viernes, 22 de abril de 2011

Así habló Zaratustra -- 2ª parte



Antes de la salida del sol294

Oh cielo por encima de mí, tú puro! ¡Profundo! ¡Abismo de luz! Contemplándote me estremezco de ansias divinas.
Arrojarme a tu altura - ¡ésa es mi profundidad! Cobijarme en tu pureza - ¡ésa es mi inocencia!
Al dios su belleza lo encubre: así me ocultas tú tus estrellas No hablas: así me anuncias tu sabiduría.
Mudo sobre el mar rugiente has salido hoy para mí, tu amor y tu pudor dicen revelación a mi rugiente alma.
El que hayas venido bello a mí, encubierto en tu belleza, el que mudo me hables, manifiesto en tu sabiduría:
¡Oh, cómo no iba yo a adivinar todos los pudores de tu alma! ¡Antes del sol has venido a mí tú, el más solitario de to­dos!
Somos amigos desde el comienzo: comunes nos son la tris­tura y la pavura y la hondura295; hasta el sol nos es común.
No hablamos entre nosotros, pues sabemos demasiadas cosas -: callamos juntos, sonreímos juntos a nuestro saber.
¿No eres tú acaso la luz para mi fuego? ¿No tienes tú el alma gemela de mi conocimiento?
Juntos aprendimos todo; juntos aprendimos a ascender por encima de nosotros hacia nosotros mismos, y a sonreír sin nubes: -
- a sonreír sin nubes hacia abajo, desde ojos luminosos y desde una remota lejanía, mientras debajo de nosotros la coacción y la finalidad y la culpa exhalan vapores como si fuesen lluvia.
Y cuando yo caminaba solo: ¿de quién tenía hambre mi alma por las noches y en los senderos errados? Y cuando yo subía montañas, ¿a quién buscaba siempre en las montañas sino a ti?
Y todo mi caminar y subir montañas: una necesidad era tan sólo, y un recurso del desvalido: - ¡volar es lo único que mi entera voluntad quiere, volar dentro de ti!
¿Y a quién odiaba yo más que a las nubes pasajeras y a to­das las cosas que te manchan? ¡Y hasta a mi propio odio odia­ba yo, porque te manchaba!
Estoy enojado con las nubes pasajeras, con esos gatos de presa que furtivamente se deslizan: nos quitan a ti y a mí lo que nos es común, - el inmenso e ilimitado decir sí y amén.
Estamos enojados con esas mediadoras y entrometidas, las nubes pasajeras: mitad de esto mitad de aquello, que no han aprendido a bendecir ni a maldecir a fondo.
¡Prefiero estar sentado en el tonel bajo un cielo cubierto, prefiero estar sentado sin cielo en el abismo, que verte a ti, cie­lo de luz, manchado con nubes pasajeras!
Y a menudo he sentido deseos de sujetarlas con los denta­dos alambres áureos del rayo, y golpear los timbales, como el trueno, sobre su panza de caldera: -
- ser un encolerizado timbalero, porque me roban tu ¡sí! y ¡amén!, ¡cielo por encima de mí, tú puro! ¡Luminoso! ¡Abismo de luz! - porque te roban mi ¡sí! y ¡amén!
Pues prefiero el ruido y el trueno y las maldiciones del mal tiempo a esta circunspecta y dubitante quietud gatuna; y tam­bién entre los hombres, a los que más odio es a todos los que andan sin ruido, y a todos los medias tintas, y a los que son como dubitantes e indecisas nubes pasajeras.
¡Y «el que no pueda bendecir, debe aprender a malde­cir»!296. - esta luminosa enseñanza me cayó de un cielo lumi­noso, esta estrella brilla en mi cielo hasta en las noches negras.
Mas yo soy uno que bendice y que dice sí, con tal de que tú estés a mi alrededor, ¡tú puro!, ¡luminoso!, ¡tú abismo de luz! - a todos los abismos llevo yo entonces, como una bendición, mi decir sí.
Me he convertido en uno que bendice y que dice sí, y he lu­chado durante largo tiempo, y fui un luchador, a fin de tener un día las manos libres para bendecir.
Pero ésta es mi bendición: estar yo sobre cada cosa como su cielo propio, como su techo redondo, su campana azur y su eterna seguridad: ¡bienaventurado quien así bendice!
Pues todas las cosas están bautizadas en el manantial de la eternidad y más allá del bien y del mal; el bien y el mal mismos no son más que sombras intermedias y húmedas tribulacio­nes y nubes pasajeras.
En verdad, una bendición es, y no una blasfemia, el que yo enseñe: «Sobre todas las cosas está el cielo Azar, el cielo Ino­cencia, el cielo Casualidad y el cielo Arrogancia».
«De casualidad» - ésta es la más vieja aristocracia del mun­do297, yo se la he restituido a todas las cosas, yo la he redimido de la servidumbre a la finalidad.
Esta libertad y esta celestial serenidad yo las he puesto como campana azur sobre todas las cosas al enseñar que por encima de ellas y a través de ellas no hay ninguna «voluntad eterna» que - quiera.
Esta arrogancia y esta necedad púselas yo en lugar de aque­lla voluntad cuando enseñé: «En todas las cosas sólo una es imposible - ¡racionalidad!»
Un poco de razón, ciertamente, una semilla de sabiduría, esparcida entre estrella y estrella, - esa levadura está mezclada en todas las cosas298: ¡por amor a la necedad hay mezclada sabiduría en todas las cosas!
Un poco de sabiduría sí es posible; mas ésta fue la bienaven­turada seguridad que encontré en todas las cosas: que prefie­ren - bailar sobre los pies del azar.
Oh cielo por encima de mí, ¡tú puro!, ¡elevado! Ésta es para mí tu pureza, ¡que no existe ninguna eterna araña y ninguna eterna telaraña de la razón: -
- que tú eres para mí una pista de baile para azares divinos, que tú eres para mí una mesa de dioses para dados y jugado­res divinos!299 -
Pero ¿te sonrojas? ¿He dicho tal vez cosas que no pueden decirse? ¿He blasfemado queriendo bendecirte?
¿O acaso es el pudor compartido el que te ha hecho enroje­cer? - ¿Acaso me ordenas irme y callar porque ahora - viene el día?
El mundo es profundo -: y más profundo de lo que nun­ca ha pensado el día300. No a todas las cosas les es lícito tener palabras antes del día. Pero el día viene: ¡por eso ahora nos separamos!
Oh cielo por encima de mí, ¡tú pudoroso!, ¡ardiente! ¡Oh tú felicidad mía antes de la salida del sol! El día viene: ¡por eso ahora nos separamos! -

Así habló Zaratustra.

294 Respecto a este capítulo quizá tenga interés citar el siguiente tex­to de Freud: «No puede hacérseme responsable de la monotonía de las soluciones psicoanalíticas si ahora afirmo que el sol no es, nuevamente, más que un símbolo sublimado del padre. El simbo­lismo se sobrepone aquí al género gramatical, por lo menos en alemán, pues en la mayoría de los demás idiomas el sol es de gé­nero masculino. Su compañera en este reflejo de la pareja paren­tal es la generalmente llamada “madre tierra”. En la solución psi­coanalítica de las fantasías patógenas de sujetos neuróticos halla­mos constantemente comprobada esta interpretación. Sólo una observación dedicaremos a su relación con los mitos cósmicos. Uno de mis pacientes, que había perdido tempranamente a su pa­dre e intentaba volver a encontrarlo en todos los elementos gran­des y sublimes de la naturaleza, me hizo vislumbrar que el himno de Nietzsche Antes de la salida del sol daba expresión a igual nos­talgia.» Y Freud añade en nota: «Tampoco Nietzsche conoció de niño a su padre.» Véase Freud, «Observaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (dementia paranoides) autobiográfica­mente descrito», en Obras Completas (Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, 11, p. 772).
295 La traducción «la tristura y la pavura y la hondura» pretende re­flejar de alguna manera la aliteración existente en el original ale­mán: Gram und Grauen und Grund.
296 Véase el aforismo 181 de Más allá del bien y del mal: «Es inhumano bendecir cuando se nos ha mal­decido».
297 De casualidad: Von Ohngefähr, en alemán. La partícula von, signi­ficativa de ascendencia aristocrática cuando precede al apellido, permite a Nietzsche decir que ésta (la casualidad, el azar) es la más vieja aristocracia del mundo.
298 El tema de la levadura es de procedencia evangélica. Véase el Evangelio de Mateo, 13, 33 (parábola de la levadura): «Semejante es el reino de Dios a la levadura que metió una mujer en medio quintal de harina; todo acabó por fermentar».
299 Aquí es el cielo la mesa sobre la que Zaratustra juega a los dados con los dioses; más adelante lo será la tierra; véase, en esta tercera parte, Los siete sellos, 3.
300 Aquí emergen aislados dos versos pertenecientes a la poesía que aparecerá luego en La otra canción del baile, y que será glosada en la cuarta parte, La canción del noctámbulo.

De la virtud empequeñecedora301

1

Cuando Zaratustra estuvo de nuevo en tierra firme no mar­chó derechamente a su montaña y a su caverna, sino que hizo muchos caminos y preguntas y se informó de esto y de lo otro, de modo que, bromeando, decía de sí mismo: «¡He aquí un río que con numerosas curvas refluye hacia la fuente!» Pues quería enterarse de lo que entretanto había ocurrido con el hombre: si se había vuelto más grande o más pequeño. Y en una ocasión vio una fila de casas nuevas; entonces se maravi­lló y dijo:
¿Qué significan esas casas? ¡En verdad, ningún alma gran­de las ha colocado ahí como símbolo de sí misma!
¿Las sacó acaso un niño idiota de su caja de juguetes? ¡Oja­lá otro niño vuelva a meterlas en su caja!
Y esas habitaciones y cuartos: ¿pueden salir y entrar ahí va­rones? Parécenme hechas para muñecas de seda; o para gatos golosos, que también permiten sin duda que se los golosinee a ellos.
Y Zaratustra se detuvo y reflexionó. Finalmente dijo turbado: «¡Todo se ha vuelto más pequeño!
Por todas partes veo puertas más bajas: quien es de mi es­pecie puede pasar todavía por ellas sin duda - ¡pero tiene que agacharse!
Oh, cuándo regresaré a mi patria, donde ya no tengo que agacharme - ¡dónde ya no tengo que agacharme ante los pe­queños!» - Y Zaratustra suspiró y miró a la lejanía. -
Y aquel mismo día pronunció su discurso sobre la virtud empequeñecedora.

2

Yo camino a través de este pueblo y mantengo abiertos mis ojos: no me perdonan que no esté envidioso de sus virtu­des.
Tratan de morderme porque les digo: para gentes pequeñas son necesarias virtudes pequeñas - ¡y porque me resulta duro que sean necesarias gentes pequeñas!
Todavía me parezco aquí al gallo caído en corral ajeno, al que picotean incluso las gallinas; sin embargo, no por ello me enfado yo con estas gallinas.
Soy cortés con ellas, como con toda molestia pequeña; ser espinoso con lo pequeño paréceme una sabiduría de erizos.
Todos ellos hablan de mí cuando por las noches están senta­dos en torno al fuego - hablan de mí, mas nadie piensa - ¡en mí!
Éste es el nuevo silencio que he aprendido: su ruido a mi al­rededor extiende un manto sobre mis pensamientos.
Meten ruido entre ellos: «¿Qué quiere de nosotros esa nube sombría? ¡Cuidemos de que no nos traiga una peste!»
Y hace poco una mujer atrajo a sí violentamente a su hijo, que quería venir a mí: «¡Llevaos los niños!», gritó; «esos ojos chamuscan las almas infantiles»302.
Tosen cuando yo hablo: creen que toser es un argumento contra vientos poderosos - ¡no adivinan nada del rugir de mi felicidad!
«Todavía no tenemos tiempo para Zaratustra» - esto es lo que objetan; pero ¿qué importa un tiempo que «no tiene tiempo» para Zaratustra?
Y hasta cuando me alaban: ¿cómo podría yo adormecerme sobre su alabanza? Un cinturón de espinas es para mí su ala­banza: me araña todavía después de haberlo apartado de mí.
Y también he aprendido esto entre ellos: el que alaba se imagina que restituye algo, ¡pero en verdad quiere recibir más regalos!
¡Preguntad a mi pie si le agrada la forma de alabar y de atraer de ellos! En verdad, a ese ritmo y a ese tictac no le gus­ta a mi pie ni bailar ni estar quieto.
Hacia la virtud pequeña quisieran atraerme y elogiármela; hacia el tictac de la felicidad pequeña quisieran persuadir a mi pie.
Camino a través de este pueblo y mantengo abiertos los ojos: se han vuelto más pequeños y se vuelven cada vez más pe­queños: - y esto se debe a su doctrina acerca de la felicidad y la virtud.
En efecto, también en la virtud son modestos - pues quie­ren comodidad. Pero con la comodidad no se aviene más que la virtud modesta.
Sin duda ellos aprenden también, a su manera, a caminar y a marchar hacia adelante: a esto lo llamo yo su renquear -. Con ello se convierten en obstáculos para todo el que tiene prisa.
Y algunos de ellos marchan hacia adelante y, al hacerlo, mi­ran hacia atrás, con la nuca rígida303: a éstos me gusta atrope­llarlos.
Pies y ojos no deben mentirse ni desmentirse mutuamente. Pero hay demasiada mentira entre las gentes pequeñas. Algunos de ellos quieren, pero la mayor parte únicamente son queridos304. Algunos de ellos son auténticos, pero la ma­yoría son malos comediantes.
Hay entre ellos comediantes sin saberlo y comediantes sin quererlo -, los auténticos son siempre raros, y en especial los comediantes auténticos.
Hay aquí pocos varones: por ello se masculinizan sus mu­jeres. Pues sólo quien es bastante varón - redimirá en la mu­jer - a la mujer.
Y la hipocresía que peor me pareció entre ellos fue ésta: que también los que mandan fingen hipócritamente tener las virtudes de quienes sirven.
«Yo sirvo, tú sirves, nosotros servimos» - así reza aquí también la hipocresía de los que dominan, - ¡y ay cuando el primer señor es tan sólo el primer servidorl305
Ay, también en sus hipocresías se extravió volando la cu­riosidad de mis ojos; y bien adiviné yo toda su felicidad de moscas y su zumbar en torno a soleados cristales de venta­nas.
Cuanta bondad veo, esa misma debilidad veo. Cuanta jus­ticia y compasión veo, esa misma debilidad veo.
Redondos, justos y bondadosos son unos con otros, así como son redondos, justos y bondadosos los granitos de are­na con los granitos de arena.
Abrazar modestamente una pequeña felicidad - ¡a esto lo llaman ellos «resignación»! Y, al hacerlo, ya bizquean con modestia hacia una pequeña felicidad nueva.
En el fondo lo que más quieren es simplemente una cosa: que nadie les haga daño. Así son deferentes con todo el mun­do y le hacen bien.
Pero esto es cobardía: aunque se llame «virtud». -
Y cuando alguna vez estas pequeñas gentes hablan con as­pereza: yo escucho allí tan sólo su ronquera, - cualquier co­rriente de aire, en efecto, los pone roncos.
Son listos, sus virtudes tienen dedos listos. Pero les fal­tan los puños, sus dedos no saben esconderse detrás de pu­ños.
Virtud es para ellos lo que vuelve modesto y manso: con ello han convertido al lobo en perro, y al hombre mismo en el mejor animal doméstico del hombre.
«Nosotros ponemos nuestra silla en el medio - esto me dice su sonrisa complacida - y a igual distancia de los gladiadores moribundos que de las cerdas satisfechas.»
Pero esto es - mediocridad: aunque se llame moderación. -

3

Yo camino a través de este pueblo y dejo caer algunas pala­bras: mas ellos no saben ni tomar ni conservar.
Se extrañan de que yo no haya venido a306 censurar placeres ni vicios; ¡y en verdad, tampoco he venido a poner en guardia contra los carteristas!
Se extrañan de que no esté dispuesto a hacer aún más avi­sada y aguda su listeza: ¡como si ellos no tuvieran ya suficien­te número de listos, cuya voz rechina a mis oídos igual que los pizarrines!
Y cuando yo clamo: «Maldecid a todos los demonios cobar­des que hay en vosotros, a los que les gustaría gimotear y jun­tar las manos y adorar»307: entonces ellos claman: «Zaratustra es ateo»308.
Y en especial claman así sus maestros de resignación -; mas precisamente a éstos me gusta gritarles al oído: ¡Sí! ¡Yo soy Zaratustra el ateo!
¡Estos maestros de resignación! En todas partes en donde hay algo pequeño y enfermo y tiñoso se deslizan ellos, igual que piojos; y sólo mi asco me impide aplastarlos.
¡Bien! Éste es mi sermón para sus oídos: yo soy Zaratustra el ateo, el que dice «¿quién es más ateo que yo, para disfrutar de su enseñanza?»309.
Yo soy Zaratustra el ateo: ¿dónde encuentro a mis iguales? Y mis iguales son todos aquellos que se dan a sí mismos su propia voluntad y apartan de sí toda resignación310.
Yo soy Zaratustra el ateo: yo me cuezo en mi puchero cual­quier azar. Y sólo cuando está allí completamente cocido, le doy la bienvenida, como alimento mío.
Y en verdad, más de un azar llegó hasta mí con aire seño­rial: pero más señorialmente aún le habló mi voluntad, - y entonces se puso de rodillas implorando -
- implorando para encontrar en mí un asilo y un corazón, y diciendo halagadoramente: «¡Mira, oh Zaratustra, cómo sólo el amigo viene al amigo!» -
Sin embargo, ¡para qué hablar si nadie tiene mis oídos! Y por eso quiero clamar a todos los vientos:
¡Vosotros os volvéis cada vez más pequeños, gentes peque­ñas! ¡Vosotros os hacéis migajas, oh cómodos! ¡Vosotros vais a la ruina -
- a causa de vuestras muchas pequeñas virtudes, a causa de vuestras muchas pequeñas omisiones, a causa de vuestras muchas pequeñas resignaciones!
Demasiado indulgente, demasiado condescendiente: ¡así es vuestro terreno! ¡Mas para volverse grande, un árbol ha de echar duras raíces en torno a rocas duras!
También lo que vosotros omitís teje en el tejido de todo el futuro humano; también vuestra nada es una telaraña y una araña que vive de sangre del futuro.
Y cuando vosotros tomáis algo, eso es como un hurto, vo­sotros pequeños virtuosos; mas incluso entre bribones dice el honor: «Se debe hurtar tan sólo cuando no se puede robar».
«Se da» - ésta es también una doctrina de la resignación. Pero yo os digo a vosotros los cómodos: ¡se toma, y se tomará cada vez más de vosotros!
¡Ay, ojalá alejaseis de vosotros todo querer a medias y os volvieseis decididos tanto para la pereza como para la acción!
Ay, ojalá entendieseis mi palabra: «¡Haced siempre lo que queráis, - pero sed primero de aquellos que pueden querer!» «¡Amad siempre a vuestros prójimos igual que a vosotros, - pero sed primero de aquellos que a sí mismos se aman311 -
- que aman con el gran amor, que aman con el gran despre­cio!» Así habla Zaratustra el ateo. -
¡Mas para qué hablar si nadie tiene mis oídos! Aquí es toda­vía una hora demasiado temprana para mí.
Mi propio precursor soy yo en medio de este pueblo, mi propio canto del gallo a través de oscuras callejuelas.
¡Pero la hora de ellos llega! ¡Y llega también la mía! De hora en hora se vuelven más pequeños, más pobres, más estériles, - ¡pobre vegetación!, ¡pobre terreno!
Y pronto estarán ante mí como hierba seca y como rastro­jo, y, en verdad, cansados de sí mismos - ¡y, aún más que de agua, sedientos de fuego!
¡Oh hora bendita del rayo! ¡Oh misterio antes del mediodía! - En fuegos que se propagan voy a convertirlos todavía algu­na vez, y en mensajeros con lenguas de fuego312: -
- ellos deben anunciar alguna vez con lenguas de fuego: ¡Llega, está próximo el gran mediodía!313.

Así habló Zaratustra.

301 Otro título anotado por Nietzsche para este apartado era Del em­pequeñecimiento de sí mismo.
302 Alusión a la escena evangélica en que las madres acercan a Jesús unos niños para que les imponga las manos y rece por ellos; véase Evangelio de Mateo, 19, 13. Aquí, por el contrario, los apartan de Zaratustra a fin de que éste no les cause daño.
303 Imagen bíblica de la mujer de Lot al huir del incendio de Sodoma; véase Génesis, 19, 26.
304 La expresión «son queridos» (werden gewollt) no significa «son amados», sino: «son conducidos por una voluntad ajena a la suya». Es decir: no son sujeto de una voluntad propia, sino objeto de una voluntad ajena. Zaratustra repite este mismo pensamiento más tarde, en De tablas viejas y nuevas, 16.
305 Alusión a la conocida frase de Federico II de Prusia: «Un príncipe es el primer servidor y el primer magistrado del Estado.»
306 «Yo no he venido a...» es frase empleada por Jesús y repetida nu­merosas veces en los Evangelios.
307 Véase, en esta tercera parte, De los apóstatas, 2.
308 Véase la nota 28.
309 En la cuarta parte, Jubilado, Zaratustra discutirá con el papa jubilado sobre cual de ellos dos es más ateo.
310 Paráfrasis, con inversión del sentido, del Evangelio de Mateo, 12, 50: «Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»
311 Paráfrasis de Evangelio de Mateo, 22, 39: «¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Según la Biblia, éste es el «segundo» manda­miento. Y el «primero» es: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo co razón, con toda tu alma y con toda su mente.» Zaratustra, conservando el «segundo» mandamiento, invierte el «primero», que para él dice: «Te amarás a ti mismo.»
312 Reminiscencia bíblica: véase Isaías, 5,24: «Por eso, como la lengua de fuego devora un rastrojo, y la hierba seca inflamada se desplo­ma...»
313 Véase la nota 137.

En el monte de los olivos314

El invierno, mal huésped, se ha asentado en mi casa; azu­ladas se han puesto mis manos del apretón de manos de su amistad.
Yo honro a este mal huésped, pero me gusta dejarlo solo. Me gusta alejarme de él; ¡y si uno corre bien, consigue esca­parse de él!
Con pies calientes y pensamientos calientes corro yo hacia donde el viento está tranquilo, - hacia el rincón soleado de mi monte de los olivos.
Allí me río de mi severo huésped, y hasta le estoy agradeci­do porque me expulsa de casa las moscas y hace callar muchos pequeños ruidos.
Él no soporta, en efecto, que se ponga a cantar un solo mosquito, y mucho menos dos; incluso a la calleja la deja tan solitaria que la luna tiene miedo de penetrar en ella por la no­che.
Es un huésped duro, - pero yo lo honro, y no rezo, como los delicados, al panzudo ídolo del fuego.
¡Es preferible dar un poco diente con diente que adorar ídolos! - así lo quiere mi modo de ser. Y soy especialmente hostil a todos los ardorosos, humeantes y enmohecidos ídolos del fuego.
A quien yo amo, lo amo mejor en el invierno que en el ve­rano; y ahora me burlo de mis enemigos, y lo hago más cor­dialmente desde que el invierno se ha asentado en mi casa.
Cordialmente en verdad, incluso cuando me arrastro a la cama -: allí continúa riendo y gallardeando mi encogida feli­cidad; incluso mis sueños embusteros se ríen.
¿Yo uno - que se arrastra? Jamás me he arrastrado en mi vida ante los poderosos; y si alguna vez mentí, mentí por amor. Por ello estoy contento incluso en la cama de invierno.
Una cama sencilla me calienta más que una cama rica, pues estoy celoso de mi pobreza. Y en invierno es cuando ella más fiel me es.
Con una maldad comienzo cada día, con un baño frío me burlo del invierno: eso hace gruñir a mi severo amigo de casa. También me gusta hacerle cosquillas con una velita de cera: para que permita por fin que el cielo salga de un crepúsculo ceniciento.
Especialmente maligno soy, ciertamente, por la mañana: a una hora temprana, cuando el cubo rechina en el pozo y los caballos relinchan por las grises callejas: -
aguardo impaciente a que acabe de levantarse el cielo lumi­noso, el cielo invernal de barbas de nieve, el anciano de blan­ca cabeza, -
- ¡el cielo invernal, callado, que a menudo guarda en secre­to incluso su sol!
¿Acaso de él he aprendido yo el prolongado y luminoso ca­llar? ¿O lo ha aprendido él de mí? ¿O acaso cada uno de noso­tros lo ha inventado por sí solo?
El origen de todas las cosas buenas es de mil formas dife­rentes, - todas las cosas buenas y petulantes saltan de placer a la existencia: ¡cómo iban a hacerlo tan sólo - una sola vez!
Una cosa buena y petulante es también el largo silencio y el mirar, lo mismo que el cielo invernal, desde un rostro lumino­so de ojos redondos: -
- como él, guardar en secreto el propio sol y la propia indó­mita voluntad solar: ¡en verdad, ese arte y esa invernal petu­lancia los he aprendido bien!
Mi maldad y mi arte más queridos están en que mi silencio haya aprendido a no delatarse por el callar.
Haciendo ruido con palabras y con dados consigo yo enga­ñar a mis solemnes guardianes: a todos esos severos espías deben escabullírseles mi voluntad y mi finalidad.
Para que nadie hunda su mirada en mi fondo y en mi volun­tad última, - para ello me he inventado el prolongado y lumi­noso callar.
Así he encontrado a más de una persona inteligente: se cu­bría el rostro con velos y enturbiaba su agua para que nadie pudiera verla a través de aquéllos y hacia abajo de ésta.
Pero cabalmente a él acudían hombres desconfiados y cas­canueces aún más inteligentes: ¡cabalmente a él le pescaban su pez más escondido!
Pero los luminosos, los bravos, los transparentes - ésos son para mí los más inteligentes de todos los que callan: su fondo es tan profundo que ni siquiera el agua más clara - lo traiciona. -
¡Tú silencioso cielo invernal de barbas de nieve, tú cabeza blanca de redondos ojos por encima de mí! ¡Oh tú símbolo ce­leste de mi alma y de su petulancia!
¿Y no tengo que esconderme, como alguien que ha tragado oro, - para que no me abran con un cuchillo el alma?
¿No tengo que llevar zancos, para que no vean mis largas piernas, - todos esos envidiosos y apenados que me rodean?
Esas almas sahumadas, caldeadas, consumidas, verdinosas, amargadas - ¡cómo podría su envidia soportar mi felicidad!
Por ello les enseño tan sólo el hielo y el invierno sobre mis cumbres - ¡y no que mi montaña se ciñe también en torno a sí todos los cinturones del sol!
Ellos oyen silbar tan sólo mis tempestades invernales: y no que yo navego también por mares cálidos, como lo hacen los anhelosos, graves, ardientes vientos del sur.
Ellos continúan sintiendo lástima de mis reveses y de mis azares: - pero mi palabra dice: «¡Dejad venir a mí el azar: es inocente, como un niño pequeño!»315.
¡Cómo podrían ellos soportar mi felicidad si yo no coloca­ra en torno a ella reveses, y miserias invernales, y gorras de oso blanco, y velos de cielo nevoso!
- ¡si yo no tuviera lástima aun de su compasión: de la com­pasión de esos envidiosos y apenados!
- ¡si yo mismo no suspirase y temblase de frío ante ellos, y no me dejase envolver pacientemente en su misericordia! Ésta es la sabia petulancia y la sabia benevolencia de mi alma, el no ocultar su invierno ni sus tempestades de frío; tampoco oculta sus sabañones.
La soledad de uno es la huida propia del enfermo; la sole­dad de otro, la huida de los enfermos.
¡Que me oigan crujir y sollozar, a causa del frío del invier­no, todos esos pobres y bizcos bribones que me rodean! Con tales suspiros y crujidos huyo incluso de sus cuartos caldea­dos.
Que me compadezcan y sollocen conmigo a causa de mis sabañones: «¡En el hielo del conocimiento él nos helará inclu­so a nosotros!» - así se lamentan.
Entretanto yo corro con pies calientes de un lado para otro en mi monte de los olivos: en el rincón soleado de mi monte de los olivos yo canto y me burlo de toda compasión. -

Así cantó Zaratustra.

314 Otro título anotado por Nietzsche en sus manuscritos para este apartado era La canción del invierno. El «monte de los olivos» es ciertamente expresión evangélica (Evangelio de Mateo, 26, 30). Mas aquí no aparece la angustia de Jesús en la noche anterior a su pasión. Por el contrario, su monte de los olivos le ofrece a Zaratus­tra un «rincón soleado» donde se ríe del invierno. La escena evan­gélica del monte de los olivos tiene propiamente su correspon­dencia en el capítulo titulado La más silenciosa de todas las horas.
315 Remedo del Evangelio de Mateo, 19,14: «Dejad que los niños ven­gan a mí».

Del pasar de largo

Así, atravesando lentamente muchos pueblos y muchas ciudades volvía Zatatustra, dando rodeos, hacia sus montañas y su caverna. Y he aquí que también llegó, sin darse cuenta, a la puerta de la gran ciudad. pero allí un necio cubierto de espuma­rajos saltó hacia él con las manos extendidas y le cerró el paso. Y éste era el mismo necio que el pueblo llamaba «el mono de Za­ratustra»: pues había copiado algo de la construcción y del tono de sus discursos y le gustaba también tomar en préstamo ciertas cosas del tesoro de su sabiduría. Y el necio dijo así a Zaratustra:
«Oh, Zaratustra, aquí está la gran ciudad: aquí tú no tienes nada que buscar y todo que perder.
¿Por qué querrías vadear este fango? ¡Ten compasión de tu piel! Es preferible que escupas a la puerta de la ciudad - ¡y te des la vuelta!316.
Aquí está el infierno para los pensamientos de eremitas: aquí a los grandes pensamientos se los cuece vivos y se los re­duce a papilla.
Aquí se pudren todos los grandes sentimientos: ¡aquí sólo a los pequeños sentimientos muy flacos les es lícito crujir!
¿No percibes ya el olor de los mataderos y de los figones del espíritu? ¿No exhala esta ciudad el vaho del espíritu muerto en el matadero?
¿No ves pender las almas como pingajos desmadejados y sucios? - ¡Y hacen hasta periódicos de esos pingajos!317.
¿No oyes cómo aquí el espíritu se ha transformado en un juego de palabras? ¡Una repugnante enjuagadura de palabras vomita el espíritu! - ¡Y hacen hasta periódicos con esa enjua­gadura de palabras!
Se provocan unos a otros, y no saben a qué. Se acaloran unos con otros, y no saben para qué. Cencerrean con su hoja­lata, tintinean con su oro.
Son fríos y buscan calor en los aguardientes; están acalora­dos y buscan frescura en espíritus congelados; todos ellos es­tán enfermizos y calenturientos de opiniones públicas.
Todos los placeres y todos los vicios tienen aquí su casa; pero también hay virtuosos aquí, hay mucha virtud obse­quiosa y asalariada: -
Mucha virtud obsequiosa, con dedos de escribano y con un trasero duro a fuerza de aguardar, bendecida con pequeñas estrellas para el pecho y con hijitas rellenadas de paja y caren­tes de culo.
También hay aquí mucha piedad, y mucho crédulo servi­lismo, y mucho adulador pasteleo ante el dios de los ejérci­tos 318.
«De arriba» es de donde gotean, en efecto, la estrella y el es­puto benigno; hacia arriba se levanta anheloso todo pecho sin estrellas319.
La luna tiene su corte, y la corte tiene sus imbéciles: mas a todo lo que viene de la corte le imploran el pueblo de mendi­gos y toda obsequiosa virtud de pordioseros.
«Yo sirvo, tú sirves, nosotros servimos»320 - así eleva sus plegarias al príncipe toda virtud obsequiosa: ¡para que la me­recida estrella se prenda por fin al estrecho tórax!
Mas la luna continúa girando en torno a todo lo terreno: así continúa girando también el príncipe en torno a lo más terre­no de todo -: y eso es el oro de los tenderos.
El dios de los ejércitos no es el dios de las barras de oro; el príncipe propone ¡pero el tendero - dispone!
¡Por todo lo que en ti es luminoso, y fuerte, y bueno, oh Za­ratustra! ¡Escupe a esta ciudad de tenderos y date la vuelta!
Aquí toda sangre corre perezosa y floja y espumosa por to­das las venas: ¡escupe a la gran ciudad, que es el gran vertede­ro donde espumea junta toda la escoria!
Escupe a la ciudad de las almas aplastadas y de los pechos estrechos, de los ojos afilados, de los dedos viscosos -
- a la ciudad de los importunos, de los desvergonzados, de los escritorzuelos y vocingleros, de los ambiciosos sobrereca­lentados: -
- en donde todo lo podrido, desacreditado, lascivo, sombrío, superputrefacto, ulcerado, conjurado supura todo junto: -
- ¡escupe a la gran ciudad y date la vuelta!» - -

Pero aquí Zaratustra interrumpió al necio cubierto de espu­marajos y le tapó la boca.
«¡Acaba de una vez!, gritó Zaratustra, ¡hace ya tiempo que tus palabras y tus modales me producen náuseas!
¿Por qué has habitado durante tanto tiempo en la ciénaga, hasta el punto de que tú mismo tuviste que convertirte en rana y en sapo?
¿No corre incluso por tus venas una perezosa y espumosa sangre de ciénaga, de modo que también tú has aprendido a croar y a blasfemar así?
¿Por qué no te has marchado tú al bosque? ¿O has arado la tierra? ¿No está acaso el mar lleno de verdes islas?
Yo desprecio tu despreciar; y puesto que me has advertido a mí, - ¿por qué no te advertiste a ti?
Sólo del amor deben salir volando mi despreciar y mi pája­ro amonestador: ¡pero no de la ciénaga! -
Te llaman mi mono, necio cubierto de espumarajos: mas yo te llamo mi cerdo gruñón, - con tu gruñido me estropeas in­cluso mi elogio de la necedad.
¿Qué fue, pues, lo que te llevó a gruñir? El que nadie te haya adulado bastante: - por eso te pusiste junto a esta inmundicia, para tener motivo de gruñir mucho, -
- ¡para tener motivo de vengarte mucho! ¡Venganza, en efecto, necio vanidoso, es todo tu echar espumarajos, yo te he adivinado bien!
¡Pero tu palabra de necio me perjudica incluso allí donde tienes razón! Y si la palabra de Zaratustra tuviese incluso cien veces razón: ¡con mi palabra siempre harías - la sinrazón!
Asi habló Zaratustra; y contempló la gran ciudad; suspiró y calló durante largo tiempo321. Finalmente, dijo así:

Me produce náuseas también esta gran ciudad, y no sólo este necio. Ni en una ni en otro hay nada que mejorar, nada que empeorar.
¡Ay de esta gran ciudad!322. - ¡Yo quisiera ver ya la columna de fuego que ha de consumirla!
Pues tales columnas de fuego deben preceder al gran me­diodía323. Mas éste tiene su tiempo y su propio destino.
Esta enseñanza te doy a ti, necio, como despedida: donde no se puede continuar amando se debe - ¡pasar de largo! –

Así habló Zaratustra y pasó de largo junto al necio y la gran ciudad.



De los apóstatas

1

Ay, ¿ya está marchito y gris todo lo que hace un momento es­taba aún verde y multicolor en este prado? ¡Y cuánta miel de esperanza he extraído yo de ahí para llevarla a mis colmenas!
Todos estos corazones jóvenes se han vuelto ya viejos, - ¡y ni siquiera viejos!, sólo cansados, vulgares, cómodos: - dicen «hemos vuelto a hacernos piadosos»324.
Hace todavía un momento los veía yo salir afuera a hora tem­prana para correr con pies valientes: pero sus pies del conoci­miento se han cansado, ¡y ahora calumnian incluso su valentía matinal!
En verdad, algunos de ellos levantaron en otro tiempo las piernas como un bailarín, a ellos hízoles señas la risa que hay en mi sabiduría: - entonces se pusieron a reflexionar. Y acabo de verlos curvados - arrastrándose hacia la cruz325.
En torno a la luz y a la libertad revoloteaban en otro tiem­po como mosquitos y jóvenes poetas. Un poco más viejos, un poco más fríos: y ya son hombres oscuros, y refunfuñadores y trashogueros.
¿Se acobardó acaso su corazón porque la soledad, como una ballena, me tragó?326 ¿Tal vez sus oídos, anhelosos, estu­vieran esperándome en vano largo tiempo a mí y a mis toques de trompeta y a mis gritos de heraldo?
- ¡Ay! Pocos son siempre aquellos cuyo corazón tiene un largo valor y una larga arrogancia; y en éstos tampoco el espí­ritu deja de ser paciente. Pero el resto es cobarde.
El resto: son siempre los más, los triviales, los sobrantes, los demasiados - ¡todos ellos son cobardes!
A quien es de mi especie le saldrán también al encuentro las vivencias de mi especie: de modo que sus primeros compañe­ros tienen que ser cadáveres y bufones327.
Pero sus segundos compañeros - se llamarán sus creyentes: un enjambre animado, mucho amor, mucha tontería, mucha veneración imberbe.
¡A estos creyentes no debe ligar su corazón el que entre los hombres sea de mi especie; en estas primaveras y en estos multicolores prados no debe creer quien conoce la huidiza y cobarde especie humana!
Si pudiesen de otro modo, entonces querrían también de otro modo. Las gentes de medias tintas corrompen todo el conjunto. El que las hojas se marchiten, - ¡qué hay que la­mentar en ello!
¡Déjalas ir y caer, oh Zaratustra, y no te lamentes! Es prefe­rible que soples entre ellas con vientos veloces, -
- que soples entre las hojas, oh Zaratustra: ¡para que todo lo marchito se aleje de ti aún más rápidamente! -

2

«Hemos vuelto a hacernos piadosos» - así confiesan estos apóstatas; y algunos de ellos son incluso demasiado cobardes para confesarlo.
A éstos los miro a los ojos, - a éstos les digo a la cara y al rubor de sus mejillas: ¡vosotros sois los que vuelven a rezar!
¡Pero rezar es una vergüenza! No para todos, pero sí para ti y para mí y para quien tiene su conciencia también en la ca­beza. ¡Para ti es una vergüenza rezar!
Lo sabes bien: el demonio cobarde que hay dentro de ti, a quien le gustaría juntar las manos y cruzarse de brazos y sen­tirse más cómodo: - ese demonio cobarde te dice: «¡Existe Dios!»
Pero con ello formas parte de la oscurantista especie de aquellos a quienes la luz no les deja nunca reposo; ¡ahora tie­nes que esconder cada día más hondo tu cabeza en la noche y en la bruma!
Y en verdad, has escogido bien la hora: pues en este mo­mento salen a volar de nuevo las aves nocturnas. Ha llegado la hora de todo pueblo enemigo de la luz, ha llegado la hora ves­pertina y de fiesta en que no - «se hace fiesta».
Lo oigo y lo huelo: ha llegado la hora de su caza y de su pro­cesión: no, ciertamente, la hora de una caza salvaje, sino de una caza mansa, tullida, husmeante y propia de gentes que andan sin ruido y rezan sin ruido, -
- de una caza para cazar gentes mojigatas y de mucha alma: ¡todas las ratoneras de corazones están ahora apostadas de nuevo! Y si levanto una cortina, allí se precipita fuera una mariposita nocturna.
¿Es que acaso estaba acurrucada allí con otra mariposita nocturna? Pues por todas partes siento el olor de pequeñas co­munidades agazapadas; y donde existen conventículos, allí dentro hay nuevos rezadores y vaho de rezadores.
Durante largas noches se sientan unos junto a otros y dicen: «¡Hagámonos de nuevo como niños pequeños328 y digamos “Dios mío”!» - con la cabeza y el estómago estropeados por los piadosos confiteros.
O contemplan durante largas noches una astuta y acechan­te araña crucera329, que predica también astucia a las arañas y enseña así: «¡Bajo las cruces es bueno tejer la tela!»
O se sientan durante el día, con cañas de pescar, junto a cié­nagas, y con ello se creen profundos; ¡mas a quien pesca allí donde no hay peces, yo ni siquiera lo llamo superficial!
O aprenden a tocar el arpa, con piadosa alegría, de un co­plero que de muy buena gana se insinuaría con el arpa en el corazón de las jovencillas: - pues se ha cansado de las viejeci­llas y de sus alabanzas.
O aprenden a estremecerse de horror con un semiloco docto que aguarda en oscuras habitaciones a que los espíri­tus se le aparezcan - ¡y el espíritu escapa de allí completa­mente!330.
O escuchan con atención a un ronroneante y gruñidor mú­sico viejo y vagabundo que aprendió de los vientos sombríos el tono sombrío de sus sonidos; ahora silba a la manera del viento y predica tribulación con tonos atribulados.
Y algunos de ellos se han convertido incluso en vigilantes nocturnos: éstos entienden ahora de soplar en cuernos y de rondar por la noche y de desvelar cosas viejas, que hace ya mucho tiempo que se adormecieron.
Cinco frases sobre cosas viejas oí yo ayer por la noche jun­to al muro del jardín: venían de tales viejos, atribulados y se­cos vigilantes nocturnos.
«Para ser un padre, no se preocupa bastante de sus hijos: ¡los padres-hombres lo hacen mejor!» -
«¡Es demasiado viejo! Ya no se preocupa en absoluto de sus hijos» - respondió el otro vigilante nocturno.
«Pero ¿tiene hijos? ¡Nadie puede demostrarlo si él mismo no lo demuestra! Hace ya mucho tiempo que yo quisiera que lo demostrase alguna vez de verdad.»
«¿Demostrar? ¡Como si él hubiera demostrado alguna vez algo! El demostrar le resulta difícil; da mucha importancia a que se le crea.»
«¡Sí! ¡Sí! La fe le hace bienaventurado331, la fe en él. ¡Tal es el modo de ser de los viejos! ¡Así nos va también a nosotros!» -
- De este modo hablaron entre sí los dos viejos vigilantes nocturnos y los dos temerosos de la luz, y después se pusie­ron, atribulados, a soplar en sus cuernos: esto ocurrió ayer por la noche junto al muro del jardín.
Pero a mí el corazón se me retorcía de risa, y quería explo­tar, y no sabía hacia dónde, y se hundió en el diafragma.
En verdad, ésta llegará a ser mi muerte, asfixiarme de risa al ver asnos ebrios y al oír a vigilantes nocturnos dudar de Dios.
¿No hace ya mucho que pasó el tiempo de tales dudas? ¡A quién le es lícito seguir desvelando tales cosas viejas y ador­mecidas, que temen la luz!
Los viejos dioses hace ya mucho tiempo, en efecto, que se acabaron: - ¡y en verdad, tuvieron un buen y alegre final de dioses!
No encontraron la muerte en un «crepúsculo»332, - ¡ésa es la mentira que se dice! Antes bien, encontraron su propia muer­te - ¡riéndose!
Esto ocurrió cuando la palabra más atea de todas fue pro­nunciada por un dios mismo, - la palabra: «¡Existe un único dios! ¡No tendrás otros dioses junto a mí!»333 -
- un viejo dios huraño, un dios celoso se sobrepasó de ese modo: -
Y todos los dioses rieron entonces, se bambolearon en sus asientos y gritaron: «¿No consiste la divinidad precisamente en que existan dioses, pero no dios?»334
El que tenga oídos, oiga. -

