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miércoles, 4 de abril de 2007

MITOS JAPONESES // DOS HISTORIAS

Amaterasu y Susano
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Investidura de las tres divinidades

En ese momento, el augusto Izanagi se regocijó en gran manera y dijo: “Yo, engendrando hijo tras hijo, por última generación he obtenido tres vástagos ilustres”; inmediatamente, alzando y repicando y sacudiendo el cordón de joyas que formaba su augusto collar, se lo otorgó a Amaterasu-no-mikoto, diciendo: “Que tu augusta persona gobierne la Llanura de los Altos Cielos”. Y con este encargo, se lo entregó. Y este augusto collar era llamado el Dios de la tablilla de la augusta cámara de los tesoros. Luego dijo al augusto Tsuki-yomi-no-mikoto: “Que tu augusta persona gobierne el reino de las noches”. Y, así, le concedió este cargo. Luego, dijo a Susano-wo-no-mikoto: “Que tu augusta persona gobierne la Llanura de los Mares”.

Amaterasu y Tsuki-yomi aceptan sus tareas obedientemente, tomando posesión de sus respectivos dominios. Pero Susano se pone a llorar, aullar y gritar. Izanagi le pregunta la causa de su aflicción, y Susano contesta que no quiere gobernar las aguas sino ir a la tierra en la que vivía su madre, Izanami. Encolerizado, Izanagi destierra a Susano y a continuación se retira, tras haber terminado su misión divina. Según una versión del mito, subió al cielo, donde vive en el “Palacio Más Joven del Sol”. Se dice que está encerrado en Taga (prefectura de Shiga, Honshû).

Mientras, Susano anuncia que va a despedirse de su hermana, Amaterasu, y se lanza hacia los cielos creando la confusión en toda la naturaleza.


El desafío de las deidades hermanas

Entonces, Amaterasu, alarmada por este alboroto, dijo: “La razón por la cual ha subido hasta aquí mi augusto hermano no procede, ciertamente, de un buen corazón. Unicamente pretende arrebatarme el territorio”. Inmediatamente, tras soltar su cabellera, la trenzó en augustos moños; y al mismo tiempo enrolló un cordón lleno de magatama* , de ocho pies de largo y con quinientas joyas, en los augustos moños izquierdo y derecho, como también en su tocado e igualmente en sus brazos izquierdo y derecho; y tras colgar a sus espaldas un carcaj de mil flechas además de otro carcaj de quinientas, y tomar y ceñir asimismo a su costado un poderoso y sonoro protecor del codo, blandió su espada y sostuvo el arco, cuya parte superior temblaba, bien derecho, y golpeando con el pie, hundió el duro suelo hasta la altura de sus muslos abiertos, aplastándolo como si se tratara de nieve, y se mantuvo firme valientemente como un hombre poderoso, y en la espera le preguntó: “¿Por qué has subido hasta aquí?”.

Los preparativos parecen anunciar una formidable batalla; sin embargo, Susano asegura que no alberga malas intenciones, y para probarlo propone a la diosa un juramento que establecerá su mutua fe. El texto no aclara el juramento, pero a juzgar por lo que sucede luego, y también recurriendo al Nihon Shoki, podemos esclarecer la apuesta: un concurso de reproducción, en donde vencería aquel que diese a luz deidades masculinas, o bien, aquel que engendrase más divinidades. Si Susano ganaba, su hermana debería admitir la pureza de sus propósitos.

Las dos divinidades, separadas por Amanogawa [El Río del Cielo* ], intercambian las palabras de compromiso e inician la competición. Para empezar, Amaterasu le pidió a su hermano la espada; la rompió en tres trozos, los masticó y al escupir aparecieron tres hermosas diosas. A continuación, Susano cogió las largas hileras de magatama que Amaterasu llevaba alrededor de los moños, de la frente y en los brazos, y las dispersó soplando, creando de este modo cinco dioses, entre ellos aquel llamado Oshi-homimi.

