuatro ancianos que han contado la
parábola se comparan ellos mismos con el hijo – y el Buda es, por supuesto, el padre.
Antes, dicen los ancianos, ellos no se habían atrevido a pensar en convertirse en Budas,
sino que se conformaban con seguir la enseñanza verbal del Buda. La cual parecía
señalar una meta inferior; la meta de liberación individual, la de la destrucción de las
emociones negativas. Ahora se dan cuenta, según dicen, que eso no es suficiente, porque
hay muchas cualidades positivas por desarrollar. La sabiduría no es suficiente; hace falta
la compasión también. No es suficiente ser Arahat, se puede llegar a ser Buda. Se puede
seguir el camino del Bodhisattva; se puede aspirar a ganar la Iluminación Suprema.
En otras palabras los cuatro ancianos se dan cuenta de la verdad de la Evolución Superior
del ser humano. Se dan cuenta de que el Buda no es algo único e imposible de repetir,
sino que es el precursor, un ejemplo de lo que los demás pueden llegar a ser con el
esfuerzo adecuado. Se dan cuenta que la vida religiosa no es un asunto personal en el
sentido limitado y negativo, sino parte de una aventura cósmica. Y nosotros también
tenemos que darnos cuenta de esto. La religión propiamente entendida no es algo remoto
de la vida, no es algo atrasado, eclesiástico y aburrido, sino que es la vida hecha
consciente de su propia tendencia a ascender, a crecer y a desarrollarse. Nos damos
cuenta de esto o no, todos estamos involucrados directa o indirectamente en esta
tendencia ascendente de la vida. Cada uno de nosotros es el hombre pobre en la parábola,
el hijo que ha huido; sin embargo cada uno es, si lo supiéramos, también el hombre rico,
el padre. Y estamos, en este momento mismo, de viaje de regreso.
Cap. 5:
Símbolos de la Vida y del Crecimiento
En Inglaterra hay cuatro estaciones del año bien diferenciadas: la primavera, el verano,
el otoño y el invierno. En el norte de la India, el cual proporciona el escenario de El
sutra del Loto Blanco, hay tres estaciones de aproximadamente cuatro meses cada una.
Está la estación fría, en la que, según el estándar de la India, hace frío constantemente;
es algo así como el verano inglés pero sin la lluvia. Está la estación cálida en la que
hace muchísimo calor. En ésta no llueve nada y parece que cada vez hace más calor.
Toda las hojas de los árboles se caen y la vegetación se pone marrón y seca; la tierra
está dura como el ladrillo cocido, y al final de la estación cálida se abren grietas en el
suelo, algunas tan anchas y profundas que al caminar hay que tener cuidado para no caer
dentro de ellas. Las vacas que merodean en busca de comida levantan un polvo denso
que hace que la atmósfera tome un color amarillento.
Entonces, en julio ante nuestros ojos empieza la estación de las lluvias. El tiempo es
caluroso y despejado y, de pronto, a una velocidad milagrosa aparece una nube oscura
enorme que tapa el sol y en cuestión de unos minutos todo el cielo se nubla, nubes azulgrisáceo
que se vuelven casi negras. Por todas partes relampaguea y el estruendo de los
truenos va de una parte a otra del cielo. Entonces se oye un sonido como el de un viento
tremendamente fuerte, y cae la lluvia. Cae a pozales por días y días y días. El agua se
arremolina bajo los pies constantemente y el suelo es un gran mar de barro. Los ríos se
vuelven amarillentos y se desbordan. Por las dispersas aldeas cae aquí o allá alguna
pared de las chozas construidas con barro y, a veces, aldeas enteras son arrastradas por
la inundación.
Pero entonces, unos días después del comienzo de la estación de las lluvias, ocurre algo
maravilloso. Como por arte de magia, la tierra amarillenta y reseca de pronto se cubre
completamente de verde y crece en ella todo tipo de vegetación. Los campos de arroz se
llenan de brotes de color esmeralda, e incluso en los arbustos chaparros y duros salen
hojas. Los bambúes y las plataneras crecen varias pulgadas en una sola noche. Todas las
plantas, los árboles y los arbustos comienzan a crecer.
Después de muchos meses de calor intenso y sequía, el principio de la estación de las
lluvias en la India es acogido con tal alegría que es difícil concebir el sentimiento de los
ingleses ante las lluvias de abril. El monzón indio trae consigo un gran alivio, es el
agente de una transformación mágica. Esta es una escena representada frecuentemente
en el arte, especialmente en las pinturas en miniatura de los mongoles, y es también
descrita en los textos en pali y en sánscrito. Se la describe también en la parábola de la
gran nube, llamada también parábola de las plantas que está en el capítulo quinto de El
Sutra del Loto Blanco. En la traducción de Soothill de la versión china de Kumarajiva
dice así:
Es como una gran nube que surge sobre el mundo,
cubriéndolo todo; nube benévola llena de humedad.
Relámpagos y centellas deslumbrantes
y la voz del trueno en la lejanía vibra
trayendo alegría y alivio a todos.
Los rayos del sol ocultos y la tierra se refresca.
La nube desciende y se esparce
como ofreciéndose a que se la tome y recoja.
Llueve igual por todas partes,
la nube desciende a cualquier sitio y cala toda la tierra.
En las montañas, junto a los ríos, en los valles,
en los recovecos más escondidos, allí crecen plantas,
árboles y hierba, árboles pequeños y grandes.
Los brotes crecientes del grano,
la parra y las cañas de azúcar
son nutridas por la lluvia y enriquecidas en abundancia.
El seco suelo se empapa,
florecen juntos la hierba y los árboles.
Del mismo agua que desciende de la nube,
plantas, árboles, junglas y bosques,
según su necesidad reciben el riego.
De toda la variedad de árboles, los grandes,
los medianos y los pequeños,
y en todos según su tamaño,
crecen raíces, troncos, ramas, hojas,
flores y frutos de vivos colores.
Donde quiera que llega esta lluvia,
todo se vuelve fresco y lustroso.
El riego aun siendo uno sólo, hace que todo florezca
según su naturaleza, forma y tamaño.
Del mismo modo aparece también
el Buda aquí en el mundo,
igual que una gran nube,
cubre todo de modo universal.
Habiendo aparecido en el mundo,
por el beneficio de todos los seres,
discrimina y proclama la verdad
con respecto a todas las doctrinas.
El Gran Santo honrado por el mundo,
entre los hombres y los dioses,
y entre todos los demás seres,
proclama en todas direcciones:
“Soy el Tathagata,
el ser honrado por los hombres.
Aparezco en el mundo como una gran nube
y hago descender la nutrición
para todos los seres en la sequía,
para liberarlos de su miseria,
para que alcancen el gozo de la paz;
gozo en este mundo y gozo en el Nirvana.
¡Dioses, hombres y todos los seres!
Escuchad con la mente atenta,
¡Contemplad al Incomparable!
Soy aquél honrado por los hombres,
a quien nadie se iguala.
Para dar la paz a todos los seres,
aparezco en el mundo.
A las multitudes de seres vivos,
predico la Ley pura dulce como el rocío;
la única Ley de la liberación y el Nirvana.
Con voz transcendental proclamo esta verdad,
siempre tomando como tema el Gran Vehículo.
Miro sin parcialidad a todos
donde quiera que estén,
sin distinción entre personas,
o mente con amor y mente con odio.
No tengo ni predilección ni límite;
siempre predico la Ley igualmente a todos los seres,
como predico a uno, predico a todos.
Siempre proclamo la Ley,
nada más me ocupa.
Yendo, viniendo, sentado o de pie,
nunca me canso de hacerla descender
en abundancia sobre el mundo;
como la lluvia que todo lo nutre.
Sobre honorables y humildes,
sobre los que cumplen la ley y los que no,
los de carácter perfecto e imperfecto,
los ortodoxos y los heterodoxos,
los de inteligencia despierta
y los que no la tienen,
sobre todos hago caer la lluvia de la ley incansablemente.
No es necesario comentar los detalles específicos de la parábola; el sentido general es lo
suficientemente obvio. Pero antes de pasar a considerar las implicaciones de la parábola,
quiero comentar el tipo de simbolismo que introduce; el simbolismo de la vida y el
crecimiento. Ahora bien, las parábolas que hemos visto hasta ahora también simbolizan
la vida y el crecimiento. En la parábola de la casa incendiada, los niños - es decir, los
seres vivos - van de la posibilidad del sufrimiento al gozo, la paz y el éxtasis eterno. En
la parábola del viaje de regreso el pobre se aproxima poco a poco al rico, se vuelve cada
vez más como él y es al final reconocido como su hijo y heredero. Por lo tanto en ambas
parábolas hay crecimiento, un movimiento adelante y hacia arriba. De hecho podríamos
afirmar que El sutra del Loto Blanco es un símbolo de la vida y del crecimiento, ya que
describe un universo en que cada ser vivo va en movimiento ascendiente. Los Arahantes
se vuelven Bodhisattvas, los Bodhisattvas Budas -absolutamente todos los seres se
mueven hacia la Iluminación. No obstante, la parábola de la gran nube puede ser
seleccionada, por razones obvias, como símbolo de la vida y crecimiento; ya que
compara todo el proceso del desarrollo espiritual con el crecimiento de una planta.
El simbolismo de la planta es mucho más común en el budismo de lo que se cree por
norma general. De hecho, fue un símbolo de este tipo el primero que surgió de la
consciencia iluminada del Buda para representar a la humanidad. Volviendo a los días
que siguieron a la Iluminación, encontramos al Buda dudando sobre enseñar o no la
verdad que había descubierto. Era ésta tan difícil y sutil que ¿Quién podría
comprenderla? Las escrituras narran que el Buda contempló entonces el mundo y en una
visión toda la humanidad apareció como un estanque lleno de flores de loto. Algunas de
las plantas no estaban ni siquiera en el agua, estaban tan sumergidas en el lodo del
fondo que apenas si se veían los capullos. Pero otras, vio el Buda, habían comenzado a
crecer de forma que al menos las puntas de los capullos emergían de la superficie del
agua. Algunos estaban fuera del agua y comenzaban a abrir los pétalos y muy pocos de
ellos ya se abrían. Por medio de esta bella visión de las fases de desarrollo, el Buda se
dio cuenta de que al menos había algunos individuos que florecerían al sol de su
enseñanza y se dispuso a compartir su experiencia de la realidad.
Si observamos un período más posterior de la tradición budista, veremos en el budismo
tibetano un simbolismo similar. Según la tradición tibetana, hay un cierto número de
puntos centrales psíquicos en el cuerpo. Los tibetanos los llaman ruedas, son cuatro,
cinco y hasta incluso siete y se sitúan a lo largo del nervio medio del cuerpo humano: en
el abdomen, en el plexo solar, en el corazón, en la garganta, en la cabeza, etc. Estos
puntos centrales psíquicos son representados por medio de flores de loto de distintos
tamaños y colores, y con distinto número de pétalos. Los que practican en esta tradición
y usan este simbolismo dicen que en la meditación -particularmente en algunas prácticas
de meditación esotéricas - se genera dentro del cuerpo una poderosa corriente de energía
ascendente. Esta es llamada en el sánscrito budista chandali, o la corriente fiera, término
que corresponde al tibetano tummo, generalmente traducido por “calor psíquico”, así
como al término hindú kundalini, “la enroscada” (término evocativo para el potencial de
energía que está “enroscado”). En todas estas tradiciones el potencial de energía es
representado frecuentemente por la imagen de la serpiente. A medida que la energía
asciende por el nervio medio, va activando los distintos puntos y las flores de loto se
van abriendo - cuanto más elevado es el punto, mayor y más bella la flor de loto.
Dejando a un lado que se pueda tomar literalmente, o no, el simbolismo de los puntos
centrales psíquicos y la corriente de energía, la flor de loto claramente simboliza en este
caso la totalidad del proceso de desarrollo espiritual.
Tara Blanca es uno de los Bodhisattvas arquetípicos más populares de la tradición
budista. Como indica su nombre, ella es completamente blanca. Es una bella figura
sonriente y llena de gracia, normalmente sentada en posición siddhásana y engalanada
con las sedas y las joyas de los bodhisattvas. Con su mano izquierda sujeta toda una
ramita de flores de loto. Hay en esto algo importante que señalar. En la ramita algunos
capullos están cerrados, otros se empiezan a abrir y también hay flores completamente
abiertas. Esto podría representar, por ejemplo, a los Budas de los tres tiempos (el
pasado, el presente y el futuro). Sin duda el simbolismo en esto es rico y susceptible a
muchas interpretaciones. Pero el significado más simple y obvio es que la ramita de las
flores de loto de Tara Blanca representa el proceso de crecimiento y desarrollo que es la
vida espiritual.
Este tipo de simbolismo, por consiguiente, se encuentra con frecuencia en la tradición
budista. ¿Pero por qué de pronto empieza El sutra del Loto Blanco, en su capítulo
quinto, a hablarnos de plantas y de su crecimiento? Se podría decir que es así, que es
accidental, pero yo no lo creo. Pienso que este tipo de simbolismo se introduce en esta
parte del sutra con un propósito muy claro. Aparece aquí para corregir un error que
podría surgir fácilmente si tomamos al pie de la letra las parábolas anteriores -la de la
casa incendiada y la del viaje de regreso. Ese error podría llevarnos a mal interpretar
todo el proceso de la vida espiritual.
En La parábola de la casa incendiada, los niños son persuadidos para que salgan fuera
de la mansión. En el mito del viaje de regreso, el pobre llega de un país lejano a la
ciudad de su padre, y entonces a su casa. En ambas parábolas hay un cambio de lugar,
un viaje, un movimiento en el espacio. Ahora bien, lo característico en un movimiento
en el espacio es que el objeto que se mueve cambia su posición pero no cambia en sí. Es
decir, el cambio que tiene lugar no es interno sino externo. Por lo tanto, si tomamos las
parábolas al pie de la letra, se dará el peligro de ver el proceso del desarrollo espiritual
como un cambio externo, en vez de uno interno. Esto quiere decir que pensaríamos, de
modo consciente o semiconsciente, que el ser tiene experiencias, pasa por cambios pero
en esencia permanece inmutable.
Esta equivocación representa un peligro muy real, con el cual es fácil encontrarse y al
que se puede incluso sucumbir. Se puede estudiar fácilmente la historia del budismo.
Uno puede fácilmente familiarizarse con las doctrinas y estudiar las distintas fases del
Camino. El peligro es empezar a confundir nuestro viaje conceptual a lo largo de las
fases con la experiencia real de ellas. Quizá se sea consciente de que nuestra
comprensión del Nirvana es teórica, pero tal vez no es tan obvio que nuestro
conocimiento y comprensión de las fases anteriores lo es también en gran medida. Si no
tenemos cuidado no nos daremos cuenta que no pasamos por las fases con nuestra
propia experiencia, sino que lo hacemos tan sólo mentalmente; es decir de forma
externa. No se produce ningún cambio interno.
Por ejemplo, hay muchos libros sobre el budismo que tratan del Noble Sendero Óctuplo
del Buda - es de la mayor importancia, y así debe hacerse - pero con frecuencia lo
falsifican. Se nos da la imagen de un camino dividido en ocho fases, fomentando la idea
de que nos conducimos por él fase tras fase. Pero eso no es así en absoluto. Seguir el
Noble Sendero Óctuplo es en la práctica mucho más parecido al crecimiento de ocho
brotes o ramas. Esto lo refleja los términos para el Camino Óctuplo en pali
(atthangikamagga) y en sánscrito (astangikamarga). Anga no quiere decir ni paso ni
fase, sino miembro, brote o rama. Por lo tanto, seguir el Camino Óctuplo no es como
subir una escalera peldaño a peldaño, es más bien como el ascenso de la savia en el
árbol tras la caída de la lluvia.
Ampliando esta analogía, se puede decir que el primer brote, la Visión Perfecta o
consciencia transcendental, es como la lluvia. Cuando logras la primera vislumbre de
consciencia transcendental, la primera experiencia más allá de los límites de tu ser
ordinario, ella influencia todos los demás aspectos de tu vida; como la lluvia que cala
sobre el suelo en que ha caído. La Visión Perfecta cala nuestra vida emocional, nuestra
habla, nuestras actividades, la forma en que nos ganamos la vida, nuestros estados de
ánimo; toda nuestra vida.
Así pues, practicar el Noble Sendero Óctuplo no es cuestión de seguir un sendero paso a
paso. Sino que se trata de absorber cierta inspiración, o tener cierta experiencia, y
entonces permitir que ella cale a todos los aspectos de tu ser hasta que estés
permanentemente saturado en esa experiencia, y a todos los niveles. En ese punto de
transformación perfecta y completa, se alcanza la fase octava del Camino Óctuplo
transcendental, el Samadhi Perfecto, y se obtiene la Iluminación de un Buda.
Para impedir que tomemos el cambio externo por el cambio interno, la comprensión
conceptual por la experiencia personal, El sutra del Loto Blanco añade al símbolo del
viaje el símbolo de la planta. El símbolo del viaje parece constar de dos factores: el
camino y la persona que lo anda. En cambio, en el simbolismo de la planta estos dos
factores se juntan y producen uno solo. La planta misma es el proceso del desarrollo, así
pues no hay ninguna posibilidad de confusión. En vez de vernos como caminantes, nos
vemos como plantas, cosas vivas que crecen. La única cuestión que surge es la de saber
en que fase nos encontramos. ¿Somos todavía como los capullos sumergidos en el agua,
o incluso el barro? ¿Somos flores que se abren o que están ya totalmente abiertas?