Así dijo Zaratustra en la ciudad que él amaba y que se deno­mina «La Vaca Multicolor». Desde allí, en efecto, le faltaban tan sólo dos días de camino para retornar a su caverna y a sus animales; y su alma se regocijaba continuamente por la proxi­midad de su retorno a casa. -



El retorno a casa335

Oh soledad! ¡Tú patria mía, soledad! ¡Ha sido demasia­do el tiempo que he vivido de modo salvaje en salvajes países extraños como para que no retorne a ti con lágrimas en los ojos!
Pero ahora amenázame tan sólo con el dedo, como amena­zan las madres, ahora sonríeme como sonríen las madres, ahora di únicamente: «iY quién fue el que, en otro tiempo, como un viento tempestuoso se alejó de mí? -
- que al despedirse exclamó: ¡demasiado tiempo he estado sentado junto a la soledad, allí he desaprendido a callar! ¿Esto - lo has aprendido ahora acaso?
Oh Zaratustra, yo lo sé todo: ¡y que tú has estado más abandonado entre los muchos, tú uno solo, que jamás lo estu­viste a mi lado!
Una cosa es abandono, y otra cosa distinta, soledad: ¡Esto - lo has aprendido ahora! Y que entre los hombres serás tú siempre salvaje y extraño:
- salvaje y extraño aun cuando te amen: ¡pues lo que ellos quieren ante todo es que se los trate con indulgencia!
Mas aquí, en tu casa, aquí te hallas en tu patria y en tu ho­gar; aquí puedes decirlo todo y manifestar con franqueza to­das tus razones, nada se avergüenza aquí de sentimientos es­condidos, empedernidos.
Aquí todas las cosas acuden acariciadoras a tu discurso y te halagan: pues quieren cabalgar sobre tu espalda. Sobre todos los simbolos cabalgas tú aquí hacia todas las verdades336.
Con franqueza y sinceridad te es lícito hablar aquí a todas las cosas: y, en verdad, como un elogio suena a sus oídos el que alguien hable con todas las cosas - ¡derechamente!
Pero otra cosa distinta es el estar abandonado. Pues ¿lo sa­bes aún, Zaratustra? Cuando en otro tiempo tu pájaro lanzó un grito por encima de ti, hallándote tú en el bosque, sin sa­ber adónde ir, inexperto, cerca de un cadáver: -
- y tú dijiste: ¡que mis animales me guíen! He encontrado más peligros entre los hombres que entre los animales337 - ¡aquello era abandono!
¿Y lo sabes aún, oh Zaratustra? Cuando estabas sentado en tu isla, siendo una fuente de vino entre cántaros vacíos, dando y re­partiendo, regalando y escanciando entre sedientos:
- hasta que por fin fuiste tú el único que allí se hallaba se­diento entre borrachos, y por las noches te lamentabas “¿to­mar no es una cosa más dichosa que dar? ¿Y robar, una cosa más dichosa que tornar?”338 - ¡aquello era abandono!
¿Y lo sabes todavía, oh Zaratustra? Cuando llegó tu hora más silenciosa y te arrastró lejos de ti mismo, cuando ella dijo con un susurro malvado: “¡habla y hazte pedazos!”339 -
- cuando ella te hizo penoso todo tu aguardar y todo tu ca­llar, y desalentó tu humilde valor: ¡aquello era abandono!» - ¡Oh soledad! ¡Tú patria mía, soledad! ¡De qué modo tan bienaventurado y delicado me habla tu voz!
No nos hacemos mutuas preguntas, no nos recriminamos el uno al otro, nosotros atravesamos, abiertos uno para el otro, puertas abiertas.
Porque en ti todo es abierto y claro; y también las horas co­rren aquí con pies más ligeros. En la oscuridad, en efecto, se hace más pesado el tiempo que en la luz.
Aquí se me abren de golpe las palabras y los armarios de pa­labras de todo ser: todo ser quiere hacerse aquí palabra, todo devenir quiere aquí aprender a hablar de mí.
Pero allá abajo - ¡allá es vano todo hablar! Allá, olvidar y pa­sar de largo es la mejor sabiduría: ¡esto - lo he aprendido ahora!
Quien quisiera comprender todo entre los hombres, ten­dría que atacar todo340. Mas yo tengo manos demasiado lim­pias para eso.
No me gusta respirar su aliento; ¡ay, que yo haya vivido tanto tiempo en medio de su ruido y de su mal aliento!
¡Oh bienaventurado silencio a mi alrededor! ¡Oh puros aromas en torno a mí!341. ¡Oh cómo estos silencios aspiran un aire puro desde un pecho profundo! ¡Oh cómo escucha este bienaventurado silencio!
Pero allá abajo - allá todo habla, nada es escuchado. Aun­que alguien anuncie su sabiduría con tañidos de campanas: ¡los tenderos del mercado ahogarán su sonido con peni­ques!
Todo habla entre ellos, nadie sabe ya entender. Todo cae al agua, nada cae ya en pozos profundos.
Todo habla entre ellos, nada se logra ya ni llega a su final. Todo cacarea, mas ¿quién quiere aún sentarse callado en el nido y encobar huevos?
Todo habla entre ellos, todo queda triturado a fuerza de palabras. Y lo que todavía ayer resultaba demasiado duro para el tiempo mismo y para su diente: hoy cuelga, raído y roí­do, de los hocicos de los hombres de hoy.
Todo habla entre ellos, todo es divulgado. Y lo que en otro tiempo se llamó misterio y secreto de almas profundas, hoy per­tenece a los pregoneros de las callejas y a otras mariposas.
¡Oh ser del hombre, extraño ser! ¡Tú ruido en callejas oscu­ras! Ahora vuelves a yacer por debajo de mí: - ¡mi máximo pe­ligro yace a mis espaldas!
En ser indulgente y compasivo estuvo siempre mi máximo peligro342; y todo ser humano quiere que se sea indulgente con él y se le sufra.
Reteniendo las verdades, garabateando cosas con mano de necio, con un corazón chiflado, y echando numerosas menti­rillas de compasión343: - así he vivido yo siempre entre los hombres.
Disfrazado me sentaba entre ellos, dispuesto a conocerme mal a mí para soportarlos a ellos, y diciéndome gustoso: «¡tú, necio, tú no conoces a los hombres!»
Se desaprende a conocer a los hombres cuando se vive en­tre ellos: demasiado primer plano hay en todos los hombres, - ¡qué tienen que hacer allí los ojos que ven lejos, que buscan lejanías!
Y cuando ellos me conocían mal: yo, necio, los trataba por esto con más indulgencia que a mí mismo: habituado a la du­reza conmigo y a menudo vengando en mí mismo aquella in­dulgencia.
Acribillado por moscas venenosas y excavado, cual la pie­dra, por la maldad de muchas gotas, así me hallaba yo senta­do entre ellos y me decía además a mí mismo: «¡inocente de su pequeñez es todo lo pequeño!»
Especialmente aquellos que se llaman «los buenos», en­contré que ellos eran las moscas más venenosas de todas: cla­van el aguijón con toda inocencia, mienten con toda inocen­cia; ¡cómo serían capaces - de ser justos conmigo!
A quien vive entre los buenos la compasión le enseña a mentir. La compasión vicia el aire a todas las almas libres. La estupidez de los buenos es, en efecto, insondable344.
A ocultarme a mí mismo y a ocultar mi riqueza - esto aprendí allá abajo: pues a todos los encontré todavía pobres de espíritu. Ésta fue la mentira de mi compasión, ¡el saber acer­ca de todos,
- el ver y el oler en todos qué cantidad de espíritu les basta­ba y qué cantidad de espíritu les resultaba demasiada!
A sus envarados sabios: yo los llamaba sabios, no envara­dos, - así aprendí a tragar palabras. A sus sepultureros: yo los llamaba investigadores y escrutadores, - así aprendí a susti­tuir unas palabras por otras.
Los sepultureros contraen enfermedades a fuerza de cavar. Bajo viejos escombros descansan vapores malsanos. No se debe remover el lodo. Se debe vivir sobre las montañas.
¡Con bienaventuradas narices vuelvo a respirar libertad de montaña! ¡Redimida se halla por fin mi nariz del olor de todo ser humano!
Cosquilleada por agudos vientos, como por vinos espu­meantes, mi alma estornuda, - estornuda y grita jubilosa: ¡He sanado!



De los tres males

1

En el sueño, en el último sueño matinal, yo me encontraba hoy sobre un promontorio, - más allá del mundo, sostenía una balanza y pesaba el mundo.
¡Oh, qué pronto me llegó la aurora: me despertó con su ar­dor, la celosa! Celosa está ella siempre de los ardores de mi sueño matinal.
Mensurable para quien tiene tiempo, sopesable para un buen pesador, sobrevolable para alas fuertes, adivinable para divinos cascanueces: así encontró mi sueño el mundo: -
Mi sueño, un navegante audaz, a medias barco, a medias borrasca, callado como las mariposas, impaciente cual los halcones de cetrería: ¡cómo tenía hoy, sin embargo, paciencia y tiempo para pesar el mundo!
¿Acaso le alentaba secretamente a ello mi sabiduría, mi riente y despierta sabiduría del día, que se burla de todos los «mundos infinitos»? Pues ella dice: «donde hay fuerza, allí también el número se convierte en dueño: pues tiene más fuerza».
Qué seguro contemplaba mi sueño este mundo finito, lo contemplaba no curioso, no indiscreto, no temeroso, no supli­cante: -
- como si una gran manzana se ofreciese a mi mano, una madura manzana de oro, de piel aterciopelada, fresca y suave: - así se me ofrecía el mundo: -
- como si un árbol me hiciera señas, un árbol de amplio ra­maje, de voluntad fuerte, torcido como para ofrecer respaldo e incluso escabel al cansado del camino: así se erguía el mun­do sobre mi promontorio: -
- como si manos gráciles me tendiesen un cofre, - un cofre abierto, para éxtasis de ojos pudorosos y reverentes: así se me tendía hoy el mundo: -
- no bastante enigma para espantar de él el amor de los hombres, no bastante solución para adormecer la sabiduría de los hombres: - ¡una cosa humanamente buena era hoy para mí el mundo, al que tantas cosas malas se le atribuyen!
¡Cuánto agradecí a mi sueño matinal el que yo pesase así hoy, al amanecer, el mundo! ¡Como una cosa humanamente buena vino a mí ese sueño y consolador del corazón!
Y para proceder durante el día como él, y para seguirlo e imitarlo en lo mejor de él: quiero yo ahora poner en la balan­za las tres cosas más malvadas que existen y sopesarlas de un modo humanamente bueno. -
Quien aprendió aquí a bendecir aprendió también a malde­cir: ¿cuáles son en el mundo las tres cosas más maldecidas? Ésas son las que voy a poner en la balanza.
Voluptuosidad, ambición de dominio, egoísmo: estas tres cosas han sido hasta ahora las más maldecidas y de ellas se han dicho las peores calumnias y mentiras, - a estas tres voy a sopesarlas de un modo humanamente bueno.
¡Adelante! Aquí está mi promontorio y ahí, el mar: éste se me acerca arrollándose velludo, adulador, viejo y fiel mons­truo canino de cien cabezas que yo amo.
¡Adelante! Aquí quiero yo sostener la balanza sobre el arrollado mar: y también elijo un testigo para que mire, - ¡a ti, árbol solitario, de fuerte aroma, de ancha bóveda, que yo amo! -
¿Por qué puente pasa el ahora hacia el futuro? ¿Cuál es la coacción que compele a lo alto a descender a lo bajo? ¿Y qué es lo que manda también a lo más alto - que siga ascendien­do?345 -
Ahora la balanza está equilibrada y quieta: tres difíciles preguntas he echado en ella, tres difíciles respuestas lleva el otro platillo de la balanza.

2

Voluptuosidad: para todos los despreciadores del cuerpo ves­tidos con cilicios es ella su aguijón y estaca, y, entre todos los trasmundanos, algo maldecido como «mundo»346: pues ella se burla y se mofa de todos los maestros de la confusión y del error.
Voluptuosidad: para la chusma, el fuego lento en que se abrasa; para toda la madera carcomida, para todos los pinga­jos hediondos, el preparado horno ardiente y llameante.
Voluptuosidad: para los corazones libres, algo inocente y li­bre, la felicidad del jardín terrenal, el desborde de gratitud de todo futuro al ahora.
Voluptuosidad: sólo para el marchito es un veneno dulzón, para los de voluntad leonina, en cambio, es el gran estimulan­te cordial, y el vino de los vinos respetuosamente tratado.
Voluptuosidad: la gran felicidad que sirve de símbolo a toda felicidad más alta y a la suprema esperanza. A muchas cosas, en efecto, les está prometido el matrimonio y más que el matrimonio, -
- a muchas cosas que son entre sí más extrañas que hombre y mujer: - ¡y quién ha comprendido del todo cuán extraños son entre sí hombre y mujer!
Voluptuosidad: - mas basta, quiero tener vallas alrededor de mis pensamientos, también de mis palabras: ¡para que no entren en mis jardines los cerdos y los exaltados! -
Ambición de dominio: el látigo de fuego para los más du­ros entre los duros de corazón; el espantoso martirio reserva­do al más cruel; la sombría llama de piras encendidas.
Ambición de dominio: la maligna traba impuesta a los pueblos más vanidosos; algo que se burla de toda virtud in­cierta; algo que cabalga sobre todos los corceles y sobre todos los orgullos.
Ambición de dominio: el terremoto que rompe y destruye todo lo putrefacto y carcomido; algo que, avanzando como una avalancha retumbante y castigadora, hace pedazos los se­pulcros blanqueados347; la interrogación fulminante puesta junto a respuestas prematuras.
Ambición de dominio: ante su mirada el hombre se arras­tra y se agacha y se vuelve servil y cae aún más bajo que la ser­piente y el cerdo: - hasta que finalmente el gran desprecio gri­ta desde su boca -,
Ambición de dominio: la terrible maestra del gran despre­cio, que predica a la cara de ciudades y de imperios «¡fuera tú!» - hasta que de ellos mismos sale este grito «¡fuera yo!»
Ambición de dominio: que, sin embargo, también ascien­de, con sus atractivos, hasta los puros y solitarios y hasta las alturas que se bastan a sí mismas, ardiente como un amor que pinta seductoramente purpúreas bienaventuranzas en el cielo de la tierra.
Ambición de dominio: ¡mas quién llamaría ambición348 a que lo alto se rebaje a desear el poder! ¡En verdad, nada mal­sano ni codicioso hay en tales deseos y descensos! -
El que la solitaria altura no quiera permanecer eterna­mente solitaria y eternamente autosuficiente; el que la mon­taña descienda al valle y los vientos de la altura a las hondo­nadas: -
¡oh quién pudiera encontrar el nombre apropiado de una virtud para bautizar este anhelo! «Virtud que hace regalos»349 - este nombre dio Zaratustra en otro tiempo a lo innombra­ble.
Y entonces ócurrió también, - ¡y, en verdad, ocurrió por vez primera! - que su palabra llamó bienaventurado al egoís­mo350, al egoísmo saludable, sano, que brota de un alma pode­rosa: -
- de un alma poderosa, a la que corresponde el cuerpo ele­vado, el cuerpo bello, victorioso, reconfortante, en torno al cual toda cosa se transforma en espejo:
- el cuerpo flexible, persuasivo, el bailarín, del cual es sím­bolo y compendio el alma gozosa de sí misma. El goce de ta­les cuerpos y de tales almas en sí mismos se da a sí este nom­bre: «virtud».
Con sus palabras bueno y malo se resguarda tal egoísmo como con bosques sagrados; con los nombres de su felicidad destierra de sí todo lo despreciable.
Lejos de sí destierra el egoísmo todo lo cobarde; dice: lo malo - ¡es cobarde! Despreciable le parece a él el hombre siempre preocupado, gimiente, quejumbroso, y quien recoge del suelo incluso las más mínimas ventajas.
Él desprecia también toda sabiduría llorosa: pues, en ver­dad, existe también una sabiduría que florece en lo oscuro, una sabiduría de las sombras nocturnas: la cual suspira siem­pre: «¡Todo es vanidad!»351.
A la medrosa desconfianza la desdeña, así como a todo el que quiere juramentos en lugar de miradas y de manos: y también desdeña toda sabiduría demasiado desconfiada, - pues ésta es propia de almas cobardes.
Pero aún más desdeña al que se apresura a complacer a otros, al perruno, que en seguida se echa panza arriba, al hu­milde; y hay también una sabiduría que es humilde y perruna y piadosa y que se apresura a complacer.
Odioso es para el egoísmo, y nauseabundo, quien no quie­re defenderse, quien se traga salivazos venenosos y miradas malvadas, el demasiado paciente, el que todo lo tolera y con todo se contenta: ésta es, en efecto, la especie servil.
Sobre quien es servil frente a los dioses y los puntapiés di­vinos, o frente a los hombres y las estúpidas opiniones huma­nas: ¡sobre toda esa especie de siervos escupe él, ese bienaven­turado egoísmo!
Malo: así llama él a todo lo que dobla las rodillas y es servil y tacaño, a los ojos que parpadean sin libertad, a los corazo­nes oprimidos, y a aquella falsa especie indulgente que besa con anchos labios cobardes.
Y pseudosabiduría: así llama él a todos los alardes de inge­nio de los siervos y de los ancianos y de los cansados; ¡y en es­pecial, a toda la perversa, desatinada, demasiado ingeniosa necedad de los sacerdotes!
Mas tanto la pseudosabiduría, como todos los sacerdotes, y los cansados del mundo, y aquellos cuya alma es de la especie de las mujeres y de los siervos, - ¡oh, cómo su juego ha juga­do desde siempre malas partidas al egoísmo!
¡Y cabalmente debía ser virtud y llamarse virtud esto, el que se jugasen malas partidas al egoísmo! ¡Y «no egoístas» - así deseaban ser ellos mismos, con buenas razones, todos es­tos cobardes y arañas cruceras cansados del mundo!
Mas para todos ellos llega ahora el día, la transformación, la espada del juicio, el gran mediodía: ¡entonces se pondrán de manifiesto muchas cosas!352.
Y quien llama sano y santo al yo, y bienaventurado al egoís­mo, en verdad ése dice también lo que sabe, es un profeta: «¡He aquí que viene, que está cerca el gran mediodía!»


Del espíritu de la pesadez

1

Mi boca - es del pueblo: yo hablo de un modo demasiado grosero y franco para los conejos de seda. Y aún más extra­ña les suena mi palabra a todos los calamares y plumífe­ros 353.
Mi mano - es la mano de un necio: ¡ay de todas las mesas y paredes y de todo lo demás que ofrezca espacio para las enga­lanaduras de un necio, para las emborronaduras de un necio!
Mi pie - es un pie de caballo; con él pataleo y troto a cam­po traviesa de acá para allá, y todo correr rápido me produce un placer del diablo.
Mi estómago - ¿es acaso el estómago de un águila? Pues lo que más le gusta es la carne de cordero354. Con toda seguridad es el estómago de un pájaro.
Un ser que se alimenta con cosas inocentes, y con poco, dispuesto a volar e impaciente de hacerlo, de alejarse volando - ése es mi modo de ser: ¡cómo no iba a haber en él algo del modo de ser de los pájaros!
Y, sobre todo, el que yo sea enemigo del espíritu de la pe­sadez, eso es algo propio de la especie de los pájaros: ¡y, en verdad, enemigo mortal, archienemigo, protoenemigo! ¡Oh, adónde no voló ya y se extravió ya volando mi enemis­tad!
Sobre ello podría yo cantar una canción - - y quiero cantar­la: aunque esté yo solo en la casa vacía y tenga que cantar para mis propios oídos.
Otros cantores hay, ciertamente, a los cuales sólo la casa llena vuélveles suave su garganta, elocuente su mano, ex­presivos sus ojos, despierto su corazón: - yo no me aseme­jo a ellos. -

2

Quien algún día enseñe a los hombres a volar, ése habrá cam­biado de sitio todos los mojones355; para él los propios mojo­nes volarán por el aire y él bautizará de nuevo a la tierra, lla­mándola - «La Ligera».
El avestruz corre más rápido que el más rápido caballo, pero también esconde pesadamente la cabeza en la pesada tierra: así hace también el hombre que aún no puede volar.
Pesadas son para él la tierra y la vida; ¡y así lo quiere el es­píritu de la pesadez! Mas quien quiera hacerse ligero y trans­formarse en un pájaro tiene que amarse a sí mismo: - así en­seño yo.
No, ciertamente, con el amor de los enfermos y calentu­rientos: ¡pues en ellos hasta el amor propio exhala mal olor!
Hay que aprender a amarse a sí mismo - así enseño yo - con un amor saludable y sano: a soportar estar consigo mismo y a no andar vagabundeando de un sitio para otro.
Semejante vagabundeo se bautiza a sí mismo con el nombre de «amor al prójimo»: con esta expresión se han dicho hasta ahora las mayores mentiras y se han cometido las mayores hipocresías, y en especial lo han hecho quienes caían pesados a todo el mundo.
Y en verdad, no es un mandamiento para hoy y para maña­na el de aprender a amarse a sí mismo. Antes bien, de todas las artes es ésta la más delicada, la más sagaz, la última y la más paciente:
A quien tiene algo, en efecto, todo lo que él tiene suele es­tarle bien oculto; y de todos los tesoros es el propio el último que se desentierra, - así lo procura el espíritu de la pesadez.
Ya casi en la cuna se nos dota de palabras y de valores pesa­dos: «bueno» y «malvado» - así se llama esa dote. Y en razón de ella se nos perdona que vivamos.
Y dejamos que los niños pequeños vengan a nosotros356 para impedirles a tiempo que se amen a sí mismos: así lo pro­cura el espíritu de la pesadez
Y nosotros - ¡nosotros llevamos fielmente cargada la dote que nos dan, sobre duros hombros y por ásperas montañas! Y si sudamos, se nos dice: «¡Sí, la vida es una carga pesada!»
¡Pero sólo el hombre es para sí mismo una carga pesada! Y esto porque lleva cargadas sobre sus hombros demasiadas cosas ajenas. Semejante al camello, se arrodilla y se deja cargar bien357.
Sobre todo el hombre fuerte, de carga, en el que habita la veneración: demasiadas pesadas palabras ajenas y demasia­dos pesados valores ajenos carga sobre sí, - ¡entonces la vida le parece un desierto!
¡Y en verdad! ¡También algunas cosas propias son una car­ga pesada! ¡Y muchas de las cosas que residen en el interior del hombre son semejantes a la ostra, es decir, nauseabundas y viscosas y difíciles de agarrar -,
- de tal modo que tiene que intervenir en su favor una con­cha noble, con nobles adornos. Y también hay que aprender este arte: ¡el de tener una concha, y una hermosa apariencia, y una inteligente ceguera!
Una y otra vez nos engañamos acerca de algunas cosas hu­manas por el hecho de que más de una concha es mezquina y triste y demasiado concha. Mucha bondad y mucha fuerza ocultas no las adivinaremos jamás; ¡los más exquisitos boca­dos no encuentran quien los sepa saborear!
Las mujeres saben esto, las más exquisitas: un poco más gruesas, un poco más delgadas - ¡oh, cuánto destino depende de tan poca cosa!
El hombre es difícil de descubrir, y descubrirse uno a sí mismo es lo más difícil de todo; a menudo el espíritu mien­te a propósito del alma. Así lo procura el espíritu de la pe­sadez.
Mas a sí mismo se ha descubierto quien dice: éste es mi bien y éste es mi mal: con ello ha hecho callar al topo y enano que dice: «bueno para todos, malvado para todos».
En verdad, tampoco me agradan aquellos para quienes cualquier cosa es buena e incluso este mundo es el mejor358. A éstos los llamo los omnicontentos.
Omnicontentamiento que sabe sacarle gusto a todo: ¡no es éste el mejor gusto! Yo honro las lenguas y los estómagos re­beldes y selectivos, que aprendieron a decir «yo» y «sí» y «no».
Pero masticar y digerir todo - ¡ésa es realmente cosa propia de cerdos! Decir siempre sí - ¡esto lo ha aprendido únicamen­te el asno359 y quien tiene su mismo espíritu! -
El amarillo intenso y el rojo ardiente: eso es lo que mi gus­to quiere, - él mezcla sangre con todos los colores. Mas quien blanquea su casa me delata un alma blanqueada360.
De momias se enamoran unos, otros, de fantasmas; y am­bos son igualmente enemigos de toda carne y de toda sangre
- ¡oh, cómo repugnan ambos a mi gusto! Pues yo amo la san­gre.
Y no quiero habitar ni residir allí donde todo el mundo es­puta y escupe: éste es mi gusto, - preferiría vivir entre ladro­nes y perjuros. Nadie lleva oro en la boca.
Pero aún más repugnantes me resultan todos los que la­men servilmente los salivazos; y el más repugnante bicho humano que he encontrado lo bauticé con el nombre de parási­to361: éste no ha querido amar, pero sí vivir del amor. Desventurados llamo yo a todos los que sólo tienen una elección: la de convertirse en animales malvados o en malva­dos domadores de animales: junto a ellos no levantaría yo mis tiendas362.
Desventurados llamo yo a todos aquellos que siempre tie­nen que aguardar, - repugnan a mi gusto: todos los aduane­ros y tenderos y reyes y otros guardianes de países y de comer­cios.
En verdad, también yo aprendí a aguardar, y a fondo, - pero sólo a aguardarme a mí. Y aprendí a tenerme en pie y a caminar y a correr y a saltar y a trepar y a bailar por encima de todas las cosas.
Y ésta es mi doctrina: quien quiera aprender alguna vez a volar tiene que aprender primero a tenerse en pie y a caminar y a correr y a trepar y a bailar: - ¡el volar no se coge al vuelo!
Con escalas de cuerda he aprendido yo a escalar más de una ventana, con ágiles piernas he trepado a elevados másti­les: estar sentado sobre elevados mástiles del conocimiento no me parecía bienaventuranza pequeña, -
- flamear como llamas pequeñas sobre elevados mástiles: siendo, ciertamente, una luz pequeña, ¡pero un gran consue­lo, sin embargo, para navegantes y náufragos extraviados! -
Por muchos caminos diferentes y de múltiples modos lle­gué yo a mi verdad; no por una única escala ascendí hasta la altura desde donde mis ojos recorren el mundo.
Y nunca me ha gustado preguntar por caminos, - ¡esto re­pugna siempre a mi gusto! Prefería preguntar y someter a prueba a los caminos mismos.
Un ensayar y un preguntar fue todo mi caminar: - ¡y en verdad, también hay que aprender a responder a tal preguntar! Éste - es mi gusto:
- no un buen gusto, no un mal gusto, pero sí mi gusto, del cual ya no me avergüenzo ni lo oculto.
«Éste - es mi camino, - ¿dónde está el vuestro?», así respon­día yo a quienes me preguntaban «por el camino». ¡El camino, en efecto, - no existe!

Así habló Zaratustra.

353 Juego de palabras en alemán con dos términos de sonido pareci­do: Tinten-Fische (peces de tinta, calamares); acaso, en castellano, «chupatintas» (para seguir el juego verbal), y Feder-Füchse (zorros de pluma). La palabra alemana usual para decir «plumífero», «es­critorzuelo», es Federfuchser; por semejanza de sonido Nietzsche la transforma en Feder-Fuchs (plural, Feder-Füchse).
354 En la cuarta parte, La Cena, y La canción de la melancolía, 2, volverá a aludirse al gusto del estómago de Zaratustra por la carne de cordero.
355 «Cambiar de sitio los mojones» es frase clásica y muy antigua. Ya Solón dice (fragmento 24) que «en una ocasión yo removí los mo­jones de la negra Tierra, fijos en muchas partes; antes ella era es­clava, mas ahora es libre». Teniendo en cuenta la inmediata alu­sión de Zaratustra a la tierra, es posible que Nietzsche recordara aquí el citado fragmento de Solón.
356 Paráfrasis del Evangelio de Mateo, 19, 14: «Dejad que los niños vengan a mí.» Sin embargo, según Nietzsche, esto lo hacemos para impedir que se amen a sí mismos. Véase también antes, De la virtud empequeñecedora, 2, y la nota 302.
357 Véase, en la primera parte, De las tres transformaciones.
358 «El mejor de los mundos»: alusión a Leibniz.
359 El rebuzno se expresa gráficamente en alemán con las letras I-A, que también significan «sí» (Ja). De ahí la frase de Nietzsche. En la cuarta parte, El despertar, se hará amplio uso de esta posibilidad lingüística alemana.
360 Véase la nota 347.
361 Más adelante, De tablas viejas y nuevas, 19, volve­rá Zaratustra a la figura del «parásito».
362 Alusión a la frase de Pedro cuando en el Tabor quiere «levantar tres tiendas»; véase Evangelio de Mateo, 17, 4.

De tablas viejas y nuevas363

1

Aquí estoy sentado y aguardo, teniendo a mi alrededor viejas tablas rotas y también tablas nuevas a medio escribir. ¿Cuán­do llegará mi hora?
- la hora de mi descenso, de mi ocaso: una vez más todavía quiero ir a los hombres.
Esto es lo que ahora aguardo: antes tienen que llegarme, en efecto, los signos de que es mi hora, - a saber, el león riente con la bandada de palomas364.
Entretanto, como uno que tiene tiempo, me hablo a mí mismo. Nadie me cuenta cosas nuevas: por eso yo me cuento a mí mismo365. -

2

Cuando fui a los hombres los encontré sentados sobre una vieja presunción: todos presumían saber desde hacía ya mu­cho tiempo qué es lo bueno y lo malvado para el hombre.
Una cosa vieja y cansada les parecía a ellos todo hablar acerca de la virtud; y quien quería dormir bien hablaba toda­vía, antes de irse a dormir, acerca del «bien» y del «mal» 366.
Esta somnolencia la sobresalté yo cuando enseñé: lo que es bueno y lo que es malvado, eso no lo sabe todavía nadie: - ¡ex­cepto el creador!
- Mas éste es el que crea la meta del hombre y el que da a la tierra su sentido y su futuro: sólo éste crea el hecho de que algo sea bueno y malvado.
Y les mandé derribar sus viejas cátedras y todos los lugares en que aquella vieja presunción se había asentado; les mandé reírse de sus grandes maestros de virtud y de sus santos y poetas y redentores del mundo.
De sus sombríos sabios les mandé reírse, y de todo el que al­guna vez se hubiera posado, para hacer advertencias, sobre el árbol de la vida como un negro espantajo.
Me coloqué al lado de su gran calle de los sepulcros e inclu­so junto a la carroña y los buitres367 - y me reí de todo su pa­sado y del mustio y arruinado esplendor de ese pasado.
En verdad, semejante a los predicadores penitenciales y a los necios grité yo pidiendo cólera y justicia sobre todas sus cosas grandes y pequeñas, - ¡es tan pequeño incluso lo mejor de ellos!, ¡es tan pequeño incluso lo peor de ellos! - así me reía.
Así gritaba y se reía en mí mi sabio anhelo, el cual ha naci­do en las montañas y es, ¡en verdad!, una sabiduría salvaje - mi gran anhelo de ruidoso vuelo.
Y a menudo en medio de la risa ese anhelo me arrastraba le­jos y hacia arriba y hacia fuera: yo volaba, estremeciéndome ciertamente de espanto, como una flecha, a través de un éxta­sis embriagado de sol:
- hacia futuros remotos, que ningún sueño había visto aún, hacia sures más ardientes que los que los artistas soñaron jamás: hacia allí donde los dioses, al bailar, se avergüenzan de todos sus vestidos368: -
- yo hablo, en efecto, en parábolas, e, igual que los poetas, cojeo y balbuceo; ¡y en verdad, me avergüenzo de tener que ser todavía poeta! -
Hacia allí donde todo devenir me pareció un baile de dio­ses y una petulancia de dioses, y el mundo, algo suelto y tra­vieso y que huye a cobijarse en sí mismo: -
- como un eterno huir-de-sí-mismos y volver-a-buscarse-a­sí-mismos de muchos dioses, como el bienaventurado contra­decirse, oírse de nuevo, relacionarse de nuevo de muchos dio­ses: -
hacia allí donde todo tiempo me pareció una bienaventura­da burla de los instantes, donde la necesidad era la libertad misma, que jugaba bienaventuradamente con el aguijón de la libertad369: -
donde también yo volví a encontrar a mi antiguo demonio y archienemigo, el espíritu de la pesadez y todo lo que él ha creado: coacción, ley, necesidad y consecuencia y finalidad y voluntad y bien y mal: -
¿pues no tiene que haber cosas sobre las cuales y más allá de las cuales se pueda bailar? ¿No tiene que haber, para que exis­tan los ligeros, los más ligeros de todos - topos y pesados ena­nos? - -

3

Allí fue también donde yo recogí del camino la palabra «super­hombre»370, y que el hombre es algo que tiene que ser superado, - que el hombre es un puente y no una meta: llamándose bienaventurado a sí mismo a causa de su mediodía y de su atardecer, como camino hacia nuevas auroras:
- la palabra de Zaratustra acerca del gran mediodía, y todo lo demás que yo he suspendido sobre los hombres, como se­gundas auroras purpúreas.
En verdad, también les he hecho ver nuevas estrellas junto con nuevas noches; y por encima de las nubes y el día y la no­che extendí yo además la risa como una tienda multicolor.
Les he enseñado todos mis pensamientos y deseos: pensar y reunir en unidad lo que en el hombre es fragmento y enig­ma y horrendo azar, -
- como poeta, adivinador de enigmas y redentor del azar les he enseñado a trabajar creadoramente en el porvenir y a redimir creadoramente - todo lo que fue.
A redimir lo pasado en el hombre y a transformar median­te su creación todo «Fue», hasta que la voluntad diga: «¡Mas así lo quise yo! Así lo querré» -
- esto es lo que yo llamé redención para ellos, únicamente a esto les enseñé a llamar redención. - -
Ahora aguardo mi redención, - el ir a ellos por última vez.
Pues todavía una vez quiero ir a los hombres: ¡entre ellos quiero hundirme en mi ocaso, al morir quiero darles el más rico de mis dones!
Del sol he aprendido esto, cuando se hunde él, el inmensa­mente rico: entonces es cuando derrama oro sobre el mar, sa­cándolo de riquezas inagotables, -
- ¡de tal manera que hasta el más pobre de los pescadores rema con remos de oro! Esto fue, en efecto, lo que yo vi en otro tiempo, y no me sacié de llorar contemplándolo. -
Igual que el sol quiere también Zaratustra hundirse en su ocaso: mas ahora está sentado aquí y aguarda, teniendo a su alrededor viejas tablas rotas, y también tablas nuevas, - a me­dio escribir.

4

Mira, aquí hay una tabla nueva: pero ¿dónde están mis herma­nos, que la lleven conmigo al valle y la graben en corazones de carne?371.
Esto es lo que mi gran amor exige a los lejanos: ¡no seas in­dulgente con tu prójimo! El hombre es algo que tiene que ser superado.
Existen muchos caminos y muchos modos distintos de su­peración: ¡mira ahí! Mas sólo un bufón piensa: «el hombre es algo sobre lo que también se puede saltar».
Supérate a ti mismo incluso en tu prójimo: ¡y un derecho que puedas robar no debes permitir que te lo den!
Lo que tú haces, eso nadie puede hacértelo de nuevo a ti. Mira, no existe retribución.
El que no puede mandarse a sí mismo debe obedecer. ¡Y más de uno pueda mandarse a sí mismo, pero falta todavía mucho para que también se obedezca a sí mismo!

5

Así lo quiere la especie de las almas nobles: no quieren tener nada de balde, y menos que nada, la vida372.
Quien es de la plebe quiere vivir de balde; pero nosotros, distintos de ellos, a quienes la vida se nos entregó a sí misma, - ¡nosotros reflexionamos siempre sobre qué es lo mejor que daremos a cambio!
Y en verdad, es un lenguaje aristocrático el que dice: «lo que la vida nos promete a nosotros, eso queremos nosotros - ¡cumplírselo a la vida!»
No debemos querer gozar allí donde no damos a gozar. Y - ¡no debemos querer gozar!
Goce e inocencia son, en efecto, las cosas más púdicas que existen: ninguna de las dos quiere ser buscada. Debemos te­nerlas -, ¡pero debemos buscar más bien culpa y dolores!

6

Oh hermanos míos, quien es una primicia es siempre sacrifi­cado. Ahora bien, nosotros somos primicias373.
Todos nosotros derramamos nuestra sangre en altares se­cretos, todos nosotros nos quemamos y nos asamos en honor de viejas imágenes de ídolos.
Lo mejor de nosotros es todavía joven: esto excita los viejos paladares. Nuestra carne es tierna, nuestra piel es piel de cor­dero: - ¡cómo no íbamos nosotros a excitar a viejos sacerdo­tes de ídolos!
Dentro de nosotros mismos habita todavía él, el viejo sacer­dote de ídolos, que asa, para prepararse un banquete, lo me­jor de nosotros. ¡Ay, hermanos míos, cómo no iban las primi­cias a ser víctimas!
Pero así lo quiere nuestra especie; y yo amo a los que no quieren preservarse a sí mismos. A quienes se hunden en su ocaso los amo con todo mi amor: pues pasan al otro lado. -

7

Ser verdaderos - ¡pocos son capaces de esto! Y quien es ca­paz ¡no quiere todavía! Y los menos capaces de todos son los buenos.
¡Oh esos buenos! - Los hombres buenos no dicen nunca la verdad; para el espíritu el ser bueno de ese modo es una enfer­medad.
Ceden, estos buenos, se resignan, su corazón repite lo dicho por otros, el fondo de ellos obedece: ¡mas quien obedece no se oye a sí mismo!374.
Todo lo que los buenos llaman malvado tiene que reunirse para que nazca una verdad: oh hermanos míos, ¿sois también vosotros bastante malvados para esa verdad?
La osadía temeraria, la larga desconfianza, el cruel no, el fastidio, el sajar en vivo - ¡qué raras veces se reúne esto! Pero de tal semilla es de la que - ¡se engendra verdad!
¡Junto a la conciencia malvada ha crecido hasta ahora todo saber! ¡Romped, rompedme, hombres del conocimiento, las viejas tablas!

8

Cuando el agua tiene maderos para atravesarla, cuando puentecillos y pretiles saltan sobre la corriente: en verdad, allí no se cree a nadie que diga: «Todo fluye»375.
Hasta los mismos imbéciles le contradicen. «¿Cómo?, dicen los imbéciles, ¿que todo fluye? ¡Pero si hay puentecillos y pre­tiles sobre la corriente!
Sobre la corriente todo es sólido, todos los valores de las cosas, los puentes, conceptos, todo el ‘bien’ y el ‘mal’: ¡todo eso es sólido!» -
Mas cuando llega el duro invierno, el domeñador de ríos: entonces incluso los más chistosos aprenden desconfianza; y, en verdad, no sólo los imbéciles dicen entonces: «¿No será que todo permanece - inmóvil?»
«En el fondo todo permanece inmóvil» -, ésta es una autén­tica doctrina de invierno, una buena cosa para una época es­téril, un buen consuelo para los que se aletargan durante el in­vierno y para los trashogueros.
«En el fondo todo permanece inmóvil»: - ¡mas contra esto predica el viento del deshielo!
El viento del deshielo, un toro que no es un toro de arar, - ¡un toro furioso, un destructor, que con astas coléricas rompe el hielo! Y el hielo - - ¡rompe los puentecillos!
Oh hermanos míos, ¿no fluye todo ahora? ¿No han caído al agua todos los pretiles y puentecillos? ¿Quién se aferraría aún al «bien» y al «mal»?
«¡Ay de nosotros! ¡Afortunados de nosotros! ¡El viento del deshielo sopla!» - ¡Predicadme esto, hermanos míos, por to­das las callejas!376.

9

Existe una vieja ilusión que se llama bien y mal. En torno a adi­vinos y astrólogos ha girado hasta ahora la rueda de esa ilusión.
En otro tiempo la gente creía en adivinos y astrólogos: y por eso creía «Todo es destino: ¡debes puesto que te ves forzado!»
Pero luego la gente desconfió de todos los adivinos y astró­logos: y por eso creyó «Todo es libertad: ¡puedes puesto que quieres!»
Oh hermanos míos, acerca de lo que son las estrellas y el fu­turo ha habido hasta ahora tan sólo ilusiones, pero no saber: y por eso acerca de lo que son el bien y el mal ha habido hasta ahora tan sólo ilusiones, ¡pero no saber!

