lunes, 26 de julio de 2010

LA MADRE -- SRI AUROBINDO







SRI AUROBINDO





LA MADRE

LA DIVINA Mahashakti







I

Sólo hay dos poderes que pueden, aunados, lograr ese algo grandioso y difícil que es el fin de nuestros esfuerzos: una firme e imperturbable aspiración que clama desde abajo y la Gracia suprema que desde arriba responde.

Mas dicha Gracia suprema actuará, única­mente, en condiciones de Luz y de Verdad; no puede hacerlo en medio de la Falsedad y la Ig­norancia. Pues si respondiera a las demandas de la Falsedad, traicionaría su propio propósito.

He aquí las condiciones de Luz y Verdad —las únicas que permitirán el descenso de la Energía superior—; y es sólo la Energía supramental des­cendiendo desde lo alto y abriéndose paso desde
lo bajo, lo que puede dominar victoriosamente a la Naturaleza física y anular sus sufrimientos y dificultades: Debe haber una total y sincera entrega; debe haber una apertura única del yo personal al Poder divino; debe haber una cons-­tante e integral elección de la Verdad que está descendiendo, un permanente e incondicional re­chazo de la falsedad de los Poderes mental, vital y
físico, y de las Apariencias que aún rigen la Naturaleza terrenal.

Este sometimiento o entrega debe ser total y abarcar todas las partes del ser. No es suficiente que la psiquis responda y que la mente superior acepte, e incluso que se someta la energía vital interna y que la conciencia física interior sienta la influencia. Nada debe haber en parte alguna del ser —ni siquiera en las más exteriores—, que se sustraiga a esta entrega; nada que oculte du­das, confusiones y subterfugios; nada que se re­bele o que rechace.

Si una parte del ser se somete, pero otra parte se reserva, sigue su propio rumbo o establece sus propias condiciones, entonces, cada vez que esto sucede, estamos alejando de nosotros a la Gracia divina.

Si por detrás de nuestra devoción y renuncia, ocultamos nuestros deseos, requerimientos egoís­tas y exigencias vitales; si anteponemos tales co­sas a la aspiración auténtica, o las mezclamos con dicho anhelo, y procuramos engañar al Shakti Divino, entonces es inútil invocar a la Gracia divina que nos transforme.

Si por un lado nos abrimos, de manera parcial, a la Verdad, y por el otro, franqueamos constan­temente la entrada a las fuerzas hostiles, es en vano esperar que la Gracia divina permanezca
a nuestro lado. Es preciso que mantengamos el templo limpio, si es que queremos instalar en él la presencia viviente.

Si toda vez que el Poder interviene para traer la Verdad, nosotros le damos la espalda y volve­mos a llamar a la falsedad que habíamos expulsa­do en un primer momento, no debemos culpar a la Gracia divina por no acceder a nuestra lla­mada, sino a la falsedad de nuestra propia volun­tad y a la imperfección de nuestro renunciamiento.

Si clamamos por la Verdad, y, sin embargo, una parte de nosotros elige lo que es falso, torpe y profano, o simplemente no desea renunciar a todo, entonces seremos siempre vulnerables a los asedios y la Gracia se nos negará. Primero debe­mos descubrir qué es falso u oscuro en nosotros y expulsarlo con tenacidad; sólo luego que ha­yamos hecho esto tenemos el derecho a pedir que el divino Poder nos transforme.

No creamos que la verdad y la falsía, la luz y la oscuridad, la renuncia y el egoísmo pueden vivir juntos en la casa consagrada a lo Divino. La transformación debe ser integral, y total, por tanto, el rechazo de todo cuanto contrarreste lo Divino.

No pensemos que el Poder divino cumplirá nuestros deseos no bien se lo pidamos, por estar
obligado a ello, y aun cuando no cumplamos los requisitos establecidos por el Supremo.
Renun­ciemos de manera auténtica y completa; sólo en­tonces todo lo demás nos será dado.
Tampoco creamos que el divino Poder incluso se encargará de nuestra propia entrega. El Su­premo nos exige que nos sometamos a él, pero no nos impone dicha renuncia. Hasta tanto se produzca la irrevocable transformación, estamos libres en todo momento para negar y rechazar lo Divino, o para revocar la autoentrega, siempre que estemos dispuestos a sufrir las consecuencias espirituales de tales negaciones. Nuestra renun­cia ha de ser libre y decidida por uno mismo; debe ser el renunciamiento asumido por un ser viviente, y no por un autómata o un mecanismo artificial.
Constantemente se confunde la pasividad iner­te con la auténtica renuncia, pero nada verda­dero y poderoso puede surgir de la entrega pasiva. Es precisamente la inercia pasiva de la natura­leza física la que expone a ésta a cualquier tipo de influencia turbia y profana. Para que actúe el Poder divino, se exige una fuerte, jovial y sa­ludable sumisión a dicho Poder; obediencia, por parte del iluminado discípulo de la Verdad, es decir, de ese Guerrero interior que lucha contra ---
la oscuridad y la falsedad, de ese fiel servidor de lo
Divino.

Esta es la única actitud auténtica, y sólo quie­nes la asumen, conservan incólume su fe, a la que no destruyen ni desilusiones ni dificultades. Sólo ellos pasarán el Juicio de Dios y alcanzaran la suprema victoria y la gran transmutación.


II

En todo cuanto aparece en cl universo, actúa por detrás lo Divino a través de su Shaktí1, pero lo hace velado con su Maya2 Yoga3 y su acción en la naturaleza inferior se cumple mediante el yo de Jiva4.

Según Yoga5, Sadhaka6 y Sadhana7 también es lo Divino; es su Shakti8, con su luz, poder, conoci­miento y conciencia —Ananda——, actuando sobre el adhara9 y, cuando éste se abre, volcándose en dicho adhana10, junto con todas aquellas fuerzas divinas que hacen posible el Sadhana. Pero mien­tras permanece activa la naturaleza inferior, se hace necesario el esfuerzo personal del Sadhaka.

Dicho esfuerzo personal consiste en la triple tarea de aspiración, rechazo y renuncia.

Una aspiración vigilante, constante, permanen­te; Voluntad de la mente, deseo del corazón, afir­mación del ser vital, voluntad de abrir y volver flexibles la conciencia y la naturaleza físicas.

