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jueves, 7 de junio de 2007

LA LEYENDA DE MAHADUTA // UN CUENTO SOBRE EL BIEN Y EL MAL


La leyenda de Mahaduta
un cuento sobre el bien y el mal





Capítulo1
Un rico joyero invitó a un monje a viajar con él y tuvo la oportunidad de oír el Dharma.


Hace mucho tiempo, en la India, vivió un joyero muy rico, de nombre Pandú. Cierto día en que se dirigía en su carruaje hacia la ciudad de Varanasi, Pandú se regocijaba por la bonanza del tiempo, recién refrescado por una tormenta, y sobre todo por el dinero que iba a conseguir al día siguiente vendiendo las joyas en el mercado.
Mirando hacia adelante, Pandú observó un monje caminando lentamente por un lado de la carretera. El monje caminaba con pasos firmes y espalda erguida; había algo en él que irradiaba paz y fortaleza interior. Pandú pensó: “Si ese monje va a Varanasi, le pediré si quiere viajar conmigo. Parece un santo y yo he oído que la compañía de hombres santos siempre trae buena suerte”. Así que dio órdenes a su fortachón esclavo, llamado Mahaduta, de parar los caballos.
—Venerable Maestro del Dharma —dijo Pandú, abriendo la puerta de su carruaje—. ¿Puedo ofrecerle transporte hasta Varanasi?
—Viajaré contigo —contestó el monje—, si comprendes que no puedo pagarte, pues no tengo posesiones materiales. Lo único que puedo ofrecerte es Dharma.
—Acepto sus condiciones —dijo el joyero, que siempre pensaba como si estuviese negociando. Y así invitó al monje a entrar en su carruaje.
Durante el viaje, el monje, cuyo nombre era Narada, le habló del karma, que es la ley de causa y efecto.
—La gente crea sus propios destinos a través de sus acciones— dijo Narada—. Buenas acciones generan de un modo natural buena fortuna, mientras que quienes cometen maldades acaban pagando por ellas tarde o temprano.
Pandú se encontraba a gusto con su compañero. Le gustaba oír cosas con sentido, pues él era un hombre muy práctico, y también tenía raíces buenas y profundas en el Dharma, ¡aunque esto último él no lo sabía!

Capítulo 2
El joyero ordena a su esclavo volcar un carromato cargado de arroz, y el Maestro del Dharma se lo reprocha sin éxito.


Pandú, el joyero, interrumpió ásperamente a Narada cuando su carruaje se paró en mitad de la carretera.
—¿Qué ocurre? —gritó irritado a su esclavo Mahaduta—. ¡No hay tiempo que perder! Varanasi estaba aún diez millas de distancia, y el sol se estaba poniendo por el Oeste.
—Es el carromato de un estúpido agricultor en medio de la carretera —vociferó el esclavo.
El monje y el joyero abrieron las puertas del carruaje y se asomaron para ver lo que ocurría. Un poco más adelante, y bloqueando la carretera, había un carromato cargado de sacos de arroz. La rueda derecha yacía averiada en una zanja. El agricultor estaba sentado en el suelo intentando reparar una pezonera rota.
—¡Yo no puedo esperar! ¡Mahaduta! —gritó Pandú—. ¡Aparta su carromato!
El campesino se levantó de un salto para protestar y Narada se volvió hacia Pandú para pedirle que pensase otro modo de resolver la situación. Pero antes de que nadie pudiese decir una palabra, el fortachón Mahaduta ya había saltado de su asiento, y arremetiendo contra el carromato del agricultor, lo empujó dentro de la zanja. Varios sacos de arroz cayeron en el barro. El agricultor se fue corriendo y chillando hacia Mahaduta, pero se frenó al darse cuenta de que el esclavo le doblaba en tamaño y fuerza. Sonriendo maliciosamente, Mahaduta levantó su puño; estaba claro que habría disfrutado dando una paliza al campesino si su amo no tuviese tanta prisa. Al mismo tiempo que el esclavo volvía a su asiento y retomaba las riendas del carruaje, el monje se bajó a la carretera, y dirigiéndose a Pandú le dijo:
—Estoy descansado y en deuda contigo por haberme llevado durante una hora, y qué mejor modo de saldar esta deuda que ayudando a este desafortunado agricultor al que tú has maltratado. Al hacerle daño, puedes dar por seguro que un daño similar te ocurrirá a ti. Así que, tal vez, si le ayudo puedo hacer que tu deuda con él no sea tan grave. Puesto que además el agricultor fue un familiar tuyo en una vida previa, tu karma y el suyo están atados de una manera mucho más fuerte de lo normal.
El joyero estaba sorprendido. No estaba acostumbrado a que lo regañaran, ni siquiera con la amabilidad con que el monje lo había hecho. Pero lo que más le molestó fue la idea de que él, Pandú, un joyero con grandes riquezas, pudiese estar de algún modo relacionado con un agricultor del arroz. —¡Eso es imposible! —replicó a Narada.
Narada esbozó una sonrisa y dijo:
—A veces la gente más inteligente no alcanza a reconocer las verdades más básicas de la vida. Pero yo intentaré protegerte contra el daño que te has hecho a ti mismo.
Molesto por estas palabras, Pandú hizo una señal vehemente con su mano para que el esclavo pusiese el carruaje en marcha.

Capítulo 3
Al oír el Dharma, el agricultor comprendió la ley de causa y efecto.

