BREVE HISTORIA DE LOS SAMURAIS
Carol Gaskin -Vince Hawkins
indice
Carol Gaskin -Vince Hawkins
indice
I. El primer samurai
II. El enfrentamiento entre los señores de la guerra
III. El cénit de los samurais
IV Historias del ronin
V. La vida diaria de un samurai
VI. Las costumbres del guerrero
VIL El arma secreta de los samurais: los ninjas
VIII. El estudio de las artes
marciales
IX. El legado samurai
La cuarta batalla de Kawanakajima
La batalla de Nagashino
Una vuelta a los usos de antaño
Emperadores, regentes y sogunes de Japón
Glosario
I
El primer samurai
E l campo estaba iluminado por antorchas que producían
una luz fantasmal. Calmados, aunque alertas, los hombres
esperaban que llegase el amanecer. Estaban preparados
para la guerra, vestidos con los colores de la familia,
envueltos por su armadura de metal atada con cordones
de tonos brillantes y portando las armas al cinto. Sus estandartes
ondeaban al viento, adornados con el emblema de
su señor y líder. Los caballos permanecían quietos.
De repente, al despuntar el día, éstos cobraron vida. Los
hombres se pusieron enseguida en movimiento. Y su líder,
que lucía una magnífica armadura y sedas estampadas, se puso
en pie. Su rostro quedaba escondido por una máscara de hierro
que infundía terror y su casco llevaba los cuernos dorados
de una luna creciente. Por un instante estuvo tan quieto como
una estatua, escuchando y escudriñando el horizonte. Husmeó
el aire y dirigió su mirada a los caballos. Entonces el
gran señor de la guerra dejó salir un fiero grito de batalla.
Los hombres se apresuraron para colocarse en sus posiciones.
A medida que el sol naciente bañaba el campo con un
brillo levemente anaranjado, el enemigo se hizo visible de
manera repentina: cientos de arqueros a caballo, gritando
temibles gritos de guerra.
Los jinetes se encontraron cara a cara dispuestos en
dos líneas de batalla que prorrumpían en un ruido atronador.
Enseguida el aire sobre el campo de batalla estuvo
cubierto de haces de flechas sibilantes. Heridos, los caballos
caían al suelo, relinchando de dolor. Algunos guerreros
intentaban extraer las flechas de sus miembros para continuar
luchando hasta donde las fuerzas les permitiesen.
De repente, el campo de batalla enmudeció mientras
una figura solitaria se adelantaba galopando. Su armadura
llevaba la insignia del enemigo y su casco estaba decorado
con grandes cuernos. Cabalgaba mientras gritaba su nombre
y los nombres de su familia. «Ni mil hombres podrían
conmigo. ¿Hay alguien que ose luchar contra mí?».
Respondiendo al desafío, el señor de la guerra adelantó
su caballo. Los cuernos de su casco brillaban como el
fuego en la mañana recién estrenada. «Mis antepasados
valen cada uno diez mil hombres. ¡Nuestro honor es célebre
a lo largo y ancho de toda esta tierra!».
Los dos guerreros cargaron el uno contra el otro a
galope tendido, intentando que el adversario fuera el primero
en retroceder. Ninguno de ellos podía permitir que
lo llamaran cobarde. Llevados por el frenesí del momento
sus caballos colisionaron violentamente y los combatientes
cayeron al suelo.
En un instante, sacaron las espadas. El bruñido metal
cortó el aire mientras los hombres se acechaban el uno al
otro en una danza mortal. El roce de las afiladas hojas se
convertía en chispas. Al ver una posible entrada, el retador
lanzó su espada al cuello de su contrincante. Éste se
hizo rápidamente a un lado. «¡Eeeeiiiü!» gritó, blandiendo
su espada delante de él. Lentamente, el guerrero del
casco con cuernos se derrumbó cayendo al suelo herido
de muerte. Agachándose sobre su enemigo, el guerrero
de la luna creciente asestó un golpe final con su espada y
con un grito de triunfo mostró a todos la cabeza de su
enemigo.
Animados por la victoria, los hombres del jefe guerrero
se lanzaron al ataque y sus enemigos se batieron rápidamente
en retirada. La batalla había terminado. Los soldados
estaban satisfechos. El general enemigo había sido un
digno contrincante y había tenido una muerte honorable.
¿Pero quiénes eran estos fieros espadachines? ¿Según qué
extrañas reglas luchaban?
Los guerreros eran samurais, soldados profesionales
que servían a los señores de la guerra rivales de Japón. Las
historias de los samurais y de su famoso código de honor
han fascinado a generaciones.
Pero los primeros samurais no eran conocidos por su
destreza con la espada. Su camino era conocido como El
camino del arco y del caballo.
II. El enfrentamiento entre los señores de la guerra
III. El cénit de los samurais
IV Historias del ronin
V. La vida diaria de un samurai
VI. Las costumbres del guerrero
VIL El arma secreta de los samurais: los ninjas
VIII. El estudio de las artes
marciales
IX. El legado samurai
La cuarta batalla de Kawanakajima
La batalla de Nagashino
Una vuelta a los usos de antaño
Emperadores, regentes y sogunes de Japón
Glosario
I
El primer samurai
E l campo estaba iluminado por antorchas que producían
una luz fantasmal. Calmados, aunque alertas, los hombres
esperaban que llegase el amanecer. Estaban preparados
para la guerra, vestidos con los colores de la familia,
envueltos por su armadura de metal atada con cordones
de tonos brillantes y portando las armas al cinto. Sus estandartes
ondeaban al viento, adornados con el emblema de
su señor y líder. Los caballos permanecían quietos.
De repente, al despuntar el día, éstos cobraron vida. Los
hombres se pusieron enseguida en movimiento. Y su líder,
que lucía una magnífica armadura y sedas estampadas, se puso
en pie. Su rostro quedaba escondido por una máscara de hierro
que infundía terror y su casco llevaba los cuernos dorados
de una luna creciente. Por un instante estuvo tan quieto como
una estatua, escuchando y escudriñando el horizonte. Husmeó
el aire y dirigió su mirada a los caballos. Entonces el
gran señor de la guerra dejó salir un fiero grito de batalla.
Los hombres se apresuraron para colocarse en sus posiciones.
A medida que el sol naciente bañaba el campo con un
brillo levemente anaranjado, el enemigo se hizo visible de
manera repentina: cientos de arqueros a caballo, gritando
temibles gritos de guerra.
Los jinetes se encontraron cara a cara dispuestos en
dos líneas de batalla que prorrumpían en un ruido atronador.
Enseguida el aire sobre el campo de batalla estuvo
cubierto de haces de flechas sibilantes. Heridos, los caballos
caían al suelo, relinchando de dolor. Algunos guerreros
intentaban extraer las flechas de sus miembros para continuar
luchando hasta donde las fuerzas les permitiesen.
De repente, el campo de batalla enmudeció mientras
una figura solitaria se adelantaba galopando. Su armadura
llevaba la insignia del enemigo y su casco estaba decorado
con grandes cuernos. Cabalgaba mientras gritaba su nombre
y los nombres de su familia. «Ni mil hombres podrían
conmigo. ¿Hay alguien que ose luchar contra mí?».
Respondiendo al desafío, el señor de la guerra adelantó
su caballo. Los cuernos de su casco brillaban como el
fuego en la mañana recién estrenada. «Mis antepasados
valen cada uno diez mil hombres. ¡Nuestro honor es célebre
a lo largo y ancho de toda esta tierra!».
Los dos guerreros cargaron el uno contra el otro a
galope tendido, intentando que el adversario fuera el primero
en retroceder. Ninguno de ellos podía permitir que
lo llamaran cobarde. Llevados por el frenesí del momento
sus caballos colisionaron violentamente y los combatientes
cayeron al suelo.
En un instante, sacaron las espadas. El bruñido metal
cortó el aire mientras los hombres se acechaban el uno al
otro en una danza mortal. El roce de las afiladas hojas se
convertía en chispas. Al ver una posible entrada, el retador
lanzó su espada al cuello de su contrincante. Éste se
hizo rápidamente a un lado. «¡Eeeeiiiü!» gritó, blandiendo
su espada delante de él. Lentamente, el guerrero del
casco con cuernos se derrumbó cayendo al suelo herido
de muerte. Agachándose sobre su enemigo, el guerrero
de la luna creciente asestó un golpe final con su espada y
con un grito de triunfo mostró a todos la cabeza de su
enemigo.
Animados por la victoria, los hombres del jefe guerrero
se lanzaron al ataque y sus enemigos se batieron rápidamente
en retirada. La batalla había terminado. Los soldados
estaban satisfechos. El general enemigo había sido un
digno contrincante y había tenido una muerte honorable.
¿Pero quiénes eran estos fieros espadachines? ¿Según qué
extrañas reglas luchaban?
Los guerreros eran samurais, soldados profesionales
que servían a los señores de la guerra rivales de Japón. Las
historias de los samurais y de su famoso código de honor
han fascinado a generaciones.
Pero los primeros samurais no eran conocidos por su
destreza con la espada. Su camino era conocido como El
camino del arco y del caballo.
EL CAMINO DEL ARCO Y DEL CABALLO
Japón es un grupo de hermosas islas llenas de montañas
en el océano Pacífico, en la costa este de Asia. Está separada
de Rusia, China y Corea por el Mar del Japón.
En tiempos remotos, Japón era gobernado por un
emperador y su corte. El emperador era tratado como un
dios y se creía que descendía de la diosa sol, Amateratsu.
Por debajo del emperador estaban los nobles y por debajo
de los nobles había muchas categorías de samurais. Más
abajo estaban los campesinos que trabajaban las tierras de
los nobles. En aquellos tiempos, cualquiera podía ascender
para convertirse en un samurai. Pero en el Japón posterior
sólo aquellos que hubieran nacido de padres
samurais podían ostentar el rango de samurai.
La palabra samurai significa «servir». Originalmente,
los samurais eran soldados que servían a la corte imperial
y eran absolutamente leales al emperador. Pero también
protegían a las familias de los nobles.
Desde los tiempos más remotos, el arroz ha sido el producto
más importante de la isla. Aquél que poseyera los
campos de arroz controlaba la riqueza del país. Hacia el
siglo XII, muchos hombres poderosos poseían tierras y
castillos lejos del palacio del emperador en Kyoto. Para protegerse
de las bandas de ladrones, y de ellos mismos, los
nobles empezaron a tener sus propios ejércitos de samurais.
Las armas preferidas eran el arco y la flecha y la lanza.
El guerrero samurai seguía un código de honor llamado
bushido, «el Camino del Guerrero» y prometía lealtad
completa a su señor. Un samurai que se distinguiese en la
batalla podía recibir un lote de tierras como recompensa.
Con el apoyo de sus ejércitos samurais, los nobles
ganaban el control de vastos territorios. Estas nobles familias
comenzaron a aliarse para formar clanes que acabarían
siendo más poderosos que el mismo emperador. Los
clanes, con frecuencia, mantenían disputas entre ellos.
Finalmente, estalló la guerra civil entre los dos clanes
más poderosos: el Minamoto o Genji, y el Taira o Heike.
Y Japón entró en la Edad de la Espada. >.
en el océano Pacífico, en la costa este de Asia. Está separada
de Rusia, China y Corea por el Mar del Japón.
En tiempos remotos, Japón era gobernado por un
emperador y su corte. El emperador era tratado como un
dios y se creía que descendía de la diosa sol, Amateratsu.
Por debajo del emperador estaban los nobles y por debajo
de los nobles había muchas categorías de samurais. Más
abajo estaban los campesinos que trabajaban las tierras de
los nobles. En aquellos tiempos, cualquiera podía ascender
para convertirse en un samurai. Pero en el Japón posterior
sólo aquellos que hubieran nacido de padres
samurais podían ostentar el rango de samurai.
La palabra samurai significa «servir». Originalmente,
los samurais eran soldados que servían a la corte imperial
y eran absolutamente leales al emperador. Pero también
protegían a las familias de los nobles.
Desde los tiempos más remotos, el arroz ha sido el producto
más importante de la isla. Aquél que poseyera los
campos de arroz controlaba la riqueza del país. Hacia el
siglo XII, muchos hombres poderosos poseían tierras y
castillos lejos del palacio del emperador en Kyoto. Para protegerse
de las bandas de ladrones, y de ellos mismos, los
nobles empezaron a tener sus propios ejércitos de samurais.
Las armas preferidas eran el arco y la flecha y la lanza.
El guerrero samurai seguía un código de honor llamado
bushido, «el Camino del Guerrero» y prometía lealtad
completa a su señor. Un samurai que se distinguiese en la
batalla podía recibir un lote de tierras como recompensa.
Con el apoyo de sus ejércitos samurais, los nobles
ganaban el control de vastos territorios. Estas nobles familias
comenzaron a aliarse para formar clanes que acabarían
siendo más poderosos que el mismo emperador. Los
clanes, con frecuencia, mantenían disputas entre ellos.
Finalmente, estalló la guerra civil entre los dos clanes
más poderosos: el Minamoto o Genji, y el Taira o Heike.
Y Japón entró en la Edad de la Espada. >.
EL MAYOR TESORO DEL SAMURAI: LA ESPADA
En las antiguas historias sobre el nacimiento de nuestro
mundo, la primera espada siempre mencionada es un acero
japonés llamado la espada sagrada. Esta poderosa arma
fue forjada en la cola de una gigantesca serpiente de ocho
cabezas, cuya parte inferior estaba escondida por nubes
de humo negro.
La serpiente, que era tan alta como ocho montañas,
gustaba de comer jóvenes doncellas. De manera que el
héroe Susano-o, hijo del dios del fuego, se decidió a matar
al monstruo. Engañó a la serpiente para emborracharla
con sake, un vino de arroz muy fuerte. Una vez ebria la
serpiente se quedó dormida y Susano-o la cortó en pedazos.
Pero cuando llegó a la cola, la espada de Susano-o
golpeó algo muy duro y se rompió en dos. Tanteando con
sus manos en el interior de las oscuras nubes, descubrió
la espada sagrada. Según la leyenda, la espada era uno de
los tres tesoros que fueron entregados por los dioses al
primer emperador de Japón para constituir las insignias
reales o las joyas de la corona. (Un espejo de hierro y un
collar fueron los otros dos). Así que la espada, un símbolo
del poder divino del emperador, ha sido venerada por
los japoneses desde los tiempos antiguos.
Tokugawa Ieyasu (1542-1616), uno de los jefes samurais
más importantes, llamó a la espada «el alma del
samurai». En la época de Ieyasu sólo al samurai le estaba
permitido llevar dos espadas. La más larga, la katana, era
el arma principal en la batalla. La espada corta, la wakizashi,
se usaba también en combate y, de ser preciso, en el suicidio
ritual.
Para el orgulloso samurai, no había posesión más preciada
que su espada. Se colocaba una espada en la habitación
del samurai el mismo día de su nacimiento y también
se depositaba una espada en su lecho de muerte al morir.
A lo largo de su vida, el samurai acostumbraba a dormir
con su espada cerca de su almohada y la llevaba consigo
dondequiera que fuese.
Las espadas eran siempre tratadas con respeto. Cuando
se visitaba a otro guerrero, el samurai podía colocar
su katana en un armero especial cerca de la puerta o bien
se le permitía a un criado llevársela sobre un paño de
seda, pero siempre se quedaba con el wakizashi en su
cinto.
Las espadas de los samurais pasaban de generación en
generación. Cualquier falta de respeto a la espada de un
samurai era vista como un insulto hacia toda su familia.
Se consideraba una grave ofensa tocar de cualquier forma
la espada de otro sin su permiso, una afrenta que podía
resultar en un cruento duelo. Por este motivo, los samurais
tenían que tener cuidado para no rozarse entre sí al andar
por la calle por ejemplo.
Los samurais también creían que las mejores hojas de
los mejores fabricantes de espadas tenían poderes espirituales
en sí mismas. Las espadas que habían sido usadas
en combate eran especialmente apreciadas. Pero los
samurais adinerados también buscaban nuevas espadas de
espaderos famosos.
Aquellos que hacían las espadas eran reverenciados
como artistas y hombres santos, y el taller de un forjador
de espadas era considerado como un templo, donde se
realizaba un trabajo sagrado. Un cartel típico a las afueras
de un taller podía leerse como sigue: «Se pulen almas».
Se pensaba que la personalidad de un espadero pasaba
a formar parte de sus obras. Así que antes de forjar una
espada, un maestro forjador ayunaba para purificarse.
Colgaba por su taller plegarias escritas en papel de arroz
y se vestía con kimonos blancos, como un sacerdote, para
trabajar en la forja encendida. Mientras trabajaba mantenía
una concentración absoluta.
La espada de un samurai estaba hecha de hierro y acero,
calentada en la forja y enfriada sucesivamente, o templada
en una mezcla de aceite y agua. El acero era trabajado con
el martillo, modelado una y otra vez hasta conseguir cuatro
millones de láminas de metal. La hoja de la espada de
un samurai era muy dura y extremadamente afilada, pero
el cuerpo de la misma era más suave y flexible. Una vez
acabada, la espada era guarnecida y se le añadía un mango
decorado. Tras lo cual la nueva espada podría ser puesta a
prueba sobre el cuerpo de un criminal.
mundo, la primera espada siempre mencionada es un acero
japonés llamado la espada sagrada. Esta poderosa arma
fue forjada en la cola de una gigantesca serpiente de ocho
cabezas, cuya parte inferior estaba escondida por nubes
de humo negro.
La serpiente, que era tan alta como ocho montañas,
gustaba de comer jóvenes doncellas. De manera que el
héroe Susano-o, hijo del dios del fuego, se decidió a matar
al monstruo. Engañó a la serpiente para emborracharla
con sake, un vino de arroz muy fuerte. Una vez ebria la
serpiente se quedó dormida y Susano-o la cortó en pedazos.
Pero cuando llegó a la cola, la espada de Susano-o
golpeó algo muy duro y se rompió en dos. Tanteando con
sus manos en el interior de las oscuras nubes, descubrió
la espada sagrada. Según la leyenda, la espada era uno de
los tres tesoros que fueron entregados por los dioses al
primer emperador de Japón para constituir las insignias
reales o las joyas de la corona. (Un espejo de hierro y un
collar fueron los otros dos). Así que la espada, un símbolo
del poder divino del emperador, ha sido venerada por
los japoneses desde los tiempos antiguos.
Tokugawa Ieyasu (1542-1616), uno de los jefes samurais
más importantes, llamó a la espada «el alma del
samurai». En la época de Ieyasu sólo al samurai le estaba
permitido llevar dos espadas. La más larga, la katana, era
el arma principal en la batalla. La espada corta, la wakizashi,
se usaba también en combate y, de ser preciso, en el suicidio
ritual.
Para el orgulloso samurai, no había posesión más preciada
que su espada. Se colocaba una espada en la habitación
del samurai el mismo día de su nacimiento y también
se depositaba una espada en su lecho de muerte al morir.
A lo largo de su vida, el samurai acostumbraba a dormir
con su espada cerca de su almohada y la llevaba consigo
dondequiera que fuese.
Las espadas eran siempre tratadas con respeto. Cuando
se visitaba a otro guerrero, el samurai podía colocar
su katana en un armero especial cerca de la puerta o bien
se le permitía a un criado llevársela sobre un paño de
seda, pero siempre se quedaba con el wakizashi en su
cinto.
Las espadas de los samurais pasaban de generación en
generación. Cualquier falta de respeto a la espada de un
samurai era vista como un insulto hacia toda su familia.
Se consideraba una grave ofensa tocar de cualquier forma
la espada de otro sin su permiso, una afrenta que podía
resultar en un cruento duelo. Por este motivo, los samurais
tenían que tener cuidado para no rozarse entre sí al andar
por la calle por ejemplo.
Los samurais también creían que las mejores hojas de
los mejores fabricantes de espadas tenían poderes espirituales
en sí mismas. Las espadas que habían sido usadas
en combate eran especialmente apreciadas. Pero los
samurais adinerados también buscaban nuevas espadas de
espaderos famosos.
Aquellos que hacían las espadas eran reverenciados
como artistas y hombres santos, y el taller de un forjador
de espadas era considerado como un templo, donde se
realizaba un trabajo sagrado. Un cartel típico a las afueras
de un taller podía leerse como sigue: «Se pulen almas».
Se pensaba que la personalidad de un espadero pasaba
a formar parte de sus obras. Así que antes de forjar una
espada, un maestro forjador ayunaba para purificarse.
Colgaba por su taller plegarias escritas en papel de arroz
y se vestía con kimonos blancos, como un sacerdote, para
trabajar en la forja encendida. Mientras trabajaba mantenía
una concentración absoluta.
La espada de un samurai estaba hecha de hierro y acero,
calentada en la forja y enfriada sucesivamente, o templada
en una mezcla de aceite y agua. El acero era trabajado con
el martillo, modelado una y otra vez hasta conseguir cuatro
millones de láminas de metal. La hoja de la espada de
un samurai era muy dura y extremadamente afilada, pero
el cuerpo de la misma era más suave y flexible. Una vez
acabada, la espada era guarnecida y se le añadía un mango
decorado. Tras lo cual la nueva espada podría ser puesta a
prueba sobre el cuerpo de un criminal.
El taller de un espadero.
A la manera de un artista, un maestro hacedor de
espadas solía firmar su trabajo. Pero el más famoso de
todos los espaderos, Masamune (1264-1343), fabricó
espadas tan peculiares que no necesitaba firmarlas.
Masamune era tenido por un hombre profundamente
religioso y se decía que sus espadas poseían un gran poder
espiritual.
El principal rival de Masamune, Muramasa, fue también
un hábil espadero. Pero Muramasa amaba la guerra.
Sus espadas eran tan fuertes que podía cortar un casco
como si fuese un melón. Sus armas tenían sed de sangre.
Se decía que los samurais que poseían las malvadas espadas
de Muramasa se volvían locos, incapaces de parar de
matar, hasta que finalmente volvían las espadas contra sí
mismos.
Según la leyenda, una manera de comprobar la diferencia
de carácter entre las espadas de Masamune y las de
Muramasa era poner una de cada, de pie, en una corriente
de agua. Las hojas que flotaban en el agua evitarían la
espada de Masamune, llegando de una pieza al otro lado.
Sin embargo, se verían atrapadas sin remedio por la mortal
espada de Muramasa y acabarían cortadas en dos.
espadas solía firmar su trabajo. Pero el más famoso de
todos los espaderos, Masamune (1264-1343), fabricó
espadas tan peculiares que no necesitaba firmarlas.
Masamune era tenido por un hombre profundamente
religioso y se decía que sus espadas poseían un gran poder
espiritual.
El principal rival de Masamune, Muramasa, fue también
un hábil espadero. Pero Muramasa amaba la guerra.
Sus espadas eran tan fuertes que podía cortar un casco
como si fuese un melón. Sus armas tenían sed de sangre.
Se decía que los samurais que poseían las malvadas espadas
de Muramasa se volvían locos, incapaces de parar de
matar, hasta que finalmente volvían las espadas contra sí
mismos.
Según la leyenda, una manera de comprobar la diferencia
de carácter entre las espadas de Masamune y las de
Muramasa era poner una de cada, de pie, en una corriente
de agua. Las hojas que flotaban en el agua evitarían la
espada de Masamune, llegando de una pieza al otro lado.
Sin embargo, se verían atrapadas sin remedio por la mortal
espada de Muramasa y acabarían cortadas en dos.
Minamoto Yoritomo, el primer sogún
II
El enfrentamiento entre los señores de la guerra
EL PRIMER SOGÚN
Las guerras Gempei entre los clanes Minamoto y Taira
comenzaron en 1180 y duraron cinco años. Las historias
sobre esta sangrienta guerra civil y sobre los héroes que
tomaron parte en ella se han convertido en leyendas en
Japón. Durante 800 años, los japoneses han referido una
y otra vez estos sucesos en libros, obras de teatro y películas,
de manera muy parecida a como los norteamericanos
cuentan los episodios de la guerra de la independencia y
del salvaje oeste.
Los hombres del clan Minamoto fueron los vencedores
de las guerras Gempei. Su líder, Minamoto Yoritomo
se convirtió en el primer shogun o sogún, o dictador militar,
de Japón. A partir de ese momento y durante siglos,
el emperador de Japón gobernó sólo nominalmente. El
verdadero poder residía en el sogún.
Minamoto Yoritomo fue un gran hombre de estado
pero un líder falto de carisma. Hoy en día, es el hermano
de Yoritomo, Minamoto Yoshitsune, quien es recordado
como el perfecto guerrero samurai.
Una nota sobre los nombres japoneses: en Japón es costumbre
que el apellido, o nombre de la familia, aparezca
primero seguido del nombre propio. Minamoto, por ejemplo,
es el apellido, como González, mientras que Yoritomo
es el nombre propio. Con frecuencia, los nombres propios
en una familia japonesa comienzan con el mismo
sonido, como Yori o Yoghi. Un ejemplo comparable en
castellano sería una familia de apellido González que llamase
a sus hijos «González Juana», «González José» y
«González Jaime».
comenzaron en 1180 y duraron cinco años. Las historias
sobre esta sangrienta guerra civil y sobre los héroes que
tomaron parte en ella se han convertido en leyendas en
Japón. Durante 800 años, los japoneses han referido una
y otra vez estos sucesos en libros, obras de teatro y películas,
de manera muy parecida a como los norteamericanos
cuentan los episodios de la guerra de la independencia y
del salvaje oeste.
Los hombres del clan Minamoto fueron los vencedores
de las guerras Gempei. Su líder, Minamoto Yoritomo
se convirtió en el primer shogun o sogún, o dictador militar,
de Japón. A partir de ese momento y durante siglos,
el emperador de Japón gobernó sólo nominalmente. El
verdadero poder residía en el sogún.
Minamoto Yoritomo fue un gran hombre de estado
pero un líder falto de carisma. Hoy en día, es el hermano
de Yoritomo, Minamoto Yoshitsune, quien es recordado
como el perfecto guerrero samurai.
Una nota sobre los nombres japoneses: en Japón es costumbre
que el apellido, o nombre de la familia, aparezca
primero seguido del nombre propio. Minamoto, por ejemplo,
es el apellido, como González, mientras que Yoritomo
es el nombre propio. Con frecuencia, los nombres propios
en una familia japonesa comienzan con el mismo
sonido, como Yori o Yoghi. Un ejemplo comparable en
castellano sería una familia de apellido González que llamase
a sus hijos «González Juana», «González José» y
«González Jaime».
ENFRENTAMIENTO ENTRE LOS SEÑORES DE LA GUERRA
El poder del emperador se había visto tremendamente
debilitado con el ascenso de los clanes samurais. Los dos
más poderosos, el Minamoto y el Taira, habían sido rivales
durante mucho tiempo. Los Minamoto eran conocidos
por su labor poniendo fin a rebeliones en el norte y
en el este, mientras que los Taira eran expertos en derrotar
a los piratas que asolaban las rutas comerciales hacia
China. Los Taira se hacían preceder de una bandera de
color rojo. El color de la de los Minamoto era el blanco.
En 1160, el clan Minamoto atacó el Palacio Imperial en
Kyoto. Fueron derrotados por Kiyomori, líder de los
Taira, que tomó el control de la capital.
Kiyomori ordenó la ejecución del líder de los Minamoto,
Yoshitomo, y de todos sus hijos. Yoshitomo fue
ejecutado. Pero Kiyomori, impactado por la hermosura
de la esposa de Yoshitomo, Tokiwa, accedió a dejar a sus
hijos con vida si ella estaba dispuesta a convertirse en su
concubina. De manera que el hijo mayor, Yoritomo, de
catorce años, que había luchado junto a su padre, fue enviado
a la provincia oriental de Izu para ser educado por
los Taira. Mientras que el más joven, Yoshitsune, todavía
un niño, fue enviado a un monasterio donde acabaría convirtiéndose
en sacerdote.
Taira Kiyomori se arrepentiría más tarde. Ya que los
jóvenes cuyas vidas había perdonado regresarían algún día
para vengarse.
debilitado con el ascenso de los clanes samurais. Los dos
más poderosos, el Minamoto y el Taira, habían sido rivales
durante mucho tiempo. Los Minamoto eran conocidos
por su labor poniendo fin a rebeliones en el norte y
en el este, mientras que los Taira eran expertos en derrotar
a los piratas que asolaban las rutas comerciales hacia
China. Los Taira se hacían preceder de una bandera de
color rojo. El color de la de los Minamoto era el blanco.
En 1160, el clan Minamoto atacó el Palacio Imperial en
Kyoto. Fueron derrotados por Kiyomori, líder de los
Taira, que tomó el control de la capital.
Kiyomori ordenó la ejecución del líder de los Minamoto,
Yoshitomo, y de todos sus hijos. Yoshitomo fue
ejecutado. Pero Kiyomori, impactado por la hermosura
de la esposa de Yoshitomo, Tokiwa, accedió a dejar a sus
hijos con vida si ella estaba dispuesta a convertirse en su
concubina. De manera que el hijo mayor, Yoritomo, de
catorce años, que había luchado junto a su padre, fue enviado
a la provincia oriental de Izu para ser educado por
los Taira. Mientras que el más joven, Yoshitsune, todavía
un niño, fue enviado a un monasterio donde acabaría convirtiéndose
en sacerdote.
Taira Kiyomori se arrepentiría más tarde. Ya que los
jóvenes cuyas vidas había perdonado regresarían algún día
para vengarse.
LAS HAZAÑAS DE YOSHITSUNE
A medida que se aproximaba a la edad adulta, Minamoto
Yoritomo estudiaba política y estrategia militar bajo la
mirada atenta de sus implacables enemigos, los Taira. La
infancia de su hermano Yoshitsune, sin embargo, discurría
de manera bastante diferente. De hecho, hoy en día,
la vida de Yoshitsune ha pasado a ser parte historia, parte
leyenda.
Siendo aún niño, Yoshitsune fue enviado a un remoto
templo en el Monte Kurama. Se cuenta que a la edad de
once años, al saber de su pasado, decidió derrotar a los
Taira y secretamente inició el estudio de las artes marciales.
La leyenda dice también que Yoshitsune se escapaba
del monasterio al anochecer para ser instruido por Sojobo,
rey de los tengu. Los tengu, pequeños duendes montaraces
que eran mitad pájaro mitad hombre, usaron la magia
para enseñar al niño el arte de la espada, del arco y de la
flecha, y otras disciplinas. Tan pronto como Yoshitsune
asestaba un golpe con la espada, su maestro se desvanecía,
para reaparecer al momento riéndose en lo alto de
un árbol. El discípulo lanzaba una flecha, pero el tengu
la hacía caer ayudado de un abanico de hierro. Un tengu
aparecía delante de él, mientras que otro le atacaba desde
detrás. Entrenándose noche tras noche, Yoshitsune
se convirtió en un guerrero de extraordinaria intuición,
velocidad y destreza.
Hay muchas historias sobre las aventuras de
Yoshitsune tras su fuga de los monjes del Monte Kurama.
La más popular es la historia de su encuentro con el gigante
que se-convertiría en su compañero para toda la vida:
Benkei.
Benkei era un monje guerrero: un feroz luchador con
la naginata, una lanza de hoja curva, el arma tradicional de
los monjes japoneses. Poseía además unas dimensiones
colosales. El pasatiempo de Benkei era coleccionar espadas.
Cada día esperaba en el Puente Gojo a los guerreros
que querían cruzar. Les invitaba a luchar y a «recoger» sus
espadas. Tenía ya 999 y quería 1000.
Un día, Benkei avistó a un agraciado muchacho con
una espada magnífica. El joven estaba sentado bajo un
árbol al otro lado del puente, tocando tranquilamente la
flauta. Benkei se sentía defraudado porque su espada
número 1000 fuera a ser tan fácil de conseguir, algo así
como quitarle sus caramelos a un niño. Pero quería acabar
su colección.
«Dame tu espada», le ordenó Benkei. «Simplemente
ponía en el suelo y márchate». Para su sorpresa, el joven le
ignoró.
«Haz lo que te digo o tendré que aplastar tu cabeza»,
gruñó el gigante. Pero la dulce melodía de la flauta prosiguió.
Benkei empuñó su naginata y atacó, pero para su sorpresa,
en vez de alcanzar al muchacho, la clavó en el árbol.
El chico había saltado sobre la barandilla del puente, donde
se mantenía tranquilamente en equilibrio.
Benkei golpeó otra vez y de nuevo el muchacho evitó
su golpe. ¡Era como si le hubiese dado justo a la barandilla
opuesta del puente! Más rápido cada vez y con más
dureza, Benkei golpeó, pero de nuevo su espada sólo se
enfrentó al aire. Pronto el gigante se sintió extenuado y
se detuvo para tomar aliento. El joven, que no parecía en
absoluto cansado, sacó un pequeño abanico de los pliegues
de su ropa. Se abanicó por un instante, como aburrido
por la pelea. Entonces, con un giro de muñeca dejó
volar el abanico que golpeó al gigante directamente en la
cabeza.
A partir de ese día, Benkei llamó al joven su señor. El
muchacho por supuesto era Yoshitsune.
Yoritomo estudiaba política y estrategia militar bajo la
mirada atenta de sus implacables enemigos, los Taira. La
infancia de su hermano Yoshitsune, sin embargo, discurría
de manera bastante diferente. De hecho, hoy en día,
la vida de Yoshitsune ha pasado a ser parte historia, parte
leyenda.
Siendo aún niño, Yoshitsune fue enviado a un remoto
templo en el Monte Kurama. Se cuenta que a la edad de
once años, al saber de su pasado, decidió derrotar a los
Taira y secretamente inició el estudio de las artes marciales.
La leyenda dice también que Yoshitsune se escapaba
del monasterio al anochecer para ser instruido por Sojobo,
rey de los tengu. Los tengu, pequeños duendes montaraces
que eran mitad pájaro mitad hombre, usaron la magia
para enseñar al niño el arte de la espada, del arco y de la
flecha, y otras disciplinas. Tan pronto como Yoshitsune
asestaba un golpe con la espada, su maestro se desvanecía,
para reaparecer al momento riéndose en lo alto de
un árbol. El discípulo lanzaba una flecha, pero el tengu
la hacía caer ayudado de un abanico de hierro. Un tengu
aparecía delante de él, mientras que otro le atacaba desde
detrás. Entrenándose noche tras noche, Yoshitsune
se convirtió en un guerrero de extraordinaria intuición,
velocidad y destreza.
Hay muchas historias sobre las aventuras de
Yoshitsune tras su fuga de los monjes del Monte Kurama.
La más popular es la historia de su encuentro con el gigante
que se-convertiría en su compañero para toda la vida:
Benkei.
Benkei era un monje guerrero: un feroz luchador con
la naginata, una lanza de hoja curva, el arma tradicional de
los monjes japoneses. Poseía además unas dimensiones
colosales. El pasatiempo de Benkei era coleccionar espadas.
Cada día esperaba en el Puente Gojo a los guerreros
que querían cruzar. Les invitaba a luchar y a «recoger» sus
espadas. Tenía ya 999 y quería 1000.
Un día, Benkei avistó a un agraciado muchacho con
una espada magnífica. El joven estaba sentado bajo un
árbol al otro lado del puente, tocando tranquilamente la
flauta. Benkei se sentía defraudado porque su espada
número 1000 fuera a ser tan fácil de conseguir, algo así
como quitarle sus caramelos a un niño. Pero quería acabar
su colección.
«Dame tu espada», le ordenó Benkei. «Simplemente
ponía en el suelo y márchate». Para su sorpresa, el joven le
ignoró.
«Haz lo que te digo o tendré que aplastar tu cabeza»,
gruñó el gigante. Pero la dulce melodía de la flauta prosiguió.
Benkei empuñó su naginata y atacó, pero para su sorpresa,
en vez de alcanzar al muchacho, la clavó en el árbol.
El chico había saltado sobre la barandilla del puente, donde
se mantenía tranquilamente en equilibrio.
Benkei golpeó otra vez y de nuevo el muchacho evitó
su golpe. ¡Era como si le hubiese dado justo a la barandilla
opuesta del puente! Más rápido cada vez y con más
dureza, Benkei golpeó, pero de nuevo su espada sólo se
enfrentó al aire. Pronto el gigante se sintió extenuado y
se detuvo para tomar aliento. El joven, que no parecía en
absoluto cansado, sacó un pequeño abanico de los pliegues
de su ropa. Se abanicó por un instante, como aburrido
por la pelea. Entonces, con un giro de muñeca dejó
volar el abanico que golpeó al gigante directamente en la
cabeza.
A partir de ese día, Benkei llamó al joven su señor. El
muchacho por supuesto era Yoshitsune.
LAS GUERRAS GEMPEI
En 1180, el nieto de tres años de Kiyomori, Antoku, se
convirtió en emperador, aunque Taira Kiyomori continuó
gobernando Japón defacto. Apenas pensaba ya en los herederos
de Minamoto a los que había expulsado veinte años
antes. De forma que le sorprendió mucho oír que los
Minamoto estaban planeando un levantamiento contra el
clan de los Taira.