La planta, en cualquiera de sus fases de desarrollo, necesita lluvia y sol para seguir
creciendo. Por esto es apropiado que la imagen del sol se introduzca también en El sutra
del Loto Blanco. Eso ocurre en una parábola que sigue inmediatamente a la de la gran
nube: La parábola del sol y la luna. El Buda no se explaya sobre esta parábola. Además
es tan corta que es más bien un símil. En la traducción del sánscrito de Kern dice:
“Y además, Kasyapa, el Tathagata cuando educa a los seres lo hace con
igualdad, no con desigualdad. Del mismo modo que la luz del sol y la de la luna,
Kasyapa, brilla sobre todo el mundo, sobre el virtuoso y el malvado, sobre el
grande y sobre el humilde, sobre el perfumado y sobre el apestoso; del mismo
modo que sus rayos son enviados a todo por igual, sin desigualdad. Así también,
Kasyapa, la luz del conocimiento de los omniscientes, los Tathagatas, los
Arahantes, etc., la predicación de la verdadera ley procede con igualdad para
todos los seres en los cinco estados de la existencia, para todos los que según su
inclinación particular están dedicados al gran vehículo, o al vehículo de los
Pratyekabuddhas, o al vehículo del discípulo. No hay deficiencia ni exceso en la
luminosidad del conocimiento del Tathagata en cuanto a que los seres se
familiaricen con la ley.”
Por supuesto, el sol y la luna son símbolos universales y, como el simbolismo de la
planta y el de la flor, aparecen con frecuencia en la tradición budista. En el budismo
tántrico, el sol representa sobre todo la figura del Vairochana, que ocupa el centro del
mándala de los cinco Budas. Su nombre simplemente significa “el Iluminador”. En los
Vedas, las escrituras prebudistas, Vairochana es uno de los nombres que se le da al sol.
En el budismo japonés se le conoce por Daichi, o el gran sol Buda. En la iconografía es
representado con el color blanco, como el sol en lo más brillante del medio día, y
sosteniendo su emblema, la rueda dorada del Dharma con sus ocho radios. Sus manos
forman el gesto de la rueda que gira, el dharmacakrapravartana, que es asociado con la
primera enseñanza del Buda, en Sarnath. Este gesto representa la difusión de la verdad
en todas las direcciones posibles; igual que los rayos del sol brillan en todas las
direcciones del espacio. El trono de forma de flor de loto sobre el que se sienta
Vairochana está apoyado sobre leones, siendo el león un símbolo solar. Además, según
la mitología india, cuando el león ruge por la noche en la selva, todos los demás
animales permanecen en silencio. El Buda, según las escrituras, predica el Dharma con
el rugido del león, singhanada; cuando surge la verdad de su boca, todas las verdades
parciales y las falsas quedan en silencio.
En El sutra del Loto Blanco, el sol simboliza también la enseñanza del Buda. En cierto
sentido el significado de su simbolismo en el sutra es idéntico al de la gran nube.
Ambos son indispensables para la vida y el crecimiento de la planta. Ambos son
absolutamente imparciales; sobre esto se insiste en ambas parábolas. La gran nube da la
misma humedad, y el sol la misma luz y calor, a cada una de las plantas de la Tierra. La
nube no da a unas plantas una lluvia más copiosa que a otras. El sol no obsequia a
ciertas plantas con una luz más brillante y pura. De igual modo, en principio el Buda da
a todos los seres la misma enseñanza, les comunica la misma realidad, los mismos
estados elevados de consciencia. La enseñanza tiene distintas formas, igual que la lluvia
consiste de gotas individuales y la luz del sol de rayos individuales. Pero todas las
formas tienen un único significado, igual que cada gota de lluvia es de agua y cada rayo
de sol de luz.
La imparcialidad es señalada particularmente en la parábola de la gran nube. El Buda
usa la palabra ekarasa para describir la lluvia, eka quiere decir uno, y rasa sabor, jugo o
esencia. La misma palabra se utiliza en modo similar en una parábola que aparece en el
canon pali: La parábola del gran océano. El Buda dice que dondequiera que vayas en el
gran océano podrás tomar agua en las manos y ver que tiene el mismo sabor: el sabor a
sal. Igualmente, cualquier parte de la enseñanza que tomemos tendrá el mismo sabor: el
sabor a la liberación. Es decir, cualquier aspecto de la enseñanza que practiquemos,
tendrá una esencia, un propósito, un efecto: ayudarnos a liberarnos de nuestro
condicionamiento. Hay muchas presentaciones de la enseñanza del Buda. Están las
listas: el Sendero Óctuplo, las Cinco Facultades Espirituales, los Tres Refugios. Están
las enseñanzas del sufrimiento, lo perecedero y la carencia de ser. Hay todo tipo de
métodos y prácticas: el seguimiento de la respiración, la metta bhavana, la
contemplación de las impurezas, las brama viharas. Pero todas estas numerosas
enseñanzas, tradiciones y prácticas tienen sólo un objetivo: ayudar al ser humano
individual a hacerse libre de su condicionamiento.
De esto surge una importante consecuencia: la enseñanza del Buda no ha de ser
identificada exclusivamente con ninguna formulación. No se puede decir que la
enseñanza del Buda es el Noble Camino Óctuplo y nada más, o que es el contenido del
canon pali únicamente. La enseñanza del Buda no es sólo el Zen o el Theravada, o lo
que un determinado docto profesor dice que sea. El budismo no puede ser identificado
con ninguna formulación particular, aún mucho menos con ninguna escuela o secta en
particular. La enseñanza del Buda, o su mensaje, sólo se pude identificar con el espíritu
de la liberación, de la libertad de aquello que condiciona, el cual impregna todas las
formulaciones, igual que el sabor a sal impregna a todas las aguas del océano. Ya sea la
enseñanza del sendero óctuplo o la del ideal del Bodhisattva, ya sea esta práctica de
meditación o aquella, si nos ayuda a hacernos libres de nuestro condicionamiento es
parte integral de la enseñanza del Buda.
Cuando leemos sobre el budismo, no es sólo importante acordarse de esto, sino que lo
es también sentirlo realmente. De otro modo, nuestros estudios y conocimientos serán
en vano. Cuando leemos las escrituras o escuchamos algo sobre la enseñanza del Buda
no basta con prestar atención a las palabras, las ideas y los conceptos. Lo que realmente
importa es sentir a través de los conceptos, a través de las imágenes y del simbolismo,
aquello que les da sentido y vida: la experiencia de la emancipación de absolutamente
cualquier condición. Es decir, se trata de sentir, al menos en cierto grado, la consciencia
absoluta del Buda, la consciencia Iluminada de la que se originaron todas las
enseñanzas.
Ahora bien, aunque la lluvia cae sobre todo por igual y el sol alumbra lo mismo sobre
todas las cosas, las plantas son todas diferentes y crecen de distinta forma. De un árbol
surge un fruto seco, la semilla surge dentro de una flor; el rosal produce una gran flor
roja mientras que un bulbo produce pequeñas flores amarillas. Hay plantas que se alzan
creciendo hacia arriba, otras van creciendo pegadas al suelo, otras se agarran a plantas
mayores y más fuertes. Todas crecen según su propia naturaleza. Como la parábola
sugiere, es lo mismo para los seres humanos. Todos reciben la misma enseñanza, todos
oyen en un principio la misma enseñanza espiritual, y entonces crecen. Todos crecen
según su propia naturaleza. La gente puede escuchar la misma enseñanza, creer en la
misma enseñanza y seguir el mismo camino pero parece hacer cosas que son
completamente diferentes. Algunos se involucran más y más en la meditación, de modo
que al final pasan la mayoría del tiempo meditando y no tienen apenas contacto con
nadie. Otros se dedican al trabajo social. Otros cantan, escriben poesía o pintan. Otros,
quizás la mayoría, simplemente siguen siendo ellos mismos. No muestran ningún
talento específico, pero cada vez se convierten más en individuos. Se da la paradoja de
que si bien cada cual se va diferenciando cada vez más de los demás a medida que se
desarrolla, por otro lado al mismo tiempo parece ser cada vez más como ellos: más
consciente, más sensible, más compasivo; en resume, más vivo.
Esto quiere decir que en la vida espiritual no hay lugar para regimentación. Es razonable
esperar que con algo de esfuerzo los seres humanos crezcan. Pero no lo es el esperar que
todos crezcan de la misma forma. Por desgracia, esto se olvida con frecuencia. Cuando
descubrimos algo que es muy útil para nuestro desarrollo espiritual, tendemos a pensar
que a todo el mundo debe serle útil también. O al contrario, descubrimos que algo no
nos es útil, al menos de momento, y por eso nos negamos a reconocer que le es útil a
otras personas.
Este es el tipo de actitud fija que lleva hacia el sectarismo en la tradición budista.
Cuando la gente encuentra un enfoque al desarrollo espiritual en vez de simplemente
usarlo, rápidamente declara que la escuela o el método que han descubierto es el
budismo. Si no sigues esta escuela, dicen, no puedes realmente ser budista. Esto es tan
malo como el cristianismo más ortodoxo, de hecho representa el llevar a la vida budista
actitudes cristianas.
He de confesar que encontré mucho de esto en los movimientos budistas ingleses
cuando regresé en 1964, tras haber pasado veinte años en Oriente. Había, por ejemplo,
gente a la que, con toda la razón, la meditación les resultaba en verdad muy útil, y
dedicaban cierto numero de horas todos los días a practicarla. Porque a ellos les
resultaba tan útil la meditación, solían declarar que la práctica del estudio de las
escrituras, o incluso la lectura sobre el budismo, era completamente inútil. En su
opinión, de la persona que se llamaba a sí misma budista sólo se esperaba que meditase,
o incluso que no se le permitiera otra cosa que meditar.
Pero había otros que preferían el estudio y que tendían a basarse mucho en los libros.
Ellos decían que la gente en Occidente, al estar tensa y con muchos problemas, y ser
complicada en muchas formas, simplemente no estaba preparada para la sublime
experiencia de la meditación y debían de limitarse a la lectura de libros. Había quien
llegaba a decir que la meditación era peligrosa y que si insistíamos en hacerla con cinco
minutos de duración bastaba. También los había que estaban en contra de cualquier cosa
ceremonial o de colorido alguno. Por la razón que fuese, no les había resultado útil el
ritual y tendían a decir que era malo para todo el mundo.
Debemos tener cuidado de no atascarnos en ideas fijas sobre cual es la mejor escuela
budista, o sobre que tipo de práctica budista es mejor. Además debemos examinar
nuestras ideas fijas sobre que es el budismo, e incluso sobre que es la religión. Podemos
también en esto tomar como referencia las parábolas de El sutra del Loto Blanco, que
dicen que la lluvia cae, y sol brilla, tanto sobre el bueno como sobre el malo. Pero al
aplicar esto a nuestra situación, quiero expresarlo de forma diferente: la lluvia cae y el
sol brilla tanto sobre la persona religiosa como sobre la irreligiosa.
Durante un par de miles de años en Occidente todas las culturas y comunidades eran
“oficialmente” religiosas. Esto quería decir que sólo se podía desarrollar estados de
consciencia superiores por medio de métodos religiosos tradicionales: la oración, la
meditación, los sacramentos, etc. Para evolucionar tenías que ser una persona religiosa y
hacerlo en modo religioso. Había que ser un piadoso feligrés, un erudito religioso o un
místico.
Pero ha tenido lugar un gran cambio. Este comenzó en la época del Renacimiento,
cuando pensadores, filósofos y artistas empezaron a separarse -habría quien diría
incluso emanciparse - de la tutela de la religión. Posteriormente, después de la
Revolución Industrial, este proceso se aceleró y hoy en la mayoría de los países
occidentales la sociedad y la cultura son seculares en vez de religiosas -este cambio se
está extendiendo al Oriente también. Las artes son seculares; no tienen relación directa
con la religión convencional o tradicional. Y la literatura es sin lugar a dudas secular.
A pesar de esta división entre lo religioso y lo secular, la Evolución Superior sigue
siendo posible. En el mundo moderno, en particular en Occidente, puede tener lugar en
contexto religioso y en contexto secular. De hecho, en Occidente hoy en día el progreso
espiritual parece ser más posible en el contexto secular que en el religioso convencional.
Todo aquello tradicionalmente o convencionalmente asociado con la religión tiene muy
poco atractivo para la inmensa mayoría de la gente que piensa. Hasta se podría decir,
hablando con toda franqueza, que aquellos que van a la iglesia posiblemente no están
interesados en la religión mientras que quienes están interesados en la religión no es
muy posible que vayan a la iglesia.
Por tanto, puede que sea mejor presentar la Evolución Superior del hombre en términos
seculares en vez de religiosos. Quizá así más gente se sentiría atraída hacia a las
enseñanzas y se beneficiaría de ellas. Puede que llegue el día en que tengamos que
concluir que el aferrarse a las formas tradicionales religiosas, incluso las orientales, es
poco imaginativo y realista, y que excluye o al menos no alienta a personas que podrían
beneficiarse de las enseñanzas de la Evolución Superior.
La lluvia cae y el sol reluce tanto en el religioso como en el secular. Ambos, la lluvia y
la luz del sol ayudan a todas las plantas a crecer a su manera. En todo lo que hemos
visto hasta ahora, las dos parábolas son similares. Pero algo las distingue, algo que no
llega a ser exactamente una diferencia. El simbolismo de la gran nube y el del sol se
complementan. La lluvia da la humedad, mientras que el sol da la luz y el calor.
Tomando prestados términos de la tradición china, podríamos decir que la nube es Yin,
y está asociada con las profundidades y con la tierra; y que el sol es Yang y está
asociado con las alturas, con el cielo. En el desarrollo humano el individuo es como la
planta. La planta absorbe la humedad de la tierra y toma el calor y la luz del cielo. De
igual modo, el ser humano que se desarrolla debe nutrirse desde abajo, de las
profundidades de subconsciente, y también desde arriba, las alturas de la
supraconsciencia.
Traduciendo esto a términos más simples, hemos de nutrirnos tanto de los sentimientos
como de la razón. Generalmente, la presentación del budismo en Occidente pone énfasis
en el aspecto racional, incluso da la impresión de que el budismo es tan sólo racional.
Se nos habla del pensamiento y la filosofía budista, la metafísica, la psicología y la
lógica budista; de forma que a veces parece todo bastante pesado y académico. El otro
aspecto, el lado representado por el mito, los símbolos, la imaginación, las emociones y
las visiones, no es menos importante; para ciertas personas quizá lo sea más. Esta es la
razón por la que necesitamos ocupar nuestra atención con textos que atraen a nuestras
emociones, tales como las parábolas y los mitos y los símbolos mahayánicos de El sutra
del Loto Blanco.
No basta con entender la enseñanza del Buda intelectualmente. Cualquier persona que
sepa leer y tenga una inteligencia media puede hacerlo. Lo que tenemos que
preguntarnos una y otra vez no es ¿Sé? ¿Comprendo?, sino ¿Siento? ¿Me afecta esto?
Podemos incluso preguntarnos ¿Me siento como una planta al final del verano? ¿Es así
como me siento después de un día de trabajo, o tras mi rutina diaria? ¿ Me encuentro
seco y marchito? ¿Necesito nutrición? ¿Estoy preparado para ocupar mi atención en
algo? ¿Cuando conecto con la verdad, con la enseñanza del Buda, me siento
precisamente como si me hubiera refrescado un chaparrón? ¿Sientes que te dispones a
beber algo después de haber estado seco y sediento por mucho tiempo?
Y también, ¿Cuando te pones en contacto con el Dharma, sientes realmente que ha
salido el sol?
No es raro que durante los meses del invierno nos sintamos apagados y cansados,
incluso entristecidos, porque hay niebla y el cielo está gris, y tenemos frío. Esperamos
con ganas el sol de la primavera, las vacaciones del verano, el primer fin de semana
cálido, bello y claro cuando sentimos que la primavera va a llegar. Cuando ves que los
capullos empiezan a abrirse y empiezan a salir flores en parques y jardines no puedes
contener la alegría del corazón. Sientes como si un nuevo espíritu surgiera en ti.
¿Pero te sientes así cuando entras en contacto con la enseñanza del Buda? ¿Te sientes
inmerso en el relucir del sol espiritual? Si no respondes así tu enfoque sigue siendo sólo
intelectual. Es importante que nos sintamos vivir, que sintamos que crecemos como la
planta cuando llueve y brilla el sol, que nos sintamos expandir. Si nos sentimos así,
nuestro nacimiento no habrá sido en vano porque seremos símbolos, símbolos vivos, de
la vida y crecimiento.
Cap. 6:
El Simbolismo de los Cinco Elementos y la Estupa
En todas partes del mundo el paisaje tiene su propio aspecto particular, formado por las
fuerzas de la naturaleza y las de la mano del hombre. Los seres humanos han añadido su
contribución a la escena natural, o sea a las montañas, colinas, llanos, desierto o bosque,
con arquitectura de muchos tipos: cabañas de barro, casas con techos de paja, pirámides
magníficas, altísimas torres de iglesias y grupos de rascacielos, incluso enormes
escoriales y chimeneas de fábricas echando humo.
Tras su comienzo en la India, el budismo se ha extendido desde los desiertos de Asia
Central en el oeste hasta las islas del Japón en el este; desde las mesetas glaciales
azotadas por el viento del Tíbet en el norte, hasta la isla de Sri Lanka, tropical y bañada
por el sol en el sur. Las características naturales de estas zonas son muy diferentes, igual
que sus características arquitectónicas. No obstante, viajes donde viajes en esta vasta
área existe un tipo de monumento arquitectónico que se encuentra en todas partes: en las
cimas desoladas de las montañas, en valles con bosques agradables, en medio de los
llanos enormes y a la orilla del mar. Ese ubicuo monumento budista es la estupa.
En el transcurso de los años, la estupa ha adoptado varias formas, a veces muy distintas
la una de la otra, lo cual hace casi imposible reconocer que todas provienen de los
mismos orígenes. Hay estupas hechas de ladrillo y otras hechas de piedra, algunas
incluso hechas de metales preciosos, tales como el oro y la plata, y con joyas
incrustadas. Algunas estupas son tan grandes que se tardaría diez minutos en dar la
vuelta a su alrededor y otras tan pequeñas que es posible tenerlas en la mano.
La historia de la estupa es muy interesante, sin embargo no nos interesa aquí su posición
en la historia del arte budista sino su significado simbólico. La estupa es uno de los
símbolos más ricos y más complejos de todo el budismo, sobre todo en el budismo
Mahayana. También es un símbolo que aparece, y muy dramáticamente, en El sutra del
Loto Blanco.