Amaterasu expresa entonces, cuáles de estos dioses, según su origen, deberán ser considerados como hijos del uno o del otro. Susano se autoproclama vencedor, pero Amaterasu indica que los dioses masculinos han sido creados a partir de sus pertenencias y que, por tanto, ella era la ganadora. Este hecho reviste una gran trascendencia, ya que los emperadores japoneses eran “descendientes” de Ame-no-Oshi-homimi y por tanto, se consideran nietos de Amaterasu, y no de Susano. Este, sin embargo, se niega a aceptarlo, y desencadena inmediatamente mil violencias, cuyo resultado conforma el episodio central de esta mitología.


Las devastaciones de Susano

Entonces, Susano dijo a Amaterasu: “Gracias a la pureza de mi corazón, yo, al engendrar hijos, he alcanzado la victoria”. Y con estas palabras y la impetuosidad de la victoria, destrozó las separaciones de los arrozales divinos que había dispuesto Amaterasu, cegó los canales de irrigación, y además vertió excrementos en el palacio donde ella degustaba el Gran Alimento* . Y aunque él se comportó de este modo, Amaterasu, sin hacerle ningún reproche, le dijo: “Esto, que parece que son excrementos, debe de ser algo que mi augusto hermano mayor habrá vomitado en su embriaguez. Por lo que respecta a las separaciones de los arrozales y a los canales, sin duda las ha hecho porque le duele la tierra que estas cosas ocupan”. A pesar de que ella le excusaba con estas palabras, Susano siguió perpetrando sus malas acciones y se volvió violento en extremo* .

Hallándose Amaterasu sentada en la hilandería sagrada, Susano perforó el techo de la sala y arrojó por la abertura un caballo celestial que había despellejado. Al ver esto, las tejedoras de los augustos ropajes, asustadas, se clavaron las lanzaderas de los telares en lo más profundo de sus cuerpos y murieron* . Entonces, Amaterasu, aterrada con esta visión, cerró la puerta de Ama-no-iwato [Cueva de las Rocas Celestiales], la fijó sólidamente y se recluyó en su interior* .

La crisis divina

Inmediatamente, Takamagahara quedó sumida en la más completa oscuridad y lo mismo le ocurrió al País Central de la Llanura de Juncos. A causa de esto, reinó la noche eterna. Allí en lo alto, con el ruido de diez mil dioses pululando como las moscas de la quinta luna, diez mil calamidades surgieron simultáneamente. Por ello, las ochocientas * miríadas de divinidades se reunieron en divina asamblea en el lecho seco de Amanogawa, para discutir la forma de convencer a Amaterasu de que abandonara su escondite.

El sabio dios Omoi-kane-no-kami [El que acumula los pensamientos], hijo de una de las divinidades primordiales, Taka-mi-musuhi, ofreció una solución: reunieron a las aves de largo canto de la noche eterna y las hicieron cantar* . Como aquello no dio solución, las divinidades concibieron una complicada estratagema: tomaron duras rocas del río Amanogawa, y hierro de las celestes Montañas de Metal, y convocaron al forjador Ama-tsu-ma-ra* ; encargaron al augusto Ihi-kori-dome que fabricara un espejo con esos materiales; encargaron al augusto Tama-no-ya que fabricara un collar de joyas de quinientas magatama y una longitud de ocho pies; mandaron llamar al augusto Ame-no-koyane y al augusto ­Futo-tama y les ordenaron arrancar los omóplatos de un gamo del celeste monte Kagu y extraer la corteza de los árboles del celeste monte Kagu para practicar una adivinación* ; arrancaron de raíz un augusto árbol de sakaki * del celeste monte Kagu, y colocaron sobre sus ramas superiores el collar de quinientas magatama, sobre las ramas intermedias el espejo de ocho pies, y en sus ramas inferiores sedosas ofrendas blancas y azules* .