10

«¡No robarás! ¡No matarás!» - estas palabras fueron llamadas santas en todo tiempo; ante ellas la gente doblaba la rodilla y las cabezas y se descalzaba377.
Pero yo os pregunto: ¿dónde ha habido nunca en el mundo peores ladrones y peores asesinos que esas santas palabras?
¿No hay en toda vida misma - robo y asesinato? Y por el he­cho de llamar santas a tales palabras, ¿no se asesinó - a la ver­dad misma?
¿O fue una predicación de la muerte la que llamó santo a lo que hablaba en contra de toda vida y la desaconsejaba? - ¡Oh hermanos míos, romped, rompedme las viejas tablas!

11

Ésta es mi compasión por todo lo pasado, el ver: que ha sido abandonado,­
- ¡abandonado a la gracia, al espíritu, a la demencia de cada generación que llega y reinterpreta como puente hacia ella todo lo que fue!
Un gran déspota podría venir, un diablo listo que con su be­nevolencia y su malevolencia forzase y violentase todo lo pa­sado: hasta que esto se convirtiese en puente para él y en pre­sagio y heraldo y canto del gallo.
Y éste es el otro peligro y mi otra compasión: - la memoria de quien es de la plebe no se remonta más que hasta el abue­lo, - y con el abuelo acaba el tiempo.
Así está abandonado todo lo pasado: pues alguna vez po­dría ocurrir que la plebe se convirtiese en el señor y ahogase todo tiempo en aguas sin profundidad.
Por eso, oh hermanos míos, necesítase una nueva nobleza que sea el antagonista de toda plebe y de todo despotismo y escriba de nuevo en tablas nuevas la palabra «noble».
¡Pues se necesitan, en efecto, muchos nobles y muchas cla­ses de nobles para que exista la nobleza! O como dije yo en otro tiempo, en parábola: «¡Ésta es precisamente la divinidad, que existan dioses, pero no Dios!»378.

12

Oh hermanos míos, yo os consagro a una nueva nobleza y os la señalo: vosotros debéis ser para mí engendradores y criado­res y sembradores del futuro, -
- en verdad, no una nobleza que vosotros pudierais com­prar como la compran los tenderos, y con oro de tenderos: pues poco valor tiene todo lo que tiene un precio.
¡Constituya de ahora en adelante vuestro honor no el lugar de dónde venís, sino el lugar adonde vais! Vuestra voluntad y vuestro pie, que quieren ir más allá de vosotros mismos, - ¡eso constituya vuestro nuevo honor!
En verdad, no el que hayáis servido a un príncipe - ¡qué importan ya los príncipes!379 - o el que os hayáis convertido en baluarte de lo que existe ¡para que esté aún más sólido!
No el que vuestra estirpe se haya hecho cortesana en las cortes, y vosotros hayáis aprendido a estar de pie, vestidos con ropajes multicolores, como un flamenco380, durante largas horas, dentro de estanques poco profundos.
- Pues poder estar de pie es un mérito entre los cortesanos: y todos los cortesanos creen que de la bienaventuranza después de la muerte forma parte - ¡el que se permita estar sentado! -
Ni tampoco el que un espíritu, que ellos llaman santo, con­dujese a vuestros antepasados a tierras prometidas381, que yo no alabo: pues nada hay que alabar en la tierra donde creció el más funesto de todos los árboles, - ¡la cruz! -
- y en verdad, a todos los sitios a que ese «espíritu santo» condujo sus caballeros, siempre esas expediciones iban prece­didas - ¡de cabras y gansos y de cruzados mentecatos!382 -
¡Oh hermanos míos, no hacia atrás debe dirigir la mirada vuestra nobleza, sino hacia adelante! ¡Expulsados debéis es­tar vosotros de todos los países de los padres y de los antepa­sados!
El país de vuestros hijos es el que debéis amar: sea ese amor vuestra nueva nobleza, - ¡el país no descubierto, situado en el mar más remoto! ¡A vuestras velas ordeno que partan una y otra vez en su busca!
En vuestros hijos debéis reparar el ser vosotros hijos de vuestros padres: ¡así debéis redimir todo lo pasado!383. ¡Esta nueva tabla coloco yo sobre vosotros!

13

«¿Para qué vivir? ¡Todo es vanidad!384. Vivir es trillar paja385; vi­vir - es quemarse a sí mismo y, sin embargo, no calentarse.» -
Tales anticuados parloteos continúan siendo considerados como «sabiduría»; y por ser viejos y oler a rancio, por eso se los respeta más. También el moho otorga nobleza. -
Así les era lícito hablar a los niños: ¡ellos rehúyen el fuego porque éste los ha quemado! Hay mucho infantilismo en los viejos libros sapienciales.
Y a todo el que siempre «trilla paja», ¡cómo iba a serle líci­to blasfemar del trillar! ¡A tales necios habría que ponerles el bozal !386.
Éstos se sientan a la mesa y no traen nada consigo, ni si­quiera el buen hambre: - y ahora blasfeman diciendo «¡todo es vanidad!»
¡Pero comer y beber bien, oh hermanos míos, no es en ver­dad un arte vano! ¡Romped, rompedme las tablas de los eter­nos descontentos!

14

«Para el puro todo es puro»387 - así habla el pueblo. Pero yo os digo: ¡para los cerdos todo se convierte en cerdo!
Por ello los fanáticos y los beatos de cabeza colgante, que también llevan colgando hacia abajo el corazón, predican: «el mundo mismo es un monstruo merdoso».
Pues todos ellos son de espíritu sucio; y en especial aquellos que no tienen descanso ni reposo si no ven el mundo por de­trás, - ¡los trasmundanos!
A éstos les digo a la cara, aunque ello no suene de modo agradable: el mundo se asemeja al hombre en que tiene un trasero, - ¡eso es verdad!
Hay en el mundo mucha mierda: ¡eso es verdad! ¡Mas no por ello es ya el mundo un monstruo merdoso!
Hay sabiduría en el hecho de que muchas cosas en el mun­do huelan mal: ¡la náusea misma hace brotar alas y fuerzas que presienten manantiales!
Incluso en el mejor hay algo que produce náusea; ¡y el me­jor es todavía algo que tiene que ser superado! -
¡Oh hermanos míos, hay mucha sabiduría en el hecho de que exista mucha mierda en el mundo! -

15

A los piadosos trasmundanos les he oído decir a su propia conciencia estas sentencias y, en verdad, sin malicia ni falsía, - aunque nada hay en el mundo más falso ni más maligno.
«¡Deja que el mundo sea el mundo! ¡No muevas ni un dedo en contra de eso!»
«Deja que el que quiera estrangule y apuñale y saje y degüe­lle a la gente: ¡no muevas ni un dedo en contra de eso! Así aprenden ellos incluso a renunciar al mundo.»
«Y tu propia razón - a ésa tú mismo debes agarrarla del cuello y estrangularla; pues es una razón de este mundo, - así aprendes tú mismo a renunciar al mundo.» -
- ¡Romped, rompedme, oh hermanos míos, estas viejas ta­blas de los piadosos! ¡Destruid con vuestra sentencia las sen­tencias de los calumniadores del mundo!

16

«Quien aprende muchas cosas desaprende todos los deseos violentos» - esto es algo que hoy las gentes se susurran unas a otras en todas las callejas oscuras.
«¡La sabiduría cansa, no vale la pena - nada; no debes tener deseos!» - esta nueva tabla la he encontrado colgada incluso en mercados públicos.
¡Rompedme, oh hermanos míos, rompedme también esta nueva tabla! Los cansados del mundo la han colgado de la pa­red, y los predicadores de la muerte, y también los carceleros: ¡pues mirad, también ella es una predicación en favor de la es­clavitud! -
Ellos han aprendido mal, y no las mejores cosas, y todo de un modo demasiado prematuro, y todo de un modo demasiado rápido: y han comido mal, y por ello se les ha indigestado el estómago, -
- un estómago indigestado es, en efecto, su espíritu: ¡él es el que aconseja la muerte! ¡Pues, en verdad, hermanos míos, el espíritu es un estómago!
La vida es un manantial de placer388: mas para aquel en el cual habla un estómago indigestado, padre de la tribulación, para ése todas las fuentes están envenenadas.
Conocer: ¡esto es placer para el hombre de voluntad leoni­na! Pero quien se ha cansado, ése sólo es «querido»389, con él juegan todas las olas.
Y esto es lo que les ocurre siempre a los hombres débiles: se pierden a sí mismos en sus caminos. Y al final, todavía su cansancio pregunta: «¡para qué hemos recorrido caminos! ¡Todo es igual!»
A los oídos de éstos les suena de manera agradable el que se predique: «¡Nada merece la pena! ¡No debéis querer» Mas ésta es una predicación en favor de la esclavitud.
Oh hermanos míos, cual un viento fresco y rugiente viene Zaratustra para todos los cansados del mundo; ¡a muchas na­rices hará aún estornudar!
También a través de los muros sopla mi aliento libre, ¡y pe­netra hasta las cárceles y los espíritus encarcelados!
El querer hace libres: pues querer es crear: así enseño yo. ¡Y sólo para crear debéis aprender!
¡Y también el aprender debéis aprenderlo de mí, el aprender bien! - ¡Quien tenga oídos, oiga!

17

Ahí está la barca, - quizá navegando hacia la otra orilla se vaya a la gran nada. - ¿Quién quiere embarcarse en ese «quizá»? ¡Ninguno de vosotros quiere embarcarse en la barca de la muerte!390. ¡Cómo pretendéis ser entonces hombres cansados del mundo!
¡Cansados del mundo! ¡Y ni siquiera habéis llegado a estar desprendidos de la tierra! ¡Siempre os he encontrado ávidos todavía de tierra, enamorados todavía del propio estar cansa­dos de la tierra!
No en vano tenéis el labio colgante - ¡un pequeño deseo de tierra continúa asentado en él! Y en el ojo - ¿no flota en él una nubecilla de inolvidado placer terrestre?
Hay en la tierra muchas buenas invenciones, las unas úti­les, las otras agradables: por causa de ellas resulta amable la tierra.
Y muchas y distintas cosas están tan bien inventadas que, como el pecho de la mujer: son útiles y agradables a la vez.
¡Mas vosotros los cansados del mundo! ¡Vosotros los pere­zosos de la tierra! ¡A vosotros se os debe azotar! Al azotaros se os debe espabilar de nuevo las piernas.
Pues: si no sois enfermos y pillos decrépitos, de los que la tierra está cansada, sois astutos perezosos, o golosos y agaza­pados gatos de placer. Y si no queréis volver a correr alegre­mente, entonces debéis - ¡iros al otro mundo!
No se debe querer ser médico de incurables: así lo enseña Zaratustra: - ¡por eso debéis iros al otro mundo!
Pero se necesita más valor para poner fin que para escribir un nuevo verso: esto lo saben todos los médicos y todos los poetas. -

18

Oh hermanos míos, hay tablas que las creó la fatiga, y tablas que las creó la pereza, tablas perezosas: aunque hablan del mismo modo, quieren que se las oiga de modo distinto. -
¡Mirad ahí ese hombre que desfallece! Se halla tan sólo a un palmo de su meta, mas a causa de la fatiga se ha tendido ahí, obstinado, en el polvo: ¡ese valiente!
A causa de la fatiga bosteza del camino y de la tierra y de la meta y de sí mismo: no quiere dar un solo paso más, -¡ese va­liente!
Ahora el sol arde sobre él, y los perros lamen su sudor391: pero él yace ahí en su obstinación y prefiere desfallecer: -
- ¡desfallecer a un palmo de su meta! En verdad, tendréis que llevarlo agarrado por los cabellos incluso a su cielo392, - ¡a ese héroe!
Es mejor que lo dejéis tirado ahí donde él se ha echado, para que le llegue el sueño, el consolador, con un chaparrón refrescante:
Dejadle yacer hasta que se despierte por sí mismo, - ¡hasta que se retracte por sí mismo de toda fatiga y de lo que en él en­señaba fatiga!
Sólo, hermanos míos, ahuyentad de él a los perros, a los hi­pócritas perezosos y a todo el enjambre de sabandijas: -
- a todo el enjambre de sabandijas de los «cultos», que con el sudor de todo héroe - ¡se regala! -

19

Yo trazo en torno a mí círculos y fronteras sagradas; cada vez es menor el número de quienes conmigo suben hacia monta­ñas cada vez más altas, - yo construyo una cordillera con montañas más santas cada vez. -
Pero adondequiera que conmigo subáis, oh hermanos míos: ¡cuidad de que no suba con vosotros un parásito!393.
Parásito: es un gusano, un gusano que se arrastra, que se doblega, que quiere engordar a costa de vuestros rincones en­fermos y heridos.
Y su arte consiste en esto, en adivinar cuál es en las almas ascendentes el lugar en que están cansadas: en vuestro dis­gusto y en vuestro mal humor, en vuestro delicado pudor construye el parásito su nauseabundo nido.
En el lugar en que el fuerte es débil, y el noble, demasia­do benigno, - allí dentro construyó él su nauseabundo nido: el parásito habita allí donde el grande tiene pequeños rincones heridos.
¿Cuál es la especie más alta de todo ser, y cuál la más baja? El parásito es la especie más baja; pero quien forma parte de la especie más alta, ése alimenta a la mayor parte de los pará­sitos.
El alma, en efecto, que posee la escala más larga y que más profundo puede descender: ¿cómo no iban a asentarse en ella la mayor parte de los parásitos? -
- el alma más vasta, la que más lejos puede correr y errar y vagar dentro de sí; la más necesaria, que por placer se precipi­ta en el azar: -
- el alma que es, y se sumerge en el devenir; la que posee, y quiere sumergirse en el querer y desear: -
- la que huye de sí misma, que a sí misma se da alcance en los círculos más amplios; el alma más sabia, a quien más dul­cemente habla la necedad: -
- la que más se ama a sí misma, en la que todas las cosas tie­nen su corriente y su contracorriente, su flujo y su reflujo394: - oh, ¿cómo no iba el alma más elevada a tener los peores pará­sitos?

20

Oh hermanos míos, ¿acaso soy cruel? Pero yo digo: ¡a lo que está cayendo se le debe incluso dar un empujón!
Todas estas cosas de hoy - están cayendo, decayendo: ¡quién querría sostenerlas! Pero yo - ¡yo quiero darles además un empujón!
¿Conocéis vosotros la voluptuosidad que hace rodar las piedras en profundidades cortadas a pico? - Estos hombres de hoy: ¡mirad cómo ruedan a mis profundidades!
¡Un preludio de jugadores mejores soy yo, oh hermanos míos! ¡Un ejemplo! ¡Obrad según mi ejemplo !395.
Y a quien no le enseñéis a volar, enseñadle - ¡a caer más de­prisa! -

21

Yo amo a los valientes: mas no basta ser un mandoble, - ¡hay que saber también a quién se le dan los mandobles!
Y a menudo hay más valentía en contenerse y pasar de lar­go: ¡a fin de reservarse para un enemigo más digno!
Debéis tener sólo enemigos que haya que odiar, pero no enemigos que haya que despreciar: es necesario que estéis or­gullosos de vuestro enemigo: así lo he enseñado ya una vez396.
Para un enemigo más digno, oh amigos míos, debéis re­servaros: por ello tenéis que pasar de largo junto a muchas cosas, -
- especialmente junto a mucha chusma, que os mete en los oídos ruido de pueblo y de pueblos.
¡Mantened puros vuestros ojos de su pro y de su contra! En ellos hay mucha justicia, mucha injusticia: quien se detiene a mirar se pone colérico.
Ver, golpear397 - esto es aquí una sola cosa: ¡por ello, mar­chad a los bosques y dejad dormir vuestra espada!
¡Seguid vuestros caminos! ¡Y dejad que el pueblo y los pue­blos sigan los suyos! - ¡caminos oscuros, en verdad, en los cuales no relampaguea ya ni una esperanza!
¡Que domine el tendero allí donde todo lo que brilla - es oro de tenderos! Ya no es tiempo de reyes398: lo que hoy se lla­ma a sí mismo pueblo no merece reyes.
Ved cómo estos pueblos actúan ahora, también ellos, igual que los tenderos: ¡rebuscan las más mínimas ventajas incluso en todos los desperdicios!
Se acechan mutuamente, se espían unos a otros, - a esto lo llaman «buena vecindad». Oh bienaventurado tiempo remo­to en que un pueblo se decía a sí mismo: «¡yo quiero ser - se­ñor de otros pueblos!»
Pues, hermanos míos: ¡lo mejor debe dominar, lo mejor quiere también dominar! Y donde se enseña otra cosa, allí - falta lo mejor.

22

Si ésos - tuviesen de balde el pan, ¡ay! ¿Tras de qué andarían ésos gritando? Su sustento - es su verdadero entretenimiento; ¡y las cosas deben resultarles difíciles!
Animales de presa son: ¡en su «trabajar» - hay también robo, en su «merecer» - hay también engaño! ¡Por eso las co­sas deben resultarles difíciles!
Deben hacerse mejores animales de presa, más sutiles, más inteligentes, más semejantes al hombre: el hombre es, en efec­to, el mejor animal de presa.
A todos los animales les ha robado ya el hombre sus virtu­des: por eso, de todos los animales es el hombre el que ha te­nido más difíciles las cosas.
Ya sólo los pájaros están por encima de él. Y cuando el hombre aprenda a volar, ¡ay!, ¡hasta qué altura - volará su ra­pacidad!

23

Así quiero yo que sean el hombre y la mujer: el uno, apto para la guerra, la otra, apta para el parto, mas ambos aptos para bailar con la cabeza y con las piernas.
¡Y demos por perdido el día en que no hayamos bailado al menos una vez! ¡Y sea falsa para nosotros toda verdad en la que no haya habido una carcajada!

24

Vuestro enlace matrimonial: ¡Tened cuidado de que no sea una mala conclusión! Habéis soldado con demasiada rapi­dez: ¡por eso de ahí se sigue - el quebrantamiento del ma­trimonio!
¡Y es mejor quebrantar el matrimonio que torcer el matri­monio, que mentir el matrimonio! - Así me dijo una mujer: «Es verdad que yo he quebrantado el matrimonio, ¡pero antes el matrimonio me había quebrantado a mí!»399.
Siempre he encontrado que los mal apareados eran los peores vengativos: hacen pagar a todo el mundo el que ellos no puedan ya correr por separado.
Por ello quiero yo que los honestos se digan uno a otro: «No­sotros nos amamos: ¡veamos si podemos continuar amándo­nos! ¿O debe ser una equivocación nuestra promesa?»400.
- «¡Dadnos un plazo y un pequeño matrimonio, para que veamos si somos capaces del gran matrimonio! ¡Es una gran cosa estar dos siempre juntos!»
Así aconsejo yo a todos los honestos; ¡y qué sería mi amor al superhombre y a todo lo que debe venir si yo aconsejase y hablase de otro modo!
No sólo a propagaros al mismo nivel, sino a propagaros ha­cia arriba - ¡a eso, oh hermanos míos, ayúdeos el jardín del matrimonio!

25

El que ha llegado a conocer los viejos orígenes acabará por buscar manantiales del futuro y nuevos orígenes. -
Oh hermanos míos, de aquí a poco401, nuevos pueblos sur­girán y nuevos manantiales se precipitarán ruidosamente en nuevas profundidades.
El terremoto, en efecto, - ciega muchos pozos y provoca mucho desfallecimiento: y también saca a luz energías y secre­tos ocultos.
El terremoto pone de manifiesto nuevos manantiales. En el terremoto de viejos pueblos emergen manantiales nuevos.
Y en torno a quien entonces grita: «He ahí un pozo para muchos sedientos, un corazón para muchos anhelosos, una voluntad para muchos instrumentos»: - en torno a ése se reú­ne un pueblo, es decir: muchos experimentadores.

Quién puede mandar, quién tiene que obedecer - ¡eso es lo que aquí se experimenta! ¡Ay, con qué búsquedas y adivinaciones y fallos y aprendizajes y reexperimentos tan prolongados!
La sociedad de los hombres: es un experimento, así lo en­seño yo, una prolongada búsqueda: ¡y busca al hombre de mando! -
- un experimento, ¡oh hermanos míos! ¡Y no un «contra­to»402. ¡Romped, rompedme tales palabras de los corazones débiles y de los amigos de componendas!

26

¡Oh hermanos míos! ¿En quiénes reside el mayor peligro para todo futuro de los hombres? ¿No es en los buenos y justos? -
- que dicen y sienten en su corazón: «nosotros sabemos ya lo que es bueno y justo, y hasta lo tenemos; ¡ay de aquellos que continúan buscando aquí!»
Y sean cuales sean los daños que los malvados ocasionen: ¡el daño de los buenos es el daño más dañino de todos!
Y sean cuales sean los daños que los calumniadores del mundo ocasionen: el daño de los buenos es el daño más dañi­no de todos.
Oh hermanos míos, en cierta ocasión uno miró dentro del corazón de los buenos y justos, y dijo: «Son fariseos». Pero no le entendieron 403.
A los buenos y justos mismos no les fue lícito entenderle: su espíritu está prisionero de su buena conciencia. La estupidez de los buenos es insondablemente inteligente.
Pero ésta es la verdad: los buenos tienen que ser fariseos, - ¡no tienen opción!404
¡Los buenos tienen que crucificar a aquel que se inventa su propia virtud! ¡Ésta es la verdad!
Mas el segundo405 que descubrió su país, el país, el corazón y la tierra de los buenos y justos: ése fue el que preguntó: «¿A quién es al que más odian éstos?»
Al creador es al que más odian: a quien rompe tablas y vie­jos valores, al quebrantador - llámanlo delincuente406.
Los buenos, en efecto, - no pueden crear: son siempre el co­mienzo del final: -
- crucifican a quien escribe nuevos valores sobre nuevas tablas, sacrifican el futuro a sí mismos, - ¡crucifican todo el fu­turo de los hombres!
Los buenos - han sido siempre el comienzo del final. -

27

Oh hermanos míos, ¿habéis entendido también esta palabra? ¿Y lo que en otro tiempo dije acerca del «último hombre»?407 - -
¿En quiénes reside el máximo peligro para todo el futuro de los hombres? ¿No es en los buenos y justos?
¡Romped, destrozadme a los buenos y justos! - Oh hermanos míos, ¿habéis entendido también esta palabra?

28

¿Huís de mí? ¿Estáis espantados? ¿Tembláis ante esta palabra? Oh hermanos míos, cuando os he mandado destrozar a los buenos y las tablas de los buenos: sólo entonces es cuando yo he embarcado al hombre en su alta mar.
Y ahora es cuando llegan a él el gran espanto, el gran mirar a su alrededor, la gran enfermedad, la gran náusea, el gran mareo. Falsas costas y falsas seguridades os han enseñado los bue­nos; en mentiras de los buenos habéis nacido y habéis estado cobijados408. Todo está falseado y deformado hasta el fondo por los buenos.
Pero quien ha descubierto el país «Hombre» ha descubier­to también el país «Futuro de los Hombres». ¡Ahora vosotros debéis ser mis marineros, marineros bravos, pacientes!
¡Caminad erguidos a tiempo, oh hermanos míos, apren­ded a caminar erguidos! El mar está tempestuoso: muchos quieren servirse de vosotros para volver a erguirse.
El mar está tempestuoso: todo está en el mar. ¡Bien! ¡Ade­lante! ¡Viejos corazones de marineros!
¡Qué importa el país de los padres! ¡Nuestro timón quiere dirigirse hacia donde está el país de nuestros hijos! ¡Hacia allá lánzase tempestuoso, más tempestuoso que el propio mar, nuestro gran anhelo! -

29409

«¡Por qué tan duro! - dijo en otro tiempo el carbón de cocina al diamante; ¿no somos parientes cercanos?» -
¿Por qué tan blandos? Oh hermanos míos, así os pregunto yo a vosotros: ¿no sois vosotros - mis hermanos?
¿Por qué tan blandos, tan poco resistentes y tan dispuestos a ceder? ¿Por qué hay tanta negación, tanta renegación en vuestro corazón? ¿Y tan poco destino en vuestra mirada?
Y si no queréis ser destinos ni inexorables: ¿cómo podríais - vencer conmigo?
Y si vuestra dureza no quiere levantar chispas y cortar y sa­jar: ¿cómo podríais algún día - crear conmigo?
Los creadores son duros, en efecto. Y bienaventuranza tie­ne que pareceros el imprimir vuestra mano sobre milenios como si fuesen cera, -
- bienaventuranza, escribir sobre la voluntad de milenios como sobre bronce, - más duros que el bronce, más nobles que el bronce. Sólo lo totalmente duro es lo más noble de todo.
Esta nueva tabla, oh hermanos míos, coloco yo sobre voso­tros: ¡endureceos! - 410

30

¡Oh tú voluntad mía! ¡Tú viraje de toda necesidad, tú necesi­dad mía!411 ¡Presérvame de todas las victorias pequeñas!
¡Tú providencia de mi alma, que yo llamo destino! ¡Tú que estás dentro de mí! ¡Tú que estás encima de mí! ¡Presérvame y resérvame para un gran destino!412
Y tu última grandeza, voluntad mía, resérvatela para tu úl­timo instante, - ¡para ser inexorable en tu victoria! ¡Ay, quién no ha sucumbido a su victoria!
¡Ay, a quién no se le oscurecieron los ojos en ese crepúscu­lo ebrio! ¡Ay, a quién no le vaciló el pie y desaprendió, en la victoria, - a estar de pie! -
- Que yo esté preparado y maduro alguna vez en el gran mediodía: preparado y maduro como bronce ardiente, como nube grávida de rayos y como ubre hinchada de leche: -
- preparado para mí mismo y para mi voluntad más oculta: un arco ansioso de su flecha, una flecha ansiosa de su estrella: -
- una estrella preparada y madura en su mediodía, ardien­te, perforada, bienaventurada gracias a las aniquiladoras fle­chas solares: -
- un sol y una inexorable voluntad solar, ¡dispuesto a ani­quilar en la victoria!
¡Oh voluntad, viraje de toda necesidad, tú necesidad mía! ¡Resérvame para una gran victoria! - -

Así habló Zaratustra.

363 Todo este largo capítulo alude antitéticamente a las «tablas de la ley» del Antiguo Testamento. Véase Éxodo, 24. El propio Moi­sés rompe las tablas más tarde: Éxodo, 32, 19. En Ecce homo dice Nietzsche: «Muchos escondidos rin­cones y alturas del paisaje de Nizza se hallan santificados para mí por instantes inolvidables: aquel pasaje decisivo que lleva el título “De tablas viejas y nuevas” fue compuesto durante una fa­tigosísima subida desde la estación al maravilloso y morisco nido de águilas que es Eza -la agilidad muscular era siempre máxima en mí cuando la fuerza creadora fluía de manera más abundante.»
364 En la cuarta parte, El signo, llegarán hasta Zaratustra la bandada de palomas y el león riente.
365 En Ecce homo Nietzsche emplea casi idénti­ca expresión: «Y así me cuento mi vida a mí mismo.»
366 Véase, en la primera parte, De las cátedras de la virtud.
367 Reminiscencia del Evangelio de Mateo, 24,28: «Donde quiera esté el cadáver, allá se juntarán los buitres.»
368 Véase antes, en la segunda parte, De la cordura respecto a los hom­bres, y la nota 76. Esta imagen aparece por vez primera en el capítulo Del amigo, de la primera parte.
369 Véase la nota 121.
370 Véase la nota 14.
371 «Corazones de carne» es expresión bíblica que aparece en Eze­quiel, 11, 19-20: «Les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que sigan mis leyes y pongan por obra mis mandatos». También aparece en 2 Corintios, 3, 3: «Vosotros sois mi carta, escrita en vuestros corazones, carta abierta y leída por todo el mundo. Se os nota que sois carta de Cristo y que yo fui el amanuense no está escrita con tinta, sino con Espíritu de Dios vivo, no entablas de piedra, sino en tablas que son corazones de carne». Aquí Zaratustra rememora probablemente el segundo de los pasajes citados.
372 Negación de lo que se dice en el Apocalipsis, 22,17: «Quien tenga sed, que se acerque; el que quiera, que tome de balde el agua de la vida».
373 El sacrificio de las primicias es de origen bíblico. Véase Éxodo, 23, 19: «Llevarás a la casa del Señor, tu Dios, las primicias de tus fru­tos».
374 Juego de palabras, en alemán, entre los verbos gehorchen (obede­cer) -en el que aparece horchen (oír, escuchar)- y hóren (oír).
375 Frase de Heraclito. En este 8 hace Nietzsche un uso muy pecu­liar de la contraposición entre Heraclito y Parménides, según los viejos textos griegos. Por otra parte, todo el decorado figurativo se apoya en dos frases populares alemanas que aparecen aquí tex­tualmente: das Wasser hat keine Balken (literal: «el agua no tiene maderos», pero que corresponde aproximadamente a la expre­sión castellana «el mar es muy traidor»), e ins Wasser fallen (lite­ral: «caer al agua», pero en el sentido de «irse al agua», «malograr­se algo»).
376 Remedo de Jeremías, 16, 6: «El Señor me dijo: Predica estas pala­bras en los pueblos de Judá y en las callejas de Jerusalén».
377 Cita de Éxodo, 20. Estas dos prohibiciones aparecen en las «ta­blas» viejas.
378 Véase antes, De los apóstatas, 2.
379 En la cuarta parte, Coloquio con los reyes, el oír cómo uno de los reyes repite esta frase suya hará salir a Zaratustra de su es­condite.
380 «Flamencos»: este mordaz calificativo que Zaratustra da aquí a los cortesanos lo aplicará a los reyes en la cuarta parte, Coloquio con los reyes.
381 Alusión a la «tierra prometida» de los hebreos. Véase la nota 278.
382 Alusión a las cruzadas.
383 Véase, en la segunda parte, Del país de la cultura, y la nota 218. La frase siguiente es perífrasis, con cambio de sentido, de Éxodo, 20, 5: «Yo Yahvé... castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta en la tercera y la cuarta generación.»
384 Véase la nota 248.
385 Stroh dreschen («trillar paja») tiene un significado obvio: trabajar y no sacar nada. En alemán tiene además el significado de «decir tri­vialidades». Así se entiende mejor la referencia a los «parloteos».
386 Das Maul verbinden (amordazar el hocico, poner el bozal) es fra­se empleada por Lutero, en su traducción de la Biblia; véase Deu­teronomio, 25, 4: «No le pondrás bozal al buey que trilla».
387 Cita literal de Tito, 1, 15: «Para el puro todo es puro; en cambio, para el sucio y falto de fe no hay nada puro: hasta la mente y la con­ciencia las tiene sucias».
388 Con esta misma frase comienza también el capítulo de la segunda parte titulado De la chusma.
389 Véase la nota 304.
390 «La barca de la muerte» es expresión que viene de la Antigüedad clásica: Caronte llevaba en su barca los muertos al Hades.
391 Remedo del Evangelio de Lucas, 16, 21: «Hasta los perros venían y lamían sus úlceras» (aplicado al mendigo Lázaro).
392 Paráfrasis irónica de lo narrado en el Antiguo Testamento, Eze­quiel, 8, 3: «Y Yahvé alargó una a manera de mano y me cogió por los cabellos y el espíritu me elevó entre la tierra y el cielo y me con­dujo a Jerusalén en éxtasis.
393 Véase, en esta tercera parte, Del espíritu de la pesadez.
394 En Ecce homo cita Nietzsche el pá­rrafo que va desde «el alma, en efecto, que posee la escala más alta...» hasta aquí, y añade: «pero esto es el concepto mismo de Dioniso».
395 Cita del Evangelio de Juan, 13, 14: «Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros los pies unos a otros. Porque yo os he dado ejemplo vosotros obréis según mi ejemplo».
396 Véase, en la primera parte, De la guerra y el pueblo guerrero.
397 Los dos vocablos empleados por Nietzsche (dreinschaun, drein­haun) explican mejor, con su sonido similar, la afirmación de que «es una sola cosa».
398 «Ya no es tiempo de reyes»: cita de Hölderlin, La muerte de Empé­docles.
399 Para entender mejor los dos párrafos anteriores es necesario cono­cer los varios juegos de palabras a que en ellos se entrega Nietz­sche. Está en primer lugar, el verbo schliessen, que puede tener al menos tres significados, empleados sucesivamente por Nietzsche: (Ehe)schliessen: casarse, enlace matrimonial; schliessen: sacar una conclusión; schliessen: soldar.
Por eso dice Nietzsche: tened cuidado de que vuestro schliessen (enlace) matrimonial no sea un mal schliessen (conclusión preci­pitada), pues si vuestro schliessen (soldar) ha sido muy rápido, puede romperse (brechen). Aquí entra el segundo juego de pala­bras, ya que (Ehe)brechen significa: cometer adulterio. En síntesis: aquel casamiento que, por ser una conclusión precipitada, está mal soldado, se romperá con el adulterio.
El juego de palabras continúa. Dice Nietzsche: es mejor brechen (romper) el matrimonio con el adulterio que no biegen (torcerlo). En este momento Nietzsche introduce dos palabras inventadas por él, por analogía con Ehe-brechen, en las que se da además una aliteración: Ehe-biegen (convertir el matrimonio en algo torcido) y Ehe-lügen (convertir el matrimonio en una mentira). Y por fin, el último juego verbal. Dice una mujer: yo he adulterado ([Ehe]brechen), pero antes el matrimonio me había roto (bre­chen) a mí. Aquí habría que añadir otro matiz, cuando Nietzsche dice que de un mal schliessen (sacar una conclusión, derivar, se­guirse una conclusión) se sigue (folgt) una ruptura de esa conclu­sión.
400 Nuevo juego de palabras: el verbo versprechen significa «prome­ter» y también «equivocarse (al hablar) »; Nietzsche lo enlaza con versehen, de formación similar, que significa «equivocarse (al mirar) ». Es decir: tes que nuestra equivocación al hablar (o también nuestro prometer) es ya también una equivocación al mirar?
401 Véase la nota 250.
402 Alusión á la teoría del «contrato social» de Rousseau.
403 Este «uno» aludido por Zaratustra es evidentemente jesús, lo que se corrobora con la posterior referencia a la crucifixión.
404 Véase la nota 29.
405 Este «segundo» descubridor del fariseísmo de los buenos y justos es Zaratustra-Nietzsche.
406 Véase la nota 33.
407 Véase el Prólogo de Zaratustra, 5, y la nota 22.
408 «Nacer en la mentira» (en el pecado) es expresión bíblica. Véase el Salmo 51,7: «Mira, en culpa nací y en pecado me engendró mi ma­dre».
409 El texto de este 29 es reproducido por Nietzsche al final de su obra Crepúsculo de los ídolos, como epílogo de ella, con el título de «Habla el martillo».
410 Nietzsche comenta este precepto en Ecce homo con las siguientes palabras: «El imperativo “¡endureceos!”, la más honda certeza de que todos los creadores son duros, es el autén­tico indicio de una naturaleza dionisiaca».
411 Véase la nota 129.
412 Juego de palabras, en alemán, entre Schickung (providencia) y Schicksal (destino), de idéntica raíz.

El convaleciente413

1

Una mañana, no mucho tiempo después de su regreso a la ca­verna, Zaratustra saltó de su lecho como un loco, gritó con voz terrible e hizo gestos como si en el lecho yaciese todavía alguien que no quisiera levantarse de allí; y tanto resonó la voz de Za­ratustra que sus animales acudieron asustados, y de todas las cavernas y escondrijos que estaban próximos a la caverna de Zaratustra escaparon todos los animales, - volando, revolo­teando, arrastrándose, saltando, según que les hubiesen tocado en suerte patas o alas. Y Zaratustra dijo estas palabras:

¡Sube, pensamiento abismal, de mi profundidad! Yo soy tu gallo y tu crepúsculo matutino, gusano adormilado: ¡arriba!, ¡arriba! ¡Mi voz debe desvelarte ya con su canto de gallo!
¡Desátate las ataduras de tus oídos: escucha! ¡Pues yo quie­ro oírte! ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Aquí hay truenos bastantes para que también los sepulcros aprendan a escuchar!
¡Y borra de tus ojos el sueño y toda imbecilidad, toda ce­guera! óyeme también con tus ojos: mi voz es una medicina incluso para ciegos de nacimiento.
Y una vez que te hayas despertado deberás permanecer eternamente despierto. No es mi hábito despertar del sueño a tatarabuelas para decirles - ¡que sigan durmiendo!414
¿Te mueves, te desperezas, ronroneas? ¡Arriba! ¡Arriba! ¡No roncar - hablarme es lo que debes! ¡Te llama Zaratustra el ateo!
¡Yo Zaratustra, el abogado de la vida, el abogado del sufri­miento, el abogado del círculo415 - te llamo a ti, al más abismal de mis pensamientos!
¡Dichoso de mí! Vienes - ¡te oigo! ¡Mi abismo habla, he hecho girar a mi última profundidad para que mire hacia la luz!
¡Dichoso de mí! ¡Ven! Dame la mano - - ¡ay! ¡deja!, ¡ay, ay! - - náusea, náusea, náusea - - - ¡ay de mí!

2

Y apenas había dicho Zaratustra estas palabras cayó al suelo como un muerto y permaneció largo tiempo como un muer­to. Mas cuando volvió en sí estaba pálido y temblaba y perma­neció tendido y durante largo tiempo no quiso comer ni be­ber. Esto duró en él siete días; mas sus animales no lo abando­naron ni de día ni de noche, excepto que el águila volaba fuera a recoger comida. Y lo que recogía y robaba colocábalo en el lecho de Zaratustra: de modo que éste acabó por yacer entre amarillas y rojas bayas, racimos de uvas, manzanas de rosa416, hierbas aromáticas y piñas. Y a sus pies estaban exten­didos dos corderos417 que el águila había arrebatado con gran esfuerzo a sus pastores.
Por fin, al cabo de siete días, Zaratustra se irguió en su le­cho, tomó en la mano una manzana de rosa, la olió y encon­tró agradable su olor. Entonces creyeron sus animales que ha­bía llegado el tiempo de hablar con él.
«Oh Zaratustra, dijeron, hace ya siete días que estás así tendi­do, con pesadez en los ojos: ¿no quieres por fin ponerte otra vez de pie?
Sal de tu caverna: el mundo te aguarda como un jardín. El viento juega con densos aromas que quieren venir hasta ti; y todos los arroyos quisieran correr detrás de ti.
Todas las cosas sienten anhelo de ti, porque has permane­cido solo siete días, - ¡sal fuera de tu caverna! ¡Todas las cosas quieren ser tus médicos!
¿Es que ha venido a ti un nuevo conocimiento, un conoci­miento ácido, pesado? Como masa acedada yacías tú ahí, tu alma se hinchaba y rebosaba por todos sus bordes.» -
- ¡Oh animales míos, respondió Zaratustra, seguid parlo­teando así y dejad que os escuche! Me reconforta que parlo­teéis: donde se parlotea, allí el mundo se extiende ante mí como un jardín.
Qué agradable es que existan palabras y sonidos: ¿palabras y sonidos no son acaso arcos iris y puentes ilusorios tendidos entre lo eternamente separado?
A cada alma le pertenece un mundo distinto; para cada alma es toda otra alma un trasmundo.
Entre las cosas más semejantes es precisamente donde la ilusión miente del modo más hermoso; pues el abismo más pequeño es el más difícil de salvar418.
Para mí - ¿cómo podría haber un fuera-de-mí? ¡No existe ningún fuera! Mas esto lo olvidamos tan pronto como vibran los sonidos; ¡qué agradable es olvidar esto!
¿No se les han regalado acaso a las cosas nombres y sonidos para que el hombre se reconforte en las cosas? Una hermosa necedad es el hablar: al hablar, el hombre baila sobre todas las cosas.
¡Qué agradables son todo hablar y todas las mentiras de los sonidos! Con sonidos baila nuestro amor sobre multicolores arcos iris. -
- «Oh Zaratustra, dijeron a esto los animales, todas las co­sas mismas bailan para quienes piensan como nosotros: vie­nen y se tienden la mano, y ríen, y huyen - y vuelven.
Todo va, todo vuelve; eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser.
Todo se rompe, todo se recompone; eternamente se cons­truye a sí misma la misma casa del ser. Todo se despide, todo vuelve a saludarse; eternamente permanece fiel a sí el anillo del ser.
En cada instante comienza el ser; en torno a todo “Aquí” gira la esfera “Allá”. El centro está en todas partes. Curvo es el sendero de la eternidad.» -
- ¡Oh truhanes y organillos de manubrio!, respondió Zara­tustra y de nuevo sonrió, qué bien sabéis lo que tuvo que cumplirse durante siete días: - 419
- ¡Y cómo aquel monstruo se deslizó en mi garganta y me estranguló! Pero yo le mordí la cabeza y la escupí lejos de mí. Y vosotros, - ¿vosotros habéis hecho ya de ello una canción de organillo? Mas ahora yo estoy aquí tendido, fatigado aún de ese morder y escupir lejos, enfermo todavía de la propia re­dención.
¿Y vosotros habéis sido espectadores de todo esto? Oh anima­les míos, ¿también vosotros sois crueles? ¿Habéis querido contemplar mi gran dolor, como hacen los hombres? El hom­bre es, en efecto, el más cruel de todos los animales.
Como más a gusto se ha sentido hasta ahora el hombre en la tierra ha sido asistiendo a tragedias, corridas de toros y crucifixiones; y cuando inventó el infierno, he aquí que éste fue su cielo en la tierra.
Cuando el gran hombre grita- : apresúrase el pequeño a acudir; y de avidez le cuelga la lengua fuera del cuello. Mas él a esto lo llama su «compasión».
El hombre pequeño, sobre todo el poeta, - ¡con qué vehe­mencia acusa él a la vida con palabras! ¡Escuchadle, pero no dejéis de oír el placer qué hay en todo acusar!
A esos acusadores de la vida: la vida los supera con un sim­ple parpadeo. «¿Me amas?, dice la descarada; espera un poco, aún no tengo tiempo para ti.»
El hombre es consigo el más cruel de los animales; y en todo lo que a sí mismo se llama «pecador» y dice que «lleva la cruz» y que es un «penitente», ¡no dejéis de oír la voluptuosi­dad que hay en ese lamentarse y acusar!
Yo mismo - ¿quiero ser con esto el acusador del hombre? Ay, animales míos, esto es lo único que he aprendido hasta ahora, que el hombre necesita, para sus mejores cosas, de lo peor que hay en él, -
- que todo lo peor es su mejor fuerza y la piedra más dura para el supremo creador; y que el hombre tiene que hacerse más bueno y más malvado: -
El leño de martirio a que yo estaba sujeto no era el que yo supiese: el hombre es malvado, - sino el que yo gritase como nadie ha gritado aún:
«¡Ay, qué pequeñas son incluso sus peores cosas! ¡Ay, qué pequeñas son incluso sus mejores cosas!»
El gran hastío del hombre - él era el que me estrangulaba y el que se me había deslizado en la garganta: y lo que el adivi­no había profetizado: «Todo es igual, nada merece la pena, el saber estrangula»420.
Un gran crepúsculo iba cojeando delante de mí, una triste­za mortalmente cansada, ebria de muerte, que hablaba con una boca bostezante.
«Eternamente retorna él, el hombre del que tú estás cansa­do, el hombre pequeño» - así bostezaba mi tristeza y arrastra­ba el pie y no podía adormecerse.
En una oquedad se transformó para mí la tierra de los hombres, su pecho se hundió, todo lo vivo convirtióse para mí en putrefacción humana y en huesos y en caduco pasado.
Mi suspirar estaba sentado sobre todos los sepulcros de los hombres y no podía ponerse de pie; mi suspirar y mi pregun­tar lanzaban presagios siniestros y estrangulaban y roían y se lamentaban día y noche:
- «¡Ay, el hombre retorna eternamente! ¡El hombre peque­ño retorna eternamente!» -
Desnudos había visto yo en otro tiempo421 a ambos, al hombre más grande y al hombre más pequeño: demasiado semejantes entre sí, - ¡demasiado humano incluso el más grande!
¡Demasiado pequeño el más grande! - ¡Éste era mi hastío del hombre! ¡Y el eterno retorno también del más pequeño! - ¡Éste era mi hastío de toda existencia!
Ay, ¡náusea! ¡náusea! ¡náusea! - - Así habló Zaratustra, y suspiró y tembló; pues se acordaba de su enfermedad. Mas entonces sus animales no le dejaron seguir hablando.

