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sábado, 9 de junio de 2012

REMINISCENCIAS DE H.P. BLAVATSKY Y LA DOCTRINA SECRETA -- Constance Watchmeister



REMINISCENCIAS DE H.P. BLAVATSKYYLA DOCTRINA SECRETA  Constance Watchmeister


CAPÍTULO I


Al presentar una relación de la manera como fue escrita La Doctrina Secreta, por H.P. Blavatsky, mientras las circunstancias están todavía claras en mi memoria, con memorándums y cartas disponibles, aún, como referencia, no rehuiré explayarme, con cierta extensión, sobre mis propias relaciones con mi amada amiga y maestra a la vez que sobre muchas circunstancias pertinentes las que, aunque no están relacionadas con la actual escritura del libro, contribuirán, estoy segura, a una inteligente comprensión tanto de la autora como de su obra.
Para mí, nada es trivial, nada es insignificante en la personalidad, en los hábitos y en el medio ambiente de H. P. B., y deseo transmitir al lector, en lo posible, el conocimiento más completo que yo poseo de las dificultades y perturbaciones que la acosaron
durante el progreso de su trabajo. La mala salud, la vida errante, el ambiente impropio
para tal labor, la carencia de materiales, la defección de falsos amigos, los ataques de
enemigos, fueron obstáculos que dificultaron y en ocasiones, obstruyeron su trabajo; pero la cooperación de manos voluntariosas, el amor y cuidado de devotos adherentes y sobre todo, el sostén y la dirección de sus amados y reverenciados Maestros, coadyuvó a que le fuera posible completar su trabajo.
Fue en el año 1884, que habiendo tenido la ocasión de visitar Londres, entablé conocimiento, por primera vez, con Helena Petrovna Blavatsky en el hogar del señor y señoraSinnett. ¡Recuerdo bien el sentimiento de placentera excitación con que hice aquella memorable visita. Previamente, había leído            Isis sin Velo con asombro y admiración por la vasta provisión de extraños conocimientos contenidos en ese extraordinario trabajo y por tanto, yo estaba preparada para considerar, con sentimientos que se acercaban mucho a reverencia, a quien no sólo había fundado una Sociedad que prometía formar el núcleo universal de una Fraternidad de la Humanidad, sino que también se había expresado como la mensajera de hombres que habían avanzado más allá que la humanidad corriente en conquistas mentales y espirituales, y que por ello
mismo podían ser llamados, en el sentido más verdadero de la palabra, los Pioneros de la Raza.
La recepción que me brindó el ama de casa fue cordial y en seguida fui presentada a
Madame Blavatsky. Sus rasgos faciales estaban impregnados de poder y expresaban una
innata nobleza de carácter que sobrepasaba la expectativa que yo me había forjado, pero lo que mayormente captó mi inmediata atención fue la sostenida y fija mirada de sus extraordinarios ojos grises, penetrantes pero calmos e inescrutables; brillaban con una serena luz que parecía penetrar y develar los secretos del corazón.
Sin embargo, cuando me volví para mirar a aquellas personas que la rodeaban, experimenté una reacción en mis sentimientos que, por un tiempo, dejó una incómoda impresión en mi mente. Fue una extraña escena la que observaron mis ojos. Sentados en el piso al pie de la baja otomana sobre la cual estaba sentada Madame Blavatsky, se habían agrupado varios visitantes que la miraban con una expresión de homenaje y adoración, mientras otros estaban pendientes de sus menores palabras con una estudiada muestra de extasiada atención, y todos me parecían más o menos afectados por el tono general de adulación.
Mientras me sentaba aparte y observaba lo que estaba pasando ante mí, permití que las
sospechas se alojaran en mi mente, sospechas que, más tarde, aprendí a conocer como totalmente carentes de base e injustificadas. Yo temblaba pensando que una persona, de quien me había formado una tal elevada imagen, probara ser una esclava de la lisonja y adulación de sus seguidores. No podía conocer, en aquel momento, el alejamiento de todo eso, la indiferencia por toda alabanza, el elevado sentido de la obligación que no admitía la más mínima vacilación ni egoísta consideración, de la mujer que tenía ante mí. No podía saber entonces que su naturaleza era absolutamente incapaz de degradar sus poderes y su elevada misión por la obtención de una despreciable popularidad.
Aunque demasiado orgullosa para justificarse ante quienes eran incapaces de apreciar
el elevado nivel de conducta que ella seguía y que siempre presentó ante el mundo en sus escritos éticos y místicos, en alguna ocasión ella descubría su pensamiento más íntimo a aquellos pocos sinceros discípulos que se habían prometido a sí mismos hollar el sendero que ella indicara. Recuerdo una explicación que ella dio sobre ese mismo punto, cuando el grupo de burlones periodistas y visitantes se preguntó mutuamente: "¿Cómo es que esta discípula de casi omniscientes Mahatmas, esta natural clarividente y adiestrada lectora de las mentes de sus semejantes, no puede ni siquiera distinguir sus amigos de sus enemigos?"
"¿Quién soy yo, dijo ella, contestando una pregunta con otra, quién soy yo para negar
una oportunidad a alguien en quien veo una chispa todavía luciente, de reconocimiento de la Causa que sirvo y que puede ser aventada hasta ser una llama de devoción? ¿Qué importan las consecuencias personales que caen sobre mí cuando tal ser falla sucumbiendo a las fuerzas del mal que en él anidan -decepción, ingratitud, venganza y demás- fuerzas que yo vi, tan claramente como vi la prometedora chispa? ¿Qué importa, aunque en su caída me cubra con tergiversación, difamación y desprecio? ¿Qué derecho tengo de rehusar a cualquiera la oportunidad de sacar provecho de las verdades que puedo enseñarle y, por ello, ayudarle a entrar en el Sendero? Yo os digo que no me es dado escoger. Estoy compelida, por mi promesa hacia las estrictas leyes y preceptos del ocultismo, a la renunciación de toda consideración egoísta, y ¿cómo puedo arriesgarme a suponer la existencia de faltas en un candidato, y actuar por mi suposición, aunque una nebulosa aura pueda llenarme de apesadumbrado presentimiento?”

CAPITULO II


Aquí se me permitirá aludir, brevemente, a las circunstancias que me llevaron a hacer
la visita a Madame Blavatsky, que he descrito.
Durante dos años, de 1879 a 1881, yo había estado investigando el Espiritismo con el resultado de que, si bien me había visto obligada a aceptar los hechos observados, yo no podía aceptar  la corriente interpretación espiritista de los mismos. Hacia el final de esa época comencé a leer Isis sin            Velo, el Buddhismo Esotérico y otros libros teosóficos, y encontrando en ellos las teorías que me había formado por mí misma, en relación a la naturaleza y causa de los fenómenos espiritistas, corroboradas y ampliadas en esos libros, era natural que me sintiera atraída hacia la Teosofía.
En 1881 ingresé en la Sociedad Teosófica y me afilié a una Rama.
Debido a varias causas, el resultado de mis estudios, en ese ambiente, fue insatisfactorio, y retorné a un curso de lecturas e investigaciones privadas. Estaba, pues, en simpatía con algunos aspectos de la enseñanza teosófica y con el material sobre el cual H. P. B. había hecho estudios extensivos. La lectura de esos libros sirvió para acrecentar mi admiración por Madame Blavatsky, de forma que cuando se presentó una oportunidad de conocerla yo la aproveché con presteza.
Poco tiempo después de la visita mencionada me encontraba, un atardecer, en casa de
La señora Sinnett y allí conocí al coronel Olcott. Su conversación,          que atrajo a su
alrededor un grupo de auditores, estaba, principalmente, encaminada hacia tópicos "fenoménicos" y las extrañas experiencias acaecidas bajo su propia observación o en las cuales él había participado. Sin embargo, todo eso no era suficiente como para apartar mi atención de Madame Blavatsky, cuya extraña personalidad y el misterio que rodeaba su vida, me fascinaban. Pero no me aproximé a ella, sino que pasé una agradable velada junto a otra nueva conocida, Madame Gebhard, quien, más tarde, habría de ser una muy querida amiga y que me entretuvo con la narración de muchas historias concernientes a "la Vieja Dama", como solían llamar familiarmente a H. P. B., sus más íntimos amigos.
Esas fueron las únicas ocasiones, durante mi visita a Londres, en que vi a H. P. B. y
no esperaba verla más. Estaba haciendo preparativos para partir, cuando una noche, y
con gran sorpresa mía, recibí una carta dirigida a mi, en carácter de letra que me era
desconocido, y que demostró ser de Madame Blavatsky. Esa carta contenía una invitación para ir a verla en París, indicando que estaba deseosa de tener una conversación privada, conmigo. La tentación de conocer algo más de alguien cuya personalidad me interesaba tan profundamente y que era la fundadora de la
Sociedad a la cual pertenecía, influyó sobre mí y decidí retornar a Suecia, vía París.
A mi llegada a París, me presenté en el appartement de Madame Blavatsky, pero se
me dijo que ella, se encontraba en Enghien,            en una visita a la Condesa d ' Adhémar.
Sin desanimarme, tomé el tren y pronto me encontré enfrente de la linda casa de campo de los d'Adhémar. Allí me esperaban nuevas dificultades. Al enviar mi tarjeta, con el requerimiento de ver a Madame Blavatsky, se me dijo, después de una corta espera, que la dama estaba ocupada y no podía recibirme.
Contesté que estaba perfectamente dispuesta a esperar, pues había llegado desde Inglaterra, por requerimiento de Madame Blavatsky, quien deseaba verme, y que rehusaba irme antes de cumplir con mi diligencia. Después de esto, fui introducida en un salón lleno de gente y la Condesa d ' Adhémar se adelantó, me recibió cariñosamente y me condujo al otro extremo del salón donde estaba sentada Madame Blavatsky. Después de los saludos y explicaciones me dijo que tenía que cenar esa noche, en París con la Duquesa de Pomar y me preguntó si la acompañaría. Como la Duquesa era una antigua amiga mía, que había sido siempre extremadamente cariñosa y hospitalaria y me sentía segura de que ella no me consideraría una intrusa, naturalmente que consentí. La tarde pasó, muy agradablemente, en conversación con muchas interesantes personas así como escuchando las animadas conversaciones de Madame Blavatsky. Su conversación era mucho más fluida en francés que en inglés y allí, aún más que en Londres, ella era siempre el centro de un grupo de ansiosos auditores.
En el vagón, entre Enghien y París, H.P.B., se mantuvo silenciosa y distraite. Confesó que estaba cansada, habló muy poco y en relación con cosas corrientes. En un momento, después de una larga pausa, me dijo que oía, de manera muy clara, la música de “Guillermo Tell" e indicó que esa ópera era una de sus favoritas.
No era la hora habitual para la ópera            y me sentí curiosamente irritada, pero al averiguar, para formarme un juicio sobre su observación, encontré que el mismo aire de "Guillermo Tell" había sido tocado en un concierto en los Campos Elíseos, justamente
cuando ella me dijo que lo oía. Si esas tonalidades llegaron hasta sus oídos mientras sus
sentidos se encontraban en un estado de hiperestesia, o si ella captó la melodía de la
"Luz Astral", eso no lo sé, pero desde entonces, he podido verificar, a menudo, que ella
podía, en ocasiones, oír lo que ocurría a la distancia.
Nada ocurrió durante el atardecer en el salón de la Duquesa de Pomar que valga la
pena de mencionar pero cuando me despedí, para ir a mi hotel, Madame Blavatsky me
rogó que retornara a Enghien para verla el próximo día. Eso hice y recibí una cordial
invitación de la Condesa d'Adhémar para que me alojara con ella, pero en cuanto a una conversación  privada con H. P. B., no la hubo tampoco en esa ocasión. Sin embargo,
tuve el placer de conocer al señor William Q. Judge, quien actuaba como secretario privado de H. P. B. en aquella ocasión, y tuvimos los dos, muchas amenas conversaciones, en sus horas   libres,  caminando bajo los árboles en el bello parque.
Madame Blavatsky, permanecía todo el día recluida en su habitación, y sólo me encontraba con ella en la mesa y durante los atardeceres, cuando ella era rodeada por una coterie y no había oportunidad para una conversación privada.Ahora no tengo la menor duda de que las dificultades que experimenté, al querer acercarme a Madame Blavatsky, y las demoras que ocurrieron antes de que ella decidiera que el momento de hablarme seriamente  había llegado, fue todo calculado y formaba parte de una especie de "probación", aunque en aquel tiempo yo no tenía la menor sospecha de ello.
Finalmente, me sentí ansiosa de retornar a Suecia y poco deseosa de seguir abusando
de la hospitalidad de mi huésped, de manera que un día llamé aparte al señor Judge y le
pedí que dijera a "la Vieja Dama" que, a menos que ella tuviera algo de verdadera importancia que decirme, yo partiría al día siguiente. Poco después fui llamada a su habitación y allí tuvo Jugar una conversación que jamás olvidaré.
Ella me dijo muchas cosas que yo creía ser la única en conocer y terminó diciéndome
que antes de que transcurrieran dos años yo dedicaría toda mi vida a la T eosofía,
En aquella ocasión tenía razones para considerar todo eso como algo en absoluto imposible y como cualquier reticencia, sobre el particular, podría ser causa de una mala
interpretación me sentí obligada a decírselo.
Ella simplemente sonrió y contestó: "el Maestro dice que así será y, por lo tanto, yo
sé que es verdad".
Al día siguiente me despedí de ella, dije hasta la vista a los          d ' Adhémar y partí.   El
señor Judge me acompañó a la estación permaneciendo conmigo hasta que partí, y toda
esa noche me sentí transportada mientras corría el tren, preguntándome si sus palabras
se realizarían y pensando cuán absolutamente inadecuada era yo para llevar tal clase de vida y cuán imposible me sería romper todas las barreras que se levantaban frente a mí, cerrándome el camino hacia la meta que ella había evocado ante mi desconcertada mirada.