Devala, el agricultor, ya se había sentado de nuevo en el suelo, a un lado de la carretera, intentando reparar de nuevo la rueda. Narada lo saludó inclinando su cabeza y empezó a empujar el carromato fuera de la zanja. Devala se levantó de un salto para ayudarlo, pero se dio cuenta de que el monje tenía mucha más fuerza de lo que se podía esperar de una persona de complexión tan ligera. El carromato estaba de nuevo en la carretera incluso antes de que Devala la hubo cruzado. “Este monje debe ser un santo”, pensó Devala en silencio. “Dioses y espíritus, invisibles protectores del Dharma, deben ayudarlo. Tal vez él pueda explicarme por qué hoy mi suerte ha dado un giro a peor”.
Los dos hombres cargaron los sacos de arroz que Mahaduta había tirado en la zanja, y entonces, al mismo tiempo que Devala se sentaba de nuevo a arreglar la rueda, preguntó:
—Venerable Maestro del Dharma, ¿puede explicarme por qué he tenido que sufrir semejante injusticia por parte de ese rico tan arrogante a quien nunca había visto antes? ¿Es esto razonable?
Narada contestó:
—Lo que has sufrido hoy no es realmente una injusticia. Has recibido el pago exacto por el daño que tú causaste al joyero en una vida previa.
El agricultor dijo asintiendo:
—He oído a gente decir este tipo de cosas antes, pero nunca he sabido si creerlas o no.
—No es algo muy difícil de creer— dijo el monje—. Nos convertimos en lo que hacemos. Si haces buenas cosas, serás Buena persona de un modo natural, y cosas buenas le ocurrían naturalmente. Lo mismo sucede con las maldades. Actos malvados crean malas personalidades y vidas desafortunadas. Todas las cosas que has pensado, dicho y hecho crean la clase de persona que eres ahora, y también contienes las semillas de lo que serás en el futuro. Esta es la ley de causa y efecto, la ley del karma.
—Tal vez sea así— dijo Devala—, pero yo no soy una mala persona, y ¡mira lo que me ha ocurrido hoy!
Narada le preguntó:
—Sin embargo, ¿no es cierto que tú habrías hecho lo mismo al joyero si él hubiese sido el que bloquease la carretera y tú el que llevase un conductor tan bravucón?
Las palabras del monje hicieron que Devala enmudeciese. Se dio cuenta de que hasta el momento en que Narada apareció para ayudarlo, su mente había estado llena de pensamientos de venganza. Exactamente lo que Narada había dicho es lo que él había estado pensando: “Ojalá hubiese sido él quien volcase el carruaje del joyero para después poder reanudar el viaje con orgullo mientras el ricachón se quedaba revolcado en el lodo”.
—Sí, Maestro del Dharma —admitió—. Es verdad.
Los dos hombres permanecieron en silencio hasta que la pezonera estaba lista y la rueda montada de nuevo en el carromato. El campesino seguía cavilando en las palabras del monje. Aunque Devala no había ido nunca a la escuela, él era un hombre muy pensativo y siempre intentaba descubrir el porqué de las cosas y las razones detrás de los sucesos.
De repente dijo:
—¡Pero esto es terrible! Ahora que el joyero me ha hecho daño, yo tendré que hacerle algo malo a él. Entonces él me lo devolverá, y yo volveré a herirle. ¡Y esto nunca acabará!
—No, no tiene por qué ser así —dijo Narada—. La gente tiene el poder de hacer cosas buenas y cosas malas. Encuentra un modo de pagar a este joyero tan orgulloso con ayuda en lugar de pagarle con daño. Entonces el ciclo se romperá.
Devala asintió dudosamente a la vez que subía a su carromato. Creía lo que el monje le había dicho, pero no veía como iba a tener la oportunidad de seguir sus consejos. ¿Cómo iba a ser posible que él, un pobre campesino, pudiese ayudar a un hombre tan rico? Invitó a Narada a sentarse junto a él y tomó las riendas del caballo.
El caballo apenas había empezado a caminar cuando se paró de repente.
—¡Una serpiente en la carretera! —gritó Devala—. Pero Narada, mirando más atentamente, vio que no era una serpiente, sino una bolsa. Bajó del carro y la recogió. Era muy pesada pues estaba llena de oro.
—La reconozco. Pertenece a Pandú, el joyero —dijo el monje—. La llevaba entre sus piernas en el carruaje. Debe habérsele caído al abrir la puerta para intentar a verte. ¿No te dije que su destino estaba unido al tuyo?
Dándole la bolsa a Devala le dijo:
—Aquí tienes la oportunidad de cortar las ataduras de violencia y venganza que te atan al joyero. Cuando lleguemos a Varanasi, vete a la posada donde se hospeda y devuélvele el dinero. Él pedirá perdón por lo que te hizo, pero tú dile que no guardas ningún rencor y que le deseas lo mejor. Y escucha atentamente, vosotros dos sois muy parecidos, y ambos prosperaréis o fracasaréis juntos dependiendo de vuestras acciones.

Capítulo 4
Golpeado cruelmente y sin razón, el esclavo escapa enfadado.


Devala obró según las instrucciones del monje. No tenía ningún deseo de quedarse con el dinero. Sólo deseaba pagar su deuda kármica con el joyero. Al anochecer, cuando llegaron a Varanasi, fue a la posada donde los hombres ricos solían hospedarse y pidió ver a Pandú.
—¿Y quién debo decir que quiere verlo? —dijo el posadero mirando con desdén la vestimenta del agricultor.
—Dígale que un amigo ha venido a verlo —contestó Devala.
En unos minutos, Pandú entró en la habitación donde Devala estaba esperando. Cuando Pandú vio al campesino ofrecerle su bolsa, se quedó sin habla, lleno de sorpresa, vergüenza, y también alivio. Pero al momento que se reaccionó, salió corriendo de la habitación gritando:
—Parad, parad de golpearle.
Devala había oído quejidos provenientes de una habitación contigua. Pensaba que habría alguien agonizando de fiebre. Al poco, un hombre alto y corpulento entró con su espalda desnuda cubierta de sangre, y amoratada como consecuencia de los golpes recibidos. Era Mahaduta, el esclavo del joyero. Un oficial de policía lo seguía con un látigo en una mano y un palo en la otra.
Al ver a Devala, Mahaduta se sorprendió y dijo:
—Mi amable amo pensó que le había robado la bolsa. Hizo que me golpearan para que confesase. Este es mi castigo por hacerte daño siguiendo sus órdenes.
Y a trompicones y sin dirigir palabra a su amo, salió fuera y se perdió en la noche. Pandú lo vio irse, pensando que debía decir algo. Pero era demasiado orgulloso para pedir el perdón de un esclavo, especialmente delante de otra gente.