Rechazo de los movimientos de la naturaleza inferior. Rechazo de las ideas, opiniones, prefe­rencias, hábitos, construcciones de la mente, de
modo que el verdadero conocimiento encuentre lugar en una mente silenciosa; rechazo de los de­seos de la naturaleza vital, sus exigencias, anhelos, sensaciones, pasiones, egoísmos, orgullo, arrogan­cia, celos, envidia, hostilidad hacia la Verdad, Injuria, codicia, de manera que el poder y ]a felicidad verdaderos puedan verterse desde lo al­to en un ser vivo que está en calma, y que ha logrado la plenitud de su vigor y consagración; rechazo de La estupidez, las dudas, el escepti­cismo, las sombras, la obstinación, las bajezas, la haraganería, la resistencia a los cambios, estados todos propios de la naturaleza física» de suerte que la auténtica estabilidad de Luz, Poder y Ananda1, pueda establecerse en un cuerpo que cada vez se vuelve más divino.

Renuncia de sí mismo y de todo cuanto uno es y posee, y de todo plano de la conciencia y de todo movimiento, a lo Divino y a Shakti.2
A medida que progresa el propio renunciamien-­to y la auto-consagración, el Sadhaka se va vol­viendo consciente del Divino Shakti3 que va pro­duciendo el Sadhana4, volcándose dentro de él en crecientes flujos, creándole la libertad y per-­fección de la Naturaleza divina. Cuanto más el esfuerzo personal se ve reemplazado por este proceso consciente, más rápido y auténtico se vuelve el progreso del Sadhaka1. Pero no puede prescin­dir totalmente del esfuerzo personal necesario, hasta tanto la consagración y renuncia sean puros y totales de los pies a la cabeza.

Es necesario tener en cuenta que toda renun­cia tamásica2 que no cumpla con estas condicio­nes y que pretenda que Dios lo haga todo y que ahorre al individuo la lucha y las dificultades, es un fracaso y no conduce a la libertad y la per­fección.


III

Para recorrer la vida armado contra el temor, el peligro y el desastre, sólo dos cosas se nece­sitan; dos cosas que marchan juntas: la Gracia de la Madre divina y, de nuestra parte, un estado interior plasmado por la fe, la sinceridad y la renuncia. llagamos que nuestra fe sea pura, ino­cente y perfecta. Una fe egoísta en el ser mental y vital manchado de ambición, orgullo, vanidad, arrogancia intelectual, caprichos, exigencias per­sonales, ansias de mezquinas satisfacciones de la naturaleza inferior, constituye una llama pequeña y oscurecida por el humo, que no puede alzarse hacia el cielo. Debemos considerar nuestra vida como algo que nos ha sido dado para la obra divina y para ayudar a la manifestación divina. hay que desear sólo la pureza, la fuerza, la luz, la expansión, la calma, el Ananda de la divina conciencia y su insistencia para transformar y perfeccionar nuestra mente, nuestra vida y nues­tro cuerpo. Pidamos, tan sólo, la Verdad mental superior, divina, espiritual, su realización en la tierra y en cada uno de nosotros, y todos los que
son llamados y elegidos; pidamos que se produz­can las condiciones necesarias para el adveni­miento y victoria, sobre las fuerzas opositoras, de dicha Verdad.

Logremos que nuestra sinceridad y entrega sean genuinas y totales. Cuando nos entregue­mos, hagámoslo de manera absoluta, sin exigen­cias, sin condiciones, sin reserva alguna, de modo que todo en nosotros pertenezca a la Madre divi­na, sin dejar nada al ego o a cualquier otro poder.

Cuanto más completa sea nuestra fe, sinceridad y renuncia, más totales serán la gracia y la pro­tección sobre nosotros. Y cuando la gracia y la protección de la Madre divina estén con nosotros, ¿qué cosa podrá tocarnos; a quién temeremos? Incluso la más mínima cantidad de su poder nos hará atravesar obstáculos, problemas y peligros; rodeados por su plena presencia, podemos seguir nuestro rumbo completamente seguros, porque ella está libre de toda amenaza y no hay hostili­dad, por poderosa que sea, pertenezca a este mundo o a otros invisibles, que pueda afectarla. Su toque convierte las dificultades en oportuni­dades; el fracaso en éxito; la debilidad en vigor inquebrantable. Por la gracia de la Madre divina se cumple la ley del Supremo, y su efecto, en el presente o en el futuro, es algo decretado, inevi­table e irresistible.

IV

El dinero es cl signo visible de un poder uni­versal, y este poder trabaja, en su manifestación sobre la tierra, en los planos vital y físico, donde resulta indispensable para el logro de la vida exterior. En su origen y su acción verdadera, per­tenece a lo Divino. Pero, tal como sucede con otros poderes de lo Divino, aquí se lo delega y puede. merced a la ignorancia de la naturaleza inferior, ser usurpado a favor del ego o poseído por influencias maléficas (me pervierten su propósito. Es, sin duda, una de las tres fuerzas
—poder, riqueza, sexo—, que mayor atracción ejercen sobre el ego humano y Asura, y general­mente el dinero es mal empleado e injustamente retenido por los que lo poseen. Los buscadores o poseedores de riquezas son, más que sus posee­dores, los esclavos del dinero; muy pocos escapan por completo a cierta influencia distorsionadora
que lleva impresa el dinero, debido al prolongado dominio y perversión de Asura. Por esta razón, la mayoría de los iniciados espirituales insisten en el más completo autocontrol, desprendimiento
y renuncia a todas las ataduras de la riqueza y a todos los deseos personales y egoístas por llegar a poseer dichas riquezas. Algunos incluso prohí­ben totalmente el dinero y proclaman que la pobreza y la vida simple son condiciones indis­pensables de la espiritualidad. Pero se trata de un error; porque deja el poder en manos de las fuerzas hostiles. Reconquistar el dinero para lo Divino a quien pertenece, y usarlo sagradamente para la vida divina es el camino supramental in­dicado para el Sadhaka.

No hay que rechazar ascéticamente el poder del dinero, los medios que proporciona y los ob­jetos que brinda, ni tampoco apegarse tanto a él que llegue a esclavizarnos por medio de sus gra­tificaciones. Simplemente se trata de considerar a la riqueza como un poder que es necesario res­tituir a la Madre para ponerlo a su servicio.

Toda riqueza pertenece a lo Divino y quienes la poseen son custodios, no poseedores. Hoy está con ellos; mañana estará en cualquier otra parte. Todo depende de cómo se desprenden de esta riqueza puesta en sus manos, con qué espíritu, con qué conciencia hacen uso de la misma, con qué fines.
Respecto del liso personal del dinero, debemos considerar cuanto poseemos, adquirimos o con­servamos, como perteneciente a la Madre. No
exijamos nada; aceptemos lo que recibimos de ella y utilicémoslo para aquello para lo cual nos fue dado. Seamos absolutamente desprendidos, absolutamente escrupulosos, exactos, cuidadosos con todos los detalles, seamos buenos guardianes y custodios de las riquezas que se nos entregan; pensemos siempre que son bienes de la Madre y que. por tanto, no nos pertenecen. Además, cuan­to recibamos para ella debemos entregárselo pia­dosamente; no habremos de quedarnos con parte de dicho tributo, ni dárselo a otro, por justificado que nos parezca el pretexto.