«¡No sigas hablando, convaleciente! - así le respondieron sus animales, sino sal afuera, adonde el mundo te aguarda como un jardín.
¡Sal afuera, a las rosas y a las abejas y a las bandadas de pa­lomas! Y, sobre todo, a los pájaros cantores: ¡para que de ellos aprendas a cantar!
Cantar es, en efecto, cosa propia de convalecientes; al sano le gusta hablar. Y aun cuando también el sano quiere cancio­nes, quiere, sin embargo, distintas canciones que el convale­ciente.»

- «¡Oh truhanes y organillos de manubrio, callad! - res­pondió Zaratustra y se sonrió de sus animales. ¡Qué bien sa­béis el consuelo que inventé para mí durante siete días!
El tener que cantar de nuevo - ése fue el consuelo que me inventé, y ésa mi curación: ¿queréis acaso vosotros hacer en­seguida de ello una canción de organillo?»
- «No sigas hablando, volvieron a responderle sus anima­les; es preferible que tú, convaleciente, te prepares primero una lira, ¡una lira nueva!
Pues mira, ¡oh Zaratustra! Para estas nuevas canciones se necesitan liras nuevas.
Canta y cubre los ruidos con tus bramidos, oh Zaratustra, cura tu alma con nuevas canciones: ¡para que puedas llevar tu gran destino, que no ha sido aún el destino de ningún hombre!
Pues tus animales saben bien, oh Zaratustra, quién eres tú y quién tienes que llegar a ser: tú eres el maestro del eterno re­torno422 -, ¡ése es tu destino!
El que tengas que ser el primero en enseñar esta doctrina, - ¡cómo no iba a ser ese gran destino también tu máximo pe­ligro y tu máxima enfermedad!
Mira, nosotros sabemos lo que tú enseñas: que todas las cosas retornan eternamente, y nosotros mismos con ellas, y que nosotros hemos existido ya infinitas veces, y todas las co­sas con nosotros.
Tú enseñas que hay un gran año del devenir, un monstruo de gran año: una y otra vez tiene éste que darse la vuelta, lo mismo que un reloj de arena, para volver a transcurrir y a va­ciarse: -
- de modo que todos estos años son idénticos a sí mismos, en lo más grande y también en lo más pequeño, - de modo que nosotros mismos somos idénticos a nosotros mismos en cada gran año, en lo más grande y también en lo más pequeño.
Y si tú quisieras morir ahora, oh Zaratustra: mira, también sabemos cómo te hablarías entonces a ti, mismo: - ¡mas tus animales te ruegan que no mueras todavía!
Hablarías sin temblar, antes bien dando un aliviador suspi­ro de bienaventuranza: ¡pues una gran pesadez y un gran so­foco se te quitarían de encima a ti, el más paciente de todos los hombres! -
Ahora muero y desaparezco, dirías, y dentro de un instan­te seré nada. Las almas son tan mortales como los cuerpos423.
Pero el nudo de las causas, en el cual yo estoy entrelazado, retorna, - ¡él me creará de nuevo! Yo mismo formo parte de las causas del eterno retorno.
Vendré otra vez, con este sol, con esta tierra, con este águi­la, con esta serpiente - no a una vida nueva o a una vida me­jor o a una vida semejante:
- vendré eternamente de nuevo a esta misma e idéntica vida, en lo más grande y también en lo más pequeño, para en­señar de nuevo el eterno retorno de todas las cosas, -
- para decir de nuevo la palabra del gran mediodía de la tie­rra y de los hombres, para volver a anunciar el superhombre a los hombres.
He dicho mi palabra, quedo hecho pedazos a causa de ella: así lo quiere mi suerte eterna - , ¡perezco como anunciador!
Ha llegado la hora de que el que se hunde en su ocaso se bendiga a sí mismo. Así - acaba el ocaso de Zaratustrd”».424
Cuando los animales hubieron dicho estas palabras callaron y aguardaron a que Zaratustra les dijese algo: mas Zaratustra no oyó que ellos callaban. Antes bien, yacía en silencio, con los ojos cerrados, semejante a un durmiente, aunque ya no dor­mía: pues se hallaba en conversación con su alma. Pero la ser­piente y el águila, al encontrarlo tan silencioso, honraron el gran silencio que lo rodeaba y se alejaron con cuidado.

413 Otro título pensado por Nietzsche para este capítulo fue La evoca­ción. El presente apartado desarrolla la idea del «eterno retorno de lo idéntico», ya aparecida en De la visión y enigma.
414 Alusión irónica al comienzo del acto tercero de la ópera Sigfrido, de Wagner, en que el dios Wotan saca de su sueño a Erda, la Ma­dre Primigenia, la cual vuelve a quedar dormida tras un breve co­loquio.
415 La más completa autodefinición de Zaratustra y uno de los textos capitales de esta obra.
416 La «manzana de rosa» es fruto que aparece varias veces en Así ha­bló Zaratustra. Quizá sea un símbolo del mundo. Esto puede que­dar corroborado por el paralelismo entre la frase que viene poco después: «Zaratustra... tomó en la mano una manzana de rosa, la olió y encontró agradable su olor», y la frase del Génesis, 1, 31: «Entonces vio Dios todo cuanto había hecho, y encontró que esta­ba bien.»
417 Estos dos corderos son los que más tarde serán sacrificados para que Zaratustra y los «hombres superiores» que han acudi­do a su caverna celebren la Cena. Véase, en la cuarta parte, La Cena.
418 Véase, en la segunda parte, La canción de la noche.
419 Véase, en la tercera parte, De la visión y enigma, 2.
420 Véase la nota 248.
421 Véase, en la segunda parte, De los sacerdotes, 146.
422 Remedo de la confesión de Pedro a Jesús: «Simón Pedro respon­dió: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente»; véase el Evange­lio de Mateo, 16, 16.
423 Véase lo que Zaratustra dice al volatinero al comienzo de la obra, Prólogo de Zaratustra, 6, y la nota 26.
424 Véase la nota 6.

Del gran anhelo425

Oh alma mía426, yo te he enseñado a decir «Hoy» como se dice «Alguna vez» y «En otro tiempo» y a bailar tu ronda por encima de todo Aquí y Ahí y Allá.
Oh alma mía, yo te he redimido de todos los rincones, yo he apartado de ti el polvo, las arañas y la penumbra.
Oh alma mía, yo te he lavado del pequeño pudor y de la vir­tud de los rincones y te persuadí a estar desnuda ante los ojos del sol.
Con la tempestad llamada «Espíritu» soplé sobre tu mar agitado; todas las nubes las expulsé de él soplando, estrangu­lé incluso al estrangulador llamado «Pecado».
Oh alma mía, te he dado el derecho de decir no como la tempestad y de decir sí como dice sí el cielo abierto: silencio­sa como la luz te encuentras ahora, y caminas a través de tem­pestades de negación.
Oh alma mía, te he devuelto la libertad sobre lo creado y lo increado: ¿y quién conoce la voluptuosidad de lo futuro como tú la conoces?
Oh alma mía, te he enseñado el despreciar que no viene como una carcoma, el grande, amoroso despreciar, que ama máximamente allí donde máximamente desprecia.
Oh alma mía, te he enseñado a persuadir de tal modo que persuades a venir a ti a los argumentos mismos: semejante al sol, que persuade al mar a subir hasta su altura.
Oh alma mía, he apartado de ti todo obedecer, todo doblar la rodilla y todo llamar «señor» a otro, te he dado a ti misma el nombre «Viraje de la necesidad»427 y «Destino».
Oh alma mía, te he dado nuevos nombres y juguetes multi­colores, te he llamado «Destino» y «Contorno de los contor­nos» y «Ombligo del tiempo» y «Campana azur».
Oh alma mía, a tu terruño le he dado a beber toda sabidu­ría, todos los vinos nuevos y también todos los vinos fuertes, inmemorialmente viejos, de la sabiduría.
Oh alma mía, todo sol lo he derramado sobre ti, y toda noche y todo callar y todo anhelo: - así has crecido para mí cual una viña.
Oh alma mía, inmensamente rica y pesada te encuentras ahora, como una viña, con hinchadas ubres y densos y dora­dos racimos de oro: -
- apretada y oprimida por tu felicidad, aguardando a cau­sa de tu sobreabundancia, y avergonzada incluso de tu aguar­dar.
¡Oh alma mía, en ninguna parte hay ahora un alma que sea más amorosa y más comprehensiva y más amplia que tú! El futuro y el pasado ¿dónde estarían más próximos y juntos que en ti?
Oh alma mía, te he dado todo, y todas mis manos se han va­ciado por ti: - ¡y ahora! Ahora me dices, sonriente y llena de melancolía: «¿Quién de nosotros tiene que dar las gracias? -
- ¿el que da no tiene que agradecer que el que toma tome? ¿Hacer regalos no es una necesidad? ¿Tomar no es - un apia­darse?» -
Oh alma mía, comprendo la sonrisa de tu melancolía: ¡Tam­bién tu inmensa riqueza extiende ahora manos anhelantes!
¡Tu plenitud mira por encima de mares rugientes y busca y aguarda; el anhelo de la sobreplenitud mira desde el cielo de tus ojos sonrientes!
¡Y, en verdad, oh alma mía! ¿Quién vería tu sonrisa y no se desharía en lágrimas? Los ángeles mismos se deshacen en lá­grimas a causa de la sobrebondad de tu sonrisa.
Tu bondad y tu sobrebondad son las que no quieren la­mentarse y llorar: y, sin embargo, oh alma mía, tu sonrisa an­hela las lágrimas, y tu boca trémula, los sollozos.
«¿No es todo llorar un lamentarse? ¿Y no es todo lamentar­se un acusar?» Así te hablas a ti misma, y por ello, oh alma mía, prefieres sonreír a desahogar tu sufrimiento,
- ¡a desahogar en torrentes de lágrimas todo el sufrimien­to que te causan tu plenitud y todos los apremios de la viña para que vengan viñadores y podadores!
Pero tú no quieres llorar, no quieres desahogar en lágrimas tu purpúrea melancolía, ¡por eso tienes que cantar, oh alma mía! - Mira, yo mismo sonrío, yo te predije estas cosas:
- cantar, con un canto rugiente, hasta que todos los mares se callen para escuchar tu anhelo, -
- hasta que sobre silenciosos y anhelantes mares se balan­cee la barca, el áureo prodigio, en torno a cuyo oro dan brin­cos todas las cosas malas y prodigiosas: -
- también muchos animales grandes y pequeños, y todo lo que tiene prodigiosos pies ligeros para poder correr sobre senderos de color violeta, -
- hacia el áureo prodigio, hacia la barca voluntaria y su dueño: pero éste es el vendimiador, que aguarda con una po­dadera de diamante428 -
- tu gran liberador, oh alma mía, el sin-nombre - - ¡al que sólo cantos futuros encontrarán un nombre! Y, en verdad, tu aliento tiene ya el perfume de cantos futuros, -
- ¡ya tú ardes y sueñas, ya bebes tú, sedienta, de todos los consoladores pozos de sonoras profundidades, ya descansa tu melancolía en la bienaventuranza de cantos futuros! - -
Oh alma mía, ahora te he dado todo, e incluso lo último que tenía, y todas mis manos se han vaciado por ti: - ¡el mandar­te cantar, mira, esto era mi última cosa!
El mandarte cantar, y ahora habla, di: ¿quién de nosotros tie­ne ahora - que dar las gracias? - O mejor: ¡canta para mí, canta, oh alma mía! ¡Y déjame que sea yo el que dé las gracias! -

Así habló Zaratustra.

425 Otro título anotado por Nietzsche en sus manuscritos para este apartado era el de Ariadna, al que correspondía más adelante otro apartado titulado Dioniso (que ahora es Los siete sellos).
426 «Oh alma mía» es invocación bíblica que aparece en los salmos. Véase, por ejemplo, el Salmo, 103, 1.
427 Sobre «viraje de la necesidad» véase la nota 129.
428 De manera encubierta hay en estas palabras una alusión a Dioni­so. Este, en efecto, es representado en ocasiones como un viñador que viene en barco con una podadera en la mano para podar sus vides (así está representado en la copa de Exekias, del siglo VI, que se conserva en Munich). La vid, cargada de racimos, que anhela la llegada del viñador, es Ariadna (alma de Zaratustra). El viñador con la podadera es imagen que aparece también en el Apocalipsis. Véase Apocalipsis, 14, 18: «¡Echa tu afilada podadera y vendimia los racimos de la viña de la tierra, pues llegaron a sazón sus uvas!» Es posible que en el ánimo de Nietzsche se fundiesen ambas evo­caciones.

La otra canción del baile

1
«En tus ojos he mirado hace un momento, oh vida429: oro he visto centellear en tus nocturnos ojos, - mi corazón se quedó paralizado ante esa voluptuosidad:
- ¡una barca de oro he visto centellear sobre aguas noctur­nas, una balanceante barca de oro que se hundía, bebía agua, tornaba a hacer señas!
A mi pie, furioso de bailar, lanzaste una mirada, una balan­ceante mirada que reía, preguntaba, derretía:
Sólo dos veces agitaste tus castañuelas con pequeñas manos - entonces se balanceó ya mi pie con furia de bailar.
Mis talones se irguieron, los dedos de mis pies escuchaban para comprenderte: lleva, en efecto, quien baila sus oídos - ¡en los dedos de sus pies!
Hacia ti di un salto: tú retrocediste huyendo de él; ¡y hacia mí lanzó llamas la lengua de tus flotantes cabellos fugitivos!
Di un salto apartándome de ti y de tus serpientes: entonces tú te detuviste, medio vuelta, los ojos llenos de deseo.
Con miradas sinuosas - me enseñas senderos sinuosos; en ellos mi pie aprende - ¡astucias!
Te temo cercana, te amo lejana; tu huida me atrae, tu bus­car me hace detenerme: - yo sufro, ¡mas qué no he sufrido con gusto por ti!
Cuya frialdad inflama, cuyo odio seduce, cuya huida ata, cuya burla - conmueve:
- ¡quién no te odiaría a ti, gran atadora, envolvedora, ten­tadora, buscadora, encontradora! ¡Quién no te amaría a ti, pecadora inocente, impaciente, rápida como el viento, de ojos infantiles!
¿Hacia dónde me arrastras ahora, criatura prodigiosa y niña traviesa? ¡Y ahora vuelves a huir de mí, dulce presa y niña ingrata!
Te sigo bailando, te sigo incluso sobre una pequeña huella. ¿Dónde estás? ¡Dame la mano! ¡O un dedo tan sólo!
Aquí hay cavernas y espesas malezas: ¡nos extraviaremos! - ¡Alto! ¡Párate! ¿No ves revolotear búhos y murciélagos?
¡Tú búho! ¡Tú murciélago! ¿Quieres burlarte de mí? ¿Dón­de estamos? De los perros has aprendido este aullar y ladrar.
¡Tú me gruñes cariñosamente con blancos dientecillos, tus malvados ojos saltan hacia mí desde ensortijadas melenitas!
Éste es un baile a campo traviesa: yo soy el cazador - ¿tú quieres ser mi perro, o mi gamuza?
¡Ahora, a mi lado! ¡Y rápido, maligna saltadora!
¡Ahora, arriba! ¡Y al otro lado! - ¡Ay! - ¡Me he caído yo mismo al saltar!
¡Oh, mírame yacer en el suelo, tú arrogancia, e implorar gracia! ¡Me gustaría recorrer contigo - senderos más agrada­bles!
- ¡senderos del amor, a través de silenciosos bosquecillos multicolores! O allí a lo largo del lago: ¡allí nadan y bailan pe­ces dorados!
¿Ahora estás cansada? Allá arriba hay ovejas y atardeceres: ¿no es hermoso dormir cuando los pastores tocan la flauta?
¿Tan cansada estás? ¡Yo te llevo, deja tan sólo caer los bra­zos! Y si tienes sed, - yo tendría sin duda algo, ¡mas tu boca no quiere beberlo! -
- ¡Oh esta maldita, ágil, flexible serpiente y bruja escurridi­za! ¿Adónde has ido? ¡Mas en la cara siento, de tu mano, dos huellas y manchas rojas!
¡Estoy en verdad cansado de ser siempre tu estúpido pastor! Tú bruja, hasta ahora he cantado yo para ti, ahora tú debes - ¡gritar para mí!
¡Al compás de mi látigo debes bailar y gritar para mí! «Acaso he olvidado el látigo? - ¡No!430»

2

Entonces la vida me respondió así, y al hacerlo se tapaba los graciosos oídos:
«¡Oh Zaratustra! ¡No chasquees tan horriblemente el látigo! Tú lo sabes bien: el ruido asesina los pensamientos - y ahora precisamente me vienen pensamientos tan gráciles.
Nosotros somos, ambos, dos haraganes que no hacemos ni bien ni mal. Más allá del bien y del mal hemos encontrado nuestro islote y nuestro verde prado - ¡nosotros dos solos! ¡Ya por ello tenemos que ser buenos el uno para el otro!
Y aunque no nos amemos a fondo -, ¿es necesario guardar­se rencor si no se ama a fondo?
Y que yo soy buena contigo, y a menudo demasiado buena, eso lo sabes tú: y la razón es que estoy celosa de tu sabiduría. ¡Ay, esa loca y vieja necia de la sabiduría!
Si alguna vez se apartase de ti tu sabiduría, ¡ay!, entonces se apartaría de ti rápidamente también mi amor.» -

En este punto la vida miró pensativa detrás de sí y en torno a sí y dijo en voz baja: «¡Oh Zaratustra, tú no me eres bastante fiel!
No me amas ni mucho menos tanto como dices, yo lo sé, tú piensas que pronto vas a abandonarme.
Hay una vieja, pesada, pesada campana retumbante431: ella retumba por la noche y su sonido asciende hasta tu caverna: -
- cuando a medianoche oyes dar la hora a esa campana, tú piensas en esto entre la una y las doce -
- tú piensas en esto, oh Zaratustra, yo lo sé, ¡en que pronto vas a abandonarme!»

«Sí, contesté yo titubeante, pero tú sabes también esto.» - Y le dije algo al oído, por entre los alborotados, amarillos, insen­satos mechones de su cabello.
«¿Tú sabes eso, oh Zaratustra? Eso no lo sabe nadie.» - -

Y nos miramos uno a otro y contemplamos el verde prado, so­bre el cual empezaba a correr el fresco atardecer, y lloramos juntos. - Entonces, sin embargo, me fue la vida más querida que lo que nunca me lo ha sido toda mi sabiduría. -

Así habló Zaratustra.

3432

¡Una!

¡Oh hombre! ¡Presta atención!

¡Dos!

¿Qué dice la profunda medianoche?

¡Tres!

«Yo dormía, dormía -,

¡Cuatro!

De un profundo soñar me he despertado: -

¡Cinco!

El mundo es profundo,

¡Seis!

Y más profundo de lo que el día ha pensado.

¡Siete!

Profundo es su dolor -,

¡Ocho!

El placer - es aún más profundo que el sufrimiento:

¡Nueve!

El dolor dice: ¡Pasa!

¡Diez!

Mas todo placer quiere eternidad -,

¡Once!
- ¡quiere profunda, profunda eternidad!»

¡Doce!

429 Con estas mismas palabras comienza La canción del baile.
430 Aquí reaparece el «látigo» al que se alude en la primera parte, al fi­nal del capítulo De viejecillas y jovencillas.
431 Esta campana de medianoche reaparecerá en la cuarta parte, La canción del noctámbulo.
432 Dos de los versos de esta poesía (el quinto y el sexto) han apareci­do ya con anterioridad, aisladamente, en Antes de la salida del sol. En la cuarta parte, La canción del noctámbulo, Zaratustra ofrecerá un amplio glosario, verso por verso, de esta poesía y al final invitará a su acompañante a cantarla con él. Allí la califica de «canto de ronda», le da el título de Otra vez y dice que su sentido es «¡Por toda la eternidad!»


Los siete sellos (O: La canción «Sí y Amén »)433

1

Si yo soy un adivino y estoy lleno de aquel espíritu vaticinador que camina sobre una elevada cresta entre dos mares, -
que camina como una pesada nube entre lo pasado y lo fu­turo 434, - hostil a las hondonadas sofocantes y a todo lo que está cansado y no es capaz ni de vivir ni de morir:
dispuesta en su oscuro seno a lanzar el rayo y el redentor resplandor, grávida de rayos que dicen ¡sí!, ríen ¡sí!, dispues­ta a lanzar vaticinadores resplandores fulgurantes: -
- ¡bienaventurado el que está grávido de tales cosas! ¡Y, en verdad, mucho tiempo tiene que estar suspendido de la mon­taña, cual una mala borrasca, quien alguna vez debe encender la luz del futuro! -
Oh, cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial ani­llo de los anillos, - ¡el anillo del retorno!
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

2

Si alguna vez mi cólera destrozó sepulcros, desplazó mojones e hizo rodar viejas tablas, ya rotas, a profundidades cortadas a pico:
Si alguna vez mi escarnio aventó palabras enmohecidas y yo vine como una escoba para arañas cruceras y como viento que limpia viejas y sofocantes criptas funerarias:
Si alguna vez me senté jubiloso allí donde yacen enterra­dos viejos dioses, bendiciendo al mundo, amando al mundo, junto a los monumentos de los viejos calumniadores del mundo: -
- pues yo amo incluso las iglesias y los sepulcros de dioses, a condición de que el cielo mire con su ojo puro a través de sus derruidos techos; me gusta sentarme, como hierba y roja amapola, sobre derruidas iglesias - 435
Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial ani­llo de los anillos, - el anillo del retorno?
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

3

Si alguna vez llegó hasta mí un soplo del soplo creador y de aquella celeste necesidad que incluso a los azares obliga a bai­lar ronda de estrellas:
Si alguna vez reí con la risa del rayo creador, al que gruñen­do, pero obediente, sigue el prolongado trueno de la acción: Si alguna vez jugué a los dados con los dioses sobre la divi­na mesa de la tierra, de tal manera que la tierra tembló y se resquebrajó y arrojó resoplando ríos de fuego: -
pues una mesa de dioses es la tierra, que tiembla con nue­vas palabras creadoras y con divinas tiradas de dados: - Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial ani­llo de los anillos, - el anillo del retorno?
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hi­jos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eter­nidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

4

Si alguna vez bebí a grandes tragos de aquella espumeante y especiada jarra de mezclar en la que se hallan bien mezcladas todas las cosas:
Si alguna vez mi mano derramó las cosas más remotas so­bre las más próximas, y fuego sobre el espíritu, y placer sobre el sufrimiento, y lo más inicuo sobre lo más bondadoso:
Si yo mismo soy un grano de aquella sal redentora que hace que todas las cosas se mezclen bien en aquel jarro: -
- pues hay una sal que liga lo bueno con lo malvado; y has­ta lo más malvado es digno de servir de condimento y de últi­ma efusión: -
Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial ani­llo de los anillos, - el anillo del retorno?
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

5

Si yo soy amigo del mar y de todo cuanto es de especie mari­na, y cuando más amigo suyo soy es cuando, colérico, él me contradice:
Si en mí hay aquel placer indagador que empuja las velas hacia lo no descubierto, si en mi placer hay un placer de na­vegante:
Si alguna vez mi júbilo gritó: «La costa ha desaparecido, - ahora ha caído mi última cadena -
- lo ilimitado ruge en torno a mí, allá lejos brillan para mí el espacio y el tiempo, ¡bien!, ¡adelante!, ¡viejo corazón!» - Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial ani­llo de los anillos, - el anillo del retorno?
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

6

Si mi virtud es la virtud de un bailarín, y a menudo he saltado con ambos pies hacia un éxtasis de oro y esmeralda:
Si mi maldad es una maldad riente, que habita entre colinas de rosas y setos de lirios:
- dentro de la risa, en efecto, se congrega todo lo malvado, pero santificado y absuelto por su propia bienaventuranza: -
Y si mi alfa y mi omega436 es que todo lo pesado se vuelva li­gero, todo cuerpo, bailarín, todo espíritu, pájaro: ¡y en verdad esto es mi alfa y mi omega! -
Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial ani­llo de los anillos, - el anillo del retorno?
Nunca encontré.todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

7

Si alguna vez extendí silenciosos cielos encima de mí, y con alas propias volé hacia cielos propios:
Si yo nadé jugando en profundas lejanías de luz, y mi liber­tad alcanzó una sabiduría de pájaro: -
- y así es como habla la sabiduría de pájaro: «¡Mira, no hay ni arriba ni abajo! ¡Lánzate de acá para allá, hacia adelante, hacia atrás, tú ligero! ¡Canta!, ¡no sigas hablando!
- ¿Acaso todas las palabras no están hechas para los pesa­dos? ¿No mienten, para quien es ligero, todas las palabras? Canta, ¡no sigas hablando!»
Oh, ¿cómo no lba yo a anhelar la eternidad y el nupcial ani­llo de los anillos, - el anillo del retorno?
Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad!
¡Pues yo te amo, oh eternidad!

433 Tanto «Los siete sellos» como «Sí y amén» son expresiones toma­das del Apocalipsis. Véase Apocalipsis, 5, 1 y 1, 7, respectivamen­te.
434 Las cuatro líneas anteriores son paráfrasis de Apocalipsis, 10, 1-2: «Y vi otro ángel fuerte, que bajaba del cielo, envuelto en una nube, y el arco iris por encima de su cabeza, y su semblante como el sol, y sus piernas como columnas de fuego, y tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquier­do sobre la tierra, y clamó con voz potente, como cuando ruge el león». Estas cuatro líneas se repetirán luego en La canción del noctámbulo, 2.
435 Véase, en la segunda parte, De los sacerdotes.
436 Expresión del Apocalipsis, 1, 8: «Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es y era y ha de venir, el soberano de todo».


Cuarta y última parte de
Así habló Zaratustra

Ay, den qué lugar del mundo se han cometido tonterías mayores que entre los compasivos? zY qué cosa en el mundo ha provocado más sufri­miento que las tonterías de los compasivos?
¡Ay de todos aquellos que aman y no tienen todavía una altura que esté por encima de su compasión!
Así me dijo el demonio una vez: «También Dios tiene su infierno: es su amor a los hom­bres.»
Y hace poco le oí decir esta frase: «Dios ha muerto; a causa de su compasión por los hom­bres ha muerto Dios».

Así habló Zaratustra (II).

La ofrenda de la miel

Y de nuevo pasaron lunas y años sobre el alma de Zara­tustra, y él no prestaba atención a eso; mas su cabello se vol­vió blanco. Un día, cuando se hallaba sentado sobre una pie­dra437 delante de su caverna y miraba en silencio hacia afuera, - desde allí se ve el mar a lo lejos, al otro lado de abismos tor­tuosos - sus animales estuvieron dando vueltas, pensativos, a su alrededor y por fin se colocaron delante de él.
«Oh Zaratustra, dijeron, ¿es que buscas con la mirada tu fe­licidad?»438 - «¡Qué importa la felicidad!, respondió él, hace ya mucho tiempo que yo no aspiro a la felicidad, aspiro a mi obra.» - «Oh Zaratustra, hablaron de nuevo los animales, di­ces eso como quien está sobrado de bien. ¿No yaces tú acaso en un lago de felicidad azul como el cielo?» - «Pícaros, respon­dió Zaratustra, y sonrió, ¡qué bien habéis elegido la imagen! Pero también sabéis que mi felicidad es pesada, y no como una fluida ola de agua: me oprime y no quiere despegarse de mí y se parece a pez derretida.» -
Entonces los animales se pusieron a dar vueltas de nuevo, pensativos, a su alrededor, y otra vez se colocaron delante de él. «Oh Zaratustra, dijeron, ¿a eso se debe, pues, el que tú mis­mo te estés poniendo cada vez más amarillo y oscuro, aunque tu cabello aparente ser blanco y como de lino? ¡Mira, estás sentado en tu pez!» - «¡Qué decís, animales míos, dijo Zara­tustra y se rió, en verdad blasfemé cuando hablé de la pez439. Lo que a mí me ocurre les ocurre a todos los frutos que ma­duran. La miel que hay en mis venas es lo que vuelve más es­pesa mi sangre y, también, más silenciosa mi alma.» - «Así será, oh Zaratustra, respondieron los animales, y se arrima­ron a él; mas ¿no quieres subir hoy a una alta montaña? El aire es puro, y hoy se ve una parte del mundo mayor que nunca.» - «Sí, animales míos, respondió él, acertado es vuestro conse­jo y conforme a mi corazón: ¡hoy quiero subir a una alta mon­taña! Pero cuidad de que allí tenga a mano miel, miel de col­mena, amarilla, blanca, buena, fresca como el hielo. Pues sa­bed que allá arriba quiero hacer la ofrenda de la miel.» -
Sin embargo, cuando Zaratustra estuvo en la cumbre man­dó a casa a sus animales, que lo habían acompañado, y vio que entonces estaba solo: - entonces se rió de todo corazón, miró a su alrededor y habló así:
¡El haber hablado de ofrendas, y de ofrendas de miel, fue sólo una argucia oratoria y, en verdad, una tontería útil! Aquí arri­ba me es lícito hablar con mayor libertad que delante de caver­nas de eremitas y de animales domésticos de eremitas.
¡Por qué hacer una ofrenda! Yo derrocho lo que se me rega­la, yo derrochador de las mil manos: ¡cómo me sería lícito lla­mar a esto todavía - hacer una ofrenda!
Y cuando yo pedía miel, lo que pedía era tan sólo un cebo y un dulce y viscoso almibar, al que son aficionados incluso los osos gruñones y los pájaros extraños, refunfuñadores, malvados:
- el mejor cebo, cual lo precisan cazadores y pescadores. Pues si el mundo es cual un oscuro bosque lleno de animales, y jardín de delicias de todos los cazadores furtivos, a mí me parece más bien, y aun mejor, un mar rico y lleno de abismos, - un mar lleno de peces y cangrejos de todos los colores, que hasta los dioses sentirían deseos de hacerse pescadores en su orilla y echadores de redes: ¡tan abundante es el mundo en rarezas grandes y pequeñas!
Especialmente el mundo de los hombres, el mar de los hombres: - a él lanzo yo ahora mi caña de oro y digo: ¡ábrete, abismo del hombre!
¡Ábrete y arrójame tus peces y tus centelleantes cangrejos! ¡Con mi mejor cebo pesco yo hoy para mí los más raros peces humanos!
- mi propia felicidad arrójola lejos, a todas las latitudes yle­janías, entre el amanecer, el mediodía y el atardecer, a ver si muchos peces humanos aprenden a tirar y morder de mi feli­cidad.
Hasta que, mordiendo mis afilados anzuelos escondidos, tengan que subir a mi altura los más multicolores gobios de los abismos, subir hacia el más maligno de todos los pescadores de hombres440.
Pues eso soy yo a fondo y desde el comienzo, tirando, atra­yendo, levantando, elevando, alguien que tira, que cría y co­rrige, que no en vano se dijo a sí mismo en otro tiempo: «¡Lle­ga a ser el que eres!»441
Así, pues, que los hombres suban ahora hasta mí: pues to­davía aguardo los signos442 de que ha llegado el tiempo de mi descenso, todavía no me hundo yo mismo en mi ocaso como tengo que hacerlo, entre los hombres.
A esto aguardo aquí, astuto y burlón, en las altas montañas, ni impaciente ni paciente, sino más bien como quien ha olvi­dado hasta la paciencia, - porque ya no «padece».
Mi destino me deja tiempo, en efecto: ¿acaso me ha olvida­do? ¿O está sentado a la sombra detrás de una gran piedra y se dedica a cazar moscas?
Y, en verdad, le estoy reconocido, a mi eterno destino, de que no me urja ni me apremie y me deje tiempo para bromas y maldades: de modo que hoy he subido a esta alta montaña a pescar peces.
¿Ha pescado un hombre alguna vez peces sobre altas mon­tañas? Y aunque sea una tontería lo que yo quiero y hago aquí arriba: mejor es esto que no volverme solemne allá abajo, a fuerza de aguardar, y verde y amarillo -
- uno que resopla afectadamente de cólera a fuerza de aguardar, una santa tempestad rugiente que baja de las mon­tañas, un impaciente que grita a los valles: «¡Oíd, u os azoto con el látigo de Dios!»
No es que yo me enoje por esto con tales coléricos: ¡me ha­cen reír bastante! ¡Impacientes tienen que estar esos grandes tambores ruidosos, que o hablan hoy o no hablan nunca!
Mas yo y mi destino - no hablamos al Hoy, tampoco habla­mos al Nunca: para hablar tenemos paciencia, y tiempo, y más que tiempo. Pues un día tiene él que venir443, y no le será lícito pasar de largo.
¿Quién tiene que venir un día, y no le será lícito pasar de largo? Nuestro gran Hazar, es decir, nuestro grande y remo­to reino del hombre, el reino de Zaratustra de los mil años444 - -
¿A qué distancia se encuentra ese algo «lejano»? ¡Qué me importa eso! Mas no por ello es para mí menos firme -, con ambos pies estoy yo seguro sobre ese fundamento,
- sobre un fundamento eterno, sobre una dura roca primi­tiva445, sobre estas montañas primitivas, las más elevadas y duras de todas, a las que acuden todos los vientos como a una divisoria meteorológica, preguntando por el ¿dónde? y por el ¿de dónde? y por el ¿hacia dónde?
¡Ríe aquí, ríe, luminosa y saludable maldad mía! ¡Desde las altas montañas arroja hacia abajo tu centelleante risotada burlona! ¡Pesca para mí con tu centelleo los más hermosos peces humanos!
Y lo que en todos los mares a mí me pertenece, mi en-mí y para-m446 en todas las cosas, - péscame eso y sácalo fuera, sube eso hasta mí: eso es lo que aguardo yo, el más maligno de todos los pescadores.
¡Lejos, lejos, anzuelo mío! ¡Dentro, hacia abajo, cebo de mi felicidad! ¡Deja caer gota a gota tu más dulce rocío, miel de mi corazón! ¡Muerde, anzuelo mío, en el vientre de toda negra tribulación!
¡Lejos, lejos, ojos míos! ¡Oh, cuántos mares a mi alrededor, cuántos futuros humanos que alborean! Y por encima de mí - ¡qué calma rosada! ¡Qué silencio despejado de nubes!

437 Esta piedra situada junto a la salida de la caverna de Zaratustra volverá a ser mencionada en el último capítulo de esta parte, El signo. Allí la llama la «gran piedra». Quizás encierr­re una maliciosa alusión a la «piedra» sobre la que está asentada la Iglesia. Véase antes, La ofrenda de la miel, nota 445.
438 Zaratustra repetirá estas mismas palabras al final de obra. Véase El signo.
439 La palabra alemana Pech empleada por Zaratustra tiene el doble sentido de «pez» y de «mala suerte».
440 Véase la nota 27.
441 «Llega a ser el que eres» es frase de Píndaro (Píticas, II, 72). Nietz­sche la utilizó como subtítulo de Ecce homo: «Cómo se llega a ser lo que se es».
442 Los signos que Zaratustra aguarda son la bandada de palomas y el león riente. Véase, en la tercera parte, De tablas viejas y nuevas, 1, y la nota 364.
443 En La genealogía de la moral describe Nietzsche a «ese que ha de venir» con las siguientes palabras: «Ese hombre del futuro, que nos liberará del ideal existente hasta aho ra y asimismo de lo que tuvo que nacer de ese ideal, de la gran náu­sea, de la voluntad de la nada, del nihilismo, ese toque de campa­na del mediodía y de la gran decisión, que de nuevo libera la vo­luntad, que devuelve a la tierra su meta y al hombre su esperanza, ese anticristo y antinihilista, ese vencedor de Dios y de la nada -alguna vez tiene que llegar».
444 «Hazar» significa período de mil años. Al usar la expresión bíbli­ca de «reino de los mil años» (Apocalipsis, 20) Zaratustra contra­pone implícitamente el «reino del hombre» al «reino de Dios», como en otra ocasión opuso el «reino de la tierra» al «reino de los cielos».
445 Sigue la contraposición implícita entre el «reino del hombre» y el «reino de Dios». También la Iglesia está «edificada sobre una pie­dra» (véase Evangelio de Mateo, 16, 18).
446 Véase la nota 53.