CAPÍTULO III


En el otoño de 1885 estaba haciendo preparativos para dejar mi casa en Suecia y pasar
el invierno con algunos amigos en Italia e, incidentalmente, en route, hacer la visita que
había prometido a Madame Gebhard, en su residencia en Elberfeld. Fue mientras estaba
poniendo cierto orden en mis asuntos, en vista a mi proyectada larga ausencia, que ocurrió un incidente, no por cierto singular en mi experiencia, pero fuera de lo normal. Estaba arreglando y poniendo a un lado las cosas que intentaba llevar conmigo a Italia, cuando oí una voz que decía: "lleve ese libro, le será útil en su viaje", Debo decir, aquí, que poseo las facultades de clarividencia y clariaudiencia, bastante desarrolladas. Dirigí mis ojos hacia un volumen manuscrito que había colocado sobre una pila de cosas para ser guardadas hasta mi retorno. Por cierto que me parecía un vademécum singularmente inapropiado para unas vacaciones, pues era una colección de notas sobre el "Tarot" y pasajes tomados de la Kábala, que habían sido compilados, para mí, por un amigo. Sin embargo, decidí llevarlo y puse el libro en el fondo de uno de mis baúles de viaje.
Finalmente llegó el día de dejar Suecia, en octubre de 1885 , y llegué a Elberfeld,
donde fui recibida con los cordiales y afectuosos saludos de Madame Gebhard. El cálido
corazón y la constante amistad de esa excelente amiga fue, durante años, una fuente de
confortación y aliento par mí, como también lo fue para Madame Blavatsky y mi afecto y admiración hacia ella aumentaron al conocer mejor el verdadero y noble carácter que, gradualmente, el tiempo fue desplegando ante mí.
Madame Blavatsky y un grupo de teósotos habían pasado cerca de ocho semanas en
compañía de Madame Gebhard, en el otoño de 1884 y ella tenía muchas cosas que contarme en relación a los interesantes incidentes que acontecieron durante ese tiempo. De forma que volví a situarme, otra vez, dentro de ese ambiente de influencia que había hecho una impresión tan profunda en mí, en Enghien, y sentí revivir todo mi interés y entusiasmo por H. P. B.
Pero llegó el momento en que debía seguir mi viaje a Italia. Mis amigos no cesaban de
presionarme para que me uniera a ellos, y finalmente fijé la fecha de mi partida.
Cuando comuniqué a Madame Gebhard que debía dejarla en unos pocos días, me habló de una carta que había recibido de H. P .B. en la cual deploraba su soledad. Se encontraba enferma en su cuerpo y deprimida en su ánimo. Su sola compañía era su sirvienta y un caballero indo que la había acompañado desde Bombay y de quien diré, luego, algunas palabras. "Vaya hacia ella, dijo Madame Gebhard, ella necesita simpatía y usted puede animarla. Para mí es imposible, tengo mis obligaciones, pero usted puede acompañarla, si lo desea”.
Yo medité acerca de esta insinuación. Ciertamente que me era posible cumplir tal
Pedido, a riesgo de desilusionar a mis amigos en Italia. pero el plan de ellos no se perturbaría mucho y decidí. finalmente, que si H. P. B. Deseaba mi compañía iría hacia ella para pasar un mes. antes de partir para el sur. Y así, tal como ella lo había predicho
y dentro del período de tiempo que mencionó, las circunstancias parecían ir llevándome, de nuevo, hacia ella.
Madame Gebhard se mostró genuinamente contenta cuando le di a conocer mi decisión
y le mostré una carta que había escrito a "la Vieja Dama", en Wurzburg, sugiriendo que
si deseaba recibirme yo me quedaría algunas semanas con ella, ya que Madame Gebhard había manifestado que tenía necesidad de cuidado y de compañía. La carta fue enviada y esperamos, con interés, la contestación. Cuando finalmente la contestación estuvo sobre nuestra mesa del desayuno había bastante excitación en cuanto a cuál sería su contenido, pero nuestra expectativa se volvió pronto consternación de parte de Madame Gebhard y desilusión de la mía cuando encontramos, ni más ni menos, un cortés rechazo. Madame Blavatsky lo sentía, pero no tenía habitación para alojarme y además estaba tan ocupada escribiendo su Doctrina Secreta que no tenía tiempo para agasajar visitantes, pero esperaba que podríamos encontrarnos a mi retorno de Italia.
El tono era bastante cortés y hasta amable, pero la intención parecía ser la de darme a entender, de manera clara, que no se deseaba mi presencia.
El rostro de Madame Gebhard mostró su desilusión mientras yo leía en voz alta. Para
ella, eso era evidentemente incomprensible.
En cuanto a mí, después del primer momento de desilusión, al ver frustrados los planes que tanto me había costado decidir, volví mis miras hacia el sur anticipando el encuentro con mis amigos.
Mi equipaje quedó enseguida pronto y un carruaje ya estaba esperándome en la puerta cuando se puso en mis manos un telegrama conteniendo las siguientes palabras: "Venga enseguida a Wurzburg, la necesito inmediatamente -Blavatsky".
Puede imaginarse fácilmente que este mensaje me tomó de sorpresa y extrañada me
volví hacia Madame Gebhard esperando una explicación, Pero ella estaba francamente encantada y radiante. Era evidente que todos sus pensamientos y todas sus simpatías estaban con su “Vieja Dama”.
"¡Oh, después de todo ella la necesita, ya lo ve", exclamó. "Vaya hacia ella, vaya". No
era posible resistir. Dejé que mis secretas inclinaciones encontraran una excusa en la
urgencia de su persuasión y, en vez de tomar un billete para Roma, tomé uno para Wurzburg y pronto me encontré viajando hacia la realización de mi K arma.
Fue al atardecer cuando llegué al alojamiento de Madame Blavatsky y al subir la
escalera mi pulso estaba agitado, mientras reflexionaba acerca del recibimiento que me
esperaba. No sabía nada de las causas que habían dictado este cambio a último momento.
El campo de posibilidades era bastante amplio como para permitir dar rienda suelta a mi imaginación, la que me hacía suponer o la posibilidad de una seria enfermedad como causante del telegrama, o la posibilidad de un tercer cambio de manera de pensar de H.P.B., el cual me llevaría hasta Roma que, después de todo, se encontraba a treinta y seis horas de distancia. Pero los acontecimientos estaban bastante alejados de esos dos extremos posibles.
El recibimiento de Madame Blavatsky fue cálido y después de las pocas palabras de
bienvenida me dijo: "Tengo que pedir disculpas por actuar de manera tan extraña. Le
diré la verdad: no la quería tener a usted aquí, pues tengo un solo dormitorio y pensé
que usted sería una dama demasiado refinada para querer compartirlo conmigo. Mi manera de ser y costumbres, no son, probablemente, las suyas. Si usted venía a alojarse conmigo sabía que usted tendría que aceptar muchas cosas que le parecerían intolerables incomodidades. Por ello es que decidí declinar su ofrecimiento y le escribí en ese sentido pero, después de haber puesto mi carta en .el correo, el Maestro me habló y me dijo que yo debía pedirle que viniera. Nunca desobedezco una palabra del Maestro y le telegrafié de inmediato. Desde entonces he estado trotando de hacer más habitable el dormitorio. He comprado un ancho biombo que dividirá la habitación, de forma que usted podrá tener un lado y yo el otro y espero que no se sentirá muy incómoda”.
Contesté que no importaba cuáles eran las comodidades que estaba acostumbrada a tener y que estaba deseosa de renunciar a ellas, por el placer de su compañía.
Recuerdo muy bien que fue cuando íbamos juntas al comedor a tomar el té, que me dijo,
de pronto, como si algo hubiera estado preocupándola:
"El Maestro dice que usted tiene un libro para mí que necesito mucho".
"No, realmente", contesté. "No traje libros".
"Piense de nuevo", respondió. "Dice el Maestro que se le pidió a usted, en Suecia,
que me trajera un libro sobre el Tarot y la Kábala".
Recordé, entonces, las circunstancias que ya he relatado. Desde el momento en que coloqué el libro en el fondo de mi baúl, había estado alejado de mi vista y de mi mente. De inmediato me dirigí hasta mi dormitorio, abrí el baúl y metí 1a mano hasta el fondo; allí lo encontré en el mismo rincón donde lo había puesto cuando empaqué en Suecia, sin tocarlo desde aquel momento hasta entonces. Pero eso no fue todo. Cuando retorné al comedor con él en mi mano, Madame Blavatsky hizo un gesto, diciendo: “Deténgase, no lo abra. Vuelva ahora la página diez y en la sexta línea usted encontrará las palabras…”. Y citó un pasaje.
Abrí el libro del cual no podía tener copia H. P. B. pues, debe recordarse que no
estaba impreso sino que era un álbum manuscrito donde un amigo mío había reunido notas y extractos para mi uso personal y, sin embargo, en la página y en la línea que ella
indicó encontré las mismas palabras que H. P. B. había pronunciado.
Cuando le entregué el libro me aventuré a preguntarle por qué lo quería.
"¡Oh!, contestó, para La Doctrina Secreta. Este es mi nuevo trabajo y estoy muy atareada, escribiéndolo. El Maestro está recogiendo material para mí. El sabía que usted
tenía el libro y le indicó que lo trajera a fin 'de tenerlo a mano para consulta".
No se trabajó esa primera noche, pero al día siguiente, ,empecé a darme cuenta de cuál
era el curso de la vida de H. P. B. y cuál sería el mío, si me quedaba con ella.


CAPITULO IV


La descripción de un solo día servirá para dar una idea de la rutina diaria de su vida,
en aquel tiempo. A las seis yo era despertada por la sirvienta que entraba con una taza de café para Madame Blavatsky quien, después de este ligero refrigerio, se levantaba y vestía ya las siete ya estaba ante su mesa de trabajo, en el escritorio.
Me dijo que ese era su invariable hábito y que el desayuno sería servido a las ocho.
Después del desayuno ella se sentaba frente a su mesa y el trabajo del día comenzaba, seriamente. A la una se servía el almuerzo cuando yo hacía sonar una campanilla de mano para llamar a H. P. B. A veces ella venía de inmediato, pero en otras ocasiones, su puerta permanecía cerrada, hora tras hora, hasta que nuestra sirvienta suiza venía a mí, casi llorando, para preguntarme qué deberíamos hacer con el almuerzo de Madame, el que estaba ya frío, seco, o quemado, o por completo echado a perder. Finalmente aparecía H. P. B., fatigada con tantas horas de exhaustiva labor y ayuno; entonces se preparaba otro almuerzo o yo enviaba al hotel por algún alimento nutritivo.
A las siete ella dejaba su trabajo y, después del té, pasábamos una agradable velada
juntas.
Cómodamente sentada en su amplio sillón, H. P. B. acostumbraba disponer sus naipes
para un juego de paciencia, como ella decía, para tranquilizar su mente. Parecía que el
proceso mecánico de ordenar sus naipes permitía a su mente liberarse de la presión de
una labor concentrada, durante todo el día.
Ella nunca se interesaba en hablar de Teosofía por las noches. La tensión mental, durante el día, era tan severa que, sobre todas las cosas, lo que ella necesitaba era descanso y así  es que      yo procuraba  tantos  periódicos y revistas como podía y de todo eso le leía artículos o pasajes que me parecían apropiados para interesarla y distraerla. A las nueve se iba a la cama y allí se rodeaba con sus periódicos rusos y leía hasta una hora avanzada.
Y así era como nuestros días pasaban en la misma rutina; el único cambio que vale
la pena anotar es que, en ocasiones, ella dejaba abierta la puerta entre el escritorio y el
comedor donde yo me sentaba, y entonces, de vez en cuando, conversábamos o yo escribía cartas por su indicación o discutíamos el contenido de las recibidas.
Nuestros visitantes eran muy pocos. Una vez a la semana venía el médico, para, cerciorarse de la salud de H. P. B., y se quedaba más de una hora conversando. A veces, muy raramente, nuestro casero un judío de tendencias materialistas, nos contaba una buena historia de la vida que veía a través de sus gafas y más de un buen momento de risa hemos tenido juntos; una agradable interrupción en la diaria monotonía de nuestra labor.
En ese tiempo supe algo más referente a La Doctrina Secreta: que sería un trabajo más
voluminoso que Isis sin Velo; que una vez completado constaría de cuatro volúmenes; y
que en ellos se daría al mundo tanto material de la doctrina esotérica como era posible en el presente estado de la evolución humana. "Será, naturalmente, muy fragmentario, me dijo ella, y habrá, necesariamente, que dejar grandes lagunas, pero hará pensar a los hombres y tan pronto como ellos estén capacitados se les dará más a conocer". "Pero, agregó después de una pausa, tal cosa no será hasta el siglo que viene, cuando los hombres comenzarán a comprender y discutir esta obra de manera inteligente".
Pronto, sin embargo, se me confió la tarea de hacer copias de los manuscritos de H.P.B., y entonces comencé, naturalmente, a obtener atisbos de la materia  de La Doctrina Secreta.
No he aludido, hasta ahora, a la presencia en Wurzburg de un caballero indo, el cual
durante un tiempo, fue una prominente figura en nuestra pequeña sociedad.
Fue en Adyar, que un indo, cubierto de suciedad, vestido de andrajos y con una miserable expresión en su semblante, se introdujo un día hasta la presencia de Madame
 Blavatsky. Se arrojó a sus pies y, con llanto en su voz y en sus ojos, le rogó que lo salvara. Al interrogarlo, contó que en un momento de exaltación religiosa            se había dirigido al interior de la selva con la intención de renunciar a la sociedad de los hombres, haciéndose un "morador de la selva" y entregándose a la contemplación religiosa y a las prácticas del yoga. Allí se encontró con un yogui que lo aceptó como su chela o discípulo y permaneció algún tiempo dedicado al estudio de las dificultades del peligroso sistema llamado "Hatha Yoga", un sistema que se basa, casi exclusivamente, en procesos fisiológicos para el desarrollo de los poderes psíquicos.
Finalmente, aterrorizado por sus experiencias y el terrible entrenamiento que tuvo que
seguir, escapó a la influencia de su gurú. No se sabe por qué circunstancias fue dirigido
hacia H. P. B., pero lo consiguió, y ella lo confortó y calmó su agitada mente, vistiéndolo y alimentándolo y luego, a su pedido, comenzó a enseñarle el verdadero sendero espiritual de desarrollo: la filosofía Raja Yoga. En cambio, él prometió serle devoto toda la vida y cuando ella dejó la India para ir a Europa él la persuadió de llevarlo con ella.
Era él, un hombre pequeño, de temperamento nervioso, de ojos brillantes. Durante
los primeros días que pasé en Wurzburg, estaba siempre hablándome, traduciéndome historias de sus libros, escritos en tamil, y relatándome toda clase de extraordinarias
aventuras que le habían acontecido cuando estaba en la selva con su maestro de Hatha
Yoga. Pero no permaneció mucho tiempo en Wurzburg. Madame Gebhard le envió una
cordial invitación para que la visitara en Elberfeld y así fue que una mañana, después
de una efusiva escena de despedida de H. P. B., durante la cual declaró que había sido
más que una madre para él y que los días que había pasado con ella habían sido los
más felices de su vida, partió, siento decirlo, para no retornar más. Muy pronto la adulación le hizo perder la cabeza y el corazón y el pobre hombrecillo mostró ser falso con todo lo que debiera haber sido lo más sagrado para él.
Deseo pasar ligeramente sobre incidentes de esta naturaleza, pues éste, siento tener que
decirlo, no fue un caso aislado de ingratitud y defección, pero fue, posiblemente, el que
afectó, de manera más dolorosa, a H. P. B.
Lo menciono aquí para mostrar un ejemplo de la aflicción mental que, agregada a las
enfermedades y debilidades físicas, contribuyó a que el progreso de su trabajo fuera lento y doloroso.
La vida tranquila y de estudio que he tratado de describir, continuó por algún tiempo
y el trabajo progresó, sin interrupción, hasta una mañana en que un rayo descendió sobre nosotras, H. P. B. recibió por correo, temprano y sin una sola palabra de advertencia, una copia del bien conocido Report of the Society for Psychical Research. Fue un golpe cruel y se presentó en forma por completo inesperada. Nunca olvidaré el día, ni la mirada de desconcertada y petrificante desesperación que dejó caer sobre mí, cuando entré en su sala y la encontré con el libro abierto en sus manos.
"Esto, exclamó, es el Karma de la Sociedad Teosófica y cae sobre mí. Soy la víctima
propiciatoria. Se me hace cargar con todos los pecados de la Sociedad y ahora se me apoda la gran impostora de la era y además una espía rusa; ¿quién me escuchará o leerá La Doctrina Secreta? ¿ Cómo puedo proseguir con el trabajo del Maestro? ¡Oh malditos fenómenos que sólo produje para satisfacer a amigos íntimos y para instruir a aquellos que me rodeaban! ¡Qué terrible Karma para sobrellevar! ¿Cómo podré vivir pasando por este Karma? ¡Y si yo muero la labor del Maestro quedará perdida y la Sociedad se arruinará!"
Al principio y en la intensidad de su pasión, ella no quería escuchar ninguna razón,
sino que se volvió contra mí, diciendo: "¿Por qué no se marcha? ¿Por qué no me deja? Usted es una Condesa, usted no puede quedarse aquí con una mujer desprestigiada a la que se exhibe ante el desprecio de todo el mundo, con la que será mostrada, con el dedo, en todas partes como una embaucadora e impostora. Váyase antes de que sea contaminada por mi vergüenza.
"H. P . B., dije, a la vez que mis ojos se posaban en los suyos con serena mirada, usted sabe que el Maestro vive y que Él es su Maestro y que la  Sociedad Teosófica fue fundada por Él. ¿Cómo puede, entonces, perecer? Y desde que yo conozco esto tan bien
como usted, desde que para mí, ahora, la verdad ha sido mostrada sin ninguna posibilidad de duda ¿cómo puede suponer, ni siquiera por un solo momento, que yo podría abandonarla a usted ya la Causa que las dos nos hemos comprometido a servir? Aun en el caso de que cada uno de los miembros de la Sociedad Teosófica demostrara ser un traidor a esta Causa, usted y yo permaneceríamos y esperaríamos y trabajaríamos hasta que volvieran mejores tiempos.
Luego comenzaron a llegar cartas que no contenían más que recriminación y agravio,
renuncia, de miembros y apatía y temor de parte de aquellos que permanecieron. Fue un
tiempo de prueba; la existencia misma de la Sociedad Teosófica parecía amenazada y H.P.B., se sentía como si todo estuviera desmoronándose a sus pies.
Su naturaleza  en extremo sensitiva fue demasiado profundamente herida, su indignación y resentimiento, ante tan inmerecida calumnia, fueron excesivamente excitados como para escuchar, en los primeros momentos, consejos sobre paciencia y moderación. Nada le parecía aceptable y quería partir para Londres de inmediato y aniquilar a sus detractores en las llamas de su justa indignación.
Finalmente, conseguí apaciguarla, pero sólo por un tiempo. Cada correo acrecentaba su
enojo y desesperación y durante mucho tiempo no pudo hacerse ningún trabajo útil. Por
fin, reconoció que para ella no habría esperanza o remedio alguno en el empleo de procedimientos legales ni en este país ni en la India. Eso está probado en el pasaje de la protesta que dirigió el señor Sinnett al Report de la Society for Psychical Research, titulado Occult World Phenomena", pasaje que redactó H. P. B. y que aquí cito:

"El señor Hodgson sabe, escribió, y el Comité comparte, sin duda, su conocimiento que, por mi parte, él está a salvo de acciones por difamación, porque no tengo dinero para proceder con costosos trámites (por haber dado siempre todo lo que he poseído a la causa que sirvo) porque mi reivindicación involucraría el examen de misterios psíquicos que no pueden ser tratados de manera adecuada en un tribunal y también porque hay ciertas preguntas a las que me he comprometido solemnemente no contestar nunca y una investigación legal de tales calumnias actualizaría esas  preguntas, a la vez que mi silencio y negativa a contestarlas sería tergiversada como rebeldía         al tribunal. Estas circunstancias explican el vergonzoso ataque que ha sido lanzado    contra  una casi indefensa mujer y la inacción, a que estoy tan cruelmente condenada, frente a todo ello".
Puedo también citar, para complementar mi propia narración de esos penosos tiempos,
las impresiones del señor Sinnett consignadas en su obra Incidents in the Life of Madame Blavatsky:
"Durante quince días las tumultuosas emociones de Madame Blavatsky hicieron
imposible todo progreso en su trabajo. Su temperamento volcánico la convierte, en
toda emergencia, en la peor exponente de su propio caso, sea éste el que fuere. Casi
ninguna de las cartas, memorándums y protestas en las cuales ella gastó sus energías durante esa miserable quincena, fueron presentadas de manera que hubiera ayudado a un público frío y poco benévolo, a comprender la verdad de las cosas, y no vale la pena resucitarlas aquí. La induje a suavizar el tono de una protesta, en una forma presentable, para insertar en un folleto que publiqué a fines de enero y en cuanto al resto, muy pocos, a no ser sus más íntimos amigos, apreciarían correctamente su fuego y furia. Su lenguaje, cuando ella se encuentra bajo el dominio de una explosión de excitación, induciría a un extraño a suponerla sedienta de venganza, fuera de sí por la pasión, pronta para exigir salvaje venganza de sus enemigos si tuviera poder para ello. Son sólo
aquellos que la conocen íntimamente, alrededor de una media docena de sus más íntimos amigos, quienes saben que a pesar de toda esa efervescencia de sentimientos,
si sus enemigos fueran, realmente, puestos en su poder, su rabia contra ellos se disiparía como una rota burbuja de jabón".
Para concluir este episodio se me permitirá citar una carta mía, enviada al señor Sinnett en aquel tiempo y publicada en su libro Incidents in the Life of Madame Blavatsky,
y en la prensa americana, carta en la cual hacía un sumario de algunas impresiones mías
durante mi estada en Wurzburg. Omitiré el primer párrafo que se relaciona con lo que ya he descrito.
“…Habiéndome enterado de los absurdos rumores que circulan contra ella (H. P. B.) , en los cuales se la ha acusado de practicar magia negra y fraude y de decepcionar,yo estaba            prevenida y fui hacia ella en un sereno y tranquilo estado mental, determinada a no aceptar nada de carácter oculto, que de ella viniera, sin obtener suficiente prueba; a hacerme positiva, a mantener mis ojos abiertos ya ser justa y sincera en mis conclusiones.            El sentido común no me permitía creer en su culpabilidad sin encontrar prueba, pero si esa prueba hubiera sido suministrada, mi sentido del honor me hubiera hecho imposible permanecer en una Sociedad cuya fundadora cometiera embaucamiento y fraude; por tanto, mi propósito mental era el de investigar y me sentía ansiosa de encontrar la verdad.
"He vivido ya unos cuantos meses con Madame Blavatsky. He compartido su dormitorio y he estado con ella de mañana, de tarde y de noche. He tenido acceso
a todos sus cajones y gavetas, he leído las cartas que recibió y las que escribió, y
ahora, de manera patente y honesta declaro que me avergüenzo por haber, alguna vez, sospechado de ella, pues la creo ser una mujer honesta y veraz, fiel hasta la muerte a sus Maestros y a la causa por la cual ha sacrificado su posición, fortuna y salud. No hay la menor duda, para mí, que ella hizo esos sacrificios, pues he palpado las pruebas de los mismos, siendo algunas de esas pruebas documentos cuya autenticidad está fuera de toda posible sospecha.
"Desde un punto de vista mundano, Madame Blavatsky es una mujer desdichada, calumniada, puesta en duda y maltratada por muchos; pero observando desde un punto de vista más elevado, ella posee cualidades extraordinarias y ninguna acumulación de vilipendio puede privarla de los privilegios que ella disfruta y que consisten en un conocimiento de muchas cosas que sólo unos pocos mortales conocen y en un trato personal con ciertos Adeptos orientales.
"Debido al vasto conocimiento que ella posee y que se extiende profundamente
dentro de la parte invisible de la naturaleza, no podemos menos de lamentar mucho que todas sus perturbaciones y tribulaciones le impidan dar al mundo una gran cantidad de información que ella estaría bien dispuesta a impartir si sólo se le permitiera trabajar en paz y sin insensatas distracciones.
"Aun el gran trabajo al cual está ahora entregada, La Doctrina Secreta, ha sido en gran parte, impedido por todas las persecuciones, cartas ofensivas y otras mezquinas molestias a las que la han sometido este invierno, pues debe recordarse que H.P.B. no es, todavía, un Adepto completo ni ella lo pretende ser y que, por lo tanto, a pesar de todo su gran conocimiento, ella es tan dolorosamente susceptible al insulto y a la sospecha como lo pudiera ser cualquiera dama de su condición, refinamiento y posición.
"La Doctrina Secreta será, no hay duda, un grandioso e importante trabajo. He tenido el privilegio de observar su progreso, de leer los manuscritos y de presenciar la manera oculta por la cual ella obtenía sus informaciones.
"Ultimamente, y entre personas que se llaman a sí mismas "teósofos", he escuchado expresiones que me sorprenden y apenan. Tales personas han dicho que si se probara que los Mahatmas no existen, ello no importaría; que a pesar de todo la Teosofía es una verdad, y otras cosas más por el estilo. Esas y similares declaraciones han estado circulando en Alemania, Inglaterra y América, pero, según mi manera de comprender, tales declaraciones son muy erróneas, pues, en primer lugar, si no existieran Mahatmas o Adeptos, es            decir personas que han progresado tanto en la escala de la evolución humana hasta serles posible unir su personalidad con el sexto principio del universo (el Cristo universal), entonces las enseñanzas éticas que han sido denominadas "Teosofía" serían falsas porque existiría una laguna en la escala de progresión, que sería más difícil
de explicar que el "eslabón perdido" de Darwin. Además, si tales personas se refieren meramente a aquellos Adeptos del quienes se dice que han tomado parte activa en la fundación de la "Sociedad Teosófica", ellas parecen olvidar que sin esos Adeptos no hubiéramos tenido nunca la Sociedad. ni se hubiera escrito Isis sin Velo, El Buddhismo Esotérico, Luz en el Sendero, The Theosophist y otras valiosas publicaciones teosóficas; y si en el futuro nos rehusáramos a beneficiarnos con la influencia de los Mahatmas y nos libráramos por entero a nuestros propios recursos pronto nos perderíamos en un laberinto de especulaciones metafísicas. Debe dejarse a la ciencia y a la filosofía especulativa que se confinen a teorías y a la obtención de las informaciones tal como están contenidas en libros: la Teosofía va más lejos y adquiere el conocimiento por la percepción directa íntima .
"El estudio de la Teosofía significa, por tanto, desarrollo práctico y para obtener ese desarrollo es necesario un guía que conozca lo que enseña y que debe haber
alcanzado, él mismo, ese estado por el proceso de regeneración espiritual.
"Después de todo lo que ha sido dicho, en las Memoirs del señor Sinnett, referente a los fenómenos ocultos que tuvieron lugar en la presencia de Madame Blavatsky, y como tales fenómenos han sido parte integrante de toda su vida, ocurriendo en momentos en que ella era consciente o inconsciente de ellos, sólo me queda agregar que durante mi estada con ella yo he sido frecuentemente testigo de tales genuinos fenómenos. Aquí, como en cualquiera otra fase de la vida, lo principal es aprender a distinguir propiamente ya estimar todo en su verdadero valor".
"Suya, sinceramente
Constance Wachtmeister , M. S. T .


CAPÍTULO V


No es de extrañar que el progreso en La Doctrina Secreta se detuviera durante esos
tormentosos días y que cuando, por fin, la labor fue reanudada fuera difícil volver a encontrar el necesario aislamiento y tranquilidad mental.
H. P. B. me dijo un atardecer: "Usted no puede imaginarse lo que es sentir tantos
pensamientos y corrientes adversas dirigidas contra uno; son como los pinchazos de miles de agujas y de continuo, tengo que estar levantando barreras de protección a mi alrededor. Le pregunté si sabía de quienes venían esos pensamientos inamistosos y ella me contestó: “Sí; por desgracia, tengo que saberlo, pero estoy tratando, siempre, de cerrar mis ojos para no ver ni conocer". Y para probarme que así era, me mencionaba cartas que habían sido escritas, citando pasajes de ellas y tales cartas llegaron, ciertamente, uno o dos días después y yo pude verificar la exactitud de tales frases.
En ese tiempo, un día, al entrar en su escritorio encontré el piso cubierto por hojas
manuscritas y cuando le pregunté el significado de ello, me contestó: "Sí, he intentado
doce veces escribir esta página correctamente y cada vez el Maestro dice que está mal.
Creo que me voy a enloquecer escribiéndola tantas veces, pero déjeme sola, no me detendré hasta haberla logrado, aunque tenga que pasarme en eso toda la noche".
Le traje, entonces, una taza de café para que la aliviara y sustentara y la dejé sola para que prosiguiera su tediosa labor. Una hora más tarde oí su voz llamándome y al entrar
encontré que, por fin, el pasaje había sido completado a satisfacción, pero la labor había sido terrible y en ese tiempo los resultados de su trabajo eran, a menudo, bastante inciertos.
Mientras ella se recostaba para gustar de su cigarrillo y de la sensación de alivio después de tan arduo esfuerzo, me apoyé en el brazo de su gran sillón y le pregunté cómo era que ella podía cometer errores en aquello que se le transmitía. y ella me dijo: "Bien, como usted ve, lo que hago es ha siguiente: Efectúo ante mí eso que sólo puedo describir como una especie de vacío en el aire y fijo mi vista y voluntad en él; pronto comienza a pasar ante mí una escena tras otra, como las sucesivas escenas en un diorama o, si necesito una referencia o información de algún libro, fijo mi mente con intensidad y aparece la imagen astral del libro y de ella tomo lo que necesito. Cuanto más perfectamente libre está mi mente de distracciones y mortificaciones, tanto más energía e intensidad posee y tanto más fácilmente puedo hacer eso; pero hoy,
después de toda la vejación que he sufrido a consecuencia. de la carta de X, no pude concentrarme propiamente y cada vez que lo intenté obtuve todas las citas equivocadas. El Maestro dice que ahora están bien, de manera que vayamos a tomar un poco de té".
Ya he mencionado que pocos visitantes tuvimos en ese tiempo. Sin embargo, en ese
atardecer me sorprendió el sonido de voces extrañas en el pasadizo y poco tiempo después fue anunciado un profesor alemán, cuyo nombre no necesito dar.
Se excusó de su intrusión, diciendo que había viajado muchas millas para ver a Madame Blavatsky y expresarle su simpatía. Tenía conocimiento de la falta de equidad y de
la intención que caracterizaba al Report de la S. P. R. y ahora, ¿no le favorecería, Madame, en el interés de las ciencias psíquicas, con una exhibición de los "fenómenos" que ella podía producir con tanta facilidad?
Ahora bien, "la Vieja Dama" estaba muy cansada y posiblemente, no tenía mucha fe en
las suaves manifestaciones de su visitante; de todos modos ella se sentía poco inclinada a satisfacerle aunque, finalmente, persuadida por su insistencia, consintió en producir insignificantes experimentos de fuerza psicoeléctrica (golpecitos) que son los más simples, más fáciles y más familiares de esos fenómenos.
Ella le rogó que apartara la mesa, que estaba enfrente, llevándola a cierta distancia,
de manera, que él pudiera pasar a su alrededor e inspeccionarla. “Ahora, dijo ella, voy
a producir golpecitos en esa mesa tantas veces como usted lo desee". El pidió primero tres veces, luego cinco, después siete y así en sucesión; y cada vez que H. P. B. elevaba su dedo, apuntando a la mesa, se producían golpecitos agudos y claros, de acuerdo al deseo manifestado.
El profesor pareció encantado. Se movía alrededor de la mesa con extraordinaria agilidad, miraba abajo, examinaba todos sus lados y cuando H. P. B. se encontraba ya
exhausta para seguir gratificando su curiosidad en esa dirección, él se sentó y la acosó
con preguntas a las que ella contestó con su acostumbrada vivacidad y agradable manera.
Finalmente, nuestro visitante se despidió, no convencido, como lo supimos más tarde.
Era un discípulo de Huxley y prefería adoptar cualquiera explicación, por absurda que
fuera, siempre que no estuviera en contradicción con sus propias teorías.
¡Pobre H. P. B.! Sus hinchados y doloridos miembros, que apenas podían llevarla de
un asiento a otro. no eran apropiados para la producción de la superchería que el profesor le atribuyó.
La circunstancia que, posiblemente, más atrajo mi atención y excitó mi admiración
cuando comencé a ayudar a Madame Blavatsky como su amanuense y me permitió obtener algunos atisbos de la naturaleza, de su trabajo con La Doctrina Secreta fue la pobreza de sus libros de viaje. Sus manuscritos estaban repletos, hasta desbordarse, con referencias, citas, alusiones tomadas de un gran conjunto de trabajos raros y recónditos que tratan de los más diversos conocimientos. En un momento necesitaba verificar un pasaje de algún libro que sólo se encontraba en el Vaticano y en otro de algún documento del que sólo existía una copia en el Museo Británico.
Con todo, era sólo verificación lo que necesitaba y el material que había acumulado en sus escritos no podría, ciertamente, haberlo procurado de unos cuantos libros, muy comunes por cierto, que ella llevaba en sus viajes.
Poco tiempo después de mi llegada a Wurzburg ella tuvo ocasión de preguntarme
si conocía a alguien que pudiera ir, por ella, a la Biblioteca Bodleian. Coincidió que yo conocía quién podía. Hacerlo, de forma que mi amigo verificó un pasaje que H. P. B. había visto en la Luz Astral con el título del libro, página y cifras correctamente anotadas.
Tales   visiones presentan, a  menudo, la imagen original invertida, tal como se vería
en un espejo y aunque las palabras pueden ser leídas con facilidad, con un poco de práctica y el sentido general y contenido ayudar a no cometer serios errores es mucho más difícil evitar los errores cuando se trata de números y eran números que había que verificar en esa ocasión.
En cierta oportunidad se me asignó una tarea muy difícil: la de verificar un pasaje
tomado de un manuscrito guardado en el Vaticano. Habiendo conocido un caballero que
tenía un pariente en el Vaticano, conseguí, aunque con cierta dificultad, la verificación
de ese pasaje. Sólo dos palabras estaban equivocadas, pero todo el resto estaba correctamente transladado y, cosa extraña, se me dijo que esas dos palabras estaban considerablemente borrosas en el original y había sido difícil descifrarlas.
Estos son unos pocos ejemplos tomados entre muchos. Siempre que H. P. B. necesitaba información definitiva de cualquier asunto que era de suma importancia en sus escritos
con seguridad que tal información le llegaba de una manera u otra, ya fuera como una
comunicación de un lejano amigo, en un periódico, en una revista o en el curso de la lectura casual de libros y ello acontecía con una frecuencia y adecuación que situaba la cuestión fuera de la región de una mera coincidencia.
Sin embargo, ella utilizaba medios normales con preferencia a los anormales, siempre que le era posible, para no gastar así, de manera innecesaria, su poder.
Yo no era la única persona que había observado la ayuda, no solicitada, que le llegaba
a H. P. B. en la prosecución de su tarea y la exactitud de las citas que recibía. Inserto
aquí una nota. que me envió la señorita: E. Kislingbury que ilustra este punto de manera
muy aclaratoria:
"Después de la publicación del ahora famoso Psychical Society Report por cuya
injusticia yo me resentí profundamente, decidí ir a ver a Madame Blavatsky quien, se
me dijo, vivía entonces en Wurzburg.
La encontré viviendo. de manera sencilla, en la original y vieja villa alemana con la
Condesa Wachtmeister que había permanecido a su lado todo el invierno. Ella se
encontraba enferma. sufriendo de una complicación de dolencias y bajo constante
tratamiento médico. Se encontraba mentalmente atormentada por la deserción de
amigos y por los mezquinos ataques de enemigos como consecuencia del indicado
Report y, sin embargo, a pesar de todas esas dificultades. H. P. B. estaba entregada por completo a la colosal labor de escribir La Doctrina Secreta.
"En una villa extranjera donde el lenguaje de sus habitantes no le era familiar, con sólo aquellos libros de la India, que había llevado consigo, alejada de todo amigo que podría haberla ayudado en encontrar referencias necesarias o en tomar notas útiles, trabajó con asiduidad, abandonando raramente su escritorio a no ser para tomar frugales alimentos, permaneciendo en su tarea desde la mañana temprano hasta las seis de la tarde. Pero H.P.B., tenía sus ayudantes invisibles cuando se sentaba a escribir, en la habitación consagrada por ella a su trabajo. Como en ese tiempo no era yo miembro  de la S.T.,
aunque había conocido a H. P. B. Desde la fundación de la misma, poco se me había dicho personalmente, o había sido dicho en mi presencia, relativo a los métodos
usados. Sin embargo, un día ella me entregó un papel con una cita que se le había
dado, tomada de un escritor católico, concerniente a la relación entre la ciencia y la religión. y me preguntó si yo podía ayudarla verificándola en cuanto al autor y a la obra a la cual pertenecía. Me pareció, por la naturaleza de la cita, que podría ser del cardenal Wiseman, de su obra titulada Lectures on Science and Religion. Y escribí a un amigo en Londres con el resultado de que la verificación fue completa, habiéndose encontrado el capítulo y la página tal como aparece actualmente en La Doctrina Secreta, vol II, página 704”.