Capítulo 5
El agricultor pagó de vuelta las malas acciones del joyero y el malentendido se solucionó.


El joyero no había tenido la oportunidad de saludar a Devala, ni de coger su bolsa. Justo cuando iba a hablar, un hombre corpulento vestido con ricas sedas entró en la habitación gritando:
—Pandú, me contaron lo que ha pasado. La rueda de la fortuna gira y gira, ¿no es así? Hace diez minutos parecía que ambos estábamos arruinados y ahora todo vuelve a estar bien. Venga, toma la bolsa, por lo que más quieras, y dale las gracias a este buen hombre.
Pandú tomó la bolsa e inclinó su cabeza ligeramente hacia el agricultor:
—Yo me porté mal contigo y como pago tú me has ayudado. No se cómo podré pagarte por lo que has hecho.
—¿Cómo? ¡Dale una recompensa, Pandú! —el hombre gordo chilló—. ¡Recompénsalo!
Inclinándose hacia Pandú, Devala dijo:
—Te he perdonado y no necesito ninguna recompensa. Si no hubieses ordenado a tu esclavo volcar mi carro, posiblemente nunca habría tenido la oportunidad de conocer al Venerable Narada, ni de oír sus enseñanzas, las cuales me han beneficiado más que cualquier cantidad de dinero. He tomado la resolución de nunca volver a dañar a otro ser vivo, ya que no quiero que me vuelvan a suceder calamidades como consecuencia de ello. Esta resolución ha hecho que me sienta seguro y en control de mi vida de una manera que nunca antes había sentido.
—¡Narada! —dijo Pandú—. ¡Así que él te ha enseñado! Él me instruyó a mí también pero me temo que no escuché muy bien... Toma esto, buen hombre—. Y dio a Devala varias piezas de oro de su bolsa. —Y dime, ¿sabes dónde se hospeda el Venerable Maestro del Dharma en Varanasi?
—Sí, lo acabo de dejar en el monasterio que hay junto a la entrada Oeste de la ciudad —Devala contestó—. De hecho, él me dijo que era posible que tú quisieses verlo. Me pidió que te dijese que puedes visitarlo mañana por la tarde.
Pandú se inclinó de nuevo, esta vez con mayor dignidad y reverencia.
—Ahora sí que tengo una verdadera deuda contigo —dijo Pandú—. Y también creo en algo que Narada me dijo. Él dijo que tú y yo fuimos parientes en vidas previas y que nuestros destinos discurren juntos. Parece que hasta hemos encontrado al mismo maestro.

Capítulo 6
La buena fortuna llega al agricultor como recompensa por su buena acción.

El hombre gordo había estado escuchando impacientemente.
—Sí, sí, toda esta cháchara filosófica está muy bien —dijo alzando la voz—, ¡pero ahora hablemos de negocios!
Y girándose hacia Devala continuó:
—Deja que me presente, soy Mallika el banquero, amigo de Pandú. Tengo un contrato con el secretario del rey para proveer el mejor arroz para su cocina, pero hace tres días, mi competidor, deseando mi fracaso frente al rey, compró todo el arroz en Varanasi. Si no hago la entrega mañana estaré arruinado. Pero ahora, amigo mío, tú estás aquí, ¡y eso es lo que importa! ¿Es tu arroz de primera calidad? ¿Fue dañado por el idiota de Mahaduta? ¿Cuánto arroz tienes? ¿Tienes un acuerdo para venderlo? ¡Habla!
Sonriendo ante la impaciencia del banquero, Devala contestó:
—He traído mil quinientas libras de arroz de primera calidad. Sólo uno de los sacos se mojó un poco en el barro. No tengo nada apalabrado y tenía previsto llevarlo al mercado mañana por la mañana.
—¡Espléndido! ¡Espléndido! ¿Al mercado dices? —Mallika exclamó frotándose las manos—. Supongo que aceptarás el triple de lo que obtendrías en el mercado, ¿no?
—Lo aceptaré —respondió Devala.
—Claro que sí —dijo el banquero.
Llamó a sus sirvientes e hizo que descargaran el carro de Devala inmediatamente, y se dispuso a pagarle generosamente. Al mismo tiempo que contaba y ponía las monedas de oro en las manos de Devala, le dijo a Pandú:
—Un hombre nunca sabe de dónde vendrá la ayuda cuando la necesita. Nunca pierdas la esperanza, pues la vida es un maravilloso misterio, ¿no?... Y esto completa el pago.
—¡No lo malgastes en el juego! —dijo Mallika a Devala—. Mientras se retiraba riéndose para continuar con su cena.
Devala no tenía intención de gastárselo en juegos o apuestas. Él ya había tomado la resolución de ir al monasterio donde el Venerable Narada vivía y ofrecer la mitad de su beneficio a la Triple Joya. El resto se lo llevó a su casa y lo gastó con cuidado a medida que lo necesitaba. A partir de ese día vivió prósperamente. Debido a su honestidad y sabiduría la gente de su pueblo llegó a considerarlo como su líder.

Capítulo 7
Estamos estrechamente relacionados con el resto de seres vivos.