La estupa aparece en el capítulo once del sutra, más o menos a la mitad – si no
contamos los capítulos que parecen haber sido añadidos posteriormente – y así lo divide
en dos partes. La primera parte está dominada por las parábolas: las de la casa en
llamas, el viaje de regreso y la gran nube. En la segunda parte, incluyendo el episodio
de la aparición de la estupa, hay algunas parábolas. Pero aun así está casi totalmente
dominada por el mito y el símbolo, así como lo que podríamos llamar la fantasmagoría
cósmica. Generalizando más se podría decir que la primera parte trata del camino hacia
la Iluminación, especialmente el Mahayana, el Gran Camino, y del progreso del
Bodhisattva. En contraste, la segunda trata de la Iluminación, la meta; ya que está
dedicada al Buda y al concepto del reino de un Buda, o el mundo espiritual sobre el cual
El “reina”.
Visto de manera más abstracta aún, se puede decir que en la primera parte del sutra
vemos la existencia entera sub specie temporis, o sea en su forma temporal, mientras
que en la segunda parte la vemos sub specie aeternitatis, tal como era, es y será, más
allá del tiempo, en la dimensión de la eternidad. Por lo tanto, la primera parte ilustra la
perfección espiritual en un proceso constante de consecución, mientras la segunda
ilustra la perfección eternamente lograda. La estupa está entre las dos, no para
separarlas sino para unirlas, porque el símbolo de la estupa contiene tanto al tiempo
como a la eternidad. Pero antes de seguir, tenemos que hacer una pregunta básica: ¿Qué
es una estupa?
La palabra estupa es sánscrita y significa literalmente “la cima”; así que se refiere a la
coronilla y al techo – la cima de la casa. Curiosamente, la palabra india, con todas sus
asociaciones simbólicas, está conectada etimológicamente con una palabra inglesa
bastante más corriente: “stump” (cabo, muñón, tocón). Pero la definición etimológica
apenas nos da una idea de lo que el símbolo budista representa. Será pues un punto de
partida más útil el desarrollo histórico de la estupa.
Si exploramos los orígenes de la estupa vemos que es tan antigua como el Budismo
mismo, incluso más antigua aún. Se origina en el túmulo indio, en la práctica prebudista
de hacer un montón de tierra sobre las cenizas de los héroes. El sutra Mahaparinibbana
nos dice que según esta práctica antiquísima, el Buda mismo, antes de su muerte, mandó
que se construyera una estupa sobre sus restos. El discurso en el Canon Pali que
describe los últimos días del Buda y su muerte, cuenta como sus órdenes fueron
llevadas al cabo. Su cadáver fue puesto sobre un montón de leña empapada en aceite y
mantequilla y prendieron fuego a la pira. Esta ardió durante mucho tiempo y finalmente,
cuando las llamas habían bajado, los discípulos laicos del Buda buscaron con reverencia
entre las cenizas los fragmentos de huesos. Los monjes posiblemente tuvieran la
ecuanimidad suficiente para prescindir de recuerdos físicos de su maestro, pero los
discípulos laicos tenían el deseo humano – si es una debilidad es una que se puede
perdonar – de preservar cualquier reliquia que quedara.
Por desgracia, en cuanto juntaron las reliquias en una jarra de piedra, surgió un conflicto
entre los discípulos. Si tomamos literalmente las ilustraciones de este episodio en el arte
budista, podría parecer que, con las cenizas apenas frías, los distintos bandos estuvieron
dispuestos a luchar para poseerlas. Aunque semejante respuesta a la muerte de un gran
maestro parezca sorprendente, claramente existe algo muy simbólico en ella, ya que no
es el único ejemplo de este tipo dentro de la tradición budista. Después de la muerte del
gran yogui Milarepa, después de su retirada del plano mundano, sus discípulos
mostraron el mismo tipo de avaricia por las reliquias que habían demostrado los
discípulos del Buda. Con un simbolismo característicamente apocalíptico y magnífico,
la leyenda tibetana describe la manera en que las reliquias de Milarepa se condensaron
en una esfera de luz brillante que flotó por encima de las cabezas de los discípulos.
Cada vez que intentaban cogerla, se elevaba en el aire fuera de su alcance; en cuanto
dejaron caer sus manos avaras, bajó un poquito, tentadora pero siempre fuera de su
alcance. Sucediera esto o no, es evidente que el simbolismo es muy significativo.
En el caso del Buda, tribus, ciudades, incluso reyes y jefes reclamaron las reliquias. Por
ejemplo, los Shakyas (la tribu del propio Buda) dijeron: - El Buda nació entre nosotros.
Más que nadie, nosotros tenemos el derecho de guardar las reliquias.- A su vez los
Mallas dijeron: - Naciera donde naciera, vivió entre nosotros y nos enseñó durante
mucho tiempo, así que nosotros tenemos el derecho de poseer las reliquias. Así se
sucedían las disputas, tribu tras tribu poniendo sus demandas. Fue necesario que un
Brahmán sabio les recordara que era indecoroso que discutieran de tal manera sobre las
reliquias del Buda, habiendo muerto El tan recientemente. Los discípulos recapacitando
sobre esto recuperaron el buen juicio y se pusieron de acuerdo: las reliquias fueron
divididas en ocho porciones, una para cada tribu que las había reclamado. Cada
comunidad construyó una estupa sobre su porción de las reliquias y también fue
construida otra sobre la jarra en donde se las había guardado.
El hecho de que esta disputa tuviera lugar entre los seguidores laicos del Buda
(aparentemente los monjes no querían tener nada que ver con esto) sugiere que la
práctica de la veneración de las reliquias de personas importantes no formaba parte de la
enseñanza del Buda, sino que fue una práctica étnica que era ya popular entre sus
discípulos laicos. Fuera lo que fuese, está claro que después de la muerte del Buda, la
veneración de estupas y el adornarlas llegó a ser una práctica religiosa muy popular
durante mucho tiempo. De hecho, durante cientos de años después de la muerte del
Buda, la construcción, veneración y decoración de las estupas fueron las principales
prácticas religiosas del laicado. En aquel entonces no existían templos ni imágenes; el
laicado no meditaba ni se marchaba a vivir a la jungla, como los monjes, así que cabe
preguntar ¿Qué práctica religiosa podían entonces hacer? Podían hacer ofrendas a las
estupas y venerar las reliquias. De esa manera podían mantener vivo el recuerdo del
Buda y el ejemplo que él había dado.
El sutra Mahaparinibanna nos cuenta que el Buda dijo a sus discípulos que
construyeran una estupa para sus restos, pero no dice nada sobre en que modo quería El
que se hiciera. En una tradición de fuentes tibetanas se dan algunos detalles. Cuando el
Buda dijo que construyeran una estupa, los discípulos le preguntaron en que forma la
quería. El Buda no contestó con palabras sino con una demostración práctica. Cogió su
hábito exterior amarillo y lo dobló dos veces para que formara un cubo; después le puso
su cuenco redondo encima pero boca abajo. “Haced la estupa de esta forma” dijo. Es
evidente en los restos arqueológicos de lugares budistas de la India que esta forma – un
cubo cuadrado con un hemisferio encima – fue la forma más antigua de la estupa.
Al principio, los monjes, los seguidores más dedicados, no estaban muy contentos con
la práctica de devoción a reliquias. Pero como llegó a ser una práctica muy popular
entre los laicos, los monjes tuvieron que aceptarla como parte de lo ortodoxo. De hecho,
y según textos como el Kathavatthu, algunos de los monjes atribuyeron mucho valor
devocional y espiritual a la práctica de reverenciar la estupa. La práctica se estableció
con firmeza durante el reino de Asoka (el rey de Magadha del siglo tres antes de Cristo
que extendió su reino por toda la India y fundó el imperio Maurya). El propio Asoka,
según se cuenta, fue un gran constructor de estupas. Las leyendas dicen que en un solo
día construyó 84.000 estupas – un trabajo tremendo incluso para Asoka. Se dice que
para poder hacerlo el preceptor espiritual de Asoka extendió su mano al cielo y paró el
sol hasta que el gran trabajo fue acabado – leyenda parecida a la de Josué, en el Antiguo
Testamento.
Desde la época de Asoka, las estupas fueron construidas cada vez más grandes y
elaboradas y eran objetos de más y más devoción. Los arqueólogos han descubierto
estupas que eran al principio relativamente pequeñas pero que fueron expandidas por la
sencilla práctica de construir una capa más sobre la estructura básica del cubo y
hemisferio, y esto repetido varias veces. Y no solamente crecieron sino también
“viajaron” a otros países. Los budistas en Sri Lanka, Birmania y Asia Central
empezaron a construir sus propias estupas – algunas más grandes aún que las de la
India. Todavía mayor es la gran estupa de Borobadur construida en el primer siglo de la
era cristiana (la misma época que El sutra del Loto Blanco).
He aquí el extracto de la traducción de Kern – tal vez no tan poética como desearíamos–
que describe la aparición de la estupa en medio del sutra:
“Entonces apareció una estupa formada de las siete preciosas sustancias, del
lugar de la tierra frente al Señor, la asamblea estando en medio; una estupa de
quinientas yoganas de altura y de la misma proporción de circunferencia.
Después de su aparición, la Estupa, un fenómeno meteórico, se quedó en el
cielo, brillante, decorada de forma hermosa con cinco mil terrazas de flores,
adornada con miles de arcos, embellecida con miles de banderas triunfales, con
miles de guirnaldas de joyas y campanas; emitía el perfume de xanthochymus y
de sándalo cuya fragancia se extendía por todo el mundo. Hileras de parasoles
subían lo suficiente como para tocar las moradas de los cuatro guardianes del
horizonte y de los dioses. La estupa consistía de siete preciosas sustancias: oro,
plata, lapizlásuli, musaragalva, esmeralda, coral rojo y piedra de karketana, y
una vez formada, los dioses del paraíso la cubrieron con flores de mandarava y
gran mandara. De la gran estupa de las siete sustancias salió una voz:
“¡Excelente, excelente, Sakyamuni! Usted ha expuesto bien este
Dharmaparyaya del Loto de la buena ley. Así es Señor; así es Sugata.”
Esta es la estupa que aparece en el sutra – sin duda una versión idealizada del tipo de
monumentos que se podía ver por todas partes de la India en la época del sutra. Ahora,
hemos colocado la estupa en su contexto histórico, pero aún no tenemos la respuesta a
la pregunta de qué es una estupa. Tenemos que preguntarnos qué representa y qué
simboliza, y la respuesta está conectada con el simbolismo de los cinco elementos.
Los cinco elementos son los tradicionales: la tierra, el agua, el fuego, el aire y el éter o
espacio. No obstante no han de considerárseles literalmente sino simbólicamente, y
¿Qué quiere decir esto? ¿Qué es lo que los constructores de las estupas tenían en la
mente? La respuesta en una palabra es: energía.
La tierra en este contexto no es la sustancia oscura y húmeda que se coge del suelo.
Como símbolo, la tierra representa energía en un estado de contracción y cohesión. El
elemento tierra es el principio de la solidez, aquel que hace que todo se una, algo así
como la ley de gravedad. Así pues, la tierra representa la energía bloqueada, congelada,
petrificada, cristalizada. De la misma manera, el agua como elemento simbólico no es la
sustancia que bebemos sino la energía en un estado de oscilación u ondulación; no está
completamente bloqueada, ni tampoco totalmente libre. Simplemente va y viene, va y
viene entre dos puntos. Esto es la energía que el elemento agua representa. Después el
fuego, ¿qué representa? Claramente, el fuego siempre sube hacia arriba. Un fuego nunca
quema hacia abajo – al menos no por sí solo – sino siempre hacia arriba. De esa manera,
el fuego representa la energía que se mueve hacia arriba, ascendiendo, digamos
sublimando. En cuarto lugar el aire simboliza la energía que no solamente está
expandiéndose y ascendiendo sino que está también descendiendo y extendiéndose por
los dos lados. En otras palabras, el aire es energía en un estado de expansión,
difundiéndose en todas las direcciones desde un punto central.
El simbolismo del elemento éter o espacio es mucho más difícil de explicar. Éter o
espacio son traducciones poco satisfactorias de la palabra sánscrita akasa, cuya raíz
quiere decir brillar y a veces se aplica al cielo. Pero el significado real de akasa es la
energía primordial de la cual los otros cuatro elementos – la tierra, el agua, el fuego y el
aire – son manifestaciones toscas. Estos son como las olas de distintas formas y
configuraciones, mientras que el éter - el espacio, akasa, la brillantez o el resplandor –
es como el océano mismo. Para dar una idea de la naturaleza de akasa, se podría decir
que en algunos contextos es algo entre lo que llamamos materia y lo que llamamos
espíritu o consciencia.
Los cinco elementos, pues, simbolizan diferentes estados de energía física. Podemos
verlos y experimentarlos en el mundo exterior; todo está compuesto de las cualidades de
solidez, fluidez, temperatura, aire y espacio. Y los experimentamos dentro de nosotros
mismos, en el cuerpo humano. Se puede decir que la tierra es la cualidad de la solidez y
de la resistencia del hueso y el músculo. El agua es la cualidad fluida de la sangre y la
linfa. El fuego es el calor, la temperatura del cuerpo. El aire es la inhalación del oxígeno
y la expiración de dióxido de carbono. Todas estas cualidades están contendidas dentro
del espacio que el cuerpo ocupa.
Por supuesto tenemos energías mentales y psíquicas además de las energías físicas y
estas energías mentales también están representadas por los cinco elementos. En
términos de energía física, digamos que la tierra representa un estado de energía
psicológica bloqueado, un bloqueo emocional. Cuando uno está bloqueado
emocionalmente ¿Cómo se siente? Se siente contraído y restringido; encerrado en sí
mismo, rígido, tenso y sin vida, como un cadáver mental. Esto es el estado de tierra. Es
como si un hombre estuviera atado sin que pudiera moverse; o quizá sólo pudiera mover
el dedo del pie o el párpado, y poco más.
El agua representa el estado de movilidad extremadamente limitado, como un cubo de
hielo que acaba de descongelarse. En este estado la energía tiene un poco de libertad; se
han quitado los bloqueos, al menos hasta el grado en que puede moverse de un lado al
otro. Es como alguien con los brazos y las piernas libres pero que se encuentra en una
celda pequeña con sólo espacio suficiente para dar unos pasos adelante y atrás. La
energía está liberada sólo parcialmente, de modo que es posible el movimiento adelante
y hacia atrás, o alrededor en pequeños círculos; éste es el estado en que la mayoría de
las personas viven.
El fuego representa un estado de liberación de energía en dirección ascendente. Aquí, la
energía está sublimada y uno experimenta inspiración, como si se le hubiera levantado,
o exaltado, o anduviera por el aire. Él “estado de fuego” es como el de la persona
encerrada en una celda que no tiene techo; está abierta al cielo, a las estrellas y la
persona sólo tiene que ascender por el aire.
El aire es la energía en proceso de hacerse completamente libre. Todos los obstáculos y
bloqueos psicológicos han sido quitados. Uno siente una expansión en todas
direcciones, transcendiendo la individualidad estrecha y limitada. Este estado parece el
de la persona en cuya prisión las paredes de repente han sido derribadas y tiene libertad
absoluta para poder ir a donde quiera. Aquí la metáfora deja de funcionar porque como
individuo el ex prisionero sólo puede ir en una dirección a la vez. Pero en el estado
simbolizado por el elemento aire, uno puede expandirse simultáneamente en todas las
direcciones del espacio, lo cual significa, el transcender la propia individualidad.
¿Y akasa – cómo encaja en la imagen? ¿Qué representa? De una manera general, akasa
es la dimensión más elevada dentro de la cual dichos movimientos tienen lugar - el
movimiento de la tierra, la oscilación u ondulación del agua, el movimiento ascendente
del fuego, la expansión del aire – todos estos tienen lugar dentro de akasa, una
dimensión por encima de ellos y que los contiene e incluye.
Desarrollando el simbolismo aún más, se puede decir que los cinco elementos
simbolizan cinco tipos distintos de personas: la tierra simboliza la persona psicológica y
emocionalmente paralizada; el agua simboliza la persona llamada normal: una persona
con algo de energía libre pero que todavía vive dentro de ciertos límites de una manera
repetitiva y reactiva; el fuego simboliza al artista, al poeta, al músico, al pensador y al
meditador porque ellos están levantándose, sublimándose y ascendiendo; el aire
simboliza al místico, que está siempre involucrado en transcender el ser. El espacio
simboliza al sabio plenamente iluminado quien ha cumplido el proceso de auto
transcendencia – en otras palabras, al Buda.
Según la tradición, cada uno de los cinco elementos está asociado con un color: la tierra
con el color amarillo; el agua con el blanco; el fuego con un rojo vivo; el aire con un
bello verde claro; el espacio con el azul o a veces con el color de una llama dorada.
También los elementos están asociados con formas geométricas: la tierra con el cubo; el
agua con la esfera; el fuego con el cono o la pirámide; el aire con la forma de un platillo
o cuenco poco profundo, como la cúpula celestial invertida; y el espacio con la forma de
una joya en llamas.
Existen otras asociaciones, por ejemplo, según algunos sistemas de yoga, los cinco
elementos se relacionan con los cinco centros psíquicos dentro del cuerpo humano: la
tierra con el más bajo, que se sitúa entre el ano y los genitales; el agua con el centro del
plexo solar; el fuego con el corazón; el aire con la garganta y el espacio con el centro de
la coronilla. Además se puede hacer una relación entre los cinco elementos y los cinco
Budas, pero aunque la exploración del simbolismo de los elementos es fascinante, ahora
es necesario volver a la pregunta: “¿Qué es una estupa?”