CAPÍTULO VI


Me fue posible observar, de tiempo en tiempo, otro incidente que ocurría con frecuencia y que indica otra forma de la guía y ayuda que fueron dadas a H. P. B. en su trabajo. A menudo, temprano en la mañana, veía yo sobre su escritorio un trozo de papel con caracteres desconocidos trazados en tinta roja. Al preguntarle el significado de esas
misteriosas notas, ella contestaba que indicaban su trabajo para ese día.
Esos son ejemplos de los mensajes "precipitados" que han sido objeto de tanta acalorada controversia aun en las filas de la Sociedad Teosófica y de interminable e ininteligente ridículo afuera, "los mensajes rojos y azules fantasmales, como los denomina X", citando, ahora, de una carta de H. P. B. escrita en ese tiempo y publicada luego en The
Path. En la misma carta sigue diciendo:
"¿Que fue fraude? Ciertamente no. ¿Fue escrito y producido por elementales? NUNCA.
Fue entregado y el fenómeno físico es producido por elementales utilizados para ese propósito; pero ¿qué tienen ellos que ver esos seres insensibles, con las porciones inteligentes del más pequeño y más trivial mensaje?"
Poco puede asombrarnos que tales mensajes sean recibidos con sospecha en el presente
estado de ignorancia en lo que se refiere a fenómenos psíquicos. Lo más que podría esperarse del hombre común sería la suspensión de todo juicio, acompañada de una buena voluntad de aprender e investigar. Pero cuando llegamos a examinar el proceder de H. P. B. en presencia de tales mensajes, obtenemos una prueba incontrovertible de su bona fide. Llegaron directamente hacia ella y los requerimientos que contenían fueron siempre recibidos, por H. P. B., con sumisión y obediencia aun en los casos en que ella hubiera preferido actuar de otra manera.
¡Cuán a menudo he lamentado ver cómo resmas de manuscritos, cuidadosamente preparados y copiados, eran arrojados a las llamas a una palabra, a una intimación de los Maestros; cantidad de información y comentarios que, según me parecía, serían de inapreciable valor para nosotros ahora que hemos perdido a nuestra gran Maestra!
Cierto es que en ese tiempo yo comprendí muy poco lo que copiaba y no me di cuenta
del valor de esas enseñanzas, como ahora.
Desde entonces he pensado que eso fue más conveniente para mi labor, por la especial condición de la misma, desde que sólo fragmentos y sugerencias son dados en La Doctrina Secreta y la naturaleza del trabajo puede haber llevado a H. P. B.. en los primeros tiempos, a poner por escrito mucho que no era prudente dar a conocer a cualquiera, ni aun a una persona que como yo, no era una discípula iniciada aunque sí una persona impulsada por un ardiente celo. Por cierto que conozco el hecho de que mucha enseñanza, realmente esotérica, tuvo que ser eliminada de sus escritos originales y, como dije, muchos de sus manuscritos y de mis copias fueron destruidos.
También en ese tiempo no obtuve ninguna satisfactoria contestación a mis averiguaciones, de forma que, finalmente, aprendí a guardar silencio y raramente o nunca hacía preguntas.
Es muy difícil. para quienes ahora ingresan en la Sociedad Teosófica darse cuenta de la condición de las cosas en la época a que me refiero. En ese tiempo no se ofrecían al
estudiante de Teosofía las oportunidades para el estudio y progreso que ahora son prodigadas al candidato para miembro o al aspirante a instrucción. Tampoco se daban
conferencias y había muy pocos libros. La misma H. P. B. no era la persona más apropiada para la tarea, de una exposición ordenada y paciente de sus enseñanzas, debido a su propia constitución y a su especial manera de pensar. Tengo ante mí una carta de ella, sin fecha, pero escrita alrededor de ese tiempo desde Elberfeld, adonde se dirigió desde Wurzburg, en la cual expone, de manera muy vívida y con su habitual jocosidad, su desesperación ante el peso de la tarea que se le impuso. Doy un extracto literal de su correspondencia, pues la singularidad de su fraseología fue una peculiar característica propiamente suya y se sabe bien que, en ese tiempo, su inglés era muy imperfecto.
"Si usted está "preocupada" yo estoy por completo perpleja para comprender lo
que se espera de mí. Nunca he prometido desempeñar el papel de gurú, maestro de
escuela, o profesor, para Y., o para cualquier otro. El Maestro le dijo que fuera
a Elberfeld y el Maestro me dijo que él vendría y que yo tendría que contestar a
sus preguntas. Eso he hecho y no puedo hacer más. Le leí, de la D. S. y encontré
que no podía proseguir. pues él me interrumpía a cada línea que leía y no sólo
con preguntas sino que generalmente hacía una disertación sobre su propia pregunta y esa contestación le llevaba veinte minutos. En lo que se refiere a Y. le hice escribir a usted y él le responderá por sí mismo. Le he dicho a usted, en repetidas ocasiones, que yo nunca enseñé a nadie a no ser en mi propia y usual manera.
Tanto Olcott como Judge han aprendido todo lo que saben en su asociación conmigo. Si hubiera que infligirseme el castigo de impartir ordenadas instrucciones, a la manera de un profesor, durante una hora, y no digo nada si fueran dos horas por día, yo preferiría escapar al Polo Norte o morirme cualquier día cortando enteramente mis conexiones con la Teosofía. Soy incapaz de hacer tal cosa. como cualquiera que me conozca debería saberlo. Hasta ahora no he podido saber qué es lo que Y. quiere saber. ¿Es ocultismo. Metafísica, o los principios de la Teosofía en general?
Si es lo primero le encuentro incapacitado, por completo, para ello. Hemos preparado
una promesa (que M. G. le enviará) y Y. insiste en incluir. entre los miembros firmantes de esa promesa secreta a su esposa y ahora que la hemos firmado nos encontramos con que él no tiene la intención de usar el poder de su voluntad y que su esposa piensa que ello es pecaminoso. Entonces, ¿para qué todo eso? En cuanto a metafísica él puede aprender de M. Le dije que M. no conoce nada de nuestras doctrinas ocultas y no puede enseñar, pero puede explicarle el Bhagavad Gita mejor que yo. . . Eso es todo lo que puedo decir. Estoy enferma y nerviosa, más que nunca. La corriente de la D. S. se ha detenido y pasarán dos meses antes de que pueda retornar al estado en que me encontraba en Wurzburg. Para escribirla debe dejárseme enteramente tranquila y si
se ha de molestarme con enseñanzas entonces tengo que renunciar a escribir la D. S. Que la gente escoja y vea qué es lo más útil: que sea escrita la D. S. o que se instruya a Y.”.
En esos días, sólo un individuo privilegiado podía, posiblemente, entrar en correspondencia con un miembro más antiguo pero, en el mejor de los casos, las dificultades eran grandes y era sólo una voluntad determinada la que sobrepasaría todos los obstáculos, voluntad a la que habría que agregar posiblemente, una herencia kármica de actitud natural que podría suplir, por energía inherente, la carencia de facilidades que son ahora tan generosamente brindadas.
Ni entonces. ni en nuestros más entusiastas momentos. soñamos jamás con una gran
Sociedad con Secciones Americana, Inda y Europea y Con numerosas Ramas y Centros
de actividad, en casi cada país importante del mundo. Nos pareció que lo más que se podría esperar sería un grupo de fieles estudiantes, un grupo de serios discípulos, para mantener encendidas las chispas de la enseñanza oculta hasta el último cuarto del siglo veinte cuando, con el advenimiento de un nuevo ciclo menor, un nuevo acceso a la luz espiritual podría ser esperado.
Pero, luego que esos pocos años se han deslizado, y aunque ellos nos han privado de
la presencia corporal de nuestra Maestra, hemos podido aprender una lección diferente:
nos hemos visto obligados a reconocer qué mal comprendimos la fortaleza de las fuerzas espirituales que están detrás del Movimiento. Se hace claro y más claro, día a día, que la Teosofía, al menos en sus amplias delineaciones, no es un privilegio exclusivo de unos pocos favorecidos, sino que es una donación a toda la humanidad sin limitación y que su influencia en la corriente del pensamiento moderno debe sobrevivir como un potente factor contra el materialismo pesimista de la época.