El primer ataque fue un desastre para los Minamoto. Su
reducida tropa estaba dirigida por un veterano soldado de
74 años de edad, Minamoto Yorimasa y compuesta por un
grupo de monjes guerreros. Al ser descubiertos sus planes
con antelación, las fuerzas de los Minamoto se vieron atrapadas
en una ciudad llamada Uji, en la cuenca del río Uji,
en el camino entre Kyoto y Nara. Perseguidos por los Taira
y superados ampliamente en número, los Minamoto idearon
un plan. Cruzaron el puente Uji y desmontaron 60 pies
de tablas de madera. Al amanecer, envueltos en niebla, los
samurais Taira galoparon hasta el borde del río y alzaron su
grito de guerra. Los Minamoto respondieron. Así que los
jinetes Taira cruzaron en tropel por el puente y cayeron
por el agujero a la veloz corriente del río.
El cielo sobre las aguas apareció pronto cubierto de
flechas y muchos fueron los que libraron un bravo combate
sobre el puente roto. Pero la suerte de los Minamoto
no duró mucho. Cogiéndose de las manos, bajaron la
cabeza frente a los arqueros de Minamoto, y así las fuerzas
de los Taira lograron vadear el río y atacaron. Minamoto
Yorimasa, herido y vencido, compuso un poema en
el reverso de su abanico. Tras lo cual atravesándose el abdomen
con su daga se suicidó a la manera tradicional o
seppuku, ordenando antes que hundiesen su cabeza en el
río para que sus enemigos no pudieran reclamarla. Durante
siglos, Yorimasa fue recordado como un modelo de compostura
y de nobleza en la derrota, la más noble de las
muertes para un samurai.
La batalla sobre el Puente Uji
convirtió en emperador, aunque Taira Kiyomori continuó
gobernando Japón defacto. Apenas pensaba ya en los herederos
de Minamoto a los que había expulsado veinte años
antes. De forma que le sorprendió mucho oír que los
Minamoto estaban planeando un levantamiento contra el
clan de los Taira.
El primer ataque fue un desastre para los Minamoto. Su
reducida tropa estaba dirigida por un veterano soldado de
74 años de edad, Minamoto Yorimasa y compuesta por un
grupo de monjes guerreros. Al ser descubiertos sus planes
con antelación, las fuerzas de los Minamoto se vieron atrapadas
en una ciudad llamada Uji, en la cuenca del río Uji,
en el camino entre Kyoto y Nara. Perseguidos por los Taira
y superados ampliamente en número, los Minamoto idearon
un plan. Cruzaron el puente Uji y desmontaron 60 pies
de tablas de madera. Al amanecer, envueltos en niebla, los
samurais Taira galoparon hasta el borde del río y alzaron su
grito de guerra. Los Minamoto respondieron. Así que los
jinetes Taira cruzaron en tropel por el puente y cayeron
por el agujero a la veloz corriente del río.
El cielo sobre las aguas apareció pronto cubierto de
flechas y muchos fueron los que libraron un bravo combate
sobre el puente roto. Pero la suerte de los Minamoto
no duró mucho. Cogiéndose de las manos, bajaron la
cabeza frente a los arqueros de Minamoto, y así las fuerzas
de los Taira lograron vadear el río y atacaron. Minamoto
Yorimasa, herido y vencido, compuso un poema en
el reverso de su abanico. Tras lo cual atravesándose el abdomen
con su daga se suicidó a la manera tradicional o
seppuku, ordenando antes que hundiesen su cabeza en el
río para que sus enemigos no pudieran reclamarla. Durante
siglos, Yorimasa fue recordado como un modelo de compostura
y de nobleza en la derrota, la más noble de las
muertes para un samurai.
La batalla sobre el Puente Uji
La guerra se recrudeció. Las fuerzas de Minamoto
fueron diezmadas y los Taira parecían ir ganando. Pero
Minamoto Yoritomo, ahora mayor de edad, siempre escapaba.
En su lecho de muerte en 1181, Taira Kiyomori
ordenó a sus hombres que no rezasen por él, sino que en
su lugar se afanasen en traerle la cabeza de Yoritomo para
colocarla sobre su tumba.
Yoritomo había instalado su cuartel general en
Kamakura. Allí, se reunió con su hermano menor
Yoshitsune. El poder de Yoritomo crecía y empezó a llamarse
a sí mismo Señor Kamakura. Pero pronto encontraría
que tenía un rival en su propia familia. Su primo
Minamoto Yoshinaka estaba llevando a cabo grandes
incursiones contra los Taira. En 1183, los Taira huyeron
de la capital, retirándose a su territorio en Honshu occidental
y a las islas de Shikoku y Kyushu. Se llevaron consigo
los emblemas imperiales —el espejo, el collar adornado
de piedras preciosas, y la espada— al niño emperador
Antoku, que no alcanzaba todavía los seis años de edad, y
a la mayor parte de la familia real. Yoshinaka entró en
Kyoto triunfante.
Pero Yoshinaka era un rudo soldado del campo y sus
samurais saquearon Kyoto. En 1184, Yoritomo envió a
Yoshitsune para vencer a su primo. Yoshinaka levantó las
láminas del Puente Uji con la esperanza de que el truco
volviera a funcionar pero los hombres de Yoshitsune cruzaron
el río siguiendo la corriente y tomaron la capital.
fueron diezmadas y los Taira parecían ir ganando. Pero
Minamoto Yoritomo, ahora mayor de edad, siempre escapaba.
En su lecho de muerte en 1181, Taira Kiyomori
ordenó a sus hombres que no rezasen por él, sino que en
su lugar se afanasen en traerle la cabeza de Yoritomo para
colocarla sobre su tumba.
Yoritomo había instalado su cuartel general en
Kamakura. Allí, se reunió con su hermano menor
Yoshitsune. El poder de Yoritomo crecía y empezó a llamarse
a sí mismo Señor Kamakura. Pero pronto encontraría
que tenía un rival en su propia familia. Su primo
Minamoto Yoshinaka estaba llevando a cabo grandes
incursiones contra los Taira. En 1183, los Taira huyeron
de la capital, retirándose a su territorio en Honshu occidental
y a las islas de Shikoku y Kyushu. Se llevaron consigo
los emblemas imperiales —el espejo, el collar adornado
de piedras preciosas, y la espada— al niño emperador
Antoku, que no alcanzaba todavía los seis años de edad, y
a la mayor parte de la familia real. Yoshinaka entró en
Kyoto triunfante.
Pero Yoshinaka era un rudo soldado del campo y sus
samurais saquearon Kyoto. En 1184, Yoritomo envió a
Yoshitsune para vencer a su primo. Yoshinaka levantó las
láminas del Puente Uji con la esperanza de que el truco
volviera a funcionar pero los hombres de Yoshitsune cruzaron
el río siguiendo la corriente y tomaron la capital.
Yoshinaka fue decapitado.
Una vez asegurado Kyoto, los Minamoto querían poner
fin al clan de los Taira de una vez por todas. Yoshitsune
lideró muchos combates brillantes, aplastando muchos
asentamientos Taira e incendiando sus campamentos. Los
Taira eran poderosos y controlaban las aguas del Mar Interior.
Pero a medida que sus bajas aumentaban, algunos de
los jefes samurais marineros se unieron a los Minamoto.
fin al clan de los Taira de una vez por todas. Yoshitsune
lideró muchos combates brillantes, aplastando muchos
asentamientos Taira e incendiando sus campamentos. Los
Taira eran poderosos y controlaban las aguas del Mar Interior.
Pero a medida que sus bajas aumentaban, algunos de
los jefes samurais marineros se unieron a los Minamoto.
DAN-NO-URA
En 1185, los Taira reunieron todos sus barcos en un estrecho
entre las islas de Kyushu y Honshu, cerca del pueblo
de Dan-no-ura. Debido a su mayor experiencia bélica en
el mar, aprendida por llevar generaciones peleando contra
piratas, los Taira estaban seguros de que aplastarían rápidamente
los barcos de los Minamoto. Estaban tan seguros
de que la batalla sería tan corta que acabaría antes de que
subiera la marea.
Al principio, los Taira parecían ir ganando. Un general
Taira logró abrirse paso hasta el barco de Yoshitsune y
estuvo a punto de capturar al héroe, pero Yoshitsune dio
un extraordinario salto hasta un barco próximo y el general
Taira encontró la muerte al caer al mar. La batalla continuó
y la marea empezó a subir.
Al cambiar la marea, los barcos Taira se quedaron atrapados
entre los barcos de los Minamoto y la orilla. De
repente los Taira se vieron forzados a ir hacia la orilla.
Yoshitsune ordenó a sus hombres que dirigieran sus flechas
contra los timoneros en lugar de contra los arqueros
de cubierta. Pronto las naves de los Taira estuvieron a la
deriva, sin posibilidad de control. El mar estaba teñido
del rojo de la sangre derramada. Finalmente, uno de los
capitanes Taira arrió la bandera roja de los Taira y navegó
para unirse a los Minamoto. El capitán reveló a Yoshitsune
cuál era el barco que llevaba al niño emperador y las insignias
reales.
Yoshitsune dirigió toda la fuerza de sus guerreros contra
ese único barco.
Tomomori, el comandante Taira, sabía que estaba todo
perdido. Informó al joven emperador de que el suicidio
era la única respuesta honorable. La abuela del niño, la
viuda de Kiyomori, tomó al emperador de ocho años en
sus brazos, oraron juntos por última vez y saltó con él al
mar revuelto.
La tragedia siguió. Los siguientes en saltar fueron otros
miembros de la familia imperial y muchos samurais Taira.
Cuando una de las damas de la corte estaba a punto de
saltar, una flecha sujetó su falda al barco y soltó el cofre
que portaba sobre la cubierta de la nave. Los guerreros de
Minamoto rescataron el cofre. Dentro encontraron el
espejo sagrado, una de las joyas reales. Más tarde los
buceadores de Yoshitsune recuperaron también el collar
del fondo del mar. Pero la legendaria espada sagrada se
perdió para siempre.
El último en saltar fue Tomomori, el general Taira, que
colocándose dos capas de una armadura muy pesada, siguió
a sus hombres hacia el bravo oleaje.
Como jefe del clan Minamoto, Yoritomo se convirtió
en el sogún de Japón. Pero durante años los marineros
evitaron las costas de Dan-no-ura donde se decía que ejércitos
de fantasmas acechaban desde el mar. Todavía se
cuentan historias sobre los nobles Taira, o Heike, y se cree
que los espíritus de los samurais que fueron asesinados
en Dan-no-ura viven en los cangrejos Heike que llevan el
dibujo de rostros humanos en su concha.
Yoshitsune se reveló como un héroe y demostró gran
lealtad a su hermano y a su clan. Pero Yoritomo era un
político, no un general. Se sentía amenazado por la popularidad
y la fuerza de Yoshitsune. Finalmente, los celos
hacia su hermano menor fueron tan fuertes que ordenó
que le matasen dándole caza como a un animal.
Yoshitsune escribió cartas a Yoritomo jurándole lealtad
y suplicándole que le perdonase, pero no valió de nada.
Se dice que escapó a los ejércitos y los espías de su hermano
con su fiel Benkei, que se encontró con fantasmas y
que tuvo innumerables aventuras. Pero finalmente fue atrapado
por las fuerzas del sogún. Mientras Benkei resistía
empuñando con destreza su naginata, Yoshitsune se retiró
para suicidarse en privado. El gigante quedó inmóvil y sólo
cuando un samurai a caballo se atrevió a pasar cerca del
fiero Benkei se dieron cuenta de que estaba muerto. El
gigante simplemente se desplomó.
Yoritomo continuó gobernando solo. Pero algunos
dicen que estaba atormentado por la manera en que había
tratado a su hermano. En 1199 mientras desfilaba a caballo
cayó al suelo repentinamente sin razón aparente. Según
la leyenda murió de terror, porque el fantasma de
Yoshitsune había aparecido ante él.
III
entre las islas de Kyushu y Honshu, cerca del pueblo
de Dan-no-ura. Debido a su mayor experiencia bélica en
el mar, aprendida por llevar generaciones peleando contra
piratas, los Taira estaban seguros de que aplastarían rápidamente
los barcos de los Minamoto. Estaban tan seguros
de que la batalla sería tan corta que acabaría antes de que
subiera la marea.
Al principio, los Taira parecían ir ganando. Un general
Taira logró abrirse paso hasta el barco de Yoshitsune y
estuvo a punto de capturar al héroe, pero Yoshitsune dio
un extraordinario salto hasta un barco próximo y el general
Taira encontró la muerte al caer al mar. La batalla continuó
y la marea empezó a subir.
Al cambiar la marea, los barcos Taira se quedaron atrapados
entre los barcos de los Minamoto y la orilla. De
repente los Taira se vieron forzados a ir hacia la orilla.
Yoshitsune ordenó a sus hombres que dirigieran sus flechas
contra los timoneros en lugar de contra los arqueros
de cubierta. Pronto las naves de los Taira estuvieron a la
deriva, sin posibilidad de control. El mar estaba teñido
del rojo de la sangre derramada. Finalmente, uno de los
capitanes Taira arrió la bandera roja de los Taira y navegó
para unirse a los Minamoto. El capitán reveló a Yoshitsune
cuál era el barco que llevaba al niño emperador y las insignias
reales.
Yoshitsune dirigió toda la fuerza de sus guerreros contra
ese único barco.
Tomomori, el comandante Taira, sabía que estaba todo
perdido. Informó al joven emperador de que el suicidio
era la única respuesta honorable. La abuela del niño, la
viuda de Kiyomori, tomó al emperador de ocho años en
sus brazos, oraron juntos por última vez y saltó con él al
mar revuelto.
La tragedia siguió. Los siguientes en saltar fueron otros
miembros de la familia imperial y muchos samurais Taira.
Cuando una de las damas de la corte estaba a punto de
saltar, una flecha sujetó su falda al barco y soltó el cofre
que portaba sobre la cubierta de la nave. Los guerreros de
Minamoto rescataron el cofre. Dentro encontraron el
espejo sagrado, una de las joyas reales. Más tarde los
buceadores de Yoshitsune recuperaron también el collar
del fondo del mar. Pero la legendaria espada sagrada se
perdió para siempre.
El último en saltar fue Tomomori, el general Taira, que
colocándose dos capas de una armadura muy pesada, siguió
a sus hombres hacia el bravo oleaje.
Como jefe del clan Minamoto, Yoritomo se convirtió
en el sogún de Japón. Pero durante años los marineros
evitaron las costas de Dan-no-ura donde se decía que ejércitos
de fantasmas acechaban desde el mar. Todavía se
cuentan historias sobre los nobles Taira, o Heike, y se cree
que los espíritus de los samurais que fueron asesinados
en Dan-no-ura viven en los cangrejos Heike que llevan el
dibujo de rostros humanos en su concha.
Yoshitsune se reveló como un héroe y demostró gran
lealtad a su hermano y a su clan. Pero Yoritomo era un
político, no un general. Se sentía amenazado por la popularidad
y la fuerza de Yoshitsune. Finalmente, los celos
hacia su hermano menor fueron tan fuertes que ordenó
que le matasen dándole caza como a un animal.
Yoshitsune escribió cartas a Yoritomo jurándole lealtad
y suplicándole que le perdonase, pero no valió de nada.
Se dice que escapó a los ejércitos y los espías de su hermano
con su fiel Benkei, que se encontró con fantasmas y
que tuvo innumerables aventuras. Pero finalmente fue atrapado
por las fuerzas del sogún. Mientras Benkei resistía
empuñando con destreza su naginata, Yoshitsune se retiró
para suicidarse en privado. El gigante quedó inmóvil y sólo
cuando un samurai a caballo se atrevió a pasar cerca del
fiero Benkei se dieron cuenta de que estaba muerto. El
gigante simplemente se desplomó.
Yoritomo continuó gobernando solo. Pero algunos
dicen que estaba atormentado por la manera en que había
tratado a su hermano. En 1199 mientras desfilaba a caballo
cayó al suelo repentinamente sin razón aparente. Según
la leyenda murió de terror, porque el fantasma de
Yoshitsune había aparecido ante él.
III
El cénit de los samurais
LAS INVASIONES MONGOLAS
Una leyenda japonesa defiende que Yoshitsune no murió
después de todo en 1189, sino que escapó a China donde
se unió a los mongoles y cambió su nombre por el de
Genghis Khan.
Genghis Khan fue uno de los mayores conquistadores
de la historia. Unió a las tribus mongoles de China y a su
muerte gobernaba un imperio que se extendía desde Asia
hasta el este de Europa. Su nieto Kublai Khan intentó
invadir Japón y casi lo consiguió.
La primera invasión mongol tuvo lugar en 1274. Fue
una dura prueba para los guerreros samurais que se
encontraron con que sus enemigos no mostraban ningún
interés por sus formas tradicionales de hacer la guerra.
En lugar de enfrentarse de manera honorable a un igual,
los guerreros mongoles mataban a mujeres y niños inocentes.
Pero los samurais lucharon valientemente y los
mongoles se retiraron.
La segunda invasión mongol se produjo en 1281. Esta
vez la flota mongol era enorme. Mientras los samurais
rechazaban un ataque mongol en las playas, un emisario
imperial fue enviado para pedir a la diosa solar que intercediera
por ellos. Aquella noche los cielos se oscurecieron
y un intenso tornado comenzó a soplar. Las olas se
elevaban altas y caían golpeándose estruendosamente
contra el mar. Los barcos mongoles zozobraban sobre
las olas como si de muñecos se tratara. Poderosos vientos
los empujaban contra las rocas reduciéndolos a astillas.
La tormenta recibió el nombre de kamikaze o «viento
divino».
Seis siglos pasaron antes de que ningún extranjero se
atreviera a intentar de nuevo la conquista de Japón. Pero
el país permaneció dividido por las guerras civiles. Las guerras
se hicieron tan numerosas que el periodo que va de
1467 a 1568 es conocido como la Edad de la Guerra.
después de todo en 1189, sino que escapó a China donde
se unió a los mongoles y cambió su nombre por el de
Genghis Khan.
Genghis Khan fue uno de los mayores conquistadores
de la historia. Unió a las tribus mongoles de China y a su
muerte gobernaba un imperio que se extendía desde Asia
hasta el este de Europa. Su nieto Kublai Khan intentó
invadir Japón y casi lo consiguió.
La primera invasión mongol tuvo lugar en 1274. Fue
una dura prueba para los guerreros samurais que se
encontraron con que sus enemigos no mostraban ningún
interés por sus formas tradicionales de hacer la guerra.
En lugar de enfrentarse de manera honorable a un igual,
los guerreros mongoles mataban a mujeres y niños inocentes.
Pero los samurais lucharon valientemente y los
mongoles se retiraron.
La segunda invasión mongol se produjo en 1281. Esta
vez la flota mongol era enorme. Mientras los samurais
rechazaban un ataque mongol en las playas, un emisario
imperial fue enviado para pedir a la diosa solar que intercediera
por ellos. Aquella noche los cielos se oscurecieron
y un intenso tornado comenzó a soplar. Las olas se
elevaban altas y caían golpeándose estruendosamente
contra el mar. Los barcos mongoles zozobraban sobre
las olas como si de muñecos se tratara. Poderosos vientos
los empujaban contra las rocas reduciéndolos a astillas.
La tormenta recibió el nombre de kamikaze o «viento
divino».
Seis siglos pasaron antes de que ningún extranjero se
atreviera a intentar de nuevo la conquista de Japón. Pero
el país permaneció dividido por las guerras civiles. Las guerras
se hicieron tan numerosas que el periodo que va de
1467 a 1568 es conocido como la Edad de la Guerra.
LA EDAD DE LA GUERRA
A mediados del siglo XV, Japón estaba compuesta de
muchos pequeños estados. Cada uno de estos estados
estaba gobernado por un daimio, un poderoso hacendado
que controlaba su territorio desde un castillo fortificado.
Al servicio de cada daimio estaba su ejército samurai personal
así como sus tropas de campesinos conocidas como
ashigaru, que significa «pies ligeros».
Los daimio estaban constantemente en guerra los unos
contra los otros. A mediados del siglo XVI, el emperador
no tenía ni poder ni dinero y la función del sogún había
perdido su sentido primitivo. Ningún daimio era lo suficientemente
poderoso como para unir Japón.
Entonces en 1543 Japón recibió de nuevo la visita de
los extranjeros. Esta vez eran los portugueses que trajeron
algo nuevo con ellos: mosquetes, las primeras armas
de fuego que veían los japoneses. Los portugueses no
Este cuadro muestra monjes portugueses de nariz alargada orando
en el templo del dios cristiano.
habían ido para conquistar Japón sino para comerciar. Un
poderoso señor le dio a su armero un mosquete para que
lo copiara. El armero estaba desconcertado, pero en lugar
de defraudar a su señor, vendió a su hija a cambio de una
serie de lecciones de armería. Pronto los japoneses fueron
capaces de fabricar sus propias armas de fuego.
Un valiente samurai, Oda Nobunga, que había comenzado
su carrera como un jefe menor, fue lo suficientemente
astuto como para reconocer el valor de las armas
de fuego para la guerra. A fecha de su muerte en 1583, a
causa de una herida de bala, controlaba la mayor parte de
Japón. (Para más información ver «La Batalla de
Nagashino: 29 Junio 1575»).
A Nobunaga le sucedió uno de sus generales, Toyotomi
Hideyoshi. Hideyoshi era un hombre pequeño del que se
dice que parecía un mono, pero en el campo de batalla era
semejante a un dios. Su magnífico casco estaba decorado
con un penacho de un rojo vivo que rodeaba su cabeza
como los rayos del sol. En solo diez años Hideyoshi logró
unir todo Japón. Antes de su muerte, se había vuelto tan
seguro de sus habilidades como conquistador que invadió
Corea sin éxito. Algunos dicen que había sido poseído
por un zorro, una educada manera de decir que estaba
loco. Pero no se podía negar su poder.
En 1586, Hideyoshi terminó de construir el castillo
de Osaka, uno de los mayores edificios del mundo en su
tiempo. Los muros estaban decorados con las pinturas más
bellas y las habitaciones enteras estaban llenas de plata y
oro. Sin embargo todas las riquezas del mundo no podían
comprar la última voluntad de Hideyoshi. En su lecho de
muerte en 1598 suplicó a sus generales que juraran lealtad
a su único hijo y heredero, Hideyori. Entonces, como si
supiera que nada puede durar para siempre, Hideyoshi
compuso un poema de despedida:
¡Ahí Caigo como el rocío,
como el rocío me desvanezco.
Incluso la fortaleza de Osaka
es un sueño dentro de un sueño.
Hideyori, el nuevo mandatario, sólo tenía cinco años.
Poco tiempo después de la muerte de Hideyoshi sólo
la mitad de sus seguidores continuaban apoyando al joven
Hideyori. Los demás unieron sus fuerzas al general más
respetado de Hideyoshi, Tokugawa Ieyasu.
Ieyasu era brillante y ambicioso. Había librado su primera
batalla como joven samurai a los 17 años. Ahora era
un experimentado general en la cincuentena. Estaba preparado
para gobernar Japón. Pero Ieyasu era, sobre todo,
un hombre paciente. En 1600 derrotó a los seguidores de
Hideyori en la mayor batalla jamás librada entre samurais,
la Batalla de Sekigahara. Fue un triunfo. Pero Ieyasu
no intentó todavía sacar a Hideyori del castillo de Osaka.
En lugar de eso, en 1603 se dirigió al emperador de Japón
y reclamó el título de sogún. Tras lo cual gobernaría desde
la ciudad de Edo (hoy Tokio).
Como dictador militar, Ieyasu hizo construir un muro
alrededor del Palacio Imperial de Kyoto. Su fin, según él,
era proteger al emperador y a las 300 familias nobles que
vivían dentro. Allí, entre tranquilos jardines y grandes
riquezas, los cortesanos podían leer, escribir, pintar y
estudiar, como en un mundo de ensueño. Pero a nadie se
le permitía salir sin permiso de Ieyasu. De manera que era
imposible que nadie pudiera conspirar contra él.
Tokugawa Ieyasu llevó a término muchos otros cambios
durante su reinado como sogún. Su gobierno estaba
bien organizado y sus normas eran rígidas. Suspendió la
fabricación de armas de fuego y potenció una vuelta a la
espada como la única arma honorable. (Para más información
ver «Una vuelta al arte tradicional», página 109).
Controló de manera severa el comercio extranjero, para
impedir que ningún señor se hiciera demasiado poderoso.
Bajo sus sucesores se vetó la entrada a los extranjeros
en Japón, hasta que el comercio fue reestablecido en 1854.
Durante el mandato de Ieyasu las clases sociales estaban
rígidamente divididas. El gobierno decidía como
podía vestir cada clase y cual debía ser su comportamiento.
Los samurais eran la clase dominante. Debajo de ellos
estaban los campesinos, los artesanos y finalmente los
mercaderes.
Los samurais no fueron siempre ricos. Su riqueza
dependía de la cantidad de tierra que controlaban. Pero
eran temidos y respetados. Sólo les estaba permitido a los
hijos de los samurais convertirse a su vez en samurais y
sólo los samurais podían llevar dos espadas. Un samurai
tenía el poder de matar o deshacerse de alguien que estuviera
bajo su dominio por cualquier motivo. Pero esta
autoridad conllevaba una responsabilidad. Un samurai era
duramente castigado, incluso se le ordenaba suicidarse, si
perdía el honor.
Ieyasu, que había peleado en 80 batallas a lo largo de
su vida, también animaba a sus guerreros a apreciar las
cosas bellas: la poesía, la ceremonia del té, la salida de la
Tokugawa Ieyasu
luna, el perfume del cerezo en flor. El verdadero samurai
era un hombre de gustos refinados.
En 1614 después de gobernar durante 14 años, Ieyasu
estaba preparado para retar a Hideyori. Sitió el castillo de
Osaka en una de las campañas militares más famosas de
Japón. En esto también tuvo éxito Ieyasu y Hideyori, atrapado
en la torre dorada que su padre había construido, se
suicidó. Entonces Ieyasu mandó decapitar al hijo de
Hideyori y a muchos de sus samurais para impedir cualquier
rebelión posterior.
Dos años después de su victoria, a la edad de 74, Ieyasu
murió. Un verdadero samurai hasta el final, murió blandiendo
una espada en su lecho de muerte. Después de la
cual fue proclamado dios: Toshogu, el Dios Sol del Este.
Ieyasu no sufrió el mismo infortunio que su predecesor
Hideyoshi. Aseguró la sucesión pacífica de su hijo,
un general capaz por sí mismo, y miembros de la familia
Tokugawa gobernaron como sogunes durante más de 250
años.
muchos pequeños estados. Cada uno de estos estados
estaba gobernado por un daimio, un poderoso hacendado
que controlaba su territorio desde un castillo fortificado.
Al servicio de cada daimio estaba su ejército samurai personal
así como sus tropas de campesinos conocidas como
ashigaru, que significa «pies ligeros».
Los daimio estaban constantemente en guerra los unos
contra los otros. A mediados del siglo XVI, el emperador
no tenía ni poder ni dinero y la función del sogún había
perdido su sentido primitivo. Ningún daimio era lo suficientemente
poderoso como para unir Japón.
Entonces en 1543 Japón recibió de nuevo la visita de
los extranjeros. Esta vez eran los portugueses que trajeron
algo nuevo con ellos: mosquetes, las primeras armas
de fuego que veían los japoneses. Los portugueses no
Este cuadro muestra monjes portugueses de nariz alargada orando
en el templo del dios cristiano.
habían ido para conquistar Japón sino para comerciar. Un
poderoso señor le dio a su armero un mosquete para que
lo copiara. El armero estaba desconcertado, pero en lugar
de defraudar a su señor, vendió a su hija a cambio de una
serie de lecciones de armería. Pronto los japoneses fueron
capaces de fabricar sus propias armas de fuego.
Un valiente samurai, Oda Nobunga, que había comenzado
su carrera como un jefe menor, fue lo suficientemente
astuto como para reconocer el valor de las armas
de fuego para la guerra. A fecha de su muerte en 1583, a
causa de una herida de bala, controlaba la mayor parte de
Japón. (Para más información ver «La Batalla de
Nagashino: 29 Junio 1575»).
A Nobunaga le sucedió uno de sus generales, Toyotomi
Hideyoshi. Hideyoshi era un hombre pequeño del que se
dice que parecía un mono, pero en el campo de batalla era
semejante a un dios. Su magnífico casco estaba decorado
con un penacho de un rojo vivo que rodeaba su cabeza
como los rayos del sol. En solo diez años Hideyoshi logró
unir todo Japón. Antes de su muerte, se había vuelto tan
seguro de sus habilidades como conquistador que invadió
Corea sin éxito. Algunos dicen que había sido poseído
por un zorro, una educada manera de decir que estaba
loco. Pero no se podía negar su poder.
En 1586, Hideyoshi terminó de construir el castillo
de Osaka, uno de los mayores edificios del mundo en su
tiempo. Los muros estaban decorados con las pinturas más
bellas y las habitaciones enteras estaban llenas de plata y
oro. Sin embargo todas las riquezas del mundo no podían
comprar la última voluntad de Hideyoshi. En su lecho de
muerte en 1598 suplicó a sus generales que juraran lealtad
a su único hijo y heredero, Hideyori. Entonces, como si
supiera que nada puede durar para siempre, Hideyoshi
compuso un poema de despedida:
¡Ahí Caigo como el rocío,
como el rocío me desvanezco.
Incluso la fortaleza de Osaka
es un sueño dentro de un sueño.
Hideyori, el nuevo mandatario, sólo tenía cinco años.
Poco tiempo después de la muerte de Hideyoshi sólo
la mitad de sus seguidores continuaban apoyando al joven
Hideyori. Los demás unieron sus fuerzas al general más
respetado de Hideyoshi, Tokugawa Ieyasu.
Ieyasu era brillante y ambicioso. Había librado su primera
batalla como joven samurai a los 17 años. Ahora era
un experimentado general en la cincuentena. Estaba preparado
para gobernar Japón. Pero Ieyasu era, sobre todo,
un hombre paciente. En 1600 derrotó a los seguidores de
Hideyori en la mayor batalla jamás librada entre samurais,
la Batalla de Sekigahara. Fue un triunfo. Pero Ieyasu
no intentó todavía sacar a Hideyori del castillo de Osaka.
En lugar de eso, en 1603 se dirigió al emperador de Japón
y reclamó el título de sogún. Tras lo cual gobernaría desde
la ciudad de Edo (hoy Tokio).
Como dictador militar, Ieyasu hizo construir un muro
alrededor del Palacio Imperial de Kyoto. Su fin, según él,
era proteger al emperador y a las 300 familias nobles que
vivían dentro. Allí, entre tranquilos jardines y grandes
riquezas, los cortesanos podían leer, escribir, pintar y
estudiar, como en un mundo de ensueño. Pero a nadie se
le permitía salir sin permiso de Ieyasu. De manera que era
imposible que nadie pudiera conspirar contra él.
Tokugawa Ieyasu llevó a término muchos otros cambios
durante su reinado como sogún. Su gobierno estaba
bien organizado y sus normas eran rígidas. Suspendió la
fabricación de armas de fuego y potenció una vuelta a la
espada como la única arma honorable. (Para más información
ver «Una vuelta al arte tradicional», página 109).
Controló de manera severa el comercio extranjero, para
impedir que ningún señor se hiciera demasiado poderoso.
Bajo sus sucesores se vetó la entrada a los extranjeros
en Japón, hasta que el comercio fue reestablecido en 1854.
Durante el mandato de Ieyasu las clases sociales estaban
rígidamente divididas. El gobierno decidía como
podía vestir cada clase y cual debía ser su comportamiento.
Los samurais eran la clase dominante. Debajo de ellos
estaban los campesinos, los artesanos y finalmente los
mercaderes.
Los samurais no fueron siempre ricos. Su riqueza
dependía de la cantidad de tierra que controlaban. Pero
eran temidos y respetados. Sólo les estaba permitido a los
hijos de los samurais convertirse a su vez en samurais y
sólo los samurais podían llevar dos espadas. Un samurai
tenía el poder de matar o deshacerse de alguien que estuviera
bajo su dominio por cualquier motivo. Pero esta
autoridad conllevaba una responsabilidad. Un samurai era
duramente castigado, incluso se le ordenaba suicidarse, si
perdía el honor.
Ieyasu, que había peleado en 80 batallas a lo largo de
su vida, también animaba a sus guerreros a apreciar las
cosas bellas: la poesía, la ceremonia del té, la salida de la
Tokugawa Ieyasu
luna, el perfume del cerezo en flor. El verdadero samurai
era un hombre de gustos refinados.
En 1614 después de gobernar durante 14 años, Ieyasu
estaba preparado para retar a Hideyori. Sitió el castillo de
Osaka en una de las campañas militares más famosas de
Japón. En esto también tuvo éxito Ieyasu y Hideyori, atrapado
en la torre dorada que su padre había construido, se
suicidó. Entonces Ieyasu mandó decapitar al hijo de
Hideyori y a muchos de sus samurais para impedir cualquier
rebelión posterior.
Dos años después de su victoria, a la edad de 74, Ieyasu
murió. Un verdadero samurai hasta el final, murió blandiendo
una espada en su lecho de muerte. Después de la
cual fue proclamado dios: Toshogu, el Dios Sol del Este.
Ieyasu no sufrió el mismo infortunio que su predecesor
Hideyoshi. Aseguró la sucesión pacífica de su hijo,
un general capaz por sí mismo, y miembros de la familia
Tokugawa gobernaron como sogunes durante más de 250
años.
UN CASTILLO JAPONÉS
Los castillos japoneses eran lo suficientemente espaciosos
como para albergar al daimio, su familia y a la totalidad
de su ejército samurai. Normalmente estaban construidos
sobre una colina, tanto natural como hecha por el
hombre. Los cimientos estaban hechos de roca y formaban
muros empinados e irregulares. Esto servía para
proteger los castillos de los terremotos, pero los hacía
también más fáciles de escalar. Para evitar que los atacantes
escalaran las murallas, los señores de la guerra construían
agujeros secretos y puertas trampa a través de las
cuales podían verter agua hirviendo y rampas a través de
las cuales podían arrojar toneladas de roca. Dentro del
recinto amurallado, existía frecuentemente un foso o
niveles adicionales de muros que conducían al edificio
principal: el torreón.
El torreón del castillo estaba hecho de madera pero
quedaba generalmente a salvo de las llamas porque era muy
difícil llegar hasta él. El torreón tenía muchas plantas, con
enormes techos curvados tan gráciles como las alas de un
pájaro, cubiertos de tejas blancas o azules. Escondidas
entre las ventanas y los muros había aberturas para las flechas
y los mosquetes.
En su interior, el castillo japonés era tal laberinto de
patios, habitaciones y pasadizos construidos hábilmente
de manera que el invasor podía quedar atrapado en cada
sección por un complicado sistema de puertas.
En el centro de la fortaleza había lujosos apartamentos
donde vivían los señores con sus esposas e hijos. Otros
pisos contenían habitaciones del trono, despensas y
barracones para los soldados y los sirvientes.
Los castillos japoneses estaban construidos para
resistir un ataque. Algunos perecieron pasto de las llamas,
pero muchos otros fueron destruidos por las bombas
de la Segunda Guerra Mundial. Hoy sólo unos pocos
quedan en pie.
como para albergar al daimio, su familia y a la totalidad
de su ejército samurai. Normalmente estaban construidos
sobre una colina, tanto natural como hecha por el
hombre. Los cimientos estaban hechos de roca y formaban
muros empinados e irregulares. Esto servía para
proteger los castillos de los terremotos, pero los hacía
también más fáciles de escalar. Para evitar que los atacantes
escalaran las murallas, los señores de la guerra construían
agujeros secretos y puertas trampa a través de las
cuales podían verter agua hirviendo y rampas a través de
las cuales podían arrojar toneladas de roca. Dentro del
recinto amurallado, existía frecuentemente un foso o
niveles adicionales de muros que conducían al edificio
principal: el torreón.
El torreón del castillo estaba hecho de madera pero
quedaba generalmente a salvo de las llamas porque era muy
difícil llegar hasta él. El torreón tenía muchas plantas, con
enormes techos curvados tan gráciles como las alas de un
pájaro, cubiertos de tejas blancas o azules. Escondidas
entre las ventanas y los muros había aberturas para las flechas
y los mosquetes.
En su interior, el castillo japonés era tal laberinto de
patios, habitaciones y pasadizos construidos hábilmente
de manera que el invasor podía quedar atrapado en cada
sección por un complicado sistema de puertas.
En el centro de la fortaleza había lujosos apartamentos
donde vivían los señores con sus esposas e hijos. Otros
pisos contenían habitaciones del trono, despensas y
barracones para los soldados y los sirvientes.
Los castillos japoneses estaban construidos para
resistir un ataque. Algunos perecieron pasto de las llamas,
pero muchos otros fueron destruidos por las bombas
de la Segunda Guerra Mundial. Hoy sólo unos pocos
quedan en pie.