Al día siguiente por la tarde, Pandú fue al monasterio junto a la entrada Oeste de la ciudad. Narada lo recibió en la sala de huéspedes. Después de haber oído al joyero contar lo acontecido en la posada, el monje le dijo:
—Todavía tienes muchas dudas y preferiría no darte la explicación completa de lo que pides, pues no la aceptarías. Tu fe no es tan completa como la del agricultor Devala, así que aún tendrás que pasar más pruebas antes de poder convertirte en un verdadero discípulo de Buda.
—Venerable Maestro del Dharma —dijo Pandú humildemente—. Le imploro que me lo explique, pues así podré seguir mejor sus sabios consejos.
—Muy bien —dijo el monje—. Recuerda lo que te voy a decir y reflexiona bien sobre ello. En el futuro podrás llegar a comprenderlo. Te he explicado ya como todos y cada uno de nosotros crea su propio destino en función de lo que hace. Tu amigo rico, Mallika, por ejemplo, tiene muchas bendiciones, aunque muy poca sabiduría. Cree que la rueda de la fortuna, como él la llama, da vueltas y vueltas misteriosamente. Pero no hay misterio alguno. Su prosperidad y felicidad no tienen nada que ver con ninguna fuerza fuera de sus acciones, palabras y pensamientos. Vida tras vida él es rico y feliz simplemente porque vida tras vida él ha sido amable y generoso. Yo no creo que él hubiese tratado a ningún esclavo del modo en que tú trataste a Mahaduta.
—Es cierto —dijo Pandú—. Intentó frenarme. Pero yo estaba furioso y no lo escuché.
—Sí —dijo Narada asintiendo—.Y no pienses que estás libre de la deuda contraída con Mahaduta por haber hecho que lo apaleasen de un modo tan cruel y sin razón. No pienses que tú estás solo en este mundo, o que tus acciones no tienen consecuencias. Recuerda que tarde o temprano cada una de tus acciones, ya sean buenas o malas, grandes o pequeñas, te será devuelta del mismo modo y en la cantidad exacta. De ahí el dicho: “Planta legumbres y cosechará legumbres; planta melones y cosechará melones”. La bondad produce cosas buenas, mientras que la maldad trae consigo cosas malas. Trata a todas las criaturas vivas del mismo modo que a ti te gustaría ser tratado. Es verdad que tú no eres distinto del resto. Estás hecho de la misma sustancia básica que el resto de seres vivos; por eso, en cada una de tus acciones y pensamientos, estás relacionado con el resto de seres vivos de un modo incluso más íntimo que la relación que existe entre los órganos de tu cuerpo.
—Si realmente puedes comprender esto en tu corazón —continuó Narada—, ya no tendrás más deseos de causar daño a otros seres vivos, porque comprenderás que ellos son iguales a tí. Sentirás sus sufrimientos como los tuyos propios, y siempre intentarás ayudarlos. Deja que este verso te sirva de guía:

Aquel que causa daño a otros se daña a sí mismo;
Aquel que ayuda a otros se ayuda a sí mismo aún más.
Para encontrar el Camino puro, el Sendero de Luz,
Abandona la falsedad de que tienes un ego.

Pandú se levantó y se postró tres veces ante el Maestro del Dharma, algo que nunca antes había hecho con nadie. Entonces dijo:
—No olvidaré tus palabras, Maestro del Dharma. Voy a establecer un monasterio en mi ciudad natal Kaushambi, para que la gente de allí tenga la oportunidad de escuchar este Dharma tan maravilloso. Sólo espero que el Maestro del Dharma, con su compasión, me ayude a completar este voto que ahora hago.

Capítulo 8
Aunque Pandu estableció el monasterio, él no puso las enseñanzas en práctica.

Los años pasaron y Pandú, el joyero, prosperó. Tomó refugio con Narada y se convirtió en su discípulo, y fue uno de los que dio más donaciones y ofreció protección al monasterio de Kaushambi, que él mismo había ayudado a que Narada fundase. Siempre que podía poner aparte sus negocios, iba a escuchar las lecturas y explicaciones de los Sutras que daba el monje Panthaka, abad del monasterio y discípulo veterano de Narada. Pandú siempre estaba dispuesto a recibir las instrucciones de Narada cuando éste visitaba la ciudad, pero luego nunca ponía las enseñanzas que oía en práctica. Él pensaba que la cultivación era cosa de monjes, y sus negocios lo mantenían demasiado ocupado.

Capítulo 9
La corona le trae la desgracia a Pandu, y él no puede escapar de su retribución.

Un día, transcurridos seis o siete años desde su primer encuentro con el Venerable Narada en el camino hacia Varanasi, el taller de Pandú recibió un encargo muy especial. El rey del país vecino, al otro lado de las montañas, deseaba una nueva corona real. Él había oído hablar de la gran calidad de los productos de joyería de Pandú. La corona tenía que ser de oro con incrustaciones de las mejores piedras preciosas de toda la India. Los reyes de la India siempre habían tenido debilidad por las piedras preciosas y Pandú había soñado a menudo con convertirse en el joyero oficial de una casa real, pues entonces él tendría asegurada no sólo prosperidad sino también grandes riquezas. Ahora su oportunidad había llegado.
Pandú dio órdenes de comprar los mejores zafiros, rubíes y diamantes que se pudiesen encontrar. Invirtió la mayor parte de su patrimonio en ellos. Diseñó y trabajó en la corona él mismo. Después, usando una escolta numerosa de hombres armados para protegerse de los ladrones de las montañas, se dispuso a viajar al país vecino.
Todo estaba bien hasta que llegaron a un estrecho sendero cerca de la cima de la montaña. Allí un grupo de fieros ladrones descendieron con estrépito sobre la caravana. Aunque la escolta de Pandú era mayor en número, los caballos asustados y el sendero tan estrecho dificultaron la defensa.
En cuestión de minutos, los hombres de Pandú habían sido desarmados. Dos hombres sucios y sin afeitar abrieron la puerta del carruaje del joyero, lo sacaron fuera y después de tirarlo al suelo empezaron a golpearlo. Pandú aguantó los golpes, pensando sólo en la bolsa escondida bajo sus ropas, apretándola contra su pecho. En la bolsa estaba la corona y una colección de piedras preciosas con las que él había planeado tentar a la hija del rey y a la reina.