Los cinco elementos, representados por distintas formas geométricas y colores pueden
combinarse en la siguiente manera: la tierra – un cubo amarillo; el agua - una esfera
blanca; el fuego – un cono rojo o una pirámide; el aire – un platillo verde; y el espacio –
una gota en forma de joya con el color de una llama (algunos traductores describen este
último como una esfera pero en realidad parece más una joya). Estas formas colocadas
una encima de la otra, ascendiendo según su sutileza y libertad de energía nos da la
estructura básica de la estupa. Por lo tanto la estupa simboliza la liberación progresiva
de energía, el proceso de crecimiento y desarrollo, la Evolución Superior. Así pues
encarna en términos arquitectónicos el significado entero del Budismo en general y de
El sutra del Loto Blanco en particular. No es sorprendente entonces encontrar la estupa
en muchos sitios y como objeto de tanta devoción.
En el transcurso de los siglos la estructura básica de la estupa ha cambiado; algunos
cambios han sido originados por razones espirituales y otros por razones más bien
culturales o arquitectónicas. Uno de estos cambios está relacionado con un aspecto del
simbolismo de los elementos: su relación con los centros psíquicos de cuerpo humano.
Imaginemos frente a nosotros un ser humano sentado con las piernas cruzadas como si
estuviera meditando, y una estupa que tiene la misma altura que la persona. Si
identificáramos las posiciones de los centros psíquicos en el nervio medio de la persona
y luego miráramos a la estupa, veríamos que los centros corresponden con las formas
geométricas. Ahora, si imagináramos que otro cubo, más pequeño que él que está en la
base de la estupa se colocara entre la esfera y el cono y que todo la estructura de las seis
formas estuviera vacía de tal manera que la persona pudiera sentarse dentro, sus ojos
estarían al mismo nivel que el segundo cubo pequeño, y si éste fuera además
transparente, los ojos se verían.
Puede que esto os recuerde algo. Si alguna vez habéis estado en Nepal o si habéis visto
fotos de las estupas de ese país, seguramente esto os recordará a la estupa típica de
Nepal. En los cuatro lados del cubo pequeño (que se llama harmika) hay un par de ojos
pintados. Cuando se ven estas estupas en la distancia, con los ojos pintados en los lados,
se produce un efecto muy extraño, especialmente dado que las estupas son tan grandes
que dominan por completo el paisaje. Los ojos te miran desde arriba con un ceño
ligeramente fruncido y desaprobador que no parece del todo imaginario.
La existencia de estos ojos nos recuerda que la estupa está relacionada con el cuerpo
humano mismo, que los elementos de la estupa corresponden a los centros psíquicos y
que ambos representan un movimiento progresivo y ascendente, un movimiento de
evolución espiritual. ¿Pero por qué se le puso a la estupa el segundo cubo? ¿Además,
por qué se añadieron el cono, el platillo y la joya a los sencillos elementos originales?
¿Y por qué se cambió la parte cónica en la estupa nepalí de modo que ha llegado a
parecer una serie de anillos de diámetro en disminución gradual?
La respuesta a estas preguntas tiene que ver con el simbolismo del yin y el yang. Los
términos yin y yang son chinos y no hindúes y representan una polaridad de validez e
importancia universal; además son bastante conocidos en occidente por lo cual hago
alusión a ellos. Cuando vimos La parábola de la gran nube y la del sol, vimos que el
principio yin se asocia con la tierra, con el agua y con las profundidades, mientras el
principio yang se asocia con el cielo, con el fuego y con las alturas. El yin es el principio
negativo y pasivo – el principio femenino si el término se usa de forma específica. El
yang es el principio activo y masculino, el principio positivo. El yin es simbolizado por
la luna y el yang por el sol. El yin es emoción, el subconsciente; el yang es la razón, la
mente consciente. El yin es la vida; el yang es la luz; el yin, es incluso, la evolución
inferior y el yang la superior. En el transcurso de la evolución del individuo, es
necesario equilibrar y sintetizar el yin y el yang. Hemos visto que la planta es el
producto de la lluvia y el suelo por un lado y el espacio y la luz del sol por el otro. De la
misma manera, el individuo que se desarrolla está nutrido tanto por las fuerzas del yin
como por las del yang.
Ahora bien ¿Qué tiene que ver esto con la estupa? El montículo funerario prebudista
consistía simplemente en un gran montón de tierra, un túmulo, el lugar en que
respetuosamente se guardaban los restos de los héroes, los reyes y lo sabios y que era
donde se centraban los ritos del culto a los muertos. Estos túmulos naturalmente fueron
asociados con la Tierra y de ese modo también con la matriz de la Madre Naturaleza, y
lo maternal en general. Por consiguiente, en su forma original, la estupa era un símbolo
del principio del yin. Las estupas más tempranas, hechas del cubo y la esfera, o semiesfera,
estaban también asociadas con el yin, ya que tanto el cubo como la esfera son
símbolos yin, o símbolos lunares.
¿Pero de dónde salió el cubo menor? y ¿Cuál es el origen del parasol triple que se
coloca en muchas estupas sobre el cubo menor? Estos dos símbolos provienen de un
antiguo culto indio pre-budista que existía junto al culto a los muertos: el culto al sol.
Entre los muchos símbolos solares de la India antigua sobresalen dos de importancia
particular: el fuego sagrado y el árbol sagrado. El fuego sagrado ardía en el hogar de
todo seguidor ortodoxo de los Vedas. Ardía también en el centro de la aldea, dentro de
un santuario de ladrillos en forma de cubo con un pequeño altar, era como una pequeña
cabaña glorificada. Este tipo de santuario con frecuencia se encontraba junto al árbol
sagrado de la aldea, un bayan o un peepul, pues el árbol era también un símbolo solar.
Por tanto, el harmika, el segundo cubo de la estupa simboliza el altar del fuego sagrado,
y el parasol que lleva encima proviene del árbol.
Podemos pues ver como se desarrolló la estupa; dos símbolos solares, el altar del fuego
y el parasol o árbol, fueron puestos sobre los dos símbolos lunares, el cubo y la esfera o
semi-esfera. Posteriormente el plato y el cono fueron colocados sobre el cubo y la
esfera. De modo que la estupa dejó de ser sólo un despliegue de los cinco elementos en
orden ascendente. Paso a ser también una síntesis de los símbolos solares y lunares
indios, así como una síntesis de los principios del yin y del yang. Podríamos decir que la
estupa representa una síntesis de los aspectos diferentes, o los polos opuestos, de nuestra
propia indisciplinada naturaleza.
La estupa estándar consta de siete partes. En la parte inferior está la base, el medhi, que
representa al elemento tierra, al principio yin, y puede ser simplemente un cubo o tener
unos peldaños, generalmente cuatro.
A continuación está la porción semiesférica, que en sánscrito se le llama anda
(literalmente: huevo), o garbha (el recipiente, cofre del tesoro, la matriz), acepciones
todas muy simbólicas. A la estupa cingalesa se le llama dágoba, una degeneración del
término sánscrito dhatu garbha (receptáculo de reliquias) y la porción semiesférica
tiene de hecho forma de campana, lo que le da su belleza característica. En la estupa
tibetana, el chorten, se da la misma forma campaniforme pero invertida. Tiene la forma
de cáliz que es idéntica a la del vaso de la inmortalidad, el amrta kalasa, en sánscrito, o
el bumpa, en tibetano; este es el vaso que sujeta Amitayus, el Buda de la Vida Eterna.
Esta asociación con el vaso de la inmortalidad representa la receptividad del principio
lunar al principio solar, o del yin al yang - incluso el principio lunar transformado por el
principio solar. Hay que recordar también que esta porción de la estupa simboliza al
elemento agua, que por lo tanto simboliza además al principio del yin.
La tercera parte de la estupa estándar es el cubo que se originó en el altar al fuego de la
tradición védica. En esta sección, llamada harmika, se guardan las reliquias. El cuerpo
físico del Buda fue consumido por el fuego, igual, podríamos decir, que fue consumido
su sentido del Yo en el fuego de su práctica espiritual y su realización. Por lo tanto, esta
porción de la estupa simboliza al elemento fuego y al principio del yang.
La cuarta porción la aguja o kunta, el parasol y el árbol, se desarrollo por un largo
período hasta que llegó a la forma de trece anillos cuyo diámetro disminuye a medida
que ascienden. Estos representan a los trece bhumis, las fases por que pasa el
Bodhisattva en su camino a la Iluminación. En la China, esta porción de la estupa fue
separada del resto para convertirse en lo que en Occidente llamamos pagoda, un
elemento muy característico del paisaje chino. Podría parecer que si la estupa original,
el cubo y la esfera, simbolizaban sólo al principio yin, con la pagoda se fue al extremo
opuesto y se convirtió en un símbolo únicamente del principio yang. No obstante, se
puede aducir que como la pagoda se alza sobre la tierra el equilibrio sigue
manteniéndose. Teniendo la tierra como base, la pagoda no necesita ningún otro
elemento arquitectónico.
Desde el punto de vista geométrico, esta porción de la estupa representa al elemento
fuego, si bien en la estupa de siete secciones el fuego está ya representado por el
harmika, en este caso la aguja representa al elemento aire. En cualquiera de los dos
casos, ya simbolice fuego o aire, representa al principio del yang.
La sección quinta es el plato o cuenco. Esta en su origen representaba el espacio o el
éter, que es la síntesis del yin y del yang. Pero posteriormente se convirtió en una media
luna pura en cuarto creciente, lo que simboliza al principio del yin en forma sumamente
purificada y sublimada. En sexto lugar viene el disco solar, que representa al principio
del yang también sumamente purificado y sublimado.
Por último, la joya del color de la llama o de los colores del arco iris, surge del disco
solar rojo. Este símbolo no sólo se encuentra en la cima de las estupas, también aparece
sobre la cabeza de todas las imágenes de Budas en todos los países y períodos,
recordándonos así que el significado original de la palabra estupa se refiere a la
coronilla, la parte superior del cráneo. La ushnisha, que los traductores occidentales
traducen con nada de elegancia como la protuberancia búdica, a veces tiene la
apariencia de una llama ascendente sobre la cabeza del Buda, a veces la de un capullo
de loto. El significado de la ushnisha es el mismo que el de la joya de color de llama de
la cima de la estupa: la síntesis total del yin y del yang. ¿Cuál es la síntesis al nivel más
elevado de los principios del yin y del yang? Es la Iluminación misma: éste es el
verdadero significado de la joya color de llama.
En vista de esto, no es sorprendente que la estupa, tanto en el contexto histórico como
en el doctrinal, sea a veces considerada como el símbolo más importante del budismo;
aun más importante que la bien conocida imagen del Buda. No es sorprendente que la
estupa haga esa repentina aparición dramática justo a la mitad de El sutra del Loto
Blanco. Recordaréis que cuando aparece la estupa los discípulos del Buda le ruegan que
la abra, y Shakyamuni se eleva en el aire y tira del pestillo de la puerta en la mitad de la
estupa. Una vez abierto el pestillo la puerta se abre con un sonido como el del trueno,
dentro de la estupa se revela el cuerpo del antiguo Buda Tesoros Abundantes que sigue
intacto después de incontables años. Tesoros Abundantes invita entonces a Shakyamuni
a compartir su asiento, de modo que ambos Budas se sientas juntos dentro de la estupa.
¿Qué quiere decir esto? Debe querer decir algo, cualquier imagen del sutra tiene
significado. Puesto que Tesoros Abundantes es el Buda del pasado remoto y
Shakyamuni es el Buda del presente, este episodio representa la unión del pasado y del
presente. Pasado y presente se han convertido en uno.
Pero hay un significado más profundo en este episodio. Se nos dice que Tesoros
Abundantes es el Buda del pasado ¿Pero de qué pasado? No el de hace mil años, ni el de
hace un millón; se nos dice que es el de hace incalculables e insondables miríadas y
miríadas de años. Ahora bien, cuando se amontonan así los períodos de tiempo, lo que
realmente se está diciendo es que este Buda está más allá del tiempo. El no es sólo el
Buda de un pasado remoto, es el Buda primordial, el del origen metafísico de todas las
cosas, que quiere decir la carencia de origen. Es decir, Tesoros Abundantes es el Buda
eterno, más allá del pasado, más allá del presente y más allá del futuro; totalmente fuera
del tiempo. Esto quiere decir que cuando Shakyamuni, el Buda del presente, toma
asiento dentro de la estupa junto al Buda eterno, Tesoros Abundantes, la dimensión del
tiempo y la de la eternidad están en coalescencia. Al contener a Tesoros Abundantes y a
Shakyamuni, la estupa contiene tanto al tiempo como a la eternidad. Por lo tanto, la
estupa tal y como surge en El sutra del Loto Blanco, no representa sólo la síntesis
general de los principios del yin y del yang, ni aun a niveles muy sublimes. Lo que
representa es la síntesis superior y más completa de todas: la síntesis del tiempo y de la
eternidad.
Cap. 7:
La Joya en el Loto
Las estupas se encuentran por todo el mundo budista, pero ahora vamos a considerar
algo que se encuentra casi siempre en un solo país budista: el Tíbet. Basta con mirar el
mapa para ver que el Tíbet es verdaderamente un país enorme, sobradamente mayor que
Francia y España juntas. Pero aun siendo tan grande, la población es muy escasa. Hasta
hace no mucho tiempo, no se sabía a cuanto ascendía el número de tibetanos. Pero
actualmente se piensa que hay entre uno y dos millones de personas esparcidas por esa
área tan vasta. No hay apenas ciudades, ni tampoco muchas aldeas, y muchos de los
tibetanos, particularmente en el norte y en el este, son nómadas y vagan de lugar a lugar
con sus caballos, sus tiendas de fieltro y sus ganados. Además, y siento tener que
decirlo, bastantes de estos nómadas, a pesar de ser budistas, viven del hurto.
Esto hace que el viajar por el Tíbet sea un proyecto peligroso. Se viaja durante cientos
de millas por un país salvaje y dotado de enormes rocas, y tras cualquiera de ellas
podría haber escondido alguien armado. Es pues un alivio para el viajero el acercarse de
nuevo a la civilización, o al menos a alguna pequeña aldea. Cuando esto ocurre, mucho
antes de ver a una persona o una casa, suele empezar a aparecer indicios de que de que
la zona está habitada. Quizá se ve un chorten (la estupa tibetana) una ruda edificación
de piedra pintada de blanco; si bien los chorten son comunes incluso en las áreas más
desiertas del Tíbet. Probablemente lo que te asegura que estás acercándote a una aldea
sea una larga pared de piedra que aparecerá a tu derecha conforme avanzas sobre el
camino. En la pared habrá pintados unos signos en amarillo, rojo, azul y verde, y de
unas dimensiones comparables a tu altura si la pared es lo suficientemente alta. Si
comprendes la escritura tibetana, verás que de las sílabas surge una frase en sánscrito, y
en todos los casos es la misma frase: om mani padme hum. En el Tíbet, en cualquier
lugar habitado a que vayas encontrarás casi siempre la pared mani; o al menos así era
hace años, antes d e la invasión china.
En los tiempos en que nadie en el Tíbet había nunca oído hablar del Jefe de Comité
Mao, no sólo se pintaba, gravaba y esculpía om mani padme hum en esas largas paredes.
También se imprimía con bloques de madera en largas tiras de papel que, enrolladas, se
ponían dentro de objetos rituales cilíndricos que en occidente se han llamado ruedas de
plegaria, pero que los tibetanos han llamado siempre ruedas mani. La frase se imprimía
además en innumerables banderas de plegaria que sujetas a largas varas de bambú se
agitaban no sólo sobre los monasterios sino también sobre cualquier asentamiento, de
modo que la frase om mani padme hum era ondeada en las brisas por todo el Tíbet.
Incluso el aire podría haber llevado la frase a nuestro oído, ya que era recitada todos los
días por cientos y miles de gente. Si uno salía a dar un paseo vespertino en una aldea
tibetana seguramente vería a gente por los caminos con sus rosarios en una mano y la
rueda de plegaria en la otra, murmurando: om mani padme hum, om mani padme hum.
Así pues, la frase om mani padme hum tiene obviamente un gran significado. Lo que
significa, y su conexión con El sutra del Loto Blanco, constituye el tema principal de
este capítulo. Pero lo primero que hay que decir sobre la frase es que es un mantra. La
palabra mantra es bastante común pero con frecuencia es mal entendida; la traducción
corriente “frase mística” no nos ayuda realmente. Si miramos de donde deriva la palabra
dentro de la tradición -esto es lo que Guenter llama la etimología simbólica, en vez de la
etimología científica - veremos que consta de dos partes: man, que quiere decir mente, y
tra es un verbo que quiere decir proteger. Entonces, el mantra es aquello que protege a
la mente, porque protege -y también desarrolla y madura - la mente de la gente que lo
recita y que medita sobre su significado.
No obstante, en términos filológicos estrictos, mantra viene de una palabra que quiere
decir llamar, incluso hacer llamamiento, es decir: invocar. Los mantras son frases
usadas para invocar las fuerzas espirituales latentes dentro de nuestras mentes, de hecho,
son los nombres de esas fuerzas espirituales. Pues en la tradición budista tales fuerzas
asumen espontáneamente formas arquetípicas - formas de Budas y de Bodhisattvas,
formas de dioses guardianes, formas de dakas y de dakinis - y cada una de ellas tiene su
propio mantra. Cuando se recita un mantra se ponen en marcha vibraciones a las que
responde la Realidad y la forma apropiada de Buda o Bodhisattva aparece. Se podría
decir que la forma del Buda o Bodhisattva representa al “símbolo forma” de la energía
espiritual y que el mantra representa al correspondiente “sonido símbolo”. ( De hecho,
puesto que cada figura arquetípica tiene su color particular - algunas son de color rojo
vivo, otras de azul profundo, otras blanco puro, otras un bello verde - y el color es una
variedad de la luz, podemos decir que el símbolo forma es también el símbolo luz).