EL SITIO DEL CASTILLO DE OSAKA, 1614
Asaltar un castillo japonés era una tarea larga y costosa.
Los combates terminaban siendo normalmente salvajes y
sangrientos. Los ataques sorpresa resultaban difíciles de
organizar porque los castillos solían tener torres vigía, de
manera que los guerreros tenían que transportar enormes
escalas a los muros exteriores o bien intentar hacer un
túnel debajo de ellos. A veces el mejor plan era simplemente
bloquear los suministros y dejar que el enemigo
muriera de hambre.
El sitio del Castillo de Osaka duró casi un año. El castillo
tenía tres plantas que defender, tres fosos y ríos en
tres lados. Estaba defendido por 120.000 hombres leales
a Hideyori y deseosos de obtener la cabeza de Tokugawa
Ieyasu.
La primera orden del día de Ieyasu fue capturar las
atalayas del castillo. Después construyó torres de asalto y
arietes y atacó el castillo durante tres días, mientras sus
minadores intentaban construir un túnel debajo de las
torres exteriores.
Pero nada de esto funcionó. El castillo estaba bien pertrechado
y era el final del invierno.
Ieyasu sabía que tendría que recurrir al engaño. Sobornó
a un traidor para que abriese las puertas del castillo.
Pero el hombre fue decapitado antes de lograrlo. Así que
Ieyasu volvió sus cañones hacia el ala de las mujeres, donde
la madre de Hideyori, Yodogimi, vivía.
Las mujeres eran incapaces de dormir. Una bala de
cañón arrasó el gabinete del té de Yodogimi, matando a
dos de sus criadas, mientras que 100.000 samurais gritaban
dando fuertes alaridos desde las murallas que habían
construido fuera de las habitaciones de Yodogimi.
Hideyori, presionado por su madre y temiendo que el
castillo hubiera sido debilitado, aceptó llegar a un acuerdo:
Ieyasu disolvería su ejército y garantizaría la seguridad
de Hideyori a condición de que Hideyori aceptase no
atacarle y de que a la sazón se inundase el foso exterior
del castillo.
Ieyasu fingió disolver sus fuerzas y les ordenó en su
salida desmantelar la muralla exterior del Castillo de
Osaka y usarlo para rellenar el foso exterior. Después, a
pesar de la objeción de los comandantes de Osaka,
comenzaron a rellenar el segundo. Ieyasu fingió que
debían de haber malinterpretado sus órdenes. Pero las
Los combates terminaban siendo normalmente salvajes y
sangrientos. Los ataques sorpresa resultaban difíciles de
organizar porque los castillos solían tener torres vigía, de
manera que los guerreros tenían que transportar enormes
escalas a los muros exteriores o bien intentar hacer un
túnel debajo de ellos. A veces el mejor plan era simplemente
bloquear los suministros y dejar que el enemigo
muriera de hambre.
El sitio del Castillo de Osaka duró casi un año. El castillo
tenía tres plantas que defender, tres fosos y ríos en
tres lados. Estaba defendido por 120.000 hombres leales
a Hideyori y deseosos de obtener la cabeza de Tokugawa
Ieyasu.
La primera orden del día de Ieyasu fue capturar las
atalayas del castillo. Después construyó torres de asalto y
arietes y atacó el castillo durante tres días, mientras sus
minadores intentaban construir un túnel debajo de las
torres exteriores.
Pero nada de esto funcionó. El castillo estaba bien pertrechado
y era el final del invierno.
Ieyasu sabía que tendría que recurrir al engaño. Sobornó
a un traidor para que abriese las puertas del castillo.
Pero el hombre fue decapitado antes de lograrlo. Así que
Ieyasu volvió sus cañones hacia el ala de las mujeres, donde
la madre de Hideyori, Yodogimi, vivía.
Las mujeres eran incapaces de dormir. Una bala de
cañón arrasó el gabinete del té de Yodogimi, matando a
dos de sus criadas, mientras que 100.000 samurais gritaban
dando fuertes alaridos desde las murallas que habían
construido fuera de las habitaciones de Yodogimi.
Hideyori, presionado por su madre y temiendo que el
castillo hubiera sido debilitado, aceptó llegar a un acuerdo:
Ieyasu disolvería su ejército y garantizaría la seguridad
de Hideyori a condición de que Hideyori aceptase no
atacarle y de que a la sazón se inundase el foso exterior
del castillo.
Ieyasu fingió disolver sus fuerzas y les ordenó en su
salida desmantelar la muralla exterior del Castillo de
Osaka y usarlo para rellenar el foso exterior. Después, a
pesar de la objeción de los comandantes de Osaka,
comenzaron a rellenar el segundo. Ieyasu fingió que
debían de haber malinterpretado sus órdenes. Pero las
tropas de Ieyasu capturan el Castillo de Osaka
defensas del Castillo de Osaka habían sido reducidas a
un solo foso y una muralla.
Al verano siguiente, los hombres de Hideyori fueron
tras Ieyasu. Pero su ataque no resultó y esta vez la estrategia
de batalla y la técnica de asedio de Ieyasu funcionaron.
El castillo de Osaka se incendió. Atrapados en su
interior, Hideyori y Yodogimi se suicidaron.
defensas del Castillo de Osaka habían sido reducidas a
un solo foso y una muralla.
Al verano siguiente, los hombres de Hideyori fueron
tras Ieyasu. Pero su ataque no resultó y esta vez la estrategia
de batalla y la técnica de asedio de Ieyasu funcionaron.
El castillo de Osaka se incendió. Atrapados en su
interior, Hideyori y Yodogimi se suicidaron.
El ronm
IV Historias del ronin
EL RONIN
Bajo los sogunes Tokugawa muchos de los daimios menores
fueron exiliados y sus ejércitos fueron disueltos, dando
lugar a una clase de samurais sin señor. Éstos recibieron
el nombre de ronin, que significa «hombre ola», alguien
que va de un lugar a otro como llevado por las olas del
mar.
El ronin no tenía ni clan ni señor y con frecuencia se
les trataba como marginados. Tenían que arreglárselas solos
y recorrían el país en busca de trabajo. Pero al estar libres
de la obligación de servir a un señor, muchos ronins se
hicieron tremendamente independientes. En esto eran
diferentes a cualquier otro samurai cuya lealtad estaba
siempre comprometida con su señor.
Algunos ronins aterrorizaban a los campesinos en las
aldeas. Otros eran contratados para proteger los pueblos
o servían a adinerados mercaderes como guardaespaldas.
Algunos daban lecciones de bujutsu, artes marciales. Y
algunos alcanzaron la fama como maestros espadachines.
Uno de tales ronins fue quizá uno de los samurais más
famosos de todos: Miyamoto Musashi.
fueron exiliados y sus ejércitos fueron disueltos, dando
lugar a una clase de samurais sin señor. Éstos recibieron
el nombre de ronin, que significa «hombre ola», alguien
que va de un lugar a otro como llevado por las olas del
mar.
El ronin no tenía ni clan ni señor y con frecuencia se
les trataba como marginados. Tenían que arreglárselas solos
y recorrían el país en busca de trabajo. Pero al estar libres
de la obligación de servir a un señor, muchos ronins se
hicieron tremendamente independientes. En esto eran
diferentes a cualquier otro samurai cuya lealtad estaba
siempre comprometida con su señor.
Algunos ronins aterrorizaban a los campesinos en las
aldeas. Otros eran contratados para proteger los pueblos
o servían a adinerados mercaderes como guardaespaldas.
Algunos daban lecciones de bujutsu, artes marciales. Y
algunos alcanzaron la fama como maestros espadachines.
Uno de tales ronins fue quizá uno de los samurais más
famosos de todos: Miyamoto Musashi.
MIYAMOTO MUSASHI
Miyamoto Musashi es conocido hoy en Japón como
Kensei o «El Santo de la Espada». Nació en 1584 y creció
bajo el gobierno de Tokugawa leyasu. Huérfano a la edad
de 7 años, Musashi fue criado por un tío que le animó a
estudiar el arte del kendo, el Camino de la Espada.
Un maestro de kendo aspiraba a fundirse en uno con
su espada, hasta que no hubiera ni espada, ni ira, ni miedo.
Un maestro se movería sin pensar, tratando a su enemigo
como a un huésped al que honrar, incluso en el momento
de la derrota.
El joven Musashi era fuerte y agresivo. Estudió la técnica
de la espada y en su primer duelo, a la edad de 13
años, mató a su oponente samurai.
En los tiempos de Musashi, cada daimio mantenía un
dojo o escuela de artes marciales donde se entrenaban sus
guerreros. Los ronins recorrían los campos retando a los
miembros de estas escuelas y a sus maestros, o sensei, a
duelos. A los 16 años, Musashi abandonó su hogar para
retar a espadachines de todo Japón. A la edad de 28 años,
había combatido en más de 60 duelos y había ido a la guerra
seis veces, luchando contra leyasu en la Batalla de
Sekigahara, la mayor batalla entre samurais de todos los
tiempos.
El duelo más famoso de Musashi fue con Sasaki Kojiro.
Kojiro era un joven samurai que había desarrollado una
nueva técnica con la espada basada en los movimientos de
la cola de la golondrina al volar. El combate estaba programado
para las ocho de la mañana en una isla desierta.
La noche anterior al duelo, Musashi cambió de alojamiento,
alimentando con ello el rumor de que huía para
salvar su vida. A la mañana siguiente, los testigos y su contrincante
estaban reunidos en la isla. Pero Musashi no
apareció. Se envió un testigo a buscarlo y le encontraron
dormido.
Musashi se levantó y sin lavarse ni peinarse se fue
directo a la barca que le estaba esperando para llevarle a la
isla. De camino al duelo, se sujetó el pelo en lo alto con
una toalla y se recogió las mangas de su kimono con unas
cuerdas de papel. Tras lo cual talló una espada de madera
de un remo que le sobraba y se tumbó para descansar.
Cuando la barca se acercaba a la orilla, Musashi saltó
al agua y salpicó a su enemigo. Kojiro que, elegantemente
vestido, esperaba circunspecto, sacó su espada.
«No volverás a tener necesidad de eso», dijo Musashi
apoyando su remo a un lado. Kojiro, enfurecido, asestó
un golpe con su espada hacia donde estaba Musashi. La
toalla que envolvía el pelo de Musashi cayó al suelo cortada
en dos por la espada de Kojiro. En ese mismo
momento, Musashi desplazó el remo hacia arriba describiendo
un único y veloz arco, bloqueando la estocada,
acto seguido golpeó con su remo la cabeza de Kojiro.
Kojiro se desplomó hacia delante cortando con su espada
el dobladillo del kimono de Musashi al caer. El joven
samurai estaba muerto. Musashi dio un paso atrás, hizo
una educada reverencia a los sorprendidos testigos y se
marchó en su barca.
Después de su duelo con Kojiro, Musashi dejo de usar
espadas de verdad en los duelos. Su habilidad era tal que
era ya una leyenda en su tiempo. Pero a los 30 años decidió
que había ganado todas las pruebas a base de pura técnica,
no de estrategia. Así que deambuló de provincia en
provincia, practicando para perfeccionar su estrategia. Se
dice que ofrecía un aspecto terrible porque nunca se
bañaba, ni acicalaba sus cabellos ni se preocupaba de sus
ropas: nadie le pillaría por sorpresa desarmado.
A la edad de 50 años, se estableció en la isla de Kyushu
donde se dedicó a la enseñanza, la poesía, el dibujo a la
tinta, y la escultura. Durante unos años, vivió como huésped
de un señor en su hermoso castillo. Pero durante los
últimos años de su vida se retiró a una cueva para vivir
como un ermitaño. Allí practicó la meditación y escribió
su obra maestra, Un libro de cinco anillos, una guía sobre
estrategia que todavía es leída por estudiantes de kendo y
de negocios.
Kensei o «El Santo de la Espada». Nació en 1584 y creció
bajo el gobierno de Tokugawa leyasu. Huérfano a la edad
de 7 años, Musashi fue criado por un tío que le animó a
estudiar el arte del kendo, el Camino de la Espada.
Un maestro de kendo aspiraba a fundirse en uno con
su espada, hasta que no hubiera ni espada, ni ira, ni miedo.
Un maestro se movería sin pensar, tratando a su enemigo
como a un huésped al que honrar, incluso en el momento
de la derrota.
El joven Musashi era fuerte y agresivo. Estudió la técnica
de la espada y en su primer duelo, a la edad de 13
años, mató a su oponente samurai.
En los tiempos de Musashi, cada daimio mantenía un
dojo o escuela de artes marciales donde se entrenaban sus
guerreros. Los ronins recorrían los campos retando a los
miembros de estas escuelas y a sus maestros, o sensei, a
duelos. A los 16 años, Musashi abandonó su hogar para
retar a espadachines de todo Japón. A la edad de 28 años,
había combatido en más de 60 duelos y había ido a la guerra
seis veces, luchando contra leyasu en la Batalla de
Sekigahara, la mayor batalla entre samurais de todos los
tiempos.
El duelo más famoso de Musashi fue con Sasaki Kojiro.
Kojiro era un joven samurai que había desarrollado una
nueva técnica con la espada basada en los movimientos de
la cola de la golondrina al volar. El combate estaba programado
para las ocho de la mañana en una isla desierta.
La noche anterior al duelo, Musashi cambió de alojamiento,
alimentando con ello el rumor de que huía para
salvar su vida. A la mañana siguiente, los testigos y su contrincante
estaban reunidos en la isla. Pero Musashi no
apareció. Se envió un testigo a buscarlo y le encontraron
dormido.
Musashi se levantó y sin lavarse ni peinarse se fue
directo a la barca que le estaba esperando para llevarle a la
isla. De camino al duelo, se sujetó el pelo en lo alto con
una toalla y se recogió las mangas de su kimono con unas
cuerdas de papel. Tras lo cual talló una espada de madera
de un remo que le sobraba y se tumbó para descansar.
Cuando la barca se acercaba a la orilla, Musashi saltó
al agua y salpicó a su enemigo. Kojiro que, elegantemente
vestido, esperaba circunspecto, sacó su espada.
«No volverás a tener necesidad de eso», dijo Musashi
apoyando su remo a un lado. Kojiro, enfurecido, asestó
un golpe con su espada hacia donde estaba Musashi. La
toalla que envolvía el pelo de Musashi cayó al suelo cortada
en dos por la espada de Kojiro. En ese mismo
momento, Musashi desplazó el remo hacia arriba describiendo
un único y veloz arco, bloqueando la estocada,
acto seguido golpeó con su remo la cabeza de Kojiro.
Kojiro se desplomó hacia delante cortando con su espada
el dobladillo del kimono de Musashi al caer. El joven
samurai estaba muerto. Musashi dio un paso atrás, hizo
una educada reverencia a los sorprendidos testigos y se
marchó en su barca.
Después de su duelo con Kojiro, Musashi dejo de usar
espadas de verdad en los duelos. Su habilidad era tal que
era ya una leyenda en su tiempo. Pero a los 30 años decidió
que había ganado todas las pruebas a base de pura técnica,
no de estrategia. Así que deambuló de provincia en
provincia, practicando para perfeccionar su estrategia. Se
dice que ofrecía un aspecto terrible porque nunca se
bañaba, ni acicalaba sus cabellos ni se preocupaba de sus
ropas: nadie le pillaría por sorpresa desarmado.
A la edad de 50 años, se estableció en la isla de Kyushu
donde se dedicó a la enseñanza, la poesía, el dibujo a la
tinta, y la escultura. Durante unos años, vivió como huésped
de un señor en su hermoso castillo. Pero durante los
últimos años de su vida se retiró a una cueva para vivir
como un ermitaño. Allí practicó la meditación y escribió
su obra maestra, Un libro de cinco anillos, una guía sobre
estrategia que todavía es leída por estudiantes de kendo y
de negocios.
LA HISTORIA DE LOS 47 RONINS
Ninguna historia simboliza mejor los ideales de los samurais
de honor, entrega y lealtad que La historia de los 47
ronins de Ako.
En el año 1701, el sogún planeaba recibir en su castillo
a tres embajadores del emperador de Japón que presentarían
los saludos de Año Nuevo. Sería una ocasión formal
que requeriría ceremonias elaboradas.
El sogún encargó al noble Asano que encabezase las
ceremonias, pero éste, que era de la provinciana ciudad de
Ako, no estaba familiarizado con las intrincadas costumbres
Una escena de Los 47 ronins
de la corte. De forma que tendría que depender de los
consejos del Maestro de protocolo de la corte del sogún,
Kira Yoshinaka.
El noble Asano envió a Kira regalos en pago por su
ayuda. Kira no estaba satisfecho con dichos presentes pero
no dijo nada. En su lugar, fingió querer ayudar pero en
realidad ignoraría al noble Asano, o peor aún, le diría algo
equivocado. Así, el noble al llegar a la corte vestido con
pantalón corto, tal y como Kira le había aconsejado, se
encontró con que todos llevaban pantalón largo.
El noble Asano intentó hacerlo lo mejor que pudo
pero, en la ceremonia de despedida, quedó profundamente
avergonzado al colocarse en el lugar erróneo. Kira no le
estaba ayudando. Encolerizado, Asano lanzó su wakizashi
y le hizo un corte a Kira en la frente.
El sogún se puso furioso: incluso sacar un arma en la
corte era una grave ofensa. Ordenó al noble Asano realizar
la ceremonia del seppuku, el nombre formal para el
harakiri. El noble escribió su poema de despedida y se
suicidio. Sus tierras fueron confiscadas y sus 47 samurais
se convirtieron en ronins.
La ceremonia de seppuku
Los 47 juraron que vengarían la muerte de su señor, a
pesar de que sabían que el sogún también les ordenaría
que se suicidasen si lograban matar a Kira. Pero para
un samurai la vida es corta, como un cerezo, florece para
marchitarse después. El honor es más importante.
Kira sospechaba un complot y tenía hombres vigilando.
Así estuvo durante dos años, los ronins fingían llevar
vidas disolutas, emborrachándose de taberna en taberna y
malgastando el tiempo en mujeres.
Una noche en que nevaba, vestidos con una armadura
que habían fabricado en secreto, los 47 ronins se colaron
en la mansión de Kira y le cortaron la cabeza. Envolviendo
Los 47 ronins cobrando su venganza
su truculento trofeo en un paño blanco, lo depositaron
sobre la tumba del noble Asano con un mensaje que reclamaba
su autoría.
Tal y como esperaban, el sogún ordenó su suicidio. Y
en 1703, los ronins llevaron a cabo su orden.
La gente de Japón declaró a los 47 ronins héroes y fueron
enterrados cerca de su señor, Asano. Todavía hoy la
gente visita su tumba y su historia es contada en libros,
obras de teatro y películas.
de honor, entrega y lealtad que La historia de los 47
ronins de Ako.
En el año 1701, el sogún planeaba recibir en su castillo
a tres embajadores del emperador de Japón que presentarían
los saludos de Año Nuevo. Sería una ocasión formal
que requeriría ceremonias elaboradas.
El sogún encargó al noble Asano que encabezase las
ceremonias, pero éste, que era de la provinciana ciudad de
Ako, no estaba familiarizado con las intrincadas costumbres
Una escena de Los 47 ronins
de la corte. De forma que tendría que depender de los
consejos del Maestro de protocolo de la corte del sogún,
Kira Yoshinaka.
El noble Asano envió a Kira regalos en pago por su
ayuda. Kira no estaba satisfecho con dichos presentes pero
no dijo nada. En su lugar, fingió querer ayudar pero en
realidad ignoraría al noble Asano, o peor aún, le diría algo
equivocado. Así, el noble al llegar a la corte vestido con
pantalón corto, tal y como Kira le había aconsejado, se
encontró con que todos llevaban pantalón largo.
El noble Asano intentó hacerlo lo mejor que pudo
pero, en la ceremonia de despedida, quedó profundamente
avergonzado al colocarse en el lugar erróneo. Kira no le
estaba ayudando. Encolerizado, Asano lanzó su wakizashi
y le hizo un corte a Kira en la frente.
El sogún se puso furioso: incluso sacar un arma en la
corte era una grave ofensa. Ordenó al noble Asano realizar
la ceremonia del seppuku, el nombre formal para el
harakiri. El noble escribió su poema de despedida y se
suicidio. Sus tierras fueron confiscadas y sus 47 samurais
se convirtieron en ronins.
La ceremonia de seppuku
Los 47 juraron que vengarían la muerte de su señor, a
pesar de que sabían que el sogún también les ordenaría
que se suicidasen si lograban matar a Kira. Pero para
un samurai la vida es corta, como un cerezo, florece para
marchitarse después. El honor es más importante.
Kira sospechaba un complot y tenía hombres vigilando.
Así estuvo durante dos años, los ronins fingían llevar
vidas disolutas, emborrachándose de taberna en taberna y
malgastando el tiempo en mujeres.
Una noche en que nevaba, vestidos con una armadura
que habían fabricado en secreto, los 47 ronins se colaron
en la mansión de Kira y le cortaron la cabeza. Envolviendo
Los 47 ronins cobrando su venganza
su truculento trofeo en un paño blanco, lo depositaron
sobre la tumba del noble Asano con un mensaje que reclamaba
su autoría.
Tal y como esperaban, el sogún ordenó su suicidio. Y
en 1703, los ronins llevaron a cabo su orden.
La gente de Japón declaró a los 47 ronins héroes y fueron
enterrados cerca de su señor, Asano. Todavía hoy la
gente visita su tumba y su historia es contada en libros,
obras de teatro y películas.
MUSASHI Y LAS MOSCAS
Un día, tres ronins estaban cenando en una posada cuando
otro samurai se sentó a comer a cierta distancia de ellos.
Sus ropas estaban ajadas y sucias y su pelo desordenado.
Pero en su cinto llevaba dos hermosas espadas, decoradas
con oro y piedras preciosas. El hombre parecía un mendigo
pero las espadas valían una fortuna. De forma que los
ronins decidieron que provocarían al extraño para que
pelease, se le echarían encima y le robarían.
Alzando la voz, empezaron a insultar al extraño
samurai. «¡Menudo mamarracho!» dijo uno. «Sus antepasados
debieron ser cerdos», dijo otro. Reían a carcajadas.
Pero el extraño ni les miró. No parecía siquiera darse
cuenta de las moscas que volaban alrededor de su cabeza,
mientras comía tranquilamente su arroz con los palillos.
Las voces de los ronins se hicieron más altas e insultantes.
Pero el extraño samurai simplemente se limitó a
terminar su arroz y a poner su cuenco a un lado. Después
sin levantar la cabeza, movió en el aire los palillos.
¡Zip...zip...zip...zip! Con cuatro movimientos precisos
atrapó a las moscas en el aire y las puso en su cuenco. No
hubo ni un zumbido más.
Y la taberna también se quedó en silencio. Ya que los
tres ronins, al reconocer al maestro, habían huido.
El samurai, por supuesto, era Miyamoto Musashi,
otro samurai se sentó a comer a cierta distancia de ellos.
Sus ropas estaban ajadas y sucias y su pelo desordenado.
Pero en su cinto llevaba dos hermosas espadas, decoradas
con oro y piedras preciosas. El hombre parecía un mendigo
pero las espadas valían una fortuna. De forma que los
ronins decidieron que provocarían al extraño para que
pelease, se le echarían encima y le robarían.
Alzando la voz, empezaron a insultar al extraño
samurai. «¡Menudo mamarracho!» dijo uno. «Sus antepasados
debieron ser cerdos», dijo otro. Reían a carcajadas.
Pero el extraño ni les miró. No parecía siquiera darse
cuenta de las moscas que volaban alrededor de su cabeza,
mientras comía tranquilamente su arroz con los palillos.
Las voces de los ronins se hicieron más altas e insultantes.
Pero el extraño samurai simplemente se limitó a
terminar su arroz y a poner su cuenco a un lado. Después
sin levantar la cabeza, movió en el aire los palillos.
¡Zip...zip...zip...zip! Con cuatro movimientos precisos
atrapó a las moscas en el aire y las puso en su cuenco. No
hubo ni un zumbido más.
Y la taberna también se quedó en silencio. Ya que los
tres ronins, al reconocer al maestro, habían huido.
El samurai, por supuesto, era Miyamoto Musashi,
El samurai en su jardín
V La vida diaria de un samurai
LA CASA DEL SAMURAI Y SU JARDÍN
Las casas de los samurais eran de madera, con altos techos
de paja apoyados sobre pilares. Las paredes del interior
de la casa consistían en ligeros paneles movibles que se
desplazaban a través de guías dispuestas en el suelo, de
manera que era posible cambiar la forma y el tamaño de
las habitaciones. Los muros exteriores más resistentes
estaban hechos de bambú y recubiertos de yeso. A excepción
de la cocina, que tenía el piso de tierra, los de madera
estaban separados del suelo para mantener la casa seca
y aireada. Sobre ellos se colocaban esteras rectangulares
de paja llamadas tatami. Hoy en día todavía se usan los
tatamis. Siempre tienen la misma medida (alrededor de
dos metros de largo por uno de ancho). Los japoneses
miden sus habitaciones por el número de tatamis que
necesitan para cubrirlas.
Las casas de los samurais estaban decoradas de una
manera muy sencilla, a base de elegantes biombos, mesas
bajas y cojines. La ropa se guardaba en arcones de madera,
mientras que las sábanas y los colchones podían enrollarse
y guardarse en armarios.
La habitación principal siempre disponía de una hornacina
a una altura superior llamada tokunoma, en la cual
se exhibía algún objeto de especial belleza: un pergamino,
una pintura, un arreglo floral o una pieza de cerámica,
sobre la cual podían meditar su dueño y los huéspedes.
Los samurais usaban esta habitación para recibir a sus invitados
y celebrar la ceremonia del té.
El tamaño de la casa de un samurai dependía de su
riqueza y de su rango. La riqueza de un samurai no se
medía en dinero sino en koku, la cantidad de arroz que
producían sus plantaciones. Un koku era la medida de
arroz necesaria para alimentar a una persona durante un
año. Los campesinos que trabajaban en los campos vivían
en humildes poblados situados en las propiedades del
samurai. Durante los tiempos de guerra, un samurai
podía requerir de estos hombres que le acompañasen
en la batalla.
Las propiedades de una samurai poderoso corrían siempre
el nesgo de ser atacadas. De manera que el complejo
donde residía incluía un patio, establos para los caballos y
edificaciones anexas para alojar a sus guerreros. Rodeándolo
todo había un muro alto y las entradas eran vigiladas
por los mejores arqueros apostados en una torre vigía. Si
sospechaba un ataque, ordenaba a sus hombres cavar un
foso alrededor de la muralla y recubrir los tejados con
barro para protegerlos de las flechas incendiarias.
Ya fuera en tiempo de guerra o de paz, un samurai
intentaba encontrar la paz dentro de sí mismo a través de
la meditación. Con frecuencia, buscaba la tranquilidad
de su jardín o de su casa de té privada situada en el mismo.
Los jardines de los samurais eran obras de arte diseñadas
con flores y árboles, contrastes de luces y sombras,
estanques de agua, o simplemente arena y rocas, todo
ello en un esfuerzo por representar verdades acerca de la
naturaleza de la vida. Un samurai hizo un jardín enteramente
de arena. Lo dispuso de tal manera que fluyera
como el agua, para simbolizar así los distintos estados
del ser. La arena fluía de los cielos montañosos, un símbolo
de lo que es nacer; rodeaba rocas y otros obstáculos
que simbolizaban los retos en el valle de la vida; y al final
desaparecía en la tierra, hasta un final escondido, símbolo
del misterio de la muerte.
de paja apoyados sobre pilares. Las paredes del interior
de la casa consistían en ligeros paneles movibles que se
desplazaban a través de guías dispuestas en el suelo, de
manera que era posible cambiar la forma y el tamaño de
las habitaciones. Los muros exteriores más resistentes
estaban hechos de bambú y recubiertos de yeso. A excepción
de la cocina, que tenía el piso de tierra, los de madera
estaban separados del suelo para mantener la casa seca
y aireada. Sobre ellos se colocaban esteras rectangulares
de paja llamadas tatami. Hoy en día todavía se usan los
tatamis. Siempre tienen la misma medida (alrededor de
dos metros de largo por uno de ancho). Los japoneses
miden sus habitaciones por el número de tatamis que
necesitan para cubrirlas.
Las casas de los samurais estaban decoradas de una
manera muy sencilla, a base de elegantes biombos, mesas
bajas y cojines. La ropa se guardaba en arcones de madera,
mientras que las sábanas y los colchones podían enrollarse
y guardarse en armarios.
La habitación principal siempre disponía de una hornacina
a una altura superior llamada tokunoma, en la cual
se exhibía algún objeto de especial belleza: un pergamino,
una pintura, un arreglo floral o una pieza de cerámica,
sobre la cual podían meditar su dueño y los huéspedes.
Los samurais usaban esta habitación para recibir a sus invitados
y celebrar la ceremonia del té.
El tamaño de la casa de un samurai dependía de su
riqueza y de su rango. La riqueza de un samurai no se
medía en dinero sino en koku, la cantidad de arroz que
producían sus plantaciones. Un koku era la medida de
arroz necesaria para alimentar a una persona durante un
año. Los campesinos que trabajaban en los campos vivían
en humildes poblados situados en las propiedades del
samurai. Durante los tiempos de guerra, un samurai
podía requerir de estos hombres que le acompañasen
en la batalla.
Las propiedades de una samurai poderoso corrían siempre
el nesgo de ser atacadas. De manera que el complejo
donde residía incluía un patio, establos para los caballos y
edificaciones anexas para alojar a sus guerreros. Rodeándolo
todo había un muro alto y las entradas eran vigiladas
por los mejores arqueros apostados en una torre vigía. Si
sospechaba un ataque, ordenaba a sus hombres cavar un
foso alrededor de la muralla y recubrir los tejados con
barro para protegerlos de las flechas incendiarias.
Ya fuera en tiempo de guerra o de paz, un samurai
intentaba encontrar la paz dentro de sí mismo a través de
la meditación. Con frecuencia, buscaba la tranquilidad
de su jardín o de su casa de té privada situada en el mismo.
Los jardines de los samurais eran obras de arte diseñadas
con flores y árboles, contrastes de luces y sombras,
estanques de agua, o simplemente arena y rocas, todo
ello en un esfuerzo por representar verdades acerca de la
naturaleza de la vida. Un samurai hizo un jardín enteramente
de arena. Lo dispuso de tal manera que fluyera
como el agua, para simbolizar así los distintos estados
del ser. La arena fluía de los cielos montañosos, un símbolo
de lo que es nacer; rodeaba rocas y otros obstáculos
que simbolizaban los retos en el valle de la vida; y al final
desaparecía en la tierra, hasta un final escondido, símbolo
del misterio de la muerte.
LA RELIGIÓN DEL SAMURAI
La religión más antigua de Japón es el sintoísmo, «el
camino de los dioses»1. Los seguidores del sintoísmo adoran
a los espíritus, o kami, que viven en muchos lugares:
en los ríos, bosques, montañas y las cuevas
son realmente dioses, son más bien los espíritus de los
lugares y de los objetos que permiten a las personas sentirse
conectadas con todas las cosas. Los templos sintoístas,
marcados por una puerta roja, o torii, fueron construidos
en cada pueblo japonés para honrar a sus dioses y
a sus ancestros. El espíritu del señor de la guerra Tokugawa
Ieyasu fue proclamado kami. La deidad sintoísta más
importante es la diosa del sol Amateratsu, antepasada del
' Del japonés shinto (N. de la trad.).
emperador. Actualmente los japoneses rinden culto a sus
ancestros y a la naturaleza, y muchas de sus costumbres
tradicionales están arraigadas en el sintoísmo.
El budismo fue llevado a Japón desde China en el siglo
VI. Pronto encontró el favor de la familia imperial que
deseaba disminuir el poder de los sacerdotes sintoístas.
En el tiempo de los samurais había varias sectas budistas.
La mayor parte de los samurais eran budistas Zen. El Zen
enseña a sus seguidores a buscar la iluminación y la salvación
dentro de sí mismos a través de la meditación, no de
la adoración de un dios o de unos dioses. La meditación
Zen implica una gran disciplina. El objetivo es la armonía
espiritual, la unidad con el fluir de la vida y de la muerte.
Las ideas del Zen eran especialmente atractivas para los
guerreros samurais que sabían que su vida podía terminar
en cualquier momento. El budismo Zen ha tenido una
gran influencia en muchos aspectos de la cultura japonesa:
las artes, la ceremonia del té, la poesía, la jardinería,
incluso la manera en que se coloca un ramo de flores.
Con la llegada de los europeos a mediados del siglo
XVI, muchos samurais se hicieron cristianos; esta vez, el
poderoso daimio buscaba una manera de disminuir el
poder de los monjes budistas. Pero más importante que
ninguna religión para el samurai era su propio código, el
bushido, «el camino del guerrero», con sus siete valores:
la justicia, el valor, la compasión, la cortesía, la sinceridad,
el honor y la lealtad.
camino de los dioses»1. Los seguidores del sintoísmo adoran
a los espíritus, o kami, que viven en muchos lugares:
en los ríos, bosques, montañas y las cuevas
son realmente dioses, son más bien los espíritus de los
lugares y de los objetos que permiten a las personas sentirse
conectadas con todas las cosas. Los templos sintoístas,
marcados por una puerta roja, o torii, fueron construidos
en cada pueblo japonés para honrar a sus dioses y
a sus ancestros. El espíritu del señor de la guerra Tokugawa
Ieyasu fue proclamado kami. La deidad sintoísta más
importante es la diosa del sol Amateratsu, antepasada del
' Del japonés shinto (N. de la trad.).
emperador. Actualmente los japoneses rinden culto a sus
ancestros y a la naturaleza, y muchas de sus costumbres
tradicionales están arraigadas en el sintoísmo.
El budismo fue llevado a Japón desde China en el siglo
VI. Pronto encontró el favor de la familia imperial que
deseaba disminuir el poder de los sacerdotes sintoístas.
En el tiempo de los samurais había varias sectas budistas.
La mayor parte de los samurais eran budistas Zen. El Zen
enseña a sus seguidores a buscar la iluminación y la salvación
dentro de sí mismos a través de la meditación, no de
la adoración de un dios o de unos dioses. La meditación
Zen implica una gran disciplina. El objetivo es la armonía
espiritual, la unidad con el fluir de la vida y de la muerte.
Las ideas del Zen eran especialmente atractivas para los
guerreros samurais que sabían que su vida podía terminar
en cualquier momento. El budismo Zen ha tenido una
gran influencia en muchos aspectos de la cultura japonesa:
las artes, la ceremonia del té, la poesía, la jardinería,
incluso la manera en que se coloca un ramo de flores.
Con la llegada de los europeos a mediados del siglo
XVI, muchos samurais se hicieron cristianos; esta vez, el
poderoso daimio buscaba una manera de disminuir el
poder de los monjes budistas. Pero más importante que
ninguna religión para el samurai era su propio código, el
bushido, «el camino del guerrero», con sus siete valores:
la justicia, el valor, la compasión, la cortesía, la sinceridad,
el honor y la lealtad.
LA EDUCACIÓN DEL SAMURAI
Los niños samurais estaban rodeados de los símbolos de
su clase guerrera desde el momento de su nacimiento. Al
nacer, el padre o sacerdote hacía sonar la cuerda de un
arco para que su tañido ahuyentase los malos espíritus.
Desde el momento mismo del alumbramiento, se consideraba
que el niño tenía un año de edad.
A un niño samurai recién nacido se le daba una pequeña
espada en forma de colgante para llevarla en el cinturón.
A la edad de cinco años, se le cortaba el pelo por
primera vez y a los siete recibía sus primeros pantalones o
hakama. Pero la ceremonia más importante llamada
gembuku ocurría a los 15 años, cuando el niño se convertía
oficialmente en un hombre. Recibía entonces su nombre
de adulto, un corte de pelo de adulto y lo mejor de
todo, su primera espada de verdad y su armadura.
A los hijos de los samurais ricos se les instruía en la
lectura y la escritura, así como en los clásicos de la literatura
china hasta la edad de 10 o 12 años, a la cual se les
enviaba a estudiar a un monasterio por otros cuatro o
cinco años.
Las lecciones de manejo de la espada y de la lanza y el
uso del arco y la flecha comenzaban antes. A los niños les
enseñaban primero sus padres y después quizá un sensei
local (maestro) que solía ser un ronin. A los guerreros
con más talento se les enviaba a escuelas de entrenamiento
especiales. El Día de la Fiesta del Niño (el quinto día
del quinto mes) los jóvenes samurais libraban una batalla
falsa con espadas de madera. Pero el mejor entrenamiento
para los guerreros estaba en la guerra y los hijos de los
samurais seguían a sus padres en la batalla siendo todavía
adolescentes.
Las hijas de los samurais no recibían una educación
formal, pero aveces se les permitía escuchar las lecciones
de sus hermanos. De mayor, la mujer de un samurai administraba
el patrimonio de su marido cuando éste estaba
en la guerra, encargándose de la administración del patrimonio,
del suministro de víveres y supervisando la tarea
de los trabajadores y de los sirvientes.