Capitulo 10
El jefe de los bandidos demanda el pago de la deuda.


—¡Parad un momento! — se oyó gritar—. Era una voz que Pandú había oído antes, aunque al principio no podía recordar de quién era. —¡Parad de golpearle he dicho!
Pandú abrió sus ojos. Allí delante de él y vestido con pieles de animales y un pañuelo rojo en su cabeza estaba Mahaduta, el esclavo que él había hecho apalear unos años antes. Pandú había oído que entre los ladrones de las montañas, el jefe más importante era un antiguo esclavo de Kaushambi. Lo que nunca se le había ocurrido era pensar que fuese su propio esclavo.
—Comprobad que es lo que tiene en su mano derecha —Mahaduta ordenó con firmeza—. Uno de los hombres que le había estado golpeando puso una rodilla en el estómago de Pandú y la otra sobre el brazo separado de su cuerpo, y luego tomó sin mayores problemas la bolsa del joyero.
—Yo guardaré eso. Yo ya he pagado por ello —dijo Mahaduta—. Tomó la bolsa y la guardó bajo su ropa.
—¿No? Amo —preguntó a Pandú en un tono cínico y lleno de amargura.
—¿Lo matamos entonces? —inquirió uno de los ladrones a su jefe.
Mahaduta miró a Pandú, pero en lugar de enfado o miedo, algo que podía haber aumentado su odio, él sólo vio tristeza y resignación en los ojos de su víctima. Él no sabía que en ese momento Pandú se estaba acordando de las palabras del Venerable Narada, tan claras como si las hubiese oído ayer: “No pienses que estás libre de la deuda que debes a Mahaduta por haber hecho que lo apaleasen de un modo tan cruel y sin razón. No pienses que tú estás solo en este mundo, o que tus acciones no tienen consecuencias... Si realmente puedes comprender esto en tu corazón, ya no tendrás más deseos de causar daño a otros seres vivos, porque comprenderás que ellos son igual que tú. Sentirás sus sufrimientos como los tuyos propios”. Pandú suspiró. De repente se dio cuenta que nunca había aceptado las instrucciones de su maestro. Nunca había creído realmente que eran para él, sino para que se las aplicaran a otros. Iba a morir ahora, de un modo violento y antes de su hora, sin la oportunidad de despedirse de su familia. Él había sido el causante de todo, ocurría por su propia culpa.
Ni siquiera una vez se le había pasado por la cabeza el pensar en la suerte de su esclavo Mahaduta. Los sufrimientos que debía haber pasado en las montañas durante los helados días de invierno; la senda del mal que había tomado, llena de desesperación y peligro, en la que Pandú había empujado a Mahaduta. Todas esas consideraciones nunca habían cruzado en su mente. Pero ahora había llegado el momento de pagar. Se aclaró la garganta y habló humildemente a Mahaduta:
—Es verdad, tú ya has pagado.
Giró su cabeza y se quedó esperando el siguiente golpe. Para su sorpresa, Mahaduta dijo a sus hombres:
—Dejadlo ahí en el suelo. Su carruaje tiene un compartimento secreto bajo el asiento del conductor. Abridlo y encontraréis un cofre lleno de monedas de oro. Las dividiremos en partes iguales. Hoy es un gran día para todos nosotros.
Los bandidos saltaron al carruaje con gran excitación. Pero Mahaduta no sentía ningún tipo de alegría al llevar a cabo su venganza. Había pasado muchas mañanas heladas deseando que llegase este momento. Y ahora que por fin había llegado, sentía pesadez y remordimiento, como si estuviese maltratando a un miembro de su propia familia. Se dirigió a sus hombres diciéndoles que parasen de golpear a los hombres de Pandú.
—No matéis a ninguno; preocupaos sólo de coger todo lo que podáis.
El cofre lleno de oro les sirvió de distracción. Estaba escondido en el sitio exacto donde Mahaduta lo había puesto muchas veces en años pasados. El jefe de los ladrones dejó que Pandú y sus hombres abandonasen las montañas y volviesen a Kaushambi. Esa noche, cuando sus cómplices estaban contando el oro y riéndose, Mahaduta escondió la bolsa que había cogido a Pandú en una grieta de su cueva. No volvió a tocarla en mucho tiempo.

Capítulo 11
Pagó su deuda kármica pacíficamente obtuvo la felicidad verdadera.

Después del robo, Pandu ya no era un hombre rico. Había perdido la mayoría de su capital, y sin capital un joyero puede hacer poco. Pero él no culpó a nadie por su pérdida, sino a sí mismo.
—Cuando era joven me porté mal con otras personas —dijo a su familia—. Lo que me ha ocurrido ahora es simplemente el pago por mi dureza y arrogancia.
Arrepentirse y cultivar según las enseñanzas de Buda le llegó ahora de un modo natural, y adoptó la costumbre de recitar el nombre de Buda siempre que su mente no estaba ocupada en negocios o hablando.
Gradualmente se dio cuenta que en el fondo de su corazón ahora era más feliz que cuando era rico. Lo único que resentía era que ya no podía hacer ofrendas al monasterio para apoyar el Dharma o ayudar a la gente pobre de la ciudad, algo que antes nunca había pensado mucho en hacer.

Capítulo 12
Los ladrones se rebelan y golpean a su jefe llevándolo al borde de la muerte.