El grito de socorro447

Al día siguiente estaba sentado Zaratustra de nuevo en su piedra delante de la caverna mientras los animales andaban fuera errantes por el mundo para traer nuevo alimento, - también nueva miel: pues Zaratustra había consumido y de­rrochado la vieja miel hasta la última gota. Y mientras se ha­llaba así sentado, con un bastón en la mano, y dibujaba sobre la tierra la sombra de su figura, reflexionando, y, ¡en verdad!, no sobre sí mismo ni sobre su sombra, - de pronto se asustó y se sobresaltó: pues junto a su sombra veía otra sombra distin­ta. Y al mirar rápidamente a su alrededor y levantarse, he aquí que junto a él estaba el adivino, el mismo a quien en otro tiempo había dado de comer y de beber en su mesa448, el anunciador de la gran fatiga, que enseñaba: «Todo es idénti­co, nada vale la pena, el mundo carece de sentido, el saber es­trangula»449. Pero su rostro había cambiado entretanto; y cuando Zaratustra le miró a los ojos, su corazón volvió a asustarse: tantos eran los malos presagios y los rayos ceni­cientos que cruzaban por aquella cara.
El adivino, que se había dado cuenta de lo que ocurría en el alma de Zaratustra, se pasó la mano por el rostro como si qui­siera borrarlo; lo mismo hizo también Zaratustra. Y cuando ambos de ese modo se hubieron serenado y reanimado en silen­cio, diéronse las manos en señal de que querían reconocerse.
«Bienvenido seas, dijo Zaratustra, tú adivino de la gran fa­tiga, no debe ser en vano el que en otro tiempo fueras mi co­mensal y mi huésped. ¡Come y bebe también hoy en mi casa, y perdona el que un viejo alegre se siente contigo a la mesa!» - «¿Un viejo alegre?, respondió el adivino moviendo la cabe­za: quien quiera que seas o quieras ser, oh Zaratustra, lo has sido ya mucho tiempo aquí arriba, - ¡dentro de poco no esta­rá ya tu barca en seco!» - «¿Es que yo estoy en seco?»450, pre­guntó Zaratustra riendo. - «Las olas en torno a tu montaña, respondió el adivino, suben cada vez más, las olas de la gran necesidad y tribulación pronto levantarán también tu barca y te llevarán lejos de aquí». - Zaratustra calló al oír esto y se ma­ravilló. - «¿No oyes todavía nada?, continuó diciendo el adi­vino: ¿no suben de la profundidad un fragor y un rugido?» - Zaratustra siguió callado y escuchó: entonces oyó un grito largo, largo, que los abismos se lanzaban unos a otros y se de­volvían, pues ninguno quería retenerlo: tan funestamente re­sonaba.
«Tú, perverso adivino, dijo finalmente Zaratustra, eso es un grito de socorro y un grito de hombre, y sin duda viene de un negro mar. ¡Mas qué me importan las necesidades de los hombres! Mi último pecado451, que me ha sido reservado para el final, - ¿sabes tú acaso cómo se llama?»
- «¡Compasión!, respondió el adivino con el corazón rebo­sante, y alzó las dos manos - ¡oh Zaratustra, yo vengo para se­ducirte a cometer tu último pecado!» -
Y apenas habían sido dichas estas palabras retumbó de nuevo el grito, más largo y angustioso que antes, también mucho más cercano ya. «¿Oyes? ¿Oyes, Zaratustra?, exclamó el adivino, ese grito es para ti, a ti es a quien llama: ¡ven, ven, ven, es tiempo, ya ha llegado la hora!» -452
Zaratustra callaba, desconcertado y trastornado; final­mente preguntó, como quien vacila en su interior: «¿Y quién es el que allí me llama?»
«Tú lo sabes bien, respondió con violencia el adivino ¿por qué te escondes? ¡El hombre superior es quien grita llamándo­te!»
«¿El hombre superior?, gritó Zaratustra horrorizado: ¿qué quiere ése? ¿Qué quiere ése? ¡El hombre superior! ¿Qué quiere aqui ése?» - y su piel se cubrió de sudor.
Pero el adivino no respondió a la angustia de Zaratustra, sino que siguió escuchando hacia la profundidad. Y cuando se hizo allí un largo silencio, volvió su vista atrás y vio a Zaratus­tra de pie y temblando.
«Oh Zaratustra, empezó a decir con triste voz, no estás ahí como alguien a quien su felicidad le hace dar vueltas: ¡tendrás que bailar si no quieres caerte al suelo!
Pero aunque quisieras bailar y ejecutar todas tus piruetas delante de mí: a nadie le sería lícito decirme: “Mira, ¡ahí baila el último hombre alegre!”453
En vano vendría hasta esta altura uno que buscase aquí a ese hombre: encontraría sin duda cavernas, y otras cavernas detrás de las primeras, y escondrijos para gente escondida, mas no pozos de felicidad ni tesoros ni filones vírgenes del oro de la felicidad.
Felicidad - ¡cómo encontrar felicidad entre tales sepultados y tales eremitas! ¿Tengo que buscar todavía la última felicidad en islas afortunadas y a lo lejos entre mares olvidados?
¡Pero todo es idéntico, nada merece la pena, de nada sirve buscar, ya no hay tampoco islas afortunadas!» - -

Así dijo el adivino suspirando; mas al oír su último suspiro Zaratustra recobró su lucidez y su seguridad, como uno que sale desde un profundo abismo a la luz. «¡No! ¡No! ¡Tres veces no!454, exclamó con fuerte voz y se acarició la barba - ¡De eso sé yo más que tú! ¡Todavía existen islas afortunadas! ¡Calla tú de eso, suspirante saco de aflicciones!
¡Deja de chapotear acerca de eso, tú nube de lluvia en la mañana! ¿No estoy ya mojado por tu tribulación, y empapa­do como un perro?
Ahora voy a sacudirme y a alejarme de ti, para quedar seco de nuevo: ¡de esto no tienes derecho a asombrarte! ¿Te parez­co descortés? Pero aquí está mi corte.
Y en lo que se refiere a tu hombre superior: ¡bien!, voy apri­sa a buscarlo en aquellos bosques: de allí venía su grito. Tal vez lo acosa allí un malvado animal.
Está en mis dominios455: ¡en ellos no debe sufrir ningún daño! Y, en verdad, hay muchos animales malvados en mi casa.» -
Dichas estas palabras Zaratustra se dio la vuelta para irse. Entonces dijo el adivino: «Oh Zaratustra, ¡eres un bribón! Lo sé bien: ¡quieres librarte de mí! ¡Prefieres correr a los bosques y acechar animales malvados!
Mas ¿de qué te sirve eso? Al atardecer me tendrás de nuevo, en tu propia caverna permaneceré sentado, paciente y pesado como un leño - ¡y te aguardaré!»
«¡Así sea!, replicó Zaratustra yéndose: ¡y lo que en mi caver­na es mío, también te pertenece a ti, huésped mío!
Y si todavía encontrases miel ahí dentro, ¡bien!, ¡lámetela toda, oso gruñón, y endulza tu alma! Pues al atardecer quere­mos estar los dos de buen humor.
- ¡de buen humor y contentos de que este día haya acaba­do! Y tú mismo debes bailar al son de mis canciones, como mi oso bailador.
¿No lo crees? ¿Mueves la cabeza? ¡Bien! ¡Adelante! ¡Viejo oso! También yo - soy un adivino.»

Así habló Zaratustra.

447 Sobre este «grito de auxilio» dice Nietzsche en Ecce homo: «Permanecer aquí dueño de la situación, lograr aquí que la altura de la tarea propia permanezca limpia de los im pulsos mucho más bajos y mucho más miopes que actúan en las llamadas acciones desinteresadas, ésta es la prueba, acaso la últi­ma prueba que un Zaratustra tiene que rendir -su auténtica de­mostración de fuerza».
448 Véase, en la segunda parte, El adivino.
449 Véase la nota 248.
450 La expresión alemana ¡ni Trocknen sitzen tiene un doble sentido; uno, literal: «estar (una barca) fuera del agua (en seco) », y otro, fi­gurado: «no tener alguien nada de dinero». Esto le permite a Zaratustra dar su irónica respuesta, pues quiere decir: ¿Es que yo soy un insolvente, sin nada de dinero?
451 Véase, en la tercera parte, De tablas viejas y nuevas, 11; y en esta cuarta parte, El grito de socorro, El más feo de los hombres, y El signo.
452 Véase, en la segunda parte, De grandes acontecimientos; en la tercera parte, De la bienaventuranza no querida, y, en esta cuarta parte, A mediodía.
453 Posible réplica de Nietzsche a Goethe, quien, a la muerte del prín­cipe de Ligne, escribió un requiem «por el hombre más alegre de este siglo».
454 «¡No! ¡No! ¡Tres veces no!» Zaratustra repetirá varias veces en lo sucesivo esta misma exclamación; véase El más feo de los hombres, El saludo, y Del hombre superior, 6.
455 Esta afirmación de Zaratustra de que éstos son «sus dominios» será contradicha más tarde por «el concienzudo del espíritu». Véase La sanguijuela.

Coloquio con los reyes

1

No había pasado aún una hora desde que Zaratustra andaba caminando por sus montañas y bosques cuando vio de pron­to un extraño cortejo. Justo por el camino por el que él iba ba­jando venían dos reyes a pie, adornados con coronas y con cinturones de púrpura, tan multicolores como dos flamen­cos456: conducían delante de ellos un asno cargado. «¿Qué quie­ren esos reyes en mi reino?», dijo asombrado Zaratustra a su co­razón, y se escondió rápidamente detrás de unas matas. Y cuan­do los reyes se acercaban adonde él estaba, dijo a media voz, como quien se habla a sí solo: «¡Qué extraño! ¡Qué extraño! ¿Cómo se compagina esto? Veo dos reyes - ¡y un solo asno!»
Entonces los dos reyes se detuvieron, sonrieron, miraron hacia el lugar de donde la voz venía, y luego se miraron ellos mismos cara a cara. «Esas cosas se las piensa también cierta­mente entre nosotros, dijo el rey de la derecha, pero no se las dice.»
El rey de la izquierda se encogió de hombros y respondió:
«Sin duda será un cabrero. O un eremita que ha vivido duran­te demasiado tiempo entre rocas y árboles. La falta total de so­ciedad, en efecto, acaba por echar a perder también las buenas costumbres».
«¿Las buenas costumbres?, replicó malhumorado y con amargura el otro rey: ¿de qué vamos nosotros escapando? ¿No es de las “buenas costumbres”? ¿De nuestra “buena socie­dad”?
Mejor es, en verdad, vivir entre eremitas y cabreros que con nuestra dorada, falsa y acicalada plebe - aunque se llame a sí misma “buena sociedad”,
- aunque se llame a sí misma “nobleza”. Allí todo es falso y podrido, en primer lugar la sangre, gracias a viejas y malas en­fermedades y a curanderos aun peores.
El mejor y el preferido continúa siendo para mí hoy un sano campesino, tosco, astuto, testarudo, tenaz: ésa es hoy la especie más noble.
El campesino es hoy el mejor; ¡y la especie de los campesi­nos debería dominar! Pero éste es el reino de la plebe, - ya no me dejo engañar. Y plebe quiere decir: mezcolanza.
Mezcolanza plebeya: en ella todo está revuelto con todo, santo y bandido e hidalgo y judío y todos los animales del arca de Noé.
¡Buenas costumbres! Todo es entre nosotros falso y podri­do. Nadie sabe ya venerar: justo de eso es de lo que nosotros vamos huyendo. Son perros empalagosos y pegajosos, pintan con purpurina hojas de palma.
¡La náusea que me estrangula es que incluso nosotros los reyes nos hemos vuelto falsos, andamos recubiertos y disfra­zados con la vieja y amarillenta pompa de nuestros abuelos, siendo medallones para los más estúpidos y para los más as­tutos y para todo el que hoy trafica con el poder!
Nosotros no somos los primeros - y, sin embargo, tenemos que pasar por tales: de esa superchería estamos ya hartos por fin, y nos produce náuseas.
De la chusma hemos escapado, de todos esos vocingleros y moscardones que escriben, del hedor de los tenderos, de la agitación de los ambiciosos, del aliento pestilente -: puf, vivir en medio dula chusma,
- puf, ¡pasar por los primeros en medio de la chusma! Ay, ¡náusea! ¡náusea! ¡náusea! ¡Qué importamos ya nosotros los reyes!» -
«Tu vieja enfermedad te acomete, dijo entonces el rey de la izquierda, la náusea te acomete, pobre hermano mío. Pero ya sabes que hay alguien que nos está escuchando.»
Inmediatamente se levantó de su escondite Zaratustra, que había abierto del todo sus oídos y sus ojos a estos discursos, acercóse a los reyes y comenzó a decir:
«Quien os escucha, quien con gusto os escucha, reyes, se llama Zaratustra.
Yo soy Zaratustra, que en otro tiempo457 dijo: “¡Qué impor­tan ya los reyes!” Perdonadme que me haya alegrado cuando os decíais uno a otro: “¡Qué importamos nosotros los reyes!”
Éste es mi reino y mi dominio: ¿qué andáis buscando voso­tros en mi reino? Pero acaso habéis encontrado en el camino lo que yo busco, a saber: el hombre superior.»
Cuando los reyes oyeron esto se dieron golpes de pecho458 y dijeron con una sola boca: «¡Hemos sido reconocidos!
Con la espada de esa palabra has desgarrado la más densa tiniebla de nuestro corazón. Has descubierto nuestra necesi­dad, pues ¡mira! Estamos en camino para encontrar al hom­bre superior, -
- al hombre que sea superior a nosotros: aunque nosotros seamos reyes. Para él traemos este asno. Pues el hombre su­premo, el superior a todos, debe ser en la tierra también el se­ñor supremo459.
No existe desgracia más dura en todo destino de hombre que cuando los poderosos de la tierra no son también los pri­meros hombres. Entonces todo se vuelve falso y torcido y monstruoso.
Y cuando incluso son los últimos, y más animales que hombres: entonces la plebe sube y sube de precio, y al final la virtud de la plebe llega a decir: “¡mirad, virtud soy yo únicamente!”» -
¿Qué acabo de oír?, respondió Zaratustra: ¡Qué sabiduría en unos reyes! Estoy encantado y, en verdad, me vienen ganas de hacer unos versos sobre esto: -
- aunque sean unos versos no aptos para los oídos de todos. Hace ya mucho tiempo que he olvidado el tener consideracio­nes con orejas largas. ¡Bien! ¡Adelante!
(Pero entonces ocurrió que también el asno tomó la pala­bra: y dijo clara y malévolamente I-A.460)

En otro tiempo - creo que en el año primero de la salvación –
Dijo la Sibila, embriagada sin vino:
«¡Ay, las cosas marchan mal!
¡Ruina!¡Ruina!¡Nunca cayó tan bajo el mundo!
Roma bajó a ser puta y burdel,
El César de Roma bajó a ser un animal, Dios mismo - ¡se hizo ju­dío!»461

2

Los reyes se deleitaron con estos versos de Zaratustra; y el rey de la derecha dijo: «¡Oh Zaratustra, qué bien hemos hecho en habernos puesto en camino para verte!
Pues tus enemigos nos mostraban tu imagen en su espejo: en él tú mirabas con la mueca de un demonio y con una risa burlona 462: de modo que teníamos miedo de ti.
¡Mas de qué servía esto! Una y otra vez nos punzabas el oído y el corazón con tus sentencias. Entonces dijimos final­mente: ¡qué importa el aspecto que tenga!
Tenemos que oírle a él, a él que enseña “¡debéis amar la paz como medio para nuevas guerras, y la paz corta más que la larga!”
Nadie ha dicho hasta ahora palabras tan belicosas como: “¿Qué es bueno? Ser valiente es bueno. La buena guerra es la que santifica toda causa463.
Oh Zaratustra, la sangre de nuestros padres se agitaba en nuestro cuerpo al oír tales palabras: era como el discurso de la primavera a viejos toneles de vino.
Cuando las espadas se cruzaban como serpientes de man­chas rojas, entonces nuestros padres encontraban buena la vida; el sol de toda paz les parecía flojo y tibio, y la larga paz daba vergüenza.
¡Cómo suspiraban nuestros padres cuando veían en la pa­red espadas relucientes y secas! Lo mismo que éstas, también ellos tenían sed de guerra. Pues una espada quiere beber san­gre y centellea de deseo.» - -
- Mientras los reyes hablaban y parloteaban así, con tanto ardor, de la felicidad de sus padres, Zaratustra fue acometido por unas ganas no pequeñas de burlarse de su ardor: pues eran visiblemente reyes muy pacíficos los que él veía delante de sí, reyes con rostros antiguos y delicados. Mas se dominó. «¡Bien!, dijo, hacia allá sigue el camino, allá se encuentra la ca­verna de Zaratustra; ¡y este día debe tener una larga noche! Pero ahora me llama un grito de socorro que me obliga a ale­jarme de vosotros a toda prisa464.
Es un honor para mi caverna el que unos reyes quieran sentarse en ella y aguardar: ¡pero, ciertamente, tendréis que aguardar mucho tiempo!
¡Bien! ¡Qué importa! ¿Dónde se aprende hoy a aguardar mejor que en las cortes? Y la entera virtud de los reyes, la que les ha quedado, - ¿no se llama hoy: poder-aguardar?»


La sanguijuela

Y Zaratustra siguió pensativo su camino, bajando cada vez más, atravesando bosques y bordeando terrenos pantano­sos; y como le ocurre a todo aquel que reflexiona sobre cosas difíciles pisó, sin darse cuenta, a un hombre. Y he aquí que de pronto le salpicaron la cara un grito de dolor y dos maldicio­nes y veinte injurias perversas: de modo que, con el susto, alzó el bastón y golpeó además a aquel al que había pisado. Pero inmediatamente recobró el juicio; y su corazón rió de la tontería que acababa de cometer.
«Perdona, dijo al pisado, el cual se había erguido furioso y se había sentado, perdona y escucha antes de nada una pará­bola.
Así como un viajero que sueña con cosas lejanas tropieza, sin darse cuenta, en una calle solitaria con un perro dormido, con un perro tendido al sol:
- y ambos se encolerizan, se increpan, como enemigos mortales, los dos mortalmente asustados: así nos ha ocurrido a nosotros.
¡Y sin embargo! Y sin embargo - ¡qué poco ha faltado para que ambos se acariciasen, ese perro y ese solitario! ¡Pues am­bos son - solitarios!»
- «Quienquiera que seas, dijo, todavía furioso, el pisado, ¡también con tu parábola me pisoteas, y no sólo con tu pie!
Mira, ¿es que yo soy un perro?» - y en ese momento el sen­tado se levantó y sacó su brazo desnudo del pantano. Antes, en efecto, había estado tendido en el suelo, oculto e irreconoci­ble, como quienes acechan la caza de los pantanos.
«¡Pero qué estás haciendo!, exclamó Zaratustra asustado, pues veía que por el desnudo brazo corría mucha sangre, - ¿qué te ha ocurrido? ¿Te ha mordido, desgraciado, un perver­so animal?»
El que sangraba rió, aunque todavía estaba encolerizado. «¡Qué te importa!, dijo, y quiso marcharse. Aquí estoy en mi casa y en mis dominios. Pregúnteme quien quiera: a un maja­dero difícilmente le responderé.»
«Te engañas, dijo Zaratustra compadecido, y lo retuvo, te engañas: aquí no estás en tu casa, sino en mi reino466, y en él a nadie debe ocurrirle daño alguno.
Llámame como quieras, - yo soy el que tengo que ser. El nombre que me doy a mí mismo es Zaratustra.
¡Bien! Por ahí sube el camino que lleva hasta la caverna de Za­ratustra: no está lejos, - ¿no quieres cuidar tus heridas en mi casa?
Mal te ha ido, desgraciado, en esta vida: primero te mordió el animal, y luego - ¡te pisó el hombre! » -
Pero cuando el pisado oyó el nombre de Zaratustra, se transformó. «¡Qué me pasa!, exclamó, ¿quién me interesa aún en esta vida si no ese solo hombre, a saber, Zaratustra, y ese único animal que vive de la sangre, la sanguijuela?
A causa de la sanguijuela estaba yo aquí tendido junto a este pantano como un pescador, y ya mi brazo extendido ha­bía sido picado diez veces cuando aún me pica, buscando mi sangre, un erizo más hermoso, Zaratustra mismo!
¡Oh felicidad! ¡Oh prodigio! ¡Bendito sea este día que me indujo a venir a este pantano! ¡Bendita sea la mejor y más viva de las ventosas que hoy viven, bendito sea Zaratustra, gran sanguijuela de conciencias!» -
Así habló el pisado; y Zaratustra se alegró de sus palabras y de sus delicados y respetuosos modales: «¿Quién eres?, pre­guntó y le tendió la mano, entre nosotros queda mucho que aclarar y que despejar: pero ya, me parece, se está haciendo de día, un día puro y luminoso».
«Yo soy el concienzudo del espíritu, respondió el interroga­do, y en las cosas del espíritu difícilmente hay alguien que las tome con mayor rigor, severidad y dureza que yo, excepto aquel de quien yo he aprendido eso, Zaratustra mismo.
¡Es preferible no saber nada que saber mucho a medias! ¡Es preferible ser un necio por propia cuenta que un sabio con arreglo a pareceres ajenos! Yo - voy al fondo:
- ¿qué importa que éste sea grande o pequeño? ¿Que se lla­me pantano o cielo? Un palmo de fondo me basta: ¡con tal que sea verdaderamente fondo y suelo!
- un palmo de fondo: sobre él puede uno estar de pie. En la verdadera ciencia concienzuda no hay nada grande ni nada pequeño.»
«¿Entonces tú eres acaso el conocedor de la sanguijuela?, preguntó Zaratustra; ¿y estudias la sanguijuela hasta sus últi­mos fondos, tú concienzudo?»
«Oh Zaratustra, respondió el pisado, eso sería una enormi­dad, ¡cómo iba a serme lícito atreverme a tal cosa!
En lo que yo soy un maestro y un conocedor es en el cere­bro de la sanguijuela: - ¡ése es mi mundo!
¡También ése es un mundo! Mas perdona el que aquí tome la palabra mi orgullo, pues en esto no tengo igual. Por ello dije “aquí estoy en mi casa”.
¡Cuánto tiempo hace ya que estudio esa única cosa, el cere­bro de la sanguijuela, para que la escurridiza verdad no se me escurra ya aquí! ¡Aquí está mi reino!
- por esto eché por la borda todo lo demás, por esto se me volvió indiferente todo lo demás; y justo al lado de mi saber acampa mi negra ignorancia.
Mi conciencia del espíritu quiere de mí que yo sepa una úni­ca cosa y que no sepa nada de lo demás: ¡siento náuseas de todas las medianías del espíritu, de todos los vaporosos, fluctuantes, soñadores.
Donde mi honestidad acaba, allí yo soy ciego y quiero tam­bién serlo. Pero donde quiero saber, allí quiero también ser honesto, es decir, duro, riguroso, severo, cruel, implacable.
El que en otro tiempo  dijeras, oh Zaratustra: “Espíritu es la vida que se saja a sí misma en vivo”, eso fue lo que me lle­vó a tu doctrina y me indujo a seguirla. Y, en verdad, ¡con mi propia sangre he aumentado mi propio saber!»
«Como la evidencia enseña», se le ocurrió a Zaratustra; pues aún seguía corriendo la sangre por el brazo desnudo del concienzudo. Diez sanguijuelas, en efecto, se habían agarrado a él.
«¡Oh tú, extraño compañero, cuántas cosas me enseña esta evidencia, es decir, tú mismo! ¡Y tal vez no me sea lícito va­ciarlas todas ellas en tus severos oídos!
¡Bien! ¡Separémonos aquí! Pero me gustaría volver a en­contrarte. Por ahí sube el camino que lleva hasta mi caverna: ¡hoy por la noche debes ser mi huésped querido!
También me gustaría reparar en tu cuerpo el que Zaratus­tra te haya pisado: sobre eso reflexiono. Pero ahora me llama un grito de socorro que me obliga a alejarme de ti a toda pri­sa.»


El mago

1

Y cuando Zaratustra dio la vuelta a una roca vio no lejos de­bajo de sí, en el mismo camino, a un hombre que agitaba los miembros como un loco furioso y que, finalmente, cayó de bruces en tierra. «¡Alto!, dijo entonces Zaratustra a su cora­zón, ése de ahí tiene que ser sin duda el hombre superior, de él venía aquel perverso grito de socorro, - voy a ver si se le puede ayudar.» Mas cuando llegó corriendo al lugar donde el hombre yacía en el suelo encontró a un viejo tembloroso, con los ojos fijos, y aunque Zaratustra se esforzó mucho por levantarlo y ponerlo de nuevo en pie, fue inútil. El des­graciado no parecía ni siquiera advertir que alguien estu­viese junto a él; antes bien, no hacía otra cosa que mirar a su alrededor, con gestos conmovedores, como quien ha sido abandonado por todo el mundo y dejado solo. Pero al fin, tras muchos temblores, convulsiones y contorsiones, co­menzó a lamentarse de este modo470:

«Quién me calienta, quién me ama todavía?
¡Dadme manos ardientes!
¡Dadme braseros para el corazón!
¡Postrado en tierra, temblando de horror,
Semejante a un mediomuerto, a quien la gente le calienta los pies –
Agitado, ¡ayl, por fiebres desconocidas,
Temblando ante las agudas, gélidas flechas del escalofrío,
Acosado por ti, ¡pensamiento!
¡Innombrable! ¡Encubierto! ¡Espantoso!
¡Tú, cazador oculto detrás de nubes!
Fulminado a tierra por ti,
Ojo burlón que me miras desde lo oscuro:
- Así yazgo,
Me encorvo, me retuerzo, atormentado
Por todas las eternas torturas,
Herido
Por ti, el más cruel de los cazadores,
¡Tú desconocido - Dios!

¡Hiere más hondo,
Hiere otra vez!
¡Taladra, rompe este corazón!
¿Por qué esta tortura
Con flechas embotadas?
¿Por qué vuelves a mirar,
No cansado del tormento del hombre,
Con ojos crueles, como rayos divinos?
¿No quieres matar,
Sólo torturar, torturar?
¿Para qué - torturarme a mí,
Tú cruel, desconocido Dios? –

¡Ay, ay! ¿Te acercas a escondidas?
¿En esta medianoche
Qué quieres? ¡Habla!
Me acosas, me oprimes –
¡Ay! ¡ya demasiado cerca!
¡Fuera! ¡Fuera!
Me oyes respirar,
Escuchas mi corazón.
Auscultas mi corazón,
Tú celoso -
Pero ¿celoso de qué?
¡Fuera! ¡Fuera! ¿Para qué esa escala?
¿Quieres entrar dentro,
en el corazón,
Penetrar en mis más ocultos
Pensamientos?
¡Desvergonzado! ¡Desconocido - ladrón!
¿Qué quieres robar?
¿Qué quieres escuchar?
¿Qué quieres arrancar con tormentos?
¡Tú atormentador!
¡Tú - Dios-verdugo!
¿O es que debo, como el perro,
Arrastrarme delante de ti?
¿Sumiso, fuera de mí de entusiasmo,
Menear la cola declarándote - mi amor?

¡En vano! ¡Sigue pinchando,
Cruelísimo aguijón! No,
No un perro - tu caza soy tan sólo,
¡Cruelísimo cazador!
Tu más orgulloso prisionero,
¡Salteador oculto detrás de nubes!
Habla por fin,
¿Qué quieres tú, salteador de caminos, de mí?
¡Tú oculto por el rayo! ¡Desconocido! Habla,
¿Qué quieres tú, desconocido Dios? - -
¿Cómo? ¿Dinero de rescate?
¿Cuánto dinero de rescate quieres?
Pide mucho - ¡te lo aconseja mi segundo orgullo!

¡Ay, ay!
¿A mí - es a quien quieres? ¿A mí?
¿A mí - entero?
¡Ay, ay!
¿Y me torturas, necio,
Atormentas mi orgullo?
Dame amor - ¿quién me calienta todavía?
¿Quién me ama todavía? - dame manos ardientes,
Dame braseros para el corazón,
Dame a mí, al más solitario de todos,
Al que el hielo, ay, un séptuplo hielo
Enseña a desear
Incluso enemigos,
Enemigos,
Dame, sí, entrégame,
Cruelísimo enemigo,
Dame - ¡a ti mismo! - -

¡Se fue!
¡Huyó también él,
Mi último y único compañero,
Mi gran enemigo,
Mi desconocido,
Mi Dios-verdugo! –

- ¡No! ¡Vuelve
Con todas tus torturas!
¡Oh, vuelve
Al último de todos los solitarios!
¡Todos los arroyos de mis lágrimas
Corren hacia ti!
¡Y la última llama de mi corazón -
Para ti se alza ardiente!
¡Oh, vuelve,
Mi desconocido Dios!¡Mi dolor!¡Mi última -felicidad!

2

- Mas aquí Zaratustra no pudo contenerse por más tiempo, tomó su bastón y golpeó con todas sus fuerzas al que se lamen­taba. «¡Deténte!, le gritaba con risa llena de rabia, ¡deténte, co­mediante! ¡Falsario! ¡Mentiroso de raíz! ¡Yo te conozco bien!
¡Yo voy a calentarte las piernas, mago perverso, entiendo mucho de - calentar a gentes como tú!»
- «¡Basta, dijo el viejo levantándose de un salto del suelo, no me golpees más, oh Zaratustra! ¡Esto yo lo hacía tan sólo porjuego!
Tales cosas forman parte de mi arte; ¡al darte esta prueba he querido ponerte a prueba a ti mismo! Y, en verdad, ¡has adi­vinado bien mis intenciones!
Pero también tú - me has dado una prueba no pequeña de ti: ¡eres duro, sabio Zaratustra! ¡Golpeas duramente con tus “verdades”, tu garrota me fuerza a decir - esta verdad!»
- «No me adules, respondió Zaratustra, todavía irritado, con mirada sombría, ¡comediante de raíz! Tú eres falso: ¡qué hablas tú - de verdad!
Tú pavo real de los pavos reales, tú mar de vanidad, ¿qué pa­pel has representado delante de mí, mago perverso, en quién debía yo creer cuando te lamentabas de aquella manera?»
«El penitente del espíritu, dijo el viejo, ese personaje es el que yo representaba: ¡tú mismo inventaste en otro tiempo472 esa expresión -
- el poeta y mago que acaba por volver su espíritu contra sí mismo, el transformado que se congela a causa de su mal­vada ciencia y de su malvada conciencia.
Y confiésalo: ¡mucho tiempo pasó, oh Zaratustra, hasta que descubriste mi arte y mi mentira! Tú creías en mi necesidad cuando me sostenías la cabeza con ambas manos, -
- yo te oía lamentarte “¡lo han amado demasiado poco, demasiado poco!” De haberte yo engañado hasta tal punto, de eso se regocijaba íntimamente mi maldad.»
«Es posible que hayas engañado a otros más sutiles que yo, dijo Zaratustra con dureza. Yo no estoy en guardia contra los engañadores, yo tengo que estar sin cautela: así lo quiere mi suerte473.
Pero tú - tienes que engañar: ¡hasta ese punto te conozco! ¡Tú tienes que tener siempre dos, tres, cuatro y cinco sentidos! ¡Tampoco eso que ahora has confesado ha sido ni bastante verdadero ni bastante falso para mí!
Tú perverso falsario, ¡cómo podrías actuar de otro modo! Acicalarías incluso tu enfermedad si te mostrases desnudo a tu médico.
Y así acabas de acicalar ante mí tu mentira al decir: “¡esto yo lo hacía tan sólo por juego!” También había seriedad en ello, ¡tú eres en cierta medida un penitente del espíritu!
Yo te comprendo bien: te has convertido en el encantador de todos, mas para ti no te queda ya ni una mentira ni una as­tucia, - ¡tú mismo estás para ti desencantado!
Has cosechado la náusea como tu única verdad. Ninguna palabra es ya en ti auténtica, pero sí lo es tu boca, es decir: la náusea que está pegada a tu boca». - -
«¡Quién crees que eres!, gritó en este momento el mago con voz altanera, ¿a quién le es lícito hablarme así a mí, que soy el más grande de los que hoy viven?» - y un rayo verde salió dis­parado de sus ojos contra Zaratustra. Pero inmediatamente después cambió de expresión y dijo con tristeza:
«Oh Zaratustra, estoy cansado, siento náuseas de mis artes, yo no soy grande ¡por qué fingir! Pero tú sabes bien que - ¡yo he buscado la grandeza!
Yo he querido representar el papel de un gran hombre, y persuadí a muchos de que lo era: mas esa mentira era superior a mis fuerzas. Contra ella me destrozo:
Oh Zaratustra, todo es mentira en mí; mas que yo estoy destrozado - ¡ese estar yo destrozado es auténtico!» -
«Te honra, dijo Zaratustra sombrío, bajando y desviando la mirada, te honra, pero también te traiciona, el haber buscado la grandeza. Tú no eres grande.
Viejo mago perverso, lo mejor y más honesto que tú tienes, lo que yo honro en ti, es esto, el que te hayas cansado de ti mis­mo y hayas dicho: “yo no soy grande”.
En esto yo te honro como a un penitente del espíritu: y si bien sólo fue por un momento, en ese único instante has sido - auténtico.
Mas dime, ¿qué buscas tú aquí en mis bosques y entre mis rocas? Y cuando te colocaste en mi camino, ¿qué prueba que­rías de mí? -
- ¿en qué querías tentarme a mí?» -
Así habló Zaratustra, y sus ojos centelleaban. El viejo mago calló un momento, luego dijo: «¿Te he tentado yo a ti? Yo - busco únicamente474.
Oh Zaratustra, yo busco a uno que sea auténtico, justo, sim­ple, sin equívocos, un hombre de toda honestidad, un vaso de sabiduría, un santo del conocimiento, ¡un gran hombre!
¿No lo sabes acaso, oh Zaratustra? Yo busco a Zaratustra. »

- Y en este instante se hizo un prolongado silencio entre ambos; Zaratustra se abismó profundamente dentro de sí mismo, tanto que cerró los ojos. Mas luego, retornando a su interlocutor, tomó la mano del mago y dijo, lleno de gentileza y de malicia:
«¡Bien! Por ahí sube el camino, allí está la caverna de Zaratus­tra. En ella te es lícito buscar a aquel que tú desearías encontrar. Y pide consejo a mis animales, a mi águila y a mi serpiente: ellos te ayudarán a buscar. Pero mi caverna es grande.
Yo mismo, ciertamente, - no he visto aún ningún gran hombre. Para lo que es grande el ojo de los más delicados es hoy grosero. Éste es el reino de la plebe.
A más de uno he encontrado ya que se estiraba y se hincha­ba, y el pueblo gritaba: “¡Mirad, un gran hombre!” ¡Mas de qué sirven todos los fuelles del mundo! Al final lo que sale es viento.
Al final revienta la rana475 que se había hinchado durante demasiado tiempo: y lo que sale es viento. Pinchar el vientre de un hinchado es lo que yo llamo un buen entretenimiento. ¡Escuchad esto, muchachos!
El día de hoy es de la plebe: ¡quién sabe ya qué es grande y qué es pequeño! ¡Quién buscaría con fortuna la grandeza! Un necio únicamente: los necios son afortunados.
¿Tú buscas grandes hombres, tú extraño necio? ¿Quién te ha enseñado eso? ¿Es hoy tiempo de eso? Oh tú, perverso bus­cador, ¿por qué - me tientas?» - -

Así habló Zaratustra, con el corazón consolado, y siguió a pie su camino riendo.


Jubilado

No mucho después de haberse librado Zaratustra del mago vio de nuevo a alguien sentado junto al camino que él seguía, a saber, un hombre alto y negro, de pálido y descarna­do rostro: éste le causó una violenta contrariedad. «Ay, dijo a su corazón, allí está sentada la tribulación embozada476, aque­llo me parece pertenecer a la especie de los sacerdotes: ¿qué quieren ésos en mi reino?
¡Cómo! Acabo de escapar de aquel mago: y tiene que atra­vesárseme de nuevo en mi camino otro nigromante, -
- un brujo cualquiera que practica la imposición de ma­nos, un oscuro taumaturgo por gracia divina, un ungido ca­lumniador del mundo, ¡a quien el diablo se lleve!
Pero el diablo no está nunca donde debería estar: siem­pre llega demasiado tarde, ¡ese maldito enano y cojitran­co!» -
Así maldecía Zaratustra, impaciente en su corazón, y pen­saba en cómo pasaría rápidamente de largo junto al hombre negro mirando a otra parte: mas he aquí que las cosas ocurrie­ron de otro modo. Pues en aquel mismo instante el hombre sentado le había visto ya, y semejante a uno a quien le sale al en­cuentro una suerte imprevista se levantó de un salto y corrió hacia Zaratustra.
«¡Quienquiera que seas, caminante, dijo, ayuda a un extra­viado, a uno que busca, a un anciano al que con facilidad pue­de ocurrirle aquí algún daño!
Este mundo de aquí me es extraño y lejano, también he oído aullar a animales salvajes; y el que habría podido ofrecer­me ayuda, ése no existe ya.
Yo buscaba al último hombre piadoso, un santo y un eremi­ta, que, solo en su bosque, no había oído aún nada de lo que todo el mundo sabe hoy»477.
«¿Qué sabe hoy todo el mundo?, preguntó Zaratustra. ¿Acaso que no vive ya el viejo Dios en quien todo el mundo creyó en otro tiempo?»
«Tú lo has dicho478, respondió el anciano contristado. Y yo he servido a ese viejo Dios hasta su última hora.
Mas ahora estoy jubilado, no tengo dueño y, sin embargo, no estoy libre, tampoco estoy alegre ni una sola hora, a no ser cuando me entrego a los recuerdos.
Por ello he subido a estas montañas, para celebrar por fin de nuevo una fiesta para mí, cual conviene a un antiguo papa y padre de la Iglesia: pues sábelo, ¡yo soy el último papa! - una fiesta de piadosos recuerdos y cultos divinos.
Pero ahora también él ha muerto, el más piadoso de los hombres, aquel santo del bosque que alababa constantemen­te a su Dios cantando y gruñendo.
A él no lo encontré ya cuando encontré su choza, - pero sí a dos lobos dentro, que aullaban por su muerte - pues todos los animales lo amaban. Entonces me fui de allí corriendo.
¿Inútilmente había venido yo, por tanto, a estos bosques y montañas? Mi corazón decidió entonces que yo buscase a otro distinto, al más piadoso de todos aquellos que no creen en Dios -, ¡que yo buscase a Zaratustra! »
Así habló el anciano y miró con ojos penetrantes a aquel que se hallaba delante de él; mas Zaratustra cogió la mano del viejo papa y la contempló largo tiempo con admiración. «Mira, venerable, dijo luego, ¡qué mano tan bella y tan lar­ga! Ésta es la mano de uno que ha impartido siempre bendi­ciones. Pero ahora esa mano agarra firmemente a aquel a quien tú buscas, a mí, Zaratustra.
Yo soy Zaratustra el ateo, que dice: ¿quién es más ateo que yo, para gozarme con sus enseñanzas?479» -
Así habló Zaratustra, y con sus miradas perforaba los pen­samientos y las más recónditas intenciones del viejo papa. Por fin éste comenzó a decir:
«Quien lo amó y lo poseyó más que ningún otro, ése lo ha perdido también más que ningún otro -:
- mira, ¿no soy yo ahora, de nosotros dos, el más ateo? ¡Mas quién podría alegrarse de eso!» -
- «Tú le has servido hasta el final, preguntó Zaratustra pensativo, después de un profundo silencio, ¿sabes cómo mu­rió? ¿Es verdad, como se dice, que fue la compasión la que lo estranguló,
- que vio cómo el hombre pendía de la cruz, y no soportó que el amor al hombre se convirtiese en su infierno y final­mente en su muerte?» - -
Mas el viejo papa no respondió, sino que tímidamente, y con una expresión dolorosa y sombría, desvió la mirada. «Déjalo que se vaya, dijo Zaratustra tras prolongada refle­xión, mirando siempre al anciano derechamente a los ojos. Déjalo que se vaya, ya ha desaparecido. Y aunque te honra el que no digas más que cosas buenas de ese muerto, tú sabes tan bien como yo quién era; y que seguía caminos extraños.» «Hablando entre tres ojos, dijo, recobrado, el viejo papa (pues era tuerto), en asuntos de Dios yo soy más ilustrado480 que el propio Zaratustra - y me es lícito serlo.
Mi amor le ha servido durante largos años, mi voluntad si­guió en todo a su voluntad. Pero un buen servidor sabe todo, incluso muchas cosas que su señor se oculta a sí mismo.
Él era un Dios escondido, lleno de secretos. En verdad, no supo procurarse un hijo más que por caminos tortuosos. En la puerta de su fe se encuentra el adulterio.
Quien le ensalza como a Dios del amor no tiene una idea suficientemente alta del amor mismo. ¿No quería este Dios ser también juez? Pero el amante ama más allá de la recom­pensa o la retribución.
Cuando era joven, este Dios del Oriente, era duro y vengati­vo y construyó un infierno para diversión de sus favoritos483.
Pero al final se volvió viejo y débil y blando y compasivo, más parecido a un abuelo que a un padre, y parecido sobre todo a una vieja abuela vacilante.
Se sentaba allí, mustio, en el rincón de su estufa, se afli­gía a causa de la debilidad de sus piernas, cansado del mun­do, cansado de querer, y un día se asfixió con su excesiva compasión.» -
«Tú viejo papa, le interrumpió aquí Zaratustra, ¿tú has vis­to eso con tus ojos? Pues es posible que haya ocurrido así: así, y también de otra manera. Cuando los dioses mueren, mueren siempre de muchas especies de muerte.
Mas ¡bien! Así o así, así y así - ¡se ha ido! Él contrariaba el gusto de mis oídos y de mis ojos, no quisiera decir nada peor sobre él.
Yo amo todo lo que mira limpiamente y habla con hones­tidad. Pero él - tú lo sabes bien, viejo sacerdote, en él había algo de tus maneras, de maneras de sacerdote - él era ambi­guo.
Era también oscuro. ¡Cómo se irritaba con nosotros, reso­plando cólera, porque le entendíamos mal! Mas ¿por qué no hablaba con mayor nitidez?
Y si dependía de nuestros oídos, ¿por qué nos dio unos oí­dos que le oían mal? Si en nuestros oídos había barro, ¡bien!, ¿quién lo había introducido allí?
¡Demasiadas cosas se le malograron a ese alfarero que no había aprendido del todo su oficio! Pero el hecho de que se vengase de sus pucheros y criaturas porque le hubiesen sa­lido mal a él - eso era un pecado contra el buen gusto.
También en la piedad existe un buen gusto: éste acabó por decir “¡Fuera tal Dios! ¡Mejor ningún Dios, mejor construir­se cada uno su destino a su manera, mejor ser un necio, me­jor ser Dios mismo!”»