No juzguemos a los hombres según sus rique­zas, ni nos dejemos impresionar por la apariencia, el poder o la influencia social. Cuando pidamos para la Madre, debemos sentir que es ella quien reclama, a través de nosotros, un poco de lo que le pertenece, y que el hombre a quien pedimos va a ser juzgado según su respuesta.

Si estamos libres de la perversión que puede acarrear el dinero, mas no por ello tenemos una actitud de repudio ascético hacia el mismo, adqui­riremos gran dominio sobre las riquezas, y po­dremos lograr que se pongan a favor de la divina obra. Una mente ecuánime; ausencia de toda exi­gencia; dedicación de todo cuanto se posee y recibe, y de todos los poderes de adquisición que se posean, a la divina Shakti1 y a su obra, son los ---
signos incuestionables de dicha libertad. Cual­quier perturbación mental respecto del dinero y su empleo; cualquier reclamo; el menor indicio de envidia, son seguros síntomas de imperfección o atadura.

El Sadhaka1 ideal, en este sentido, es aquel que, si se le exige ser pobre, lo será y llevará igual­mente una vida conforme, y a quien ninguna sen­sación de necesidad lo afectará interfiriendo el pleno desarrollo interior de la divina conciencia. Y que si, por el contrario, se ve obligado a vivir opulentamente, puede hacerlo sin que en momen­to alguno se sienta apegado a sus riquezas o a los objetos y cosas que emplea para su servicio; que jamás accederá a la autoindulgencia o a la débil sumisión a aquellos hábitos que crea la posesión de riquezas. La divina Voluntad y el divino Anan­da2 son todo para él.

En la creación supramental, el poder del dinero debe ser restablecido al divino Poder, y utilizado para el aprovisionamiento armonioso, agradable y positivo, de una nueva existencia vital y física divinizada, según lo que a este respecto la divina Madre decida en su visión creativa. Pero primero, el dinero debe ser reconquistado para ella, y esta tarea está en manos de quienes son suficiente­mente libres y fuertes como para no sentirse ten­tados por el poder del dinero.

V

Si deseamos dedicarnos sinceramente a las obras divinas, debemos, en primer lugar, librar­nos de todo deseo y preocupación personal por nuestro ego. Toda nuestra vida debe ser una ofrenda y un sacrificio a lo Supremo; el único objeto de nuestra acción ha de servir, recibir, lo­grar, convertirnos en un instrumento manifestante de la divina Shakti en sus obras. Debemos acre­centar la divina conciencia hasta lograr que no haya diferencia alguna entre nuestra voluntad y la de ella; ningún impulso excepto el que ella nos imponga; ninguna acción que no sea la acción consciente de ella en nosotros y a través de nos­otros.

Hasta no ser capaces de esta total identifica­ción dinámica, debemos considerarnos como un alma y un cuerpo creados a servicio de ella; co­mo seres que lo hacen todo por ella. Aunque la idea del trabajador separado sea tan fuerte en nosotros que nos sintamos autores de nuestros actos, debemos dedicárselos. Todo acento en elecciones egoístas; toda lucha en pos de beneficios ---
personales; toda afirmación de deseos perso­nales, deben ser extirpados de la naturaleza. No hay que esperar fruto alguno ni buscar recom­pensas El único fruto ha de ser el contento de la divina Madre y el cumplimiento de la obra de ella; nuestra única recompensa será el cons­tante progreso en la adquisición de la divina conciencia, la calma, la fuerza y la sublimidad. La satisfacción del servicio y la alegría ante el cre­cimiento interior del espíritu, a través de las obras cumplidas, son suficientes premios para el traba­jador altruista.

Mas sobreviene un momento en que nos sen­timos cada vez más corno instrumentos que como trabajadores. Por primera vez, gracias al poder de nuestra devoción, el contacto con la divina Madre se vuelve tan íntimo, que bastará con que nos concentremos en cualquier instante en ella, poniendo en sus manos toda cosa, para sentir la presencia de su guía, su directa orden o impulso, la segura indicación de lo que conviene hacer, de cómo realizarlo y del resultado que obtendremos. Y luego, nos daremos cuenta de que la divina Shakti no sólo inspira y guía, sino que además inicia y lleva a cabo nuestras obras; todos nuestros movimientos se originan en ella; todos nuestros poderes le pertenecen; mente, vida y cuerpo, son instrumentos gozosos de su acción,
medios de su despliegue, moldes para su mani­festación en el universo físico. No puede haber condición más feliz que la de esta dependencia y unión; porque dicha unión nos retrotrae al estado que nos libera de esta vida de ataduras y sufri­miento por ignorancia, es decir, al estado en que recuperamos la verdad de nuestro ser espiritual, su profunda paz y su intenso Ananda.

Mientras se va produciendo dicha transforma­ción, cada vez se vuelve más necesario mantener­se libre de las perversiones del ego. No dejemos que reclamo o deseo alguno se impongan a nues­tra pureza, altruismo y sacrificio. No ha de existir apego a la obra o su resultado; ninguna imposición; ningún reclamo por poseer el Poder que debería poseernos; ningún orgullo del instrumen­to; ninguna vanidad o petulancia. Nada, ni en la mente ni en parte vital o física alguna, debiera ser apartada del uso al que está destinada, o puesta a favor de satisfacciones personales: su único objeto es permitir, conjuntamente, que ac­túen a través de nosotros las grandes fuerzas de la creación. Si logramos que nuestra fe, sin­ceridad, pureza de aspiración, sean absolutas y penetren todos los planos y capas de nuestro ser, lograremos que todos los elementos perturbado­res y las influencias distorsionadoras se vayan desprendiendo de nuestra naturaleza.
La última etapa de este perfeccionamiento so­breviene cuando nos sentimos completamente identificados con la divina Madre, de modo que ya no nos sentimos ni instrumentos, ni hacedores, ni servidores, ni seres separados, sino realmente criaturas y partes eternas de la conciencia y po­der de la divina Madre. Siempre estará ella en nosotros y nosotros en ella; será una vivencia constante, simple y natural, el sentir que todas nuestras acciones, pensamientos y sentimientos, nuestro res­pirar y nuestro movimiento, provienen de ella y son los de ella.