Para evitar confusiones he de señalar que hablando en general hay dos tipos de
Bodhisattvas. Uno es el ser humano histórico que ha hecho voto de esforzarse para
lograr la Iluminación por el beneficio de todos lo seres, y que se encuentra en una de las
diez fases del camino del Bodhisattva. El otro tipo es el Bodhisattva arquetípico una
personificación de un aspecto particular de la Iluminación. Se puede pensar sobre la
Iluminación en modo abstracto, o en general, pero también se puede pensar sobre ella en
concreto, en términos de aspectos particulares: el aspecto de la sabiduría, el de la
compasión, el de la energía, etc. Esto son formas en que se puede contemplar la
experiencia de la Iluminación. Los distintos Bodhisattvas personifican, aunque no en
sentido artificial, un aspecto u otro de la Iluminación o la Budeidad: Manjushri
representa a la sabiduría, Vajrapani representa la energía, Vajrasattva representa la
pureza sin comienzo, y así sucesivamente. A los Bodhisattvas de este tipo, que no son
seres humanos históricos aun si son representados con forma humana, se les llama
Bodhisattvas del dharmakaya; siendo el dharmakaya un término particular para
describir la Realidad más remota.
El aspecto de la Realidad invocado por om mani padme hum, el mantra que resuena por
todo el Tíbet, es el de la Compasión, y está representado, incluso cristalizado, en la
forma de Avalokiteshvara. El es quizás el más famoso de todos los grandes
Bodhisattvas; se le adora, se medita sobre él y se le invoca no sólo en el Tíbet sino
también en todo el mundo del Mahayana, y aun en algún que otro lugar del muy
theravadin país de Sri Lanka. El sutra del Loto Blanco le dedica todo un capítulo, de
modo que podríamos decir que Avalokisteshvara mismo es uno de los símbolos del
Mahayana en este sutra. Las palabras mani padme de su mantra se traducen: la joya en
el loto.
El significado del mantra coincide con el de una de las parábolas de El sutra del Loto
Blanco que trata también de una joya. Esta parábola, a la que llamaremos La parábola
del borracho y de la joya, tiene lugar en el capítulo octavo. Como la del mito del viaje
de regreso, es narrada por algunos de los miembros de la asamblea en respuesta a algo
que han escuchado.
Al principio del capítulo el Buda predice la Iluminación suprema de su discípulo Purna,
declarando que en un futuro muy lejano será el Buda llamado Irradiación de la Verdad.
Un nombre muy adecuado para Purna, que sobresale entre los otros discípulos por su
habilidad como predicador, famoso en muchos lugares por su elocuencia. En previos
capítulos del sutra se predice la Iluminación suprema de otros discípulos y se le
“asigna” a cada cual un mundo, en algunos casos sumamente remoto al nuestro. En la
predicción de Purna esto es diferente ya que, según parece, él será Buda en este mismo
mundo tras el paso de millones y millones de años. Pero, a juzgar por lo que dice el
Buda, este mundo será entonces un lugar muy distinto del que es hoy. De hecho habrá
cambiado tanto que será un “mundo puro”, usando la terminología tradicional; un
mundo libre de ciertas imperfecciones, un mundo ideal.
En la tradición budista india se tienen ideas propias sobre en que consiste la perfección
de un mundo. Para empezar, según el sutra, tal mundo es completamente llano. Por la
razón que sea, los indios parecen objetar a cualquier irregularidad de la superficie de la
Tierra. Las montañas y las colinas aquí y allá alteran el bello y regular contorno del
horizonte, así que la llanura es para ellos una cualidad deseable del mundo perfecto.
Además, no sólo será un mundo completamente llano, sino que estará transformado
hasta el punto de ser apenas reconocible. No estará hecho de la tierra y de la roca a que
estamos acostumbrados, sino que lo compondrán en su totalidad las siete sustancias
preciosas: el oro, la plata, etc.
El sutra añade que en esos tiempos habrá vehículos divinos colocados en los cielos; algo
que hay a quien le resulta muy interesante ¿Tiene esto algo de familiar? Y no sólo esto,
sino que la división entre el mundo de los hombres y el de los dioses estará destruida, de
modo que no habrá una barrera entre nuestro mundo y el que podríamos llamar el reino
arquetípico. Los seres humanos en la Tierra podrán mirar hacia arriba y ver a los dioses
y estos podrán mirar hacia abajo y verles. Habrá contacto entre ambos regularmente. En
el mundo entonces no habrá lugar alguno en que se sufra, ni el sonido del tormento y de
la aflicción.
También dice el sutra que entonces en el mundo no habrá mujeres - una declaración que
suena como mínimo provocativa. Pero, por supuesto, esto no quiere decir que en el
mundo habrá hombres pero no mujeres. Lo que significa es que no habrá distinción de
sexo entre los seres de la Tierra; no habrá ni hombres ni mujeres, sólo habrá seres
humanos. Eso seres humanos no nacerán o, mejor dicho, renacerán, en la forma ruda en
que se nace, si no que lo harán por el medio llamado nacimiento de aparición. La gente
brotará en la existencia, surgirá naturalmente del delicado aire. Tras nacer de esta forma,
no nos sorprenderá que según el sutra, los seres vivan una vida completamente
espiritual. No tendrán cuerpos físicos sino mentales; cuerpos espirituales de propia
luminosidad, brillantes y capaces de volar por los aires cuando lo deseen. Al no tener
cuerpo físico no tendrán necesidad de comida de tipo físico y se alimentarán de dos
cosas: el gozo de la enseñanza del Buda y el gozo de la meditación. Por supuesto habrá
entonces muchos grandes Bodhisattvas; lo que no es sorprendente en dichas
circunstancias. El sutra además añade, como toque final, que habrá también muchas
estupas, todas hechas de las siete sustancias preciosas.
Tras dar esta viva narración del mundo tal y como será cuando Purna sea Buda,
Shakyamuni procede a predecir la Iluminación Perfecta de otros quinientos discípulos.
Estos, encantados, como es natural, con la predicción, dicen que se sienten como si de
pronto hubieran ganado la posesión de algo maravilloso, y cuentan una historia, La
parábola del borracho y la joya:
¡Señor honrado por el mundo! Es como si un hombre fuera a casa de un amigo íntimo se
embriagara y se durmiera. Y su amigo entonces teniendo que marcharse por
obligaciones oficiales le dejara como regalo una joya valiosísima atada a su túnica El
hombre al estar borracho y dormido no sabe nada de esto. Tras alzarse, marcha de viaje
hasta que llega a otro país, donde para ganarse el sustento necesita mucho trabajo y
esfuerzo, y se contenta aun si es capaz de obtener lo mínimo. Posteriormente, su amigo
vuelve a encontrarse con él. Y le dice: ¡Pero has llegado a esto tan sólo por ganarte el
sustento! Deseando tu confort y el que pudieras satisfacer tus cinco sentidos, hace
tiempo, en tal año, tal mes y tal día yo te até una joya valiosísima a tu túnica. Ahora,
como entonces, está ahí y tú, ignorándolo, trabajas como un esclavo y te preocupas para
poder subsistir. ¡Qué absurdo! Ve ahora mismo y cambia la joya por lo que necesites y
haz entonces lo que quieras, libre de pobreza y escasez.
Esta es la parábola. Sin duda el significado es bastante claro. Esta es también nuestra
introducción al simbolismo de la joya valiosísima, que a su vez nos conducirá a un
análisis general del simbolismo de la joya en el Mahayana, para desembocar entonces
en la joya en el loto. Pero primero, notemos un aspecto de la parábola en el que vale la
pena reparar. En la historia tenemos un hombre que se emborracha y se duerme, esto es
un ejemplo de un tipo de simbolismo que no sólo se usa en la literatura budista, sino que
se utiliza también en todas las tradiciones espirituales del mundo. Ya lo hemos
encontrado en la parábola nóstica El himno de la perla, en la que el hijo del rey va a
Egipto en busca de la perla, pero embriagado por los egipcios, se olvida de su identidad
y de su cometido y al final se sume en un profundo sueño.
En la tradición nóstica, como en todas las demás, tanto la embriaguez como el sueño
son símbolos de la falta de consciencia, falta de verdadera auto-consciencia humana.
Este es el estado, podríamos decir, en que se encuentran la mayoría de la gente durante
la mayoría del tiempo. Si el estado humano se caracteriza por la consciencia de uno
mismo, la mayor parte de la gente no vive como humanos, sino en un estado modorra,
oscuridad e ignorancia parecido al del animal. Convertirse en un ser verdaderamente
humano, alcanzar el estado de auto-consciencia, es de hecho muy difícil y para ello
necesitamos generalmente ayuda exterior. Es igual que cuando estamos profundamente
dormidos, y seguimos durmiendo más y más hasta última hora de la mañana o primera
hora de la tarde, como hacen algunas personas. Quizá suena el despertador pero no lo
oímos. Lo que necesitamos es que venga alguien y nos grite: ¡Despierta! Pero si
estamos de verdad dormidos profundamente y soñando, ni aun un grito fuerte nos
despertaría. Quizá lo que necesitamos es que venga alguien, nos coja del hombro y nos
dé un buen meneo. La religión es simplemente esto, eso es todo lo que ha de hacer. La
religión es justamente ese grito, ese meneo que nos despierta, que nos saca del estado de
estupor del ebrio, de la ignorancia y la inconsciencia.
En el estado soñoliento y ebrio no sabemos quienes somos, ni lo que somos; no
conocemos nuestra verdadera naturaleza. Pensamos - soñamos - que somos pobres, que
estamos limitados, que estamos condicionados y consecuentemente sufrimos. Pero en
verdad, como el hombre de la parábola, tenemos la joya valiosísima, lo único que
debemos hacer es darnos cuenta de ese hecho.
En la parábola, el amigo antes de partir ata la joya a la túnica del hombre dormido, pero
este detalle no ha de interpretarse literalmente. El principio de la parábola, como el del
mito del viaje de regreso y como el de todas las parábolas y cuentos de hadas, tiene
lugar fuera del tiempo. De modo que la joya no entra a formar parte de nuestras
posesiones en un momento particular dentro del tiempo. Está ahí siempre - es decir, está
fuera del tiempo. Lo que ocurre dentro del tiempo es nuestra realización de que la joya
está ahí.
El origen fuera del tiempo no es, por supuesto, la única similitud entre esta parábola y la
del mito del viaje de regreso. En ambas parábolas, el héroe - si es que se le puede
realmente llamar así - se marcha a un país lejano en el que sufre penurias debido a su
pobreza. En ambas parábolas el héroe termina poseído de riquezas, riquezas que habían
sido siempre suyas. Pero existen también diferencias significativas entre las dos
parábolas. Para empezar, la relación padre-hijo del viaje de regreso sugiere un grado
más extremado de alienación que la relación entre los dos amigos -dos iguales entre
ellos - de La parábola del borracho y la joya. Aún de mayor importancia es el modo
diferente en que los dos hombres pobres se hacen ricos. En el mito del viaje de regreso,
el pobre es gradualmente introducido a las riquezas, se acostumbra a entrar y salir de la
mansión sin miedo, hasta que al final se entera de que los bienes que ha estado
administrando son en realidad su propia herencia. Pero en La parábola del borracho y
la joya la transición es mucho más repentina. El hombre es un desamparado que sufre e
inmediatamente - ya que su benefactor no se anda con rodeos - se ve enriquecido.
Esta profunda diferencia entre las dos parábolas corresponden a dos métodos distintos
que el gurú o maestro usa para guiar al discípulo en la vida espiritual: el método gradual
y el método repentino. En el método gradual el maestro dice en un principio: no te
esfuerces demasiado, no te preocupes del Nirvana o de la Iluminación, simplemente ve
calmando la mente, mantén la paz en ti, disfruta más de la vida. Así el discípulo es
llevado paso a paso y cuando han pasado muchos años el maestro empieza a hablarle de
la Iluminación. Pero en el método repentino, el maestro confronta al discípulo con la
verdad inmediatamente. No hay ni oportunidad de prepararse ni preámbulo -
simplemente: esto es, aquí lo tienes, es esto. El método elegido por el maestro depende
del temperamento del discípulo. Si él es tranquilo y está inmerso en las cosas del
mundo, entonces el método gradual será el que se use. Pero si el discípulo es de tipo
más heroico y puede aguantar el sobresalto, entonces el gurú no duda en usar el método
repentino.
Esta diferencia entre lo gradual y lo repentino es también aplicable a los dos aspectos de
Camino Óctuplo Noble, el Camino de la Visión y el Camino de la Transformación. El
Camino de la Visión es la experiencia espiritual inicial; uno ve, aunque sólo sea por un
instante, que tiene la joya, o que uno mismo e la joya. El Camino de la Transformación
es la aplicación de esa experiencia a todos los aspectos de la vida, el ajuste gradual al
hecho de que uno está en posesión de esa joya.
Es algo así como lo que ocurre cuando uno de pronto hereda una considerable cantidad
de dinero, o acierta una quiniela - si no te ha ocurrido, sin duda podrás imaginártelo. Te
llega la noticia -un telegrama o una carta de tu abogado - de que tienes medio millón de
libras esterlinas. ¡Qué sobresalto! ¡Qué sorpresa! De repente eres rico, increíblemente
rico. Por un tiempo puede que estés tan aturdido que aun teniendo todo ese dinero en el
banco no sabrás que hacer con él. Entonces viene el ajuste. Lentamente reorganizas tu
vida para que sea apta a tu nuevo status. Quizá te mudes a una casa más grande, quizá te
compres un coche mejor; todo empieza a cambiar porque eres rico. De igual modo,
quizá estés en un principio tan aturdido por la visión, por la experiencia espiritual, que
no sepas que hacer con ella. Es muy probable que por cierto tiempo sigas siendo el
mismo ser, igual de tosco, hasta que, poco a poco, empieces a transformarte bajo la
influencia de esa gran experiencia. Cuesta mucho tiempo elaborarlo detalladamente,
reorientar tu vida en torno a ese supremo hecho, esa experiencia suprema.
¿Qué es pues esa joya que descubrimos en nuestra posesión, o que nosotros mismos
somos? Bueno, el símbolo de la joya, como todos los demás símbolos, no tiene un
significado, en un sentido total y único. No se puede tomar un símbolo y decir, por
ejemplo: aquí está la joya que quiere decir esto, aquí está el loto que quiere decir eso.
Los símbolos son siempre sugestivos, evocativos, no pueden reducirse a un significado
total y único. Manteniendo esta advertencia en la mente, tratemos de sentir - no
comprender sino sentir o incluso experimentar - lo que significa la joya.
Hablando brevemente y de un modo muy general, la joya significa nuestra propia
naturaleza verdadera, lo que somos en realidad. De un modo un tanto precipitado,
podríamos decir que simboliza el verdadero ser - siempre que usemos el término en el
sentido jungiano y no en el védico. Esta joya, este ser verdadero, esta naturaleza propia
nuestra está escondida. En la parábola está escondida en las ropas del hombre, pero en
el caso de la mayoría de nosotros, sería más cierto decir que está oculta en el barro. Pero
sean capas de tela o de barro, este tipo de simbolismo sugiere que no existimos en un
nivel, sino en un número de niveles, unos superficiales y otros profundos. La joya
representa el nivel más profundo de todos, la roca firme en nuestro ser. Invirtiendo la
terminología, representa un nivel superior a la individualidad en el sentido ordinario del
término, un nivel que está incluso completamente fuera del tiempo.
Encontrar la joya quiere decir entrar en contacto con el nivel más profundo de nuestro
ser. Esto sugiere que la mayoría del tiempo, o más bien durante todo nuestro tiempo, no
estamos en contacto con ese nivel más profundo de nuestro ser. No es sólo que no
estemos en contacto con él: ni siquiera sabemos que existe. Vivimos meramente a partir
de la superficie de nuestro ser, no desde las profundidades. Pero cuando encontramos la
joya entramos en contacto con la capa más profunda, el nivel que existe fuera del
tiempo. Esto no quiere decir simplemente tocar esa capa y dejarla atrás inmediatamente,
sino establecer contacto permanente con ella y vivir a partir de las profundidades de esa
experiencia.
La parábola dice que la joya es valiosísima, exactamente lo que es. Ha de tomarse la
palabra literalmente con toda la fuerza de su significado detrás ella. Quiere decir que el
contacto con el verdadero yo, contacto con los fundamentos de nuestro ser es la cosa
más importante de la vida. El dinero no es lo más importante, tampoco el éxito, ni la
popularidad, ni el conocimiento, ni la religión, ni la meditación. “¿En qué se beneficia el
hombre si gana el mundo entero y pierde su propia alma?” La cosa más importante de la
vida, la más preciosa del mundo entero es el contacto con nuestro propio y verdadero
ser, el contacto entre la superficie del ser y sus profundidades. Esto es más precioso que
el mundo entero – y con la palabra mundo no me refiero aquí a otras personas sino
nuestras propias posesiones materiales e intelectuales. Esta es la joya valiosísima que no
debería ser sacrificada por nada, porque si así lo hiciéramos saldríamos perjudicados.
¿Pero por qué la joya simboliza al verdadero ser? La razón más obvia es que la joya es
lo más precioso de todas las cosas materiales, así que es un símbolo muy digno para el
verdadero ser, que es infinitamente precioso. La joya es clara, reluciente y brillante,
como el verdadero ser; si bien el brillo de este es de otra clase ya que sale del interior en
vez de reflejarse del exterior. El verdadero ser es auto luminoso, consciente, atento. En
realidad no es siquiera correcto decir que es consciente porque no posee consciencia
como una cualidad, como algo adjuntado desde fuera y que se pudiera desprender, por
decir así. Más bien, por su naturaleza, nuestro verdadero ser es consciencia pura y
transparente que no distingue entre el sujeto y el objeto.
La joya no se puede ensuciar, otra cualidad que hace de ella un símbolo adecuado para
el verdadero ser. Quizá quede ocultada en el polvo y la mugre durante eones, sin
embargo cuando se quita la suciedad la joya brilla y centellea tan limpia y clara como
siempre. De la misma manera, nuestra propia naturaleza es en su esencia pura. Puede
quedarse durante la mayor parte de la vida ocultada por varios tipos de pasiones –
ignorancia, enfados, prejuicios etc., - pero en cuanto quitemos estas manchas, brilla de
nuevo con todo su esplendor. En realidad no ha sido manchada en absoluto.