- «¡Qué oigo!, dijo entonces el papa aguzando los oídos; ¡oh Zaratustra, con tal incredulidad eres tú más piadoso de lo que crees! Algún Dios presente en ti te ha convertido a tu ateísmo.
¿No es tu piedad misma la que no te permite seguir creyen­do en Dios? ¡Y tu excesiva honestidad te arrastrará más allá incluso del bien y del mal!
Mira, pues, ¿qué se te ha reservado para el final? Tienes ojos y mano y boca predestinados desde la eternidad a bende­cir. No se bendice sólo con la mano.
En tu proximidad, aunque tú quieras ser el más ateo de to­dos, venteo yo un secreto aroma de incienso y un perfume de prolongadas bendiciones: ello me hace bien y me causa dolor al mismo tiempo.
¡Permíteme ser tu huésped, oh Zaratustra, por una sola no­che! ¡En ningún lugar de la tierra me siento ahora mejor que junto a ti!» -
«¡Amén! ¡Así sea!, dijo Zaratustra con gran admiración, por ahí arriba sube el camino, allí está la caverna de Zaratus­tra.
Con gusto, en verdad, te acompañaría yo mismo hasta allí, venerable, pues amo a todos los hombres piadosos. Pero aho­ra me llama un grito de socorro que me obliga a separarme de ti a toda prisa.
En mis dominios nadie debe sufrir daño alguno; mi caver­na es un buen puerto. Y lo que más me gustaría sería colocar de nuevo en tierra firme y sobre piernas firmes a todos los tristes.
Mas ¿quién te quitaría a ti de los hombros el peso de tu me­lancolía? Para eso soy yo demasiado débil. Largo tiempo, en verdad, vamos a aguardar hasta que alguien te resucite a tu Dios.
Pues ese viejo Dios no vive ya: está muerto de verdad.» -


El más feo de los hombres

Y de nuevo corrieron los pies de Zaratustra por montañas y bosques, y sus ojos buscaron y buscaron, mas en ningún lu­gar pudieron ver a aquel a quien querían ver, al gran necesita­do que gritaba pidiendo socorro. Durante todo el camino, sin embargo, se regocijaba en su corazón y estaba agradecido. «¡Qué buenas cosas, decía, me ha regalado este día para com­pensarme de haber comenzado mal! ¡Qué extraños interlo­cutores he encontrado!
Quiero rumiar durante largo tiempo sus palabras, como si fueran buenos granos; ¡mis dientes deberán desmenuzarlas y molerlas hasta que fluyan a mi alma como leche!» -
Mas cuando el camino volvió a girar en torno a una roca, el paisaje se transformó de repente y Zaratustra penetró en un reino de muerte. En él peñascos negros y rojos miraban rígi­dos hacia arriba: ni una brizna de hierba, ni un árbol, ni el canto de un pájaro. Era, en efecto, un valle que todos los ani­males evitaban, incluso los animales de rapiña; sólo una espe­cie de serpientes feas, gordas, verdes, cuando se volvían viejas, iban allí a morir. Por esto los pastores llamaban a este valle: Muerte de la Serpiente486.
Zaratustra se sumergió en un negro recuerdo, pues le parecía que él había estado ya una vez en aquel valle. Y mu­chas cosas pesadas oprimieron su ánimo: de modo que co­menzó a caminar cada vez más lentamente, hasta que por fin se detuvo. Entonces, al abrir los ojos, vio algo que se ha­llaba sentado junto al camino, algo que tenía una figura como de hombre, pero que apenas lo parecía, algo inexpre­sable. Y de golpe se apoderó de Zaratustra una gran ver­güenza por haber visto con sus ojos algo así: enrojeciendo hasta la raíz de sus blancos cabellos apartó la vista y levan­tó el pie para abandonar aquel triste lugar. En ese instante aquel muerto desierto produjo un ruido: del suelo, en efec­to, salía un gorgoteo y un resuello como los que hace el agua por la noche en tuberías atrancadas; y por fin surgió de allí una voz humana y unas palabras de hombre: - que decían así:
«¡Zaratustra! ¡Zaratustra! ¡Resuelve mi enigma! ¡Habla, habla! ¿Cuál es la venganza que se toma del testigo?
Yo te invito a que te vuelvas atrás, ¡aquí hay hielo resbala­dizo! ¡Cuida, cuida de que tu orgullo no se rompa aquí las piernas!
¡Tú te crees sabio, orgulloso Zaratustra! Resuelve, pues, el enigma, tú duro cascanueces, - ¡el enigma que yo soy! ¡Di, pues: quién soy yo!»
- Mas cuando Zaratustra hubo oído estas palabras, - ¿qué creéis que ocurrió en su alma? La compasión lo acometió; y se desplomó de golpe, como una encina que ha resistido duran­te largo tiempo a muchos leñadores, - de manera pesada, sú­bita, causando espanto incluso a quienes querían abatirla. Pero enseguida volvió a levantarse del suelo, y su rostro se en­dureció
«Te conozco bien, dijo con voz de bronce: ¡tú eres el asesino de Dios! Déjame irme.
No soportabas a Aquel que te veía, - que te veía siempre y de parte a parte, ¡tú el más feo de los hombres! ¡Te vengaste de ese testigo!»
Así habló Zaratustra y quiso irse de allí; mas el inexpresa­ble agarró una punta de su vestido y comenzó de nuevo a gor­gotear y a buscar palabras. «¡Quédate!, dijo por fin -
- ¡quédate! ¡No pases de largo! He adivinado qué hacha fue la que te derribó: ¡Enhorabuena, Zaratustra, por estar de nue­vo en pie!
Has adivinado, lo sé bien, qué sentimientos experimenta el que lo mató a Él, - el asesino de Dios. ¡Quédate! Toma asien­to aquí cerca de mí, no será inútil.
¿A quién quería yo ir si no a ti? ¡Quédate, siéntate! ¡Pero no me mires! ¡Honra así - mi fealdad!
Ellos me persiguen: ahora eres mi último refugio. No con su odio, no con sus esbirros: - ¡oh, de tal persecución yo me burlaría y estaría orgulloso y contento!
¿No estuvo hasta ahora siempre el éxito de parte de los bien perseguidos? Y quien persigue bien, aprende con faci­lidad a seguir488: - ¡pues marcha - detrás! Pero es de su com­pasión -
- es de su compasión de lo que yo he huido, buscando refu­gio en ti. Oh Zaratustra, protégeme, tú mi último refugio, tú el único que me ha adivinado:
- tú has adivinado qué sentimientos experimenta el que lo mató a Él. ¡Quédate! Y si quieres irte, impaciente: no vayas por el camino que yo he seguido. Ese camino es malo.
¿Estás irritado conmigo porque hace ya mucho tiempo que hablo y chapurreo? ¿De que yo te dé consejos? Pero tú sabes que yo, el más feo de los hombres,
- yo soy también el que tiene asimismo los pies más gran­des y más pesados. Por donde yo he pasado, allí el camino es malo. Todos los caminos pisados por mí quedan muertos y es­tropeados.
Mas en el hecho de que tú pasases a mi lado en silencio; de que te ruborizases, bien lo vi: en eso he reconocido que tú eres Zaratustra.
Cualquier otro me habría arrojado su limosna, su compa­sión, con miradas y palabras. Mas para esto - no soy yo bas­tante mendigo, eso tú lo has adivinado -
- para esto soy yo demasiado rico, ¡rico en cosas grandes, terribles, en las cosas más feas, más inexpresables! ¡Tu ver­güenza, oh Zaratustra, me ha honrado!
A duras penas logré escapar de la muchedumbre de los compasivos, - para encontrar al único que hoy enseña “la compasión es importuna - ¡a ti, oh Zaratustra!
- ya sea compasión de un Dios, ya sea compasión de los hombres: la compasión va contra el pudor. Y no querer-ayu­dar puede ser más noble que aquella virtud que se apresura solícita.
Mas entre todas las gentes pequeñas se da hoy el nombre de virtud a eso, a la compasión: - ellas no tienen respeto por la gran desgracia, por la gran fealdad, por el gran fracaso.
Yo miro por encima de todos éstos al modo como el perro mira por encima de los lomos de los pululantes rebaños de ovejas. Son pequeñas gentes grises, lanosas, benévolas.
Como una garza mira despectivamente por encima de los estanques poco profundos, con la cabeza echada hacia atrás: así miro yo por encima del hormigueo de grises y pequeñas olas y voluntades y almas.
Durante demasiado tiempo se les ha dado la razón a esas gentes pequeñas: con ello se les ha acabado por dar, finalmen­te, también el poder - ahora enseñan: “Bueno es tan sólo aquello que las gentes pequeñas llaman bueno”.
Y “verdad” se llama hoy lo que dijo el predicador que pro­cedía de ellos, aquel extraño santo y abogado de las gentes pe­queñas, que atestiguó de sí mismo “yo - soy la verdad”.
Desde hace ya mucho tiempo ese presuntuoso hace hin­char la cresta a las gentes pequeñas, - él, que enseñó un error nada pequeño cuando enseñó “yo - soy la verdad”490.
¿Se ha dado nunca una respuesta más cortés a un presun­tuoso? - Pero tú, oh Zaratustra, lo dejaste de lado al pasar y di­jiste: “¡No! ¡No! ¡Tres veces no!”
Tú pusiste en guardia contra la compasión - no a todos, no a nadie491, sino a ti y a los de tu especie.
Tú te avergüenzas de la vergüenza del que sufre mucho; y en verdad, cuando dices “de la compasión procede una gran nube, ¡atención, hombres!”
- cuando enseñas “todos los creadores son duros, todo gran amor está por encima de su propia compasión: ¡oh Zaratustra, qué bien me pareces entender de signos meteoro­lógicos!
Pero tú mismo - ¡ponte en guardia también a ti mismo contra tu compasión! Pues muchos se encuentran en camino hacia ti, muchos que sufren, que dudan, que desesperan, que se ahogan, que se hielan -
También contra mí te pongo en guardia. Tú has adivinado mi mejor, mi peor enigma, a mí mismo y lo que yo había he­cho. Yo conozco el hacha que te derriba.
Pero Él - tenía que morir: miraba con unos ojos que lo veían todo, - veía las profundidades y las honduras del hombre, toda la encubierta ignominia y fealdad de éste.
Su compasión carecía de pudor: penetraba arrastrándose hasta mis rincones más sucios493. Ese máximo curioso, super­indiscreto, super-compasivo, tenía que morir.
Me veía siempre: de tal testigo quise vengarme - o dejar de vivir.
El Dios que veía todo, también al hombre: ¡ese Dios tenía que morir! El hombre no soporta que tal testigo viva.»

Así habló el más feo de los hombres. Y Zaratustra se levantó y se dispuso a irse: pues estaba aterido hasta las entrañas.
«Tú, inexpresable, dijo, me has puesto en guardia contra tu camino. Para agradecértelo voy a alabarte los míos. Mira, allá arriba está la caverna de Zaratustra.
Mi caverna es grande y profunda y tiene muchos rincones; allí encuentra su escondrijo el más escondido de los hombres. Y junto a ella hay cien agujeros y hendiduras para los anima­les que se arrastran, que revolotean y que saltan.
Tú, expulsado que te has expulsado a ti mismo, ¿no quieres vivir en medio de los hombres y de la compasión humana? ¡Bien, obra como yo! Así aprenderás también de mí; sólo obrando se aprende.
¡Y ante todo y sobre todo, habla con mis animales! El ani­mal más orgulloso y el animal más inteligente - ¡ellos son sin duda los adecuados consejeros para nosotros dos!» - -
Así habló Zaratustra y siguió sus caminos, aún más pensa­tivo y lento que antes: pues se hacía muchas preguntas a sí mismo y no le era fácil darse respuesta.
«¡Qué pobre es el hombre!, pensaba en su corazón, ¡qué feo, qué resollante, qué lleno de secreta vergüenza!
Me dicen que el hombre se ama a sí mismo: ¡ay, qué grande tiene que ser ese amor a sí mismo! ¡Cuánto desprecio tiene en su contra!
También ése de ahí se amaba a sí mismo tanto como se des­preciaba, - para mí es alguien que ama mucho y que despre­cia mucho.
A nadie encontré todavía que se despreciase más profunda­mente: también esto es altura. Ay, ¿acaso era ése el hombre su­perior, cuyo grito oí?
Yo amo a los grandes despreciadores. Pero el hombre es algo que tiene que ser superado.» - -


El mendigo voluntario

Cuando Zaratustra hubo dejado al más feo de los hom­bres tuvo frío y se sintió solo: por su ánimo cruzaban, en efec­to, muchos pensamientos fríos y solitarios, de modo que por este motivo también sus miembros se enfriaron más. Pero mientras continuaba su camino, subiendo, bajando, pasando unas veces al lado de verdes prados, pero también por ba­rrancos salvajes y pedregosos, donde en otro tiempo, sin duda, un impaciente arroyo había tendido su lecho: de pronto sus pensamientos comenzaron a volverse más cálidos y cor­diales.
«¿Qué me ha sucedido?, se preguntó, algo caliente y vivo me reconforta, y tiene que hallarse cerca de mí.
Ya estoy menos solo; desconocidos hermanos y compañe­ros de viaje andan vagando a mi alrededor, su cálido aliento llega hasta mi alma.»
Mas cuando atisbó a su alrededor buscando a los consola­dores de su soledad: ocurrió que eran unas vacas que se halla­ban reunidas en una altura; su cercanía y su olor habían cal­deado su corazón494. Aquellas vacas parecían escuchar con interés a alguien que les hablaba y no prestaban atención al que se acercaba. Y cuando Zaratustra estuvo junto a ellas oyó cla­ramente que una voz de hombre salía de en medio de las va­cas; y era manifiesto que todas ellas habían vuelto sus cabezas hacia quien hablaba.
Entonces Zaratustra se lanzó presurosamente en medio de los animales y los apartó, pues temía que le hubiese ocurrido una desgracia a alguien, al cual difícilmente podía servirle de ayuda la compasión de unas vacas. Pero en esto se había enga­ñado; pues he aquí que había allí un hombre sentado en tierra y parecía exhortar a las vacas a que no tuviesen miedo de él, hombre pacífico y predicador de la montaña495, en cuyos ojos predicaba la bondad misma. «¿Qué buscas tú aquí?», exclamó Zaratustra con asombro.
«¿Que qué busco yo aquí?, respondió aquél: lo mismo que tú, ¡aguafiestas!, a saber, la felicidad en la tierra.
Mas para lograrlo quisiera aprender de estas vacas. Pues, sin duda lo sabes, hace ya media mañana que les estoy ha­blando, y justo ahora iban ellas a darme una respuesta. ¿Por qué las perturbas?
Mientras no nos convirtamos y nos hagamos como vacas no entraremos en el reino de los cielos496. De ellas deberíamos aprender, en efecto, una cosa: el rumiar.
Y, en verdad, si el hombre conquistase el mundo entero y no aprendiese esa única497 cosa, el rumiar: ¡de qué le serviría! No escaparía a su tribulación,
- a su gran tribulación: la cual tiene hoy el nombre de náu­sea. ¿Quién no tiene hoy llenos de náusea el corazón, la boca y los ojos? ¡También tú! ¡También tú! ¡Contempla, en cambio, a estas vacas!» -
Así habló el predicador de la montaña, y luego volvió su mirada hacia Zaratustra, - pues hasta ese momento estuvo amorosamente pendiente de las vacas -: mas entonces se transformó. «¿Con quién estoy hablando?, exclamó espanta­do, y se levantó de un salto del suelo.
Éste es el hombre sin náusea, éste es Zaratustra en persona, el vencedor de la gran náusea, éstos son los ojos, ésta es la boca, éste es el corazón de Zaratustra en persona.
Y mientras esto decía besábale las manos a aquel a quien hablaba, con ojos bañados en lágrimas, y se comportaba exactamente como uno a quien de improviso le cae del cielo un precioso regalo y un tesoro. Mas las vacas contemplaban todo esto y se maravillaban.
«No hables de mí, ¡hombre extraño!, ¡hombre encantador!, dijo Zaratustra defendiéndose de su ternura, ¡háblame pri­mero de ti! ¿No eres tú el mendigo voluntario, que en otro tiempo arrojó lejos de sí una gran riqueza, -
- que se avergonzó de su riqueza y de los ricos, y huyó a los pobres para regalarles la abundancia y su corazón? Pero ellos a él no lo aceptaron.»
«Pero ellos a mí no me aceptaron, dijo el mendigo volunta­rio, lo sabes bien. Por esto acabé marchándome a los anima­les y a estas vacas.»
«Entonces aprendiste, interrumpió Zaratustra al que ha­blaba, que es más difícil dar bien que tomar bien, y que rega­lar bien es un arte y la última y más refinada maestría de la bondad»498.
«Especialmente hoy en día, respondió el mendigo volunta­rio: hoy en que todo lo bajo se ha vuelto levantisco e intrata­ble, y orgulloso a su manera, a saber: a la manera de la plebe.
Pues ha llegado la hora, tú lo sabes bien, de la grande, per­versa, larga, lenta rebelión de la plebe y de los esclavos: ¡Rebe­lión que crece cada vez más!
Ahora toda beneficencia y todo pequeño regalo indignan a los de abajo; ¡y los demasiado ricos, que estén en guardia! Quien hoy, semejante a una botella ventruda, gotea por cuellos demasiado estrechos: - a esas botellas la gente gusta hoy de romperles el cuello.
Codicia lasciva, envidia biliosa, rencor malhumorado, or­gullo plebeyo: todo eso me ha saltado a la cara. Ya no es verdad que los pobres sean bienaventurados499. El reino de los cielos está entre las vacas».
¿Y por qué no está entre los ricos?, preguntó Zaratustra para tentarlo, mientras rechazaba a las vacas, que acariciaban familiarmente con su aliento a aquel apacible hombre.
«¿Por qué me tientas?, respondió éste. Tú mismo lo sabes mejor que yo. ¿Pues qué fue lo que me empujó a irme con los más pobres, oh Zaratustra? ¿No fue la náusea que me causa­ban los más ricos de entre nosotros?
- ¿los forzados de la riqueza, que recogen su ganancia de todas las barreduras, con ojos fríos, con pensamientos codi­ciosos, esa chusma cuyo hedor llega al cielo,
- esa plebe dorada, falsificada, cuyos padres fueron rateros, o pájaros de carroña, o traperos, esa plebe complaciente con las mujeres, lasciva, olvidadiza: - todos ellos no se diferen­cian apenas, en efecto, de una puta -
¡plebe arriba, plebe abajo! ¡Qué significan ya hoy “los po­bres” y “los ricos”! Esa diferencia la he olvidado, - por ello me escapé lejos, cada vez más lejos, hasta llegar a estas vacas.»
Así habló el pacífico, y resoplaba y sudaba con sus pala­bras: de modo que las vacas se maravillaron de nuevo. Mas Zaratustra le estuvo mirando todo el tiempo a la cara, son­riendo, mientras aquél hablaba tan duramente, y movió la ca­beza en silencio.
«Te haces violencia a ti mismo, predicador de la montaña, al emplear palabras tan duras. Para tal dureza no están hechos ni tu boca ni tus ojos.
Tampoco, según me parece, tu estómago: a él le repugna todo ese encolerizarse y odiar y enfurecerse. Tu estómago re­clama cosas más suaves: tú no eres un carnicero.
Me pareces, antes bien, alguien que se alimenta de plantas y de raíces. Tal vez mueles grano. Y, con toda certeza, eres contrario a las alegrías de la carne y amas la miel.»
«Me has adivinado bien, respondió el mendigo voluntario, con el corazón aliviado. Yo amo la miel, también muelo gra­no, pues he buscado lo que agrada al paladar y hace puro el aliento:
- también lo que necesita largo tiempo, un trabajo que ocupe día y hocico de afables ociosos y haraganes.
Estas vacas, ciertamente, han llegado más lejos que nadie: se han inventado el rumiar y el estar echadas al sol. También se abstienen de todos los pensamientos pesados, que hinchan el corazón.»
- «¡Bien!, dijo Zaratustra: tú deberías ver también mis ani­males, mi águila y mi serpiente, - hoy no tienen igual en la tie­rra.
Mira, por ahí va el camino que conduce a mi caverna: sé huésped de ella esta noche. Y habla con mis animales acerca de la felicidad de los animales, -
- hasta que yo también vuelva a casa. Pues ahora me llama un grito de socorro que me obliga a alejarme de ti a toda pri­sa500. Asimismo encontrarás miel nueva en mi casa, miel do­rada de panales, fresca como el hielo: ¡cómela!
Mas ahora despídete en seguida de tus vacas, ¡hombre ex­traño!, ¡hombre encantador!, aunque te resulte difícil. ¡Pues son tus amigos y maestros más cálidos!» -
« - Excepto uno, al cual yo amo todavía más, respondió el mendigo voluntario. ¡Tú mismo eres bueno, y mejor incluso que una vaca, oh Zaratustra!»
«¡Vete, vete!, ¡vil adulador!, gritó Zaratustra con maligni­dad, ¿por qué me corrompes con esa alabanza y con miel de adulaciones?»
«¡Vete, vete!», volvió a gritar, y blandió el bastón hacia el tierno mendigo: pero éste escapó a toda prisa.


La sombras

Mas apenas acababa de irse el mendigo voluntario y volvía Zaratustra a estar solo consigo mismo cuando oyó a su espalda una nueva voz: ésta gritaba «¡Alto! ¡Zaratustra! ¡Aguarda! ¡Soy yo, oh Zaratustra, yo, tu sombra!» Pero Zara­tustra no aguardó, pues un fastidio repentino se apoderó de él a causa de la gran muchedumbre y gentío que en sus monta­ñas había. «¿Dónde se ha ido mi soledad?, dijo.
Me estoy hartando, en verdad; estas montañas pululan de gente, mi reino no es ya de este mundo502, necesito nuevas montañas.
¿Mi sombra me llama? ¡Qué importa mi sombra! ¡Que co­rra detrás de mí!, yo - escapo de ella.»
Así habló Zaratustra a su corazón y escapó de allí. Mas aquel que se encontraba detrás de él lo seguía: de modo que muy pronto hubo tres que corrían uno detrás de otro, a saber, delante el mendigo voluntario, luego Zaratustra y en tercero y último lugar su sombra. Pero no hacía mucho que corrían de ese modo cuando Zaratustra cayó en la cuenta de su tontería y con una sacudida arrojó de sí su fastidio y su disgusto.
«¡Cómo!, dijo, ¿no han ocurrido desde siempre las cosas más ridículas entre nosotros los viejos eremitas y santos? ¡En verdad, mi tontería ha crecido mucho en las montañas! ¡Y ahora oigo tabletear, una detrás de otra, seis viejas piernas de necios!
¿Le es lícito a Zaratustra tener miedo de una sombra? Tam­bién me parece, a fin de cuentas, que ella tiene piernas más largas que yo.»
Así habló Zaratustra, riendo con los ojos y con las entrañas, se detuvo y volvióse con rapidez - y he aquí que al hacerlo casi arrojó al suelo a su seguidor y sombra: tan pegada iba ésta a sus talones, y tan débil era. Mas cuando la examinó con los ojos se espantó como si se le apareciese de repente un fantasma: tan fla­co, negruzco, hueco y anticuado era el aspecto de su seguidor.
«¿Quién eres?, preguntó Zaratustra con vehemencia, ¿qué haces aquí? ¿Y por qué te llamas a ti mismo mi sombra? No me gustas.»
«Perdóname, respondió la sombra, que sea yo; y si no te gusto, bien, ¡oh Zaratustra!, en eso te alabo a ti y a tu buen gusto.
Un caminante soy que ha andado ya mucho detrás de tus talones: siempre en camino, pero sin una meta, también sin un hogar: de modo que, en verdad, poco me falta para ser el judío eterno, excepto que no soy eterno ni tampoco judío.
¿Cómo? ¿Tengo que continuar caminando siempre? ¿Agita­do, errante, arrastrado lejos por todos los vientos? ¡Oh tierra, para mí te has vuelto demasiado redonda!
En todas las superficies he estado ya sentado, en espejos y cristales de ventanas me he dormido, semejante a polvo can­sado: todas las cosas toman algo de mí, ninguna me da nada, yo adelgazo, - casi me parezco a una sombra.
Pero a ti, oh Zaratustra, es a quien más tiempo he seguido volando y corriendo, y aunque de ti me ocultase he sido, sin embargo, tu mejor sombra: en todos los lugares en que has es­tado sentado tú, allí estaba también sentado yo.
Contigo he andado errante por los mundos más lejanos, más fríos, semejante a un fantasma que corre voluntariamen­te sobre tejados invernales y sobre nieve.
Contigo he aspirado a todo lo prohibido503, a lo peor, a lo más remoto: y si hay en mí algo que sea virtud, eso es el no ha­ber tenido miedo de ninguna prohibición.
Contigo he quebrantado aquello que en otro tiempo mi co­razón veneró, he derribado todos los mojones y todas las imágenes, he perseguido los deseos más peligrosos, - en ver­dad, por encima de todos los crímenes he pasado corriendo alguna vez.
Contigo perdí la fe en palabras y valores y en grandes nom­bres. Cuando el diablo cambia de piel, ¿no se despoja también de su nombre? El nombre es, en efecto, también piel. El diablo mismo es tal vez - piel.
Nada es verdadero, todo está permitido”504: así me decía yo para animarme. En las aguas más frías me arrojé de cabeza y de corazón. ¡Ay, cuántas veces me he encontrado, por esta causa, desnudo como un rojo cangrejo!
¡Ay, dónde se me han ido todo el bien y toda la vergüenza y toda la fe en los buenos! ¡Ay, dónde se ha ido aquella mentida inocencia que en otro tiempo yo poseía, la inocencia de los buenos y de sus nobles mentiras!
Con demasiada frecuencia, en verdad, he seguido de cerca a la verdad, pegado a sus pies: entonces ella me pisaba la cabe­za. A veces yo creía mentir, y, ¡mira!, sólo entonces acertaba - con la verdad.
Demasiadas cosas se me han aclarado: y ahora nada me importa ya. Nada vive ya que yo ame, - ¿cómo iba a continuar amándome a mí mismo?
Vivir como me plazca, o no vivir en absoluto”: eso es lo que quiero yo, eso es lo que quiere también el más santo. Mas ¡ay!, ¿tengo yo ya - placer en algo?
¿Tengo yo - todavía una meta? ¿Un puerto hacia el que na­veguen mis velas?
¿Un buen viento? Ay, sólo quien sabe hacia dónde navega sabe también qué viento es bueno y cuál es el favorable para su navegación.
¿Qué me ha quedado ya? Un corazón cansado y desvergon­zado; una voluntad inestable; alas para revolotear; un espina­zo roto.
Esta búsqueda de mi hogar: oh Zaratustra, lo sabes bien, esta búsqueda ha sido mi aflicción506, que me devora.
¿Dónde está - mi hogar?” Por él pregunto y busco y he bus­cado, y no lo he encontrado. ¡Oh eterno estar en todas partes, oh eterno estar en ningún sitio, oh eterno - en vano!»

Así habló la sombra, y el rostro de Zaratustra se fue alargan­do al escuchar sus palabras. «¡Tú eres mi sombra!, dijo por fin con tristeza.
Tu peligro no es pequeño, ¡tú espíritu libre yviajero! Has te­nido un mal día: ¡procura que no te toque un atardecer aún peor!
A los errantes como tú, incluso una cárcel acaba parecién­doles la bienaventuranza. ¿Has visto alguna vez cómo duer­men los criminales encarcelados? Duermen tranquilamente, disfrutan su nueva seguridad.
¡Ten cuidado de no caer, al final, prisionero de una fe más estrecha todavía, de una ilusión dura, rigurosa! A ti, en efec­to, ahora te tienta y te seduce todo lo que es riguroso y sólido.
Has perdido la meta: ay, ¿cómo podrás librarte de esa pér­dida y consolarte de ella? Al perder la meta - ¡has perdido también el camino!
¡Tú pobre vagabundo, soñador, tú mariposa cansada!, ¿quieres tener este atardecer un respiro y una morada? ¡Sube entonces a mi caverna!
Por ahí va el camino que lleva a mi caverna. Y ahora quie­ro volver a escapar rápidamente de ti. Ya pesa sobre mí algo parecido a una sombra.
Quiero correr solo, para que de nuevo vuelva a haber clari­dad a mi alrededor. Para ello tengo que estar todavía mucho tiempo alegremente sobre las piernas. Mas este atardecer en mi casa - ¡habrá baile!» - -

Así habló Zaratustra.


A mediodía

Y Zaratustra corrió y corrió y ya no volvió a encontrar a nadie y estuvo solo y se encontró continuamente a sí mismo y disfrutó y saboreó su soledad y pensó en cosas buenas, - du­rante horas. Mas hacia la hora del mediodía, cuando el sol se hallaba exactamente encima de su cabeza, Zaratustra pasó al lado de un viejo árbol, torcido y nudoso, el cual estaba abra­zado y envuelto por el gran amor de una viña, quedando oculto a sí mismo: de él pendían, ofreciéndose al viajero, ra­cimos amarillos en gran número. Entonces se le antojó calmar una pequeña sed y cortar un racimo; pero cuando ya extendía el brazo para hacerlo se le antojó todavía otra cosa, a saber: echarse junto al árbol, a la hora del pleno mediodía, y dormir.
Esto hizo Zaratustra; y tan pronto como estuvo tendido en el suelo, en medio del silencio y de los secretos de la hierba multi­color, olvidó su pequeña sed y se durmió. Pues, como dice el proverbio de Zaratustra: una cosa es más necesaria que la otra507. Ahora bien, sus ojos permanecían abiertos: - no se can­saban, en efecto, de ver y de alabar el árbol y el amor de la viña. Y mientras se dormía, Zaratustra habló así a su corazón.
¡Silencio! ¡Silencio! ¿No se ha vuelto perfecto el mundo en este instante? ¿Qué es lo que me ocurre?
Así como un viento delicioso, no visto, danza sobre arteso­nado mar, baila ligero, ligero cual una pluma: así - baila el sueño sobre mí.
No me cierra los ojos, me deja despierta el alma. Ligero es, ¡en verdad!, ligero cual una pluma.
Me persuade no sé cómo, toca ligeramente mi interior con mano zalamera, me fuerza. Sí, me fuerza a que mi alma se es­tire: -
- ¡cómo se me vuelve larga y cansada mi extraña alma! ¿Le ha llegado el atardecer de un séptimo día justamente al me­diodía? ¿Ha caminado ya durante demasiado tiempo, biena­venturada, entre cosas buenas y maduras?
Mi alma se estira alargándose, alargándose - ¡cada vez más!, yace callada, mi extraña alma. Demasiadas cosas buenas ha saboreado ya, esa áurea tristeza la oprime, ella tuerce la boca.
- Como un barco que ha entrado en su bahía más tranqui­la: - y entonces se adosa a la tierra, cansado de los largos via­jes y de los inseguros mares. ¿No es más fiel la tierra?
Como un barco de ésos se adosa, se estrecha a la tierra: - basta entonces que una araña teja sus hilos desde la tierra hasta él. No se necesita aquí cable más fuerte.
Como uno de esos barcos cansados, en la más tranquila de todas las bahías: así descanso yo también ahora, cerca de la tierra, fiel, confiado, aguardando, atado a ella con los hilos más tenues.
¡Oh felicidad! ¡Oh felicidad! ¿Quieres acaso cantar510, alma mía? Yaces en la hierba. Pero ésta es la hora secreta, solemne, en que ningún pastor toca su flauta.
¡Ten cuidado! Un ardiente mediodía duerme sobre los campos. ¡No cantes! ¡Silencio! El mundo es perfecto.
¡No cantes, ave de los prados, oh alma mía! ¡No susurres si­quiera! Mira - ¡silencio!, el viejo mediodía duerme, mueve la boca: ¿no bebe en este momento una gota de felicidad -
- una vieja, dorada gota de áurea felicidad, de áureo vino? Algo se desliza sobre él, su felicidad ríe. Así - ríe un Dios. ¡Si­lencio! -
- «Para ser feliz, con qué poco basta para ser feliz!» Así dije yo en otro tiempo, y me creí sabio. Pero era una blasfemia: esto lo he aprendido ahora. Los necios inteligentes hablan mejor.
Justamente la menor cosa, la más tenue, la más ligera, el crujido de un lagarto, un soplo, un roce, un pestañeo - lo poco constituye la especie de la mejor felicidad. ¡Silencio!
- Qué me ha sucedido: ¡escucha! ¿Es que el tiempo ha hui­do volando? ¿No estoy cayendo? ¿No he caído - ¡escucha! - en el pozo de la eternidad?
- ¿Qué me sucede? ¡Silencio! ¿Me han punzado - ay - en el corazón? ¡El corazón! ¡Oh, hazte pedazos, hazte pedazos, co­razón, después de tal felicidad, después de tal punzada!
- ¿Cómo? ¿No se había vuelto perfecto el mundo hace un instante? ¿Redondo y maduro? Oh áureo y redondo aro - ¿adónde se escapa volando? ¡Sígale yo a la carrera! ¡Sus!
Silencio - - (y aquí Zaratustra se estiró y sintió que dor­mía).
¡Arriba!, se dijo a sí mismo, ¡tú dormilón!, ¡tú dormilón en pleno mediodía! ¡Vamos, arriba, viejas piernas! Es tiempo y más que tiempo, aún os queda una buena parte del camino -
Ahora habéis dormido bastante, ¿cuánto tiempo? ¡Media eternidad! ¡Vamos, arriba ahora, viejo corazón mío! ¿Cuánto tiempo necesitarás después de tal sueño - para despertarte?
(Pero entonces se adormeció de nuevo, y su alma habló contra él y se defendió y se acostó de nuevo.) - «¡Déjame! ¡Si­lencio! ¿No se había vuelto perfecto el mundo en este instan­te? ¡Oh áurea y redonda bola!» -
«¡Levántate, dijo Zaratustra, pequeña ladrona, perezosa! ¿Cómo? ¿Seguir extendida, bostezando, suspirando, cayendo dentro de pozos profundos?
¡Quién eres tú! ¡Oh alma mía!» (y entonces Zaratustra se asustó, pues un rayo de sol cayó del cielo sobre su rostro).
«Oh cielo por encima de mí, dijo suspirando y se sentó de­recho, ¿tú me contemplas? ¿Tú escuchas a mi extraña alma?
¿Cuándo vas a beber esta gota de rocío que cayó sobre to­das las cosas de la tierra, - cuándo vas a beber esta extraña alma -
- cuándo, ¡pozo de la eternidad!, ¡sereno y horrible abismo del mediodía!, cuándo vas a beber, reincorporándola así a ti, mi alma?»

Así habló Zaratustra, y se levantó de su lecho junto al árbol como si saliese de una extraña borrachera: y he aquí que el sol aún continuaba estando encima exactamente de su cabeza. De esto podría alguien deducir con razón que Zaratustra, en­tonces, no estuvo dormido mucho tiempo.


El saludo

Hasta el final de la tarde no volvió Zaratustra a su caver­na, después de haber buscado y errado largo tiempo en vano. Mas cuando estuvo frente a ella, a no más de veinte pasos de distancia, ocurrió lo que él menos aguardaba entonces: de nuevo oyó el gran grito de socorro. Y, ¡cosa sorprendente!, esta vez aquel grito procedía de su propia caverna. Era un grito prolongado, múltiple, extraño, y Zaratustra distinguía con cla­ridad que se hallaba compuesto de muchas voces: aunque, oído de lejos, sonase igual que un grito salido de una sola boca.
Entonces Zaratustra se lanzó de un salto hacia su caverna, y, ¡mira!, ¡qué espectáculo aguardaba a sus ojos después del que se había ofrecido ya a sus oídos! Allí estaban sentados juntos todos aquellos con quienes él se había encontrado por el camino durante el día: el rey de la derecha y el rey de la iz­quierda, el viejo mago, el papa, el mendigo voluntario, la sombra, el concienzudo del espíritu, el triste adivino y el asno; y el más feo de los hombres se había colocado una coro­na en la cabeza y se había ceñido dos cinturones de púrpura, - pues le gustaba, como a todos los feos, disfrazarse y embellecerse. En medio de esta atribulada reunión se hallaba el águila de Zaratustra, con las plumas erizadas e inquieta, pues debía responder a demasiadas cosas para las que su orgullo no tenía ninguna respuesta; y la astuta serpiente colgaba enrolla­da a su cuello.
Todo esto lo contempló Zaratustra con gran admiración; luego fue examinando a cada uno de sus huéspedes con afable curiosidad, leyó en sus almas y de nuevo quedó admirado. Entretanto los reunidos se habían levantado de sus asientos y aguardaban con respeto a que Zaratustra hablase. Y Zaratus­tra habló así:
«¡Vosotros hombres desesperados! ¡Vosotros hombres ex­traños! ¿Es, pues, vuestro grito de socorro el que he oído? Y ahora sé también dónde hay que buscar a aquel a quien en vano he buscado hoy: el hombre superior -
- ¡en mi propia caverna se halla sentado el hombre supe­rior! ¡Mas de qué me admiro! ¿No lo he atraído yo mismo ha­cia mí con ofrendas de miel y con astutos reclamos de mi feli­cidad?
Sin embargo, ¿me engaño si pienso que sois poco aptos para estar en compañía, que os malhumoráis el corazón unos a otros, vosotros los que dais gritos de socorro, al estar senta­dos juntos aquí? Tiene que venir antes uno,
- uno que os vuelva a hacer reír, un buen payaso alegre, un bailarín y viento y fierabrás, algún viejo necio: - ¿qué os pa­rece?
¡Perdonadme, hombres desesperados, que yo hable ante vosotros con estas sencillas palabras, indignas, en verdad, de tales huéspedes! Pero vosotros no adivináis qué es lo que vuelve petulante mi corazón: -
- ¡vosotros mismos y vuestra visión, perdonádmelo! En efecto, todo aquel que contempla a un desesperado cobra ánimos. Para consolar a un desesperado - siéntese bastante fuerte cualquiera.
A mí mismo me habéis dado vosotros esa fuerza, - ¡un buen don, mis nobles huéspedes! ¡Un adecuado regalo de huéspedes ! Bien, no os irritéis, pues, porque también yo os ofrezca de lo mío.
Éste es mi reino y mi dominio: pero lo que es mío, por esta tarde y esta noche debe ser vuestro. Mis animales deben ser­viros a vosotros: ¡sea mi caverna vuestro lugar de reposo!
En mi casa, aquí en mi hogar, nadie debe desesperar, en mi coto de caza yo defiendo a todos contra sus animales salvajes. Y esto es lo primero que yo os ofrezco: ¡seguridad!
Y lo segundo es: mi dedo meñique. Y una vez que tengáis ese dedo, ¡tomaos la mano entera!, ¡y además, el corazón! ¡Bienvenidos aquí, bienvenidos, huéspedes míos!»
Así habló Zaratustra, y rió de amor y de maldad. Tras este saludo sus huéspedes volvieron a hacer una inclinación y ca­llaron respetuosamente; mas el rey de la derecha le contestó en nombre de ellos.
«Por el modo, oh Zaratustra, como nos has ofrecido mano y saludo reconocemos que eres Zaratustra. Te has re­bajado ante nosotros; casi has hecho daño a nuestro respe­to-.
- ¿mas quién sería capaz de rebajarse, como tú, con tal or­gullo? Esto nos levanta a nosotros, es un consuelo para nues­tros ojos y nuestros corazones.
Sólo por contemplar esto subiríamos con gusto a montañas más altas que ésta. Ávidos de espectáculos hemos venido, en efecto, queríamos ver qué es lo que aclara ojos turbios.
Y he aquí que ya ha pasado todo nuestro gritar pidiendo so­corro. Ya nuestra mente y nuestro corazón se encuentran abier­tos y están extasiados. Poco falta: y nuestro valor se hará petu­lante.
Nada más alentador, oh Zaratustra, crece en la tierra que una voluntad elevada y fuerte: ésa es la planta más hermosa de la tie­rra. Todo un paisaje entero se reconforta con uno solo de tales ár­boles.
Al pino comparo yo al que crece como tú, oh Zaratustra: largo, silencioso, duro, solo, hecho de la mejor y más flexible leña, soberano, -
- y, en fin, extendiendo sus fuertes y verdes ramas hacia su dominio, dirigiendo fuertes preguntas a vientos y temporales y a cuanto tiene siempre su domicilio en las alturas,
- dando respuestas aún más fuertes, uno que imparte ór­denes, un victorioso: oh, ¿quién no subiría, por contemplar tales plantas, a elevadas montañas?
Con tu árbol de aquí, oh Zaratustra, se reconforta incluso el hombre sombrío, el fracasado, con tu visión se vuelve segu­ro incluso el inestable, y cura su corazón.
Y, en verdad, hacia esta montaña y este árbol se dirigen hoy muchos ojos; un gran anhelo se ha puesto en marcha, y mu­chos han aprendido a preguntar: ¿quién es Zaratustra?
Y, aquel en cuyo oído has derramado tú alguna vez las go­tas de tu canción y de tu miel: todos los escondidos, los eremi­tas solitarios, los eremitas en pareja, han dicho de pronto a su corazón:
¿Vive aún Zaratustra? Ya no merece la pena vivir, todo es idéntico, todo es en vanos511: o - ¡tenemos que vivir con Zara­tustra!”
¿Por qué no viene él, que se anunció hace ya tanto tiempo?, así preguntan muchos; ¿se lo ha tragado la soledad? ¿O acaso somos nosotros los que debemos ir a él?”
Ahora ocurre que la propia soledad se ablanda y rompe como una tumba que se resquebraja y no puede seguir conte­niendo a sus muertos. Por todas partes se ven resucitados512.
Ahora suben y suben las olas alrededor de tu montaña, oh Zaratustra. Y aunque tu altura es muy elevada, muchos tienen que subir hasta ti; tu barca no debe permanecer ya mucho tiempo en seco.
Y el hecho de que nosotros, hombres desesperados, hayamos venido ahora a tu caverna y ya no desesperemos: una premoni­ción y un presagio es tan sólo de que otros mejores están en ca­mino hacia ti, -
- pues también él está en camino hacia ti, el último resto de Dios entre los hombres, es decir: todos los hombres del gran anhelo, de la gran náusea, del gran hastío,
- todos los que no quieren vivir a no ser que aprendan de nuevo a tener esperanzas - ¡a no ser que aprendan de ti, oh Za­ratustra, la gran esperanza!»
Así habló el rey de la derecha, y agarró la mano de Zaratus­tra para besarla; mas Zaratustra rechazó su homenaje y se echó hacia atrás espantado, silencioso y como huyendo de re­pente a remotas lejanías. Tras un breve intervalo, sin embar­go, volvió a estar junto a sus huéspedes, los miró con ojos cla­ros y escrutadores, y dijo:
«Huéspedes míos, vosotros hombres superiores, quiero hablar con vosotros en alemán y con claridad513. No era a vo­sotros a quien yo aguardaba aquí en estas montañas.»
(«¿En alemán y con claridad? ¡Que Dios tenga piedad!, dijo entonces aparte el rey de la izquierda; ¡se nota que este sabio de Oriente no conoce a los queridos alemanes!
Pero querrá decir, “en alemán y con rudeza” - ¡bien! ¡No es éste hoy el peor de los gustos!»)
«Es posible, en verdad, que todos vosotros seáis hombres superiores, continuó Zaratustra: mas para mí - no sois bas­tante altos ni bastante fuertes.
Para mí, es decir: para lo inexorable que dentro de mí calla, pero que no siempre callará. Y si pertenecéis a mí, no es como mi brazo derecho.
Pues quien tiene piernas enfermas y delicadas, como vo­sotros, ése quiere, lo sepa o se lo oculte, que se sea indulgen­te con él.
Mas con mis brazos y mis piernas yo no soy indulgente, yo no soy indulgente con mis guerreros: ¿cómo podríais vosotros servir para mi guerra?
Con vosotros yo me echaría a perder incluso las victorias. Y muchos de vosotros se desplomarían ya con sólo oír el so­noro retumbar de mis tambores.
Tampoco sois vosotros para mí ni bastante bellos ni bastan­te bien nacidos. Yo necesito espejos puros y lisos para mis doctrinas; sobre vuestra superficie se deforma incluso mi propia efigie.
Vuestros hombros están oprimidos por muchas cargas, por muchos recuerdos; más de un enano perverso está acu­rrucado en vuestros rincones. También dentro de vosotros hay plebe oculta.
Y aunque seáis altos y de especie superior: mucho en voso­tros es torcido y deforme. No hay herrero en el mundo que pueda arreglaros y enderezaros como yo quiero.
Vosotros sois únicamente puentes: ¡que hombres más altos puedan pasar sobre vosotros a la otra orilla! Vosotros repre­sentáis escalones: ¡no os irritéis, pues, contra el que sube por encima de vosotros hacia su propia altura!
Es posible que de vuestra simiente me brote alguna vez un hijo auténtico y un heredero perfecto: pero eso está lejos. Vo­sotros mismos no sois aquellos a quienes pertenecen mi he­rencia y mi nombre.
No es a vosotros a quienes aguardo yo aquí en estas monta­ñas, no es con vosotros con quienes me es lícito descender por última vez. Habéis venido aquí tan sólo como presagio de que hombres más altos se encuentran ya en camino hacia mí, -
- no los hombres del gran anhelo, de la gran náusea, del gran hastío, y lo que habéis llamado el último residuo de Dios.
- ¡No! ¡No! ¡Tres veces no! Es a otros a quienes aguardo yo aquí en estas montañas, y mi pie no se moverá de aquí sin ellos,
- a otros más altos, más fuertes, más victoriosos, más ale­gres, cuadrados514 de cuerpo y de alma: ¡leones rientes tienen que venir!515
Oh, huéspedes míos, vosotros hombres extraños, ¿no ha­béis oído nada aún de mis hijos?516 ¿Y de que se encuentran en camino hacia mí?
Habladme, pues, de mis jardines, de mis islas afortunadas, de mi nueva y bella especie, - ¿por qué no me habláis de esto?
Éste es el regalo de huéspedes que yo reclamo de vuestro amor, el que me habléis de mis hijos. Yo soy rico para esto, yo me he vuelto pobre para esto: qué no he dado,
- qué no daría por tener una sola cosa: ¡esos hijos, ese vi­viente vivero, esos árboles de la vida de mi voluntad y de mi suprema esperanza!»