El augusto Futo-tama tomó y guardó todo aquello con las grandes y augustas ofrendas* , y el augusto Ame-no-koyane pronunció con ardor unas palabras rituales, mientras el dios Ama-no-tachikara-wo [Varón de fuertes manos] se mantenía oculto cerca de la puerta de Ama-no-iwato; entonces, la diosa Ame-no-uzume * [Mujer temible del cielo], hizo una guirnalda con flores para su cabeza, formó con hojas de bambú enano del monte Kagu un ramillete para sus manos, subió sobre una “tabla sonora” y pateó hasta hacerla retumbar y, comportándose como poseída por un dios, dejó al descubierto sus pechos, haciendo deslizar luego el cordón de su traje por debajo de su cintura* .

Entonces, las ochocientas miríadas de dioses rieron al mismo tiempo y Takamagahara tembló. Al oírlo, Amaterasu, sorprendida, tras entreabrir la puerta de Ama-no-iwato, habló así desde su interior: “Pensé que debido a mi retiro, Takamagahara quedaría oscurecida, y el País Central de la Llanura de Juncos resultaría igualmente oscurecido; ¿Cómo es posible, pues, que Uzume se regocije y que además las ochocientas miríadas de dioses se rían?”. Uzume respondió entonces: “Estamos alegres y nos regocijamos porque hay una divinidad que aventaja a tu augusta persona”.

Mientras ella hablaba de esta manera, Ame-no-koyane y Futo-tama dirigieron el espejo hacia la puerta entreabierta. Amaterasu, sorprendida por lo que estaba ocurriendo, salió poco a poco, y mientras se miraba intensamente en el espejo, quedó por un instante deslumbrada. Ama-no-tachikara-wo, que permanecía escondido, la cogió de la mano y la obligó a salir. Entonces, Futo-tama, sacando y colocando una cuerda * tras la espalda de Amaterasu, dijo: “¡No retrocederás más allá de este punto!”. Y así, cuando Amaterasu hubo salido, Takamagahara y el País Central de la Llanura de los Juncos quedaron, de forma natural, iluminados con su brillo. Una vez fuera de la cueva, Amaterasu consintió en no volver a su encierro, siempre que Susano fuese desterrado* .

La expulsión de Susano

Allí en lo alto, las ochocientas miríadas de dioses, tras mantener consejo, impusieron a Susano un castigo consistente en entregar un millar de tablas de ofrendas y además le cortaron la barba, las uñas de los dedos de las manos y los pies* , y le expulsaron mediante un divino mandato.

Así perseguido, Susano acude a solicitar comida a Ogetsu-hime-no-kami [la diosa del alimento], quien se saca de la boca, de la nariz y del recto, todo tipo de manjares exquisitos para ofrecérselos; indignado por el insulto, Susano la mata inmediatamente. Pero la muerte de Ogetsu tiene resultados positivos en la mitología japonesa, pues del cadáver de la diosa nacen los “cinco cereales”, esto es, los alimentos básicos con los que siguen subsisteniendo los japoneses en la actualidad: en sus ojos crecen semillas de arroz, en sus orejas mijo, en sus genitales trigo, en su nariz judías pintas y en su recto soja * . El dios Kami-musubi mandó recoger y sembrar estas semillas, para el bien de los mortales.


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Izanagi e Izanami

El nacimiento del Japón

En el principio, tras la formación del cielo y de la Tierra, tres dioses se crearon a sí mismos y se escondieron en el cielo. Entre este y la Tierra apareció algo con aspecto de un brote de junco, y de él nacieron dos dioses, que también se escondieron. Otros siete dioses nacieron de la misma manera, y los últimos se llamaron Izanagi e Izanami.

Izanagi e Izanami

Fueron encargados por los demás dioses de formar las islas japonesas. Estos hundieron una jabalina adornada con piedras preciosas en el mar inferior, la agitaron y al sacarla, las gotas que de ella resbalaban formaron la isla de Onokoro. Descendiendo de los cielos, Izanagi e Izanami resolvieron construir allí su hogar, así que clavaron la jabalina en el suelo para formar el Pilar Celestial.