CAPÍTULO VII


Viviendo en un trato tan cercano y familiar con H. P. B., como yo lo estuve en ese
tiempo, era natural que fuera una testigo de los muchos "fenómenos" que tuvieron lugar
en su vecindad.
Una ocurrencia que se repitió por un largo período, me impresionó muy fuertemente dejándome la convicción de que ella era vigilada y cuidada por guardianes invisibles. Desde la primera noche que pasé en su habitación hasta la última que precedió nuestra partida de Wurzburg oí, de manera regular, series intermitentes de golpecitos sobre la mesa que estaba al lado de su lecho. Comenzaban cada noche a las diez  y continuaban, a intervalos de diez minutos, hasta las seis de la mañana.
Eran golpecitos agudos y claros, de una clase que yo nunca había oído antes. A veces tuve mi reloj en la mano durante espacios de una hora y siempre que sonó el intervalo de diez minutos se sintieron los golpecitos que llegaban con la mayor regularidad. Nada importaba que H. P. B. estuviera despierta o dormida para la producción del fenómeno ni para su uniformidad.
Cuando pedí una explicación de esos, golpecitos, se me dijo que era, un efecto de lo que
podría llamarse una especie de telégrafo psíquico que la colocaba en comunicación con sus Maestros y servía para que los chelas vigilaran su cuerpo físico cuando su astral lo había dejado.
En relación a esto he de mencionar otro incidente que me probó que existían actuando
en su cercanía, agentes cuya naturaleza y acción eran inexplicables por las teorías, generalmente aceptadas, de la constitución y leyes de la materia.
Como ya he indicado anteriormente H. P. B. estaba acostumbrada a leer sus periódicos
rusos por la noche, al retirarse, y raramente extinguía su lámpara antes de media noche.
Había un biombo entre mi lecho y su lámpara, pero, sin embargo, sus poderosos rayos reflejados por el techo y paredes, perturbaban a menudo mi reposo. Una noche, esa lámpara estaba encendida después que el reloj hubo marcado la hora una. No podía dormir y como oí la respiración regular de H. P. B. que dormía, me levanté y caminé suavemente hasta la lámpara y la apagué. En el dormitorio había siempre una tenue luz que provenía de una veladora que se dejaba encendida en el estudio, manteniéndose abiertas las puertas entre esa habitación y nuestro dormitorio, yo había apagado la lámpara y me había vuelto hacia mi lecho cuando se encendió de nuevo y la
habitación se iluminó con luz brillante. Pensé para mí misma: ¡qué extraña lámpara! posiblemente no funciona bien. De manera que bajé de nuevo la mecha y vigilé hasta que el último vestigio de luz había desaparecido y aún así, mantuve apretado el resorte con los dedos. Entonces lo solté y quedé de pie un momento, observando, cuando para mi sorpresa la llama reapareció y la lámpara volvió a brillar como antes. Tal cosa me dejó considerablemente perpleja y determiné quedarme allí frente a la lámpara toda la noche, si fuera necesario, para mantenerla apagada hasta que descubriera el motivo y el por qué de sus excentricidades. Por tercera vez apreté el resorte y lo bajé hasta que la lámpara estuvo apagada por completo y lo volví a soltar observando atentamente para ver lo que ocurría.
Por tercera vez la lámpara se encendió y esta vez vi una mano morena volviendo lenta y
suavemente el resorte de la lámpara. Familiarizada como estaba con la acción de las
fuerzas y entidades astrales en el plano físico, no tuve dificultad en llegar a la conclusión de que era la mano de un chela y suponiendo que había alguna razón para que la lámpara permaneciera encendida, retorné a mi lecho. Pero un espíritu picaresco de curiosidad se había adueñado de mí esa noche. Quería conocer más, así es que llamé: "¡Madame Blavatsky!" y luego más fuerte, "¡Madame Blavatsky!" y otra vez más: "¡Madame Blavatsky!" De pronto oí que se me contestaba con un grito: "¡Oh, mi corazón, mi corazón! ¡Condesa, casi me ha matado!" Y luego su voz, de nuevo: "¡Mi corazón, mi corazón!" Me precipité hacia el lecho de H. P. B. "Estaba con el Maestro,
murmuró: ¿por qué me ha hecho retornar?". Yo me sentí entonces completamente alarmada porque su corazón se agitaba bajo mi mano con locas palpitaciones.
Le di una dosis de digitalina y me senté a su lado hasta que los síntomas aminoraron y
ella se sintió más calmada. Entonces me contó cómo, en una ocasión, el Coronel Olcott casi la mata de la misma manera, llamándola de vuelta repentinamente cuando su forma astral había dejado su cuerpo físico. Me hizo prometerle que nunca más intentaría ese experimento con ella y esa promesa se la di, prontamente, desde el fondo de mi aflicción y pesar por haberle causado tal sufrimiento.
Pero, ¿por qué            -se preguntará- continuaba ella sufriendo, poseyendo poderes que
podrían aliviarla a su voluntad? ¿Por qué cuando ella estaba trabajando cada día durante
largas horas, en una tarea tan importante -una tarea que requería una mente libre
de preocupaciones y un cuerpo sano-, por que nunca extendió un dedo para mejorar las condiciones y alejar de sí misma una debilidad y pena que hubiera postrado, por completo, a cualquier persona común?
Esa es una pregunta natural y no dejó de ocurrírseme conociendo, como conocía, los
poderes curativos que poseía y su capacidad para aliviar los dolores de otros. Cuando se
le hacía tal pregunta su contestación era, invariablemente, la misma:
"En ocultismo, decía ella, debe hacerse una muy solemne promesa: no usar nunca para
beneficio del yo personal ningún poder adquirido o conferido, porque hacer tal cosa sería colocar los pies en la profunda y traidora pendiente que termina en los abismos de la Magia Negra. Yo he hecho esa promesa y no soy persona que quebrante una promesa cuya santidad no puede ser mostrada a la comprensión del profano. Prefiero, más bien. sufrir no importa qué torturas, que ser infiel a mi promesa. En cuanto a conseguir condiciones más favorables para la prosecución de nuestra tarea, no es para nosotros que los medios justifican el fin, no se nos permite hacer mal para obtener como resultado un bien, y no es sólo dolor corporal y debilidad lo que tengo que
sufrir con toda la paciencia que pueda, dominándolos por mi voluntad, y en aras del
trabajo, sino también disgusto, ignominia, oprobio, ridículo y tortura mental".
Todo eso no era mera exageración ni mera forma de expresión emocional. Era verdadero y siempre fue verdadero hasta su muerte, tanto de hecho como en la historia de la Sociedad. Sobre ella, firme al frente de la Sociedad Teosófica, cayeron los ponzoñosos dardos de la reprobación y tergiversación; así se mantuvo como un sensitivo escudo o baluarte detrás del cual estaban escondidos y protegidos los verdaderos culpables, los débiles y los descarriados.
Fue, por así decirlo, una víctima sacrificada, aceptando un largo martirio. y sobre su
agonía y la vergüenza, tan inmerecida, que ella soportó con fortaleza sin igual, fue levantada la prosperidad de toda la Sociedad Teosófica.
Son muy pocos los miembros de la Sociedad Teosófica cuya posición les permita darse
cuenta de todo eso. Son sólo quienes han vivido con ella, día a día, los que han presenciado sus interminables horas de sufrimientos y las torturas que ella soportó por calumnias e insultos; los que, al mismo tiempo, han observado el crecimiento y prosperidad de la Sociedad, en la atmósfera relativamente calma y confortante lograda por el resguardo que su personalidad proveyó; son sólo esos miembros quienes pueden juzgar de la magnitud de la deuda que han contraído con ella, mientras que son muchos los que ni siquiera sospechan que le son deudores.


CAPÍTULO VIII


En una ocasión se le presentó una tentación bajo la forma de una muy buena retribución anual si consentía en escribir para los periódicos rusos. Se le dijo que podría escribir
sobre ocultismo o cualquier otro asunto que le interesara y agradara. Todo lo que le pedían era que contribuyera con sus escritos. Se le presentaba con ello una promesa de comodidad y descanso por el resto de su vida. Dos horas diarias de labor bastaban ampliamente para satisfacer todo lo que se le exigía, pero no se hubiera escrito La Doctrina Secreta. Yo le insinué un arreglo y le pregunté si no le era posible aceptar esa oferta y al mismo tiempo continuar su trabajo teosófico. "¡No, mil veces no!" exclamó. "Para escribir una obra como La Doctrina Secreta debo mantener todos mis pensamientos enfocados en dirección a esa            corriente. Es muy difícil, aun           ahora,
obstaculizada como lo estoy con este cuerpo enfermo y gastado, obtener todo lo que necesito. ¡Cuánto más difícil            sería, entonces, si hubiera de cambiar de continuo las corrientes en otras direcciones! Ya no me queda más vitalidad ni energía. Demasiado he sido consumida en los tiempos en que producía fenómenos.
"¿Por qué, entonces, produjo esos fenómenos?", le pregunté.
"Porque la gente estaba urgiéndome de continuo", contestó. "Era siempre lo mismo:
¡Oh!, materialice esto; o, déjeme oír las campanillas astrales, y así sucesivamente y yo,
entonces, no quería dejar de complacerlos. ¡Aceptaba el pedido de ellos y ahora debo
sufrir por todo!"
De forma que se escribió la carta a Rusia que contenía la declinación del espléndido
ofrecimiento, y se llevó a cabo un sacrificio más para que la Sociedad Teosófica pudiera
existir y prosperar. Muchas personas me han observado, en diferentes ocasiones, qué poco discernimiento se mostró al relacionar los fenómenos con la Sociedad Teosófica, o que H. P. B. hubiera malgastado su tiempo en tales trivialidades. A esas observaciones daba H. P. B. invariablemente la misma contestación, o sea: que en el tiempo en que se formó la Sociedad Teosófica    era necesario atraer la atención del público hacia la misma y que los fenómenos servían a ese objetivo     más efectivamente que cualquiera otra cosa que se hubiera emprendido. Si en los comienzos, H. P. B. se hubiera presentado simplemente como una maestra de filosofía, muy pocos estudiantes hubieran sido atraídos hacia ella, pues hace veinte años muchas personas no habían alcanzado el grado al que ahora han llegado; la libertad     de pensamiento y opinión eran ocurrencias raras y el estudio y la índole de pensamientos que son necesarios para una verdadera apreciación de la Teosofía hubiera asustado y alejado a tales estudiantes. La educación se encontraba en un nivel más inferior que en la actualidad y se necesitaba una
atracción, tal como la que despierta el interés por lo maravilloso, para que despertara en
ellos ese interés inicial que estaba destinado a hacerles pensar con una mayor profundidad.
Y el fenómeno puso en marcha a la Sociedad, aunque una vez que se hubo introducido ese elemento ya fue difícil descartarlo cuando hubo servido al objetivo propuesto. Todos venían ansiosos para satisfacer su sentido de lo maravilloso y cuando no eran complacidos se retiraban furiosos e indignados.
En Wurzburg teníamos un departamento pequeño, pero muy cómodo; las habitaciones
eran de buen tamaño, altas y situadas en el piso bajo, lo que permitía a H. P. B. entrar
y salir cómodamente. Pero durante todo el tiempo que estuve con ella sólo pude conseguir que saliera a tomar aire fresco, entre ocasiones. Parecía disfrutar de esas salidas en coche, pero la molestia y el esfuerzo de prepararse para ellas la fastidiaban y estimaba que representaban una pérdida de tiempo. Yo tenía el hábito de salir diariamente, si me era posible, durante una hora, pues había notado que tanto el aire como el ejercicio eran necesarios para mi salud, y recuerdo un curioso incidente que me aconteció en relación con uno de esos paseos. Me encontraba caminando en una de las partes más frecuentadas de la población y al pasar frente a la tienda de un perfumista vi unos jabones, en la vidriera, dentro de un recipiente de vidrio. Recordando que necesitaba comprar uno, penetré en el comercio y escogí un jabón de los que allí había.
Vi cómo el comerciante lo envolvía, tomé el paquetito de su mano, lo puse en mi bolsillo y continué mi paseo. Cuando retorné al departamento fui directamente a mi habitación, sin ir antes a ver a H. P. B., y me quité el sombrero y el abrigo. Sacando el paquetito del bolsillo comencé a desatar el hilo y a desenvolverlo y al hacerlo noté que había allí adentro una pequeña hoja de papel doblada.
No pude menos que pensar cuán inclinados son los comerciantes a distribuir avisos hasta el punto de ponerlos aunque sea en una pastilla de jabón. Sin embargo, recordé de inmediato que había visto cómo el comerciante envolvía el jabón y no vi que pusiera ningún papel en el paquetito. Ello me pareció extraño y como el papel había caído al suelo me agaché, lo recogí y lo desdoblé encontrando en él algunas observaciones, dirigidas a mí, en la escritura del Maestro de H. P. B. que yo había tenido ocasión de ver anteriormente. Eran explicaciones de acontecimientos que me habían preocupado durante los últimos días, y me daba algunas instrucciones relativas al futuro curso de mis acciones. Ese fenómeno fue peculiarmente interesante para mí por haber acontecido sin el conocimiento de H. P. B. independientemente de ella, pues ella estaba escribiendo, despreocupada, en ese momento, sentada frente a su mesa de trabajo en el escritorio, tal como pude comprobarlo más tarde.