Así habló Zaratustra, y de repente se interrumpió en su dis­curso: pues lo acometió su anhelo, y cerró los ojos y la boca a causa del movimiento de su corazón517. Y también todos sus huéspedes callaron y permanecieron silenciosos y consterna­dos: excepto el viejo adivino, que comenzó a hacer signos con manos y gestos.


La Cena

En este punto, en efecto, el adivino interrumpió el saludo entre Zaratustra y sus huéspedes: se adelantó como alguien que no tiene tiempo que perder, cogió la mano de Zaratustra y exclamó: «¡Pero Zaratustra!
Una cosa es más necesaria que la otra, así dices tú mis­mo519: bien, una cosa es ahora para mí más necesaria que to­das las otras.
Una palabra a tiempo: ¿no me has invitado a comer? Y aquí hay muchos que han recorrido largos caminos. ¿No querrás alimentarnos con discursos?
También os habéis referido todos vosotros, demasiado a mi parecer, al congelarse, ahogarse, asfixiarse y otras calami­dades del cuerpo: pero nadie se ha acordado de mi calamidad, a saber: la de estar hambriento - »
(Así habló el adivino; y cuando los animales de Zaratustra oyeron tales palabras se fueron de allí corriendo, asustados. Pues veían que ni siquiera lo que ellos habían traído durante el día sería suficiente para llenar el estómago de aquel solo adivino.)
«Incluyendo también el estar sediento, prosiguió el adivino. Y aunque oigo ya al agua chapotear aquí, semejante a discur­sos de la sabiduría, es decir, abundante e incansable: yo - ¡quiero vino!
No todos son, como Zaratustra, bebedores natos de agua. Además, el agua no les conviene a los cansados y mustios: a nosotros nos corresponde el vino, - ¡sólo él proporciona cura­ción instantánea y salud repentina!»
En este punto, cuando el adivino pedía vino, ocurrió que también el rey de la izquierda, el taciturno, tomó a su vez la palabra. «Del vino, dijo, nos hemos preocupado nosotros, yo y mi hermano el rey de la derecha: tenemos vino suficiente, - todo un asno cargado. Así, pues, no falta más que pan»520.
«¿Pan?, replicó Zaratustra y se rió. Justamente pan es lo que no tienen los eremitas. Pero el hombre no vive sólo de pan, sino también de la carne de buenos corderos521, y yo ten­go dos522:
- a éstos debemos descuartizarlos523 enseguida y preparar­los con especias, con salvia: así es como a mí me gustan. Y tampoco faltan raíces y frutos, suficientemente buenos inclu­so para golosos y degustadores; ni nueces y otros enigmas para cascar.
Vamos, pues, a preparar rápidamente un buen festín. Quien quiera comer tiene que intervenir asimismo en la pre­paración, incluso los reyes. En casa de Zaratustra, en efecto, le es lícito ser cocinero incluso a un rey.»
Esta propuesta encontró la aprobación de todos: sólo el mendigo voluntario se oponía a la carne y al vino y a las espe­cias.
«¡Pero oíd a este comilón de Zaratustra!, decía bromeando: ¿acude la gente a las cavernas y a las altas montañas para ha­cer tales comidas?
Ahora entiendo, ciertamente, lo que él nos enseñó en otro tiempo: ¡Alabada sea la pequeña pobreza!524. Y por qué quie­re suprimir a los mendigos»525.
«Procura estar de buen humor, le respondió Zaratustra, como lo estoy yo. Permanece fiel a tu costumbre, hombre ex­celente, muele tu grano, bebe tu agua, alaba tu cocina: ¡si ésta es la que te pone alegre!
Yo soy una ley únicamente para los míos, no soy una ley para todos. Mas quien me pertenece tiene que tener huesos fuertes y también pies ligeros, -
- deben gustarle las guerras y las fiestas, no ser un hombre sombrío, ni un soñador, debe estar dispuesto a lo más difícil como a una fiesta suya, hallarse sano y salvo.
Lo mejor pertenece a los míos y a mí; y si no nos lo dan, lo tomamos: - ¡el mejor alimento, el cielo más puro, los pensa­mientos más fuertes, las mujeres más hermosas!» -
Así habló Zaratustra; mas el rey de la derecha replicó: «¡Qué raro! ¿Se han escuchado alguna vez tales cosas inteli­gentes de boca de un sabio?
Y, en verdad, lo más raro en un sabio es que, además, hable con inteligencia y no sea un asno».
Así habló el rey de la derecha, y se extrañó; pero el asno, con malvada voluntad, dijo I-A a su discurso. Éste fue el comien­zo de aquel largo festín que en los libros de historia se llama «la Cena». Durante ella no se habló de otra cosa que del hom­bre superior.


Del hombre superior

1

Cuando por primera vez fui a los hombres cometí la tontería propia de los eremitas, la gran tontería: me instalé en el mer­cado.
Y cuando hablaba a todos no hablaba a nadie526. Y por la noche tuve como compañeros a volatineros y cadáveres; y yo mismo era casi un cadáver.
Mas a la mañana siguiente llegó a mí una nueva verdad: en­tonces aprendí a decir «¡Qué me importan el mercado y la plebe y el ruido de la plebe y las largas orejas de la plebe!»
Vosotros hombres superiores, aprended esto de mí: en el mercado nadie cree en hombres superiores. Y si queréis ha­blar allí, ¡bien! Pero la plebe dirá parpadeando «todos somos iguales».
«Vosotros hombres superiores, - así dice la plebe parpa­deando - no existen hombres superiores, todos somos igua­les, el hombre no es más que hombre, ¡ante Dios - todos so­mos iguales!»
¡Ante Dios! - Mas ahora ese Dios ha muerto. Y ante la ple­be nosotros no queremos ser iguales. ¡Vosotros hombres su­periores, marchaos del mercado!

2

¡Ante Dios! - ¡Mas ahora ese Dios ha muerto! Vosotros hom­bres superiores, ese Dios era vuestro máximo peligro.
Sólo desde que él yace en la tumba habéis vuelto vosotros a resucitar. Sólo ahora llega el gran mediodía527, sólo ahora se convierte el hombre superior - ¡en señor!
¿Habéis entendido esta palabra, oh hermanos míos? Estáis asustados: ¿sienten vértigo vuestros corazones? ¿Veis abrirse aquí para vosotros el abismo? ¿Os ladra aquí el perro infernal?
¡Bien! ¡Adelante! ¡Vosotros hombres superiores! Ahora es cuando gira la montaña del futuro humano. Dios ha muerto: ahora nosotros queremos - que viva el superhom­bre.

3

Los más preocupados preguntan hoy: «¿Cómo se conserva el hombre?» Pero Zaratustra pregunta, siendo el único y el pri­mero en hacerlo: «¿Cómo se supera al hombre?»
El superhombre es lo que yo amo, él es para mí lo primero y lo único, - y no el hombre: no el prójimo, no el más pobre, no el que más sufre, no el mejor -
Oh hermanos míos, lo que yo puedo amar en el hombre es que es un tránsito y un ocaso528. Y también en vosotros hay muchas cosas que me hacen amar y tener esperanzas.
Vosotros habéis despreciado, hombres superiores, esto me hace tener esperanzas. Pues los grandes despreciadores son los grandes veneradores.
En el hecho de que hayáis desesperado hay mucho que honrar. Porque no habéis aprendido cómo resignaros, no ha­béis aprendido las pequeñas corduras.
Hoy, en efecto, las gentes pequeñas se han convertido en los señores: todas ellas predican resignación y modestia y cordu­ra y laboriosidad y miramientos y el largo etcétera de las pe­queñas virtudes.
Lo que es de especie femenina, lo que procede de especie servil y, en especial, la mezcolanza plebeya: eso quiere ahora enseñorearse de todo destino del hombre - ¡oh náusea!, ¡náu­sea!, ¡náusea!
Eso pregunta y pregunta y no se cansa: «¿Cómo se conser­va el hombre, del modo mejor, más prolongado, más agrada­ble?» Con esto - ellos son los señores de hoy.
Superadme a estos señores de hoy, oh hermanos míos, - a estas gentes pequeñas: ¡ellas son el máximo peligro del super­hombre!
¡Superadme, hombres superiores, las pequeñas virtudes, las pequeñas corduras, los miramientos minúsculos, el bu­llicio de hormigas, el mísero bienestar, la «felicidad de los más»-!
Y antes desesperar que resignarse. Y, en verdad, yo os amo porque no sabéis vivir hoy, ¡vosotros hombres superiores! Ya que así es como vosotros vivís - ¡del modo mejor!

4

¿Tenéis valor, oh hermanos míos? ¿Sois gente de corazón? ¿No valor ante testigos, sino el valor del eremita y del águila, del cual no es ya espectador ningún Dios?
A las almas frías, a las acémilas, a los ciegos, a los borra­chos, a ésos yo no los llamo gente de corazón. Corazón tiene el que conoce el miedo, pero domeña el miedo, el que ve el abismo, pero con orgullo.
El que ve el abismo, pero con ojos de águila, el que aferra el abismo con garras de águila: ése tiene valor. - -

5

«El hombre es malvado» - así me dijeron, para consolarme, los más sabios. ¡Ay, si eso fuera hoy verdad! Pues el mal es la mejor fuerza del hombre 529.
«El hombre tiene que mejorar y que empeorar» - esto es lo que yo enseño. Lo peor es necesario para lo mejor del super­hombre.
Para aquel predicador de las pequeñas gentes acaso fuera bueno que él sufriese y padeciese por el pecado del hombre530. Pero yo me alegro del gran pecado como de mi gran consuelo. -
Esto no está dicho, sin embargo, para orejas largas. No toda palabra conviene tampoco a todo hocico. Éstas son cosas delicadas y remotas: ¡hacia ellas no deben alargarse pezuñas de ovejas!

6

Vosotros hombres superiores, ¿creéis acaso que yo estoy aquí para arreglar lo que vosotros habéis estropeado?
¿O que quiero prepararos para lo sucesivo un lecho más cómodo a vosotros los que sufrís? ¿O mostraros senderos nuevos y más fáciles a vosotros los errantes, extraviados, per­didos en vuestras escaladas?
¡No! ¡No! ¡Tres veces no! Deben perecer cada vez más, cada vez mejores de vuestra especie, - pues vosotros debéis tener una vida siempre peor y más dura. Sólo así -
- sólo así crece el hombre hasta aquella altura en que el rayo cae sobre él y lo hace pedazos: ¡suficientemente alto para el rayo!
Hacia lo poco, hacia lo prolongado, hacia lo lejano tienden mi mente y mi anhelo: ¡qué podría importarme vuestra mu­cha, corta, pequeña miseria!
¡Para mí no sufrís aún bastante! Pues sufrís por vosotros, no habéis sufrido aún por el hombre. ¡Mentiríais si dijeseis otra cosa! Ninguno de vosotros sufre por aquello por lo que yo he sufrido. - -

7

No me basta con que el rayo ya no cause daño. Yo no quiero desviarlo: debe aprender - a trabajar para mí. -
Hace ya mucho tiempo que mi sabiduría se acumula como una nube, se vuelve más silenciosa y oscura. Así hace toda sa­biduría que alguna vez debe parir rayos.
Para estos hombres de hoy no quiero yo ser luz ni llamar­me luz. A éstos - quiero cegarlos: ¡rayo de mi sabiduría! ¡Sáca­les los ojos!

8

No queráis nada por encima de vuestra capacidad: hay una fal­sedad perversa en quienes quieren por encima de su capacidad. ¡Especialmente cuando quieren cosas grandes! Pues des­piertan desconfianza contra las cosas grandes, esos refinados falsarios y comediantes: -
- hasta que finalmente son falsos ante sí mismos, gente de ojos bizcos, madera carcomida y blanqueada, cubiertos con un manto de palabras fuertes, de virtudes aparatosas, de obras falsas y relumbrantes.
¡Tened en esto mucha cautela, vosotros hombres superio­res! Pues nada me parece hoy más precioso y raro que la ho­nestidad.
Este hoy, ¿no es de la plebe? Mas la plebe no sabe lo que es grande, lo que es pequeño, lo que es recto y honesto: ella es inocentemente torcida, ella miente siempre.

9

Tened hoy una sana desconfianza, ¡vosotros hombres superio­res, hombres valientes! ¡Hombres de corazón abierto! ¡Y mantened secretas vuestras razones! Pues este hoy es de la plebe.
Lo que la plebe aprendió en otro tiempo a creer sin razones, ¿quién podría - destruírselo mediante razones?
Y en el mercado se convence con gestos. Las razones, en cambio, vuelven desconfiada a la plebe.
Y si alguna vez la verdad venció allí, preguntaos con sana desconfianza: «¿Qué fuerte error ha luchado por ella?»
¡Guardaos también de los doctos! Os odian: ¡pues ellos son estériles! Tienen ojos fríos y secos, ante ellos todo pájaro yace desplumado.
Ellos se jactan de no mentir, mas incapacidad para la men­tira no es ya, ni de lejos, amor a la verdad. ¡Estad en guardia!
¡Falta de fiebre no es ya, ni de lejos, conocimiento! A los es­píritus resfriados yo no les creo. Quien no puede mentir no sabe qué es la verdad.

10

Si queréis subir a lo alto, ¡emplead vuestras propias piernas! ¡No dejéis que os lleven hasta arriba, no os sentéis sobre espal­das y cabezas de otros!
¿Tú has montado a caballo? ¿Y ahora cabalgas velozmente hacia tu meta? ¡Bien, amigo mío! ¡Pero también tu pie tullido va montado sobre el caballo!
Cuando estés en la meta, cuando saltes de tu caballo: preci­samente en tu altura, hombre superior - ¡darás un traspié!

11

¡Vosotros creadores, vosotros hombres superiores! No se está grávido más que del propio hijo.
¡No os dejéis persuadir, adoctrinar! ¿Quién es vuestro pró­jimo? Y aunque obréis «por el prójimo», - ¡no creéis, sin em­bargo, por él!
Olvidadme ese «por», creadores: precisamente vuestra vir­tud quiere que no hagáis ninguna cosa «por» y «a causa de» y «porque». A estas pequeñas palabras falsas debéis cerrar vuestros oídos.
El «por el prójimo» es la virtud tan sólo de las gentes peque­ñas: entre ellas se dice «tal para cual» y «una mano lava la otra»: - ¡no tienen ni derecho ni fuerza de exigir vuestro egoísmo!
¡En vuestro egoísmo, creadores, hay la cautela y la previsión de la embarazada! Lo que nadie ha visto aún con sus ojos, el fru­to: eso es lo que vuestro amor entero protege y cuida y alimenta.
¡Allí donde está todo vuestro amor, en vuestro hijo, allí está también toda vuestra virtud! Vuestra obra, vuestra vo­luntad es vuestro «prójimo»: ¡no os dejéis inducir a admitir falsos valores!

12

¡Vosotros creadores, vosotros hombres superiores! Quien tiene que dar a luz está enfermo; y quien ha dado a luz está impuro.
Preguntad a las mujeres: no se da a luz porque ello divierta. El dolor hace cacarear a las gallinas y a los poetas.
Vosotros creadores, en vosotros hay muchas cosas impuras. Esto se debe a que tuvisteis que ser madres.
Un nuevo hijo: ¡oh, cuánta nueva suciedad ha venido tam­bién con él al mundo! ¡Apartaos! ¡Y quien ha dado a luz debe lavarse el alma hasta limpiarla!

13

¡No seáis virtuosos por encima de vuestras fuerzas! ¡Y no queráis de vosotros nada que vaya contra la verosimilitud!
¡Caminad por las sendas por las que ya caminó la virtud de vuestros padres! ¿Cómo querríais subir alto si no sube con vosotros la voluntad de vuestros padres?
¡Mas quien quiera ser el primero vea de no convertirse también en el último!531 ¡Y allí donde están los vicios de vues­tros padres no debéis querer pasar vosotros por santos!
Si los padres de alguien fueron aficionados a las mujeres y a los vinos fuertes y a la carne de jabalí: ¿qué ocurriría si ese alguien pretendiese de sí la castidad?
¡Una necedad sería eso! Mucho, en verdad, me parece para ése el que se contente con ser marido de una o de dos o de tres mujeres.
Y si fundase conventos y escribiese encima de la puerta: «el camino hacia la santidad», - yo diría: ¡para qué!, ¡eso es una nueva necedad!
Ha fundado para sí mismo un correccional y un asilo: ¡buen provecho! Pero yo no creo en eso.
En la soledad crece lo que uno ha llevado a ella, también el animal interior532. Por ello resulta desaconsejable para mu­chos la soledad.
¿Ha habido hasta ahora en la tierra algo más sucio que los santos del desierto? En torno a ellos no andaba suelto tan sólo el demonio, - sino también el cerdo533

14

Tímidos, avergonzados, torpes, como un tigre al que le ha sa­lido mal el salto: así, hombres superiores, os he visto a menu­do apartaros furtivamente a un lado. Os había salido mal una tirada de dados.
Pero vosotros, jugadores de dados, ¡qué importa eso! ¡No habíais aprendido a jugar y a hacer burlas como se debe! ¿No es­tamos siempre sentados a una gran mesa de burlas y de juegos?
Y aunque se os hayan malogrado grandes cosas, ¿es que por ello vosotros mismos - os habéis malogrado? Y aunque vosotros mismos os hayáis malogrado, ¿se malogró por ello - el hombre? Y si el hombre se malogró: ¡bien!, ¡adelante!

15

Cuanto más elevada es la especie de una cosa, tanto más rara­mente se logra ésta. Vosotros hombres superiores, ¿no sois todos vosotros - malogrados?
¡Tened valor, qué importa! ¡Cuántas cosas son aún posibles! ¡Aprended a reíros de vosotros mismos como hay que reír! ¡Por qué extrañarse, por lo demás, de que os hayáis malo­grado y os hayáis logrado a medias, vosotros semidespedaza­dos! ¿Es que no se agolpa y empuja en vosotros - el futuro del hombre?
Lo más remoto, profundo, estelarmente alto del hombre, su fuerza inmensa: ¿no hierve todo eso, chocando lo uno con lo otro, en vuestro puchero?
¡Por qué extrañarse de que más de un puchero se rompa! ¡Aprended a reíros de vosotros mismos como hay que reír! Vo­sotros hombres superiores, ¡oh, cuántas cosas son aún posibles!
Y, en verdad, ¡cuántas cosas se han logrado ya! ¡Qué abun­dante es esta tierra en pequeñas cosas buenas y perfectas, en cosas bien logradas!
¡Colocad pequeñas cosas buenas y perfectas a vuestro alre­dedor, hombres superiores! Su áurea madurez sana el cora­zón. Lo perfecto enseña a tener esperanzas.

16

¿Cuál ha sido hasta ahora en la tierra el pecado más grande? ¿No lo ha sido la palabra de quien dijo: «¡Ay de aquellos que ríen aquí!»534?
¿Es que él no encontró en la tierra motivos para reír? Lo que ocurrió es que buscó mal. Incluso un niño encuentra aquí motivos.
Él - no amaba bastante: ¡de lo contrario nos habría amado también a nosotros los que reímos! Pero nos odió y nos insul­tó, nos prometió llanto y rechinar de dientes535.
¿Es que hay que maldecir cuando no se ama? Esto - me pa­rece un mal gusto. Pero así es como actuó aquel incondicional. Procedía de la plebe.
Y él mismo no amó bastante: de lo contrario se habría eno­jado menos porque no se lo amase. Todo gran amor no quie­re amor: - quiere más.
¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie ! Es una pobre especie enferma, una especie plebeya: contemplan ma­lignamente esta vida, tienen mal de ojo para esta tierra.
¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie! Tienen pies y corazones pesados: - no saben bailar. ¡Cómo iba a ser ligera la tierra para ellos!536.

17

Por caminos torcidos se aproximan todas las cosas buenas a su meta. Semejantes a los gatos, ellas arquean el lomo, ronro­nean interiormente ante su felicidad cercana, - todas las cosas buenas ríen.
El modo de andar revela si alguien camina ya por su propia senda: ¡por ello, vedme andar a mí! Mas quien se aproxima a su meta, ése baila.
Y, en verdad, yo no me he convertido en una estatua, ni es­toy ahí plantado, rígido, insensible, pétreo, cual una columna: me gusta correr velozmente.
Y aunque en la tierra hay también cieno y densa tribula­ción: quien tiene pies ligeros corre incluso por encima del fango y baila sobre él como sobre hielo pulido.
Levantad vuestros corazones537, hermanos míos, ¡arriba!, ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines y aún mejor: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!

18

Esta corona del que ríe, esta corona de rosas538 : yo mismo me he puesto sobre mi cabeza esta corona, yo mismo he santifica­do mis risas. A ningún otro he encontrado suficientemente fuerte hoy para hacer esto.
Zaratustra el bailarín, Zaratustra el ligero, el que hace señas con las alas, uno dispuesto a volar, haciendo señas a todos los pájaros, preparado y listo, bienaventurado en su ligereza: -
Zaratustra el que dice verdad, Zaratustra el que ríe ver­dad539, no un impaciente, no un incondicional, sí uno que ama los saltos y las piruetas; ¡yo mismo me he puesto esa co­rona sobre mi cabeza!

19

Levantad vuestros corazones, hermanos míos, ¡arriba!, ¡más arriba!, ¡y no me olvidéis tampoco las piernas! Levantad tam­bién vuestras piernas, vosotros buenos bailarines, y aún me­jor: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!
También en la felicidad hay animales pesados, hay coji­trancos de nacimiento. Extrañamente se afanan, como un elefante que se esforzase en sostenerse sobre la cabeza.
Pero es mejor estar loco de felicidad que estarlo de infelici­dad, es mejor bailar torpemente que caminar cojeando. Aprended, pues, de mí mi sabiduría: incluso la peor de las co­sas tiene dos reversos buenos, -
-incluso la peor de las cosas tiene buenas piernas para bai­lar: ¡aprended, pues, de mí, hombres superiores, a teneros so­bre vuestras piernas derechas!
¡Olvidad, pues, el poner cara de atribulados y toda tristeza plebeya! ¡Oh, qué tristes me parecen hoy incluso los payasos de la plebe! Pero este hoy es de la plebe.

20

Haced como el viento cuando se precipita desde sus cavernas de la montaña: quiere bailar al son de su propio silbar, los ma­res tiemblan y dan saltos bajo sus pasos.
El que proporciona alas a los asnos, el que ordeña a las leo­nas, ¡bendito sea ese buen espíritu indómito, que viene cual viento tempestuoso para todo hoy y toda plebe, -
- que es enemigo de las cabezas espinosas y cavilosas, y de todas las mustias hojas y yerbajos: alabado sea ese salvaje, bueno, libre espíritu de tempestad, que baila sobre las ciéna­gas y las tribulaciones como si fueran prados!
El que odia los tísicos perros plebeyos y toda cría sombría y malograda: ¡bendito sea ese espíritu de todos los espíritus li­bres, la tormenta que ríe, que sopla polvo a los ojos de todos los pesimistas, purulentos!
Vosotros hombres superiores, esto es lo peor de vosotros: ninguno habéis aprendido a bailar como hay que bailar - ¡a bailar por encima de vosotros mismos! ¡Qué importa que os hayáis malogrado!
¡Cuántas cosas son posibles aún! ¡Aprended, pues, a reíros de vosotros sin preocuparos de vosotros! Levantad vuestros corazones, vosotros buenos bailarines, ¡arriba!, ¡más arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco el buen reír!
Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: ¡a vosotros, hermanos míos, os arrojo esta corona! Yo he santificado el reír; vosotros hombres superiores, aprendedme - ¡a reír!


La canción de la melancolía

1

Mientras Zaratustra pronunciaba estos discursos se encon­traba cerca de la entrada de su caverna; y al decir las últimas palabras se escabulló de sus huéspedes y huyó por breve espa­cio de tiempo al aire libre.
«¡Oh puros aromas en torno a mí, exclamó, oh bienaventu­rado silencio en torno a mí! Mas ¿dónde están mis animales? ¡Acercaos, acercaos, águila mía y serpiente mía!
Decidme, animales míos: esos hombres superiores, todos ellos - ¿es que acaso no huelen bien? ¡Oh puros aromas en torno a mí! Sólo ahora sé y siento cuánto os amo, animales míos.»
-Y Zaratustra repitió: «¡Yo os amo, animales míos!» El águila y la serpiente se arrimaron a él cuando dijo estas pala­bras, y levantaron hacia él su mirada. De este modo estuvie­ron juntos los tres en silencio, y olfatearon y saborearon jun­tos el aire puro. Pues el aire era allí fuera mejor que junto a los hombres superiores.

2

Mas apenas había abandonado Zaratustra su caverna cuando el viejo mago se levantó, miró sagazmente a su alrededor y dijo: «¡Ha salido!
Y ya, hombres superiores - permitidme cosquillearos con este nombre de alabanza y de lisonja, como él mismo - ya me acomete mi perverso espíritu de engaño y de magia, mi demo­nio melancólico,
- el cual es un adversario540 a fondo de este Zaratustra: ¡perdonadle! Ahora quiere mostrar su magia ante vosotros, justo en este instante tiene su hora; en vano lucho con este es­píritu malvado.
A todos vosotros, cualesquiera sean los honores que os atribuyáis con palabras, ya os llaméis “los espíritus libres” o “los veraces”, o “los penitentes del espíritu”, o “los liberados de las cadenas”, o “los hombres del gran anhelo”, -
- a todos vosotros que sufrís de la gran náusea como yo, a quienes el viejo Dios se les ha muerto sin que todavía ningún nuevo Dios yazga en la cuna entre pañales541, - a todos voso­tros os es propicio mi espíritu y mi demonio-mago.
Yo os conozco a vosotros, hombres superiores, yo lo co­nozco a él, - yo conozco también a ese espíritu maligno, al cual amo a mi pesar, a ese Zaratustra: él mismo me parece, con mucha frecuencia, semejante a la bella máscara de un santo,
- semejante a una nueva y extraña máscara, en la que se complace mi espíritu malvado, el demonio melancólico: - yo amo a Zaratustra, así me parece a menudo, a causa de mi es­píritu malvado. -
Pero ya me acomete y me subyuga este espíritu de la melan­colía, este demonio del crepúsculo vespertino: y, en verdad, hombres superiores, se le antoja -
- ¡abrid los ojos! - se le antoja venir desnudo, si como hombre o como mujer, aún no lo sé: pero llega, me subyuga, ¡ay!, ¡abrid vuestros sentidos!
El día se extingue, para todas las cosas llega ahora el atar­decer, incluso para las cosas mejores; ¡oíd y ved, hombres su­periores, qué demonio es, ya hombre, ya mujer, este espíritu de la melancolía vespertina!»

Así habló el viejo mago, miró sagazmente a su alrededor y luego cogió su arpa.

3542
Cuando el aire va perdiendo luminosidad,
Cuando ya el consuelo del rocío
Cae gota a gota sobre la tierra,
No visible, tampoco oído: -
Pues delicado calzado lleva
El consolador rocío, como todos los suaves consoladores –
Entonces tú te acuerdas, te acuerdas, ardiente corazón,
De cómo en otro tiempo tenías sed,
De cómo, achicharrado y cansado, tenías sed
De lágrimas celestes y gotas de rocío,
Mientras en los amarillos senderos de hierba
Miradas del sol vespertino malignamente
Corrían a tu alrededor a través de negros árboles,
Ardientes y cegadoras miradas del sol, contentas de causar daño.

«¿El pretendiente de la verdad? ¿Tú? - así se burlaban ellas –
No! ¡Sólo un poeta!
Un animal, un animal astuto, rapaz, furtivo,
Que tiene que mentir,
Que, sabiéndolo, queriéndolo, tiene que mentir:
Ávido de presa,
Enmascarado bajo muchos colores,
Para sí mismo máscara,
Para sí mismo presa - ¿
Eso - el pretendiente de la verdad?
¡No! ¡Sólo necio! ¡Sólo poeta!
Sólo alguien que pronuncia discursos abigarrados,
Que abigarradamente grita desde máscaras de necio,
Que anda dando vueltas por engañosos puentes de palabras.
Por multicolores arcos iris,
Entre falsos cielos
Y falsas tierras,
Vagando, flotando, -
¡Sólo necio! ¡Sólo poeta!

¿Eso - el pretendiente de la verdad?
No silencioso, rígido, liso, frío,
Convertido en imagen,
En columna de Dios,
No colocado delante de templos,
Como guardián de un Dios:
¡No! Hostil a tales estatuas de la verdad,
Más familiarizado con las selvas que con los templos,
Lleno de petulancia gatuna,
Saltando por toda ventana,
¡Sus!, a todo azar,
Olfateando todo bosque virgen,
Olfateando anhelante y deseoso
De correr pecadoramente sano, y policromo, y bello,
En selvas vírgenes,
Entre animales rapaces de abigarrado pelaje,
De correr robando, deslizándose, mintiendo,
Con belfos lascivos,
Bienaventuradamente burlón, bienaventuradamente infernal,
Bienaventuradamente sediento de sangre: -
O, semejante al águila que largo tiempo,

Largo tiempo mira fijamente los abismos,
Sus abismos: - -
¡Oh, cómo éstos se enroscan hacia abajo,
Hacia abajo, hacia dentro,
Hacia profundidades cada vez más hondas! –
¡Luego,
De repente, derechamente,
Con extasiado vuelo,
Lanzarse sobre corderos,
Caer de golpe, voraz,
Ávido de corderos
Enojado contra todas las almas de cordero,
Furiosamente enojado contra todo lo que tiene
Miradas de cordero, ojos de cordero, lana rizada,
Aspecto gris, corderil benevolencia de borrego!

Así,
De águila, de pantera
Son los anhelos del poeta,
Son tus anhelos bajo miles de máscaras,
¡Tú necio! ¡Tú poeta!

Tú que en el hombre has visto
Tanto un Dios como un cordero –
Despedazar al Dios que hay en el hombre
Y despedazar al cordero que hay en el hombre,
Y reír al despedazar –

¡Ésa, ésa es tu bienaventuranza!
¡Bienaventuranza de una pantera y de un águila!
¡Bienaventuranza de un poeta y de un necio!» - -

Cuando el aire va perdiendo luminosidad,
Cuando ya la hoz de la luna
Entre rojos purpúreos:
- Hostil al día,
A cada paso secretamente
Segando inclinadas praderas de rosas,
Hasta que éstas caen,
Se hunden pálidas hacia la noche: -

Así caí yo mismo en otro tiempo
Desde la demencia de mis verdades,
Desde mis anhelos del día,
Cansado del día, enfermo de luz,
- Me hundí hacia abajo, hacia la noche, hacia la sombra:
Por una sola verdad
Abrasado y sediento:
- ¿Te acuerdas aún, te acuerdas, ardiente corazón,
De cómo entonces sentías sed? -
Sea yo desterrado
De toda verdad,
¡Sólo necio!
¡Sólo poeta!


De la ciencia

Así cantó el mago; y todos los que se hallaban reunidos cayeron como pájaros, sin darse cuenta, en la red de su astuta y melancólica voluptuosidad. Sólo el concienzudo del espíri­tu no había quedado preso en ella: él le arrebató aprisa el arpa al mago y exclamó: «¡Aire! ¡Dejad entrar aire puro! ¡Haced entrar a Zaratustra! ¡Tú vuelves sofocante y venenosa esta ca­verna, tú, perverso mago viejo!
Con tu seducción llevas, falso, refinado, a deseos y selvas desconocidos. ¡Y ay cuando gentes como tú hablan de la ver­dad y la encarecen!
¡Ay de todos los espíritus libres que no se hallan en guardia contra tales magos! Perdida está su libertad: tú enseñas e in­duces a volver a prisiones, -
- tú viejo demonio melancólico, en tu lamento resuena un atractivo reclamo, ¡te pareces a aquellos que con su alabanza de la castidad invitan secretamente a entregarse a voluptuosi­dades! »
Así habló el concienzudo; y el viejo mago miró a su alrede­dor, disfrutó de su victoria y se tragó, en razón de ella, el disgus­to que el concienzudo le causaba. «¡Cállate!, dijo con voz mo­desta, las buenas canciones quieren tener buenos ecos; después de canciones buenas se debe callar durante largo tiempo.
Así hacen todos éstos, los hombres superiores. Mas sin duda tú has entendido poco de mi canción. Hay en ti poco de espíritu de magia.»
«Me alabas, replicó el escrupuloso, al segregarme de ti, ¡bien! Pero vosotros, ¿qué veo? Todos vosotros seguís ahí sen­tados con ojos lascivos -
Vosotros, almas libres, ¡dónde ha ido a parar vuestra liber­tad! Casi os asemejáis, me parece, a aquellos que han contem­plado durante largo tiempo a muchachas perversas bailar desnudas: ¡también vuestras almas bailan!
En vosotros, hombres superiores, tiene que haber más que en mí de eso que el mago llama su malvado espíritu de magia y de engaño: - sin duda tenemos que ser distintos.
Y, en verdad, juntos hemos hablado y pensado bastante, antes de que Zaratustra volviese a su caverna, como para que yo no supiese: nosotros somos distintos.
Buscamos también cosas distintas aquí arriba, vosotros y yo. Yo busco, en efecto, más seguridad, por ello he venido a Zaratustra. Él es aún, en efecto, la torre y la voluntad más firme -
- hoy, cuando todo vacila, cuando la tierra entera tiembla. Pero vosotros, cuando miro los ojos que ponéis, casi me pare­ce que lo que buscáis es más inseguridad,
- más horrores, más peligro, más terremotos. Vosotros apetecéis, casi me lo parece, perdonad mi presunción, voso­tros hombres superiores -
- vosotros apetecéis la peor y más peligrosa de las vidas, la cual es la que más temo yo, la vida de animales salvajes, vosotros apetecéis bosques, cavernas, montañas abruptas y abismos laberínticos.
Y no los guías que sacan del peligro son los que más os agradan, sino los que sacan fuera de todos los caminos, los seductores. Pero si tales apetencias son reales en vosotros, tam­bién me parecen, a pesar de ello, imposibles.
El miedo, en efecto, - ése es el sentimiento básico y heredi­tario del hombre; por el miedo se explican todas las cosas, el pecado original y la virtud original. Del miedo brotó también mi virtud, la cual se llama: ciencia.
El miedo, en efecto, a los animales salvajes - fue lo que du­rante más largo tiempo se inculcó al hombre, y asimismo al animal que el hombre oculta y teme dentro de sí mismo: - Za­ratustra llama a éste “el animal interior”543,
Ese prolongado y viejo miedo, finalmente refinado, espiri­tualizado, intelectualizado: - hoy, me parece, llámase: cien­cia.» -
Así habló el concienzudo; mas Zaratustra, que justo en ese momento volvía a su caverna y había oído y adivinado las últi­mas palabras, arrojó al concienzudo un puñado de rosas y se rió de sus «verdades». «¡Cómo!, exclamó, ¿qué acabo de oír? En verdad, me parece que tú eres un necio o que lo soy yo mismo: y tu verdad voy a ponerla inmediatamente cabeza abajo.
El miedo, en efecto, - es nuestra excepción. Pero el valor y la aventura y el gusto por lo incierto, por lo no osado, - el va­lor me parece ser la entera prehistoria del hombre.
A los animales más salvajes y valerosos el hombre les ha envidiado y arrebatado todas sus virtudes: sólo así se convir­tió - en hombre.
Ese valor, finalmente refinado, espiritualizado, intelectuali­zado, ese valor humano con alas de águila y astucia de ser­piente: ése, me parece, llámase hoy - »
«¡Zaratustra!», gritaron como con una sola boca todos los que se hallaban sentados juntos, y lanzaron una gran carcaja­da; y de ellos se levantó como una pesada nube. También el mago rió y dijo con tono astuto: «¡Bien! ¡Se ha ido, mi espíri­tu malvado!
¿Y no os puse yo mismo en guardia contra él al decir que es un embustero, un espíritu de mentira y de engaño?
Especialmente, en efecto, cuando se muestra desnudo. ¡Mas qué puedo yo contra sus perfidias! ¿He creado yo a él y al mun­do?
¡Bien! ¡Seamos otra vez buenos y tengamos buen humor! Y aunque Zaratustra mire con malos ojos - ¡vedlo!, está enoja­do conmigo -
-antes de que la noche llegue aprenderá de nuevo a amar­me y a alabarme, pues no puede vivir mucho tiempo sin co­meter tales tonterías.
Él - ama a sus enemigos544: de ese arte entiende mejor que ninguno de los que yo he visto. Pero de ello se venga - ¡en sus amigos!»
Así habló el viejo mago, y los hombres superiores le aplau­dieron: de modo que Zaratustra dio una vuelta y fue estre­chando, con maldad y amor, la mano a sus amigos, - como uno que tiene que reparar algo y excusarse con todos. Y cuan­do, haciendo esto, llegó a la puerta de su caverna, he aquí que tuvo deseos de salir de nuevo al aire puro de fuera y a sus ani­males, - y se escabulló fuera.

543 Véase antes, Del hombre superior, 13, y la nota 532.
544 Véase el Evangelio de Mateo, 5, 44: «Amad a vuestros enemigos.»

Entre hijas del desierto

1

«¡No te vayas!, dijo entonces el caminante que se llamaba a sí mismo la sombra de Zaratustra, quédate con nosotros545, de lo contrario podría volver a acometernos la vieja y sorda tribu­lación.
Ya el viejo mago nos ha prodigado sus peores cosas, y mira, el buen papa piadoso tiene lágrimas en los ojos y ha vuelto a embarcarse totalmente en el mar de la melancolía.
Estos reyes, sin duda, siguen poniendo ante nosotros bue­na cara: ¡esto es lo que ellos, en efecto, mejor han aprendido hoy de todos nosotros! Mas si no tuvieran testigos, apuesto a que también en ellos recomenzaría el juego malvado -
- ¡el juego malvado de las nubes errantes, de la húmeda melancolía, de los cielos cubiertos, de los soles robados, de los rugientes vientos de otoño!
- el juego malvado de nuestro rugir y gritar pidiendo soco­rro: ¡quédate con nosotros, oh Zaratustra! ¡Aquí hay mucha miseria oculta que quiere hablar, mucho atardecer, mucha nube, mucho aire enrarecido!
Tú nos has alimentado con fuertes alimentos para hom­bres546 y con sentencias vigorosas: ¡no permitas que, para pos­tre, nos acometan de nuevo los espíritus blandos y femeninos!
¡Tú eres el único que vuelves fuerte y claro el aire a tu alre­dedor! ¿He encontrado yo nunca en la tierra un aire tan puro como junto a ti, en tu caverna?
Muchos países he visto, mi nariz ha aprendido a examinar y enjuiciar aires de muchas clases: ¡mas en tu casa es donde mis narices saborean su máximo placer!
A no ser que, - a no ser que -, ¡oh, perdóname un viejo re­cuerdo! Perdóname una vieja canción de sobremesa que compuse una vez hallándome entre hijas del desierto: -
- junto a las cuales, en efecto, había un aire igualmente puro, luminoso, oriental; ¡allí fue donde más alejado estuve yo de la nubosa, húmeda, melancólica Europa vieja!
Entonces amaba yo a tales muchachas de Oriente y otros azules reinos celestiales, sobre los que no penden nubes ni pensamientos.
No podréis creer de qué modo tan gracioso se estaban sen­tadas, cuando no bailaban, profundas, pero sin pensamientos, como pequeños misterios, como enigmas engalanados con cintas, como nueces de sobremesa -
multicolores y extrañas, ¡en verdad!, pero sin nubes: enig­mas que se dejan adivinar: por amor a tales muchachas com­puse yo entonces un salmo de sobremesa.»
Así habló el viajero y sombra; y antes de que alguien le res­pondiese había tomado ya el arpa del viejo mago - y cruzado las piernas; entonces miró, tranquilo y sabio, a su alrededor: - y con las narices aspiró lenta e inquisitivamente el aire, como al­guien que en países nuevos gusta un aire nuevo y extraño. Lue­go comenzó a cantar con una especie de rugidos547.