Las niñas también recibían un entrenamiento en artes
marciales. Su especialidad era el yari (una lanza de hoja
recta) y la naginata2 (lanza de hoja curva). Las mujeres
samurais respondían a los mismos estándares de honor y
de lealtad que los hombres samurais.
Hay muchos ejemplos de mujeres samurais que lucharon
con sus maridos en el campo de batalla. La más famosa
fue Tomoe, que luchó contra los Taira en las guerra
Gempei. En una famosa batalla mató a muchos hombres;
el líder enemigo intentó capturarla y le arrancó una manga
del vestido. Furiosa, le cortó la cabeza y se la llevó a su
marido.
su clase guerrera desde el momento de su nacimiento. Al
nacer, el padre o sacerdote hacía sonar la cuerda de un
arco para que su tañido ahuyentase los malos espíritus.
Desde el momento mismo del alumbramiento, se consideraba
que el niño tenía un año de edad.
A un niño samurai recién nacido se le daba una pequeña
espada en forma de colgante para llevarla en el cinturón.
A la edad de cinco años, se le cortaba el pelo por
primera vez y a los siete recibía sus primeros pantalones o
hakama. Pero la ceremonia más importante llamada
gembuku ocurría a los 15 años, cuando el niño se convertía
oficialmente en un hombre. Recibía entonces su nombre
de adulto, un corte de pelo de adulto y lo mejor de
todo, su primera espada de verdad y su armadura.
A los hijos de los samurais ricos se les instruía en la
lectura y la escritura, así como en los clásicos de la literatura
china hasta la edad de 10 o 12 años, a la cual se les
enviaba a estudiar a un monasterio por otros cuatro o
cinco años.
Las lecciones de manejo de la espada y de la lanza y el
uso del arco y la flecha comenzaban antes. A los niños les
enseñaban primero sus padres y después quizá un sensei
local (maestro) que solía ser un ronin. A los guerreros
con más talento se les enviaba a escuelas de entrenamiento
especiales. El Día de la Fiesta del Niño (el quinto día
del quinto mes) los jóvenes samurais libraban una batalla
falsa con espadas de madera. Pero el mejor entrenamiento
para los guerreros estaba en la guerra y los hijos de los
samurais seguían a sus padres en la batalla siendo todavía
adolescentes.
Las hijas de los samurais no recibían una educación
formal, pero aveces se les permitía escuchar las lecciones
de sus hermanos. De mayor, la mujer de un samurai administraba
el patrimonio de su marido cuando éste estaba
en la guerra, encargándose de la administración del patrimonio,
del suministro de víveres y supervisando la tarea
de los trabajadores y de los sirvientes.
Las niñas también recibían un entrenamiento en artes
marciales. Su especialidad era el yari (una lanza de hoja
recta) y la naginata2 (lanza de hoja curva). Las mujeres
samurais respondían a los mismos estándares de honor y
de lealtad que los hombres samurais.
Hay muchos ejemplos de mujeres samurais que lucharon
con sus maridos en el campo de batalla. La más famosa
fue Tomoe, que luchó contra los Taira en las guerra
Gempei. En una famosa batalla mató a muchos hombres;
el líder enemigo intentó capturarla y le arrancó una manga
del vestido. Furiosa, le cortó la cabeza y se la llevó a su
marido.
COMIDA Y VESTIMENTA DEL SAMURAI
La dieta del samurai era bastante sencilla. Su base consistía
en platos de arroz que con frecuencia incluían pescado,
verduras o algas. Los budistas más devotos no comían
carne, pero en tiempos de paz, la mayoría de los samurais
también cazaba para comer. Entre las bebidas figuraban el
té y el sake, un vino hecho a base de arroz fermentado.
La comida era dispuesta de forma atractiva y servida
por la esposa o por un sirviente en mesas laqueadas de
escasa altura. Se consideraba de mala educación respirar
2 Esta arma en el mundo occidental corresponde a lo que se conoce como
«alabarda» (N. de la trad.).
Las hijas de los samurais también se entrenaban en las artes
marciales
encima de la comida de otra persona, de manera que las
bandejas se llevaban en alto por encima de la cabeza. Tanto
los hombres como las mujeres le daban importancia a
su aspecto físico. Ambos llevaban vestidos de mangas largas,
llamados kimonos, sujetos por un cinturón a la altura
de la cintura, calcetines de algodón blanco y sandalias de
paja o zuecos de madera.
Las mujeres samurais llevaban varias capas de kimono,
cada uno con un color o un estampado diferente, como testimonio
de su riqueza. Su cabello era muy largo y brillante.
en platos de arroz que con frecuencia incluían pescado,
verduras o algas. Los budistas más devotos no comían
carne, pero en tiempos de paz, la mayoría de los samurais
también cazaba para comer. Entre las bebidas figuraban el
té y el sake, un vino hecho a base de arroz fermentado.
La comida era dispuesta de forma atractiva y servida
por la esposa o por un sirviente en mesas laqueadas de
escasa altura. Se consideraba de mala educación respirar
2 Esta arma en el mundo occidental corresponde a lo que se conoce como
«alabarda» (N. de la trad.).
Las hijas de los samurais también se entrenaban en las artes
marciales
encima de la comida de otra persona, de manera que las
bandejas se llevaban en alto por encima de la cabeza. Tanto
los hombres como las mujeres le daban importancia a
su aspecto físico. Ambos llevaban vestidos de mangas largas,
llamados kimonos, sujetos por un cinturón a la altura
de la cintura, calcetines de algodón blanco y sandalias de
paja o zuecos de madera.
Las mujeres samurais llevaban varias capas de kimono,
cada uno con un color o un estampado diferente, como testimonio
de su riqueza. Su cabello era muy largo y brillante.
Los hijos de los samurais entrenándose en el arte de la espada
Hubo un tiempo en que estaba de moda para las mujeres
depilarse las cejas y pintarse unas falsas en la parte alta de
la frente. También se consideraba hermoso blanquearse la
cara y ennegrecerse los dientes.
Los hombres samurais llevaban una suerte de falda
pantalón llamada hakama sobre su kimono. En ocasiones
especiales añadían una chaqueta llamada kataginu. El
kataginu tenía hombreras prominentes en forma de ala.
Los hombres maduros se afeitaban la parte superior de la
cabeza.
Se sujetaban su largo cabello en un cola que podía colocarse
doblada hacia delante sobre el cráneo. Se consideraba
una desgracia cortarse la coleta.
depilarse las cejas y pintarse unas falsas en la parte alta de
la frente. También se consideraba hermoso blanquearse la
cara y ennegrecerse los dientes.
Los hombres samurais llevaban una suerte de falda
pantalón llamada hakama sobre su kimono. En ocasiones
especiales añadían una chaqueta llamada kataginu. El
kataginu tenía hombreras prominentes en forma de ala.
Los hombres maduros se afeitaban la parte superior de la
cabeza.
Se sujetaban su largo cabello en un cola que podía colocarse
doblada hacia delante sobre el cráneo. Se consideraba
una desgracia cortarse la coleta.
LOS PASATIEMPOS DE LOS SAMURAIS
Los samurais practicaban muchas artes marciales como
deportes para mantenerse en forma para la guerra. Los
combates entre expertos tenían siempre muy buena acogida.
El kyudo (la técnica del tiro con arco), kendo (el arte
de la espada) y sumo (lucha) son todavía hoy populares.
También disfrutaban de la natación y de la caza.
Los samurais asistían al teatro noh, consistente en obras
clásicas basadas en la historia japonesa. Pero los samurais
de rango más elevado tenían prohibido asistir al teatro
kabuki, más popular, que era ruidoso y muy colorido.
Muchos samurais iban de todas formas, escondiendo la
cara bajo enormes sombreros con forma de cesto. Las historias
sobre las guerras Gempei eran el argumento preferido.
También era popular el bunraku, obras de títeres
representadas por marionetas casi de tamaño real. Todas
estas formas de teatro se siguen cultivando en el Japón
actual.
Los samurais también podían aprender lecciones de
estrategia jugando al juego del go. Con frecuencia comparado
con el ajedrez, el go se juega con piedras negras y
blancas, que se colocan sobre un tablero cuadrado. El
objetivo es rodear y capturar las piedras del enemigo. •
Pero lo que sí estaba desaconsejado para un guerrero
samurai eran los juegos de azar. Podía sobrevivir a la batalla
más salvaje, pero si jugaba, arriesgaba su armadura, su
caballo e incluso su espada.
A los grandes samurais se les suponía un sentido de la
belleza altamente desarrollado. Muchos pasatiempos les
ayudaban a encontrar la serenidad lejos del campo de batalla.
La ceremonia del té, con sus estrictas reglas para preparar
y servir el té al invitado o invitados, era uno de esos
pasatiempos. Requería mucha calma y concentración.
También era popular la contemplación en grupo de los
cerezos florecidos, de la nieve, de la luna, así como los
concursos de incienso, en los cuales los participantes
tenían que identificar el mayor número de olores.
Ocupaciones más solitarias, todas altamente consideradas,
incluían la pintura, la poesía, la caligrafía, tocar la
flauta y el arreglo floral.
En todas las artes, deportes y pasatiempos, los samurais
juzgaban que los esfuerzos del hombre eran más sublimes
cuanto más reflejasen la simplicidad, la elegancia, la
armonía con la naturaleza y la pureza de pensamiento.
deportes para mantenerse en forma para la guerra. Los
combates entre expertos tenían siempre muy buena acogida.
El kyudo (la técnica del tiro con arco), kendo (el arte
de la espada) y sumo (lucha) son todavía hoy populares.
También disfrutaban de la natación y de la caza.
Los samurais asistían al teatro noh, consistente en obras
clásicas basadas en la historia japonesa. Pero los samurais
de rango más elevado tenían prohibido asistir al teatro
kabuki, más popular, que era ruidoso y muy colorido.
Muchos samurais iban de todas formas, escondiendo la
cara bajo enormes sombreros con forma de cesto. Las historias
sobre las guerras Gempei eran el argumento preferido.
También era popular el bunraku, obras de títeres
representadas por marionetas casi de tamaño real. Todas
estas formas de teatro se siguen cultivando en el Japón
actual.
Los samurais también podían aprender lecciones de
estrategia jugando al juego del go. Con frecuencia comparado
con el ajedrez, el go se juega con piedras negras y
blancas, que se colocan sobre un tablero cuadrado. El
objetivo es rodear y capturar las piedras del enemigo. •
Pero lo que sí estaba desaconsejado para un guerrero
samurai eran los juegos de azar. Podía sobrevivir a la batalla
más salvaje, pero si jugaba, arriesgaba su armadura, su
caballo e incluso su espada.
A los grandes samurais se les suponía un sentido de la
belleza altamente desarrollado. Muchos pasatiempos les
ayudaban a encontrar la serenidad lejos del campo de batalla.
La ceremonia del té, con sus estrictas reglas para preparar
y servir el té al invitado o invitados, era uno de esos
pasatiempos. Requería mucha calma y concentración.
También era popular la contemplación en grupo de los
cerezos florecidos, de la nieve, de la luna, así como los
concursos de incienso, en los cuales los participantes
tenían que identificar el mayor número de olores.
Ocupaciones más solitarias, todas altamente consideradas,
incluían la pintura, la poesía, la caligrafía, tocar la
flauta y el arreglo floral.
En todas las artes, deportes y pasatiempos, los samurais
juzgaban que los esfuerzos del hombre eran más sublimes
cuanto más reflejasen la simplicidad, la elegancia, la
armonía con la naturaleza y la pureza de pensamiento.
La armadura del samurai
VI
Las costumbres del guerrero
Las costumbres del guerrero
Había muchos rangos dentro de un ejército samurai. A la
cabeza estaban el general y sus oficiales. Mandaban tropas
de caballería que montaban pequeños pero resistentes
caballos de guerra. Estos soldados iban armados con
una naginata y espadas. Más abajo estaban los arqueros y
los lanceros que viajaban a pie. Los últimos en este orden
eran los asistentes armados que servían a las tropas.
Hacia el siglo XVI, los guerreros de graduación inferior,
o ashigaru, estaban entrenados para utilizar armas de
fuego ligeras llamadas arcabuces. Un arcabuz sólo podía
disparar una bala cada vez. Por eso, algunos grupos de
ashigaru se entrenaban como expertos arqueros. Su trabajo
consistía en asegurarse de que los enemigos no levantaban
la cabeza mientras los tiradores recargaban sus armas.
Los samurais sabían que no habría lujos por el camino.
Así que antes de ir a la guerra ingerían tres alimentos
de la suerte: marisco seco, o awabi; kombu, un tipo de
alga; y castañas.
Durante el tiempo de guerra, ios samurais comían dos
veces al día. Las comidas consistían en medidas de arroz,
pescado y verduras secas, ciruelas en vinagre y algas. El
arroz se envolvía en un paño y se transportaba crudo,
porque una vez cocinado, no se conservaba bien. El arroz
se freía o se asaba en un casco de hierro que se convertía
en improvisada sartén. Algunas veces se humedecía para
cocinarlo después. Pero si no se encontraba agua para
cocinar, los soldados tenían que comer arroz seco.
Para prepararse para la batalla, un jefe samurai se bañaba
y perfumaba concienzudamente. Después se vestía y se
ponía su armadura. Este podía convertirse en un proceso
laborioso que culminaba ajustándose una máscara de facciones
terroríficas y un casco.
Durante la batalla, el jefe lideraba a la tropa desde su
caballo, o se ocultaba en lo alto de una colina detrás de
unas cortinas llamadas maku. Durante la batalla, los guerreros
podían identificarse gracias a los estandartes,
llamados sashimono, que ataban a sus armaduras. Éstos
estaban decorados con la divisa del clan, o mon. Los oficiales
dirigían a sus tropas haciendo señas con sus abanicos
de guerra o con bastones de mando adornados con
borlas.
Después de una batalla, los samurais de alto rango celebraban
normalmente la ceremonia del té. Pero había otro
ritual que recaía sobre el vencedor de la batalla. Era tarea
del general victorioso pasar revista de las cabezas de sus
enemigos más importantes, que habían sido recogidas
como trofeos. Se lavaban y se peinaban sus cabellos, tras
lo cual eran dispuestas con mucho cuidado sobre una tabla
para su exhibición.
Para evitar la decapitación los samurais llevaban especies
de collares de hierro y cascos con pesados refuerzos
en la zona de la garganta. Pero antes de ir a la batalla, los
corteses samurais quemaban incienso dentro de sus cascos,
así, en caso de perder la cabeza, el olor que desprenderían
sería agradable.
cabeza estaban el general y sus oficiales. Mandaban tropas
de caballería que montaban pequeños pero resistentes
caballos de guerra. Estos soldados iban armados con
una naginata y espadas. Más abajo estaban los arqueros y
los lanceros que viajaban a pie. Los últimos en este orden
eran los asistentes armados que servían a las tropas.
Hacia el siglo XVI, los guerreros de graduación inferior,
o ashigaru, estaban entrenados para utilizar armas de
fuego ligeras llamadas arcabuces. Un arcabuz sólo podía
disparar una bala cada vez. Por eso, algunos grupos de
ashigaru se entrenaban como expertos arqueros. Su trabajo
consistía en asegurarse de que los enemigos no levantaban
la cabeza mientras los tiradores recargaban sus armas.
Los samurais sabían que no habría lujos por el camino.
Así que antes de ir a la guerra ingerían tres alimentos
de la suerte: marisco seco, o awabi; kombu, un tipo de
alga; y castañas.
Durante el tiempo de guerra, ios samurais comían dos
veces al día. Las comidas consistían en medidas de arroz,
pescado y verduras secas, ciruelas en vinagre y algas. El
arroz se envolvía en un paño y se transportaba crudo,
porque una vez cocinado, no se conservaba bien. El arroz
se freía o se asaba en un casco de hierro que se convertía
en improvisada sartén. Algunas veces se humedecía para
cocinarlo después. Pero si no se encontraba agua para
cocinar, los soldados tenían que comer arroz seco.
Para prepararse para la batalla, un jefe samurai se bañaba
y perfumaba concienzudamente. Después se vestía y se
ponía su armadura. Este podía convertirse en un proceso
laborioso que culminaba ajustándose una máscara de facciones
terroríficas y un casco.
Durante la batalla, el jefe lideraba a la tropa desde su
caballo, o se ocultaba en lo alto de una colina detrás de
unas cortinas llamadas maku. Durante la batalla, los guerreros
podían identificarse gracias a los estandartes,
llamados sashimono, que ataban a sus armaduras. Éstos
estaban decorados con la divisa del clan, o mon. Los oficiales
dirigían a sus tropas haciendo señas con sus abanicos
de guerra o con bastones de mando adornados con
borlas.
Después de una batalla, los samurais de alto rango celebraban
normalmente la ceremonia del té. Pero había otro
ritual que recaía sobre el vencedor de la batalla. Era tarea
del general victorioso pasar revista de las cabezas de sus
enemigos más importantes, que habían sido recogidas
como trofeos. Se lavaban y se peinaban sus cabellos, tras
lo cual eran dispuestas con mucho cuidado sobre una tabla
para su exhibición.
Para evitar la decapitación los samurais llevaban especies
de collares de hierro y cascos con pesados refuerzos
en la zona de la garganta. Pero antes de ir a la batalla, los
corteses samurais quemaban incienso dentro de sus cascos,
así, en caso de perder la cabeza, el olor que desprenderían
sería agradable.
EQUIPO DEL SAMURAI
LA ARMADURA DEL SAMURAI
La armadura del samurai era tratada con el mismo respeto
y formalidad que su espada. Se consideraba un grave insulto,
por ejemplo, mirar dentro del casco de otro. La armadura
estaba construida a base de múltiples escamas de
hierro lacado, unidas sobre seda o cuero. El resultado era
una pieza que se sentía ligera (sólo unas 11 kilos) y lo
suficientemente flexible como para doblarla y transportarla
en un arca. La armadura japonesa tenía como principal
objetivo preservar la agilidad del guerrero, de la misma
manera que el jujitsu, una forma samurai de combate sin
armas, enfatizaba también la agilidad sobre la fuerza bruta.
En contraste con el caballero europeo de armadura de
láminas de acero, que tenía que ser izado hasta su caballo,
un samurai con armadura podía escalar las murallas de un
castillo, saltar sobre su caballo, correr en la batalla y volverse
rápidamente para evitar el golpe de una espada. Los
samurais con su armadura podían incluso nadar. Pero éstas
por supuesto sí se hacían pesadas a causa del barro acumulado
y de la humedad, y solían ser muy frías en invierno
y un nido de piojos en verano.
Ponerse una armadura era un proceso que llevaba su
tiempo. Primero se vestían las prendas interiores: un taparrabos
y el kimono; unos pantalones sueltos de tela
estampada; calcetines de algodón o de cuero y leotardos
de algodón. Después se colocaban las protecciones para
las espinillas y las sandalias o botas de piel. Los guantes
de cuero y las mangas de la armadura iban seguidas de un
protector de axila acolchado. Detrás venía el peto, o cuirass,
que incluía unos faldones que cubrían la cadera. Anudado
a la cintura iba un fajín, u obi, donde se sujetaban la katana
y la wakizashi (espadas). Por último las hombreras, en las
cuales cabía el asta del sasbimono, o del estandarte del clan.
Para evitar ser decapitado el samurai podía también añadir
un collarín de hierro.
A continuación el guerrero cubría su cabeza con una
gorra de algodón que servía de base acolchada para el
pesado casco. Después se colocaba una máscara de hierro
sobre la cara que podía representar un demonio, un fantasma
o un bárbaro. Un guerrero de edad avanzada podía
elegir la máscara de un hombre joven, mientras que uno
joven podía preferir parecer mayor y experimentado.
Finalmente se ajustaba el casco con su largo protector para
el cuello. Los samurais de alto rango añadirían un remate
en forma de cuernos u otro ornamento a sus cascos.
Sobre su armadura, un samurai podía llevar un sobretodo
sin mangas o una capa holgada. Además podía llevar
un saco donde guardar la cabeza cortada de su oponente,
una bolsa con provisiones, cuerdas usadas para atar o
trepar y un botiquín. Todos los samurais estaban entrenados
para curar heridas y sabían cómo sanar los huesos
rotos.
y formalidad que su espada. Se consideraba un grave insulto,
por ejemplo, mirar dentro del casco de otro. La armadura
estaba construida a base de múltiples escamas de
hierro lacado, unidas sobre seda o cuero. El resultado era
una pieza que se sentía ligera (sólo unas 11 kilos) y lo
suficientemente flexible como para doblarla y transportarla
en un arca. La armadura japonesa tenía como principal
objetivo preservar la agilidad del guerrero, de la misma
manera que el jujitsu, una forma samurai de combate sin
armas, enfatizaba también la agilidad sobre la fuerza bruta.
En contraste con el caballero europeo de armadura de
láminas de acero, que tenía que ser izado hasta su caballo,
un samurai con armadura podía escalar las murallas de un
castillo, saltar sobre su caballo, correr en la batalla y volverse
rápidamente para evitar el golpe de una espada. Los
samurais con su armadura podían incluso nadar. Pero éstas
por supuesto sí se hacían pesadas a causa del barro acumulado
y de la humedad, y solían ser muy frías en invierno
y un nido de piojos en verano.
Ponerse una armadura era un proceso que llevaba su
tiempo. Primero se vestían las prendas interiores: un taparrabos
y el kimono; unos pantalones sueltos de tela
estampada; calcetines de algodón o de cuero y leotardos
de algodón. Después se colocaban las protecciones para
las espinillas y las sandalias o botas de piel. Los guantes
de cuero y las mangas de la armadura iban seguidas de un
protector de axila acolchado. Detrás venía el peto, o cuirass,
que incluía unos faldones que cubrían la cadera. Anudado
a la cintura iba un fajín, u obi, donde se sujetaban la katana
y la wakizashi (espadas). Por último las hombreras, en las
cuales cabía el asta del sasbimono, o del estandarte del clan.
Para evitar ser decapitado el samurai podía también añadir
un collarín de hierro.
A continuación el guerrero cubría su cabeza con una
gorra de algodón que servía de base acolchada para el
pesado casco. Después se colocaba una máscara de hierro
sobre la cara que podía representar un demonio, un fantasma
o un bárbaro. Un guerrero de edad avanzada podía
elegir la máscara de un hombre joven, mientras que uno
joven podía preferir parecer mayor y experimentado.
Finalmente se ajustaba el casco con su largo protector para
el cuello. Los samurais de alto rango añadirían un remate
en forma de cuernos u otro ornamento a sus cascos.
Sobre su armadura, un samurai podía llevar un sobretodo
sin mangas o una capa holgada. Además podía llevar
un saco donde guardar la cabeza cortada de su oponente,
una bolsa con provisiones, cuerdas usadas para atar o
trepar y un botiquín. Todos los samurais estaban entrenados
para curar heridas y sabían cómo sanar los huesos
rotos.
LAS ARMAS DEL SAMURAI
Las armas básicas del samurai eran la katana, una larga espada
curvada de un solo filo y la wakizashi, una espada más
corta utilizada en tareas tales como decapitar al enemigo
o realizar el seppuku. Pero los guerreros samurais también
hacían uso de otros tipos de espadas en distintos
momentos. Entre éstas se incluían el nodachi, una espada
que se llevaba cruzada a la espalda y era más larga que la
katana y cuchillos de distintos tamaños, como el aikuchi.
El arco y la flecha tenían también su importancia. Los
arcos podían ser de muchos tamaños y estaban hechos de
bambú. Las flechas tenían astas de junco y puntas de acero.
Algunas cabezas de flecha estaban perforadas para que silbaran
estridentemente al atravesar el aire. Las flechas de los
samurais podían perforar incluso láminas de hierro y de acero.
Las lanzas eran fundamentales en la guerra. Los dos
tipos más comunes eran la naginata, o lanza de hoja curva,
cuyo uso sigue siendo objeto de estudio; y la. yari, o
lanza de hoja recta. Algunas lanzas estaban hechas para
ser arrojadas como las jabalinas. Otras tenían ganchos que
facilitaban poder escalar muros o enganchar al enemigo
por su armadura.
Los samurais también estudiaban el uso de armas
menos típicas como el bastón de madera (ho ojo), eljitte,
una daga con afilados ganchos en la empuñadura, y el abanico
de guerra plegable hecho en hierro o gunsen.
curvada de un solo filo y la wakizashi, una espada más
corta utilizada en tareas tales como decapitar al enemigo
o realizar el seppuku. Pero los guerreros samurais también
hacían uso de otros tipos de espadas en distintos
momentos. Entre éstas se incluían el nodachi, una espada
que se llevaba cruzada a la espalda y era más larga que la
katana y cuchillos de distintos tamaños, como el aikuchi.
El arco y la flecha tenían también su importancia. Los
arcos podían ser de muchos tamaños y estaban hechos de
bambú. Las flechas tenían astas de junco y puntas de acero.
Algunas cabezas de flecha estaban perforadas para que silbaran
estridentemente al atravesar el aire. Las flechas de los
samurais podían perforar incluso láminas de hierro y de acero.
Las lanzas eran fundamentales en la guerra. Los dos
tipos más comunes eran la naginata, o lanza de hoja curva,
cuyo uso sigue siendo objeto de estudio; y la. yari, o
lanza de hoja recta. Algunas lanzas estaban hechas para
ser arrojadas como las jabalinas. Otras tenían ganchos que
facilitaban poder escalar muros o enganchar al enemigo
por su armadura.
Los samurais también estudiaban el uso de armas
menos típicas como el bastón de madera (ho ojo), eljitte,
una daga con afilados ganchos en la empuñadura, y el abanico
de guerra plegable hecho en hierro o gunsen.
EL ENTRENAMIENTO DE LOS SAMURAIS
Los samurais sabían que el verdadero dominio de las artes
marciales implicaba algo más que la fuerza física y la
técnica. Igualmente importantes eran los principios de
concentración mental {haragei) y de energía centrada y
atenta (ki). Un guerrero practicaba la respiración regular
para buscar la calma y la quietud interior, a la vez que aprendía
a utilizar también su respiración para entrar en acción
de manera eficaz con un feroz kiai o «grito del espíritu».
Para ayudar al desarrollo de estas destrezas, el guerrero
practicaba una y otra vez secuencias preestablecidas de
movimientos, llamadas katas, despacio al principio, más
rápido cada vez, hasta que las realizaba sin ningún esfuerzo,
casi perfectas. Los movimientos se basaban en estrategias
de ataque, defensa y contraataque. Podían ser practicadas
en solitario con un enemigo imaginario o con un compañero
que realizaba el papel del contrincante. Las técnicas
y movimientos tienen nombres descriptivos. Por ejemplo
en kendo, o pelea con espada, los aprendices, practicaban
el «corte en cuatro», el «golpe de rueda», el «golpe del
trueno» y el «barrido de bufanda».
Las katas son ejercicios de meditación a la vez que lecciones
de técnica. Actualmente todas las artes marciales
usan katas o grupos similares de secuencias de movimientos
para ayudar a sus alumnos a entrenarse. Idealmente, el
guerrero experimenta la unidad de cuerpo, mente y espíritu
a medida que se desplaza por el tiempo y el espacio,
como si el tiempo hubiera dejado de existir. Lo que queda
es puro ser.
Se pensaba que los maestros de las artes marciales desarrollaban
una conciencia casi psíquica del mundo a su alrededor.
Existe una historia que habla de un maestro de kendo
que entrenaba a sus tres hijos. Un día que tenía un invitado
para tomar el té decidió ofrecerle una demostración. Colocó
un jarrón sobre la puerta de manera que cayera sobre la
cabeza de la siguiente persona que entrase en la habitación.
Después llamó a su hijo menor, que se apresuró a
entrar en la habitación. El jarrón cayó sobre su cabeza.
Pero antes de que pudiera tocar el suelo, el joven sacó su
espada y lo cortó en dos.
«Mi hijo menor tiene todavía un largo camino que
recorrer», dijo el maestro. Puso un segundo jarrón y llamó
a su segundo hijo. Éste cazó el jarrón a mitad de camino
antes de que cayera sobre su cabeza.
«Mi segundo hijo tiene mucho que aprender, pero está
trabajando duro y mejorando», dijo el maestro.
Después repuso el jarrón y llamó a su hijo mayor.
El primogénito sintió el peso del jarrón en cuanto puso
la mano en la puerta. Así que deslizó la puerta para que se
abriera sólo una rendija, cogió el jarrón mientras caía, después
abrió la puerta del todo, entró y volvió a poner el
jarrón en lo alto de la puerta. El maestro hizo un gesto de
aprobación con la cabeza. Este hijo iba por el buen camino.
marciales implicaba algo más que la fuerza física y la
técnica. Igualmente importantes eran los principios de
concentración mental {haragei) y de energía centrada y
atenta (ki). Un guerrero practicaba la respiración regular
para buscar la calma y la quietud interior, a la vez que aprendía
a utilizar también su respiración para entrar en acción
de manera eficaz con un feroz kiai o «grito del espíritu».
Para ayudar al desarrollo de estas destrezas, el guerrero
practicaba una y otra vez secuencias preestablecidas de
movimientos, llamadas katas, despacio al principio, más
rápido cada vez, hasta que las realizaba sin ningún esfuerzo,
casi perfectas. Los movimientos se basaban en estrategias
de ataque, defensa y contraataque. Podían ser practicadas
en solitario con un enemigo imaginario o con un compañero
que realizaba el papel del contrincante. Las técnicas
y movimientos tienen nombres descriptivos. Por ejemplo
en kendo, o pelea con espada, los aprendices, practicaban
el «corte en cuatro», el «golpe de rueda», el «golpe del
trueno» y el «barrido de bufanda».
Las katas son ejercicios de meditación a la vez que lecciones
de técnica. Actualmente todas las artes marciales
usan katas o grupos similares de secuencias de movimientos
para ayudar a sus alumnos a entrenarse. Idealmente, el
guerrero experimenta la unidad de cuerpo, mente y espíritu
a medida que se desplaza por el tiempo y el espacio,
como si el tiempo hubiera dejado de existir. Lo que queda
es puro ser.
Se pensaba que los maestros de las artes marciales desarrollaban
una conciencia casi psíquica del mundo a su alrededor.
Existe una historia que habla de un maestro de kendo
que entrenaba a sus tres hijos. Un día que tenía un invitado
para tomar el té decidió ofrecerle una demostración. Colocó
un jarrón sobre la puerta de manera que cayera sobre la
cabeza de la siguiente persona que entrase en la habitación.
Después llamó a su hijo menor, que se apresuró a
entrar en la habitación. El jarrón cayó sobre su cabeza.
Pero antes de que pudiera tocar el suelo, el joven sacó su
espada y lo cortó en dos.
«Mi hijo menor tiene todavía un largo camino que
recorrer», dijo el maestro. Puso un segundo jarrón y llamó
a su segundo hijo. Éste cazó el jarrón a mitad de camino
antes de que cayera sobre su cabeza.
«Mi segundo hijo tiene mucho que aprender, pero está
trabajando duro y mejorando», dijo el maestro.
Después repuso el jarrón y llamó a su hijo mayor.
El primogénito sintió el peso del jarrón en cuanto puso
la mano en la puerta. Así que deslizó la puerta para que se
abriera sólo una rendija, cogió el jarrón mientras caía, después
abrió la puerta del todo, entró y volvió a poner el
jarrón en lo alto de la puerta. El maestro hizo un gesto de
aprobación con la cabeza. Este hijo iba por el buen camino.
El ninja
VII
El arma secreta de los samurais: los ninjas
El arma secreta de los samurais: los ninjas
Los samurais adoraban las armas secretas. Una de sus favoritas
era una lanza que parecía no más que el cayado de un
sacerdote. En los días de los samurais, tanto los guerreros
como los campesinos aprendían a defenderse con objetos
cotidianos, como abanicos, pipas de fumar u horquillas
del pelo. También se convirtieron en expertos con herramientas
como la hoz, el hacha o la cadena que da vueltas1.
Dos herramientas que resultaban ser armas excelentes, el
tonfa y el nunchaku, eran originalmente utilizados para
descascanllar arroz y cribar el grano. El estudio de estas
armas ha sido revivido recientemente en las escuelas de
artes marciales japonesas.
El autor debe querer referirse aquí a lo que posteriormente denomina como
nunchaku. El nunchaku también conocido como So-Setsu-Kon era una
herramienta agrícola que servía para trillar los cereales, separando el grano
de la paja al batirlo a golpes.
El nunchaku tradicional está hecho por dos barras de madera unidas por
una cuerda. (N. de la Trad.).
Una de las artes marciales de los días de los samurais
que continúa cubierta de misterio es el ninjitsu, «el arte
del sigilo» o «el arte de la invisibilidad».
Los ninjas, practicantes del ninjitsu, eran el arma
secreta más formidable con la que contaba un jefe
samurai. Los ninjas eran expertos en espionaje y sabotaje,
sabían llevar a cabo un asesinato y escapar sin dejar
huella. Usaban armas nunca vistas y todo tipo de artimañas
para alcanzar sus objetivos; métodos que hoy
parecen combinar las habilidades de James Bond,
Sherlock Holmes y Houdini. Como maestros de la confidencialidad,
los ninjas representaban el lado oscuro
del bujutsu. Se les temía pero no eran dignos de respeto
pues eran los encargados de hacer el «trabajo sucio»,
las tareas que un samurai honorable, del que se esperaba
que combatiese abiertamente, no podía hacer por sí
mismo.
Las familias ninjas vivían en las más agrestes y remotas
regiones de Japón. Cada familia tenía secretos que no
podían ser revelados a personas de fuera. Había tres clases
de ninjas: los líderes, que eran los que acordaban con
el exterior los servicios de los ninjas; sus asistentes o intermediarios
y los agentes, que llevaban a cabo las misiones
peligrosas. La sociedad japonesa despreciaba a estos agentes
que en caso de ser capturados recibían tortura y acababan
siendo ejecutados. Pero eran los más temidos y se
les atribuían poderes mágicos.
El entrenamiento de los ninjas comenzaba en la más
tierna infancia a base de largas carreras, de saltos y de
aprender a trepar, a nadar y a bucear. También les enseñaban
a balancearse sobre verjas, colgarse de ramas de
árboles y quedarse quietos como estatuas. A estos niños
se les mostraba cómo dislocarse las articulaciones para
poder así escurrirse por debajo de las rejas o escaparse si
les habían atado con cuerdas. Para cuando alcanzaban la
mayoría de edad los ninjas eran fuertes, ágiles y casi
inmunes al dolor, la fatiga y el frío. Podían correr 100
millas sin descansar, caminar sobre sus manos de noche
para evitar tropezar o chocarse con algo y eran expertos
en deslizarse depnsa y sin hacer ruido ni dejar rastro.
Un ninja podía rodear un muro en la oscuridad y no ser
descubierto nunca.
Los ninjas eran maestros del disfraz y de la ilusión.
Nadie sabía quiénes eran. Un ninja podía vivir como un
mendigo en la ciudad, como el ceramista de una aldea cercana,
un actor itinerante o un sacerdote nómada. El que
era hombre podía vestirse de mujer y la mujer podía vestir
como un hombre. Las vestimentas de los ninjas eran
reversibles, normalmente oscuras por un lado y claras por
otro. Los ninjas practicaban el arte del camuflaje llevando
todo negro por la noche y todo blanco en la nieve. Un
ninja con una capa gris podía doblarse sobre sí mismo y
adoptar la forma de una roca, quedándose inmóvil durante
horas. Podía confundirse entre las ramas de un árbol o
contra una pared, o esconderse bajo el agua durante horas
sin fin, respirando a través de una caña de bambú.
A la manera de Sherlock Holmes, los ninjas estaban
alerta a las claves que les proporcionaba su alrededor. Por
ejemplo, si veían a un grupo de pájaros alzar el vuelo, deducían
que podía tratarse del comienzo de una emboscada.
O bien, observando la respiración de un hombre, descubrían
si fingía estar dormido.
Los nmjas eran expertos preparando medicinas
incluida una pildora que supuestamente quitaba la sed
durante cinco días. También eran hábiles con las sustancias
químicas, las drogas, los venenos e incluso con la
hipnosis. Utilizaban los venenos impregnando con ellos
dardos o añadiéndolos a los víveres del enemigo. Podían
utilizar un ácido que al soplarse sobre la cara del enemigo
producía una ceguera momentánea. Tenían brebajes
que provocaban intensos picores, otros que hacían que
el enemigo se quedase dormido o que se echara a reír sin
poder parar. Así mientras los guerreros estaban distraídos,
los ninjas se colaban saltando un muro o a través de
una verja.
Los ninjas fabricaban también sus propios explosivos
entre los que figuraban pequeñas granadas y minas de tierra.