Desde  el fallecimiento de H.            P. B. Varias personas han recibido cartas del mismo Maestro, mostrando así su actuación independiente de H. P. B. Pero fue interesante ser testigo de ello durante su vida, y recuerdo otro incidente relacionado con un fenómeno de igual naturaleza. El doctor Hartmann me había escrito una carta rogándome que me cerciorara por el Maestro mismo, de algo que tenía conexión con él. Mostré la carta a H.P.B. y le pregunté si ella haría la comunicación. Me contestó, entonces: "No; vea lo que usted puede hacer. Póngala en el retrato del Maestro y si el Maestro desea contestar a Hartmann la carta será tomada". Cerré la puerta de la habitación de H. P. B. y me dirigí hacia mi escritorio, sobre el cual había un retrato al óleo del Maestro; coloqué la carta en el marco, tomé un libro y leí durante una media hora sin que nadie entrara en la habitación durante todo ese tiempo. Cuando volví mi mirada hacia la carta, ya había desaparecido. Pasaron algunos días durante los cuales no supe nada. Pero un atardecer, al recibir la correspondencia, vi una carta del doctor Hartmann y pensé para mi misma qué voluminosa era y que era extraño que no hubieran exigido más franqueo. Cuando abrí el sobre saqué, primero, la carta del doctor que había colocado en el cuadro, luego una carta del Maestro que contestaba las preguntas de Hartmann y finalmente, la nueva carta de Hartmann en cuyo margen había anotaciones, de mano del Maestro, relativas a los asuntos contenidos en la carta. En el sobre de la carta de Hartmann había un sello con la firma del Maestro precipitada en el sobre.
Fenómenos como ese ocurrían constantemente. Las cartas recibidas se encontraban
frecuentemente anotadas de la mano del Maestro; se hacían en ellas comentarios sobre lo escrito; en otras ocasiones, las cartas desaparecían por varios días y cuando eran devueltas se habían anotado observaciones sobre su contenido. La primera vez que esto me aconteció fue causa de gran sorpresa para mí. Una mañana temprano, durante el desayuno (pues las cartas eran a menudo traídas por el primercorreo) H. P. B. Recibió varias cartas entregándose de inmediato a su lectura. Encontré una de Suecia que me causó cierta perplejidad. No sabiendo cómo contestarla, la coloqué sobre la mesa a mi lado y continué con mi desayuno, reflexionando sobre su contenido. Pronto terminé el desayuno, me levanté y extendí la mano para recoger mi carta. Ya no estaba donde la había dejado. La busqué debajo de mi plato, sobre el piso, en mi bolsillo, pero no la encontré. H. P. B. levantó la vista del periódico ruso que estaba leyendo
diciéndome: "¿Qué está buscando?" Le contesté: "Una carta que recibí esta mañana".
Me respondió tranquilamente: "Es inútil buscarla. El Maestro estaba a su lado y le vi
tomar un sobre". Pasaron tres días sin noticias de mi carta, cuando una mañana, mientras estaba ocupada escribiendo en el comedor, vi de pronto el sobre encima del papel secante y en el margen de la carta había comentarios con la indicación de cómo habría de actuar y la posterior experiencia me probó qué sabia fue la indicación. En toda ocasión encontré que siempre era así y si siempre hubiera actuando de acuerdo con las indicaciones que llegaron de esa fuente, me hubiera evitado pérdidas monetarias y una gran parte de preocupaciones y dificultades, como en la siguiente ocasión. Algunos años antes había comprado en Suecia una propiedad cerca del mar. Era una hermosa casa. Gasté bastante tiempo y planes en repararla y amueblarla, en arreglar los jardines y el parque, de todo lo cual me sentí muy orgullosa. Un día me dijo H. P. B.:
"Me pregunto por qué no vende su propiedad en Suecia, pues entonces usted quedaría más libre para trabajar por la Teosofía". Pero yo le contesté: "¡Oh! H. P. B., ¿cómo puede pedirme que haga tal cosa? No desearía desprenderme de mi casa después de todo el trabajo y gasto que me causó y además estoy segura de que mi hijo se opondría a la venta. Habría, además, bastante dificultad en encontrar un comprador". A todo lo cual contestó H. P. B. : "El Maestro desea que le comunique que si usted ofrece enseguida su propiedad en venta, usted podrá venderla sin pérdida.
El Maestro me ha dicho esto porque sabe que usted desea trabajar por la Teosofía y usted se ahorraría muchas dificultades si lo hace de inmediato". Pero yo no la escuché. En mi fuero íntimo pensé: H. P. B. quiere que yo venda la propiedad para así ligarme más a la Teosofía. Mis amigos me escriben de todos lados diciendo que ella es una vieja intrigante que me está "psicologizando" y usando el nombre del Maestro simplemente para valerse de mi credulidad y forzarme a hacer lo que desea, aquí se me presenta una buena oportunidad para demostrarle que puedo mantener libre mi propia voluntad y preservar mi independencia de acción. De manera que no tomé ninguna medida. Pero más tarde tuve mis razones para arrepentirme, pues descubrí que si hubiera ofrecido en venta mi propiedad en esa ocasión podría haberla vendido más ventajosamente; además mi hijo no hubiera presentado ninguna objeción, en ese momento, pues él mismo me urgió a venderla. Finalmente la vendí, varios años después, con una pérdida considerable, luego de haber pasado por muchas preocupaciones y molestias con la propiedad.
He relatado este incidente para mostrar que H. P. B. no ejerció coerción sobre mí en
ningún momento. A menudo oí decir que aquellos que vivían con H. P. B. eran meros títeres en sus manos y que ella los hipnotizaba y forzaba a hacer lo que más le convenía. Mi caso representa una prueba clara de lo contrario; aunque yo tuve que sufrir por ello en esos momentos, me siento contenta de poder demostrar cómo mi desconfianza de la palabra del Maestro, transmitida por H. P. B., fue excesivamente poco sabia.
La experiencia enseña a ser humilde, pues el conocimiento posterior prueba los muchos
errores de juicio en que caemos durante nuestra vida. y mirando hacia atrás, recordando
los años transcurridos con H. P. B., me doy cuenta de lo mucho que perdí de aquel precioso tiempo por no haber comprendido ni la posición de ella ni la mía. Cuando por primera vez fui hacia ella yo era una mujer del mundo, una hija mimada de la fortuna. Debido a la posición política de mi esposo yo ocupaba una posición prominente en la sociedad. Por ello me llevó mucho tiempo darme cuenta de la vaciedad de todo aquello que hasta entonces yo había considerado como los objetos deseables en la vida y fue necesaria mucha instrucción y más de una dura batalla conmigo misma antes de poder vencer esa satisfacción propia que engendra una vida de ocio y trivialidad cuando se posee una elevada posición. Todo eso tuvo que ser "aporreado de mi cabeza", para usar una de las frases de H. P. B., y es con un sentimiento de intensa gratitud que miro hacia el pasado y pienso en todo lo que hizo por mí y cómo me convirtió en  un mejor instrumento para el trabajo en la Sociedad Teosófica que es mi placer y obligación ejecutar.
Todos los que han conocido y amado a H. P. B. han sentido qué encanto irradiaba
a su alrededor, qué buena, verdaderamente, y cariñosa era; a veces una naturaleza infantil parecía desprenderse de ella y un espíritu de alegre chanza chispeaba en cada parte de su ser y  daba a su rostro la más encantadora y atractiva expresión que yo haya visto en rostro humano. Una  de las maravillas de su carácter era que para cada persona ella era diferente. Nunca la vi tratar a dos personas de la misma. manera. Se daba cuenta, de inmediato, de las debilidades de carácter de cada persona y era sorprendente la extraordinaria manera como ella lo registraba. El conocimiento de Sí Mismo, era gradualmente adquirido por quienes vivían  en su diario contacto, y aquellos que decidían beneficiarse con su manera práctica de enseñar podían progresar si lo deseaban. Pero para muchos de sus alumnos el proceso era enfadoso, pues no es nunca
agradable ser enfrentado a las propias debilidades y así es como muchos le volvieron la
espalda; pero aquellos que pudieron soportar las pruebas y le permanecieron fieles, pudieron reconocer en sí mismos ese íntimo desarrollo que es el único que conduce al
ocultismo. Uno no podría tener un amigo más verdadero y fiel que H. P. B. y hoy pienso
que la mayor gracia que se me ha concedido en la vida ha sido la de vivir           con ella en
tan estrecha intimidad, y hasta el día de mi muerte he de buscar, por todos los medios
posibles, la forma de llevar adelante la noble causa por la cual tanto ella sufrió y se esclavizó.
Me he estado deteniendo en muchas reflexiones que no se relacionan directamente con
la producción de La Doctrina Secreta; pero me parece que si muestro algunos de los detalles de la vida de H. P. B. en ese tiempo, uno obtiene una mejor comprensión de la mujer que escribió esa estupenda obra. Un día tras otro ella se encontraba allí sentada escribiendo durante largas horas y nada podría ser más monótono y cansador que su vida, observada desde un punto de vista externo. Supongo que en esa época ella vivió casi todo su tiempo en un mundo interno y allí vio panoramas y visiones que compensaron, en mucho, la monotonía de su vida diaria, y sin embargo, ella
tenía una distracción de índole muy peculiar.
Frente a su escritorio, colgado en la pared, había un           reloj de los llamados de cucú, que se conducía de la manera más extraordinaria.
En ocasiones sonaba como un gong golpeado con fuerza; en otras ocasiones suspiraba y
gemía  como un poseso y  “cucleaba” de la manera más inesperada. Nuestra sirvienta Luisa, que era la más obtusa y apática de las mortales, le tenía gran miedo y nos dijo un día de la manera más solemne que creía que allí habitaba el diablo. "No es que yo crea en el diablo, dijo, pero ese cucú a veces casi me habla". Y así lo hacía indudablemente. Una noche entré en la habitación y vi los que me parecieron ser rayos de luz eléctrica que surgían del reloj en todas direcciones. Al contarle mi experiencia a H. P. B. me contestó: "Oh, es sólo el telégrafo espiritual; lo están tendiendo fuertemente esta noche en vista al trabajo de mañana". Viviendo en tal atmósfera y estando de continuo en contacto con esas fuerzas invisibles y no usuales todo ello me parecía, entonces, como la verdadera realidad y el mundo externo común se me aparecía como vago e insatisfactorio.
He hecho, aquí, frecuente alusión al Maestro de H. P. B. y creo que es de            interés
describir cómo entró ella en contacto con su Maestro por primera vez.
Durante su infancia ella había visto, a menudo, cerca de ella, una forma astral que siempre se le aparecía en un momento de peligro y la salvaba justamente en el instante más crítico. H. P. B. se acostumbró a considerar a esa forma astral como su ángel guardián y sentía que estaba bajo su cuidado y guía.
En la época que se encontraba en Londres, en 1851, con su padre el coronel Hahn,
iba un día paseando sola cuando vio, asombrada,  un alto indo en la calle            con varios
príncipes indos. De inmediato lo reconoció como la misma persona que había visto en
forma astral. Su primer impulso fue adelantarse: para hablarle, pero él le hizo un signo
indicándole que no se            moviera y ella            permaneció allí arrobada mientras él continuaba su
camino. Al día siguiente se dirigió al parque Hyde con el deseo de caminar un poco y para estar sola y pensar en su extraordinaria aventura. De pronto vio la misma Forma que se aproximaba y entonces el Maestro le dijo que había venido a Londres con los príncipes indos en una importante misión y que estaba deseoso de encontrarse con ella personalmente: pues necesitaría su cooperación en una obra que estaba por llevar a cabo. Le explicó, entonces. cómo se habría de formar la Sociedad Teosófica y le dijo que deseaba que ella fuera la fundadora. Le trazó un rápido esbozo de todas las dificultades que encontraría y de todos los sinsabores que la esperaban y le dijo que tendría que pasar tres años en el Tibet en preparación para tan importante tarea.
Después de tres días de serias consideraciones y consultas con su padre, H. P. B.
decidió aceptar el ofrecimiento y muy pronto dejó Londres para ir a la India. Recuerdo que cuando estábamos en Wurzburg ocurrió un curioso incidente. La tía de H. P. B., Madame Fadeef, le escribió que le había enviado un cajón a Ludwigstrasse conteniendo lo que a ella le parecía ser un montón de chucherías.
El cajón llegó, y a mí se me encomendó la tarea de abrirlo. Mientras sacaba una cosa y
otra y la pasaba a Madame Blavatsky, la oí proferir una exclamación de gozo: "Venga
y mire esto que escribí en el año 1851, el día que vi a mi bendito Maestro". Y allí, en un
álbum de recortes, en una ya desvanecida escritura vi unas líneas en las cuales H. P. B.
describía la entrevista mencionada. Todavía poseemos ese álbum de recortes y de él copio las siguientes líneas :
"Nuit memorable. Certaine nuit par un clair de lune qui se couchait a Ramsgate –12  Aout, 1851- lorsque je recontrai le Maitre de mes reves".
Yo me encontraba en Inglaterra en la época de la visita de los indos y recuerdo haber
oído que ellos y su séquito formaban un conjunto de hombres muy finos y que uno de
ellos era majestuoso y de elevada estatura.
El coronel Olcott escribió en su Old Diary Leaves, en junio de 1893, lo siguiente:
"Yo obtuve pruebas visuales de que al menos algunos de los que trabajaron con
nosotros eran hombres vivientes, por haberlos visto en sus cuerpos físicos en la
India y en sus cuerpos astrales en América y en Europa y por haberlos tocado
y hablado con ellos. En vez de decirme que eran espíritus me dijeron que eran seres vivientes como yo y que cada uno de ellos poseía sus propias peculiaridades y
capacidades, en resumen: sus individualidades completas. Me dijeron que lo que
ellos habían alcanzado yo también lo alcanzaría algún día; ¿cuán pronto?,          dependería sólo de            mí. Me dijeron que no debería esperar nada en forma de favores, sino que lo mismo que todos ellos yo debería, por mis propios esfuerzos, ganar cada paso, cada pulgada de progreso".