Comprenderemos que somos seres y ener­gías formados por ella desde sí misma, despren­didos de ella y sin embargo, siempre a salvo en su seno, ser de su ser, conciencia de su concien­cia, poder de su poder, Ananda de su Ananda. Cuando se alcanza esta condición y las energías supramentales de ella pueden actuar libremente en nosotros, logramos la perfección en las obras divinas. El conocimiento, la voluntad, la acción, se vuelven seguros, sencillos, luminosos, espon­táneos, totales, es decir, se convierten en una co­rriente que dimana del Supremo, un divino movimiento de lo Eterno.

VI

Los cuatro poderes de la Madre son cuatro de sus personalidades sobresalientes, partes y corpo­rizaciones de su divinidad a través de las cuales ella actúa sobre sus criaturas, ordena y armoniza sus creaciones en los mundos y dirige la acción de sus mil poderes. Puesto que la Madre es una sola pero aparece ante nosotros bajo diferentes aspectos. Muchos son sus poderes y personalidades; muchas sus emanaciones y Vibhutis que realizan, por ella, 1su trabajo en el universo.

La que nosotros adoramos corno la Madre es la di­vina energía consciente que domina todas las existencias, y que es una sola con, no obstante, tantos aspectos, que es imposible que ni siquiera la mente más inteligente, libre y rápida, pueda seguir su movimiento. La Madre es la conciencia y el poder de lo Supremo y está muy por encima de todo cuanto crea. Pero algunas de sus moda­lidades pueden verse y sentirse por medio de sus corporizaciones y de las formas en las que con­siente manifestarse a sus criaturas, y que son más
fáciles de captar cuanto más definidas y limitadas son la acción y disposición de la diosa.

Hay tres maneras de pertenecer a la Madre, y de las cuales es posible percatarse cuando se entra en contacto de unidad con el Poder cons­ciente que sustenta nuestro ser y el universo. Co­mo trascendencia, la original y suprema Shakti permanece por encima de los mundos y liga la creación al misterio jamás manifestado de lo Su­premo. Como Universal, la cósmica Mahashakti1 crea todas las cosas y seres, y contiene y penetra, apoya y conduce todos estos millones de procesos y fuerzas. Como Individual, la Madre encarna el poder de estas dos vastas formas de su exis­tencia, les da vida, y las acerca a nosotros como intermediaria entre la personalidad humana y la Naturaleza divina.

La original y trascendente Shakti, otra de las formas de la Madre, está por encima de todos los mundos y sustenta lo Divino supremo en su eter­na conciencia. Sólo ella posee el Poder absoluto y la Presencia inefable; conteniendo o concitando las Verdades que tienen que manifestarse, Ella las entrega desde el Misterio en el que estaban ocultas y las muestra a la luz de su infinita con­ciencia, dándoles una forma de fuerza gracias a su poder omnipotente y su vida libre de ataduras, y, además, un cuerpo en el universo.
Lo Supre­mo se manifiesta en ella para siempre, como el perenne Sachchidananda1, que aparece a través de ella en los mundos, como la única y dual con­ciencia de Ishwara-Shakti2, y el doble principio de Pnrusha-Prakriti3, encarnado por ella en los Universos y los Planos y los Dioses y sus corres­pondientes Atributos, y que se manifiesta y plas­ma por causa de ella como todo cuanto existe en los mundos conocidos y desconocidos. Todo es debido al juego de ella con lo Supremo; todo es manifestación de la Madre; manifestación de los misterios de lo Eterno, de los milagros de 1o Infinito. Todo es ella, pues todos los seres y cosas son partes o porciones del divino Poder—Concien­cia. Nada puede existir ni aquí ni en parte alguna que no haya sido decidido por ella y determinado por las leyes supremas; nada puede tomar forma excepto lo que ella ponga en movimiento merced a las percepciones y formas de lo Supremo, depuse de arrojarlo como simiente en el seno de su creador Ananda.

La Mahashakti, la Madre universal, actúa en todo cuanto se transmite a partir de lo Supremo, por medio de la conciencia trascendente de ella, y que penetra en los mundos creados por ella; la presencia de la madre penetra y sostiene dichos mundos con el divino espíritu y la energía sustentadora y el gozo, sin los cuales no podrían ---
existir. Lo que denominamos Naturaleza o Pra­kriti no es otra cosa que su aspecto más exterior; ella ordena y determina la armonía de sus propias energías y procesos, impulsa las operaciones de la Naturaleza, y se mueve de manera secreta o ma­nifiesta en medio de todo cuanto pueda verse o experimentarse o moverse en la vida. Cada mun­do no es más que uno de los juegos de la Maha­shakti dentro del sistema de mundos o universo. Lo que hay allí como Alma y Personalidad es el Alma o Personalidad de la Madre trascendente. Cada mundo es algo que ella ha contemplado en una de sus visiones, y que ha recogido en su corazón bello y poderoso, y creado en su Ananda.

Pero existen múltiples planes de su creación; muchas etapas de la divina Shakti. En la cúspide de esta manifestación, de la cual somos parte, hay mundos de infinita existencia, conciencia, po­der y divinidad, sobre los cuales la Madre perman­ece como el eterno Poder desvelado. Todos los seres de esos mundos viven y se mueven dentro de una inefable plenitud y una inalterable uni­dad, porque ella los sostiene a salvo en sus brazos para siempre. Más cerca de nosotros están los mundos de creación suprarmental perfectos, en los cuales la Madre es la supramental Mahashakti, un Poder de divina y omnisciente Voluntad y om­nipotente Conocimiento, siempre presente en sus ---
infalibles obras y espontáneamente perfectos en cada proceso. Allí todos los movimientos son los pasos hacia la Verdad; allí todos los seres son al­mas y energías y cuerpos de la divina Luz; allí todas las experiencias son mares y ríos y olas de un intenso y absoluto Ananda. Pero aquí, donde nosotros habitamos, están los mundos de la Ignorancia, los mundos de la mente, la vida y el cuerpo, separados, en su conciencia, de su fuente, de la cual esta tierra es un centro significativo y su evolución un proceso crucial. También este mundo, con toda su oscuridad y luchas e imper­fección, está sostenido por la Madre universal; también éste está impulsado y guia-do hacia su secreto fin, por la Mahashakti. La Madre, como Mahasbakti1 de este triple mundo de la Ignoran­cia, permanece en un plano Inter.-medio entre la Luz supramental, la vida de la Verdad, la crea­ción de la Verdad, que debe descender aquí, y esta jerarquía ascendente y descendente de planos de la conciencia que, como una doble escala, parte del seno de la Madre, desciende, y vuelve a subir a través del florecimiento de la vida, el alma y la mente, hasta la infinitud del Espíritu. La Madre determina todo lo que ha de ser en el universo y en la evolución terrestre, por medio de lo que ella contempla, siente y vuelca desde Sí Misma; ella permanece por encima de los Dioses, ---
y todos sus Poderes y Personalidades se colo­can frente a ella, listos para la acción; entonces ella envía emanaciones de dichos Poderes y Per­sonalidades, a estos mundos inferiores, para que intervengan, gobiernen, luchen y conquisten, guíen y muevan los cielos, ordenen y conduzcan todas y cada una de sus líneas y energías. Estas Emanaciones son las múltiples formas y persona­lidades divinas en que los hombres han adorado a la Madre bajo diferentes nombres a lo largo de las distintas épocas. Pero también ella prepara y plasma a través de estos Poderes y sus emana­ciones, las mentes y cuerpos de los Vibhutis, in­cluso cuando prepara y plasma las mentes y cuer­pos de los Vibhutis del Ishwara1, de modo que pueda manifestar, en el mundo físico y en la con­ciencia humana, algún rayo de su poder y cua­lidad y presencia. Todas los acontecimientos del mundo son corno un drama planeado y puesto en escena por ella, con los Dioses cósmicos como asistentes y ella misma como actor velado.