Así, para poder saber cuándo se aproximaba el enemigo,
un ninja utilizaba un dispositivo de cargas de pólvora
que explotaban al tropezar con un alambre. Y para entrar
en una casa en secreto, provocaba un aparatoso incendio
en el ala opuesta a la de las habitaciones que planeaba
registrar. A veces usaban el recurso de ponerse una máscara
horrible y escupir fuego por la boca a través de un
tubo para aterrorizar al enemigo. Después simulaban desaparecer
en una bocanada de humo que no era más que
una bomba de humo casera dispuesta para facilitar su huida.
Las cortinas de humo venenoso eran también otra de
las especialidades de los ninjas.
Otras veces los ninjas recurrían a simples engaños para
lograr entrar en un castillo o fortaleza: se vestían de bailarina,
por ejemplo, o fingían estar enfermos. Una vez dentro
llevaban a cabo su mortal misión.
Pero con igual frecuencia, los ninjas escalaban sigilosamente
los muros de un castillo usando un equipo especial.
Uno de sus instrumentos era «la uña de gato», una
banda provista de clavos que se acoplaba a la palma de la
mano facilitando que el ninja pudiera incluso andar por el
techo. Desde esta altura un ninja podía obtener mucha
información o incluso llevar a cabo un asesinato.
Otros utensilios para escalar incluían las cuerdas, las
escalas y las poleas. Una de sus herramientas favoritas era
una daga de doble filo, con una hoja curva que permitía
engancharse a las paredes y seccionar gargantas. Como
podían subir por cualquier sitio los ninjas eran conocidos
como «las moscas humanas».
Los ninjas hacían uso de otros muchos objetos igualmente
asombrosos. Construían botes portátiles y balsas,
y curiosas planchas ovaladas que colocaban en los
pies para poder andar sobre el agua. También se cuenta
que usaban cometas gigantes para volar sobre territorio
enemigo, a veces dejando caer bombas. De hecho, sí que
pusieron en práctica un artilugio hecho de bambú y de
tela que semejaba una rudimentaria ala delta llamado «el
águila humana» y que servía para saltar detrás de los
muros enemigos. Y para el asedio de castillos, los ninjas
crearon una especie de rueda gigante que les permitía
llegar a la parte alta de las murallas enemigas desde donde
saltaban.
Los ninjas rara vez utilizaban armas que tuvieran un
único propósito. La espada de un ninja, por ejemplo,
tenía una vaina extra larga que podía ser usada como un
tubo para respirar o una cerbatana, una porra o un lugar
para esconder mensajes o venenos. Si la espada estaba
apoyada sobre la pared, el guardamano, también extra
largo, servía como un punto de apoyo para el pie. Una
vez arriba del muro, el ninja podía tirar de la espada hacia
arriba gracias a una cuerda, también útil para multitud
de propósitos.
Otra arma ninja igualmente ingeniosa eran los
shuriken, estrellas de hierro afiladas como cuchillas que
el ninja podía arrojar con acierto hasta más de diez
metros. Éstas aparecían en formas vanadas, todas ellas
mortales. Los shuriken constituían unas armas muy útiles
para excavar, golpear e igualmente raspar. Los ninjas
llevaban consigo nueve tipos diferentes de shuriken, porque
nueve era un número de la suerte. Había dos técnicas
importantes para arrojar shuriken. La primera era
desde una posición de inmovilidad, fingiendo no haber
movido ni un músculo. Así el ninja podía matar un enemigo
a distancia confundido entre un grupo de gente
inocente. La segunda era mientras corría, así el ninja podía
desaparecer antes de que su víctima cayese al suelo. Si le
perseguían, sin embargo, un ninja podía meter la mano
en su bolsa y tirar pequeños clavos o tetsu-bishi, a los
ojos y los pies de sus perseguidores.
Muchas personas creían que los ninjas eran magos
que podían transformarse en animales o hacerse invisibles.
Los ninjas no hacían nada para desmentir esta idea.
En su lugar, se aprovechaban de las supersticiones de la
gente. Si un ninja era perseguido, por ejemplo, podía sacar
un mono entrenado, vestido exactamente como él. Dejaría
que sus perseguidores le vieran y les llevaría a internarse
en el bosque. Después soltaría el mono y se ocultaría
subiéndose a un árbol. ¡Sus enemigos huirían del bosque
aterrorizados, gritando que el ninja se había transformado
en un mono!
Hoy en día, las historias de los ninjas, con sus poderes
sobrenaturales y sus misiones imposibles se celebran en
las películas japonesas y los dibujos animados.
era una lanza que parecía no más que el cayado de un
sacerdote. En los días de los samurais, tanto los guerreros
como los campesinos aprendían a defenderse con objetos
cotidianos, como abanicos, pipas de fumar u horquillas
del pelo. También se convirtieron en expertos con herramientas
como la hoz, el hacha o la cadena que da vueltas1.
Dos herramientas que resultaban ser armas excelentes, el
tonfa y el nunchaku, eran originalmente utilizados para
descascanllar arroz y cribar el grano. El estudio de estas
armas ha sido revivido recientemente en las escuelas de
artes marciales japonesas.
El autor debe querer referirse aquí a lo que posteriormente denomina como
nunchaku. El nunchaku también conocido como So-Setsu-Kon era una
herramienta agrícola que servía para trillar los cereales, separando el grano
de la paja al batirlo a golpes.
El nunchaku tradicional está hecho por dos barras de madera unidas por
una cuerda. (N. de la Trad.).
Una de las artes marciales de los días de los samurais
que continúa cubierta de misterio es el ninjitsu, «el arte
del sigilo» o «el arte de la invisibilidad».
Los ninjas, practicantes del ninjitsu, eran el arma
secreta más formidable con la que contaba un jefe
samurai. Los ninjas eran expertos en espionaje y sabotaje,
sabían llevar a cabo un asesinato y escapar sin dejar
huella. Usaban armas nunca vistas y todo tipo de artimañas
para alcanzar sus objetivos; métodos que hoy
parecen combinar las habilidades de James Bond,
Sherlock Holmes y Houdini. Como maestros de la confidencialidad,
los ninjas representaban el lado oscuro
del bujutsu. Se les temía pero no eran dignos de respeto
pues eran los encargados de hacer el «trabajo sucio»,
las tareas que un samurai honorable, del que se esperaba
que combatiese abiertamente, no podía hacer por sí
mismo.
Las familias ninjas vivían en las más agrestes y remotas
regiones de Japón. Cada familia tenía secretos que no
podían ser revelados a personas de fuera. Había tres clases
de ninjas: los líderes, que eran los que acordaban con
el exterior los servicios de los ninjas; sus asistentes o intermediarios
y los agentes, que llevaban a cabo las misiones
peligrosas. La sociedad japonesa despreciaba a estos agentes
que en caso de ser capturados recibían tortura y acababan
siendo ejecutados. Pero eran los más temidos y se
les atribuían poderes mágicos.
El entrenamiento de los ninjas comenzaba en la más
tierna infancia a base de largas carreras, de saltos y de
aprender a trepar, a nadar y a bucear. También les enseñaban
a balancearse sobre verjas, colgarse de ramas de
árboles y quedarse quietos como estatuas. A estos niños
se les mostraba cómo dislocarse las articulaciones para
poder así escurrirse por debajo de las rejas o escaparse si
les habían atado con cuerdas. Para cuando alcanzaban la
mayoría de edad los ninjas eran fuertes, ágiles y casi
inmunes al dolor, la fatiga y el frío. Podían correr 100
millas sin descansar, caminar sobre sus manos de noche
para evitar tropezar o chocarse con algo y eran expertos
en deslizarse depnsa y sin hacer ruido ni dejar rastro.
Un ninja podía rodear un muro en la oscuridad y no ser
descubierto nunca.
Los ninjas eran maestros del disfraz y de la ilusión.
Nadie sabía quiénes eran. Un ninja podía vivir como un
mendigo en la ciudad, como el ceramista de una aldea cercana,
un actor itinerante o un sacerdote nómada. El que
era hombre podía vestirse de mujer y la mujer podía vestir
como un hombre. Las vestimentas de los ninjas eran
reversibles, normalmente oscuras por un lado y claras por
otro. Los ninjas practicaban el arte del camuflaje llevando
todo negro por la noche y todo blanco en la nieve. Un
ninja con una capa gris podía doblarse sobre sí mismo y
adoptar la forma de una roca, quedándose inmóvil durante
horas. Podía confundirse entre las ramas de un árbol o
contra una pared, o esconderse bajo el agua durante horas
sin fin, respirando a través de una caña de bambú.
A la manera de Sherlock Holmes, los ninjas estaban
alerta a las claves que les proporcionaba su alrededor. Por
ejemplo, si veían a un grupo de pájaros alzar el vuelo, deducían
que podía tratarse del comienzo de una emboscada.
O bien, observando la respiración de un hombre, descubrían
si fingía estar dormido.
Los nmjas eran expertos preparando medicinas
incluida una pildora que supuestamente quitaba la sed
durante cinco días. También eran hábiles con las sustancias
químicas, las drogas, los venenos e incluso con la
hipnosis. Utilizaban los venenos impregnando con ellos
dardos o añadiéndolos a los víveres del enemigo. Podían
utilizar un ácido que al soplarse sobre la cara del enemigo
producía una ceguera momentánea. Tenían brebajes
que provocaban intensos picores, otros que hacían que
el enemigo se quedase dormido o que se echara a reír sin
poder parar. Así mientras los guerreros estaban distraídos,
los ninjas se colaban saltando un muro o a través de
una verja.
Los ninjas fabricaban también sus propios explosivos
entre los que figuraban pequeñas granadas y minas de tierra.
Así, para poder saber cuándo se aproximaba el enemigo,
un ninja utilizaba un dispositivo de cargas de pólvora
que explotaban al tropezar con un alambre. Y para entrar
en una casa en secreto, provocaba un aparatoso incendio
en el ala opuesta a la de las habitaciones que planeaba
registrar. A veces usaban el recurso de ponerse una máscara
horrible y escupir fuego por la boca a través de un
tubo para aterrorizar al enemigo. Después simulaban desaparecer
en una bocanada de humo que no era más que
una bomba de humo casera dispuesta para facilitar su huida.
Las cortinas de humo venenoso eran también otra de
las especialidades de los ninjas.
Otras veces los ninjas recurrían a simples engaños para
lograr entrar en un castillo o fortaleza: se vestían de bailarina,
por ejemplo, o fingían estar enfermos. Una vez dentro
llevaban a cabo su mortal misión.
Pero con igual frecuencia, los ninjas escalaban sigilosamente
los muros de un castillo usando un equipo especial.
Uno de sus instrumentos era «la uña de gato», una
banda provista de clavos que se acoplaba a la palma de la
mano facilitando que el ninja pudiera incluso andar por el
techo. Desde esta altura un ninja podía obtener mucha
información o incluso llevar a cabo un asesinato.
Otros utensilios para escalar incluían las cuerdas, las
escalas y las poleas. Una de sus herramientas favoritas era
una daga de doble filo, con una hoja curva que permitía
engancharse a las paredes y seccionar gargantas. Como
podían subir por cualquier sitio los ninjas eran conocidos
como «las moscas humanas».
Los ninjas hacían uso de otros muchos objetos igualmente
asombrosos. Construían botes portátiles y balsas,
y curiosas planchas ovaladas que colocaban en los
pies para poder andar sobre el agua. También se cuenta
que usaban cometas gigantes para volar sobre territorio
enemigo, a veces dejando caer bombas. De hecho, sí que
pusieron en práctica un artilugio hecho de bambú y de
tela que semejaba una rudimentaria ala delta llamado «el
águila humana» y que servía para saltar detrás de los
muros enemigos. Y para el asedio de castillos, los ninjas
crearon una especie de rueda gigante que les permitía
llegar a la parte alta de las murallas enemigas desde donde
saltaban.
Los ninjas rara vez utilizaban armas que tuvieran un
único propósito. La espada de un ninja, por ejemplo,
tenía una vaina extra larga que podía ser usada como un
tubo para respirar o una cerbatana, una porra o un lugar
para esconder mensajes o venenos. Si la espada estaba
apoyada sobre la pared, el guardamano, también extra
largo, servía como un punto de apoyo para el pie. Una
vez arriba del muro, el ninja podía tirar de la espada hacia
arriba gracias a una cuerda, también útil para multitud
de propósitos.
Otra arma ninja igualmente ingeniosa eran los
shuriken, estrellas de hierro afiladas como cuchillas que
el ninja podía arrojar con acierto hasta más de diez
metros. Éstas aparecían en formas vanadas, todas ellas
mortales. Los shuriken constituían unas armas muy útiles
para excavar, golpear e igualmente raspar. Los ninjas
llevaban consigo nueve tipos diferentes de shuriken, porque
nueve era un número de la suerte. Había dos técnicas
importantes para arrojar shuriken. La primera era
desde una posición de inmovilidad, fingiendo no haber
movido ni un músculo. Así el ninja podía matar un enemigo
a distancia confundido entre un grupo de gente
inocente. La segunda era mientras corría, así el ninja podía
desaparecer antes de que su víctima cayese al suelo. Si le
perseguían, sin embargo, un ninja podía meter la mano
en su bolsa y tirar pequeños clavos o tetsu-bishi, a los
ojos y los pies de sus perseguidores.
Muchas personas creían que los ninjas eran magos
que podían transformarse en animales o hacerse invisibles.
Los ninjas no hacían nada para desmentir esta idea.
En su lugar, se aprovechaban de las supersticiones de la
gente. Si un ninja era perseguido, por ejemplo, podía sacar
un mono entrenado, vestido exactamente como él. Dejaría
que sus perseguidores le vieran y les llevaría a internarse
en el bosque. Después soltaría el mono y se ocultaría
subiéndose a un árbol. ¡Sus enemigos huirían del bosque
aterrorizados, gritando que el ninja se había transformado
en un mono!
Hoy en día, las historias de los ninjas, con sus poderes
sobrenaturales y sus misiones imposibles se celebran en
las películas japonesas y los dibujos animados.
Dos espadachines de Kendo en combate
VIII
El estudio de las artes marciales
Las personas que viven en América, Japón y el resto del mundo
todavía pueden estudiar las artes marciales que nos dejaron
los samurais. Son muchos los tipos de artes marciales
como muchos los estilos de lucha dentro de cada una de ellas.
todavía pueden estudiar las artes marciales que nos dejaron
los samurais. Son muchos los tipos de artes marciales
como muchos los estilos de lucha dentro de cada una de ellas.
KENDO
Kendo, «el camino de la espada», es el más parecido a las
prácticas de entrenamiento de los antiguos samurais. Los
kendokas (estudiantes de kendo) aprenden a practicar esta
esgrima con una espada de bambú ligera llamada shinai.
También llevan protecciones: un casco que se parece a la
máscara que llevan los receptores de baseball1, un peto para
el pecho, una faldilla para las caderas y guantes acolchados.
Muchos estudiantes japoneses practican kendo como
parte de la clase de gimnasia. Resulta divertido y las competiciones
son muy emocionantes. Sólo se dan puntos por toques
en cuatro partes del cuerpo del adversario: la cabeza (men),
los antebrazos (kote), los costados (do) y la garganta (tsuki,
sólo permitido para los competidores mayores de 16 años).
Si quiere puntuar, el kendoka tiene que dar un paso hacia
delante, gritar el nombre de la zona que quiere alcanzar (a
esto se le llama el kiai) y golpear, todo a la vez. El propósito
del kiai es de alguna forma impresionar al contrincante por
un instante. El tiempo justo para que el kendoka golpee.
El objetivo en kendo es alcanzar un estado en el cual
la espada, la mente y el cuerpo sean uno. Un verdadero
maestro no piensa dónde golpear o cómo moverse, sino
que más bien tiene que concentrar su energía y vaciar su
mente de cualquier pensamiento.
prácticas de entrenamiento de los antiguos samurais. Los
kendokas (estudiantes de kendo) aprenden a practicar esta
esgrima con una espada de bambú ligera llamada shinai.
También llevan protecciones: un casco que se parece a la
máscara que llevan los receptores de baseball1, un peto para
el pecho, una faldilla para las caderas y guantes acolchados.
Muchos estudiantes japoneses practican kendo como
parte de la clase de gimnasia. Resulta divertido y las competiciones
son muy emocionantes. Sólo se dan puntos por toques
en cuatro partes del cuerpo del adversario: la cabeza (men),
los antebrazos (kote), los costados (do) y la garganta (tsuki,
sólo permitido para los competidores mayores de 16 años).
Si quiere puntuar, el kendoka tiene que dar un paso hacia
delante, gritar el nombre de la zona que quiere alcanzar (a
esto se le llama el kiai) y golpear, todo a la vez. El propósito
del kiai es de alguna forma impresionar al contrincante por
un instante. El tiempo justo para que el kendoka golpee.
El objetivo en kendo es alcanzar un estado en el cual
la espada, la mente y el cuerpo sean uno. Un verdadero
maestro no piensa dónde golpear o cómo moverse, sino
que más bien tiene que concentrar su energía y vaciar su
mente de cualquier pensamiento.
JUDO
Judo significa «el camino de la flexibilidad» o del equilibrio.
Está basado en los principios básicos de la resistencia. Una
rama demasiado dura se rompe con la tormenta, por ejemplo
Está basado en los principios básicos de la resistencia. Una
rama demasiado dura se rompe con la tormenta, por ejemplo
pero una rama flexible se dobla al ser movida por el viento.
De igual manera un torero no intenta parar a un toro que le
embiste plantándose delante de él y embistiéndole él mismo.
Sino que para sobrevivir, le cede el paso, se hace a un lado.
En judo, los alumnos aprenden a usar la fuerza del
contrincante contra este. Imaginemos que alguien más
fuerte le empuja, usted puede empujarle a su vez con todas
sus fuerzas, pero seguramente perderá. Pero si tira de la
persona en la misma dirección en la que esta está empujando,
añadirá su fuerza a la suya y será capaz de tumbarle.
Los practicantes de judo visten un uniforme parecido a
un pijama llamadogi, compuesto por una chaqueta acolchada
y unos pantalones fruncidos a la cintura que se atan con un
cordón. Los cinturones son de diferentes colores, dependiendo
del nivel del alumno. Los principiantes llevan un cinturón
blanco, los de nivel intermedio uno marrón y los avanzados
uno negro. Normalmente se tardan tres años o más en alcanzar
este nivel. Mucha gente cree erróneamente que una persona
con un cinturón negro es un experto en artes marciales,
pero hay muchos niveles de cinturón negro. Un cinturón
negro de nivel bajo no es más que un estudiante que ha dedicado
el tiempo necesario a aprender lo fundamental lo suficientemente
bien como para comenzar a perfeccionar su destreza.
El suelo de un dojo de judo esta cubierto de colchonetas.
Los aprendices hacen una reverencia antes de pisar
sobre ellas y al salir. También se inclinan ante el sensei
(maestro) y ante el compañero antes y después del entrenamiento.
Las clases comienzan con ejercicios de calentamiento
y prosiguen con la práctica de caídas o ukemi.
Después los alumnos aprenden técnicas de desestabilización
y agarre del contrincante. Los alumnos más avanzados
practican randori, o «combate libre», en los cuales
luchan como si de una competición se tratase.
Los judokas también aprenden katas y pueden participar
en las competiciones locales e incluso en las olímpicas.
De igual manera un torero no intenta parar a un toro que le
embiste plantándose delante de él y embistiéndole él mismo.
Sino que para sobrevivir, le cede el paso, se hace a un lado.
En judo, los alumnos aprenden a usar la fuerza del
contrincante contra este. Imaginemos que alguien más
fuerte le empuja, usted puede empujarle a su vez con todas
sus fuerzas, pero seguramente perderá. Pero si tira de la
persona en la misma dirección en la que esta está empujando,
añadirá su fuerza a la suya y será capaz de tumbarle.
Los practicantes de judo visten un uniforme parecido a
un pijama llamadogi, compuesto por una chaqueta acolchada
y unos pantalones fruncidos a la cintura que se atan con un
cordón. Los cinturones son de diferentes colores, dependiendo
del nivel del alumno. Los principiantes llevan un cinturón
blanco, los de nivel intermedio uno marrón y los avanzados
uno negro. Normalmente se tardan tres años o más en alcanzar
este nivel. Mucha gente cree erróneamente que una persona
con un cinturón negro es un experto en artes marciales,
pero hay muchos niveles de cinturón negro. Un cinturón
negro de nivel bajo no es más que un estudiante que ha dedicado
el tiempo necesario a aprender lo fundamental lo suficientemente
bien como para comenzar a perfeccionar su destreza.
El suelo de un dojo de judo esta cubierto de colchonetas.
Los aprendices hacen una reverencia antes de pisar
sobre ellas y al salir. También se inclinan ante el sensei
(maestro) y ante el compañero antes y después del entrenamiento.
Las clases comienzan con ejercicios de calentamiento
y prosiguen con la práctica de caídas o ukemi.
Después los alumnos aprenden técnicas de desestabilización
y agarre del contrincante. Los alumnos más avanzados
practican randori, o «combate libre», en los cuales
luchan como si de una competición se tratase.
Los judokas también aprenden katas y pueden participar
en las competiciones locales e incluso en las olímpicas.
AlKIDO
Aikido, «el camino de la armonía con el ki», es una disciplina
tanto mental como espiritual que enseña el poder de la
unión entre el cuerpo y la mente. El estudio del aikido puede
ser descrito como «aprender a liberar la fuerza».
Un ejemplo de en qué consiste el aikido se llama «el brazo
que no se puede doblar». Póngase de pie y extienda su
brazo ligeramente doblado a la altura del codo y cierre el
puño. Emplee toda su fuerza en ello. Después pídale a un
amigo que doble su brazo hacia usted. Podrá comprobar
que su amigo conseguirá hacerlo con mucha facilidad, independientemente
de la fuerza con la que usted se resista. A
continuación extienda el brazo de la misma manera, sólo
que esta vez relájelo por completo. No cierre el puño. Imagine
que la energía fluye de su mente a través de su brazo y
sale por la punta de sus dedos, como el agua que fluye de un
manantial. Imagine que esta energía continúa saliendo hasta
el infinito. Comprobará que su compañero apenas puede
mover su brazo a menos que usted pierda la concentración.
Muchas de las técnicas de aikido se basan en los movimientos
del kendo y del judo. Pero los movimientos son
circulares, con poco uso de patadas o puños, y con un uso
meramente defensivo. En aikido no existe el ataque. Al
igual que en judo, las técnicas de aikido utilizan la fuerza
del atacante en su contra, pero el objetivo es inmovilizar
al atacante más que herirle o matarle.
Los estudiantes de aikido llevan un judogi con un cinturón
negro según sea su rango. Los alumnos de rango
superior pueden llevar también un hakama o especie de
falda pantalón. Las clases comienzan con ejercicios, algunos
de los cuales están pensados para ayudar al alumno a
controlar su ki, la fuerza vital interior. Los alumnos de
aikido practican las técnicas marciales combatiendo por
turnos con un compañero que hace las veces de atacante.
También practican con espadas de madera llamadas bokken.
tanto mental como espiritual que enseña el poder de la
unión entre el cuerpo y la mente. El estudio del aikido puede
ser descrito como «aprender a liberar la fuerza».
Un ejemplo de en qué consiste el aikido se llama «el brazo
que no se puede doblar». Póngase de pie y extienda su
brazo ligeramente doblado a la altura del codo y cierre el
puño. Emplee toda su fuerza en ello. Después pídale a un
amigo que doble su brazo hacia usted. Podrá comprobar
que su amigo conseguirá hacerlo con mucha facilidad, independientemente
de la fuerza con la que usted se resista. A
continuación extienda el brazo de la misma manera, sólo
que esta vez relájelo por completo. No cierre el puño. Imagine
que la energía fluye de su mente a través de su brazo y
sale por la punta de sus dedos, como el agua que fluye de un
manantial. Imagine que esta energía continúa saliendo hasta
el infinito. Comprobará que su compañero apenas puede
mover su brazo a menos que usted pierda la concentración.
Muchas de las técnicas de aikido se basan en los movimientos
del kendo y del judo. Pero los movimientos son
circulares, con poco uso de patadas o puños, y con un uso
meramente defensivo. En aikido no existe el ataque. Al
igual que en judo, las técnicas de aikido utilizan la fuerza
del atacante en su contra, pero el objetivo es inmovilizar
al atacante más que herirle o matarle.
Los estudiantes de aikido llevan un judogi con un cinturón
negro según sea su rango. Los alumnos de rango
superior pueden llevar también un hakama o especie de
falda pantalón. Las clases comienzan con ejercicios, algunos
de los cuales están pensados para ayudar al alumno a
controlar su ki, la fuerza vital interior. Los alumnos de
aikido practican las técnicas marciales combatiendo por
turnos con un compañero que hace las veces de atacante.
También practican con espadas de madera llamadas bokken.
KUNG Fu
Japón no ha sido el único país de Oriente que ha desarrollado
modalidades de artes marciales. De hecho, muchas
de las técnicas usadas por los samurais estaban inspiradas
por un sistema chino de autodefensa llamado kungfu. El
kung fu era la especialidad de los monjes guerreros del
monasterio de Shaolin, la casa del fundador del budismo
zen. Los movimientos de los diferentes estilos de kung fu
están basados en los de los animales: la sólida apostura
del caballo, el equilibrio de la grulla blanca sosteniéndose
sobre una pata, las posiciones de defensa de la mantis religiosa,
los graciosos gestos del mono.
Los maestros de kung fu se llaman sifus. Los alumnos se
entrenan con y sin armas, aprendiendo a golpear, a bloquear
y a dar patadas. Los katas del kung fu se llaman sets. Los
alumnos de kung fu también estudian los principios del ch'i,
el aliento o fuerza vital interior llamada ki en japonés.
modalidades de artes marciales. De hecho, muchas
de las técnicas usadas por los samurais estaban inspiradas
por un sistema chino de autodefensa llamado kungfu. El
kung fu era la especialidad de los monjes guerreros del
monasterio de Shaolin, la casa del fundador del budismo
zen. Los movimientos de los diferentes estilos de kung fu
están basados en los de los animales: la sólida apostura
del caballo, el equilibrio de la grulla blanca sosteniéndose
sobre una pata, las posiciones de defensa de la mantis religiosa,
los graciosos gestos del mono.
Los maestros de kung fu se llaman sifus. Los alumnos se
entrenan con y sin armas, aprendiendo a golpear, a bloquear
y a dar patadas. Los katas del kung fu se llaman sets. Los
alumnos de kung fu también estudian los principios del ch'i,
el aliento o fuerza vital interior llamada ki en japonés.
KARATE Y TAE KWON DO
Karate, o «el camino de la mano vacía», se desarrolló en la
isla de Okinawa, a poca distancia de la costa de China.
Los isleños no poseían ni espadas ni lanzas. Así que en su
lugar aprendieron a defenderse con las manos y los pies.
El karate es el arte marcial que se nos viene a la mente
cuando vemos a alguien rompiendo un montón de tablas.
Pero esto no es más que pura exhibición. Los estudiantes
de karate aprenden a usar los puños y las patadas, concentrando
su energía en el kiai. Los alumnos llevan un gi poco
pesado y practican katas que semejan el ritual de una danza.
También aprenden a combatir.
El estilo coreano de karate se llama tae kwon do. Hoy,
tanto el karate como el tae kwon do se estudian en todo el
mundo.
isla de Okinawa, a poca distancia de la costa de China.
Los isleños no poseían ni espadas ni lanzas. Así que en su
lugar aprendieron a defenderse con las manos y los pies.
El karate es el arte marcial que se nos viene a la mente
cuando vemos a alguien rompiendo un montón de tablas.
Pero esto no es más que pura exhibición. Los estudiantes
de karate aprenden a usar los puños y las patadas, concentrando
su energía en el kiai. Los alumnos llevan un gi poco
pesado y practican katas que semejan el ritual de una danza.
También aprenden a combatir.
El estilo coreano de karate se llama tae kwon do. Hoy,
tanto el karate como el tae kwon do se estudian en todo el
mundo.
El último sogún Tokugawa
IX
El legado samurai
El legado samurai
Los sogunes Tokugawa gobernaron Japón durante más
de 250 años. Durante ese tiempo el país permaneció en
paz, completamente aislado del resto del mundo. Pero
la amenaza militar de Occidente, unida a la superioridad
de la tecnología occidental a mediados del siglo
XIX, eran más de lo que los samurais podían resistir.
En 1853, el comodoro Matthew Perry, un oficial de la
marina americana, desembarcó en Japón y obligó a que
abriera sus fronteras al comercio con Occidente. Poco
después, el liderazgo del último sogún Tokugawa llegaba
a su fin y en 1868, el gobierno de Japón fue devuelto al
emperador Meiji. En 1876, la administración japonesa
prohibió el uso de espadas a todo aquel que no fuera
miembro de las fuerzas armadas imperiales. La sede del
gobierno fue trasladada a Tokio y se adoptó la moderna
constitución de Japón. Los días de los samurais
habían terminado.
Pero el espíritu de la vida de los samurais ha seguido
viviendo en Japón hasta nuestros días. Los valores del
bushido (honor, lealtad y sacrificio) estuvieron más presentes
que nunca entre los militares de la II Guerra Mundial.
Los soldados occidentales se quedaron sorprendidos
ante la valentía aparentemente sin propósito de los soldados
japoneses. Oficiales únicamente armados con
espadas cargaban contra las ametralladores enemigas y
morían acribillados. Los pilotos kamikazes, cuyo nombre
procedía del que recibían los vientos divinos que habían
salvado a la nación de los invasores extranjeros tanto tiempo
atrás, volaban en misiones suicidas, estrellando sus
aviones contra barcos enemigos. Igualmente alarmante
para los occidentales era el cruel trato que recibían los
prisioneros de guerra por parte de sus captores japoneses
que creían que los soldados que eran capturados perdían
con ello su honor.
La lealtad a la familia y a los superiores está profundamente
arraigada en la cultura japonesa. Los japoneses
modernos muestran la misma lealtad a sus jefes que la que
mostraron sus antepasados en su día a los señores feudales.
Además el suicidio todavía se considera una respuesta
aceptable a la desgracia.
Las historias de los héroes samurais permanecen aún
vivas en el Japón moderno, a través de películas, obras
de teatro, historias de fantasmas, novelas, tiras cómicas,
dibujos animados y video-juegos. Las caras de los samurais
aparecen en muñecos y cometas, en menús y en
pósteres.
Algunas de las películas más famosas sobre los samurais
son también populares en América. La más conocida
de todas ellas, Los siete samurais, inspiró un famoso
western, Los siete magníficos.
Las ideas del zen y de las artes marciales han captado
también la imaginación americana. Un ejemplo es la historia
de La guerra de las galaxias, en la cual un joven guerrero,
Luke Skywalker, debe buscar un maestro que finalmente
encuentra en un misterioso bosque. El diminuto
maestro, Yoda, es similar a los geniecillos tengu que instruyeron
al héroe Yoshitsune. Yoda enseña al joven
Skywalker a manejar un arma parecida a una espada aprovechando
el uso de «La Fuerza», una energía mental y
espiritual que es similar al ki japonés.
«¡Concéntrate!», insta Yoda a su pupilo.
Después de mucho estudio, trabajo duro y dedicación,
Luke se convierte en un guerrero excelente y es capaz de
derrotar a sus enemigos.
Hoy en día, los pasatiempos de los samurais todavía
se practican en Japón, incluidas la caligrafía, los arreglos
florales y la ceremonia del té. Aunque estas artes han
ganado popularidad en Occidente, son las artes marciales
de Japón (judo, kendo y aikido) las que más se aprenden.
de 250 años. Durante ese tiempo el país permaneció en
paz, completamente aislado del resto del mundo. Pero
la amenaza militar de Occidente, unida a la superioridad
de la tecnología occidental a mediados del siglo
XIX, eran más de lo que los samurais podían resistir.
En 1853, el comodoro Matthew Perry, un oficial de la
marina americana, desembarcó en Japón y obligó a que
abriera sus fronteras al comercio con Occidente. Poco
después, el liderazgo del último sogún Tokugawa llegaba
a su fin y en 1868, el gobierno de Japón fue devuelto al
emperador Meiji. En 1876, la administración japonesa
prohibió el uso de espadas a todo aquel que no fuera
miembro de las fuerzas armadas imperiales. La sede del
gobierno fue trasladada a Tokio y se adoptó la moderna
constitución de Japón. Los días de los samurais
habían terminado.
Pero el espíritu de la vida de los samurais ha seguido
viviendo en Japón hasta nuestros días. Los valores del
bushido (honor, lealtad y sacrificio) estuvieron más presentes
que nunca entre los militares de la II Guerra Mundial.
Los soldados occidentales se quedaron sorprendidos
ante la valentía aparentemente sin propósito de los soldados
japoneses. Oficiales únicamente armados con
espadas cargaban contra las ametralladores enemigas y
morían acribillados. Los pilotos kamikazes, cuyo nombre
procedía del que recibían los vientos divinos que habían
salvado a la nación de los invasores extranjeros tanto tiempo
atrás, volaban en misiones suicidas, estrellando sus
aviones contra barcos enemigos. Igualmente alarmante
para los occidentales era el cruel trato que recibían los
prisioneros de guerra por parte de sus captores japoneses
que creían que los soldados que eran capturados perdían
con ello su honor.
La lealtad a la familia y a los superiores está profundamente
arraigada en la cultura japonesa. Los japoneses
modernos muestran la misma lealtad a sus jefes que la que
mostraron sus antepasados en su día a los señores feudales.
Además el suicidio todavía se considera una respuesta
aceptable a la desgracia.
Las historias de los héroes samurais permanecen aún
vivas en el Japón moderno, a través de películas, obras
de teatro, historias de fantasmas, novelas, tiras cómicas,
dibujos animados y video-juegos. Las caras de los samurais
aparecen en muñecos y cometas, en menús y en
pósteres.
Algunas de las películas más famosas sobre los samurais
son también populares en América. La más conocida
de todas ellas, Los siete samurais, inspiró un famoso
western, Los siete magníficos.
Las ideas del zen y de las artes marciales han captado
también la imaginación americana. Un ejemplo es la historia
de La guerra de las galaxias, en la cual un joven guerrero,
Luke Skywalker, debe buscar un maestro que finalmente
encuentra en un misterioso bosque. El diminuto
maestro, Yoda, es similar a los geniecillos tengu que instruyeron
al héroe Yoshitsune. Yoda enseña al joven
Skywalker a manejar un arma parecida a una espada aprovechando
el uso de «La Fuerza», una energía mental y
espiritual que es similar al ki japonés.
«¡Concéntrate!», insta Yoda a su pupilo.
Después de mucho estudio, trabajo duro y dedicación,
Luke se convierte en un guerrero excelente y es capaz de
derrotar a sus enemigos.
Hoy en día, los pasatiempos de los samurais todavía
se practican en Japón, incluidas la caligrafía, los arreglos
florales y la ceremonia del té. Aunque estas artes han
ganado popularidad en Occidente, son las artes marciales
de Japón (judo, kendo y aikido) las que más se aprenden.
El legado del samurai pervive.
En 1490 Japón entró en un periodo crucial de su historia
conocido como el sengoku-jidai o la «edad de los
estados en guerra». Durante el siguiente siglo apenas
pasaría un año sin que hubiera una batalla o una campaña
militar en algún lugar del país. Los daimios o «nombres
importantes» (erróneamente identificados con los
señores de la guerra), que controlaban las numerosas
provincias de Japón, comenzaron a rivalizar entre sí para
aumentar sus dominios y el poder de sus clanes familiares.
Para unos pocos, aquellos que tenían el poder
militar y la fuerza política suficientes, era una oportunidad
para convertirse en sogún, los caudillos militares
de Japón.
Hacia la mitad del siglo XVI, la manera de hacer la
guerra en Japón cambió de forma sustancial, influida en
gran parte por la creciente rivalidad entre los daimios.
Los ejércitos samurais del daimio comenzaron a aumentar
de tamaño debido al reclutamiento de los ashigaru (o
«pies ligeros»), soldados de a pie convenientemente
entrenados de procedencia campesina. Los castillos
comenzaron a adquirir mayor importancia militar como
medios de controlar una zona y como base segura para
el aprovisionamiento militar y las tropas. Por último, un
invento procedente de Europa, las armas de fuego,
comienzan a hacer su aparición en los ejércitos de samurais
a partir de 1540.
El poder de los daimios y por extensión de su clan
se sustentaba en los territorios o provincias que controlaban.
Su riqueza económica se basaba en la producción
agrícola de sus tierras y se medía en koku. Un koku era
la cantidad de arroz que se necesitaba para alimentar a
un hombre durante un año. El koku proporcionaba el
sistema para medir el rendimiento anual de los campos
de arroz y también determinaba el número de soldados
que el daimio podía mantener, armar y alimentar para
defender sus tierras. De estas tierras también procedían
los hombres que integraban el ejército del daimio.