Varios años pasaron. Un día, Panthaka, abad del monasterio en Kaushambi, fue atacado por la banda de Mahaduta mientras caminaba solo en un peregrinaje a través de las montañas. Panthaka no llevaba dinero y Mahaduta le dio un par de golpes y lo dejó seguir. Panthaka no caminó más ese día.
A la mañana siguiente, al poco de empezar a caminar, oyó gritos de lucha junto a la carretera. Un hombre chillaba de dolor. Panthaka se apresuró con la esperanza de disuadir a los bandidos para que dejasen de golpear al viajero. Pero en lugar de un inocente viajero, era el propio Mahaduta quien era atacado. Estaba rodeado por una docena de sus propios hombres como un león acorralado por perros de caza. Con su palo golpeó a varios de los ladrones pero al final sucumbió. Fue golpeado con su propio palo hasta que se quedó inmóvil en el suelo.
Panthaka se quedó escondido hasta que los bandidos se fueron. Entonces se acercó a Mahaduta y vio que le quedaba poca vida. Panthaka bajó a un riachuelo que discurría entre las rocas no lejos de allí. Llenó su cuenco con agua fresca y lo llevó al hombre moribundo.
Mahaduta bebió y abrió sus ojos lentamente. Chilló de dolor:
—¿Dónde están esos bandidos a los que yo he llevado a la victoria tantas veces? Habrían sido ahorcados hace tiempo si no hubiese sido por mí.


Capitulo 13
El Maestro del Dharma fue al rescate y aconsejó al jefe de los bandidos que se arrepintiese de sus ofensas.


—Cálmate —dijo Panthaka—. No pienses en tus camaradas ni en las fechorías que habéis hecho juntos, piensa en tu destino. Ahora bebe un poco de agua, y déjame que te vende las heridas. Tal vez tu vida se pueda salvar.
Mahaduta miró atentamente a Panthaka por primera vez.
—¡Tu eres el monje a quien yo apaleé ayer mismo! Y ahora vienes a salvarme la vida. Haces que me avergüence.
Bebió un poco más de agua y miró alrededor suyo.
—Y los otros han escapado. ¡Perros desagradecidos! Yo fui quien les enseñé a pelear y ahora se vuelven contra mí.
—Tú les enseñaste a pelear —dijo Panthaka, —y te pagan peleando. Si les hubieses enseñado amabilidad, te hubiesen pagado con amabilidad. Has recibido la cosecha que tú sembraste.
—Lo que dices es verdad. Muchas veces temí que se volverían contra mí... ¡Ay! ¡Ay! —se quejó cuando Panthaka intentó levantarlo por el hombro.
—No creo que puedas salvar mi vida, pero dime, si puedes, cómo me puedo salvar del sufrimiento de los infiernos, que me merezco como pago por una vida llena de maldad. Últimamente he sentido como si mi final estuviese cerca, y la angustia de lo que viene después me pesaba como si llevase una gran piedra oprimiéndome el pecho; a veces casi no podía ni respirar.
—Arrepiéntete sinceramente de tus ofensas y refórmate —Panthaka le dijo—. Arranca de raíz la codicia y el odio de tu corazón y, en su lugar, llénalo de pensamientos de amor hacia todos los seres vivos.
—Pero yo desconozco esos buenos sentimientos —dijo Mahaduta—. Mi vida ha sido una historia llena de maldades, sin nada bueno. ¡Voy a ir directo a los infiernos sin tener la oportunidad de ir por el Camino noble que tú has caminado, Maestro del Dharma!

Capítulo 14
Un pensamiento egoísta rompió el hilo de la araña.

—No desesperes —contestó Panthaka—. Y no infravalores el poder del arrepentimiento y la reforma. Recuerda que un único pensamiento sincero de arrepentimiento puede borrar diez mil eones llenos de maldades.
Por ejemplo, ¿has oído hablar del gran ladrón Kandata, que murió sin arrepentirse y cayó a los Infiernos Ininterrumpidos? Después de haber sufrido allí durante varios eones, el Buda Sakyamuni apareció en el mundo y obtuvo la iluminación bajo el árbol de Bodhi. Los rayos de luz que en ese momento salieron de entre sus cejas penetraron en los infiernos e inspiraron a los seres que allí sufrían a tener esperanza y a buscar una nueva vida. Mirando hacia arriba, Kandata vio al Buda meditando bajo el árbol de Bodhi y exclamó:
—¡Sálvame, sálvame, Tú, Honrado por el Mundo! Yo estoy sufriendo aquí por todas las maldades que he cometido, ¡y no puedo salir! ¡Ayúdame a andar el Camino que tú has caminado, Honrado por el Mundo!
Buda miró hacia abajo y vio a Kandata.
—Te guiaré en tu liberación —dijo al ladrón—, pero debe ser mediante el uso de tu propio buen karma. ¿Qué cosas buenas hiciste, Kandata, cuando estabas en el mundo de los hombres?
Kandata permaneció en silencio, pues había sido un hombre muy cruel. Pero el Honrado por el Mundo, con su ojo de Buda, miró en el pasado de Kandata y vio que una vez, cuando iba caminando por un sendero en el bosque, evitó pisar una araña y pensó: “La araña no ha herido a nadie, ¿por qué habría de aplastarla?” Al ver esto, el Buda envió una araña para que tejiese un hilo muy fino que bajase a los Infiernos Ininterrumpidos.
—Sujétate al hilo —dijo la araña—. ¡Y date prisa en subir!
Kandata se apresuró a coger el hilo y empezó a subir. El hilo aguantaba bien. Subía rápido, cada vez más alto. De repente notó que el hilo temblaba, como si un nuevo peso hubiese sido añadido. Kandata miró hacia abajo y vio que otros seres de los infiernos habían empezado a trepar también por el hilo. El hilo se estiraba cada vez más, pero sin romperse. Más y más seres del infierno se aferraban al hilo. Kandata ya no miraba a Buda, en su lugar, lleno de miedo, miraba a los otros seres del infierno que subían por debajo de él. Paró de subir. “¿Cómo puede este hilo soportar el peso de todos?”, pensó.
—¡El hilo es mío! —gritó hacia abajo—. ¡Soltadlo! ¡Soltadlo! ¡Es mío!
Inmediatamente el hilo se rompió y Kandata y el resto cayeron otra vez a los infiernos.

Capítulo 15
Tras arrepentirse sinceramente, Mahaduta murió en paz.