Descubrieron que sus cuerpos estaban formados de manera diferente, por lo que Izanagi preguntó a su esposa Izanami si sería de su agrado concebir más tierra para que de ella nacieran más islas. Como ella accedió, ambos inventaron un matrimonio ritual; cada uno tenía que rodear el Pilar Celestial andando en direcciones opuestas. Cuando se encontraron, Izanami exclamó: "¡Que encantador! ¡He encontrado un hombre atractivo!", y a continuación hicieron el amor.

En lugar de parir una isla, Izanami dio a luz a un malforme niño-sanguijuela al que lanzaron al mar sobre un bote hecho de juncos. Después se dirigieron a los dioses para pedir consejo, y estos les explicaron que el error estaba en el ritual del matrimonio, ya que ella no debía de haber hablado primero la encontrarse alrededor del Pilar, pues no es propio de la mujer iniciar la conversación. Así pues, ambos repitieron el ritual, pero esta vez Izanagi habló primero, y todo salió según sus deseos.

Con el tiempo, Izanagi concibió todas las islas que forman el Japón, creando, además, dioses para embellecer las islas, y después hicieron dioses del viento, de los árboles, de los ríos y de las montañas, con lo que su obra quedó completa. El último dios nacido de Izanami fue el dios del fuego, cuyo alumbramiento produjo tan graves quemaduras en los genitales de la diosa que murió. Y todavía, mientras moría, nacieron más dioses a partir de su vómito, su orina y sus excrementos. Izanagi estaba tan furioso que le cortó la cabeza al dios del fuego, pero las gotas de sangre que cayeron a la Tierra dieron vida a nuevas deidades.

El más allá


Tras la muerte de Izanami, Izanagi quiso seguirla en su viaje a Yomi, la región de los muertos, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó allí, Izanami ya había comido en Yomi, lo que hacía imposible su vuelta al mundo de los vivos. La diosa pidió a su esposo que esperase pacientemente mientras ella discutía con los demás dioses si era o no posible su retorno al mundo, pero Izanagi no fue capaz; Impa ciente, rompió una punta de la peineta que llevaba, la prendió fuego, para que le sirviese de antorcha y después entró en la sala. Lo que vió allí fue espantoso: los gusanos se retorcían ruidosamente en el cuerpo putrefacto de Izanami.

Izanagi quedó aterrado al contemplar la visión del cuerpo de Izanami, por lo que dio media vuelta y salió huyendo de allí. Encolerizada por la desobediencia de su marido, Izanami envió tras él a las brujas de Yomi y a los fantasmas del lugar, pero Izanagi pudo despistarlos haciendo uso de sus trucos mágicos. Cuando por fin llegó a la frontera que separa el mundo de los muertos del de los vivos, Izanagi lanzó a sus perseguidores tres melocotones que allí encontró, retirándose las brujas y fantasmas a toda prisa.

Finalmente, fue la propia Izanami quien salió en persecución de Izanagi. Este colocó una gigantesca roca en el paso que unía Yomi con el mundo de los vivos, de modo que Izanami y él se vieron uno a cada lado del enorme obstáculo. Izanami dijo entonces: "Oh, mi amado marido, si así actuas haré que mueran cada dia mil de los vasallos de tu reino", a lo que Izanagi contestó "Oh, mi amada esposa, si tales cosas haces yo daré nacimiento cada día a mil quinientos". Finalmente llegaron a un acuerdo, mediante el cual la cifra de nacimientos y fallecimientos se mantienen en la misma proporción. Ella le dijo que debía aceptar su muerte y él prometió no volver a visitarla. Entonces ambos declararon el fín de su matrimonio. Esta separación significó el comienzo de la muerte para todos los seres.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los mitos que has colocado me parecen supergeniales y ayudan a conocer la cultura japonesa ya que en este lado del mundo occidental hay complicaciones para acceder a ellos.
¡Gracias!

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