Los samurais, que estaban sujetos a un vasallaje esencialmente
hereditario que los convertía en siervos del
señor y de su clan, debían reclutar y equipar un número
predeterminado de tropas de los dominios del clan
que controlaban. Estas incluirían otros samurais de
menor rango así como ashigaru. Cuando el ejército del
daimio conquistaba otra provincia o territorio, los
samurais leales a él obtenían una ampliación de sus
dominios, que se traducía en un incremento de su
riqueza personal y del número de hombres que debía
reclutar en esos dominios. La conquista de otro territorio
también significaba que un daimio podía aumentar
su riqueza y su poder militar bien convirtiendo en
vasallo al vencido, de manera que aseguraba su ejército
y su riqueza, o llegando a una alianza con este para contar
con su apoyo en futuras operaciones militares. Bajo
semejante sistema es comprensible por qué los daimios
estaban tan interesados en la expansión territorial. Uno
de los ejemplos más interesantes de tal pugna por los
territorios se produjo entre los daimios de las provincias
de Echigo y Kai.
En 1553 una intensa lucha por el poder comenzó entre
el clan Takeda de la provincia de Kai, bajo el liderazgo de
Takeda Shingen, y los clanes de Murakami y Nagao de la
provincia de Echigo bajo Uesugi Kenshin. Este conflicto
dio pie a una rivalidad militar duradera entre ambos
daimios que se extendió hasta 1564. En 1547 Shingen condujo
al clan Takeda en la invasión de la provincia de
Shinano, un rico territorio que se extendía entre la frontera
occidental de Kai y la frontera sur de la provincia de
Echigo. En lugar de ser destruidos por el poderoso ejército
Takeda, algunos del daimio Shinano, como los Sanada,
se sometieron al invasor y se convirtieron en vasallos
de Shingen. Muchos de los otros del daimio Shinano estaban
decididos a resistir a los invasores, el más destacado
de entre ellos fue Murakami Yoshikiyo. En 1548 Shingen
derrotó a Murakami en una sangrienta batalla en Uedahara.
Al darse cuenta de que no podía resistir el avance de
Shingen solo, Murakami pidió ayuda de su vecino del norte,
Uesugi Kenshin, señor de la provincia de Echigo.
Kenshin accedió a asistir a Murakami y con esta alianza
los dos poderosos clanes de Takeda y Uesugi entraron en
directo conflicto.
A la hora de reunir a su ejército para ayudar a Murakami,
Kenshin emitió la kasbindan o «llamamiento a las armas
». Ésta, al parecer, venía normalmente en forma de
una carta detallada enviada a todos los siervos leales al
clan. Entre las razones dadas para el llamamiento a las
armas se incluía también una lista de su registro de obligaciones,
tales como el número de tropas clasificadas por
tipo que debían proporcionar, las armas y demás pertrechos
y dónde debían concentrar a sus hombres. Un buen
ejemplo de kashindan existente, escrita por Uesugi
Kenshin a Irobe Katsunuga, su gun-bugyo o «jefe del
Estado Mayor» aparece a continuación y describe acertadamente
la situación provocada por la invasión de Shingen
de la provincia de Shinano.
En relación con el conflicto entre las familias de Shinano
y la de Takeda de Kai en el penúltimo año, opina el honorable
Imagawa Yoshimoto de Sumpu que las cosas deben
haberse calmado. Sin embargo, desde entonces la forma
de gobierno de Takeda Harunobu (el nombre anterior
de Takeda Shingen) ha sido corrupta y mala. Por la
voluntad de los dioses y gracias a los buenos oficios de
Yoshimoto, yo, Kagetora (nombre anterior de Kenshin)
he evitado muy pacientemente cualquier intromisión.
Ahora, Harunobu nos ha declarado la guerra y es un
hecho que ha aplastado a los siervos de la familia Ochiai
de Shinano y que el castillo de Katsurayama ha caído.
Como resultado, por el momento ha penetrado en los
territorios conocidos como Shimazu y Ogura... Mi ejército
tomará este rumbo y yo, Kagetora, en pie de guerra
también, le encontraré a mitad de camino. A pesar de las
tormentas de nieve o de cualquier tipo de dificultad ire
mos a la guerra ya sea de día o de noche. Ya he esperado
lo suficiente. Si los aliados de vuestras familias en
Shinano son destruidos entonces incluso los pasos de
Echigo correrán peligro. Ahora que las cosas han llega
do a este punto, reunid a vuestro preeminente ejército
y sed diligentes en lealtad. Tenemos por delante un tarea
honorable.
Respetuosamente, Kenshin, 1557, segundo mes, decimosexto día
En 1490 Japón entró en un periodo crucial de su historia
conocido como el sengoku-jidai o la «edad de los
estados en guerra». Durante el siguiente siglo apenas
pasaría un año sin que hubiera una batalla o una campaña
militar en algún lugar del país. Los daimios o «nombres
importantes» (erróneamente identificados con los
señores de la guerra), que controlaban las numerosas
provincias de Japón, comenzaron a rivalizar entre sí para
aumentar sus dominios y el poder de sus clanes familiares.
Para unos pocos, aquellos que tenían el poder
militar y la fuerza política suficientes, era una oportunidad
para convertirse en sogún, los caudillos militares
de Japón.
Hacia la mitad del siglo XVI, la manera de hacer la
guerra en Japón cambió de forma sustancial, influida en
gran parte por la creciente rivalidad entre los daimios.
Los ejércitos samurais del daimio comenzaron a aumentar
de tamaño debido al reclutamiento de los ashigaru (o
«pies ligeros»), soldados de a pie convenientemente
entrenados de procedencia campesina. Los castillos
comenzaron a adquirir mayor importancia militar como
medios de controlar una zona y como base segura para
el aprovisionamiento militar y las tropas. Por último, un
invento procedente de Europa, las armas de fuego,
comienzan a hacer su aparición en los ejércitos de samurais
a partir de 1540.
El poder de los daimios y por extensión de su clan
se sustentaba en los territorios o provincias que controlaban.
Su riqueza económica se basaba en la producción
agrícola de sus tierras y se medía en koku. Un koku era
la cantidad de arroz que se necesitaba para alimentar a
un hombre durante un año. El koku proporcionaba el
sistema para medir el rendimiento anual de los campos
de arroz y también determinaba el número de soldados
que el daimio podía mantener, armar y alimentar para
defender sus tierras. De estas tierras también procedían
los hombres que integraban el ejército del daimio.
Los samurais, que estaban sujetos a un vasallaje esencialmente
hereditario que los convertía en siervos del
señor y de su clan, debían reclutar y equipar un número
predeterminado de tropas de los dominios del clan
que controlaban. Estas incluirían otros samurais de
menor rango así como ashigaru. Cuando el ejército del
daimio conquistaba otra provincia o territorio, los
samurais leales a él obtenían una ampliación de sus
dominios, que se traducía en un incremento de su
riqueza personal y del número de hombres que debía
reclutar en esos dominios. La conquista de otro territorio
también significaba que un daimio podía aumentar
su riqueza y su poder militar bien convirtiendo en
vasallo al vencido, de manera que aseguraba su ejército
y su riqueza, o llegando a una alianza con este para contar
con su apoyo en futuras operaciones militares. Bajo
semejante sistema es comprensible por qué los daimios
estaban tan interesados en la expansión territorial. Uno
de los ejemplos más interesantes de tal pugna por los
territorios se produjo entre los daimios de las provincias
de Echigo y Kai.
En 1553 una intensa lucha por el poder comenzó entre
el clan Takeda de la provincia de Kai, bajo el liderazgo de
Takeda Shingen, y los clanes de Murakami y Nagao de la
provincia de Echigo bajo Uesugi Kenshin. Este conflicto
dio pie a una rivalidad militar duradera entre ambos
daimios que se extendió hasta 1564. En 1547 Shingen condujo
al clan Takeda en la invasión de la provincia de
Shinano, un rico territorio que se extendía entre la frontera
occidental de Kai y la frontera sur de la provincia de
Echigo. En lugar de ser destruidos por el poderoso ejército
Takeda, algunos del daimio Shinano, como los Sanada,
se sometieron al invasor y se convirtieron en vasallos
de Shingen. Muchos de los otros del daimio Shinano estaban
decididos a resistir a los invasores, el más destacado
de entre ellos fue Murakami Yoshikiyo. En 1548 Shingen
derrotó a Murakami en una sangrienta batalla en Uedahara.
Al darse cuenta de que no podía resistir el avance de
Shingen solo, Murakami pidió ayuda de su vecino del norte,
Uesugi Kenshin, señor de la provincia de Echigo.
Kenshin accedió a asistir a Murakami y con esta alianza
los dos poderosos clanes de Takeda y Uesugi entraron en
directo conflicto.
A la hora de reunir a su ejército para ayudar a Murakami,
Kenshin emitió la kasbindan o «llamamiento a las armas
». Ésta, al parecer, venía normalmente en forma de
una carta detallada enviada a todos los siervos leales al
clan. Entre las razones dadas para el llamamiento a las
armas se incluía también una lista de su registro de obligaciones,
tales como el número de tropas clasificadas por
tipo que debían proporcionar, las armas y demás pertrechos
y dónde debían concentrar a sus hombres. Un buen
ejemplo de kashindan existente, escrita por Uesugi
Kenshin a Irobe Katsunuga, su gun-bugyo o «jefe del
Estado Mayor» aparece a continuación y describe acertadamente
la situación provocada por la invasión de Shingen
de la provincia de Shinano.
En relación con el conflicto entre las familias de Shinano
y la de Takeda de Kai en el penúltimo año, opina el honorable
Imagawa Yoshimoto de Sumpu que las cosas deben
haberse calmado. Sin embargo, desde entonces la forma
de gobierno de Takeda Harunobu (el nombre anterior
de Takeda Shingen) ha sido corrupta y mala. Por la
voluntad de los dioses y gracias a los buenos oficios de
Yoshimoto, yo, Kagetora (nombre anterior de Kenshin)
he evitado muy pacientemente cualquier intromisión.
Ahora, Harunobu nos ha declarado la guerra y es un
hecho que ha aplastado a los siervos de la familia Ochiai
de Shinano y que el castillo de Katsurayama ha caído.
Como resultado, por el momento ha penetrado en los
territorios conocidos como Shimazu y Ogura... Mi ejército
tomará este rumbo y yo, Kagetora, en pie de guerra
también, le encontraré a mitad de camino. A pesar de las
tormentas de nieve o de cualquier tipo de dificultad ire
mos a la guerra ya sea de día o de noche. Ya he esperado
lo suficiente. Si los aliados de vuestras familias en
Shinano son destruidos entonces incluso los pasos de
Echigo correrán peligro. Ahora que las cosas han llega
do a este punto, reunid a vuestro preeminente ejército
y sed diligentes en lealtad. Tenemos por delante un tarea
honorable.
Respetuosamente, Kenshin, 1557, segundo mes, decimosexto día
En las lejanas regiones del norte de la provincia de
Shinano, situada en las profundidades del corazón de la
cadena montañosa conocida como los Alpes japoneses,
se extiende la vasta, llana y triangular llanura de
Kawanakajima, también llamada «la isla entre los ríos»
por estar rodeada al norte por el río Saigawa y al suroeste
por el río Chikumagawa, que se unían en el extremo
noreste de la llanura. Kawanakajima se convirtió en tierra
de nadie en el enfrentamiento entre Shingen y
Kenshin. Durante el transcurso de su lucha esta llanura
sería testigo de no menos de siete encuentros entre estos
rivales de los cuales sólo cinco fueron considerados
«batallas». Las tres primeras de estas batallas fueron sólo
escaramuzas comparadas con la cuarta, que está considerada
«la batalla» de Kawanakajima y continúa siendo
uno de los mayores y más sangrientos conflictos de la
historia de Japón.
En septiembre de 1553, Shingen se adentró en el norte
de la provincia de Shinano alcanzando la llanura de
Kawanakajima. Aquí, cerca de un templo consagrado a
Hachiman1, se encontró con el ejército de Kenshin, pero
no entró en combate y se retiró. Los dos ejércitos volvieron
a encontrarse unas pocas millas más al norte, pero de
nuevo evitaron enfrentarse. Ésta fue la primera batalla de
Kawanakajima, también conocida como «La batalla espoleta
». En octubre, mientras Shingen se retiraba de esta área,
Kenshin atacó cerca del lugar del templo a Hachiman y
venció al ejército de Takeda.
La segunda batalla de Kawanakajima también conocida
como la batalla de Saigawa tuvo lugar en 1555. Shingen
avanzó a través de la llanura Kawanakajima hasta el río
Saigawa e instaló su campamento en la colina Otsuka, justo
al sur del río. El ejército de Kenshin se trasladó desde sus
posiciones en la colina hasta el río y acampó en la orilla
contraria. Durante cuatro meses los dos ejércitos estuvieron
el uno frente al otro, esperando que fuera el otro el
que hiciera el primer movimiento.
La tercera batalla de Kawanakajima tuvo lugar en 1557.
Shingen se adentró de nuevo en la llanura y se apoderó de
Katsurayama, una fortaleza en las montañas en el interior
territorio de Uesugi, Después atacó el castillo de Iiyama
sito en una de las vías de comunicación principales de
Echigo y al noreste de Zenko-ji, una posición en lo alto
de una colina que dominaba toda la llanura. Kenshin, cuyo
ejército estaba alojado en el castillo de Zenko-ji, respondió
lanzando un ataque para liberar el castillo de Iiyama.
En poco tiempo Shingen se retiró evitando de nuevo
enfrentarse con su enemigo.
En septiembre de 1561, los dos ejércitos se vieron
inmersos en la cuarta batalla de Kawanakajima. Kenshin,
consciente del antagonismo con Shingen, decidió destruir
a su sempiterno rival en una última y decisiva batalla e
hizo marchar a su ejército de 18.000 hombres hacia la
periferia noroeste del territorio de Takeda. Su objetivo
era el castillo de Kaizu que controlaba las comunicaciones
al norte de la llanura de Kawanakajima y al sur de la
llanura a través de los vitales pasos de montaña. Cruzando
los ríos Saigawa y Chikumagawa que rodeaban
Kawanakajima, Kenshin ocupó una posición fortificada
sobre la montaña Saijoyama desde la que se divisaba el
castillo Kaizu. Los 150 samurais y sus seguidores
acuartelados en Kaizu, aunque completamente sorprendidos
por este movimiento, lograron, mediante un sistema
de señales de fuego bien organizadas, alertar a Shingen
del peligro. Shingen reaccionó rápidamente y se dirigió
hacia Kaizu con 16.000 hombres.
Al llegar a Kawanakajima, Shingen acampó en la orilla
derecha del río Chikumagawa cerca del vado de Amenomiya.
Kenshin esperaba estar en una posición que le
permitiese caer sobre su enemigo al llegar éste, pero tener
el río entre los dos les situaba en un punto muerto. Era
necesario un elemento sorpresa que rompiese el equilibrio
de uno de los bandos para propiciar que uno venciera.
Shingen fue el primero en moverse, cruzando
velozmente el Chikumagawa más allá de las posiciones
de Kenshin y trasladando todas sus fuerzas, que llegaban
gracias a los refuerzos a los 20.000 hombres, hacia el
castillo de Kaizu.
Los soldados de Shingen no permanecerían aquí por
mucho tiempo, ya que su gun-bugyo, Yamamoto
Kansuke, había diseñado un plan de ataque conocido
como Operación «Pájaro Carpintero». Una fuerza de
«pájaros carpinteros», compuesta por 8.000 hombres,
ascenderían por Saijoyama al abrigo de la noche y «picarían
» en la retaguardia de Kenshin, sacando a los «bichos»
de los enemigos fuera de sus posiciones, montaña abajo
y a través del Chikumagawa en el Hachimanabara, o «la
Llanura del Dios de la Guerra» que estaba más abajo.
Aquí, el grueso del ejército de Shingen, que había cruzado
el Chikumagawa de noche, estaría esperándoles. La
formación que eligió Shingen para su ejército era la del
kakuyoku, o «ala de grulla» que estaba considerada como
la mejor para rodear al enemigo. Empujados por el ataque
contra su retaguardia hacia los brazos del «ala de
grulla» Kenshin quedaría atrapado entre dos fuerzas,
rodeado y destruido.
La formación en «ala de grulla» se desplegaba de la
siguiente manera:
Un frente de arcabuceros y arqueros protege la vanguardía
Shinano, situada en las profundidades del corazón de la
cadena montañosa conocida como los Alpes japoneses,
se extiende la vasta, llana y triangular llanura de
Kawanakajima, también llamada «la isla entre los ríos»
por estar rodeada al norte por el río Saigawa y al suroeste
por el río Chikumagawa, que se unían en el extremo
noreste de la llanura. Kawanakajima se convirtió en tierra
de nadie en el enfrentamiento entre Shingen y
Kenshin. Durante el transcurso de su lucha esta llanura
sería testigo de no menos de siete encuentros entre estos
rivales de los cuales sólo cinco fueron considerados
«batallas». Las tres primeras de estas batallas fueron sólo
escaramuzas comparadas con la cuarta, que está considerada
«la batalla» de Kawanakajima y continúa siendo
uno de los mayores y más sangrientos conflictos de la
historia de Japón.
En septiembre de 1553, Shingen se adentró en el norte
de la provincia de Shinano alcanzando la llanura de
Kawanakajima. Aquí, cerca de un templo consagrado a
Hachiman1, se encontró con el ejército de Kenshin, pero
no entró en combate y se retiró. Los dos ejércitos volvieron
a encontrarse unas pocas millas más al norte, pero de
nuevo evitaron enfrentarse. Ésta fue la primera batalla de
Kawanakajima, también conocida como «La batalla espoleta
». En octubre, mientras Shingen se retiraba de esta área,
Kenshin atacó cerca del lugar del templo a Hachiman y
venció al ejército de Takeda.
La segunda batalla de Kawanakajima también conocida
como la batalla de Saigawa tuvo lugar en 1555. Shingen
avanzó a través de la llanura Kawanakajima hasta el río
Saigawa e instaló su campamento en la colina Otsuka, justo
al sur del río. El ejército de Kenshin se trasladó desde sus
posiciones en la colina hasta el río y acampó en la orilla
contraria. Durante cuatro meses los dos ejércitos estuvieron
el uno frente al otro, esperando que fuera el otro el
que hiciera el primer movimiento.
La tercera batalla de Kawanakajima tuvo lugar en 1557.
Shingen se adentró de nuevo en la llanura y se apoderó de
Katsurayama, una fortaleza en las montañas en el interior
territorio de Uesugi, Después atacó el castillo de Iiyama
sito en una de las vías de comunicación principales de
Echigo y al noreste de Zenko-ji, una posición en lo alto
de una colina que dominaba toda la llanura. Kenshin, cuyo
ejército estaba alojado en el castillo de Zenko-ji, respondió
lanzando un ataque para liberar el castillo de Iiyama.
En poco tiempo Shingen se retiró evitando de nuevo
enfrentarse con su enemigo.
En septiembre de 1561, los dos ejércitos se vieron
inmersos en la cuarta batalla de Kawanakajima. Kenshin,
consciente del antagonismo con Shingen, decidió destruir
a su sempiterno rival en una última y decisiva batalla e
hizo marchar a su ejército de 18.000 hombres hacia la
periferia noroeste del territorio de Takeda. Su objetivo
era el castillo de Kaizu que controlaba las comunicaciones
al norte de la llanura de Kawanakajima y al sur de la
llanura a través de los vitales pasos de montaña. Cruzando
los ríos Saigawa y Chikumagawa que rodeaban
Kawanakajima, Kenshin ocupó una posición fortificada
sobre la montaña Saijoyama desde la que se divisaba el
castillo Kaizu. Los 150 samurais y sus seguidores
acuartelados en Kaizu, aunque completamente sorprendidos
por este movimiento, lograron, mediante un sistema
de señales de fuego bien organizadas, alertar a Shingen
del peligro. Shingen reaccionó rápidamente y se dirigió
hacia Kaizu con 16.000 hombres.
Al llegar a Kawanakajima, Shingen acampó en la orilla
derecha del río Chikumagawa cerca del vado de Amenomiya.
Kenshin esperaba estar en una posición que le
permitiese caer sobre su enemigo al llegar éste, pero tener
el río entre los dos les situaba en un punto muerto. Era
necesario un elemento sorpresa que rompiese el equilibrio
de uno de los bandos para propiciar que uno venciera.
Shingen fue el primero en moverse, cruzando
velozmente el Chikumagawa más allá de las posiciones
de Kenshin y trasladando todas sus fuerzas, que llegaban
gracias a los refuerzos a los 20.000 hombres, hacia el
castillo de Kaizu.
Los soldados de Shingen no permanecerían aquí por
mucho tiempo, ya que su gun-bugyo, Yamamoto
Kansuke, había diseñado un plan de ataque conocido
como Operación «Pájaro Carpintero». Una fuerza de
«pájaros carpinteros», compuesta por 8.000 hombres,
ascenderían por Saijoyama al abrigo de la noche y «picarían
» en la retaguardia de Kenshin, sacando a los «bichos»
de los enemigos fuera de sus posiciones, montaña abajo
y a través del Chikumagawa en el Hachimanabara, o «la
Llanura del Dios de la Guerra» que estaba más abajo.
Aquí, el grueso del ejército de Shingen, que había cruzado
el Chikumagawa de noche, estaría esperándoles. La
formación que eligió Shingen para su ejército era la del
kakuyoku, o «ala de grulla» que estaba considerada como
la mejor para rodear al enemigo. Empujados por el ataque
contra su retaguardia hacia los brazos del «ala de
grulla» Kenshin quedaría atrapado entre dos fuerzas,
rodeado y destruido.
La formación en «ala de grulla» se desplegaba de la
siguiente manera:
Un frente de arcabuceros y arqueros protege la vanguardía
mientras que el cuerpo principal de samurais, formando
una segunda y tercera división se reparte detrás de ellos
como las alas abiertas de una grulla. El cuartel general ocupa
el centro, protegido a ambos lados por los hatamoto2 (que ító
quiere decir «según el estándar»), los samurais especialmente
como las alas abiertas de una grulla. El cuartel general ocupa
el centro, protegido a ambos lados por los hatamoto2 (que ító
quiere decir «según el estándar»), los samurais especialmente
elegidos. Un escuadrón de tropas de reserva se
dispone a cada lado, ligeramente detrás de los hatamoto. Por
detrás queda una retaguardia con más arqueros yarcabuceros. "
Shingen organizó su cuartel en el centro de la llanura
de Hachiman, en algún lugar de la retaguardia de los extremos
donde se encontraban los samurais. Este puesto de
mando consistía en un maku, o cortinas de tela, adornadas
con la mon Takeda, el emblema del clan, lo que lo hacía
fácilmente identificable para todos. Desde esta posición
esperó a que su plan se pusiera en marcha.
A la mañana siguiente, cuando despuntaba el día, las
tropas de Shingen, mirando a través de la niebla que se
desvanecía, se encontraron con la vista del ejército de
Kenshin que no huía a través del frente, como habían
supuesto, sino que cargaba contra ellos. Kenshin, que
había recibido informes de los movimientos de Shingen,
había adivinado cuáles podían ser los planes de su rival
y había ideado en consecuencia una contra maniobra.
Aprovechando el cobijo de la noche de la misma manera
que su enemigo, Kenshin había trasladado sus tropas
en total secreto a través del vado de Amenomiya, dejando
una retaguardia de 3.000 hombres para proteger el
vado y desplegándose al oeste de la posición de Shingen.
Adoptando una formación conocida como kuruma
gakari, o «rueda rodante», Kenshin chocó violentamente
contra «la grulla» de Shingen. La «rueda rodante» era
una maniobra ofensiva que permitía a las unidades que
se hallaban exhaustas o diezmadas por el combate ser
reemplazadas por unidades de refresco, lo que facilitaba
al atacante mantener la fuerza y el ímpetu de su
acción. Se trataba de una compleja maniobra que necesitaba
ser organizada con mucho cuidado. La capacidad
de llevarla a cabo indicaba que las tropas de Kenshin
debían haberla practicado hasta alcanzar la perfección.
La vanguardia de Kenshin estaba liderada por su herma
no menor, Takeda Nobushige y, como la «rueda rodante»
de Kenshin implicaba por completo a las filas de cabeza,
detrás queda una retaguardia con más arqueros yarcabuceros. "
Shingen organizó su cuartel en el centro de la llanura
de Hachiman, en algún lugar de la retaguardia de los extremos
donde se encontraban los samurais. Este puesto de
mando consistía en un maku, o cortinas de tela, adornadas
con la mon Takeda, el emblema del clan, lo que lo hacía
fácilmente identificable para todos. Desde esta posición
esperó a que su plan se pusiera en marcha.
A la mañana siguiente, cuando despuntaba el día, las
tropas de Shingen, mirando a través de la niebla que se
desvanecía, se encontraron con la vista del ejército de
Kenshin que no huía a través del frente, como habían
supuesto, sino que cargaba contra ellos. Kenshin, que
había recibido informes de los movimientos de Shingen,
había adivinado cuáles podían ser los planes de su rival
y había ideado en consecuencia una contra maniobra.
Aprovechando el cobijo de la noche de la misma manera
que su enemigo, Kenshin había trasladado sus tropas
en total secreto a través del vado de Amenomiya, dejando
una retaguardia de 3.000 hombres para proteger el
vado y desplegándose al oeste de la posición de Shingen.
Adoptando una formación conocida como kuruma
gakari, o «rueda rodante», Kenshin chocó violentamente
contra «la grulla» de Shingen. La «rueda rodante» era
una maniobra ofensiva que permitía a las unidades que
se hallaban exhaustas o diezmadas por el combate ser
reemplazadas por unidades de refresco, lo que facilitaba
al atacante mantener la fuerza y el ímpetu de su
acción. Se trataba de una compleja maniobra que necesitaba
ser organizada con mucho cuidado. La capacidad
de llevarla a cabo indicaba que las tropas de Kenshin
debían haberla practicado hasta alcanzar la perfección.
La vanguardia de Kenshin estaba liderada por su herma
no menor, Takeda Nobushige y, como la «rueda rodante»
de Kenshin implicaba por completo a las filas de cabeza,
Nobushige pereció en un reñido combate cuerpo a
cuerpo. !
Las principales unidades de Kenshin se componían de
samurais a caballo y, a medida que la «rueda» avanzaba, la
presión sobre las fuerzas de Shingen empezó a notarse al
ir teniendo que retirarse de su posición unidad tras unidad.
La «grulla» de Shingen era una formación ofensiva
no pensada para la defensa, pero las tropas que la ejecutaban
estaban bien entrenadas y la formación se las arreglaba
para aguantar lo suyo. Al darse cuenta de que los planes
que tan bien había trazado habían fallado, Yamamoto
Kansuke aceptó responsabilidad por el desastre de la
manera en que lo haría todo samurai. Cargando él solo
con una lanza en el centro mismo del enemigo luchó
valientemente hasta que fue vencido después de recibir
unas ochenta heridas, tras lo cual se retiró a una loma
cubierta de hierba y se hizo el hara-kiri.
El ímpetu de la «rueda» la había conducido dentro
del alcance del cuartel de los Takeda desde donde Shingen
intentaba organizar a su presionado ejército. Los samurais
de Uesugi chocaron frontalmente con los hatamoto
de Shingen y su guardia personal, hiriendo a su hijo
Takeda Yoshinobu. Un único samurai a caballo cruzó
entonces a través de las cortinas de maku y Shingen de
repente se encontró siendo atacado por nada menos que
el mismo Kenshin en persona. Incapaz de sacar su espada
a tiempo, Shingen, levantándose de su silla de campo,
se vio forzado a rechazar los mandobles que Kenshin
asestaba desde su caballo con su pesado abanico de guerra
de madera. Shingen recibió tres cortes en el peto y
siete más en su abanico. Hasta que uno de los miembros
de su guardia personal se abalanzó y atacó a Kenshin
con una lanza. La fuerza de la embestida rebotó en la
armadura de Kenshin y golpeó el costado de su caballo,
haciendo que el animal retrocediese. Algunos samurais
más de la guardia de Shingen llegaron entonces y juntos
consiguieron hacer que Kenshin se retirara. El lugar de
esta famosa refriega se conoce hoy en día como mitachi
nana tachi no ato (que significa: «el lugar de las tres
espadas siete espadas») y cerca de ella hay una bella
estatua de moderna factura que representa la lucha entre
los dos generales.
La «grulla» Shingen se veía obligada a retirarse poco
a poco hacia el río Chikumagawa. La formación no se
había roto a pesar de la fiereza de los repetidos ataques
y de que sus mejores samurais iban cayendo uno a uno.
Justo cuando Kenshin parecía seguro de su victoria un
desesperado ataque contra su retaguardia le pilló por sorpresa.
La fuerza del «pájaro carpintero» de Takeda, al
haber encontrado las posiciones de los enemigos en
Saijoyama desiertas y oír el fragor de la batalla que se
disputaba abajo, se había desplazado hacia el vado de
Amenomiya. Desde aquí condujeron a la retaguardia de
Kenshin a la batalla más feroz del día, obligándoles a
retirarse y cruzando el río para asaltar su retaguardia.
La fuerza de Kenshin estaba, por lo tanto, atrapada por
la pinza del ataque de Takeda, tal y como el último
Yamamoto Kansuke había planeado. Shingen se las arregló
para recobrar el control de su ejército y para el medio
día lo que había parecido una derrota poco gloriosa se
transformó en una gran victoria. Algunos de las tropas
de Shingen incluso lograron reclamar la cabeza de
Nobushige, el hermano de Shingen, así como las cabe
zas de otros líderes samurais de Takeda a los guerreros
Uesugi que las habían tomado como trofeos. El ejército
de Shingen, agotado tras la batalla, intentó perseguir a
Kenshin en su retirada. Al día siguiente, durante una
tregua, algunos de los generales de Kenshin quemaron
lo que quedaba de su campamento en Saijoyama mien
tras el resto del ejército se retiraba a través del Saigawa
rumbo a casa. < . Kawanakajima había resultado ser una batalla con grandes costes para ambos bandos. Kenshin había perdido un 72% de su ejército, lo que aproximadamente representaba unos 12.960 hombres, mientras que Shingen, aunque había conseguido 3.117 cabezas enemigas como trofeos, había perdido un 62% o lo que es lo mismo 12.400 hombres. En una de las batallas más largas de la historia de Japón, la formación en «ala de grulla», al ser ejecutada por tropas bien entrenadas, había probado ser capaz de parar, al menos momentáneamente, la de la «rueda rodante». En septiembre de 1564 los dos rivales se encontraron de nuevo en la quinta y última batalla de Kawanakajima. Separados únicamente por el río Saigawa, ambos ejércitos permanecieron en sus posiciones durante sesenta días, realizando sólo pequeñas escaramuzas, antes de retirarse finalmente.
Las batallas de Kawanakajima son un ejemplo fascinante
tanto del estilo de la guerra de clanes que caracterizó
el periodo de sengoku-jidai como del tipo de
tácticas complejas y muy elaboradas empleadas por los
dos ejércitos. La habilidad de realizar maniobras complicadas
durante la noche y de organizarse después en
formaciones tácticas tan grandes y de diseño tan complicado
dice mucho del alto nivel de entrenamiento, de
la disciplina y de la especiahzación en armamento claramente
evidenciadas por los ejércitos de los daimios. (Un
buen ejemplo, y bastante cercano a lo que ocurrió históricamente
en las batallas de Kawanakajima, de la rivalidad
entre Shingen y Kenshin y de las tácticas empleadas
por los ejércitos puede verse en la película de producción
japonesa Cielo y Tierra).
cuerpo. !
Las principales unidades de Kenshin se componían de
samurais a caballo y, a medida que la «rueda» avanzaba, la
presión sobre las fuerzas de Shingen empezó a notarse al
ir teniendo que retirarse de su posición unidad tras unidad.
La «grulla» de Shingen era una formación ofensiva
no pensada para la defensa, pero las tropas que la ejecutaban
estaban bien entrenadas y la formación se las arreglaba
para aguantar lo suyo. Al darse cuenta de que los planes
que tan bien había trazado habían fallado, Yamamoto
Kansuke aceptó responsabilidad por el desastre de la
manera en que lo haría todo samurai. Cargando él solo
con una lanza en el centro mismo del enemigo luchó
valientemente hasta que fue vencido después de recibir
unas ochenta heridas, tras lo cual se retiró a una loma
cubierta de hierba y se hizo el hara-kiri.
El ímpetu de la «rueda» la había conducido dentro
del alcance del cuartel de los Takeda desde donde Shingen
intentaba organizar a su presionado ejército. Los samurais
de Uesugi chocaron frontalmente con los hatamoto
de Shingen y su guardia personal, hiriendo a su hijo
Takeda Yoshinobu. Un único samurai a caballo cruzó
entonces a través de las cortinas de maku y Shingen de
repente se encontró siendo atacado por nada menos que
el mismo Kenshin en persona. Incapaz de sacar su espada
a tiempo, Shingen, levantándose de su silla de campo,
se vio forzado a rechazar los mandobles que Kenshin
asestaba desde su caballo con su pesado abanico de guerra
de madera. Shingen recibió tres cortes en el peto y
siete más en su abanico. Hasta que uno de los miembros
de su guardia personal se abalanzó y atacó a Kenshin
con una lanza. La fuerza de la embestida rebotó en la
armadura de Kenshin y golpeó el costado de su caballo,
haciendo que el animal retrocediese. Algunos samurais
más de la guardia de Shingen llegaron entonces y juntos
consiguieron hacer que Kenshin se retirara. El lugar de
esta famosa refriega se conoce hoy en día como mitachi
nana tachi no ato (que significa: «el lugar de las tres
espadas siete espadas») y cerca de ella hay una bella
estatua de moderna factura que representa la lucha entre
los dos generales.
La «grulla» Shingen se veía obligada a retirarse poco
a poco hacia el río Chikumagawa. La formación no se
había roto a pesar de la fiereza de los repetidos ataques
y de que sus mejores samurais iban cayendo uno a uno.
Justo cuando Kenshin parecía seguro de su victoria un
desesperado ataque contra su retaguardia le pilló por sorpresa.
La fuerza del «pájaro carpintero» de Takeda, al
haber encontrado las posiciones de los enemigos en
Saijoyama desiertas y oír el fragor de la batalla que se
disputaba abajo, se había desplazado hacia el vado de
Amenomiya. Desde aquí condujeron a la retaguardia de
Kenshin a la batalla más feroz del día, obligándoles a
retirarse y cruzando el río para asaltar su retaguardia.
La fuerza de Kenshin estaba, por lo tanto, atrapada por
la pinza del ataque de Takeda, tal y como el último
Yamamoto Kansuke había planeado. Shingen se las arregló
para recobrar el control de su ejército y para el medio
día lo que había parecido una derrota poco gloriosa se
transformó en una gran victoria. Algunos de las tropas
de Shingen incluso lograron reclamar la cabeza de
Nobushige, el hermano de Shingen, así como las cabe
zas de otros líderes samurais de Takeda a los guerreros
Uesugi que las habían tomado como trofeos. El ejército
de Shingen, agotado tras la batalla, intentó perseguir a
Kenshin en su retirada. Al día siguiente, durante una
tregua, algunos de los generales de Kenshin quemaron
lo que quedaba de su campamento en Saijoyama mien
tras el resto del ejército se retiraba a través del Saigawa
rumbo a casa. < . Kawanakajima había resultado ser una batalla con grandes costes para ambos bandos. Kenshin había perdido un 72% de su ejército, lo que aproximadamente representaba unos 12.960 hombres, mientras que Shingen, aunque había conseguido 3.117 cabezas enemigas como trofeos, había perdido un 62% o lo que es lo mismo 12.400 hombres. En una de las batallas más largas de la historia de Japón, la formación en «ala de grulla», al ser ejecutada por tropas bien entrenadas, había probado ser capaz de parar, al menos momentáneamente, la de la «rueda rodante». En septiembre de 1564 los dos rivales se encontraron de nuevo en la quinta y última batalla de Kawanakajima. Separados únicamente por el río Saigawa, ambos ejércitos permanecieron en sus posiciones durante sesenta días, realizando sólo pequeñas escaramuzas, antes de retirarse finalmente.
Las batallas de Kawanakajima son un ejemplo fascinante
tanto del estilo de la guerra de clanes que caracterizó
el periodo de sengoku-jidai como del tipo de
tácticas complejas y muy elaboradas empleadas por los
dos ejércitos. La habilidad de realizar maniobras complicadas
durante la noche y de organizarse después en
formaciones tácticas tan grandes y de diseño tan complicado
dice mucho del alto nivel de entrenamiento, de
la disciplina y de la especiahzación en armamento claramente
evidenciadas por los ejércitos de los daimios. (Un
buen ejemplo, y bastante cercano a lo que ocurrió históricamente
en las batallas de Kawanakajima, de la rivalidad
entre Shingen y Kenshin y de las tácticas empleadas
por los ejércitos puede verse en la película de producción
japonesa Cielo y Tierra).
TAKEDA SHINGEN
Nacido Harunobu Takeda en 1521, era el hijo mayor de
Takeda Nobutora, daimio o barón de la provincia de Kai.