—El arrepentimiento de Kandata no fue sincero —dijo Panthaka a Mahaduta—. No se reformó. El hilo de araña hubiese aguantado, porque un pensamiento generoso tiene la fuerza suficiente para salvar la vida a miles. Pero Kandata rompió el hilo. Él todavía se aferraba a la ilusión de su ego, y sus malos hábitos eran muy fuertes. No estaba dispuesto a ayudar a nadie más. Incluso el Honrado por el Mundo no lo pudo salvar.
—Déjame pensar a ver si puedo encontrar un hilo que me ayude a mí —dijo Mahaduta llorando—. Si hay algo bueno que pueda hacer, no me lo guardaré para mí.
Los dos hombres permanecieron en silencio durante un rato. Mientras, Panthaka lavó las heridas de Mahaduta. El jefe de los ladrones respiraba ahora más tranquilo. Al final dijo:
—Hay una cosa buena que hice una vez, si se puede llamar bueno a parar de hacer algo malo.
—Sí que se puede —dijo Panthaka.
—Sí, hay una cosa buena que todavía puedo hacer. ¿Conoces por casualidad a Pandú, el rico joyero de Kaushambi?
—Soy de Kaushambi y lo conozco bien —dijo Panthaka—. Aunque él ya no es rico.
—¿No? Siento oír eso. ¡Qué raro! Debería estar contento, pues él fue quien me enseñó a ser rudo y a maltratar a la gente. Cuando era un esclavo joven, él me envió a aprender a pelear con un luchador, para así poder ser su guardaespaldas. Siempre que abusaba de alguien, él me recompensaba. Su corazón era duro como una roca. Una vez hizo que me apalearan, y fue entonces cuando escapé a las montañas. Pero me han dicho que ha cambiado, y que ahora se le conoce en todos los sitios por su amabilidad y benevolencia. Es algo difícil de imaginar. ¿Es eso cierto Maestro de Dharma?.
—Sí, es cierto —dijo Panthaka—. El poder del arrepentimiento sincero es realmente inconcebible, y nunca deja de sorprenderme.
—Muchas veces planeé vengarme de ese hombre —Mahaduta continuó—. Lo iba a torturar del mismo modo que él me torturó a mí. Cuando finalmente cayó en mis manos, al ver su cara, yaciendo indefenso en la carretera, apretando sus joyas contra su pecho, resignado a morir, no lo pude hacer, Maestro de Dharma. Sentí como si fuese a torturar a mi propio hermano.
—Todos los hombres son hermanos —dijo Panthaka—. Cada hombre ha sido tu padre en una vida pasada y cada mujer tu madre. Y con este hombre, tu tienes afinidades especialmente fuertes, para bien y para mal.
Mahaduta asintió:
—Debe ser así. Ese día lo despojé de sus joyas y su oro pero dejé que él y sus hombres se fueran. El oro se lo di a mis secuaces para que no protestasen por dejarlos escapar vivos. Pero sus joyas todavía las tengo escondidas en una grieta en mi cueva. Por alguna razón no he podido deshacerme de ellas. No era sólo cuestión de que una corona como esa es difícil de vender. Sentí que tenía que guardarla para algo. No sabía para qué. Ahora me alegro de haberlo hecho.
Mahaduta paró un momento y se giró hacia Panthaka:
—Concédame un último favor, Maestro del Dharma. Mi cueva está tras un cedro muy alto que hay junto al riachuelo media milla por encima de nosotros. Podrá ver la parte más alta del cedro desde el camino. La corona de Pandú y sus joyas están en una ranura vertical justo a la izquierda de la entrada. En la ranura, vaya recto y después hacia arriba y a la derecha. ¿Puede recordarlo?
—Sí —contestó Panthaka.
Mahaduta continuó:
—Pero no vaya solo. Dígale a Pandú que reclute treinta hombres armados. Mis hombres son pocos y sin mí carecen de coraje. Pandú podría vencerlos fácilmente. Dígale a Pandú que lo siento, y que deseo que recupere todas sus riquezas de nuevo. Deseo para todos los hombres riqueza y felicidad, toda la riqueza y felicidad que les he robado. Si vivo, o en mi próxima vida, hago el voto de ser como Usted, Venerable Maestro del Dharma, y servir de ayuda a los hombres atrapados en la red de sufrimiento que ellos mismos han creado con sus estúpidas acciones.
Exhausto, Mahaduta se reclinó. Ya no sentía ningún dolor en sus heridas, pero su vida se extinguía. De repente, una gran sonrisa apareció en su cara. Levantó su mano apuntando hacia arriba y exclamó:
—¡Mire! El Buda está allí en su asiento, a punto de entrar en el Nirvana. Sus discípulos, los grandes Arhates, están junto a Él ¡Mire! ¡Me está sonriendo!
La cara de Mahaduta brillaba de felicidad.
—¡Qué bendición más maravillosa que Él viniese al mundo!
—Sí, fue una bendición— dijo Panthaka—. Apareció en el mundo debido a su compasión hacia todos los seres vivos, para instruirnos en lo más importante: el problema de la vida y la muerte. Nos enseñó a despertar al sufrimiento de este mundo, y nos enseñó que el deseo egoísta es la fuente de todas las penalidades. Nos enseñó el Camino Correcto para poner fin a nuestro sufrimiento. Nos enseñó moralidad, concentración y sabiduría para eliminar nuestra codicia, enfado e ignorancia. Él mismo, a través de muchas vidas de cultivación y renunciación, puso fin a sus propios deseos, y con amabilidad, compasión, alegría y generosidad se ofreció a nosotros como ejemplo. Si todos los hombres y mujeres pudiesen tomar refugio con Él, este mundo no sería el sitio pobre y peligroso que es ahora.
Mahaduta asintió. Bebió de las palabras del monje como un hombre sediento a quien se le ofrece agua fresca. Intentó hablar pero no podía continuar. Panthaka comprendió lo que quería y le administró los Tres Refugios, para que él también pudiese ser un discípulo de la Triple Joya. Panthaka le repitió los Cuatro Grandes Votos del Bodisattva:

Los seres vivos son innumerables; yo hago el voto de salvarlos a todos.
Las aflicciones son inacabables; yo hago el voto de extinguirlas todas.
Las Puertas al Dharma son incontables; yo hago el voto de penetrarlas todas.
El Camino a Buda es insuperable; yo hago el voto de completarlo.