El símbolo de la joya tiene muchas facetas y muchas formas distintas. Una de las más
conocidas es el cintamani traducida normalmente por “la joya que concede todos los
deseos”. Este símbolo en concreto proviene de la mitología india, pero es notable que la
mitología, el folklore y los cuentos de hadas de todas partes del mundo tengan símbolos
parecidos; cosas que conceden todos los deseos de tu corazón, como por ejemplo la
lámpara de Aladino – la coges en la mano y dices “Yo deseo...” y el deseo es concedido.
Cuando te has recuperado de la sorpresa, la coges de nuevo, le pides otro deseo y otra
vez es concedido. Es el sueño universal de la humanidad el tener una joya, o cuenco, o
lámpara o cualquier cosa que sea mágica y que te conceda los deseos. La mitología
india cuenta con el árbol que concede todos los deseos, la vaca y también un cuenco que
conceden todos los deseos, además del cintamani, la gema que concede todos los
deseos.
En la tradición budista la gema que concede los deseos ha llegado a simbolizar el
Bodhicitta, la aspiración del bodhisattva a ganar la iluminación por el beneficio de todos
los seres. Esto nos dice algo acerca de la naturaleza de la iluminación. Cuando te
iluminas lo tienes todo; todos los deseos, todas las aspiraciones son satisfechas
completamente. La iluminación, incluso en la forma primitiva y rudimentaria del
Bodhicitta es el verdadero cintamani, la verdadera joya que concede los deseos. A
menudo en el arte budista el cintamani se representa como una joya brillante de la que
salen llamas, porque el Bodhicitta, la voluntad por parte del Bodhisattva de ganar la
iluminación, está ardiendo con la actividad y quemando todo tipo de venenos mentales.
El cintamani no es el único ejemplo del simbolismo de la joya en el budismo; la joya es
muy mutable. Dividido en tres forma Las Tres Joyas: la joya del Buda, la del Dharma y
la de la Sangha, que son los tres valores más elevados en el Budismo (o digamos un
gran valor mirado desde tres puntos de vista distintos). También simboliza lo
transcendental como la vajra o el dorge diamante y trueno, a la vez indestructible y
capaz de destruir cualquier cosa.
Además la joya es un símbolo solar, una encarnación del principio del yang, y en donde
haya yang siempre habrá yin. La flor de loto, como está asociada con el agua es un
símbolo yin. Es posible que el loto tenga aún más popularidad como símbolo en la
tradición budista que la joya, y su simbolismo es demasiado vasto como para abordar
todos los aspectos. En general se puede decir que el loto tiene tanto un significado
macrocósmico como uno microcósmico; es decir, representa al universo entero y
también al ser individual. Además, el loto consiste en varias capas de pétalos, algunos
exteriores y otros interiores, y es así también apto tanto para el universo como para el
individuo, ya que consisten en muchas capas distintas, muchos niveles, algunos más
bajos y otros más altos. De esta manera el loto llega a representar el proceso entero del
desarrollo, del despliegue fase a fase, nivel a nivel, grado a grado, desde lo más
profundo hasta lo más alto – el desarrollo tanto cósmico como humano. A veces, el loto
representa a la evolución inferior; a veces, en su aspecto más elevado, representa la
evolución superior, y a veces representa ambas juntas.
Tras haber dicho todo esto, es necesario advertir que no debemos acomodarnos a la idea
de que el loto representa el proceso de evolución. No es posible dar a tales símbolos un
significado único e inmutable; no es tanto cuestión de entender el símbolo como lo es de
dejarse influir por él. Entonces, ¿qué tipo de influencia tiene la flor de loto? Debe de
representar algo rico y de colorido, algo que crece, complejo, hermoso, armonioso,
delicado, puro; en otras palabras, algo ideal.
Si estas son las asociaciones que el loto y la joya individualmente llevan consigo, ¿Qué
significa la combinación de la joya dentro del loto? Hablando con una perspectiva
macrocósmica, la joya dentro del loto quiere decir que lo no condicionado existe dentro
de lo condicionado. Lo Real existe en medio de lo irreal. La luz existe dentro de la
oscuridad, aunque no podamos verla porque seamos ciegos o porque tengamos los ojos
cerrados. En el fondo, el universo se basa en un principio que es lo espiritual más
remoto, un principio que está en marcha en el universo como parte del proceso de la
vida.
Desde la perspectiva microcósmica, la joya dentro del loto significa que la iluminación,
la Budeidad, la perfección espiritual está inmanente en la profundidad de nuestro
corazón. Si pudiéramos encontrar la valentía de bajar hasta las profundidades de nuestro
ser, por debajo de nuestras opiniones sobre tal o cual cosa, por debajo de nuestras
emociones, reflejos condicionados y reacciones, si bajáramos aún más profundo que el
subconsciente personal, más aun que el subconsciente colectivo, encontraríamos la
naturaleza misma de un Buda. Esto es el significado microcósmico de la joya dentro del
loto.
En el mantra de Avalokiteshvara, la joya dentro del loto está acompañada de las
misteriosas sílabas om y hum. Brevemente, om aquí representa lo absoluto, lo no
condicionado, lo transcendental porque está totalmente desconectado del mundo; hum
es el mismo absoluto tal y como se manifiesta en el mundo, bajando hacia él,
penetrándolo, moviéndolo desde dentro. Om y hum son el alfa y la omega, el principio y
el final, pero un principio antes del tiempo y un final después del tiempo. Al om se le
podría llamar lo “universal abstracto”, al hum lo “universal concreto”, y las palabras
mani padme, la joya dentro del loto, señalan cómo lo abstracto se hace concreto.
Desde luego, om mani padme hum no es simplemente una frase simbólica, es un mantra
y cuando se recita, aparece un bodhisattva: Avalokiteshvara, el bodhisattva de la
compasión. Él también aparece en el Sutra del Loto Blanco en el capítulo 24 del texto
en sánscrito (capítulo 25 de la versión china). Este es uno de los capítulos del sutra que
no es parte integra de El Drama de la iluminación cósmica. En la historia de la literatura
canónica del Budismo, distintas tradiciones han divulgado textos que gradualmente se
fueron agrupando. De ese modo textos y tradiciones que eran independientes se han
incluido en antologías y en textos combinados. Parece que el capítulo en donde aparece
Avalokiteshvara fue en principio un sutra independiente y fue integrado posteriormente
en la órbita del Sutra del Loto Blanco, debido a la gran popularidad y prestigio del sutra.
También se integraron muchos otros textos misceláneos que ahora forman los últimos
cuatro o cinco capítulos.
Avalokiteshvara aparece en varias formas. Una de las más famosas es la que tiene once
cabezas y mil brazos, quizá algo extraña para el occidental. Tiene once cabezas porque
hay once direcciones del espacio – el centro, el norte, sur, este y oeste, más los cuatro
puntos intermedios, más el cenit y el nadir – y la compasión es omnipresente y mira
hacia todas las direcciones. Además tiene mil brazos porque hay mucho trabajo que
hacer para aliviar el sufrimiento y por lo menos mil brazos serían necesarios para
llevarlo a cabo – en realidad se necesita un número infinito de brazos.
¿Cuál es el origen de esta figura tan extraña? Según cierta versión de la leyenda,
Avalokiteshvara estaba en una ocasión sentado en la colina de Potala, donde él vivía, al
sur de la India y desde allí estaba contemplando el mundo. En todas partes veía
sufrimiento terrible; veía personas oprimidas por reyes injustos, llevadas a la ejecución,
torturadas y decapitadas. Veía a personas que morían en la hoguera, a otras devoradas
por animales salvajes, a personas mordidas por serpientes y agonizando de maneras
dolorosas; a personas ahogadas en el mar y muchísimas más sufriendo de enfermedades,
o por la vejez, por la aflicción y por la pérdida. Al ver cuánto sufría la humanidad, sintió
el sufrimiento en su ser tan fuerte e intensamente que experimentó una tensión bajo de
la cual su cabeza se rompió en once pedazos, cada uno formando una nueva cabeza. Las
cabezas se juntaron, y aparecieron mil brazos para aliviar el sufrimiento y ayudar todos
los seres del mundo. El simbolismo es muy claro porque podemos sentir esta respuesta
cuando vemos tanto sufrimiento a nuestro alrededor; sentimos que la cabeza podría
dividírsenos en once pedazos y los brazos multiplicarse por mil para poder extenderse
en todas direcciones y dar ayuda. Avalokiteshvara representa este tipo de compasión.
Otra leyenda asociada con la compasión de Avalokiteshvara nos dice que al ver todo el
sufrimiento en el mundo, no podía dejar de llorar amargamente. Sollozó tanto que sus
lágrimas cayeron hasta formar un lago grande y brillante de agua pura y cristalina.
Desde el lago surgió un loto de pura blancura, cuyos pétalos se abrieron lentamente y en
medio apareció una bella diosa con un loto blanco en la mano. Esta es la diosa Tara, o
Bodhisattva en forma femenina, que es a veces descrita como aquella que nace de las
lágrimas de Avalokiteshvara, y por lo tanto se la conoce como a su hija espiritual. Aun
más delicada y tierna que el propio Avalokiteshvara, ella representa la quintaesencia de
la compasión.
Es más común la representación iconográfica de Avalokiteshvara con cuatro brazos – el
Avalokiteshvara shadakshari. Shadakshari quiere decir “lo que posee seis sílabas” que
se refiere aquí a las seis sílabas del mantra: om ma ni pa dme hum. En el budismo
tántrico Avalokiteshvara aparece en una forma colérica, llamada Mahakala, “Gran
Tiempo” – él que destruye la ignorancia, el odio y todo lo condicionado. Sin embargo,
en la China donde Avalokiteshvara se presentó a través del Sutra del Loto Blanco, le
ocurrió algo muy distinto. Una vez establecido allí, él, o más bien ella, se convirtió en la
forma femenina llamada Kwan Yin y es el más popular de todos los bodhisattvas
chinos.
¿Por qué Avalokiteshvara se llama así? Esta pregunta, hecha por el Bodhisattva
Aksayamati, empieza el capítulo de El sutra del Loto Blanco en que Avalokiteshvara
aparece. La etimología de la palabra nos dice que el nombre de Avalokiteshvara puede
ser interpretado en dos maneras distintas: una como “él que mira hacia al mundo de
abajo”, es decir el que mira con compasión; y otra “él que escucha”, él que oye los
gritos de sufrimiento. Pero el Buda no responde a la pregunta de Aksayamati con una
análisis etimológico, sino que dice simplemente que Avalokiteshvara se llama así
porque responde con su compasión a cualquiera que invoca su nombre y le salva de las
dificultades y peligros, tantos físicos como espirituales. La descripción larga que sigue
sobre todos las dificultades de las cuales Avalokiteshvara puede salvar los seres
humanos claramente le presenta como una figura salvadora popular. El Buda sigue
diciendo que Avalokiteshvara, para predicar el Dharma, toma distintas formas físicas
según el temperamento y las necesidades del individuo: a veces toma la forma de un
Buda, a veces la de un Bodhisattva, hasta incluso a veces la de uno u otro de los dioses
hinduistas. Al haber recibido una respuesta tan completa a su pregunta, Aksayamati
regala a Avalokiteshvara (que ahora está presente) un magnífico collar de oro y canta un
himno de alabanza – uno de los más bonitos de toda la literatura del Mahayana.
Ahora bien, la forma de Avalokistesvara, ya sea con sus mil o con sus cuatro brazos, es
un símbolo de forma, símbolo de espacio y de luz, y su mantra es un símbolo sonoro.
Pero aunque ambos símbolos convergen en él desde distintas direcciones representan el
aspecto de la compasión de la Iluminación. ¿Cómo se juntan estos símbolos? ¿Cómo se
medita sobre ellos?
La práctica de meditación es bastante compleja. Para empezar se va al Refugio -
Refugio del gurú (esto es lo primero en el budismo tibetano), Refugio del Buda, del
Dharma y de la Sangha. Pero uno no va al Refugio solo; lo hace tomando consigo a
todos los seres, por así decir. Uno los imagina yendo al Refugio, porque toda lo vivo se
dirige, en definitiva, hacia la Iluminación. Entonces uno invoca bendiciones para uno
mismo, con la aspiración y el ruego de que sean transformados el cuerpo, el habla y la
mente, y de que uno progrese en el camino espiritual. A continuación se toma el Voto
del Bodhisattva. Esto compromete a ganar la Iluminación, no ya por el propio beneficio
sino para Iluminar, beneficiar y ayudar a todos los seres, y a practicar las Seis
Perfecciones como medio de conseguir ese objetivo.
Después hay una fase de reflexión. Primero uno reflexiona, usando la formula sánscrita,
en que todas las cosas del universo son puras debido a su naturaleza. Uno no ve
impureza en ningún sitio, todo el mundo es puro y todas las cosas son puras. Entonces
una vez que se ha reflexionado esto, se reflexiona: Yo también soy puro, un ser puro en
un mundo puro. En mi naturaleza esencial soy puro.
A continuación, de las profundidades del espacio, de las profundidades de la Realidad
se conjura a la figura de Avalokiteshvara. En primer lugar se ve un trono de loto y sobre
él un disco lunar, o una alfombra de luna como a veces se le llama. Y en la alfombra de
luna uno ve -visualiza, siente, experimenta - a uno mismo como Avalokisteshvara. En
algunas formas de practica de visualización se visualiza al Buda o Bodhisattva delante
de uno mismo. Pero en esta práctica uno se visualiza a si mismo como al Bodhisattva.
Uno se imagina como Avalokisteshvara, el cuerpo del color de una concha, o del cristal,
la cara sonriente.
La figura - tu figura - tiene cuatro brazos. Los dos brazos inferiores juntan las manos
sobre el corazón. En esto hay también simbolismo. Estas manos simbolizan la joya en el
loto: los pulgares representan la joya y los demás dedos el loto. A propósito, ésta es la
razón por la que, según la tradición budista, el saludo no se hace con los dedos
firmemente juntos (ese es el saludo brahmánico), sino que se hace con los dedos
separados y los pulgares juntos para formar así la joya en el loto. Cuando saludas a
alguien de esta forma, te recuerdas que hay una joya - el potencial de la Iluminación - en
la persona que saludas y en ti también.
En cuanto a las dos manos superiores, en una lleva un rosario de cristal para contar
cuando se recita el mantra, y la otra sujeta un loto, el símbolo del renacimiento
espiritual. Los pies están en la postura vajrasana, uno sobre el otro. El cuerpo de
Avalokisteshvara - tu propio cuerpo - está adornado con sedas y con joyas. Tu cabello
es negro azulado, anudado en la coronilla, donde se sienta una pequeña figura de
Amitabha, el Buda de la Luz Infinita, ya que él es el padre espiritual de
Avalokiteshvara, la cabeza de la familia Loto. (Todos los Budas y los Bodhisattvas
pertenecen a una de las cinco familias de Budas, lo que constituye la base de mucho del
simbolismo budista). Habiéndose visualizado como Avalokiteshvara de este modo, uno
invoca para sí, como Avalokiteshvara, las bendiciones de Amitabha, su gurú, y ruega
que alcance uno la Iluminación pronto y por el beneficio de todos los seres.
Una vez que se ha hecho todo esto -un ejercicio complejo que toma bastante tiempo -,
uno lo deja. Abandonándolo todo uno permanece en un estado libre de pensamiento por
el tiempo que sea necesario, y cuando uno está preparado vuelve a la visualización.
Dentro del corazón se visualiza una luna horizontal en un loto, y sobre ella la sílaba hrih
en rojo, la semilla del mantra de Amitabha, y alrededor el mantra de las seis sílabas, om
mani padme hum, en los colores apropiados. De las sílabas salen rayos de luz que
llaman a la compasión y a las bendiciones de los Budas.
Entonces, en esta versión de la práctica completa, uno empieza a recitar om mani padme
hum. La recitación por sí sola tiene su propio valor, pero si se quiere hacer la práctica
profundamente, se ha de hacer la visualización completa primero y sólo entonces
comenzar a recitar om mani padme hum. En el contexto de esta práctica se recita al
menos quinientas veces, pero se puede continuar la recitación por un par de horas,
incluso durante todo el día. Una vez terminada la recitación, se disuelve en luz el trono
en que uno ha estado sentado, el loto y el disco lunar, y la luz se une a uno mismo.
Entonces se concluye la práctica con la dedicación del mérito. Se dice: Qué todos lo
méritos, todos los beneficios, que he obtenido de esta práctica sean compartidos por
todos.
Cuando se ha terminado la práctica, uno piensa en el lugar en que uno vive, en lo que lo
rodea, como si fuera la Tierra Pura misma, el Paraíso de Avalokiteshvara. Uno vive en
un mundo transfigurado porque es un ser transfigurado. Al haberse trasmutado en
Avalokisteshvara, uno constantemente, haga lo que haga, tiene presente al Buda de la
Luz Infinita. Uno piensa constantemente en su gurú, que está, por así decir, sobre la
cabeza propia. Hagas lo que hagas, a donde vayas por el mundo, hables con quien
hables, constantemente, día y noche, tras haber hecho este ejercicio, te comprometes a
actuar con compasión por todos los seres. Si puedes practicar esta visualización y
recitación del mantra de este modo, gradualmente alcanzarás una transformación total.
Te harás radiante, una joya, incluso la joya, y el mundo en que esté tu ser, tu ámbito se
convertirá en tu loto. Practicando, experimentando, teniendo realizaciones, de este modo
uno mismo ser vuelve, uno mismo es, la joya en el loto.
Cap. 8:
El Arquetipo del Sanador Divino
En este estudio de las parábolas, los mitos y los símbolos del Sutra del Loto Blanco he
omitido a propósito dar definiciones de los términos parábola, mito y símbolo. Debido a
lo que son, es conveniente dejar emerger su naturaleza con ejemplos concretos, en vez
de definiciones formales. No hemos estado intentando comprender de un modo
intelectual, con nuestras mentes conscientes, lo que son, sino que hemos tratado de
experimentarlos y dejar que hablasen a nuestras profundidades escondidas o secretas.