Los Takeda eran una antigua familia que procedía de Minamoto
Yoshimitsu, cuyo hijo, Yoshikiyo, fue el primero
en tomar el apellido Takeda. Durante la guerra civil Gempei
Yoshikiyo apoyó al líder del clan Minamoto, Minamoto
Yoritomo, contra el clan Taira. La victoria subsiguiente de
Minamoto Yoritomo tuvo como resultado que se convirtiera
en el primer sogún, o jefe militar, de Japón. Debido
a su apoyo, la familia Takeda se hizo muy poderosa en la
región que ocupaba de Japón.
Takeda Nobutora, un líder samurai muy capaz, se
estableció a sí mismo como señor feudal y comenzó
una política de expansión territorial. En 1540 fue destronado
por su hijo, Harunobu, en un esfuerzo por
evitar que este último fuera desplazado por su hermano
menor. Harunobu tuvo su bautismo de fuego a los 15
años, cuando rescató a su padre y resultó victorioso de
un combate en la fortaleza de Uminokuchi en 1536.
Esta acción creó el marco para las proezas militares del
futuro Harunobu.
En 1547, Harunobu, siguiendo el programa de expansión
de su padre, invadió la provincia de Shinano. Takeda
encontró una resistencia significativa por parte de Murakami
Yoshikiyo, que había peleado una vez contra el padre
de Harunobu. Harunobu derrotó a Murakami en Uedahara
en 1548, y este último, al darse cuenta de que no podía
resistir los avances del hijo como había hecho con el padre,
solicitó la ayuda de Uesugi Kenshin, el joven y poderoso
señor de la provincia de Echigo. Durante los 17 años
siguientes, Harunobu y Kenshin, ambos dotados de la misma
habilidad militar, estarían en un estado de guerra casi
constante entre ellos. En 1551 Harunobu se hizo monje y
tomó el nombre de «Shingen» con el cual se le conoció a
partir de entonces.
En 1553, Shingen libró la primera de las cinco batallas
contra Uesugi Kenshin en Kawanakajima. Las primeras
tres de estas batallas no fueron más que escaramuzas en
las cuales ambos contrincantes y sus ejércitos demostraron
en todo momento estar a la misma altura. La cuarta
batalla de Kawanakajima en octubre de 1561 fue un enfrentamiento
a gran escala en el cual Shingen, aunque herido e
inicialmente en desventaja, logró finalmente alzarse con
la victoria después de una batalla feroz y sangrienta. Tras
la quinta y última batalla de Kawanakajima en 1564,
Kenshin había dejado de ser una seria amenaza para el
poder de Shingen.
Su permanente rivalidad, sin embargo, se había convertido
casi en leyenda, sumándose a la fama de sus
nombres. Debido a que estaban en constante interacción
a causa de la guerra, ambos hombres habían
desarrollado un gran respeto el uno por el otro. El respeto
mutuo que sentían Kenshin y Shingen queda ilustrado
a la perfección en el famoso «incidente de la sal».
Dado que las provincias de Shingen estaban situadas
en las montañas, éste dependía de la mediación del clan
Hojo para el suministro de sal. Durante una de las campañas
de Kawanakajima, el Hojo que estaba entonces
en poder cortó el suministro de sal de Shingen. Kenshin,
al enterarse del problema de Shingen, comentó que los
Hojo había llevado a cabo un acto ruin y envió a Shingen
sal de su propia provincia, que limitaba con el Mar del
Japón, añadiendo: «Yo no peleo con la sal sino con la
espada».
En 1568 atacó y expulsó al clan más débil de Imagawa
de la provincia de Suruga, pero fue incapaz de reaccionar
frente a los ataques del clan Hojo procedentes del este.
Al estar cada vez más preocupado por el poder creciente
y los logros militares de Oda Nobunaga, líder de la provincia
de Owan, Shingen se dio cuenta de que pronto tendría
que enfrentarse con este nuevo rival.
En 1571, Nobunaga atacó y destruyó el monasterio
budista del monte Hiei, dando de esta manera a Shingen,
un monje budista, la excusa que necesitaba. En octubre
de 1572 Shingen atacó al aliado de Nobunaga, Tokugawa
Ieyasu en Mikataga-ara. Shingen derrotó ampliamente a
la fuerza numéricamente inferior de Ieyasu, pero falló a la
hora de proseguir en su victoria. A principios de 1573
Shingen, ahora decidido a destruir a leyasu, atacó a este
último en su castillo de Noda. Según la leyenda, los
defensores del castillo de Noda, al saber que su final estaba
cerca, decidieron acabar con sus provisiones de sake
(vino de arroz) bebiéndoselas. Los asaltantes percibieron
el alboroto de su celebración así como la excelente música
de flauta procedente de una de las guarniciones del castillo.
Shingen, que se había acercado a la muralla para escuchar
la música, murió al recibir un tiro en la cabeza por parte
de un centinela atento a sus movimientos. El clan Takeda
mantuvo la noticia de la muerte de Shingen en secreto
durante todo el tiempo que pudieron (al parecer durante
más de un año) en un esfuerzo por engañar a Nobunaga y
a sus aliados. Finalmente, se supo la noticia y el hijo de
Shingen, Katsuyori, ocupó el lugar de su padre en la continua
lucha con Nobunaga. Pero Katsuyori no fue el jefe
militar que había sido su padre. En Nagashino, en junio
de 1575, Katsuyori lanzó impetuosamente a lo mejor del
ejército de los Takeda contra las posiciones preparadas de
sus enemigos. Fueron arrasados por los arcabuceros concentrados
de Nobunaga, que terminaron con el poder
Takeda para siempre.
Shingen figura como una de las mejores así como de
las más temibles personalidades del periodo de la historia
japonesa conocido como la «edad de los estados en
guerra» (Sengoku-jidai). Hábil y competente gobernante,
Shingen era reputado tanto por su maestría militar
como por su magnetismo personal. Poseedor de una gran
energía e inteligencia, era a la vez astuto e implacable,
cruel y magnánimo. Famoso por su habilidad para congregar
a la gente en sus filas, aumentó el poder y el estatus
del clan Takeda llevándolo a su mayor apogeo sólo para
morir prematuramente. Aunque tuvo el talento necesario
para unificar Japón, su eterna rivalidad con Uesugi
Kenshin desvió mucha de su energía y de sus esfuerzos
de esta causa. Sin la sabiduría y el talento de su liderazgo
el poder del clan Takeda fue finalmente destruido bajo
su hijo.
Takeda Nobutora, daimio o barón de la provincia de Kai.
Los Takeda eran una antigua familia que procedía de Minamoto
Yoshimitsu, cuyo hijo, Yoshikiyo, fue el primero
en tomar el apellido Takeda. Durante la guerra civil Gempei
Yoshikiyo apoyó al líder del clan Minamoto, Minamoto
Yoritomo, contra el clan Taira. La victoria subsiguiente de
Minamoto Yoritomo tuvo como resultado que se convirtiera
en el primer sogún, o jefe militar, de Japón. Debido
a su apoyo, la familia Takeda se hizo muy poderosa en la
región que ocupaba de Japón.
Takeda Nobutora, un líder samurai muy capaz, se
estableció a sí mismo como señor feudal y comenzó
una política de expansión territorial. En 1540 fue destronado
por su hijo, Harunobu, en un esfuerzo por
evitar que este último fuera desplazado por su hermano
menor. Harunobu tuvo su bautismo de fuego a los 15
años, cuando rescató a su padre y resultó victorioso de
un combate en la fortaleza de Uminokuchi en 1536.
Esta acción creó el marco para las proezas militares del
futuro Harunobu.
En 1547, Harunobu, siguiendo el programa de expansión
de su padre, invadió la provincia de Shinano. Takeda
encontró una resistencia significativa por parte de Murakami
Yoshikiyo, que había peleado una vez contra el padre
de Harunobu. Harunobu derrotó a Murakami en Uedahara
en 1548, y este último, al darse cuenta de que no podía
resistir los avances del hijo como había hecho con el padre,
solicitó la ayuda de Uesugi Kenshin, el joven y poderoso
señor de la provincia de Echigo. Durante los 17 años
siguientes, Harunobu y Kenshin, ambos dotados de la misma
habilidad militar, estarían en un estado de guerra casi
constante entre ellos. En 1551 Harunobu se hizo monje y
tomó el nombre de «Shingen» con el cual se le conoció a
partir de entonces.
En 1553, Shingen libró la primera de las cinco batallas
contra Uesugi Kenshin en Kawanakajima. Las primeras
tres de estas batallas no fueron más que escaramuzas en
las cuales ambos contrincantes y sus ejércitos demostraron
en todo momento estar a la misma altura. La cuarta
batalla de Kawanakajima en octubre de 1561 fue un enfrentamiento
a gran escala en el cual Shingen, aunque herido e
inicialmente en desventaja, logró finalmente alzarse con
la victoria después de una batalla feroz y sangrienta. Tras
la quinta y última batalla de Kawanakajima en 1564,
Kenshin había dejado de ser una seria amenaza para el
poder de Shingen.
Su permanente rivalidad, sin embargo, se había convertido
casi en leyenda, sumándose a la fama de sus
nombres. Debido a que estaban en constante interacción
a causa de la guerra, ambos hombres habían
desarrollado un gran respeto el uno por el otro. El respeto
mutuo que sentían Kenshin y Shingen queda ilustrado
a la perfección en el famoso «incidente de la sal».
Dado que las provincias de Shingen estaban situadas
en las montañas, éste dependía de la mediación del clan
Hojo para el suministro de sal. Durante una de las campañas
de Kawanakajima, el Hojo que estaba entonces
en poder cortó el suministro de sal de Shingen. Kenshin,
al enterarse del problema de Shingen, comentó que los
Hojo había llevado a cabo un acto ruin y envió a Shingen
sal de su propia provincia, que limitaba con el Mar del
Japón, añadiendo: «Yo no peleo con la sal sino con la
espada».
En 1568 atacó y expulsó al clan más débil de Imagawa
de la provincia de Suruga, pero fue incapaz de reaccionar
frente a los ataques del clan Hojo procedentes del este.
Al estar cada vez más preocupado por el poder creciente
y los logros militares de Oda Nobunaga, líder de la provincia
de Owan, Shingen se dio cuenta de que pronto tendría
que enfrentarse con este nuevo rival.
En 1571, Nobunaga atacó y destruyó el monasterio
budista del monte Hiei, dando de esta manera a Shingen,
un monje budista, la excusa que necesitaba. En octubre
de 1572 Shingen atacó al aliado de Nobunaga, Tokugawa
Ieyasu en Mikataga-ara. Shingen derrotó ampliamente a
la fuerza numéricamente inferior de Ieyasu, pero falló a la
hora de proseguir en su victoria. A principios de 1573
Shingen, ahora decidido a destruir a leyasu, atacó a este
último en su castillo de Noda. Según la leyenda, los
defensores del castillo de Noda, al saber que su final estaba
cerca, decidieron acabar con sus provisiones de sake
(vino de arroz) bebiéndoselas. Los asaltantes percibieron
el alboroto de su celebración así como la excelente música
de flauta procedente de una de las guarniciones del castillo.
Shingen, que se había acercado a la muralla para escuchar
la música, murió al recibir un tiro en la cabeza por parte
de un centinela atento a sus movimientos. El clan Takeda
mantuvo la noticia de la muerte de Shingen en secreto
durante todo el tiempo que pudieron (al parecer durante
más de un año) en un esfuerzo por engañar a Nobunaga y
a sus aliados. Finalmente, se supo la noticia y el hijo de
Shingen, Katsuyori, ocupó el lugar de su padre en la continua
lucha con Nobunaga. Pero Katsuyori no fue el jefe
militar que había sido su padre. En Nagashino, en junio
de 1575, Katsuyori lanzó impetuosamente a lo mejor del
ejército de los Takeda contra las posiciones preparadas de
sus enemigos. Fueron arrasados por los arcabuceros concentrados
de Nobunaga, que terminaron con el poder
Takeda para siempre.
Shingen figura como una de las mejores así como de
las más temibles personalidades del periodo de la historia
japonesa conocido como la «edad de los estados en
guerra» (Sengoku-jidai). Hábil y competente gobernante,
Shingen era reputado tanto por su maestría militar
como por su magnetismo personal. Poseedor de una gran
energía e inteligencia, era a la vez astuto e implacable,
cruel y magnánimo. Famoso por su habilidad para congregar
a la gente en sus filas, aumentó el poder y el estatus
del clan Takeda llevándolo a su mayor apogeo sólo para
morir prematuramente. Aunque tuvo el talento necesario
para unificar Japón, su eterna rivalidad con Uesugi
Kenshin desvió mucha de su energía y de sus esfuerzos
de esta causa. Sin la sabiduría y el talento de su liderazgo
el poder del clan Takeda fue finalmente destruido bajo
su hijo.
Nobunaga
LA BATALLA DE NAGASHINO
29 de junio de 1575
En el transcurso de la historia militar, la introducción en
el campo de batalla de nuevas y mejoradas tecnologías ha
tenido como resultado no sólo un cambio necesario de
las tácticas, sino, con frecuencia, también un cambio dramático
en la naturaleza y el comportamiento de la guerra
en sí misma. La batalla de Nagashino sirve como ejemplo
dramático y fascinante de los efectos de la tecnología tanto
en la guerra como en una sociedad empapada de una
cultura de base guerrera.
La batalla de Nagashino que tuvo lugar el 29 de junio
de 1575 aconteció hacia el final del periodo de la historia
japonesa conocido como Sengoku-jidai o «la edad de los
estados en guerra», que duró desde 1477 hasta 1576. Es
del todo irónico que esta batalla no fuera realmente necesaria,
sobre todo si se tienen en cuenta las consecuencias
que resultaron de la misma desde un punto de vista puramente
estratégico.
La batalla fue el resultado final de un asedio desafortunado
del castillo de Nagashino, una fortaleza situada en
la frontera y que junto con otras formaba una red defensiva
frente a una posible invasión a través de las montañas
Takeda. El castillo estaba defendido por 500 siervos de
Tokugawa, aliados de Oda Nobunaga, uno de los daimios
más fuertes y capaces de este periodo. La fuerza asaltante
estaba compuesta de unos 15.000 hombres y estaba
liderada por Takeda Katsuyori, el valiente y testarudo hijo
de Takeda Shmgen, el recientemente fallecido jefe del clan
Takeda y durante mucho tiempo enemigo de Nobunaga.
Katsuyori, siguiendo la política expansionista de su padre
contra los enemigos del clan Takeda, planeaba tomar el
castillo de Nagashino y adentrarse aún más en el territorio
de Tokugawa, ganando así más provincias y fortaleciendo
su posición militar. En principio, se esperaba que
el castillo cayese debido a una traición gestada desde
dentro, pero cuando el plan fue descubierto Katsuyori se
encontró a sí mismo enfrentado a un asalto de grandes
proporciones. Aunque los defensores del castillo eran
inferiores en número, el castillo en sí mismo estaba construido
sólidamente y bien situado para prolongar su
defensa. Su único punto débil era el abastecimiento. Un
mensajero se las arregló para llegar a Nobunaga y pedir
ayuda o ser testigo de la caída del castillo.
Nobunaga, temiendo que no ayudar a sus nuevos aliados
podía devolverle a las manos de los Takeda, se puso
rápidamente en camino para acudir en ayuda del castillo
con un ejército de 38.000 hombres, 10.000 de los cuales
eran sus teppo-shu o cuerpo de arcabuceros. Para cuando
Katsuyori llegó al castillo de Nagashino el 16 de junio, ya
había realizado una campaña exitosa; cuando supo del
avance de Nobunaga, pudo simplemente retirarse, sin
enfrentarse a él, y consolidar sus nuevas conquistas. Aunque
se han formulado muchas teorías intentando explicar
la decisión de Katsuyori de permanecer (que el padre conquistó
el castillo con facilidad una vez y el hijo deseaba
emularle, o que Katsuyori deseaba demostrar su habilidad
derrotando al antiguo enemigo de su padre), no hay
duda de que la captura de Nagashino se había vuelto una
obsesión para él. Independientemente de las razones que
hubiera, Katsuyori se puso en marcha para encontrarse
con Nobunaga en la accidentada llanura de Shitarabara
debajo del castillo de Nagashino.
Nobunaga, que ya había experimentado previamente
para su desgracia los efectos devastadores de una carga
de la caballería Takeda, diseñó su plan de batalla con el
expreso propósito de invalidar tal ofensiva. Primero,
colocó a su ejército de manera que los Takeda tuvieran
que cruzar dos arroyos para alcanzar su vanguardia. Después,
erigió amplias empalizadas a lo largo del frente
detrás de las cuales situó 3.000 hombres cuidadosamente
seleccionados del cuerpo de arcabuceros y los dispuso
en líneas de 1.000 hombres cada una. Además, Nobunaga
colocó un pequeño destacamento por fuera de las empalizadas,
a la derecha, para conducir a los Takeda hacia él.
El plan de Nobunaga era anular la carga de la caballería
Takeda para que una vez que el fuego de los arcabuceros
les hubiera frenado, lanzar a sus samurais por entre los
huecos de las empalizadas de manera que descendiesen
sobre los restos del enemigo hasta destruirlos. En la noche
del 28 de junio, Sakai Tadatsuga condujo a 3.000 hombres
en una incursión que asaltó el campamento de los Takeda
en el cual murió el tío de Katsuyori, Takeda Nobuzane,
uno de los jefes de sección.
A las 5 de la mañana del 29 de junio, los Takeda cayeron
en la trampa y lanzaron una serie de cargas de caballería
contra las líneas de Nobunaga. Una fingida retirada de
los hombres de Sakuma Morimasa por el flanco izquierdo
de Nobunaga reafirmó a los Takeda en la oportunidad
de atacar. Los arcabuceros iniciaron una secuencia sostenida
de disparos por filas que acabó con la carga de los
Takeda. Los samurais de Nobunaga contraatacaron entonces
desde detrás de las empalizadas cayendo sobre los
Takeda y obligándoles a retroceder. De nuevo los Takeda
atacaron y de nuevo los arcabuceros los detuvieron y los
samurais de Oda contraatacaron y les hicieron retroceder.
Hacia el mediodía incluso el testarudo Katsuyori se
daba cuenta de que la batalla estaba irrevocablemente perdida
y ordenó la retirada. Diseminados por la llanura de
Shitarabara yacían 10.000 muertos, la flor y nata de la
caballería Takeda. Y lo que es más, siete de los veinticuatro
generales de Takeda murieron, diezmando seriamente
el magnífico cuerpo de oficiales designado por Takeda
Shingen. Las pérdidas de Nobunaga rondaron los 6.000
hombres.
Nagashino firmó la sentencia de muerte del, en su
día, gran clan Takeda. Aunque fueron capaces de impedir
lo inevitable durante siete años más, el poder de
Takeda estaba acabado y no sería más una amenaza para
las fuerzas combinadas de los clanes Oda y Tokugawa.
En 1582 Katsuyori, con su ejército reducido a sólo 300
hombres, libró su última batalla en el paso de Torii-bata,
prefiriendo el suicidio a ser capturado por el enemigo
de su familia.
En el libro titulado Battles of the Samurai, el autor
Stephen Turnbull declara: «.. .Aunque Nagashino hubiera
sido la única victoria de Oda Nobunaga su reputación
hubiera estado asegurada. En su lugar es la culminación
de una brillante carrera y un hito en la historia de Japón».
El uso innovador por parte de Nobunaga de las
fortificaciones de campo y del fuego en formación cambiaron
para siempre el curso de la guerra en el Japón feudal.
Más significativo fue el hecho de que el cuerpo de
arcabuceros de Nobunaga estuviera integrado por ashigaru,
o soldados campesinos, dado que los samurais se
negaban a rebajarse a sí mismos usando tal arma. Esto
causó gran sensación entre la clase de los samurais porque
cualquier campesino con un mínimo de aprendizaje
del uso de las armas de fuego podía matar a un samurai
antes de que este último pudiera acercarse lo suficiente
como para responder, acabando de esa manera con una
vida dedicada al entrenamiento militar. Nobunaga iba
adquiriendo fama militar, pero, al mismo tiempo, era criticado
por el tipo de entrenamiento que daba a sus ashigaru.
Sin darse cuenta, estaba poniendo en marcha los
acontecimientos que conducirían al desarme general del
país en 1587 y que culminaron en que finalmente «abandonase
las armas» en 1637. Los japoneses experimentarían
otra gran revolución en su sociedad debido a la
influencia tecnológica desde occidente el 6 de agosto de
1945 en Hiroshima. En este caso, el resultado fue más
que un «abandono de las armas», se trataba de la renuncia
por completo a la guerra.
ODA NOBUNAGA
el campo de batalla de nuevas y mejoradas tecnologías ha
tenido como resultado no sólo un cambio necesario de
las tácticas, sino, con frecuencia, también un cambio dramático
en la naturaleza y el comportamiento de la guerra
en sí misma. La batalla de Nagashino sirve como ejemplo
dramático y fascinante de los efectos de la tecnología tanto
en la guerra como en una sociedad empapada de una
cultura de base guerrera.
La batalla de Nagashino que tuvo lugar el 29 de junio
de 1575 aconteció hacia el final del periodo de la historia
japonesa conocido como Sengoku-jidai o «la edad de los
estados en guerra», que duró desde 1477 hasta 1576. Es
del todo irónico que esta batalla no fuera realmente necesaria,
sobre todo si se tienen en cuenta las consecuencias
que resultaron de la misma desde un punto de vista puramente
estratégico.
La batalla fue el resultado final de un asedio desafortunado
del castillo de Nagashino, una fortaleza situada en
la frontera y que junto con otras formaba una red defensiva
frente a una posible invasión a través de las montañas
Takeda. El castillo estaba defendido por 500 siervos de
Tokugawa, aliados de Oda Nobunaga, uno de los daimios
más fuertes y capaces de este periodo. La fuerza asaltante
estaba compuesta de unos 15.000 hombres y estaba
liderada por Takeda Katsuyori, el valiente y testarudo hijo
de Takeda Shmgen, el recientemente fallecido jefe del clan
Takeda y durante mucho tiempo enemigo de Nobunaga.
Katsuyori, siguiendo la política expansionista de su padre
contra los enemigos del clan Takeda, planeaba tomar el
castillo de Nagashino y adentrarse aún más en el territorio
de Tokugawa, ganando así más provincias y fortaleciendo
su posición militar. En principio, se esperaba que
el castillo cayese debido a una traición gestada desde
dentro, pero cuando el plan fue descubierto Katsuyori se
encontró a sí mismo enfrentado a un asalto de grandes
proporciones. Aunque los defensores del castillo eran
inferiores en número, el castillo en sí mismo estaba construido
sólidamente y bien situado para prolongar su
defensa. Su único punto débil era el abastecimiento. Un
mensajero se las arregló para llegar a Nobunaga y pedir
ayuda o ser testigo de la caída del castillo.
Nobunaga, temiendo que no ayudar a sus nuevos aliados
podía devolverle a las manos de los Takeda, se puso
rápidamente en camino para acudir en ayuda del castillo
con un ejército de 38.000 hombres, 10.000 de los cuales
eran sus teppo-shu o cuerpo de arcabuceros. Para cuando
Katsuyori llegó al castillo de Nagashino el 16 de junio, ya
había realizado una campaña exitosa; cuando supo del
avance de Nobunaga, pudo simplemente retirarse, sin
enfrentarse a él, y consolidar sus nuevas conquistas. Aunque
se han formulado muchas teorías intentando explicar
la decisión de Katsuyori de permanecer (que el padre conquistó
el castillo con facilidad una vez y el hijo deseaba
emularle, o que Katsuyori deseaba demostrar su habilidad
derrotando al antiguo enemigo de su padre), no hay
duda de que la captura de Nagashino se había vuelto una
obsesión para él. Independientemente de las razones que
hubiera, Katsuyori se puso en marcha para encontrarse
con Nobunaga en la accidentada llanura de Shitarabara
debajo del castillo de Nagashino.
Nobunaga, que ya había experimentado previamente
para su desgracia los efectos devastadores de una carga
de la caballería Takeda, diseñó su plan de batalla con el
expreso propósito de invalidar tal ofensiva. Primero,
colocó a su ejército de manera que los Takeda tuvieran
que cruzar dos arroyos para alcanzar su vanguardia. Después,
erigió amplias empalizadas a lo largo del frente
detrás de las cuales situó 3.000 hombres cuidadosamente
seleccionados del cuerpo de arcabuceros y los dispuso
en líneas de 1.000 hombres cada una. Además, Nobunaga
colocó un pequeño destacamento por fuera de las empalizadas,
a la derecha, para conducir a los Takeda hacia él.
El plan de Nobunaga era anular la carga de la caballería
Takeda para que una vez que el fuego de los arcabuceros
les hubiera frenado, lanzar a sus samurais por entre los
huecos de las empalizadas de manera que descendiesen
sobre los restos del enemigo hasta destruirlos. En la noche
del 28 de junio, Sakai Tadatsuga condujo a 3.000 hombres
en una incursión que asaltó el campamento de los Takeda
en el cual murió el tío de Katsuyori, Takeda Nobuzane,
uno de los jefes de sección.
A las 5 de la mañana del 29 de junio, los Takeda cayeron
en la trampa y lanzaron una serie de cargas de caballería
contra las líneas de Nobunaga. Una fingida retirada de
los hombres de Sakuma Morimasa por el flanco izquierdo
de Nobunaga reafirmó a los Takeda en la oportunidad
de atacar. Los arcabuceros iniciaron una secuencia sostenida
de disparos por filas que acabó con la carga de los
Takeda. Los samurais de Nobunaga contraatacaron entonces
desde detrás de las empalizadas cayendo sobre los
Takeda y obligándoles a retroceder. De nuevo los Takeda
atacaron y de nuevo los arcabuceros los detuvieron y los
samurais de Oda contraatacaron y les hicieron retroceder.
Hacia el mediodía incluso el testarudo Katsuyori se
daba cuenta de que la batalla estaba irrevocablemente perdida
y ordenó la retirada. Diseminados por la llanura de
Shitarabara yacían 10.000 muertos, la flor y nata de la
caballería Takeda. Y lo que es más, siete de los veinticuatro
generales de Takeda murieron, diezmando seriamente
el magnífico cuerpo de oficiales designado por Takeda
Shingen. Las pérdidas de Nobunaga rondaron los 6.000
hombres.
Nagashino firmó la sentencia de muerte del, en su
día, gran clan Takeda. Aunque fueron capaces de impedir
lo inevitable durante siete años más, el poder de
Takeda estaba acabado y no sería más una amenaza para
las fuerzas combinadas de los clanes Oda y Tokugawa.
En 1582 Katsuyori, con su ejército reducido a sólo 300
hombres, libró su última batalla en el paso de Torii-bata,
prefiriendo el suicidio a ser capturado por el enemigo
de su familia.
En el libro titulado Battles of the Samurai, el autor
Stephen Turnbull declara: «.. .Aunque Nagashino hubiera
sido la única victoria de Oda Nobunaga su reputación
hubiera estado asegurada. En su lugar es la culminación
de una brillante carrera y un hito en la historia de Japón».
El uso innovador por parte de Nobunaga de las
fortificaciones de campo y del fuego en formación cambiaron
para siempre el curso de la guerra en el Japón feudal.
Más significativo fue el hecho de que el cuerpo de
arcabuceros de Nobunaga estuviera integrado por ashigaru,
o soldados campesinos, dado que los samurais se
negaban a rebajarse a sí mismos usando tal arma. Esto
causó gran sensación entre la clase de los samurais porque
cualquier campesino con un mínimo de aprendizaje
del uso de las armas de fuego podía matar a un samurai
antes de que este último pudiera acercarse lo suficiente
como para responder, acabando de esa manera con una
vida dedicada al entrenamiento militar. Nobunaga iba
adquiriendo fama militar, pero, al mismo tiempo, era criticado
por el tipo de entrenamiento que daba a sus ashigaru.
Sin darse cuenta, estaba poniendo en marcha los
acontecimientos que conducirían al desarme general del
país en 1587 y que culminaron en que finalmente «abandonase
las armas» en 1637. Los japoneses experimentarían
otra gran revolución en su sociedad debido a la
influencia tecnológica desde occidente el 6 de agosto de
1945 en Hiroshima. En este caso, el resultado fue más
que un «abandono de las armas», se trataba de la renuncia
por completo a la guerra.
ODA NOBUNAGA
Para cuando murió en 1582, controlaba treinta de las
sesenta y ocho provincias de Japón, era el caudillo del
mayor ejército samurai en la historia de su país y había
ganado la distinción de ser el primero de los tres grandes
unificadores de Japón. Imbuido de la ambición que le
impulsaba, era temible y cruel, con frecuencia tanto con
los amigos como con los enemigos. Exhibía un talento
genuino para la administración y desarrolló una reputación
que le llevó a ser tanto temido como admirado. Poseedor
de una aguda mente militar, sus innovaciones técnicas alterarían
en último término el curso de la guerra en Japón.
Su nombre era Oda Nobunaga y nació en 1534 en la
provincia de Owari, cerca de Nagoya, en el seno de una
familia daimio. A la edad de 23 años Nobunaga demostró
tanto su habilidad militar como su deseo ardiente de convertirse
en un gran daimio al expulsar sin compasión de
su provincia natal a su hermano mayor (y más popular).
Así comenzaría una carrera que habría de durar todo el
cuarto de siglo siguiente.
Uno de los primeros y mayores triunfos tácticos de
Nobunaga se produjo en Okehazama el 22 de junio de
1560. Cuando su provincia fue invadida por el enorme
ejército de 25.000 hombres de Yoshimoto Imagawa,
Nobunaga, en lugar de retirarse y buscar refugio en una
de sus fortalezas, optó por atacar. Con sólo unos 3.000
hombres a su disposición, Nobunaga se vio obligado a
confiar en el engaño y en la sorpresa. Al operar en terreno
abrupto y boscoso, Nobunaga fue capaz de crear la ilusión
de un gran ejército al colocar en la cima de una colina
cientos de estandartes de guerra. Como aquel terreno le
era familiar, pudo burlar la posición del enemigo y aproximarse
desde el norte. Una inesperada tormenta eléctrica
ocultó el avance final de su ejército, Nobunaga lanzó un
violento ataque por la retaguardia de su enemigo. Aunque
superado casi en una proporción de diez a uno,
Nobunaga cogió al enemigo completamente por sorpresa,
cercando y dando muerte a Yoshimoto en su propio
cuartel, venció de forma aplastante al ejército de Imagawa.
Con su comandante muerto, los Imagawa se retiraron a
sus territorios, dejando la provincia de Nobunaga a salvo.
Uno de los antiguos generales de Imagawa, impresionado
por la victoria de Nobunaga, firmó una alianza con
él. Se trataba de Tokugawa Ieyasu, quien se convertiría en
uno de los mejores aliados de Nobunaga y cuya familia
ostentaría el título de sogún en Japón durante 265 años.
Consciente de la necesidad de alianzas fuertes, el mismo
Nobunaga se casó con la hija del daimio de Mino, una
provincia vecina, y casó a su hermana y a su hija con otros
poderosos daimios asegurando de esa forma más alianzas
y consolidando aún más su posición.
Nobunaga inició entonces una serie de campañas de
conquista con el objetivo de unificar Japón bajo una bandera.
En 1567 destruyó el clan de Saito y al año siguiente
conquistó las provincias de Ise y de Omi. El 9 de noviembre
de 1568, penetró en Kyoto y devolvió a su posición de
sogún a Yoshiaki Ashikaga. Derrotado mientras intentaba
conquistar la provincia de Echizen en 1570, se dirigió
hacia el norte y derrotó a una coalición de sus enemigos
en Anegawa el 22 de julio de ese año. Enfurecido por la
feroz resistencia de los budistas, Nobunaga destruyó su
monasterio en el monte Hiei, poniendo fin para siempre
a su poder en Japón. Al descubrir que Yoshiaki estaba
conspirando con sus enemigos contra él, Nobunaga
depuso al sogún, dando por finalizada así a la dinastía de
los sogunes Ashikaga. A lo largo de 1573-74, Nobunaga
intentó, con éxito sólo parcial, frenar a los sectarios de
Ikko-Ikki. El 29 de junio de 1575, Nobunaga logró su
mayor victoria en Nagashino contra el clan Takeda. Su
uso imaginativo y revolucionario de arcabuceros campesinos
cuya utilización del fuego en formación les permitió
derrotar a los samurais a caballo causó toda una sensación
tanto táctica como social entre los daimios de Japón.
En 1579 Nobunaga orquestó de nuevo una campaña
contra los Ikko-Ikki, asegurándose bien esta vez de su
rendición en abril de 1580. En 1582 terminó el trabajo
que había iniciado en Nagashino al destruir al clan Takeda
y provocar el suicidio de su daimio, Katsuyori, en
Temmoku San. En respuesta a una petición de auxilio por
parte de uno de sus generales, Toyotomi Hideyoshi,
Nobunaga envió todos los refuerzos necesarios. Esta
acción, sin embargo le dejó en una situación de peligrosa
vulnerabilidad. El 22 de abril de 1582, Nobunaga cayó en
una emboscada preparada por Akechi Mitsuhide, uno de
sus generales, mientras estaba en el templo de Honno-ji
en Kyoto. Su guardia personal fue cogida por sorpresa y
asesinada, de forma que Nobunaga tuvo que pelear solo.
Dándose cuenta de que la situación era desesperada y con
el templo ardiendo en llamas a su alrededor, Nobunaga
prefirió suicidarse antes que ser apresado. Al oír las
noticias de la muerte de Nobunaga las gentes de la ciudad
saquearon y redujeron a cenizas su magnífico castillo de
Azuchi.
Aunque incapaz de conseguir el título de sogún él mismo,
debido a su humilde nacimiento, las conquistas de
Nobunaga ayudaron a establecer el clan de los Tokugawa
como líderes militares hereditarios de Japón durante dos
siglos e iniciaron el proceso de unificación de Japón. Su
innovador uso de los arcabuceros concentrados en
Nagashino aún tuvo consecuencias de mayor alcance. Preocupados
no sólo por los futuros efectos de tales armas en
su larga tradición guerrera, sino también sobre la posibilidad
de la rebelión de las clases, los daimios intentaron controlar
el uso y la manufactura de las armas de fuego. En
1578 el señor Hideyoshi, entonces regente de Japón, inició
una política de desarme que finalmente llevaría al abandono
de las armas por completo. Durante más de dos siglos
después de su muerte, Japón continuó atestiguando el
impacto de los grandes logros de Nobunaga.
Toyotomi Hideyoshi fue el responsable de la
segunda etapa de consolidación de Japón
Una vuelta a los usos de antaño
La renuncia del Japón medieval a la
tecnología de las armas de fuego
Desde la aparición de la primera arma y de su aplicación
práctica como instrumento de guerra, la humanidad en
general se ha esforzado por producir mejores y más eficaces
armas para sus ejércitos. Esto fue lo que ocurrió de
hecho después del descubrimiento de la pólvora y el consiguiente
desarrollo de las armas de fuego. La tecnología de
las armas de fuego continúa avanzando a ritmo acelerado,
con modelos nuevos que poseen una velocidad de disparo
mayor que sus predecesoras y están hechas de elementos
tan diversos como materiales plásticos y cerámicos.
Con sólo una excepción particular, el desarrollo de las
armas de fuego siempre se ha movido hacia delante con el
propósito singular de fabricar armas mejores para los
soldados que las de antes. La única excepción a esta regla
fija fue Japón en los siglos XVI y XVII. Japón que había
conocido las armas de fuego imcialmente a través de los
viajeros europeos, rápidamente se sintió fascinado por las
posibilidades de tal instrumento. Mediante el trabajo de
sus fantásticos artesanos y gracias a su superior capacidad
en el trabajo del metal los japoneses avanzaron en el desarrollo
de la tecnología armamentística hasta un grado que
superaba con mucho el alcanzado en Europa. Tras haber
utilizado las armas de fuego durante casi un siglo, una serie
de hechos trascendentales llevaron a los japoneses a reevaluar
su actitud hacia ellas. Comenzaron entonces una
política de desarme a nivel nacional, que finalmente resultó
en el completo abandono de las armas de fuego en todo el
país. Los japoneses habían desafiado esencialmente el
estatus quo de la tecnología de las armas de fuego y habían
marchado en la dirección contraria decidiéndose por «su
abandono».
Los japoneses se habían iniciado en el mundo de las
armas de fuego con el arcabuz (que utilizaba una mecha
que debía ser encendida), de la mano de tres aventureros
portugueses en 1543. El momento era el más apropiado,
dado que el arcabuz llegó en el medio de una lucha por el
poder en Japón que ya duraba un siglo y los señores rivales
estaban muy interesados en cualquier nueva arma que
pudiera darles una ventaja decisiva. Los armeros japoneses
empezaron a trabajar por lo tanto en la reproducción
del arcabuz.