CAPÍTULO IX


El invierno se fue para dar paso a la primavera y una mañana H. P. B., recibió una
carta de una amiga que conocía desde hacía años, uno de los miembros más antiguos de la Sociedad, la señorita Kislingbury, que escribió que vendría a hacernos una visita. Nos sentimos contentas ante la perspectiva y recibimos con placer la visita de la compañera de otro tiempo. Ella había leído los maliciosos ataques que la Psychical Research había lanzado sobre H. P. B. y no había podido resistir el deseo de venir a asegurar a su amiga que ni su afecto ni su lealtad habían disminuido ya demostrar su justa indignación ante las acusaciones falsas y fantásticas que se habían lanzado contra ella. Los días pasaron rápidamente escuchando las noticias del mundo exterior y discutiendo los asuntos de la Sociedad Teosófica, en general. Al mismo tiempo recibimos la visita del señor y señora Gebhard.
Los dos se encontraban muy acongojados, pues últimamente habían perdido un hijo muy querido y recibieron de H. P. B. y de mí una cálida y sincera bienvenida. Ellos habían permanecido amigos fieles y bondadosos y su visita a Wurzburg fue para nosotros como un rayo de sol. Como ya estábamos en plena primavera y era tiempo de pensar en nuestros planes para el verano, H. P. B. decidió que pasaríamos los meses de verano en Ostende con su hermana y nieta.
Madame Gebhard estaba ansiosa de permanecer un corto período en Austria y me
persuadió para que la acompañara a Kempten, un lugar muy solitario rodeado de hermosos paisajes. Pero la gran atracción y seducción, para nosotras, estaba en el hecho de que era un pueblo renombrado por sus casas visitadas por aparecidos y por los muchos ocultistas que moraban en él. El doctor Franz Hartmann estaba allí y pensando que nos agradaría conocerlo mejor, hicimos nuestros planes y comenzamos la ardua tarea de preparar nuestro equipaje. En unos pocos días el equipaje de H. P. B. estuvo pronto y la jornada de aventuras estaba por comenzar. La señorita Kislingbury retornaba a Londres y prometió cariñosamente acompañar a H. P. B. hasta Ostende. Deberían descansar en Colonia, por un día odos y entonces proseguir su jornada.
El señor Gebhard había prometido ir hasta Colonia a verlas y como su hija habitaba en
esa ciudad nos sentimos tranquilas sabiendo, que atenderían bien a la señorita Kislingbury y a H. P. B.
El equipaje de H. P. E. cuando salía de viaje era cosa formidable y yo miré preocupada los nueve paquetes que debían ser colocados dentro de su compartimiento. Salimos
muy temprano para ir a la estación y allí dejamos sentada a H. P. B. rodeada por sus
numerosos bártulos, mientras tratábamos de hacer arreglos con el conductor para que la
dejara viajar sola en un compartimiento, acompañada por la señorita Kislingbury y su sirvienta Luisa. Después de mucha discusión y protestas, abrió para nosotras la puerta de un coche y comenzó la seria tarea de apilar todo el equipaje consistente en almohadas, cobertores, valijas de mano y la valiosa caja conteniendo el manuscrito de La Doctrina Secreta.
Esta caja no estaría en ningún instante fuera del alcance de su vista. ¡Pobre Madame Blavatsky que por semanas no había salido de sus habitaciones y tuvo que caminar todo a lo largo de la plataforma, lo que hizo con gran dificultad! La dejamos cómodamente instalada y ya nos alegrábamos pensando que la complicada tarea había sido completada de manera satisfactoria, cuando uno de los empleados se acercó a la puerta y comenzó a protestar de manera violenta por haber llenado el compartimiento de paquetes. Protestó en alemán, H. P. B. le contestó en francés y yo comenzaba a preguntarme cómo terminaría todo ese embrollo cuando por fortuna sonó el pito anunciando la salida y el tren comenzó a moverse.
Me sentí invadir por una gran compasión hacia la señorita Kislingbury al imaginarme, el problema de bajar del tren en Colonia todos esos paquetes y me di cuenta qué responsabilidad había asumido ella.
Pocas horas más tarde me encontré en camino hacia el sur con Madame Gebhard.
Los días que permanecimos juntas pasaron ligeros y agradables y luego partimos, ella
para ir a Wiesbaden y yo para retornar a Suecia y pasar el verano en mi propia casa.
Las primeras noticias que tuve de H. P. B. fueron que al otro día de su llegada con la
señorita Kislingbury a Colonia, el señor Gebhard acompañado de varios miembros de su
familia la persuadieron de que fuera a visitarlos en Elberfeld. La señorita Kislingbury retornó a Londres y Madame Blavatsky fue a la casa de sus bondadosos amigos.
Durante los meses de verano recibí con frecuencia cartas de H. P. B., y las primeras
noticias fueron tristes. Se había caído en el resbaladizo parquet, en la casa del señor Gebhard en Elberfeld e infortunadamente se había torcido un tobillo y lastimado la pierna.
Esto le imposibilitó llevar a cabo sus planes de continuar su viaje hasta Ostende. Tuvo que permanecer, pues, con sus amigos cuya bondad era ilimitada. No omitieron nada que pudiera aliviar sus sufrimientos y hacerle la vida agradable. Con ese propósito invitaron a Mme. Jelihowsky y a su hija para que se alojaran con ellos y H. P. B. quedó muy contenta de tener a sus parientes otra vez con ella. En una carta me escribió:
"Mi vieja pierna está un poco mejor, sin dolor, pero me es por completo inútil
y sólo el cjelo sabe cucindo estaré en condición de caminar con ella, aun de una manera bastante débil como lo hacía antes. ¡La querida señora Gebhard! ella hace el trabajo de una nurse conmigo y lleva su bondad hasta el punto de encontrar que mi temperamento se ha suavizado y se muestra más calmo que antes. Et pour cause. Es que no hay trajdores cerca, como los había entonces en. . .
"El manuscrito de La Doctrina Secreta me fue devuelto por el Reverendo amigo.
El lo encuentra superior a la Introducción y ni siquiera ha hecho una media docena
de correcciones. Dice que está perfecta.
Como casi todas esas cartas de H. P. B. se refieren a la marcha de la Sociedad Teosófica, que depende de las varias personas que la componen, encuentro que es casi imposible citar de sus cartas sin transcribir ciertas partes que se relacionan con los miembros prominentes de ese tiempo y como he tratado en estas notas de evitar, tanto como puedo, mencionar personalidades, sólo cito algunas frases pertinentes.
A su llegada a Ostende, con su hermana y nieta, me escribió:
“Aquí me encuentro triste, desilusionada de todo y del todo. Si hubiera sabido lo
que ahora sé, hubiera permanecido quieta en Wurzburg e ido a Kissingen y dejado
este último lugar sólo en septiembre, pero tal fue y es mi destino y estaba determinado que yo gastara todos mis pobres ahorros y pasara el invierno en Ostende.
Ahora eso ya fue hecho y no hay nada  que  hacer al respecto. Los            hoteles            (¡oh, vosotros dioses del Avitchi!) por una noche en el Continent tuve  que pagar 117 francos por nuestras habitaciones. Entonces, mi hermana, desesperada, se levantó por la mañana y se sintió atraída a cierta parte del bulevar, en la costa del mar y en una calle transversal encontró un apartamiento rez de chaussée para alquilar.
Tres espléndidas habitaciones a la izquierda y dos a la derecha del pasaje o sean
cinco habitaciones y una cocina abajo, todo por 1.000 francos por la estación y 100 francos mensuales un mes después. ¿Qué podía yo hacer? Resultado: su amiga, con
sus inservibles piernas, se estableció en un grupo de habitaciones a la izquierda y mi
hermana tomó dos habitaciones, un cuarto de bajío elegante y una sala o comedor
a la derecha del pasaje. Cuando ella se ausente, que será en unos diez días, sus
habitaciones quedarán libres. Entonces puede ser que venga el señor Sinnett. Es
agradable poseer dos habitaciones para nuestros amigos. En cuanto a mí, tengo
habitaciones muy lindas; el dormitorio da a un gran estudio del que está separado
por un arco y cortinas de satén. En una pequeña salita hay un piano también y
tengo todo ese lado para mí.
"Sí, trataré de concentrarme una vez más en mi Doctrina Secreta. Pero es difícil. Me siento muy débil, querida, pobre en salud y sin el uso de mis piernas, como nunca me he encontrado cuando usted cuidaba de mi. . . Estoy tan nerviosa como una gata y siento que soy desagradecida. Y eso es porque siempre se ha mostrado, en la antigua simbología, que la gratitud reside en los talones y habiendo perdido el uso de mis piernas ¿cómo puede esperarse que lo tenga? Tengo afecto, pero sólo por ...”
Otra de las cartas de H. P. B. dice;
"Estoy tratando de escribir La Doctrina Secreta. Pero Sinnett, que está aquí por algunos días, desea que toda mi atención se concentre en las benditas Memorias. La señora Sinnett no pudo venir y él se irá pronto y entonces me quedaré sin piernas, sin amigos y sola con mi karma. ¡Lindo tete-a-tete!".
Y luego me dice en otra carta:
"Mis pobres piernas han dejado de hacer compañía a mi cuerpo. Es un "ausentismo", como se dice en la India, limitado, si no es por siempre, sea cual fuere la causa, el hecho es que estoy ahora tan sin  piernas como lo puede estar cualquier elemental. No; excepto Louise y mi casera con su gato y su petirrojo, no conozco una sola alma en Ostende. Ni un solitario ruso hay aquí en esta cstación, exceptuándome a mí que quisiera ser turca y volver a la India.
Pero no puedo porque no tengo ni piernas ni reputación, de acuerdo a las            infames calumnias de la S.P.R.
Creo que la gota y el reumatismo alcanzarán pronto al corazón;  siento gran dolor
en él”.
¡Pobre H.P.B. Sufría horriblemente en ese tiempo. Estaba muy ansiosa por proseguir
sus escritos y los continuos obstáculos que se levantaban en su camino eran sumamente penosos para ella. En todas sus cartas me urgía a que retornara, pues sentía que si me tenía a su lado estaría libre de muchas pequeñas molestias y que conseguiríamos la calma y quietud que eran absolutamente necesarias para su tarea de escribir “La Doctrina Secreta”. Y cuando llegó el día  en  que pude retornar, nuestro encuentro fue muy feliz, pues teníamos mucho que contarnos mutuamente. Me dolió notar que H.P.B. sufría más que cuando dejó Wurzburg, pero me dijo que había encontrado un doctor inteligente en Ostende y que había hecho un arreglo con él para que viniera a verla cada semana. Pronto nos asentamos en nuestra vida de rutina y di gracias al ver que cada día que pasaba H.P.B. podía producir más trabajo y se establecía otra vez un contacto más continuo con lo que ella llamaba las "corrientes". Las comunicaciones de sus Maestros y de los diferentes chelas eran más frecuentes y vivíamos, por entero, en un mundo completamente nuestro. Pero era más fácil llegar a Ostende que a Wurzburg y los
visitantes comenzaron a romper la regularidad de nuestra existencia. Dos de nuestros miembros llegaron desde París y se quedaron quince días. Fueron los señores Gaboriau y Coulomb y los atardeceres transcurrieron en hacer preguntas a H. P. B, que contestaba amablemente leyéndoles pasajes de La Doctrina Secreta que había escrito durante el día. Recibimos la corta visita del señor Eckstein, de Viena, y también la del señor Arthur Gebhard que se dirigía a Alemania desde Estados Unidos de América donde había estado varios años y H. P. B, estaba deseosa de escuchar todas las noticias teosóficas de aquel país.
Un día H. P. B. me llamó para preguntarme si podía trasladarme a Londres para
ocuparme de algunos de sus asuntos privados.
Le dije que lo haría gustosa, pero que me preocupaba dejarla sola. Partí, pues, para
Londres con el corazón pesaroso, al recordar la soledad de Madame Blavatsky y su mirada triste y nostálgica cuando me dio su beso de despedida.
Mientras permanecí en Londres recibí frecuentes cartas de H. P. B. y los que siguen
son unos pocos extractos transcritos de ellas.
"Me siento desdichada porque con cada día que pasa es más fuerte en mí la
convicción de que no hay un rincón sobre la Tierra donde yo pueda vivir y morir tranquilamente, porque no tengo hogar, nadie en quien pueda confiar de manera sin reservas, porque no hay una sola persona capaz de comprenderme por completo y
comprender la posición en la que estoy colocada, Porque desde que usted se fue
he sido molestada por la. policía, cierto que con cautela y gran prudencia hasta este
momento, pero de manera bastante clara para que yo sepa que se me observa con
sospecha ¡aun en relación con aquel asunto del robo de un millón efectuado en el trayecto del ferrocarril entre Ostende y Bruselas! Tres veces han preguntado por
usted; recabando informes y por dos veces un hombre de la policía vino a preguntarme mi nombre anterior y posterior a mi casamiento, mi edad, de dónde vine, dónde viví anteriormente, cuándo llegué a Wurzburg, a Elberfeld y otras cosas más.
Hace dos días vinieron por Louise y le pidieron que fuera con ellos a la estación
de policía y allí le hicieron muchas preguntas. Porque haga yo lo que haga, todo se vuelve un mal para mí, todo es malinterpretado y mal reconstruido aun por mis mejores amigos; soy detractada y mal interpretada no por extranjeros sino, por aquellos que fueron o que parecían ser los más adictos a mi persona y a quienes yo amé verdaderamente…Porque las mentiras, la hipocresía y el jesuitismo reinan supremos en el mundo y como yo no soy nada de eso, ni podría serlo, por ello mismo parece que estoy condenada. Porque estoy cansada de la vida, de este forcejear con la piedra de Sísifo y la interminable labor de las Danaides y porque no se me permite escapar a toda esta miseria y descansar. Porque yo tenga razón o no, se me hace aparecer como sin razón. Porque yo estoy de más en esta tierra y eso es todo”.
Y en otra carta me decía:
“Recuerde que por mucho que la necesite (y la necesito con urgencia), como sé por el Maestro que usted está haciendo un excelente trabajo, en Londres, le ruego
permanezca ahí una semana o más si lo  considera necesario. Yo me siento muy
miserable, pero puedo soportarlo. No se preocupe, Z. es muy joven y no se levanta nunca por la mañana antes de las doce o la una, pero me está haciendo un buen
servicio encontrándome unas cuantas citas y corrigiendo el inglés en algunos de los
apéndices".
Justamente antes de dejar Wurzburg H. P. B, había enviado sus manuscritos de La Doctrina Secreta a Adyar, al coronel H. S. Olcott, Presidente de la Sociedad. Estaba deseosa de saber su opinión pues él la había ayudado bastante en la ordenación de algunos manuscritos de Isis. También quiso que los manuscritos se sometieran al señor Subba Row, pues las páginas que ya había leído le interesaron tanto que estaba ansioso por leer más.
H. P. B. me escribió al respecto:
"Le envié ayer un telegrama preguntándole si podía enviarle a Londres mis
manuscritos, pues tengo que remitirlos sin dilación a Madrás. Está todo muy bien
embalado por el esposo de Louise, atado y cosido en una tela impermeable, bien
protegido para el viaje, de forma que usted no tendrá dificultad con todo ello, a
no ser asegurarlo. Le ruego que haga eso usted misma. Usted es la única en quien
tengo absoluta fe. Olcott escribe que Subba Row está tan ansioso por los manuscritos que pregunta todos los días cuándo llegarán y parece que el Maestro le pidió que los leyera. Le ruego los envíe por este correo y los asegure por no menos de 150 ó 200 libras, pues si se pierden ¡adiós!; así es que los envío a usted hoy a su dirección, y conteste enseguida que los reciba".
He aquí un extracto de otra carta :
"Después de una larga conversación con el Maestro -la primera en un largo tiempo- he llegado a dos convicciones.
Primera: la S. T. fue arruinada por haber sido transplantada a suelo europeo. Si sólo
se hubiera dado a conocer la filosofía del Maestro y los fenómenos hubieran sido
mantenidos en cautelosa reserva, entonces hubiera sido un éxito. Esos malditos fenómenos han arruinado mi carácter, que para mí es poca cosa y bienvenido sea, pero
también han arruinado a la Teosofía en Europa. En la India vivirá y prosperará.
Segunda convicción: toda la Sociedad (en Europa y en América) está sometida a
una cruel probación. Aquellos que surjan incólumes tendrán su recompensa. Aquellos que permanezcan inactivos o pasivos, tanto       como   aquellos que le vuelvan la espalda, también obtendrán la suya. Es una prueba final y suprema. Pero hay noticias. O yo he de retornar a la India este otoño para morir allí o he de formar, entre esta fecha y el próximo noviembre, un núcleo de verdaderos teósofos, una escuela mía propia, sin secretario; yo sola, con tantos místicos como pueda reunir, con el fin de impartirles enseñanzas. Puedo permanecer aquí, o ir a Inglaterra o adonde me agrade... Usted dice que la única salvación es la literatura. Bien; vea los buenos efectos que produjeron las Memoirs de Madame Blavatsky. Siete u ocho periódicos franceses cayéndola a Sinnett y a mí, a K.H., etcétera, todo debido a esas Memoirs. Otra vez un verdadero avivamiento de escándalos de la Sociedad Teosófica, justamente por esa literatura. Si se arrojaran por la borda los fenómenos y sólo la   filosofía se hiciera carne en ellos, entonces, dice el Maestro, la S. T. Podría ser salvada en Europa. Pero los fenómenos son la maldición y la ruina de la Sociedad. Porque yo le escribí dos o tres veces a Z. diciéndole lo que hizo y pensó y leyó en tal día, ya        se convirtió en chiflado y envanecido místico. Bien, así el Maestro la inspire y proteja porque usted ha de tener su parte en la lucha que se avecina.He sabido que las personas que se han suscrito a La Doctrina Secreta se están impacientando; no lo puedo remediar. Como usted sabe, yo trabajo catorce horas diarias. Los últimos manuscritos que envié a Adyar no serán devueltos en menos de tres meses, pero entonces podremos comenzar la publicación. Subba Row está escribiendo notas valiosas, me dice Olcott. No me moveré de estos alrededores ni aun para ir a Inglaterra. Aquí está mi lugar, en Europa y eso está resuelto. El programa que se me he trazado y al cual me ajustaré es el de estar a fácil alcance de Londres. ¡Por la suprema bondad, quisiera que usted volviera pronto!
Su habitación de arriba, la que tiene la estufa, está pronta, de forma que estará más cómoda. Pero usted hace un trabajo útil en Londres. Me siento todo lo sola que una pueda sentirse”.
Y de nuevo, me dice en otra carta:
"Sólo unas pocas palabras, ya que gracias a la suprema bondad la veré pronto
otra vez. Conteste a todos los que le han preguntado si mi Maestro es un Mago Blanco y también un Mahatma, que no puede haber un Mahatma que no sea un Mago Blanco, ya sea que ejerza su poder o no, aunque no todo Mago puede alcanzar el Mahatmado, estado éste que es positivamente, como lo expresa al respecto la metáfora utilizada por Mohini, aquel estado en que se disuelve la naturaleza física del hombre, el intelecto, sentimientos del Ego y todo, excepto el cuerpo, como se disuelve un trozo de azúcar en el agua.
Pero, suponiendo que mi Maestro no fuera todavía un completo Mahatma, lo cual
nadie puede decir a no ser El mismo y los otros Mahatmas, que están cerca de El
¿qué importa eso a los demás? Si no es menos que los tres Magos (Magos Blancos que vinieron del Este a ver al nacido Cristo) eso basta a satisfacerme. Para finalizar, que aquellos que la molestan aprendan la etimología de la palabra Mago.
Viene de Mah, Maha, Mag, idéntica a la raíz de la palabra Mahatma. La una significa gran alma, Mah-atma; la otra, gran trabajador, Mahansa o Maghusa. Mohini tiene razón al instruir a la gente y darle la verdadera definición entre los estados del hombre que pertenece a tal condición.
Quienes caen en tal estado de manera ocasional son tan Mahatmas como cualquiera otro. Aquellos en quienes ese estado se convierte en permanente son el «trozo de azúcar». A Tales seres no les puede concernir las cosas de este mundo. Son
ahora ¡Jivanmuktas!
"Desde que usted se fue yo he sentido que me ha de ocurrir una parálisis o una rotura del corazón. Me siento tan fría como el hielo y cuatro dosis de digitalina en un día no es bastante para aquietar mi corazón. No importa, con tal que se me permita terminar mi Doctrina Secreta. Anoche en vez de irme a dormir se me hizo quedar despierta y escribir hasta la una.
Están dando el triple misterio aquel que yo creía que nunca ellos darían a conocer ,
el de. . . "
Yo me sentí muy ansiosa después de recibir           esta carta. Me apresuré a terminar
lo que me faltaba del trabajo, tan pronto como puede, y al llegar a Ostende, me acongojé
al encontrar a H. P. B. tan desmejorada y enferma. El señor Z. nos dejó pronto y recomenzamos nuestra usual rutina de vida y la escritura de La Doctrina Secreta se llevó adelante de manera enérgica y persistente. Muy raramente podía persuadir a H.P.B. a que saliera a la explanada en un Bath-chair (cochecito para invalidos).
Pensé que el calor del sol y el aire de mar le haría mucho bien, pero siempre parecía insatisfecha cuando volvíamos a la casa, como si sintiera que había hecho algo malo al perder todo ese tiempo, para ella muy valioso, en su propia persona. Solía decirme a menudo: "Pronto no estaremos solas y las condiciones serán alteradas y las corrientes serán rotas y no podré trabajar tan bien como ahora”. Y por eso se mantenía firme frente a su mesa de trabajo no importando         cuáles  fueran sus dolores o sufrimientos. Todo lo que hacía era apretar los dientes, firmemente, y librar sus propias batallas con entereza y valor.