Ahora tenemos ante nosotros algo similar, pero no igual: un arquetipo, el arquetipo del
Sanador Divino. Tampoco voy a tratar de definir el término 'arquetipo'. Durante
recientes décadas, este término se ha hecho popular en las obras de Jung y sus
seguidores; no obstante, se nota en sus ensayos sobre arquetipos que él mismo tenía
cautela en dar una definición palpable y formal de lo que es un arquetipo. A veces
parece decir una cosa, y a veces otra. Siguiendo sus pasos, no voy a definir ni arquetipos
en general ni el que nos concierne ahora - el arquetipo del Sanador Divino. En cambio, a
través de diversos ejemplos, intentaremos evocar distintas manifestaciones de este
arquetipo. Incluso intentaremos verlas ante nuestros propios ojos internos.
Para empezar, vamos a evocar un arquetipo del antiguo Egipto. Thot es una figura muy
compleja, igual que todas las principales deidades de Egipto. Es una divinidad lunar,
asociada con la luna en vez de con el sol, y está representada con cuerpo humano y
cabeza de pájaro; la cabeza del pájaro sagrado de Egipto, el íbis, con un largo pico
curvado. Sobre la cabeza de íbis de Thot a veces hay una luna creciente, e incluso un
semicírculo con un disco lunar superpuesto - la luna llena y luna creciente juntas. En
cierto sentido, Thot es el más sabio e inteligente de todos los dioses, y tal vez también el
mejor. Es el inventor de todas las artes y ciencias, y desde luego es el creador de la
cultura y de la civilización. Sobretodo es el inventor de la escritura jeroglífica, y
también es el inventor de la medicina. Es el Sanador Divino del panteón egipcio.
En la mitología y las leyendas egipcias, Thot está especialmente asociado con la diosa
Isis y los dioses Osiris y Horus, quienes constituyen una trinidad muy conocida. En
algunas leyendas Thot aparece como el visir y calígrafo de Osiris. Incluso tras la muerte
trágica de Osiris a manos de las fuerzas de la oscuridad, Thot permaneció fiel a su
memoria, ayudando a Isis a purificar el cuerpo mutilado de Osiris. Cuando le picó un
gran escorpión negro a Horus, hijo pequeño de Isis y Osiris, fue Thot, el Sanador
Divino, quien le sacó el veneno de la picadura. Más tarde se dijo que Thot curó a Horus
de un tumor y sanó una herida al dios Set.
Los antiguos griegos consideraban a Hermes, el mensajero de los dioses, como el
homólogo de Thot en su propia mitología, pero Thot es más parecido a otra divinidad
griega: a Apolo. Cierto es que Thot es una divinidad lunar mientras que Apolo es una
divinidad solar, pero Apolo, igual que Thot, es el patrón de todas los artes y las ciencias,
y de la música y la poesía en todas sus formas. Además a Apolo se le asocia con el arte
divino de la sanación. En el caso de Apolo, aparentemente esto es una de las
consecuencias del hecho de ser una divinidad solar, porque la luz solar es necesaria para
la salud y la sanación.
Aunque Apolo tiene estos atributos de sanador, el verdadero dios griego de la cura es
Asclepios, quien significativamente es el hijo de Apolo y de una doncella mortal, y por
lo tanto es un semidiós. Asclepios a veces está representado en forma de serpiente, pero
más frecuentemente se le ve como un hombre alto y fuerte, de mediana edad, y con una
apariencia majestuosa y noble. Tiene una expresión compasiva de mucha sabiduría.
Algunas de las imágenes de Asclepios están entre las más impresionantes de las que nos
han llegado de la antigüedad clásica, desde un punto de vista espiritual. Sabemos que
para las imágenes de Ghandara del Buda se tomó como modelo al Apolo griegoromano,
que se solía representar en la forma de un joven hermoso en la flor de su vida,
pero tal vez los artistas ghandaranes hubiesen logrado unos resultados incluso más
impresionantes si hubiesen tomado como modelo la figura de Asclepios.
En la leyenda griega hay muchas historias de las curas milagrosas hechas por Asclepios.
Incluso se dice que su don divino de cura fue tan grande que no sólo podía sanar a los
enfermos, sino que incluso podía devolver la vida a los muertos. El Rey de la Muerte
obviamente se enfadó porque cada vez menos gente llegaba a su reino, e incluso
Asclepios le arrebataba algunos de los que llegaban. Así que se fue a ver a Zeus, el Rey
de los Dioses, para quejarse de que le estaban privando de lo que le era debido; y Zeus,
que aparentemente tenía sólo una forma de arreglar asuntos, lanzó un rayo y acabó con
Asclepios. Apolo, el padre de Asclepios, se enfureció y mató a los cíclopes por que
habían forjado el rayo con que Zeus había destruido a Asclepios. Después Zeus castigó
a Apolo, y así continuaron las cosas --igual que sucede en la tierra entre los seres
humanos.
En la antigua Grecia, a Asclepios se le veneraba mucho; el importante y poderoso culto
de este Sanador Divino tuvo como resultado gran cantidad de estatuas suyas que han
perdurado hasta el presente. Lo que es sumamente interesante sobre culto de Asclepios
es que era una religión y además un sistema terapéutico. Los médicos de la Antigua
Grecia eran sacerdotes de Asclepios, y prestaban asistencia en gran número de
santuarios famosos, los cuales eran centros de veneración religiosa además de ser
centros de sanación. Estos grandes santuarios se construyeron en las afueras de las
ciudades, sobre lugares sanos donde la gente acudía para tratamientos y prácticas de
veneración, pues ambas cosas eran lo mismo.
Al llegar al santuario cada paciente era recibido con una ceremonia de purificación para
librarle del pecado, y luego se le daba una serie de baños. Se le requería abstenerse de
todo alimento, y hacía una ofrenda de sacrificio ante Asclepios. Posteriormente, en una
noche señalada por los médicos-sacerdotes, dormía en el templo, tal vez con la cabeza
sobre los pies de la imagen de Asclepios. Tras todos estos preparativos, sin duda con
gran fe y esperanza en su corazón, y con grandes esperanzas de una cura de alguna
enfermedad, el paciente soñaba que el propio Asclepios se le aparecía para darle algún
consejo, bien acerca de su dolencia o sobre algo más general. Por la mañana, contaba el
sueño a los sacerdotes que le asistían, y ellos le daban tratamiento según su
interpretación del sueño.
Hace unos años tuve la oportunidad de visitar el más famoso de estos santuarios, el
santuario de Epidaurus. Las ruinas estaban llenas de tablas votivas ofrecidas por
personas que habían recibido curas de sus enfermedades hace miles de años y me
sorprendió lo muy destacable que era la atmósfera del lugar. Era un ambiente de calma,
paz y positividad. Uno podía fácilmente imaginar que un gran santuario de cura había
sido establecido en aquel lugar.
Por supuesto que el arquetipo del Sanador Divino también aparece en el Budismo. En
las escrituras budistas, bien en pali o en sánscrito, el Buda tiene varios títulos. En las
lenguas occidentales invariablemente le llamamos el Buda, pero en las fuentes
originales hay muchas otras formas de referirnos a él: el Tathagata, el Jina, Bhagavan,
Lokajyeshtha etc. Entre estos títulos tenemos 'Mahabhaisajya'. 'Maha' quiere decir 'gran'
y 'bhaisajya' 'médico', así que 'Mahabhaisajya' es el Gran Médico. Esto es significativo,
y sugiere que los seres humanos, durante la mayor parte del tiempo están
espiritualmente y psicológicamente enfermos, y por tanto necesitados de una cura. El
Buda es el sanador de la enfermedad de la humanidad, y su enseñanza, el Dharma, es la
medicina que él da a la humanidad. A veces esa medicina tiene un sabor amargo, pero
desde luego es eficaz.
En unas obras muy antiguas sobre medicina en la India, la enfermedad y la salud se
analizan con el uso de una fórmula cuádruple: la enfermedad, el cese de la enfermedad,
el estado de estar sano, y el régimen que conduce hacia el estado de buena salud.
Algunos eruditos dicen que aquellas enseñanzas centrales del Budismo, Las Cuatro
Verdades Nobles, se derivan de esta fórmula. La verdad del sufrimiento corresponde al
estado de enfermedad; la verdad del origen del sufrimiento corresponde a la ideología
de la enfermedad; la verdad del cese del sufrimiento, nirvana, corresponde al estado de
estar curado por completo; y la verdad del camino que lleva a uno hacia el cese del
sufrimiento corresponde al régimen que conduce hacia una curación.
El papel del Buda como sanador espiritual se enfatiza en varias de sus enseñanzas y
parábolas. Tenemos la parábola del hombre herido por una flecha envenenada, en la
cual el Buda aparece como el médico que desea quitar la flecha del sufrimiento de la
herida envenenada de la humanidad. En otra ocasión el Buda dice de forma concisa,
incluso de forma brusca, "Todos los seres mundanos están enajenados". (La palabra
utilizada es 'puthujjana' que suele traducirse como 'mundanos', y se refiere a la gente
corriente - es decir, a aquellos que todavía no han entrado en La Corriente).
Aparentemente el Buda quiso decir que literalmente todas las personas que por lo
menos no hayan entrado en la Corriente están completamente enajenadas - no sólo algo
neuróticas, sino completamente locas. Esto implica que el Buda no es sólo médico, sino
el mejor médico del mundo para la mente; y su enseñanza tal vez podría describirse
como psicoterapia trascendental.
Como hemos visto al hablar de Avalokiteshvara, el estado de la Iluminación tiene
muchos aspectos diferentes - tiene un aspecto de sabiduría, de compasión, de poder, de
pureza, etc. Del mismo modo la Iluminación tiene su aspecto de sanación; es igual que
un tremendo bálsamo que cae sobre las heridas de la humanidad. Este aspecto de
curación está personificado en la figura de Bhaisajyaraja, o Bhaisajyaguru, el Rey de la
Cura o el que enseña la sanación, el cual aparece a veces como Bodhisattva, y a veces
como Buda. Como Buda se le conoce como Vaiduryaprabha, que significa 'resplandor
azur’, o en traducción muy literal, el 'resplandor de la piedra semipreciosa lapislazuli'.
En el arte del budismo tibetano este Buda de la Cura se representa como el Buda
Sakyamuni, pero con una tez de un profundo azul brillante en lugar de una dorada.
Lleva las túnicas monásticas igual que Sakyamuni, y en su mano lleva como emblema
distintivo una fruta amlaki. Traductores de textos tibetanos y sánscritos denominan esta
fruta como un emblemático mirobálano - aparentemente es su nombre botánico. Debo
confesar que jamás he visto un mirobálano, bien sea emblemático o no, ni tampoco me
he encontrado con una fruta amlaki, pero esta fruta se conoce bien en las leyendas de la
India por sus propiedades medicinales, así que es apropiado que sea el emblema de este
Buda o Bodhisattva.
En el budismo tibetano, Bhaisajyaraja tiene ocho formas, conocidas como los Ocho
Budas de la Medicina, una agrupación muy popular que se encuentra en pinturas
tibetanas hechas en rollos de papel, con una figura central principal y a su alrededor
siete figuras subsidiarias. Igual que en la antigua Grecia, hay en el Tíbet, o por lo menos
había hasta hace poco, una conexión entre la religión y la medicina, y muchos lamas
eran médicos. Cerca de Lhasa había unos monasterios especializados en medicina donde
los lamas médicos recibían su entrenamiento. En cierto sentido, la medicina Tibetana es
una continuación del sistema de la medicina india que se llama 'ayurveda'. 'Ayur'
significa 'vida', y 'veda' significa 'ciencia', así que en la India la medicina se llamaba
tradicionalmente 'la ciencia de la vida' - no sólo la ciencia de curar una enfermedad, sino
la ciencia de cómo vivir de un modo sano, cómo vivir físicamente de la mejor manera.
Esto recuerda al sistema de tratamientos de la antigua China, en la que se pagaba al
médico una vez curado, y se dejaba de pagarle cuando se enfermaba.
La medicina budista tibetana incluye elementos chinos como la acupuntura. También
utiliza varias clases de pastillas consagradas, y mantras. No sólo en el Tíbet, sino en
muchas partes del mundo budista también, hay monjes aficionados a la medicina, a
veces con éxito, y por desgracia, a ves sin él. Bien sea en el Tíbet, Sri Lanka, la China o
Birmania, el tratamiento suele ser una combinación de remedios con hierbas, a menudo
muy eficaces, y una cura de fe o lo que podríamos llamar una cura espiritual. En este
sentido la medicina budista tradicional del Oriente, sobretodo en el Tíbet, no es
diferente de la de los sacerdotes de Asclepios en el antiguo mundo del Occidente.
En un texto canónico que lleva su nombre, Bhaisajyaraja, o Bhaisajyaguru, el Rey o
Gurú de la Cura, aparece como Buda, es decir en forma de Buda. En ese sutra el Buda
cuenta a Ananda cómo Bhaisajyaraja hizo doce grandes votos en un pasado muy
remoto. Como resultado de esto estableció en el Oriente lo que se conoce como una
Tierra Pura, donde todos los seres que llegasen a nacer allí vivirían libres de
enfermedades. Bhaisajyaraja aparece en la forma de Bodhisattva en el Sutra del Loto
Blanco, en los capítulos 10, 12, y 22 (o 23 en la versión china). En el capítulo 10 no
asume un papel activo, pero simplemente es el Bodhisattva a través del cual el Buda
Sakyamuni se dirige a los ochenta mil grandes líderes de la asamblea acerca de la
importancia de preservar el Sutra del Loto Blanco. En el capítulo 12 Bhaisajyaraja es
uno de los dos Bodhisattvas que aseguran al Buda que tras su 'Parinirvana' ellos
difundirán el Sutra del Loto Blanco entre todos los seres en todas las direcciones del
espacio.
Tras haber tenido un papel secundario en estos dos capítulos, Bhaisajyaraja tiene un
papel muy importante en el capítulo 22. Este capítulo no es, rigurosamente hablando,
una parte del drama de la Iluminación cósmica. Como el capítulo sobre
Avalokiteshvara, probablemente representa una incorporación al Sutra de material
independiente y posiblemente posterior. No obstante, tradicionalmente este capítulo sí que forma parte del sutra, y es de interés por varias razones. En él, un determinado
Bodhisattva pregunta al Buda por Bhaisajyaraja, el Rey de la Cura, y el Buda cuenta su
historia. La relata con muchos detalles, así que nos contentaremos con sólo unos
cuantos:
En el pasado lejano, hace muchísimos años, Bhaisajyaraja era discípulo de un Buda,
llamado Resplandor del Sol y de la Luna. Este antiguo Buda predicaba el Sutra del Loto
Blanco, y Bhaisajyaraja estaba encantado con esto. Sumergido en esta sensación, quiso
expresar su gratitud a Resplandor del Sol y de la Luna de una forma extraordinaria y sin
precedentes. Pensó: "Todo el mundo hace ofrendas de incienso, flores, banderas,
adornos y dinero. ¿Que puedo ofrecer yo que sea lo más precioso, lo más querido, a lo
que tenga yo el mayor apego?" En ese momento, en un momento de inspiración decidió
sacrificar su propio cuerpo.
No actuó de forma impulsiva, sino que se preparó bebiendo litros de aceite perfumado
hasta que todo su cuerpo emitía fragancia. Mojó sus túnicas también en el aceite,
después se prendió fuego por medio de la combustión espontánea, y en honor al Buda
estuvo encendido como una vela durante doce mil años, hasta que finalmente murió.
Cuando volvió a renacer y se hizo mayor, el Buda Resplandor del Sol y de la Luna, en
cuyo honor se había quemado todavía vivía y todavía estaba predicando. Bhaisajyaraja
se convirtió en su principal discípulo, y tras el Parinirvana de ese Buda supervisó su
cremación, ocupándose de todos los ritos y levantó ochenta y cuatro mil estupas para
sus reliquias. Tras erguir ochenta y cuatro mil stupas, la mayoría de la gente pensaría
que eso bastaría, incluso para un Buda, pero este Bodhisattva en concreto aún quiso
hacer más. Esta vez prendió fuego a sus dos brazos, que estuvieron encendidos durante
setenta y dos mil años. Ese Bodhisattva era Bhaisajyaraja.
Según este capítulo, que no está aceptado universalmente como canónico, el Buda dice
que venerar una estupa con el hecho de quemarse la mano, o dedo de la mano o pie,
tiene mayor mérito que ofrecer todas las propias posesiones. Puede que esto parezca
bastante chocante, y puede incluso sonar poco budista. Después de todo, se supone que
el Buda dijo en su primer discurso, "Evitad los extremos. No os inflijáis sufrimiento. No
practiquéis ni la indulgencia ni la propia mortificación. Seguid el camino medio." Si
tomamos esto literalmente, parece que en este capítulo el mismo Buda se ha desviado ,
al menos en precepto, del camino medio.
Al mismo tiempo la idea de ofrecerse a si mismo como sacrificio puede que nos sea
familiar. Nos recuerda a esos monjes de Vietnam que se prendieron fuego hace años. Yo
estaba entonces en la India, y recuerdo haber visto fotos de esos monjes quemándose.
Había una fotografía de un viejo monje sentado con las piernas cruzadas en plena calle
que me impresionó. Todo su cuerpo estaba en llamas - aparentemente se había rociado
con gasolina - pero se le veía sentado tranquilamente con las piernas cruzadas, con los
rasgos muy calmados, como si estuviese meditando. El viejo dejó una carta diciendo él
por qué de sus acciones, y parecía que lo había llevado todo a cabo de un modo
consciente y tranquilo.
Puede que os preguntéis por qué razones llevaron a cabo estos actos seis monjes y una
monja, y la razón es sencilla. Lo hicieron porque quisieron llamar la atención al hecho
de que no había libertad religiosa para los budistas en Vietnam. En aquellos días había
un régimen Católico en Vietnam, y el Budismo estaba prácticamente prohibido, a pesar
de ser la religión de la mayoría de la gente. Llegué a saber bastante acerca de esta
situación porque entonces estaba conviviendo con varios monjes budistas vietnamitas
en Kalimpong. De hecho me enteré de la situación en Vietnam algún tiempo antes
cuando uno de los monjes tradujo uno de mis libros al vietnamita, una biografía corta de
Anagarika Dharmapala, el fundador de la sociedad Maha Bodhi, que además revivió el
budismo en la India moderna. El monje vietnamita me contó que cuando regresase a
Vietnam en unos meses haría que publicasen el libro. Cuando le volví a ver unos seis
meses después le pregunté acerca del libro, y me dijo que no lo había podido publicar.