La Madre no sólo lo gobierna todo desde arri­ba, sino que además desciende hasta este triple universo inferior. Impersonalmente, todas las cosas de aquí, incluso los movimientos de la Ig­norancia son ella misma en forma de energía velada y creación suya en forma de sustancia disminuida, es decir, su Naturaleza-cuerpo y su
Naturaleza-energía, mundos que existen porque movida por el misterioso fiat (?) de lo Supremo a producir algo que estaba allí en las posibili-dades de lo Infinito, ella consintió en el enor­me sacrificio y se puso a la manera de una mas-cara, el alma y las formas de la ignorancia. Pero también, personalmente, se ha rebajado a descen­der hasta aquí, hasta las Tinieblas a las que ella puede convertir en Luz; hasta la Falsedad y el Error que ella puede transformar en Verdad; hasta esta Muerte que ella puede transmutar en la Vida divina; hasta este mundo de penas y todas sus obstinadas tristezas y sufrimientos, que ella pue­de hacer desaparecer colocando en su lugar el éx­tasis de su sublime Ananda. En su grande y pro­fundo amor hacia sus criaturas, ella ha aceptado ponerse las vestiduras de la oscuridad; ha condes­cendido a soportar los ataques e influencias tor­turantes de los poderes de la Sombra y la False­dad y a sobrellevar el atravesar los portales del nacimiento que es una muerte; ha asumido los dolores y penas y sufrimientos de la creación, puesto que, aparentemente, sólo de esta manera puede este mundo nuestro ser elevado a la Luz, la Felicidad, la Verdad y la Vida eterna. Es éste el gran sacri-ficio frecuentemente llamado sacri­ficio del Purusha1, pero, más profundamente, holocausto ­--
de Prakrití1, es decir, el sacrificio de la Madre divina.

Cuatro grandes Aspectos de la Madre, cuatro de sus principales Poderes y Personalidades han estado a la cabeza de su guía de este Universo y en sus mecanismos en el manejo de las cosas te­rrestres. Una de ellas es su personalidad de am­plitud serena y sabiduría comprensiva y tranquila benignidad e inagotable compasión y soberanía y majestad superior y grandeza omnipotente. Otra de sus personalidades recubre su poder de fuer­za espléndida e irresistible pasión; es éste su aspecto guerrero, su voluntad arrolladora, su ve­locidad impetuosa y su vigor que estremece al mundo. La tercera es brillante, dulce, maravillo­sa, pues se trata de la investidura de su profundo secreto de belleza y armonía y sutil ritmo, su intrincada y sutil opulencia, su apremiante atrac­ción y cautivadora gracia. La cuarta está equi­pada con su cercana y profunda capacidad de conocimiento íntimo y cuidadosa obra sin tacha y su tranquila y exacta perfección en todas las co­sas. Sabiduría, Fuerza, Armonía, Perfección, son sus diversos atributos y son estos poderes los que ella introduce en el mundo; poderes que se ma­nifiestan bajo aspecto humano a través de sus respectivos Vibhutis y que irán apareciendo, por grados y a través de su divina ascensión, en aquellos ---
que puedan abrir su naturaleza terrenal a la viva y directa influencia de la Madre. A estas cuatro Personalidades las denominamos con los grandes nombres de: Maheshwari, Mahakali1, Mahalakshmi2 y Mahasaraswati3.