2

El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desier­tos!
- ¡Ah! ¡Qué solemne!
¡Qué efectivamente solemne!
¡Qué digno comienzo!
¡Qué áfricamente solemne!
Digno de un león
O de un moral mono aullador –
- Pero nada para vosotras,
Encantadoras amigas,
A cuyos pies por vez primera
A mí, a un europeo,
Entre palmeras
Se le concede sentarse. Sela548.

¡Maravilloso, en verdad!
Ahora estoy aquí sentado,
Cerca del desierto y ya
Tan lejos otra vez de él,
Y tampoco en absoluto convertido en desierto todavía:
Sino engullido
Por este pequeñísimo oasis -:
- Hace un instante abrió con un bostezo
Su amable hocico,
El más perfumado de todos los hociquitos:
¡Yyo caí dentro de él,
Hacia abajo, a través - entre vosotras,
Encantadoras amigas! Sela.

¡Gloria, gloria a aquella ballena si a su huésped
Tan bien trató! - ¿entendéis
Mi docta alusión? 549
Gloria a su vientre
Si fue así
Un vientre-oasis tan agradable
Como éste: cosa que, sin embargo, dudo,
- Pues yo vengo de Europa,
La cual es más incrédula que todas
Las esposas algo viejas.
¡Quiera Dios mejorarla!
¡Amén!

Ahora estoy aquí sentado,
En este pequeñísimo oasis,
Semejante a un dátil,
Moreno, lleno de dulzura, chorreando oro, ávido
De una redonda boca de muchacha,
Y, aún más, de helados
Níveos cortantes incisivos dientes
De muchacha: por los que languidece
El corazón de todos los ardientes dátiles. Sela.

Semejante, demasiado semejante
A dichos frutos meridionales,
Estoy aquí tendido, mientras pequeños
Insectos alados
Me rodean danzando y jugando,
Y asimismo deseos y ocurrencias
Aún más pequeños,
Más locos, más malignos, -
Rodeado por vosotras,
Mudas, llenas de presentimientos
Muchachas-gatos,
Dudú y Suleica550,
-Circumesfingeado551, para en una palabra
Amontonar muchos sentimientos:
(¡Dios me perdone
Este pecado de lengua!)
- Aquí estoy yo sentado, olfateando el mejor aire de todos,
Aire de paraíso en verdad,
Ligero aire luminoso, estriado de oro,
Todo el aire puro que alguna vez
Cayó de la luna -
¿Se debió esto al azar
U ocurrió por petulancia?
Como cuentan los viejos poetas.
Pero yo, escéptico, en duda
Lo pongo, pues vengo
De Europa,
La cual es más incrédula que todas
Las esposas algo viejas.
¡Quiera Dios mejorarla!
¡Amén!

Sorbiendo este aire bellísimo,
Hinchadas las narices como cálices,
Sin futuro, sin recuerdos,
Así estoy aquí sentado,
Encantadoras amigas,
Y contemplo cómo la palmera,
Igual que una bailarina,
Se arquea y pliega y las caderas mece,
- ¡Uno la imita si la contempla largo tiempo!
¿Igual que una bailarina, que, a mi parecer,
Durante largo tiempo ya, durante peligrosamente largo tiempo,
Siempre, siempre se sostuvo únicamente sobre una sola pierna?
- ¿Y que por ello olvidó, a mi parecer,
La otra pierna?
En vano, al menos, he buscado la alhaja gemela
Echada de menos
- Es decir, la otra pierna –
En la santa cercanía
De su encantadora, graciosa
Faldita de encajes, ondulante como un abanico.,
Sí, hermosas amigas,
Si del todo queréis creerme:
¡La ha perdido!
¡Ha desaparecido!

¡Desaparecido para siempre!
¡La otra pierna!
¡Oh, lástima de esa otra amable pierna!
¿Dónde - estará y se lamentará abandonada?
¿La pierna solitaria?
¿Llena de miedo acaso a un
Feroz monstruo-león amarillo
De rubios rizos? O incluso ya
Roída, devorada -
Lamentable, ¡ay', ¡ay! ¡Devorada! Sela.

¡Oh, no lloréis
Tiernos corazones!
¡No lloréis,
Corazones de dátil! ¡Senos de leche!
¡Corazones-saquitos
De regaliz!
¡No llores más,
Pálida Dudú!
¡Sé hombre532, Suleica! ¡Ánimo! ¡Ánimo!
-¿O acaso vendría bien
Un tónico,
Un tónico para el corazón?
¿Una sentencia ungida?
¿Una exhortación solemne? –

¡Ah! ¡Levántate, dignidad!
¡Dignidad de la virtud! ¡Dignidad del europeo!
¡Sopla, vuelve a soplar,
Fuelle de la virtud!
¡Ah!
¡Rugir una vez más aún,
Rugir moralmente!
¡Como león moral
Rugir ante las hijas del desierto!
- ¡Pues el aullido de la virtud,
Encantadoras muchachas,
Es, más que ninguna otra cosa,
El ardiente deseo, el hambre voraz del europeo!
De nuevo estoy en pie,
Como europeo,
¡No puede hacer otra cosa, Dios me ayude553
¡Amén!

El desierto crece: ¡ay de aquel que dentro de sí cobija desier­tos!


El despertar

1

Tras la canción del viajero y sombra la caverna se llenó de repen­te de ruidos y risas; y como los huéspedes reunidos hablaban to­dos a la vez, y tampoco el asno, animado por ello, continuó ca­llado, se apoderó de Zaratustra una pequeña aversión y una pe­queña burla contra sus visitantes: aunque al mismo tiempo se alegrase de su regocijo. Pues le parecía un signo de curación. Así, se escabulló afuera, al aire libre, y habló a sus animales.
«¿Dónde ha ido ahora su aflicción?, dijo, y ya se había reco­brado de su pequeño hastío, - ¡junto a mí han olvidado, según me parece, el gritar pidiendo socorro!
- si bien, por desgracia, todavía no el gritar.» Y Zaratustra se tapó los oídos, pues en aquel momento el I-A del asno se mezclaba extrañamente con los ruidos jubilosos de aquellos hombres superiores.
«Están alegres, comenzó de nuevo a hablar, y, ¿quién sabe?, tal vez lo estén a costa de quien los hospeda; y si han aprendido de mí a reír, no es, sin embargo, mi risa la que han aprendido554.
¡Mas qué importa ello! Son gente vieja: se curan a su mane­ra, ríen a su manera; mis oídos han soportado ya cosas peores y no se enojaron.
Este día es una victoria: ¡ya cede, ya huye el espíritu de la pe­sadez, mi viejo archienemigo! ¡Qué bien quiere acabar este día que de modo tan malo y difícil comenzó!
Y quiere acabar. Ya llega el atardecer: ¡sobre el mar cabalga él, el buen jinete! ¡Cómo se mece, el bienaventurado, el que torna a casa, sobre la purpúrea silla de su caballo!
El cielo mira luminoso, el mundo yace profundo: ¡oh, todos vosotros, gente extraña que habéis venido a mí, merece la pena ciertamente vivir a mi lado!»

Así habló Zaratustra. Y de nuevo llegaron desde la caverna los gritos y risas555 de los hombres superiores: entonces él comen­zó de nuevo.
«Pican, mi cebo actúa, también de ellos se aleja su enemi­go, el espíritu de la pesadez. Ya aprenden a reírse de sí mismos: ¿oigo bien?
Mi alimento para hombres556 causa efecto, mi sentencia sa­brosa y fuerte: y, en verdad, ¡no los he alimentado con legum­bres flatulentas! Sino con alimento para guerreros, con ali­mento para conquistadores: nuevos apetitos he despertado.
Nuevas esperanzas hay en sus brazos y en sus piernas, su corazón se estira. Encuentran nuevas palabras, pronto su es­píritu respirará petulancia.
Tal alimento no es desde luego para niños, ni tampoco para viejecillas y jovencillas anhelantes. A éstas se les convencen las entrañas de otra manera; no soy yo su médico y maestro.
La náusea se retira de esos hombres superiores: ¡bien!, ésta es mi victoria. En mi reino se vuelven seguros, toda estúpida vergüenza huye, ellos se desahogan.
Desahogan su corazón, retornan a ellos las horas buenas, de nuevo se huelgan y rumian, - se vuelven agradecidos.
Esto lo considero como el mejor de los signos: el que se vuelvan agradecidos. Dentro de poco inventarán fiestas y le­vantarán monumentos en recuerdo de sus viejas alegrías.
¡Son convalecientes!» Así habló Zaratustra alegremente a su corazón, y miraba a lo lejos; mas sus animales se arrimaron a él y honraron su felicidad y su silencios557.

2

Mas de repente el oído de Zaratustra se asustó 558: en efecto, la caverna, que hasta entonces estuvo llena de ruidos y de risas, quedó súbitamente envuelta en un silencio de muerte; - y su nariz olió un humo perfumado y un efluvio de incienso, como de piñas al arder.
«¿Qué ocurre? ¿Qué hacen?», se preguntó, y deslizóse a es­condidas hasta la entrada para poder observar, sin ser visto, a sus huéspedes. Pero, ¡maravilla sobre maravilla!, ¡qué cosas tuvo que ver entonces con sus propios ojos!
«¡Todos ellos se han vuelto otra vez piadosos, rezan, están locos!» - dijo, en el colmo del asombro. Y, ¡en verdad!, todos aquellos hombres superiores, los dos reyes, el papa jubilado, el mago perverso, el mendigo voluntario, el caminante y som­bra, el viejo adivino, el concienzudo del espíritu y el más feo de los hombres: todos ellos estaban arrodillados, como niños y como viejecillas crédulas, y adoraban al asno. Y justo en aquel momento el más feo de los hombres comenzaba a gor­gotear y a resoplar, como si de él quisiera salir algo inexpresa­ble; y cuando realmente consiguió hablar, he aquí que se trataba de una piadosa y extraña letanía en loor del asno ado­rado e incensado. Y esta letanía sonaba así:

¡Amén! ¡Y alabanza y honor y sabiduría y gratitud y gloria y fortaleza a nuestro Dios ponlos siglos de los siglos!559
- Y el asno rebuznó I-A560
Él lleva nuestra carga, él tomó figura de siervo, él es pa­ciente de corazón y no dice nunca no; y quien ama a su Dios, lo castiga561.
- Y el asno rebuznó I-A.
Él no habla: excepto para decir siempre sí al mundo que él creó: así alaba a su mundo 562. Su astucia es la que no habla: de este modo rara vez se equivoca.
- Y el asno rebuznó I-A.
Camina por el mundo sin ser notado. Gris es el color de su cuerpo563, en ese color oculta su virtud. Si tiene espíritu, lo es­conde; pero todos creen en sus largas orejas.
- Y el asno rebuznó I-A.
¡Qué oculta sabiduría es ésta, tener orejas largas y decir únicamente sí y nunca no! ¿No ha creado el mundo a su ima­gen 564, es decir, lo más estúpido posible?
- Y el asno rebuznó I-A.
Tú recorres caminos derechos y torcidos; te preocupas poco de lo que nos parece derecho o torcido a nosotros los hombres. Más allá del bien y del mal está tu reino. Tu inocen­cia está en no saber lo que es inocencia.
- Y el asno rebuznó I-A.
Mira cómo tú no rechazas a nadie de tu lado, ni a los men­digos ni a los reyes. Los niños pequeños los dejas venir a ti565 y cuando los muchachos malvados te seducen566, dices tú con toda sencillez I-A.
- Y el asno rebuznó I-A.
Tú amas las asnas y los higos frescos, no eres un remilgado. Un cardo te cosquillea el corazón cuando sientes hambre. En esto está la sabiduría de un Dios.
-Y el asno rebuznó I-A.


La fiesta del asno

1

En este punto de la letanía no pudo Zaratustra seguir domi­nándose, gritó también él I-A, más fuerte que el propio asno, y se lanzó de un salto en medio de sus enloquecidos huéspe­des. «¿Qué es lo que estáis haciendo, hijos de hombres?, excla­mó mientras arrancaba del suelo a los que rezaban. Ay, si os contemplase alguien distinto de Zaratustra:
¡Todo el mundo juzgaría que vosotros, con vuestra nueva fe, sois los peores blasfemos o las más tontas de todas las vie­jecillas!
Y tú mismo, tú viejo papa, ¿cómo cuadra contigo el que adores de tal modo aquí a un asno como si fuese Dios?» - «Oh Zaratustra, respondió el papa, perdóname, pero en asuntos de Dios yo soy más ilustrado que 569. Y ello es justo. ¡Es preferible adorar a Dios bajo esta forma que bajo ningu­na! Medita sobre esta sentencia, noble amigo: enseguida adi­vinarás que en tal sentencia se esconde sabiduría.
Aquel que dijo “Dios es espíritu” - fue el que dio hasta ahora en la tierra el paso y el salto más grandes hacia la incredulidad: ¡no es fácil reparar el mal que esa frase ha hecho en la tierra!
Mi viejo corazón salta y retoza al ver que en la tierra hay to­davía algo que adorar. ¡Perdónale esto, oh Zaratustra, a un viejo y piadoso corazón de papa!» -
- «Y tú, dijo Zaratustra al caminante y sombra. ¿Tú te de­nominas y te crees un espíritu libre? ¿Y te entregas aquí a tales actos de idolatría y comedias de curas?
¡Peor, en verdad, te comportas tú aquí que con tus perver­sas muchachas morenas, tú perverso creyente nuevo!»
«Bastante mal, respondió el caminante y sombra, tienes ra­zón: ¡mas qué puedo hacer! El viejo Dios vive de nuevo, oh Zaratustra, digas lo que digas.
El más feo de los hombres es culpable de todo: él es quien ha vuelto a resucitarlo. Y aunque dice que en otro tiempo lo mató: la muerte no es nunca, entre los dioses, más que un pre­juicio».
«Y tú, dijo Zaratustra, tú perverso mago viejo, ¡qué has he­cho! ¿Quién va a creer en ti en lo sucesivo, en esta época libre, si tú crees en tales asnadas divinas?
Ha sido una estupidez lo que has hecho: ¡cómo has podido cometer, tú inteligente, tal estupidez!»
«Oh, Zaratustra, respondió el mago inteligente, tienes razón, ha sido una estupidez, - y me ha costado bastante cara.»
- «Y tú sobre todo, dijo Zaratustra al concienzudo del espí­ritu; ¡reflexiona un poco y ponte el dedo en la nariz!572 ¿No hay aquí nada que repugne a tu conciencia? ¿No es tu espíritu de­masiado puro para estas oraciones y para el tufo de estos her­manos de oración?»
«Algo hay en ello, respondió el concienzudo del espíritu y se puso el dedo en la nariz, algo hay en este espectáculo que incluso hace bien a mi conciencia.
Tal vez a mí no me sea lícito creer en Dios: pero lo cierto es que en esta figura es en la que Dios me parece máximamente creíble.
Dios debe ser eterno, según el testimonio de los más piado­sos573: quien tanto tiempo tiene se toma tiempo. Del modo más lento y estúpido posible: de ese modo alguien así puede llegar muy lejos.
Y quien tiene demasiado espíritu querría sin duda estar loco por la estupidez y la necedad mismas. ¡Reflexiona sobre ti mismo, oh Zaratustra!
Tú mismo - ¡en verdad!, también tú podrías sin duda con­vertirte en asno a fuerza de riqueza y sabiduría.
¿No le gusta a un sabio perfecto caminar por los caminos más torcidos? La evidencia lo enseña, oh Zaratustra, - ¡tu evi­dencias! »
- «Y también tú, por fin, dijo Zaratustra y se volvió hacia el más feo de los hombres, el cual continuaba tendido en el sue­lo, elevando el brazo hacia el asno (le daba, en efecto, vino de beber). Di, inexpresable, ¡qué has hecho!
Me pareces transformado, tus ojos arden, el manto de lo su­blime rodea tu fealdad: ¿qué has hecho?
¿Es verdad lo que éstos dicen, que tú has vuelto a resuci­tarlo? ¿Y para qué? ¿No estaba muerto y liquidado con ra­zón?
Tú mismo me pareces resucitado: ¿qué has hecho?, ¿por qué te has dado la vuelta? ¿Por qué te has convertido? ¡Habla tú, el inexpresable!»
«Oh Zaratustra, respondió el más feo de los hombres, ¡eres un bribón!
Si él vive aún, o si vive de nuevo, o si está muerto del todo, - ¿quién de nosotros dos lo sabe mejor? Te lo pregun­to.
Pero yo sé una cosa, - de ti mismo la aprendí en otro tiempo, oh Zaratustra: quien más a fondo quiere matar, ríe.
No con la cólera, sino con la risa se mata”- así dijiste tú en otro tiempo, Oh Zaratustra, tú el oculto, tú el aniquilador sin cólera, tú santo peligroso, - ¡eres un bribón!»

2

Y entonces sucedió que Zaratustra, asombrado de tales res­puestas de bribones, dio un salto atrás hacia la puerta de su caverna, y, vuelto hacia todos sus huéspedes, gritó con fuerte voz:
«¡Oh vosotros todos, vosotros pícaros, payasos! ¡Por qué os desfiguráis y os escondéis delante de mí!
¡Cómo se os agitaba, sin embargo, el corazón a cada uno de vosotros de placer y de maldad por haberos vuelto por fin otra vez como niños pequeños, es decir, piadosos, -
- por obrar por fin otra vez como niños, es decir, por rezar, juntar las manos y decir “Dios mío”!
Mas ahora abandonad este cuarto de niños, mi propia ca­verna, en la que hoy están como en su casa todas las niñerías. ¡Refrescad ahí fuera vuestra ardiente petulancia de niños y el ruido de vuestros corazones!
Ciertamente: mientras no os hagáis como niños pequeños no entraréis en aquel reino de los cielos576. (Y Zaratustra seña­ló con las manos hacia arriba.)
Mas nosotros no queremos entrar en modo alguno en el reino de los cielos: nos hemos hecho hombres, - y por eso que­remos el reino de la tierra.»

3

Y de nuevo comenzó Zaratustra a hablar. «¡Oh, mis nuevos amigos, dijo, - vosotros gente extraña, hombres superiores, cómo me gustáis ahora, -
- desde que os habéis vuelto alegres otra vez! Todos voso­tros, en verdad, habéis florecido: paréceme que flores tales como vosotros tienen necesidad de nuevas fiestas,
- de un pequeño y valiente disparate, de algún culto divino y alguna fiesta del asno, de algún viejo y alegre necio-Zaratus­tra, de un vendaval que os despeje las almas con su soplo.
¡No olvidéis esta noche y esta fiesta del asno, hombres su­periores! Esto lo habéis inventado vosotros en mi casa, y yo lo tomo como un buen presagio, - ¡tales cosas sólo las inventan los convalecientes!
Y cuando volváis a celebrarla, esta fiesta del asno, ¡hacedlo por amor a vosotros, hacedlo también por amor a mí! ¡Y en memoria mía!»



La canción del noctámbulo

1

Entretanto todos, uno detrás de otro, habían ido saliendo fue­ra, al aire libre y a la fresca y pensativa noche; Zaratustra mis­mo llevó de la mano al más feo de los hombres para mostrarle su mundo nocturno y la gran luna redonda y las plateadas cas­cadas que había junto a su caverna. Al fin se detuvieron unos junto a otros, todos ellos gente vieja, mas con un corazón va­liente y consolado, y admirados en su interior de sentirse tan bien en la tierra; y la quietud de la noche se adentraba cada vez más en su corazón. Y de nuevo pensó Zaratustra dentro de sí: «¡Oh, cómo me agradan ahora estos hombres superiores!» - pero no lo expresó, pues honraba su felicidad y su silencio.­
Mas entonces ocurrió la cosa más asombrosa de aquel asombroso y largo día: el más feo de los hombres comenzó de nuevo, y por última vez, a gorgotear y a resoplar580, y cuando consiguió hablar, una pregunta saltó, redonda y pura, de su boca, una pregunta buena, profunda, clara, que hizo agitarse dentro del cuerpo el corazón de todos los que le escuchaban.
«Amigos míos todos, dijo el más feo de los hombres, ¿qué os parece? Gracias a este día - yo estoy por primera vez con­tento de haber vivido mi vida entera.
Y no me basta con atestiguar esto. Merece la pena vivir en la tierra: un solo día, una sola fiesta con Zaratustra me ha en­señado a amar la tierra.
¿Esto era - la vida?” quiero decirle yo a la muerte. `¡Bien! ¡Otra vez!581
Amigos míos, ¿qué os parece? ¿No queréis vosotros decirle a la muerte, como yo: ¿Esto era - la vida? Gracias a Zaratustra, ¡bien! ¡Otra vez!» - -
Así habló el más feo de los hombres; y no faltaba mucho para la medianoche. ¿Y qué creéis que ocurrió entonces? Tan pronto como los hombres superiores oyeron su pregunta co­braron súbitamente consciencia de su transformación y cura­ción, y de quién se la había proporcionado: entonces se preci­pitaron hacia Zaratustra, dándole gracias, rindiéndole venera­ción, acariciándolo, besándole las manos, cada cual a su manera propia: de modo que unos reían, otros lloraban. El viejo adivino bailaba de placer; y aunque, según piensan algu­nos narradores, entonces se hallaba lleno de dulce vino582, ciertamente se hallaba aún más lleno de dulce vida y había ale­jado de sí toda fatiga. Hay incluso quienes cuentan que el asno bailó en aquella ocasión: pues no en vano el más feo de los hombres le había dado antes a beber vino. Esto puede ser así, o también de otra manera; y si en verdad el asno no bailó aquella noche, ocurrieron entonces, sin embargo, prodigios mayores y más extraños que el baile de un asno. En resumen, como dice el proverbio de Zaratustra: «¡qué importa ello!»

2

Mas Zaratustra, mientras esto ocurría con el más feo de los hombres, estaba allí como un borracho: su mirada se apaga­ba, su lengua balbucía, sus pies vacilaban. ¿Y quién adivinaría los pensamientos que entonces cruzaban por el alma de Za­ratustra? Mas fue evidente que su espíritu se apartó de él y huyó hacia adelante y estuvo en remotas lejanías, por así de­cirlo «sobre una elevada cresta, como está escrito, entre dos mares,
- entre lo pasado y lo futuro, caminando como una pesada nube»583. Poco a poco, sin embargo, mientras los hombres supe­riores lo sostenían con sus brazos, volvió un poco en sí y apartó con las manos la aglomeración de los veneradores y preocupa­dos; mas no habló. De repente volvió con rapidez la cabeza, pues parecía oír algo: entonces se llevó el dedo a la boca y dijo: «¡Ve­nid!»
Y al punto se hizo el silencio y la calma en derredor; de la profundidad, en cambio, subía lentamente el sonido de una campana. Zaratustra se puso a escuchar, lo mismo que los hombres superiores; luego volvió a llevarse el dedo a la boca y volvió a decir: «¡Venid! ¡Venid! ¡Se acerca la medianoche!» - y su voz estaba cambiada. Pero continuaba sin moverse del si­tio: entonces se hizo un silencio más grande y una mayor cal­ma, y todos escucharon, también el asno, y los dos animales heráldicos de Zaratustra, el águila y la serpiente, y asimismo la caverna de Zaratustra y la luna redonda y fría y hasta la propia noche. Zaratustra se llevó por tercera vez el dedo a la boca y dijo:
¡Venid!iVenid!¡Caminemos ya!Es la hora: ¡caminemos en la noche!

3

Vosotros hombres superiores, la medianoche se aproxima: ahora quiero deciros algo al oído, como me lo dice a mí al oído esa vieja campana, -
- de modo tan íntimo, tan terrible, tan cordial como me ha­bla a mí esa campana de medianoche, que ha tenido mayor número de vivencias que un solo hombre:
- que ya contó los latidos de dolor del corazón de vuestros padres - ¡ay!, ¡ay!, ¡cómo suspira!, ¡cómo ríe en sueños!, ¡la vieja, profunda, profunda medianoche!
¡Silencio! ¡Silencio! Ahora se oyen muchas cosas alas que por el día no les es lícito hablar alto; pero ahora, en el aire fresco, cuando también el ruido de vuestros corazones ha callado, -
- ahora hablan, ahora se dejan oír, ahora se deslizan en las almas nocturnas y desveladas: ¡ay!, ¡ay!, ¡cómo suspira!, ¡cómo ríe en sueños!
-¿no oyes cómo de manera íntima, terrible, cordial te habla a ti la vieja, profunda, profunda medianoche!
¡Oh hombre, presta atención!584

4

¡Ay de mí! ¿Dónde se ha ido el tiempo? ¿No se ha hundido en pozos profundos? El mundo duerme -
¡Ay! ¡Ay! El perro aúlla585, la luna brilla. Prefiero morir, mo­rir, a deciros lo que en este momento piensa mi corazón de medianoche.
Ya he muerto. Todo ha terminado. Araña, ¿por qué tejes tu tela a mi alrededor? ¿Quieres sangre? ¡Ay! ¡Ay!, el rocío cae, la hora llega -
- la hora en que tirito y me hielo, la hora que pregunta y pregunta y pregunta: «¿Quién tiene corazón suficiente para esto?
- ¿quién debe ser señor de la tierra? El que quiera decir: ¡así debéis correr vosotras, corrientes grandes y pequeñas!»
- la hora se acerca: oh hombre, tú hombre superior, ¡presta atención!, este discurso es para oídos delicados, para tus oídos - ¿qué dice la profunda medianoche?

5

Algo me arrastra, mi alma baila. ¡Obra del día! ¡Obra del día! ¿Quién debe ser señor de la tierra?
La luna es fría, el viento calla. ¡Ay! ¡Ay! ¿Habéis volado ya bastante alto? Habéis bailado: pero una pierna no es un ala.
Vosotros bailarines buenos, todo placer ha acabado ahora, el vino se ha convertido en heces, todas las copas se han vuel­to blandas, los sepulcros balbucean.
No habéis volado bastante alto: ahora los sepulcros balbu­cean: «¡redimid a los muertos! ¿Por qué dura tanto la noche? ¿No nos vuelve ebrios la luna?» ,
Vosotros hombres superiores, ¡redimid los sepulcros, des­pertad a los cadáveres! Ay, ¿por qué el gusano continúa royen­do? Se acerca, se acerca la hora, -
- retumba la campana, continúa chirriando el corazón, si­gue royendo el gusano de la madera, el gusano del corazón ¡Ay! ¡Ay! ¡El mundo es profundo!

6

¡Dulce lira! ¡Dulce lira! ¡Yo alabo tu sonido, tu ebrio sonido de sapo! - ¡desde cuánto tiempo, desde qué lejos viene hasta mí tu sonido, desde lejos, desde los estanques del amor!
¡Vieja campana, dulce lira! Todo dolor te ha desgarrado el corazón, el dolor del padre, el dolor de los padres, el dolor de los abuelos, tu discurso está ya maduro, -
- maduro como áureo otoño y áurea tarde, como mi cora­zón de eremita - ahora hablas: también el mundo se ha vuel­to maduro, el racimo negrea,
- ahora quiere morir, morir de felicidad. Vosotros hom­bres superiores, ¿no oléis algo? Misteriosamente gotea hacia arriba un aroma,
- un perfume y aroma de eternidad, un rosáceo, oscuro aroma, como de vino áureo, de vieja felicidad,
- de ebria felicidad de morir a medianoche, que canta: ¡el mundo es profundo,y más profundo de lo que el día ha pensa­do!

7

¡Déjame! ¡Déjame! Yo soy demasiado puro para ti. ¡No me to­ques!586 ¿No se ha vuelto perfecto en este instante mi mundo?
Mi piel es demasiado pura para tus manos. ¡Déjame, tú día es­túpido, grosero, torpe! ¿No es más luminosa la medianoche?
Los más puros deben ser señores de la tierra, los más des­conocidos, los más fuertes, las almas de medianoche, que son más luminosas y profundas que todo día.
Oh día, ¿andas a tientas detrás de mí? ¿Extiendes a tientas tu mano hacia mi felicidad? ¿Soy yo para ti rico, solitario, un tesoro escondido, un depósito de oro?
Oh mundo, ¿me quieres a mí? ¿Soy para ti mundano? ¿Soy para ti espiritual? ¿Soy para ti divino? Pero, día y mundo, vo­sotros sois demasiado torpes, -
- tened manos más inteligentes, tendedlas hacia una felici­dad más profunda, hacia una infelicidad más profunda, ten­dedlas hacia algún dios, no hacia mí:
- mi infelicidad, mi felicidad son profundas, oh día extra­ño, pero yo no soy un Dios, un infierno divino: profundo es su dolor.

8

¡El dolor de Dios es más profundo, oh mundo extraño! ¡Tien­de tus manos hacia el dolor de Dios, no hacia mí! ¡Qué soy yo! ¡Una dulce lira ebria, -
una lira de medianoche, una campana-sapo que nadie en­tiende, pero que tiene que hablar delante de sordos, oh hom­bres superiores! ¡Pues vosotros no me comprendéis!
¡Todo acabó! ¡Todo acabó! ¡Oh juventud! ¡Oh mediodía! ¡Oh tarde! Ahora han venido el atardecer y la noche y la me­dianoche, - el perro aúlla, el viento:
- ¿no es el viento un perro? Gimotea, gañe, aúlla. ¡Ay!, ¡ay!, ¡cómo suspira!, ¡cómo ríe, cómo resuella y jadea la mediano­che!
¡Cómo habla sobria en este momento, esa ebria poetisa!, ¿acaso ha ahogado en más vino su embriaguez?, ¿se ha vuelto superdespierta?, ¿rumia?
- su dolor es lo que ella rumia, en sueños, la vieja y profun­da medianoche, y, aún más, su placer. El placer, en efecto, aunque el dolor sea profundo: el placer es aún más profundo que el sufrimiento.

9

¡Tú vid! ¿Por qué me alabas? ¡Yo te corté, sin embargo! Yo soy cruel, tú sangras: - ¿qué quiere esa alabanza tuya de mi cruel­dad ebria?
«Lo que llegó a ser perfecto, todo lo maduro - ¡quiere mo­rir!», así hablas tú. ¡Bendita, bendita sea la podadera del viña­dor!587 Mas todo lo inmaduro quiere vivir: ¡ay!
El dolor dice: «¡Pasa! ¡Fuera tú, dolor!» Mas todo lo que su­fre quiere vivir, para volverse maduro y alegre y anhelante,
- anhelante de cosas más lejanas, más elevadas, más lumi­nosas. «Yo quiero herederos, así dice todo lo que sufre, yo quiero hijos, no me quiero a mí», -
mas el placer no quiere herederos, ni hijos, - el placer se quiere a sí mismo, quiere eternidad, quiere retorno, quiere todo-idéntico-a-sí-mismo-eternamente.
El dolor dice: «¡Rómpete, sangra, corazón! ¡Camina, pier­
na! ¡Ala, vuela! ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Dolor!» ¡Bien! ¡Adelante! Oh viejo corazón mío: el dolor dice: «¡pasa!»

10

Vosotros hombres superiores, ¿qué os parece? ¿Soy yo un adi­vino? ¿Un soñador? ¿Un borracho? ¿Un intérprete de sueños? ¿Una campana de medianoche?
¿Una gota de rocío? ¿Un vapor y perfume de la eternidad? ¿No lo oís? ¿No lo oléis? En este instante se ha vuelto perfecto mi mundo, la medianoche es también mediodía, -
el dolor es también placer, la maldición es también bendi­ción, la noche es también sol, - idos o aprenderéis: un sabio es también un necio.
¿Habéis dicho sí alguna vez a un solo placer? Oh amigos míos, entonces dijisteis sí también a todo dolor. Todas las co­sas están encadenadas, trabadas, enamoradas, -
-¿habéis querido en alguna ocasión dos veces una sola vez, habéis dicho en alguna ocasión «¡tú me agradas, felicidad! ¡Sus! ¡Instante!»588 ¡Entonces quisisteis que todo vuelva!
- todo de nuevo, todo eterno, todo encadenado, trabado, enamorado, oh, entonces amasteis el mundo, -
- vosotros eternos, amadlo eternamente y para siempre: y también al dolor decidle: ¡pasa, pero vuelve! Pues todo placer quiere - ¡eternidad!

11

Todo placer quiere la eternidad de todas las cosas, quiere miel, quiere heces, quiere medianoche ebria, quiere sepul­cros, quiere consuelo de lágrimas sobre los sepulcros, quiere dorada luz de atardecer -
- ¡qué no quiere el placer!, es más sediento, más cordial,
más hambriento, más terrible, más misterioso que todo sufri­miento, se quiere a sí mismo, muerde el cebo de mismo, la voluntad de anillo lucha en él, -
- quiere amor, quiere odio, es sumamente rico, regala, disi­pa, mendiga que uno lo tome, da gracias al que lo toma, qui­siera incluso ser odiado, -
- es tan rico el placer, que tiene sed de dolor, de infierno, de odio, de oprobio, de lo lisiado, de mundo, - pues este mundo, ¡oh, vosotros lo conocéis bien!
Vosotros hombres superiores, de vosotros siente anhelo el placer, el indómito, bienaventurado, - ¡de vuestro dolor, oh fracasados! De lo fracasado siente anhelo todo placer eterno.
Pues todo placer se quiere a sí mismo, ¡por eso quiere también sufrimiento! ¡Oh felicidad, oh dolor! ¡Oh, rómpete, corazón! Vosotros hombres superiores, aprendedlo, el placer quiere eter­nidad,
- el placer quiere eternidad de todas las cosas, ¡quiere pro­funda, profunda eternidad!

12

¿Habéis aprendido mi canción? ¿Habéis adivinado lo que quiere decir? ¡Bien! ¡Adelante! Vosotros hombres superiores, ¡cantadme ahora, pues, mi canto de ronda!
¡Cantadme ahora vosotros la canción cuyo título es Otra vez, cuyo sentido es «¡Por toda la eternidad!», cantadme voso­tros, hombres superiores, el canto de ronda de Zaratustra!

¡Oh hombre! ¡Presta atención!
¿Qué dice la profunda medianoche?
«Yo dormía, dormía, -
De un profundo soñar me he despertado: -
El mundo es profundo,
Y más profundo de lo que el día ha pensado.
Profundo es su dolor. -
El placer - es aún más profundo que el sufrimiento:
El dolor dice: ¡Pasa!
Mas todo placer quiere eternidad -,
-¡Quiere profunda, profunda eternidad!»

.

El signo

A la mañana después de aquella noche Zaratustra se levan­tó de su lecho, se ciñó los riñones589 y salió de su caverna, ardien­te y fuerte como un sol matinal que viene de oscuras montañas.
«Tú gran astro, dijo, como había dicho en otro tiempo590, profundo ojo de felicidad, ¡qué sería de toda tu felicidad si no tuvieras a aquellos a quienes iluminas!
Y si ellos permaneciesen en sus aposentos mientras tú estás ya despierto y vienes y regalas y repartes: ¡cómo se irritaría contra esto tu orgulloso pudor!
¡Bien!, ellos duermen todavía591, esos hombres superiores, mientras que yo estoy despierto: ¡ésos no son mis adecuados compañeros de viaje! No es a ellos a quienes yo aguardo aquí en mis montañas.
A mi obra quiero ir, a mi día: mas ellos no comprenden cuáles son los signos de mi mañana, mis pasos - no son para ellos un toque de diana.
Ellos duermen todavía en mi caverna, sus sueños siguen rumiando mis mediasnoches. El oído que me escuche a mí, - el oído obediente592 falta en sus miembros.»
- Esto había dicho Zaratustra a su corazón mientras el sol se elevaba: entonces se puso a mirar inquisitivamente hacia la altura, pues había oído por encima de sí el agudo grito de su águila. «¡Bien!, exclamó mirando hacia arriba, así me gusta y me conviene. Mis animales están despiertos, pues yo estoy despierto.
Mi águila está despierta y honra, igual que yo, al sol. Con garras de águila aferra la nueva luz. Vosotros sois mis anima­les adecuados; yo os amo.
¡Pero todavía me faltan mis hombres adecuados!» -

Así habló Zaratustra; y entonces ocurrió que de repente se sintió como rodeado por bandadas y revoloteos de innumera­bles pájaros, - el rumor de tantas alas y el tropel en torno a su cabeza eran tan grandes que cerró los ojos. Y, en verdad, so­bre él había caído algo semejante a una nube, semejante a una nube de flechas que descargase sobre un nuevo enemigo. Pero he aquí que se trataba de una nube de amor, y caía sobre un nuevo amigo.
«¿Qué me ocurre?», pensó Zaratustra en su asombrado co­razón, y lentamente dejóse caer sobre la gran piedra que se ha­llaba junto a la salida de su caverna. Mientras movía las manos a su alrededor y encima y debajo de sí, y se defendía de los ca­riñosos pájaros, he aquí que le ocurrió algo aún más raro: su mano se posó, en efecto de manera imprevista sobre una es­pesa y cálida melena y al mismo tiempo resonó delante de él un rugido, - un suave y prolongado rugido de león.
«El signo llega»593, dijo Zaratustra, y su corazón se transfor­mó. Y, en verdad, cuando se hizo claridad delante de él vio que a sus pies yacía un amarillo y poderoso animal, el cual estre­chaba su cabeza entre sus rodillas y no quería apartarse de él a causa de su amor, y actuaba igual que un perro que vuelve a encontrar a su viejo dueño. Mas las palomas no eran menos vehementes en su amor que el león; y cada vez que una paloma se deslizaba sobre la nariz del león éste sacudía la cabeza y se maravillaba y reía de ello.
A todos ellos Zaratustra les dijo tan sólo una única frase: «mis hijos están cerca, mis hijos»594, - entonces enmudeció del todo. Mas su corazón estaba aliviado y de sus ojos goteaban lágrimas y caían en sus manos. Y no prestaba ya atención a ninguna cosa, y estaba allí sentado, inmóvil y sin defenderse ya de los animales. Entonces las palomas se pusieron a volar de un lado para otro y se le posaban sobre los hombros y aca­riciaban su blanco cabello y no se cansaban de manifestar su cariño y su júbilo. El fuerte león, en cambio, lamía siempre las lágrimas que caían sobre las manos de Zaratustra y rugía y gruñía tímidamente. Así se comportaban aquellos anima­les. -
Todo esto duró mucho tiempo, o poco tiempo: pues, ha­blando propiamente, para tales cosas no existe en la tierra tiempo alguno. - Mas entretanto los hombres superiores que estaban dentro de la caverna de Zaratustra se habían desper­tado y estaban disponiéndose para salir en procesión a su en­cuentro y ofrecerle el saludo matinal: habían encontrado, en efecto, cuando se despertaron, que él no se hallaba ya entre ellos. Mas cuando llegaron a la puerta de la caverna, y el rui­do de sus pasos los precedía, el león enderezó las orejas con violencia, se apartó súbitamente de Zaratustra y lanzóse, ru­giendo salvajemente, hacia la caverna; los hombres superio­res, cuando le oyeron rugir, gritaron todos como con una sola boca y retrocedieron huyendo y en un instante desapa­recieron.
Mas Zaratustra, aturdido y distraído, se levantó de su asiento, miró a su alrededor, permaneció de pie sorprendido, interrogó a su corazón, volvió en sí, y estuvo solo. «¿Qué es lo que he oído?, dijo por fin lentamente, ¿qué es lo que me acaba de ocurrir?»
Y ya el recuerdo volvía a él, y comprendió con una sola mi­rada todo lo que había acontecido entre ayer y hoy. «Aquí está, en efecto, la piedra595, dijo y se acarició la barba, en ella me encontraba sentado ayer por la mañana; y aquí se me acercó el adivino, y aquí oí por vez primera el grito que acabo de oír, el gran grito de socorro.
Oh vosotros hombres superiores, vuestra necesidad fue la que aquel viejo adivino me vaticinó ayer por la mañana, -
- a acudir a vuestra necesidad quería seducirme y tentar­me: oh Zaratustra, me dijo, yo vengo para seducirte a tu últi­mo pecado596.
¿A mi último pecado?, exclamó Zaratustra y furioso se rió de sus últimas palabras: ¿qué se me había reservado como mi último pecado?»
- Y una vez más Zaratustra se abismó dentro de sí y volvió a sentarse sobre la gran piedra y reflexionó. De repente se le­vantó de un salto, -
«¡Compasión! ¡La compasión por el hombre superior!, gritó, y su rostro se endureció como el bronce. ¡Bien! ¡Eso - tuvo su tiempo!
Mi sufrimiento y mi compasión - ¡qué importan! ¿Aspiro yo acaso a la felicidad? ¡Yo aspiro a mi obra!597
¡Bien! El león ha llegado, mis hijos están cerca, Zaratustra está ya maduro, mi hora ha llegado: -
Ésta es mi mañana, mi día comienza: ¡asciende, pues, as­ciende tú, gran mediodía!» - -
Así habló Zaratustra, y abandonó su caverna, ardiente y fuer­te como un sol matinal que viene de oscuras montañas.




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