Dijo, "Lamento que el obispo católico local lo ha prohibido. No somos libres ni en
nuestro propio país. El budismo es la religión tradicional pero no somos libres."
Algún tiempo después, los budistas de Saigón quisieron celebrar el aniversario del
nacimiento del Buda, pero las autoridades católicas se lo prohibieron. Ni siquiera se les
dio permiso para que ondease la bandera budista, y eso les molestó mucho, ya que pocas
semanas antes se había celebrado el cumpleaños del cardenal arzobispo y la bandera del
Vaticano estaba colocada en todas partes. Todas las principales instituciones educativas
eran católicas y para tener acceso a ellas uno se tenía que convertir al catolicismo. Estos
monjes sentían que la única forma de protestar contra la persecución sistemática del
régimen contra el budismo, era el hecho de sacrificarse a sí mismos. De esta forma
llamarían la atención del mundo entero al hecho de que el budismo estaba siendo
perseguido y suprimido en Vietnam por la minoría católica dominante.
El fondo ideológico, incluso el fondo espiritual, de sus acciones, se lo proporcionó este
capítulo del Sutra Del Loto Blanco. El budismo vietnamita, aunque no se oye mucho
sobre él, es una forma singular y característica de budismo. Combina dos formas
principales de la tradición china: el Chan (que mejor conocemos como el Zen) y el
Budismo de la Tierra Pura, que conocemos por el término japonés Shin. Y no sólo es el
Sutra del Loto Blanco muy honrado en la China Budista y en culturas que ha
influenciado - incluyendo a Corea, el Japón, y Vietnam - sino que en China y Vietnam
los monjes incluso llegan a emular, simbólicamente, la auto-inmolación de
Bhaisajyaraja. Se pueden ver una cantidad de cicatrices en las coronillas de las cabezas
rapadas de los monjes chinos y vietnamitas . Estas cicatrices muestran donde se
colocaron y encendieron bolas de cera perfumada durante su ordenación de Bodhisattva.
Durante este procedimiento, se recitan mantras y oraciones, y los monjes se arrodillan
con sus coronillas encendidas mientras cinco o seis bolas de cera se consumen sobre su
cuero cabelludo. Decían algunos que era muy doloroso, pero que soportaban el dolor
muy bien, intentando concentrarse en los mantras, otros decían que no sentían nada de
dolor. Este rito, del cual todos los monjes chinos o vietnamitas llevan una cicatriz, se
deriva de éste capítulo en concreto del Sutra del Loto Blanco.
Cuando vivía en la India, conocí a un monje chino que solía quemarse con mucha
frecuencia. Vivía en Kusinagara, el lugar donde murió el Buda. Se pasaba la vida sobre
un árbol, en el que vivía sobre una pequeña plataforma, y la gente le llevaba comida.
Cada pocos días ponía una vela en alguna parte de su cuerpo, y la prendía dejando que
se quemase su cuerpo. Estaba cubierto por completo de quemaduras. No estoy diciendo
que esto fuese muy budista; de hecho los budistas locales no estaban nada contentos con
su comportamiento - creían que tomaba medios extremos. Pero era bastante respetado
por todos los hindúes de las aldeas de alrededor. Pensaban que era un hombre
verdaderamente santo, y no tenían muy buena impresión de los otros monjes budistas
que no se quemaban de esta forma.
La forma de protesta de esos monjes budistas de Vietnam no fue arbitraria, por poco
budista que pueda aparecer, ya que puede ser comprendida con relación a la tradición
budista china, que incluye el Sutra del Loto Blanco. Y podemos aprender algo de sus
actos. Es un recuerdo de que debemos estar dispuestos a sacrificar incluso nuestras
vidas por el Dharma, si fuese necesario. Es muy fácil olvidar esto, porque francamente,
lo tenemos todo tan fácil. En algunos países hoy es muy difícil seguir una religión
(utilizo el término religión simplemente por razones convenientes). La gente tiene que
pasar a la clandestinidad, con temor a una llamada a su puerta. Nosotros podemos hacer
lo que queramos - podemos practicar cualquier religión - y no siempre apreciamos
nuestra suerte. Al no apreciar los derechos que tenemos, llegamos a ser perezosos,
incluso indiferentes. No somos siempre conscientes de que bajo ciertas circunstancias
podríamos vernos en una situación en la que tendríamos que elegir entre nuestra religión
y la muerte. Tal vez éste es el significado verdadero del capítulo sobre Bhaisajyaraja del
Sutra del Loto Blanco, sea o no una incorporación posterior. Realmente lo que nos
pregunta es si estamos listos, si lo requieren las circunstancias, a dar incluso nuestras
vidas por el bien de los principios espirituales en que creemos. No es una cuestión de
desperdiciar nuestras vidas, ni de hacer algún gran gesto teatral, sino de estar dispuestos
a sostener nuestros principios incluso a riesgo de nuestras vidas.
Alejándonos de las consideraciones generales acerca del simbolismo de la cura nos
aproximamos a la parábola del buen médico en sí, que forma parte del capítulo 15 del
sutra (el capítulo 16 de la versión china). Este capítulo constituye el clímax de todo el
drama de la Iluminación cósmica. La escena se prepara con lo que sucede en el capítulo
anterior, esto es la aparición, acompañada por unos tremendos temblores a través del
universo, de una multitud de Bodhisattvas irreversibles que salen del espacio bajo tierra.
Ellos saludan al Buda Sakyamuni como su maestro, y él les saluda como sus hijos y
discípulos. Toda la asamblea está asombrada, y murmuran entre ellos 'El Buda logró la
Iluminación hace sólo cuarenta años. ¿Cómo puede haber conseguido una cantidad tan
grande de Bodhisattvas en tan poco tiempo? ¿Cómo puede ser que haya entrenado a
tantos Bodhisattvas universales en tan poco tiempo? No sólo eso pero algunos de ellos
pertenecen a tiempos pasados y a otros sistemas de mundos.' No pueden comprender
cómo todos esos Bodhisattvas irrevocables que han aparecido tan de repente pueden ser
discípulos de Sakyamuni.
En respuesta a estas dudas, el Buda dice que de hecho él no logró la Iluminación hacía
sólo cuarenta años, sino hacía un número incalculable de millones de años. Esta es su
gran revelación para sus discípulos, la asamblea y la humanidad, la revelación de su
vida eterna, según la cual él verdaderamente trasciende el tiempo; y con esta revelación
el sutra se eleva desde el plano del tiempo hasta el plano de la eternidad. Ahora no es
Sakyamuni, el Buda histórico, quien está hablando, sino el 'principio Buda' . Dice que
está eternamente Iluminado, y que enseña constantemente bajo muchas formas, en
muchos sistemas de mundo diferentes, apareciendo como Dipankara, como Sakyamuni
etc. El no ha nacido realmente , y realmente no logra la Iluminación - ya que La
Iluminación no está limitada por el plano del tiempo
También dice que realmente no muere, sólo aparenta hacerlo, sólo desaparece su cuerpo
físico. El principio de Buda, la naturaleza de Buda, no desaparece, sino que está
presente eternamente aunque sea invisible. El cuerpo físico desaparece tras un cierto
tiempo no sólo porque el Buda haya envejecido, sino también por otra razón particular:
para alentar mejor a las personas. Si permaneciese presente en lo físico todo el tiempo,
explica el Buda, las personas no le apreciarían y por lo tanto no seguirían su enseñanza.
Para poder ilustrar este punto él narra la historia del buen médico:
Erase una vez un buen médico que era muy hábil en el arte de sanar y curar
enfermedades. Tenía muchos hijos - diez o veinte, o tal vez cien. Un día el buen médico
se marchó a un país lejano, y mientras estaba fuera sus hijos entraron al dispensario y se
bebieron algunas de las medicinas, prensando probablemente que les iban a mejorar.
Dio la casualidad que esas medicinas estaban envenenadas; así que después de beberlas
los hijos cayeron al suelo. Mientras rodaban por el suelo en su delirio, su padre regresó.
No todos los hijos habían sido afectados por igual. Algunos habían perdido el juicio por
completo, pero otros aún eran capaces de reconocer a su padre para poderle contar lo
sucedido. El médico se fue enseguida a las colinas en búsqueda de unas hierbas. Las
mezcló y las pulverizó para preparar una medicina que les sacaría de su delirio. Los
hijos que aún conservaban algo de juicio se tomaron el antídoto y gradualmente se
recuperaron; pero aquellos que lo habían perdido se negaron a tomarlo. El veneno había
entrado tanto en sus órganos que eran casi incoherentes, pero el médico logró sacar de
sus divagaciones que se alegraban de verle y que deseaban curarse, pero se negaban por
completo a tomar más medicina.
Al ver que la situación era desesperada, el médico decidió que lo mejor sería tenderles
una trampa. Dijo," Escuchad, hijos míos. Soy muy viejo, y mi muerte está cerca. Me
marcho a un lugar lejano, pero dejaré mi medicina con vosotros. Si la tomáis,
seguramente os pondréis mejor, pero decidid vosotros si queréis tomarla." Y se marchó,
dejando a sus hijos delirando. Algún tiempo después, un mensajero llegó ante los chicos
con la noticia de la muerte de su padre. Los hijos creyeron el mensaje (que por supuesto
había sido enviado por el médico, que aún seguía vivo) y estaban muy afligidos. "Ahora
que nuestro padre se ha muerto no hay cura", se lamentaban. Tan grande era su pena
que al final volvieron a recuperar el juicio. Dándose cuenta que la medicina que su
padre les había dejado era buena, la bebieron y se curaron. Cuando su padre se enteró de
su mejoría enseguida regresó para que viesen que todavía estaba vivo y sano.
Esta es la parábola del buen médico. El médico, por supuesto, es el mismo Buda, y sus
diez, veinte o cien hijos son los seres en general, y sus discípulos en concreto. El buen
médico se va a un país lejano, así que permanece separado de sus hijos. Esta separación,
igual que la del hijo que se aleja de su padre en el mito del viaje de regreso, y como la
del hombre borracho que está separado de su amigo en la parábola del borracho y la
joya, representa el estado de enajenación de la verdadera naturaleza de uno mismo.
El estado de delirio de los hijos durante la ausencia del padre representa las emociones
negativas y visiones distorsionadas de la Realidad que nos abruman. Los hijos llegan al
delirio tras beber las medicinas venenosas de su padre. Esto sugiere que así como las
medicinas curan al tomárselas adecuadamente, de la misma forma no existe mal alguno
con las emociones, ni con el pensamiento ni con el cuerpo físico - lo que causa
dificultades es su utilización errónea. Ocurre lo mismo Incluso con el Dharma. El Buda
nos deja con el Dharma, por así decirlo; nos lo predicó y el Dharma debe ayudarnos,
pero si lo empleamos mal nos puede hacer daño.
Recuerdo que en un retiro que dirigí conocí a una mujer que estaba muy contenta con
una de las enseñanzas budistas en particular - la doctrina 'anatman'. Eso era lo que la
había convertido al Budismo. Decía: "No hay ser propio, ni alma. No hay un Yo. Yo no
soy..."-- y no paraba de decirlo. No obstante, después de estar en el retiro unos días, se
me acercó y dijo, "He descubierto algo en mi meditación y he llegado a comprender por
qué me gusta la doctrina de la carencia del ser propio. Es porque me odio. Me gusta
sentir que no estoy allí. Me gusta anularme. Es sólo una expresión de mi autodesprecio."
Había descubierto que estaba usando esa enseñanza equivocadamente.
A veces debemos preguntarnos que es lo que nos atrae del budismo. ¿Son todos los
ritos, las flores sobre el altar, la meditación, con sus estados maravillosos donde
podemos flotar hacia un agradable estado parecido a un sueño? ¿O son todos los libros
que podemos leer con todas esas cosas intelectuales sobre los cinco 'skandhas' y los
ochenta y cuatro estados de conciencia - es ese el tipo de cosa que nos gusta? ¿Es eso lo
que para nosotros representa el budismo? ¿O es el arte budista, con todos esos hermosos
thangkas que todavía están pintando los lamas en la India cerca de las Himalayas?
Tenemos que preguntarnos todo esto - y tenemos que examinar nuestros motivos.
La medicina de hierbas que prepara el médico para sus hijos cuando descubre su
condición es el Dharma, por supuesto. La parábola dice que aquellos hijos que no sufren
el delirio por completo son persuadidos a tomar la medicina. No obstante aquellos
quienes han perdido el juicio, aunque dicen que desean curarse, se niegan una y otra vez
a tomarla. Es una situación bastante común. Cuando vivía en la India, solía
relacionarme con muchos hindúes. Cuando venía alguno a verme, en vez de comenzar
conversar educadamente acerca del tiempo que hacía, lo más probable era que me
dijera: "Swamiji, por favor, dime cómo me puedo Iluminar en esta misma vida", - y
parecía que me lo dijese con toda sinceridad. Por supuesto es poco probable que tal
ruego fuera serio; hacer ese tipo de pregunta es meramente buen comportamiento
religioso. El solicitante se sorprendería mucho si en verdad le dieses una respuesta y
esperases que la llevase a cabo, siguiendo tus consejos. Las personas piden una
enseñanza, o una cura, pero a menudo es la última cosa que desean.
Esto me recuerda una historia japonesa sobre una mujer devota seguidora de la Escuela
de la Tierra Pura. Al morir, no quería renacer en este sucio y malvado mundo. Quería
renacer en una hermosa flor de loto dorado y púrpura en la Tierra Pura del Buda de la
Luz Infinita, para sentarse durante eras y eras escuchando hablar al Buda. Quería morir
deprisa y renacer en este paraíso, así que sus oraciones y meditaciones parecían tener
cierta urgencia. Cada mañana solía ir hasta el templo y se postraba delante de una
enorme figura del Buda de la Luz Infinita, diciendo, "Oh Señor Buda, llévame
rápidamente. Por favor, sácame de este mundo malvado. Estoy totalmente harta y sólo
quiero morir y renacer en tu Tierra Pura."
Había un monje en el templo que se daba cuenta del comportamiento de la mujer -- era
muy difícil no darse cuenta porque solía rezar en voz alta -- y él decidió poner su
devoción fervorosa a prueba. Un día se colocó detrás de la imagen y esperó a que la
mujer llegase. Como siempre ella entró , se inclinó y se postró , diciendo, "Oh, Buda de
la Luz Infinita, llévame por favor. Por favor llévame a tu Tierra Pura." Y entonces
resonó una voz de detrás de la imagen: "¡ Te llevaré ahora mismo!" Cuando escuchó la
voz del Buda, porque pensaba que era él, la mujer soltó un grito y se largó, gritando:
"¿No entiende el Buda mi bromita?"
Así pues, igual que los hijos en la parábola, tal vez las personas deseen sanarse, pero no
están siempre dispuestas a aceptar el remedio que se les ofrece. El dolor hizo reaccionar
a los hijos cuando pensaron en la supuesta muerte de su padre, a menudo ocurre lo
mismo con nosotros. Frecuentemente hace falta una situación dolorosa para movernos
hacia la consciencia. Esto sugiere que no es posible evolucionar a través del gozo y
felicidad constantes. No hace falta tener dolor y estrés todo el tiempo, pero no puede
haber un desarrollo serio ni Evolución Superior para la vasta mayoría de personas sin
estar estimulados por algo de sufrimiento. Desgraciadamente esto no quiere decir que
no exista el sufrimiento sin el crecimiento.
El punto principal de la parábola del buen médico es bastante sencillo. Es que los
momentos de mayor desarrollo ocurren cuando estamos solos. No hay ningún Dios para
salvarnos, ni siquiera un Buda para ayudarnos. Somos meramente individuos en
potencia, y como tal podemos evolucionar únicamente por nuestros propios esfuerzos.
La Evolución Superior es por naturaleza un asunto individual, y por eso implica un
esfuerzo individual. No es que no debamos tener contacto con otros que están
esforzándose también -- ese contacto es estimulante, y satisfactorio -- pero no es un
sustituto del esfuerzo personal.
El mayor cumplido que un padre puede hacer a sus hijos -- un cumplido que
desafortunadamente algunos padres se niegan a hacer -- es dejarles hacer sus propios
errores y almacenar su propia experiencia. Del mismo modo, el mejor cumplido que el
Buda hace para la humanidad es el de desaparecer. Si deseamos encontrarle, tendremos
que elevarnos a un nivel superior, al nivel de la Eternidad, donde siempre está
predicando el mismo Sutra del Loto Blanco. ¿Cómo hemos de subir a ese nivel
superior? Si nos abrimos auténticamente a la influencia de las parábolas, mitos y
símbolos del Sutra del Loto Blanco, y si nos dejamos llevar por ellos, seguramente nos
hallaremos en otro mundo -- el mundo de la verdad más allá del tiempo, un mundo de
Budas y Bodhisattvas. Seremos testigos de un gran drama, el Drama de la Iluminación
Cósmica -- el drama que está sucediendo todo el tiempo. No sólo eso: nosotros mismos
somos parte del drama. De hecho, todos los seres vivos son parte del drama. Un día, por
muy lejano que parezca ahora mismo, también una voz divina nos pronosticará la
Iluminación.
Normalmente pensamos que es hora de escuchar cuando habla alguien, pero el
momento verdadero de escuchar es cuando cesa de hablar. El momento verdadero de
escuchar es cuando hay un silencio absoluto. Si escuchamos el silencio durante
suficiente tiempo no será un sonido ordinario lo que estaremos oyendo. Oiremos la voz
del Buda, la voz del Buda eterno, y entonces experimentaremos las parábolas, mitos y
símbolos del Sutra del Loto Blanco por nosotros mismos.
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