La imperial Maheshwari está sentada en la am­plitud que existe sobre la mente pensante y la voluntad, y las sublima y aumenta, convirtiéndo­las en sabiduría y liberalidad, o se desliza con esplendor detrás de ellas. Pues ella es la todo­poderosa y sabia Unidad que nos abre a los infi­nitos supramentales y a la vastedad cósmica; a la grandeza de la Luz suprema; a la mansión del tesoro, donde encontramos el maravilloso conoci­miento; al inconmensurable movimiento de las fuerzas eternas de la Madre. Ella está tranquila, y es eternamente maravillosa, magna y calma. Nada puede conmoverla porque toda sabiduría está en ella; nada de lo que ella decida conocer puede permanecer oculto para ella; comprende todas las cosas y todos los seres, y sus respectivas naturalezas, y qué los mueve, y las leyes del mundo y sus diferentes épocas y cómo todo fue, es y será. Hay en ella una fuerza que lo domina todo y nada ni nadie puede oponerse, al final, a su vasta e intangible sabiduría y a su elevado y
sereno poder. Con voluntad ecuánime, paciente e inalterable, ella se ocupa de los hombres de acuerdo con sus particulares naturalezas, y de las cosas y acontecimientos, según la energía y la verdad que hay en ellos. Ella no tiene ninguna parcialidad, sino que sigue los decretos de lo Supremo, y de esta manera, a algunos los eleva. y a otros los deja caer o los arroja a las sombras. A los sabios, ella les otorga una mayor y más luminosa sabiduría; acoge en su seno a los que al­canzan la visión de la Verdad; a los que son hos­tiles, ella les impone las consecuencias de su hos­tilidad; a los ignorantes y tontos ella los conduce de acuerdo con su ceguera. Ella responde a cada hombre y maneja los diferentes elementos de su naturaleza, según sus necesidades, ansias y reque­rimientos individuales; ejerce sobre ellos la ne­cesaria presión o los abandona a su apreciada li— bertad para que prosperen en los rumbos de la Ignorancia o perezcan. Ya que ella está por en­cima de todo, no está atada a nada, ni interesada por ninguna cosa del universo. Sin embargo. posee el corazón de la Madre universal. Porque su piedad es infinita e inagotable, todos son a sus ojos, sus criaturas y partes de la Unidad, in­cluso el Asura1 y el Rakshasa2 y el Pisacha3, y todos aquellos que son hostiles y sublevados. Incluso sus rechazos son sólo postergaciones; incluso sus ---
castigos son una gracia. Pero su compasión no ciega su sabiduría, ni desvía su acción del curso decretado. Porque la Verdad de las cosas es asun­to de ella; el conocimiento su centro de poder; y el plasmar nuestras almas y naturalezas según la Verdad divina, su misión y su trabajo.
Mahakali es de índole distinta. Su poder pe­culiar es la altura, no la amplitud; el vigor y la fuerza, no la sabiduría. Hay en ella una abruma­dora intensidad; una poderosa pasión de ejercer fuerza; una divina violencia dispuesta a superar todo límite y obstáculo. Toda su divinidad brota en un ímpetu de esplendorosa y tempestuosa ac­ción. Allí está ella pronta para toda velocidad, para todo proceso inmediatamente efectivo; para el golpe rápido y certero; para el asalto frontal que arrasa con todo. Terrible es su rostro para el Asura; peligroso y despiadado su humor contra los que odian lo Divino; pues ella es el Guerrero de los Mundos que jamás abandona la batalla. Intolerante frente a la imperfección, ella es ruda con la apatía del hombre, y severa con todo lo que es ignorante y oscuro. Su cólera es inme­diata y terrible contra la traición, la falsedad y la malignidad, y toda mala voluntad cae bajo su azote. Ella no puede soportar la indiferencia,
negligencia y flojedad en la obra divina, y des­pierta de inmediato al dormido o perezoso, hasta con un dolor, si es necesario. El movimiento de Mahakali son: los impulsos rápidos, directos y francos; los movimientos sin reservas y absolutos; la inspiración que asciende en una llama. El es­píritu de ella es audaz; su visión y voluntad son elevadas y de largo alcance, como el vuelo de un águila; sus pies son rápidos en el camino de ascenso y sus manos se extienden para go1pear y socorrer. Puesto que también ella es la Madre y su amor es tan intenso como su ira y tiene una bondad profunda y apasionada. Cuando se le permite actuar con toda su fuerza, entonces en un sólo instante desaparecen como cosas inconsistentes, los obstáculos que inmovilizan al hombre, o los enemigos que asaltan al buscador. Si su cólera es temible para los hostiles, y la vehemencia de su presión resulta dolorosa para pusilánime, el tímido y el débil, ella es amada y venerada por el hombre grande, fuerte y noble; porque ellos perciben que los golpes de la Madre atacan lo que en su naturaleza es rebelde, para acercarlos a la fuerza y a la verdad perfecta; castigan lo pervertido y expulsan lo imploro y defectuoso. Pero lo que ella puede hacer en un día, podría consumir siglos enteros; sin ella Ananda podría ser mayor y más profundo, o más fácil y suave
y hermoso, pero no poseería el encendido júbilo de intensidades más absolutas. Ella otorga al co­nocimiento una grandeza de conquista; a la be­-lleza y armonía, un movimiento de ascenso y ele­vación; y proporciona al lento y difícil trabajo hacia la perfección, un ímpetu que multiplica el poder y acorta el largo camino. Nada que no alcance los supremos éxtasis puede conformarla; nada que no aspire a las alturas más excelsas, a los logros más nobles, a las perspectivas de ma­yor alcance. Por consiguiente, con ella está la fuerza victoriosa de lo Divino y por gracia de su fuego y pasión y rapidez el gran logro puede al­canzarse ahora y no más tarde.


Sabiduría y Fuerza no son las únicas manifes­taciones de la Madre Suprema; hay un misterio más sutil de su naturaleza, sin el cual la Sabidu-­ría y la Fuerza serían cosas incompletas y sin el cual la perfección resultaría imperfecta. Sobre la Sabiduría y la Fuerza está el milagro de la belleza eterna, un inaprensible secreto de armonías divi-­nas, la magia arrolladora de un encanto universal irresistible y de una atracción que lleva y trae las cosas y las fuerzas y los seres, uniéndolos, obli­gándolos a reunirse, encontrarse, de modo que un oculto Ananda pueda desplegarse tras el velo y
convertirlos en sus ritmos y figuras. Este es el poder de Mahalakshmi, y no hay aspecto de la divina Shakti más atractivo para el corazón de los seres encarnados. Maheshwari puede aparecer demasiado calma, grandiosa y distante fuera del alcance de la pequeñez de la naturaleza terrenal; Mahakali demasiado suave y formidable como para que pueda soportarla la debilidad de los hombres. Pero todos se vuelven con júbilo y ansia hacia Mahalakshmi. Pues ella arroja el hechizo de la intoxicante dulzura de lo Divino:
estar cerca de ella es una profunda felicidad, y sentirla dentro del corazón hace que la existencia se convierta en una maravilla y un arrobamiento; gracia y encanto y ternura fluyen de ella como la luz del sol, y dondequiera que ella posa su maravillosa mirada o deja caer la dulzura de su sonrisa, el corazón queda cautivo y se hunde en una insondable bienaventuranza. Magnético es el toque de sus manos, y su oculta y delicada influencia refina la mente, la vida y el cuerpo, y donde ella pone su pie fluyen milagrosas corrien­tes de fascinante Ananda1.