También repitió tres veces el verso de arrepentimiento del Bodisattva:

De todas las maldades que he cometido en el pasado,
Causadas por codicia, odio y estupidez sin límites,
Y producidas con el cuerpo, la boca y la mente,
Yo ahora me arrepiento y reformo.


Y el siguiente verso:

Las ofensas surgidas de la mente serán arrepentidas en la mente.
Cuando la mente se extingue, las ofensas se desvanecen.
Con la mente desvanecida y las ofensas extinguidas, ambas vacías.
A esto se le llama el verdadero arrepentimiento y reforma.

Cuando Panthaka estaba recitando, Mahaduta exaló por última vez. Murió con una sonrisa en su rostro.

Capitulo 16
Con su arrepentimiento auténtico, el ladrón ayudó a otros incluso después de su muerte.

Panthaka canceló su peregrinaje y volvió a Kaushambi. Fue inmediatamente a la casa de Pandú a decirle lo que había pasado. Con una escolta de hombres armados, Pandú volvió a las montañas. Los hombres de Mahaduta ya se habían ido. La bolsa de Pandú estaba escondida exactamente donde Pandú había dicho, y la corona estaba allí, intacta.
Panthaka fue con ellos, y después de haber incinerado el cuerpo de Mahaduta y recogido sus cenizas en una urna, Panthaka lideró a la gente allí presente en la recitación de Sutras y mantras. Habló brevemente del poder del karma y del incluso mayor poder de arrepentimiento y reforma. También recitó los siguientes versos:

Nadie puede salvarnos excepto nosotros mismos.
Nuestra fuerza es mayor que la fuerza derivada de otros.
Nosotros mismos debemos andar el camino de la Iluminación Correcta,
Con Buda como nuestro gran maestro y guía.

—Nuestro Anciano Maestro Narada —Panthaka continuó—, siempre nos recordó que nosotros solos somos responsables de nuestras propias acciones, y que somos responsables de lo que nos pasa como resultado de esas acciones. Ningún dios u otro ser nos van a recompensar o castigar. Nos recompensamos a nosotros mismos, y nos castigamos a nosotros mismos. Todo surge de la mente, y por lo tanto, el mundo es exactamente como nosotros lo creamos. Este hombre, Mahaduta, a quien hoy hemos cremado y enterrado sus cenizas, llevó una vida de maldad, guiado por malos pensamientos, nunca feliz. Pero al final cambió. Su arrepentimiento y votos de reforma conmovieron al mismo Buda, quien apareció frente a él y lo bendijo. Su vida terminó con una acción de perdón y murió feliz. Todos nosotros podemos aprender de su ejemplo, pues ninguno de nosotros carece de faltas. El karma nos conecta a todos como una tela de araña creada por nosotros mismos. Y al mismo tiempo, todos somos capaces de liberarnos mediante un arrepentimiento sincero.
Panthaka hizo que en la tumba donde se depositó la urna con las cenizas de Mahaduta se inscribiese el siguiente epitafio en una losa:

Aquí yace Mahaduta, salteador de caminos.
Vivió rodeado de violencia; y la violencia trajo su perdición.
Al final, arrepentido, devolvió los frutos de sus robos,
Y prometió andar el Camino Correcto.
El Buda le sonrió y certificó su transformación.
¡Maha Prajña Paramita!

La losa junto al paso de la montaña acabó siendo conocida como la tumba del ladrón arrepentido, y años después un altar fue construído a su lado. Allí los viajeros y peregrinos se postraban a Buda y rezaban para tener un buen viaje y para la conversión de los hombres malvados.

Capítulo 17
Amabilidad y generosidad aseguran un futuro feliz.


Pandú se convirtió de nuevo en un hombre rico, incluso más rico de lo que nunca antes había sido. Sin embargo, ahora estaba más interesado en dar dinero que en ganarlo, y dejó que sus hijos se encargasen de los negocios. Hizo lo mejor que pudo para enseñarles que la prosperidad conseguida de modo fraudulento no es duradera, y que si son generosos y amables se asegurarán un futuro feliz. Su muerte llegó de un modo pacífico a una edad avanzada. Cuando se dio cuenta que su muerte estaba cerca, llamó a sus hijos, hijas y nietos junto a su lecho y les dijo:
—Queridos niños, si en el futuro algo malo pasa en vuestras vidas, no culpéis a otros, incluso si parece que son la causa de vuestra desgracia. Mirad dentro de vosotros mismos. Mirad donde habéis sido orgullosos, codiciosos, avariciosos, o rudos. Cambiad las faltas dentro de vosotros mismos, pues es algo que siempre tenéis el poder de hacer. Si el cambio parece que está más allá de vuestras posibilidades, buscad la ayuda de vuestro maestro, y rezad a los Budas y Bodisattvas para que os ayuden. Una vez cambiadas vuestras faltas, la buena fortuna y felicidad regresarán de un modo natural. Y cuando lleguen no las guardéis para vosotros solos, compartidlas. Entonces nunca se agotarán. Recordadme por el siguiente verso que el Venerable Narada me enseñó cuando lo conocí por primera vez:

Aquel que causa daño a otros se daña a sí mismo;
Aquel que ayuda a otros se ayuda a sí mismo aún más.
Para encontrar el Camino puro, el Sendero de Luz,
Abandona la falsedad de que tienes un ego—.

FIN


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