Una década después de su aparición el arcabuz era
fabricado por miles por los artesanos que habían aflorado
por todo el país. Más aún, éstas eran armas de alta calidad,
no simples imitaciones. Dado que Japón había sido un
fabricante de armas líder durante más de doscientos años
(en 1483, un año que marca todo un hito, exportó unas
67.000 espadas sólo a China) era una tarea relativamente
sencilla incluir las armas de fuego a la serie de armas de
gran calidad ya existente. Los japoneses no sólo demostraron
su habilidad para copiar el arcabuz sino que al
emplear su maestría en el trabajo del metal y su conocimiento
del oficio, mejoraron significativamente el diseño
básico. Desarrollaron un resorte principal helicoidal y un
gatillo ajustable, aumentaron el calibre para que tuviera
mayor efecto sobre la armadura, desarrollaron una técnica
de disparo en serie para aumentar la salida de munición,
diseñaron estuches especiales lacados e impermeables para
las armas y la munición, además de una protección en
forma de caja impermeable para cubrir la mecha permitiendo
así que el arma pudiera ser disparada bajo la lluvia.
Pero aún más significativo era el talento que demostraron
a la hora de fabricar los cañones. Muchos de estos
arcabuces, habiendo sido retirados después de generaciones
de uso en los siglos XVI y XVII, fueron recuperados
y convertidos en rifles de percusión a finales de los
1850, y reconvertidos una vez más en rifles de cerrojo
destinados a la guerra contra Rusia en 1904. Nada podía
decir más de la habilidad japonesa que un cañón de 300
años que ha sido remodelado dos veces y todavía sigue
funcionando a la perfección. Tal era la eficacia de los
modelos japoneses que los armeros ponían un signo de
corrección de pruebas en sus armaduras disparando un
arcabuz contra la armadura a corta distancia, la muesca
dejada por la bala era la prueba de que la armadura era
capaz de soportar un disparo.
La habilidad de los japoneses con el arcabuz no se limitaba
al diseño y la construcción, también desarrollaron
manuales de entrenamiento altamente eficaces para su
uso en la guerra. En 1560 el arcabuz fue utilizado por
primera vez en una batalla a gran escala y desde ese momento
se convirtió en un elemento típico de las guerras
entre samurais. La existencia de este tipo de arma, sin
embargo, empezó a tener un efecto negativo en los líderes
militares. Muchos veían el arcabuz tanto como una
invasión no deseada de la cultura occidental, algo a lo
que Japón se había resistido durante siglos, como un arma
poco honorable para guerreros tan entregados como los
samurais de clase alta. El arcabuz amenazaba no sólo el
estatus quo, sino también la manera en la que los samurais
hacían la guerra tradicionalmente. Las cosas llegaron
a un punto crítico tras la batalla de Nagashino en
1575, durante la cual soldados campesinos armados con
arcabuces asesinaron a algunos de los mejores caballeros
samurais de la historia con el fuego en serie de sus
formaciones. En la batalla de Komaki, librada en 1584,
ambos comandantes disponían de un elevado número de
arcabuceros en sus filas y los resultados de Nagashino
no estaban lejos de su pensamiento. La batalla no se parecía
nada a cualquier cosa que hubiera podido ocurrir
con anterioridad en Japón ya que ambos bandos, negándose
a atacar, cavaron trincheras y esperaron a que el
otro hiciera el primer movimiento. El resultado fue un
impasse, con ambos bandos lanzando alguna ráfaga ocasional
o haciendo explotar una mina de tierra, pero sin
emplear tácticas tradicionales ni maniobras. En Living
Up the Gun: Japarís Reversión to tbe Sword, 1543-1879,
uno de los pocos textos en inglés sobre este tema, Noel
Perrin declara, «De alguna manera, Komaki fue como una
escena de la Primera Guerra Mundial, tres siglos y medio
antes de lo previsto».
El resultado fue que los líderes militares solicitaron
una regulación de las armas de fuego cuyo propósito era
negarle su uso a los campesinos por el miedo a una rebelión
social. Los ejércitos podían conservar sus armas, por
supuesto, pero las armas de los civiles tenían que ser confiscadas.
Alrededor del 1587 el regente de Japón, el señor
Hideyoshi dio el primer, aunque subrepticio, paso hacia
el control de armas. Anunciando que iba a construir una
estatua magnífica de Buda que iba a ser fabricada en madera
y apuntalada o apoyada con puntales de hierro, Hideyoshi
solicitó a todos los civiles que contribuyeran tanto con
sus armas como con sus espadas a su construcción. Aunque
la producción de armas continuó aumentando durante
dos décadas más, las bases para el desarme habían sido
constituidas. El siguiente paso consistiría en la centralización
de la fabricación de armas de fuego bajo control
del gobierno. Esto fue iniciado en 1607 por el señor
Tokugawa Ieyasu. Ya que los artesanos sólo podían fabricar
armas con la aprobación o por orden del gobierno, el
número de armas comenzó a descender y muchos de ellos,
a riesgo de morir de hambre, volvieron a hacer espadas.
Hacia 1625, con el monopolio del gobierno firmemente
establecido, la demanda de armas se redujo otra vez y hacia
1673 se fabricaban menos de 400 armas cada dos años. En
1705, este número se redujo a 35 armas de gran tamaño
en los años pares y 250 armas pequeñas en los impares.
Este nivel se mantuvo durante los 80 años que siguieron,
mientras que la investigación y el desarrollo de las armas
paró por completo en 1725.
Fue en la Rebelión Shimbara de 1673 cuando se usaron
armas por última vez en Japón. Habría que esperar
doscientos años para volver a verlas. Cuando el comodoro
Perry arribó a la Bahía de Tokio con la «Gran Flota Blanca
» en 1853 para intentar forzar la «apertura» de Japón
hacia el mundo occidental, fue recibido por samurais armados
sólo con sus armas tradicionales, espadas, lanzas y
arcos. Aunque había piezas de artillería de ocho libras
colocadas para defender el puerto de Tokio, estas armas
habían sido fabricadas entre 1650 y 1660 y los japoneses
habían olvidado casi por completo cómo dispararlas.
Fue sólo tras la llegada de Perry y la impresionante
tecnología que trajo consigo que los japoneses volvieron
realmente a usar armas de fuego. Incapaces de responder
al poder tecnológico superior de Occidente, Japón, muy
a su pesar, fue forzada a abandonar los viejos usos y a adoptar
los nuevos para asegurar la continuidad de su supervivencia
como nación.
Emperadores, regentes y sogunes de Japón
PERIODO HEIAN, 794-1186
Kammu 781-806
Heizei 806-809-824
Saga 809-823-842
Junna 823-833-840
Nimmyó 833-850
Montoku 850-858
Seiwa 858-876-880
Yózei 877-884-949
Kóko 884-887
Uda 887-897-937
Daigo 897-930
Suzaku 930-946-952
Murakami 946-967
Reizei 967-969-1011
Enyu 969-984-991
Kazan 984-986-1008
Ichijó 986-1011
Sanjó 1011-1016-1017
Go-Ichijó 1016-1036
Go-Suzaku 1036-1045
Go-Reizei 1045-1068
Go-Sanjó 1067-1072-1073
Shirakawa 1072-1086-1129
Honkawa 1086-1107
Toba 1107-1123-1129-1156
Sutoku 1123-1141-1156
Konoye 1141-1155
Go-Shirakawa 1156-1158-1179-1180-1192
Nijó 1159-1165
Rokujó 1166-1168-1176
Takakura 1169-1180-1181
Antoku 1181-1183-1185
Batalla Dan-no-ura: El Clan Taira es derrocado por el de los Minamotos, 1185
Los SOGUNES KAMAKURA
Yoritomo 1192-1199
Yoriie 1201-1203-1204
Sanetomo 1203-1219
Yoritsune 1226-1244-1256
Yoritsugur
1244-1252-1256
Munetake I/D2-1266-1274
Koreyasu 1266-1289-1326
Hisa-akira 1289-1308-1428
Morkuni 1308-1333
Después» de io
Morinaga . í-1334-1335
Narinaga 1334-1338
EL PERIODO KAMAKURA, 1186-1336
Go-Toba 1184-1198-1221-1239
Tsuchimikado 1199-1210-1231
Juntoku 1211-1221-1242
Chükyó 1221-1221-1234
Go-Horikawa 1222-1232-1234
Shijó 1233-1242
Go-Saga 1243-1246-1272
Go-Fukakusa 1247-1259-1304
Kameyama 1260-1274-1305
Go-Uda 1275-1287-1324
Fushimi 1288-1298-1217
Go-Fushimi 1299-1301-1336
Go-Nijó 1302-1308
Hanazono 1309-1318-1348
Go-Daigo 1319-1338
REGENTES Hójó (SHIKKEN)
Tokimasa 1203-1205-1215
Yoshitoki 1205-1224
Yasutoki 1224-1242
Tsunetoki 1242-1246
Tokiyori 1246-1256-1263
Nagatoki 1256-1264
Masamura 1264-1268-1273
Tokimune 1268-1284
INVASIONES MONGOLAS, 1274 & 1281
Sadatoki 1284-1301-1311
Morotoki 1301-1311
Takatoki 1311-1333
EMPERADORES DEL NORTE
Hójó
Kógon 1331-1333-1364
El Periodo Nambokuchó, 1336-1392
Ashikaga
Kómyó 1336-1348-1380
Sukó 1349-1352-1398
Go-Kógon 1353-1371-1374
Go-En-yü 1372-1381-1393
Go-Komatsu 1383-1392 (1392-1412-1433)
EMPERADORES DEL SUR
Go-Murakami
Chókei
Go-Kameyama
1339-1368
1369-1372
1373-1392-1424
EL PERIODO MUROMACHI, 1392-1573
Go-Komatsu 1392-1412-1433
Shókó 1413-1428
Go-Hanazono 1429-1464-1471
Go-Tsuchimikado 1465-1500
Go-Kashiwabara 1501-1526
Go-Nara 1527-1557
Oogimachi 1558-1586-1593
SOGUNES ASHIKAGA
Takauji 1338-1358
Yoshiakira 1358-1367-1368
Yoshimitsu 1367-1395-1408
Yoshimochi 1395-1423-1428
Yoshikazu 1423-1425
Yoshinori 1428-1441
Yoshikatsu 1441-1443
Yoshimasa 1449-1474-1490
Yoshihisa 1474-1489
Yoshitane 1490-1493
Yoshizumi 1493-1508-1511
Yoshitane 1508-1521-1522
Yoshiharu 1521-1545-1550
Yoshiteru 1545-1565
Yoshihide 1568
Yoshiaki 1568-1573-1597
EL PERIODO AZUCHI-MOMOYAMA, 1573-1603
Go-Yózei 1587-1611-1617
DICTADOR
OdaNobunaga 1568-1582 entra en Tokio en 1568; quema de los templos monte Hiei en 1571; Shógundeposed,budistas del CANCILLERES TOYOTOMI (KAMPAKU)
Hideyoshi
Hidetsugu
1585-1591-1598
1591-1595
EL PERIODO EDO, 1603-1868
Go-Mi-no-o 1612-1629-1680
Meishó [Myóshó] 1630-1643-1696
Go-Kómyó 1644-1654
Go-Saiin 1655-1662-1685
Reigen 1663-1686-1732
Higashi-yama 1687-1709
Nakamikado 1710-1735-1737
Sakuramachi 1736-1746-1750
Momozono 1746-1762
Go-Sakuramachi 1763-1770-1813
Go-Momozono 1771-1779
Kókaku 1780-1816-1840
Ninkó 1817-1846
Kómei 1847-1866
SOGUNES TOKUGAWA
Ieyasu 1603-1605-1616
Hidetada 1605-1623-1632
Iemitsu 1623-1651
Ietsuna 1651-1680
Tsunayoshi 1680-1709
Ienobu 1709-1712
Ietsugu 1712-1716
Yoshimune 1716-1745-1751
Ieshige 1745-1760-1761
Ieharu 1760-1786
Ienari 1786-1837-1841
Ieyoshi 1837-1853
Iesada 1853-1858
Iemochi 1858-1866
Yoshinobu, Keiki 1866-1868-1903
BREVE HISTORIA DE LOS SAMURAIS
EL PERIODO MODERNO,1868-ACTUALIDAD ERA
sesenta y ocho provincias de Japón, era el caudillo del
mayor ejército samurai en la historia de su país y había
ganado la distinción de ser el primero de los tres grandes
unificadores de Japón. Imbuido de la ambición que le
impulsaba, era temible y cruel, con frecuencia tanto con
los amigos como con los enemigos. Exhibía un talento
genuino para la administración y desarrolló una reputación
que le llevó a ser tanto temido como admirado. Poseedor
de una aguda mente militar, sus innovaciones técnicas alterarían
en último término el curso de la guerra en Japón.
Su nombre era Oda Nobunaga y nació en 1534 en la
provincia de Owari, cerca de Nagoya, en el seno de una
familia daimio. A la edad de 23 años Nobunaga demostró
tanto su habilidad militar como su deseo ardiente de convertirse
en un gran daimio al expulsar sin compasión de
su provincia natal a su hermano mayor (y más popular).
Así comenzaría una carrera que habría de durar todo el
cuarto de siglo siguiente.
Uno de los primeros y mayores triunfos tácticos de
Nobunaga se produjo en Okehazama el 22 de junio de
1560. Cuando su provincia fue invadida por el enorme
ejército de 25.000 hombres de Yoshimoto Imagawa,
Nobunaga, en lugar de retirarse y buscar refugio en una
de sus fortalezas, optó por atacar. Con sólo unos 3.000
hombres a su disposición, Nobunaga se vio obligado a
confiar en el engaño y en la sorpresa. Al operar en terreno
abrupto y boscoso, Nobunaga fue capaz de crear la ilusión
de un gran ejército al colocar en la cima de una colina
cientos de estandartes de guerra. Como aquel terreno le
era familiar, pudo burlar la posición del enemigo y aproximarse
desde el norte. Una inesperada tormenta eléctrica
ocultó el avance final de su ejército, Nobunaga lanzó un
violento ataque por la retaguardia de su enemigo. Aunque
superado casi en una proporción de diez a uno,
Nobunaga cogió al enemigo completamente por sorpresa,
cercando y dando muerte a Yoshimoto en su propio
cuartel, venció de forma aplastante al ejército de Imagawa.
Con su comandante muerto, los Imagawa se retiraron a
sus territorios, dejando la provincia de Nobunaga a salvo.
Uno de los antiguos generales de Imagawa, impresionado
por la victoria de Nobunaga, firmó una alianza con
él. Se trataba de Tokugawa Ieyasu, quien se convertiría en
uno de los mejores aliados de Nobunaga y cuya familia
ostentaría el título de sogún en Japón durante 265 años.
Consciente de la necesidad de alianzas fuertes, el mismo
Nobunaga se casó con la hija del daimio de Mino, una
provincia vecina, y casó a su hermana y a su hija con otros
poderosos daimios asegurando de esa forma más alianzas
y consolidando aún más su posición.
Nobunaga inició entonces una serie de campañas de
conquista con el objetivo de unificar Japón bajo una bandera.
En 1567 destruyó el clan de Saito y al año siguiente
conquistó las provincias de Ise y de Omi. El 9 de noviembre
de 1568, penetró en Kyoto y devolvió a su posición de
sogún a Yoshiaki Ashikaga. Derrotado mientras intentaba
conquistar la provincia de Echizen en 1570, se dirigió
hacia el norte y derrotó a una coalición de sus enemigos
en Anegawa el 22 de julio de ese año. Enfurecido por la
feroz resistencia de los budistas, Nobunaga destruyó su
monasterio en el monte Hiei, poniendo fin para siempre
a su poder en Japón. Al descubrir que Yoshiaki estaba
conspirando con sus enemigos contra él, Nobunaga
depuso al sogún, dando por finalizada así a la dinastía de
los sogunes Ashikaga. A lo largo de 1573-74, Nobunaga
intentó, con éxito sólo parcial, frenar a los sectarios de
Ikko-Ikki. El 29 de junio de 1575, Nobunaga logró su
mayor victoria en Nagashino contra el clan Takeda. Su
uso imaginativo y revolucionario de arcabuceros campesinos
cuya utilización del fuego en formación les permitió
derrotar a los samurais a caballo causó toda una sensación
tanto táctica como social entre los daimios de Japón.
En 1579 Nobunaga orquestó de nuevo una campaña
contra los Ikko-Ikki, asegurándose bien esta vez de su
rendición en abril de 1580. En 1582 terminó el trabajo
que había iniciado en Nagashino al destruir al clan Takeda
y provocar el suicidio de su daimio, Katsuyori, en
Temmoku San. En respuesta a una petición de auxilio por
parte de uno de sus generales, Toyotomi Hideyoshi,
Nobunaga envió todos los refuerzos necesarios. Esta
acción, sin embargo le dejó en una situación de peligrosa
vulnerabilidad. El 22 de abril de 1582, Nobunaga cayó en
una emboscada preparada por Akechi Mitsuhide, uno de
sus generales, mientras estaba en el templo de Honno-ji
en Kyoto. Su guardia personal fue cogida por sorpresa y
asesinada, de forma que Nobunaga tuvo que pelear solo.
Dándose cuenta de que la situación era desesperada y con
el templo ardiendo en llamas a su alrededor, Nobunaga
prefirió suicidarse antes que ser apresado. Al oír las
noticias de la muerte de Nobunaga las gentes de la ciudad
saquearon y redujeron a cenizas su magnífico castillo de
Azuchi.
Aunque incapaz de conseguir el título de sogún él mismo,
debido a su humilde nacimiento, las conquistas de
Nobunaga ayudaron a establecer el clan de los Tokugawa
como líderes militares hereditarios de Japón durante dos
siglos e iniciaron el proceso de unificación de Japón. Su
innovador uso de los arcabuceros concentrados en
Nagashino aún tuvo consecuencias de mayor alcance. Preocupados
no sólo por los futuros efectos de tales armas en
su larga tradición guerrera, sino también sobre la posibilidad
de la rebelión de las clases, los daimios intentaron controlar
el uso y la manufactura de las armas de fuego. En
1578 el señor Hideyoshi, entonces regente de Japón, inició
una política de desarme que finalmente llevaría al abandono
de las armas por completo. Durante más de dos siglos
después de su muerte, Japón continuó atestiguando el
impacto de los grandes logros de Nobunaga.
Toyotomi Hideyoshi fue el responsable de la
segunda etapa de consolidación de Japón
Una vuelta a los usos de antaño
La renuncia del Japón medieval a la
tecnología de las armas de fuego
Desde la aparición de la primera arma y de su aplicación
práctica como instrumento de guerra, la humanidad en
general se ha esforzado por producir mejores y más eficaces
armas para sus ejércitos. Esto fue lo que ocurrió de
hecho después del descubrimiento de la pólvora y el consiguiente
desarrollo de las armas de fuego. La tecnología de
las armas de fuego continúa avanzando a ritmo acelerado,
con modelos nuevos que poseen una velocidad de disparo
mayor que sus predecesoras y están hechas de elementos
tan diversos como materiales plásticos y cerámicos.
Con sólo una excepción particular, el desarrollo de las
armas de fuego siempre se ha movido hacia delante con el
propósito singular de fabricar armas mejores para los
soldados que las de antes. La única excepción a esta regla
fija fue Japón en los siglos XVI y XVII. Japón que había
conocido las armas de fuego imcialmente a través de los
viajeros europeos, rápidamente se sintió fascinado por las
posibilidades de tal instrumento. Mediante el trabajo de
sus fantásticos artesanos y gracias a su superior capacidad
en el trabajo del metal los japoneses avanzaron en el desarrollo
de la tecnología armamentística hasta un grado que
superaba con mucho el alcanzado en Europa. Tras haber
utilizado las armas de fuego durante casi un siglo, una serie
de hechos trascendentales llevaron a los japoneses a reevaluar
su actitud hacia ellas. Comenzaron entonces una
política de desarme a nivel nacional, que finalmente resultó
en el completo abandono de las armas de fuego en todo el
país. Los japoneses habían desafiado esencialmente el
estatus quo de la tecnología de las armas de fuego y habían
marchado en la dirección contraria decidiéndose por «su
abandono».
Los japoneses se habían iniciado en el mundo de las
armas de fuego con el arcabuz (que utilizaba una mecha
que debía ser encendida), de la mano de tres aventureros
portugueses en 1543. El momento era el más apropiado,
dado que el arcabuz llegó en el medio de una lucha por el
poder en Japón que ya duraba un siglo y los señores rivales
estaban muy interesados en cualquier nueva arma que
pudiera darles una ventaja decisiva. Los armeros japoneses
empezaron a trabajar por lo tanto en la reproducción
del arcabuz.
Una década después de su aparición el arcabuz era
fabricado por miles por los artesanos que habían aflorado
por todo el país. Más aún, éstas eran armas de alta calidad,
no simples imitaciones. Dado que Japón había sido un
fabricante de armas líder durante más de doscientos años
(en 1483, un año que marca todo un hito, exportó unas
67.000 espadas sólo a China) era una tarea relativamente
sencilla incluir las armas de fuego a la serie de armas de
gran calidad ya existente. Los japoneses no sólo demostraron
su habilidad para copiar el arcabuz sino que al
emplear su maestría en el trabajo del metal y su conocimiento
del oficio, mejoraron significativamente el diseño
básico. Desarrollaron un resorte principal helicoidal y un
gatillo ajustable, aumentaron el calibre para que tuviera
mayor efecto sobre la armadura, desarrollaron una técnica
de disparo en serie para aumentar la salida de munición,
diseñaron estuches especiales lacados e impermeables para
las armas y la munición, además de una protección en
forma de caja impermeable para cubrir la mecha permitiendo
así que el arma pudiera ser disparada bajo la lluvia.
Pero aún más significativo era el talento que demostraron
a la hora de fabricar los cañones. Muchos de estos
arcabuces, habiendo sido retirados después de generaciones
de uso en los siglos XVI y XVII, fueron recuperados
y convertidos en rifles de percusión a finales de los
1850, y reconvertidos una vez más en rifles de cerrojo
destinados a la guerra contra Rusia en 1904. Nada podía
decir más de la habilidad japonesa que un cañón de 300
años que ha sido remodelado dos veces y todavía sigue
funcionando a la perfección. Tal era la eficacia de los
modelos japoneses que los armeros ponían un signo de
corrección de pruebas en sus armaduras disparando un
arcabuz contra la armadura a corta distancia, la muesca
dejada por la bala era la prueba de que la armadura era
capaz de soportar un disparo.
La habilidad de los japoneses con el arcabuz no se limitaba
al diseño y la construcción, también desarrollaron
manuales de entrenamiento altamente eficaces para su
uso en la guerra. En 1560 el arcabuz fue utilizado por
primera vez en una batalla a gran escala y desde ese momento
se convirtió en un elemento típico de las guerras
entre samurais. La existencia de este tipo de arma, sin
embargo, empezó a tener un efecto negativo en los líderes
militares. Muchos veían el arcabuz tanto como una
invasión no deseada de la cultura occidental, algo a lo
que Japón se había resistido durante siglos, como un arma
poco honorable para guerreros tan entregados como los
samurais de clase alta. El arcabuz amenazaba no sólo el
estatus quo, sino también la manera en la que los samurais
hacían la guerra tradicionalmente. Las cosas llegaron
a un punto crítico tras la batalla de Nagashino en
1575, durante la cual soldados campesinos armados con
arcabuces asesinaron a algunos de los mejores caballeros
samurais de la historia con el fuego en serie de sus
formaciones. En la batalla de Komaki, librada en 1584,
ambos comandantes disponían de un elevado número de
arcabuceros en sus filas y los resultados de Nagashino
no estaban lejos de su pensamiento. La batalla no se parecía
nada a cualquier cosa que hubiera podido ocurrir
con anterioridad en Japón ya que ambos bandos, negándose
a atacar, cavaron trincheras y esperaron a que el
otro hiciera el primer movimiento. El resultado fue un
impasse, con ambos bandos lanzando alguna ráfaga ocasional
o haciendo explotar una mina de tierra, pero sin
emplear tácticas tradicionales ni maniobras. En Living
Up the Gun: Japarís Reversión to tbe Sword, 1543-1879,
uno de los pocos textos en inglés sobre este tema, Noel
Perrin declara, «De alguna manera, Komaki fue como una
escena de la Primera Guerra Mundial, tres siglos y medio
antes de lo previsto».
El resultado fue que los líderes militares solicitaron
una regulación de las armas de fuego cuyo propósito era
negarle su uso a los campesinos por el miedo a una rebelión
social. Los ejércitos podían conservar sus armas, por
supuesto, pero las armas de los civiles tenían que ser confiscadas.
Alrededor del 1587 el regente de Japón, el señor
Hideyoshi dio el primer, aunque subrepticio, paso hacia
el control de armas. Anunciando que iba a construir una
estatua magnífica de Buda que iba a ser fabricada en madera
y apuntalada o apoyada con puntales de hierro, Hideyoshi
solicitó a todos los civiles que contribuyeran tanto con
sus armas como con sus espadas a su construcción. Aunque
la producción de armas continuó aumentando durante
dos décadas más, las bases para el desarme habían sido
constituidas. El siguiente paso consistiría en la centralización
de la fabricación de armas de fuego bajo control
del gobierno. Esto fue iniciado en 1607 por el señor
Tokugawa Ieyasu. Ya que los artesanos sólo podían fabricar
armas con la aprobación o por orden del gobierno, el
número de armas comenzó a descender y muchos de ellos,
a riesgo de morir de hambre, volvieron a hacer espadas.
Hacia 1625, con el monopolio del gobierno firmemente
establecido, la demanda de armas se redujo otra vez y hacia
1673 se fabricaban menos de 400 armas cada dos años. En
1705, este número se redujo a 35 armas de gran tamaño
en los años pares y 250 armas pequeñas en los impares.
Este nivel se mantuvo durante los 80 años que siguieron,
mientras que la investigación y el desarrollo de las armas
paró por completo en 1725.
Fue en la Rebelión Shimbara de 1673 cuando se usaron
armas por última vez en Japón. Habría que esperar
doscientos años para volver a verlas. Cuando el comodoro
Perry arribó a la Bahía de Tokio con la «Gran Flota Blanca
» en 1853 para intentar forzar la «apertura» de Japón
hacia el mundo occidental, fue recibido por samurais armados
sólo con sus armas tradicionales, espadas, lanzas y
arcos. Aunque había piezas de artillería de ocho libras
colocadas para defender el puerto de Tokio, estas armas
habían sido fabricadas entre 1650 y 1660 y los japoneses
habían olvidado casi por completo cómo dispararlas.
Fue sólo tras la llegada de Perry y la impresionante
tecnología que trajo consigo que los japoneses volvieron
realmente a usar armas de fuego. Incapaces de responder
al poder tecnológico superior de Occidente, Japón, muy
a su pesar, fue forzada a abandonar los viejos usos y a adoptar
los nuevos para asegurar la continuidad de su supervivencia
como nación.
Emperadores, regentes y sogunes de Japón
PERIODO HEIAN, 794-1186
Kammu 781-806
Heizei 806-809-824
Saga 809-823-842
Junna 823-833-840
Nimmyó 833-850
Montoku 850-858
Seiwa 858-876-880
Yózei 877-884-949
Kóko 884-887
Uda 887-897-937
Daigo 897-930
Suzaku 930-946-952
Murakami 946-967
Reizei 967-969-1011
Enyu 969-984-991
Kazan 984-986-1008
Ichijó 986-1011
Sanjó 1011-1016-1017
Go-Ichijó 1016-1036
Go-Suzaku 1036-1045
Go-Reizei 1045-1068
Go-Sanjó 1067-1072-1073
Shirakawa 1072-1086-1129
Honkawa 1086-1107
Toba 1107-1123-1129-1156
Sutoku 1123-1141-1156
Konoye 1141-1155
Go-Shirakawa 1156-1158-1179-1180-1192
Nijó 1159-1165
Rokujó 1166-1168-1176
Takakura 1169-1180-1181
Antoku 1181-1183-1185
Batalla Dan-no-ura: El Clan Taira es derrocado por el de los Minamotos, 1185
Los SOGUNES KAMAKURA
Yoritomo 1192-1199
Yoriie 1201-1203-1204
Sanetomo 1203-1219
Yoritsune 1226-1244-1256
Yoritsugur
1244-1252-1256
Munetake I/D2-1266-1274
Koreyasu 1266-1289-1326
Hisa-akira 1289-1308-1428
Morkuni 1308-1333
Después» de io
Morinaga . í-1334-1335
Narinaga 1334-1338
EL PERIODO KAMAKURA, 1186-1336
Go-Toba 1184-1198-1221-1239
Tsuchimikado 1199-1210-1231
Juntoku 1211-1221-1242
Chükyó 1221-1221-1234
Go-Horikawa 1222-1232-1234
Shijó 1233-1242
Go-Saga 1243-1246-1272
Go-Fukakusa 1247-1259-1304
Kameyama 1260-1274-1305
Go-Uda 1275-1287-1324
Fushimi 1288-1298-1217
Go-Fushimi 1299-1301-1336
Go-Nijó 1302-1308
Hanazono 1309-1318-1348
Go-Daigo 1319-1338
REGENTES Hójó (SHIKKEN)
Tokimasa 1203-1205-1215
Yoshitoki 1205-1224
Yasutoki 1224-1242
Tsunetoki 1242-1246
Tokiyori 1246-1256-1263
Nagatoki 1256-1264
Masamura 1264-1268-1273
Tokimune 1268-1284
INVASIONES MONGOLAS, 1274 & 1281
Sadatoki 1284-1301-1311
Morotoki 1301-1311
Takatoki 1311-1333
EMPERADORES DEL NORTE
Hójó
Kógon 1331-1333-1364
El Periodo Nambokuchó, 1336-1392
Ashikaga
Kómyó 1336-1348-1380
Sukó 1349-1352-1398
Go-Kógon 1353-1371-1374
Go-En-yü 1372-1381-1393
Go-Komatsu 1383-1392 (1392-1412-1433)
EMPERADORES DEL SUR
Go-Murakami
Chókei
Go-Kameyama
1339-1368
1369-1372
1373-1392-1424
EL PERIODO MUROMACHI, 1392-1573
Go-Komatsu 1392-1412-1433
Shókó 1413-1428
Go-Hanazono 1429-1464-1471
Go-Tsuchimikado 1465-1500
Go-Kashiwabara 1501-1526
Go-Nara 1527-1557
Oogimachi 1558-1586-1593
SOGUNES ASHIKAGA
Takauji 1338-1358
Yoshiakira 1358-1367-1368
Yoshimitsu 1367-1395-1408
Yoshimochi 1395-1423-1428
Yoshikazu 1423-1425
Yoshinori 1428-1441
Yoshikatsu 1441-1443
Yoshimasa 1449-1474-1490
Yoshihisa 1474-1489
Yoshitane 1490-1493
Yoshizumi 1493-1508-1511
Yoshitane 1508-1521-1522
Yoshiharu 1521-1545-1550
Yoshiteru 1545-1565
Yoshihide 1568
Yoshiaki 1568-1573-1597
EL PERIODO AZUCHI-MOMOYAMA, 1573-1603
Go-Yózei 1587-1611-1617
DICTADOR
OdaNobunaga 1568-1582 entra en Tokio en 1568; quema de los templos monte Hiei en 1571; Shógundeposed,budistas del CANCILLERES TOYOTOMI (KAMPAKU)
Hideyoshi
Hidetsugu
1585-1591-1598
1591-1595
EL PERIODO EDO, 1603-1868
Go-Mi-no-o 1612-1629-1680
Meishó [Myóshó] 1630-1643-1696
Go-Kómyó 1644-1654
Go-Saiin 1655-1662-1685
Reigen 1663-1686-1732
Higashi-yama 1687-1709
Nakamikado 1710-1735-1737
Sakuramachi 1736-1746-1750
Momozono 1746-1762
Go-Sakuramachi 1763-1770-1813
Go-Momozono 1771-1779
Kókaku 1780-1816-1840
Ninkó 1817-1846
Kómei 1847-1866
SOGUNES TOKUGAWA
Ieyasu 1603-1605-1616
Hidetada 1605-1623-1632
Iemitsu 1623-1651
Ietsuna 1651-1680
Tsunayoshi 1680-1709
Ienobu 1709-1712
Ietsugu 1712-1716
Yoshimune 1716-1745-1751
Ieshige 1745-1760-1761
Ieharu 1760-1786
Ienari 1786-1837-1841
Ieyoshi 1837-1853
Iesada 1853-1858
Iemochi 1858-1866
Yoshinobu, Keiki 1866-1868-1903
BREVE HISTORIA DE LOS SAMURAIS
EL PERIODO MODERNO,1868-ACTUALIDAD ERA
Mutsuhito 1866-1912 Meiji
1868
Yoshihito 1912-1926 Taishó
Hirohito 1926-1989 Shówa
Akihito 1989-presem Heisei
Naruhito heir
Glosario
arte marcial japonés.
AIKIDO«El camino de la armonia a pie>>
ASHIGARU soldados de a pie.
BUJUTSU «Bu», guerra; «jutsu», arte. El arte de la guerra.
BUSHIDO«Bushi», guerrero; «do», camino.El camino del guerrero.
DAIMIO
1868
Yoshihito 1912-1926 Taishó
Hirohito 1926-1989 Shówa
Akihito 1989-presem Heisei
Naruhito heir
Glosario
arte marcial japonés.
AIKIDO«El camino de la armonia a pie>>
ASHIGARU soldados de a pie.
BUJUTSU «Bu», guerra; «jutsu», arte. El arte de la guerra.
BUSHIDO«Bushi», guerrero; «do», camino.El camino del guerrero.
DAIMIO
GI
HAKAMA
HARAKIRI suicidio ritual consistente en cortarse el abdomen.
JUDO arte marcial basado en la flexibilidad y la lucha.
JUJITSU otro estilo de judo.
KAMIKAZE«viento divino». Nombre adoptado por los pilotos suicidas japoneses en la Segunda Guerra Mundial.
KARATE arte marcial japonés.
KATA conjunto de secuencias de movimientos de las artes marciales.
DOJO
«Do», camino; «jo», lugar. Lugar para estudiar el camino: escuela de artes marciales.Con uniforme parecido a un pijama de dos piezas que se utiliza para practicar artes marciales,falda pantalón ancha utilizada por los samurais y por los estudiantes de artes marciales.
KATANA espada larga de una sola hoja que llevaban los samurais.
KENDO arte marcial, «el camino de la espada».
KI fuerza vital interior o energía.
KIAI grito poderoso utilizado por los artistas marciales.
KYUDO un arte marcial, «el camino del arco». El arte del arco y de la flecha.
MON emblema de una familia o clan.
NAGINATA lanza de hoja curva
NINJA guerreros encubiertos empleados por los samurais como espías o asesinos.
NINJITSU el arte del ninja.
RONIN samurai sin señor.
SAMURAI miembro de una clase guerrera de Japón.
SASHIMONO bandera que portaban los samurais en el campo de batalla adornada con el emblema del clan o mon.
SENSEI profesor o maestro, término que denota respeto.
SEPPUKU nombre formal del hara-kiri.
SHINTO antigua religión de Japón.
SOGÚN dictador militar de Japón.
TATAMI estera de paja para el suelo.
WAKIZASHI la espada más corta de las dos que lleva el samurai.
YARI lanza de hoja recta.
EN forma de religión budista practicada por muchos samurais.
HAKAMA
HARAKIRI suicidio ritual consistente en cortarse el abdomen.
JUDO arte marcial basado en la flexibilidad y la lucha.
JUJITSU otro estilo de judo.
KAMIKAZE«viento divino». Nombre adoptado por los pilotos suicidas japoneses en la Segunda Guerra Mundial.
KARATE arte marcial japonés.
KATA conjunto de secuencias de movimientos de las artes marciales.
DOJO
«Do», camino; «jo», lugar. Lugar para estudiar el camino: escuela de artes marciales.Con uniforme parecido a un pijama de dos piezas que se utiliza para practicar artes marciales,falda pantalón ancha utilizada por los samurais y por los estudiantes de artes marciales.
KATANA espada larga de una sola hoja que llevaban los samurais.
KENDO arte marcial, «el camino de la espada».
KI fuerza vital interior o energía.
KIAI grito poderoso utilizado por los artistas marciales.
KYUDO un arte marcial, «el camino del arco». El arte del arco y de la flecha.
MON emblema de una familia o clan.
NAGINATA lanza de hoja curva
NINJA guerreros encubiertos empleados por los samurais como espías o asesinos.
NINJITSU el arte del ninja.
RONIN samurai sin señor.
SAMURAI miembro de una clase guerrera de Japón.
SASHIMONO bandera que portaban los samurais en el campo de batalla adornada con el emblema del clan o mon.
SENSEI profesor o maestro, término que denota respeto.
SEPPUKU nombre formal del hara-kiri.
SHINTO antigua religión de Japón.
SOGÚN dictador militar de Japón.
TATAMI estera de paja para el suelo.
WAKIZASHI la espada más corta de las dos que lleva el samurai.
YARI lanza de hoja recta.
EN forma de religión budista practicada por muchos samurais.
Hola amigo.Un gran trabajo.Muy bueno.
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