Y sin embargo, no es fácil lograr la presencia de este encantador poder y retenerlo. Armo­nía de la mente y el alma, armonía y belleza dc los pensamientos y sentimientos, armonía y be­lleza en cada movimiento y acto exterior. armonía
y belleza de la vida y su contorno, éste es el requerimiento de Mahalakshmi. Dondequiera haya afinidad con los ritmos del secreto mundo de la bienaventuranza, y respuesta al llamado de la Belleza suprema y acuerdo y unidad, y el ju­biloso flujo de muchas vidas entregadas a lo Di­vino, en esa atmósfera ella consiente habitar. Pero todo lo que sea feo, miserable, mezquino, pobre, sórdido, escuálido, todo lo que sea brutal y vil repele su advenimiento. Donde no existen amor y belleza, o son renuentes a nacer, ella no aparece; donde están mezclados y desfigurados por cosas inferiores, pronto ella se aleja o siente poca inclinación a derramar sus riquezas. Si ella se encuentra en el corazón de los hombres rodeada de egoísmo, odio, celos y malignidad, envidia; si la traición y la ingratitud se mezclan en el cáliz sagrado; si pasiones groseras y deseos poco refinados degradan la devoción, en tales corazones la graciosa y hermosa diosa no se de­tiene. Se apodera de ella un divino disgusto que la obliga a partir, pues nunca insiste ni rue­ga; o bien, velando su rostro, espera que sea repelida la amarga y venenosa sustancia, antes de poder ella hacer sentir su feliz influencia. El seco y áspero ascetismo no es de su agrado; tampoco gusta de la supresión de las emociones
más hondas del corazón, ni la rígida represión
de las partes bellas de la vida y del alma. Por­que es a través del amor y de la belleza que ella introduce entre los hombres la nota alegre de lo Divino. La vida se convierte en su suprema creación, en una rica obra del arte celestial, y toda existencia, en un poema de sagrado deleite; las riquezas del mundo son reunidas a favor de un orden supremo, e incluso las cosas mas sim­ples y comunes se vuelven maravillosas gracias a su intuición de unidad y el aliento de su espí­ritu. Admitida en el corazón, ella eleva la sabi­duría a pináculos de maravilla, y le revela los secretos místicos del éxtasis que supera todo conocimiento, une la devoción con la atracción apa­sionada de lo Divino; enseña a estrechar y for­talecer el ritmo que mantiene la excelsitud de sus actos de acuerdo con la armonía universal, y le insufla la perfección del encanto que dura eternamente.
Mahasaraswati es el Poder de Trabajo de la Madre y su espíritu de perfección y orden. Sien-­
do la más joven de sus personalidades, es la más diestra en la facultad ejecutiva y la más cercana a la Naturaleza física. Maheshwari proyecta las largas líneas de las fuerzas del mundo; Maha --
­kali orienta sus energías e ímpetus; Mahalakshmi
descubre sus ritmos y medidas; pero Mahasara­swati preside los detalles de su organización y ejecu-ción, la relación entre las partes y la eficaz combinación de las fuerzas, así como también la infalible exactitud del resultado y cumpli­miento finales. La ciencia, la artesanía, la téc­nica de las cosas son del dominio de Mabasa­raswati. Ella siempre retiene su naturaleza y otorga a quienes haya elegido, el íntimo y exacto conocimiento,
sutileza y paciencia, la agudeza de la mente intuitiva y la mano consciente y el ojo discer-nidor del perfecto trabajador. Este Poder –es el fuerte, incansable, cuidadoso y efi­ciente constructor, organizador, administrador, técnico, artesano y clasificador de los mundos. Cuan-
do comprende la transformación y nueva construcción de la naturaleza, su acción es labo­riosa y prolija, y a menudo aparece ante nuestra impaciencia como lenta e interminable, pero es persistente, integral y sin tacha. Por propio de-
­seo es escrupulosa, alerta, infatigable en sus obras; inclinándose sobre nosotros, advierte y toca cada pequeño detalle, encuentra el más mínimo defecto, brecha, retorcimiento o caren-­cia; tiene en cuenta y sopesa exactamente todo cuanto ha sido hecho y todo cuanto falta toda--­vía realizar. Nada le resulta demasiado pequeño o aparentemente trivial; nada, por impalpable,
intangible, oculto o invisible puede escapársele. Modelándola una y otra vez, trabaja cada parte hasta que alcanza su verdadera forma, su exacto lugar en la totalidad, y el cumplimiento de su propósito justo. En constante y diligente ajuste y reajuste de las cosas, su ojo está puesto en todas las necesidades y en el modo como resol­verlas, y su intuición sabe qué ha de elegirse y qué rechazarse; así, determina con éxito el ins­trumento adecuado, el momento apropiado, las condiciones propicias y el proceso indicado. Abo­rrece todo descuido y negligencia e indolencia. Todo trabajo defectuoso o que se realiza a me­dias le resulta ofensivo y extraño a su tempera­mento. Cuando su trabajo está terminado, nada ha sido olvidado, ninguna parte ocupa el sitio equivocado, ni ha sido omitida o aplicada de manera incorrecta; todo es sólido, ajustado, com­pleto, admirable. Nada que no sea absolutamen­te perfecto le satisface, y está dispuesta a enfren­tar una eternidad de trabajo y esfuerzo si ello es necesario para la realización de su creación. Por esto, de todos los poderes de La Madre, Maha­saraswati es la que más sufre con el hombre y sus miles de imperfecciones. Cariñosa, sonrien­te, cálida y dadivosa, no se desalienta fácilmente e insiste incluso después de repetidos fracasos; su mano
nos sostiene en cada etapa, con la sola --
condición de que seamos íntegros y sinceros; ella no tolera la mente ambigua o con dobleces, y su ironía es cruel con los engañadores y pre­tenciosos. Una madre para nuestras necesidades; una amiga en nuestras dificultades; una mentora y guía serena y constante, que despeja con su radiante sonrisa las nubes de desaliento y depre­sión, recordándonos siempre la eterna ayuda, señalando la eterna luz del sol. Toda la obra de los otros Poderes depende de ella para su reali­zación final. Porque ella asegura el fundamento material, elabora la estructura en todos sus de­talles y erige y organiza la armonía del sistema.
Existen otras grandes Personalidades de la divina Madre, pero que es más difícil hacer des­cender hasta la tierra, y tampoco han desempe- ñado un papel tan preponderante en la evolu-­ ción del espíritu terrenal. Existen, entre dichas personalidades algunas Presencias indispensables para la realización supramental. Sobre todo una de ellas: la Personalidad de la Madre que repre­-senta aquel misterioso y poderoso éxtasis y Anan­da que brota del supremo Amor divino; el Anan-- da que puede salvar el abismo entre las má­ximas alturas del espíritu supramental y las más profundas honduras de la Materia; ese Ananda ----
que posee la clave de una maravillosa Vida di­vi-na, y que incluso ahora sostiene la obra de todos los otros Poderes del universo. Pero la naturaleza humana, esclava, egoísta y oscura, es inadecuada para recibir estas grandes Presencias o para soportar su enérgica acción. Sólo cuando los Cuatro Poderes han hallado la armonía y libertad de movimientos necesarios en la mente, vida y cuerpo transformados, pueden aquellos otros Poderes más raros manifestarse en el mo­vimiento de la tierra y así la acción supramental se hace posible. Pues cuando todas sus Perso­nalidades están reunidas en ella y sus respecti­vos trabajos se convierten en una unidad, enton-ces la Madre se revela como la supramental Mahashakti e irradia sus luminosas trascenden­cias por el inefable éter. Entonces la naturaleza humana puede transformarse en la naturaleza di­vina porquNOTA:e todas las elementales líneas de la Verdad-Conciencia supramental y la Verdad-Energía están reunidas y el arpa de la vida está bien ajustada como para hacer sonar los ritmos de lo Eterno.
Si deseáis esta transformación en vosotros, ten­dréis que poneros en manos de la Madre y sus Poderes sin vacilación ni resistencia y dejar que ella haga su trabajo en vosotros. Es necesario poseer tres cualidades: conciencia, plasticidad, -
sometimiento sin reservas. Es preciso tener abso­luta conciencia de mente, alma y cuerpo, perci­biendo en cada célula la presencia de la Madre y de sus Poderes; porque si bien ella actúa igual­mente cuando estamos en la oscuridad y no la captamos, el resultado en nosotros es más eficaz cuando estamos alertas y en vívida comunión con ella. Toda nuestra naturaleza ha de ser plástica, sensible a su toque, sin las preguntas, dudas y disputas que suelen provocar las mentes ignorantes, y que se convierten en enemigos de la iluminación y el cambio; no hay que insistir en los movimientos propios de la índole vital del hombre y que constantemente se oponen con sus deseos y apetencias, a toda influencia divina; no hay que ampararse en la incapacidad, la iner­cia y los temas propios de la conciencia física del hombre, siempre a la búsqueda de su placer y siempre chillando o protestando cuando cual­quier cosa perturba su rutina vacía y su hara­ganería.

La entrega absoluta de nuestro ser inte­rior y exterior nos vuelve flexibles al toque divi­no; La conciencia se va despertando por esta constante apertura a la Sabiduría y la Luz, la Energía, la Armonía y la Belleza, la Perfección que fluye desde lo alto. Incluso el cuerpo des­pierta y une su conciencia subliminal a la Ener­gía supramental, y siente todos los Poderes de ----
la Madre penetrándolo en cada una y en todas sus partes y vibra embargado de Amor supremo y de Ananda.
Pero hay que estar en guardia para no tratar de comprender y juzgar a la divina Madre de acuerdo con nuestra pequeña mente terrenal, que gusta de someter incluso las cosas que están por encima de sus normas, de sus estrechos razo­namientos y de sus erróneas impresiones, su mez­quina ignorancia agresiva, y su insignificante y engreído conocimiento. La mente humana, ence­rrada en la prisión de su casi total oscuridad, no puede seguir la múltiple libertad de los pasos de la divina Shakti. La rapidez y complejidad de la visión y la acción de la divina Madre supe­ra la inestable comprensión del hombre; las pau­tas de su movimiento no corresponden a las de la mente humana. Desorientada por la súbita alteración de sus numerosas personalidades diferentes, su creación de ritmos y su ruptura de ritmos, sus aceleraciones de velocidad y sus demoras, sus diversas maneras de encarar los pro­blemas de uno y del otro, su modo de separar en un momento dos líneas y en otro momento unirlas, la mente humana no reconocerá el cami­no del Poder supremo cuando éste atraviesa la masa de la Ignorancia, y marcha en espiral hacia la Luz suprema. Debemos abrir nuestra
alma a
alma a ella y sentirnos felices de captarla con la natu­raleza psíquica y contemplarla con la visión psí­quica que darán una respuesta adecuada a la Verdad. Entonces la Madre misma iluminará con sus elementos psíquicos, nuestra mente, co­razón y vida y conciencia física y nos revelará sus modos de ser y naturaleza.
También debemos evitar el error de las men­tes ignorantes que exigen que el Poder divino actúe siempre de acuerdo con sus nociones su­perficiales de omnisciencia y omnipotencia. Pues nuestra mente pide en todo momento ser sor­prendida por poderes milagrosos, fáciles éxitos y radiantes esplendores; de lo contrario, se nie­ga a creer en lo divino. La Madre ataca la igno­rancia en su propio campo; para ello desciende hasta la Ignorancia misma. En parte oculta y en parte descubre su conocimiento y su poder. Muchas veces adapta sus instrumentos a los re­querimientos de la mente que busca, a la moda­lidad propia de la psiquis aspirante, a la natu­raleza que lucha, que está prisionera y que soporta su naturaleza física. Hay condiciones que han sido establecidas por la Voluntad suprema; hay muchos nudos enredados que deben desenmara­ñarse, pero que no es posible separar brusca­mente. Asura y Rakshasa sostienen esta natura­leza terrenal en evolución, y deben ser hallados ----
y conquistadas en sus propios términos, en su propio territorio. Lo que en nosotros hay de humano debe ser guiado y preparado para tras­cender sus límites, y es demasiado oscuro y débil como para soportar la elevación brusca hacia una etapa superior. La Conciencia y la Energía divinas están siempre presentes y alertas para hacer en cada momento lo adecuado según las condiciones de la obra; para dar siempre el paso decretado y plasmar, en medio de la imperfec­ción, la perfección que habrá de sobrevenir. Pero sólo cuando la mente superior desciende sobre nosotros puede la divina Madre actuar como la supramental Shakti de múltiples índoles supra­mentales. Si seguimos a nuestra mente, no po­dremos jamás reconocer a la Madre, aunque se manifieste ante nosotros. Debemos seguir nues­tra alma y no nuestra mente. porque es el alma la que responde a la Verdad, y no la mente que se deja llevar por las apariencias; debemos Con­fiar en el Poder divino que liberará los elemen­tos divinos que poseemos y los plasmará en una de las expresiones de la Naturaleza divina.
La trasmutación supramental ha sido inevita­blemente decretada para la evolución de la con­ciencia terrenal; su ascenso no ha terminado y la mente no es su máxima cúspide. Pero para que el cambio se produzca, tome forma y per­--
dure, es necesario el reclamo desde abajo, junto con la voluntad de reconocer y no negar la Luz, cuando ésta llega; y también se hace necesaria la sanción de lo Supremo desde arriba. El poder que actúa como intermediario entre la sanción y el reclamo es la presencia y el poder de La Ma­dre divina. Es el poder de La Madre y no ningún esfuerzo humano, lo que puede hacer descender a este mundo de oscuridad y falsedades, muer­te y sufrimientos, la Verdad, la Luz y la Vida divinas y el inmortal Ananda.

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