CAPÍTULO X


Un día tuvimos la agradable visita de la señora Kingsford y del señor Maitland. Se
encontraban en Ostende por unos días, de paso hacia París y se alojaban en un hotel
enfrente a nuestra casa. Como la señora Kingsford se quejaba mucho de las incomodidades de este hotel y como parecía su salud muy delicada, H. P. B. y yo propusimos al señor Maitland y a ella que se alojaran con nosotras. Yo cedí mi habitación a la señora Kingsford y ellos pasaron quince días en nuestra compañía. Las dos damas estaban usualmente ocupadas durante el día con sus respectivas tareas, pero en los atardeceres se desarrollaban agradables conversaciones y para mí era
sumamente interesante escuchar diferentes puntos de vista sobre La Doctrina Secreta,
discutidos desde las perspectivas del ocultismo oriental y occidental. Los poderosos intelectos de esas dos talentosas mujeres se entregaban a animadas discusiones provenientes, aparentemente, de dos polos opuestos. Gradualmente las hebras de su conversación parecían aproximarse mutuamente hasta que, por fin, se fundían en una unidad. Surgían entonces nuevos tópicos que eran abordados con la misma maestría. Pero esas agradables veladas pronto llegaron a su fin, pues la señora Kingsford se
enfermó seriamente y no le fue posible dejar su habitación y el señor Maitland creyó conveniente llevarla a un clima más caluroso, de forma que en una agradable mañana partieron para París y H. P. B. y yo quedamos, de nuevo, solas.
Las cartas llegaban frecuentemente desde Londres y teníamos noticias placenteras acerca de que alguna actividad, aunque incipiente, comenzaba a notarse allá. Se había formado un grupo londinense de estudios y la mayoría de los miembros parecían muy seriamente activos y escribían de continuo solicitando informaciones e instrucciones. En verdad que las cosas parecían desarrollarse favorablemente en esa dirección y H. P. B. se sentía, contenta al saber que había cierta actividad por esos lados.
Con gran angustia comencé entonces a notar que H. P. B. se sentía soñolienta y amodorrada al promediar el día y a menudo no le era posible trabajar por períodos enteros de una hora. Este estado se agravó rápidamente y el doctor que la atendía diagnosticó una afección de los riñones. Yo me alarmé y envié un telegrama a Madame Gebhard comunicándole mi preocupación y rogándole que viniera a ayudarme. Sentí que la responsabilidad era muy grande para asumirla sola.
También tenía que tratar de conseguir una enfermera para que me ayudara en el trabajo
nocturno, pero sólo fue posible encontrar una soeur de charité y pronto descubrí que ella era peor que nada, pues cada vez que yo le volvía la espalda se ponía frente a H.P.B
con un crucifijo en alto conjurándola a abrazar las enseñanzas de la única iglesia, antes
de que fuera tarde. Eso ponía a H. P. B. fuera de sí. Despedí, pues, a esa enfermera y
no encontrando otra, contraté una cocinera, lo que dejó a Louise libre para prestar más atención a H. P. B. Sin embargo, como Louise había enviado a buscar hacía unas pocas semanas a su hija que estaba en Suiza, encontré que su ayuda no era muy valiosa pues
su hija ocupaba todos sus pensamientos. Di, pues, gracias cuando recibí una cordial contestación a mi telegrama y supe que en unas horas más vería a Madame Gebhard.
Cuando ella llegó sentí como si se hubiera levantado un gran peso de mis hombros. Mientras tanto, H. P. B. empeoraba y el médico belga, que era la bondad personificada, probó un remedio tras otro. pero sin ningún resultado. Comencé a sentirme seriamente alarmada y ansiosa sobre qué medidas debería adoptar. H. P. B. se hallaba en un estado de pesado letargo, parecía estar inconsciente por horas enteras y nada podía despertarla o interesarla. Finalmente tuve una brillante inspiración. Yo sabía que en el grupo londinense había un doctor Ashton Ellis, de forma que le envié un telegrama describiéndole el estado en que se encontraba H. P. B. y rogándole viniera sin dilación.
Esa noche me senté al lado del lecho de H. P. B. escuchando cada sonido y observando con ansiedad cómo transcurrían las horas tan largas para mí, cuando al fin, a las tres
de la mañana, oí con alegría que llamaban a la puerta. Volé hacia ella, la abrí y el doctor
entró en la habitación. Ansiosa le describí vehementemente todos sus síntomas, detallando los remedios que se habían aplicado. Después de lo cual él se acercó a H.P.B. y le hizo tomar cierta medicina que había traído consigo. Luego, después de darme algunas instrucciones, se retiró a su habitación para tomarse unas horas de descanso. Comuniqué a Madame Gebhard la llegada del doctor y finalmente retorné a mi puesto.
El próximo día tuvo lugar una consulta entre los dos médicos. El doctor belga dijo
que nunca había conocido el caso de una persona que teniendo los riñones atacados como estaban los de H. P. B. estuviera viva tanto tiempo como ella lo estaba y que estaba convencido que nada podría hacer para salvarla.
No tenía ninguna esperanza que pudiera reponerse. El doctor Ellis contestó que era
excesivamente raro que una persona sobreviviera tanto tiempo en tal estado. Nos dijo
además que antes de salir para Ostende había consultado a un especialista que era de la
misma opinión, y que le indicó que además de la medicina que se había prescrito debería también probar los masajes para estimular los órganos paralizados.

Madame Gebhard sugirió que como H. P. B. se encontraba tan cerca de la muerte
debería hacer su testamento, pues si moría intestada en un país extranjero, no tendrían
fin la confusión y molestias respecto a sus bienes, pues en ese instante no tenía ningún
pariente cerca. Agregó 'que ya había consultado con H. P. B. quien le había dicho que estaba dispuesta a firmar su testamento, que deseaba dejarme todos sus bienes y que me
daría instrucciones privadas acerca de la forma en que habría de disponer de ellos. Más
tarde H. P. B. me dijo qué es lo que tenía que hacer exactamente con sus bienes, los que,
por lo demás, eran muy poca cosa, consistentes en su ropa, unos pocos libros, algunas
joyas y unas pocas libras esterlinas. Pero también se creyó que era conveniente que se hiciera el testamento y que su firma debería ser presenciada por los dos doctores, el abogado y el cónsul americano.
Esa noche transcurrió sin novedad y al día siguiente el doctor Ellis la masajeó hasta
que quedó rendido, pero ella no mejoró, y para horror mío comencé a sentir ese peculiar aunque tenue olor a muerte que a menudo precede a la disolución del cuerpo. No tenía casi ninguna esperanza de que pasara esa noche y mientras estaba sentada sola al lado de su lecho, ella abrió los ojos diciéndome qué contenta estaba de morir, pues pensaba que el Maestro le permitiría, al fin, liberarse de su cuerpo físico. Sin embargo, sentía, todavía, mucha ansiedad por su Doctrina Secreta. Me dijo que debería tener mucho cuidado con sus manuscritos y que entregara todo al coronel Olcott con instrucciones de que fueran impresos. Que había esperado poder dar más enseñanzas al mundo, pero que el Maestro sabía lo que era más conveniente. Y así habló ella a intervalos, contándome muchas cosas. Finalmente cayó en un estado de inconsciencia  y yo me pregunté cómo terminaría todo.
Me parecía imposible que ella muriera y dejara su trabajo inconcluso; además pensaba
en la Sociedad Teosófica y me preguntaba qué sería de ella. ¿Cómo podría ser que el Maestro, que se encontraba a la cabeza de esa Sociedad, pudiera permitir que se desplomara?
Verdad es que ello podría ser el resultado del Karma de los miembros quienes, por su falsedad y debilidad de corazón, habían llevado a la Sociedad Teosófica hasta   el punto en que ya no había en ella más vitalidad y por eso debería morir, sólo para ser revivificada en el curso del próximo siglo. Por otra parte recordé que el Maestro había dicho a H. P. B. que ella tendría que formar un círculo de estudiantes a su alrededor y que tendría que impartirles ciertas enseñanzas. ¿Cómo podría hacer todo eso si moría? Abrí, pues, los ojos, saliendo de mi meditación, y al mirarla pensé que era imposible que a ella que se había esclavizado, sufrido y esforzado tanto, se le permitiera morir en medio de su trabajo inconcluso. ¿De qué utilidad sería todo el sacrificio de sí misma y la continuada agonía por la que había pasado si el trabajo de toda su existencia habría de quedar truncado? Día a día ella había sufrido innumerables torturas en su mente y en su cuerpo. En su mente, debido a la falsedad y   traición de aquellos que se habían llamado a
sí mismos amigos y que más tarde la habían detractado, a sus espaldas, arrojándole piedras cuando, en su tonta ignorancia, pensaban que ella no sabría nunca qué mano las había arrojado. Sufrimientos en su cuerpo, porque estaba obligada a permanecer en una forma corporal que se hubiera desintegrado dos años atrás, en Adyar, si no hubiera sido mantenida viva por medios ocultos cuando ella tomó la decisión suprema de vivir y trabajar por aquellos que todavía tenían que entrar en contacto con las enseñanzas e ingresar en la Sociredad Teosófica. La verdad es que ninguno de quienes la
conocieron la comprendió verdaderamente. Aun para mí, que había vivido con ella tantos meses, ella era un enigma con sus extraños poderes, su maravilloso conocimiento, su perspicaz penetración de la íntima naturaleza humana y su misteriosa vida pasada en regiones desconocidas para el mortal común. De modo que, aunque su cuerpo podía estar cerca de los hombres, su alma se encontraba a menudo alejada, en comunión con otros seres. Muchas veces he podido observarlo y he podido saber
que sólo ese cascarón que es el cuerpo era el que estaba presente.
Tales eran los pensamientos que pasaban por mi mente mientras permanecía sentada
hora tras hora durante esa ansiosa noche, vigilándola: y notando cómo iba debilitándose
lentamente, poco a poco. Una ola de negro desaliento se apoderó de todo mi ser al sentir
cuán profunda y sinceramente amaba yo a esa noble mujer y me di cuenta qué vacua sería ahora mi vida sin ella. No tener más su afecto y su confianza sería la más severa prueba para mí. Toda mi alma se levantó en rebeldía ante el pensamiento de su próxima muerte. . .
Lancé un amargo grito y perdí todo contacto con el mundo externo.
Cuando abrí los ojos, la temprana luz de la mañana comenzaba a entrar en la habitación y un sentimiento de congoja se apoderó de mi corazón pensando que me había dormido y que posiblemente H. P. B. había muerto durante mi sueño; ¡qué había muerto mientras yo era infiel a mi deber de mantenerme en continuada vigilia! Me volví hacia el lecho horrorizada y allí vi a H. P. B. que me miraba con calma, con sus claros ojos grises, diciéndome: "Condesa, acérquese". Volé hacia su lado. "¿Qué ha acontecido, H. P. B.?
Usted tiene una apariencia distinta por completo de la de anoche". Y ella respondió:
"Sí; el Maestro ha estado aquí. Me dio a escoger entre morir y liberarme, si lo quería,
o vivir para poder terminar La Doctrina Secreta. Me dijo cuán grandes serían mis sufrimientos y qué terribles vicisitudes me esperaban en Inglaterra (pues he de ir allá),
pero cuando yo pensé en aquellos estudiantes a quienes se me permitiría instruir, enseñar algunas pocas cosas, y cuando pensé en la Sociedad Teosófica en general, a la que ya he dado toda la sangre de mi corazón, acepté el sacrificio y ahora para que éste sea completo, tráigame un poco de café, algo para comer y alcánceme la caja que contiene mi tabaco".
Yo volé para atender su pedido y contarle a Madame Gebhard la buena nueva. La
encontré ya vestida, pronta para reemplazarme después de mi noche de vigilia y después de unas cuantas exclamaciones de alegría, insistió en que yo me acostara mientras ella atendía a Madame Blavatsky. Me sentía tan excitada que creía que nunca me dormiría,
pero tan pronto puse la cabeza sobre la almohada me sumergí en un profundo sueño
-y no me desperté hasta tarde en el día.
Cuando bajé todo era alegría. H. P. B. estaba levantada y vestida, chanceándose con
todos. El doctor Ellis la había masajeado de nuevo, y le había dado su medicina, y todos
estaban esperando la llegada del grupo que había de venir a presenciar la firma de su testamento. H.P.B. estaba en el comedor pronta para recibirlos y' ellos la miraron inmovilizados de asombro pues venían con rostros largos y serios, de ocasión, esperando ser introducidos a la presencia de una mujer moribunda. El doctor estaba fuera de sí de asombro. Sólo atinaba a decir: "Mais, c`est inoui: Madame aurait du mourir". No podía comprender a H. P. B. quien, sentada en su sillón, fumaba su cigarrillo tranquilamente y le ofrecía uno, comenzando a burlarse suavemente de él. El abogado estaba todo confundido y se volvió hacia el médico belga buscando una explicación. El médico empezó, por fin, a excusarse repitiendo varias veces :
" Mais elle aurait  du mourir", a la vez que el cónsul americano, como hombre de mundo se adelantó, estrechó la mano de H. P. B.y le dijo que estaba encantado de que ella hubiera engañado a la muerte en esa ocasión y una conversación animada y divertida tuvo lugar entre todos.
Entonces cl abogado nos trajo a la realidad y comenzó la seria tarea de redactar el
testamento. Se le pidió a H. P. B. que diera detalles referentes a su esposo, pero ella expresó, de manera terminante, que nada sabía del viejo señor Blavatsky, que probablemente había muerto hacía ya tiempo y que ellos podían mejor ir a Rusia si querían saber algo de él, que ella les había llamado a su casa sólo para hacer un testamento y nada mas.
Que se suponía que iba a morirse, pero que ahora no pensaba hacerlo; más, como estaban todos presentes, era una lástima que se hubieran molestado por nada, de forma que sería mejor hacer el testamento proyectado y que ella pensaba dejarme todo a mí.
El abogado comenzó entonces a reconvenir: ¿no tenía ella parientes? ¿no sería mas
justo dejar su propiedad a ellos? Y luego me miró de soslayo como si pensara en ese momento que yo podría haber influido indebidamente a H. P. B. para que me legara su
dinero en detrimento de sus parientes. H. P. B. lo interrumpió con vehemencia preguntándole por qué se inmiscuía en cosas que no eran de su incumbencia; que ella dejaría su dinero a quien se le antojara. Madame Gebhard temerosa de una escena, se interpuso y dijo suavemente al abogado: "Posiblemente cuando usted conozca la cantidad de dinero que posee Madame Blavatsky usted no presentará más objeciones para hacer el testamento como ella lo desea, pues si Madame Blavatsky hubiera muerto no hubiera habido suficiente dinero como para pagar el gasto funerario".
El abogado no pudo reprimir una expresión de sorpresa, pero se puso a trabajar sin
presentar más objeciones. En unos pocos minutos el testamento fue redactado y firmado
por los presentes. Luego se sirvió café y se inició una conversación general. Después de
tres horas, el cónsul americano se levantó y dijo: "Bien; creo que esta es bastante fatiga para una mujer moribunda". Y así, después de algunos cumplimientos de unos a otros,
el pequeño grupo se despidió mientras que los que quedábamos gustamos de una alegre risa ante una de las más originales y divertidas escenas que jamás hubiéramos presenciado.
Pensamos entonces que H. P. B. debería irse a descansar a su lecho, pero ella se rebeló de la manera más enérgica y allí quedó sentada hasta horas de la noche jugando a su juego de "paciencia".
Debo agregar algo más referente a ese testamento y es que nunca más al vi. Después
de la muerte de H. P. B., en la residencia del Avenue Road, en Londres, el 8 de mayo
de 1891, fui hasta Ostende y entrevisté al abogado que lo había redactado, quien me
dijo que después de mi partida lo había entregado a H. P. B. y supongo que ella debe
haberlo destruido, pues nunca fue encontrado entre sus papeles.
La excitación alrededor del restablecimiento de H. P. B. finalmente se calmó. El doctor
Ellis retornó a Londres llevando consigo nuestra más sincera gratitud por su bondad al
responder con tanta prontitud a mi telegrama y por el cuidado y devoción que demostró a H. P. B. durante su estada con nosotros.
Nuestros próximos visitantes            fueron el doctor Keightley y el señor Bertram Keightley.
Llegaron trayendo consigo las más apremiantes y calurosas invitaciones del grupo londinense para que H.P.B. fuera a vivir a Inglaterra. Finalmente consintió en ello y
acordamos que pasaría el verano con           los Keightley, en Norwood, en una pequeña casa
llamada Maycot.
Ellos retornaron a Londres para hacer los preparativos necesarios para su recepción y yo
comencé a dirigir mis pensamientos hacia mi casa en Suecia. Me sentía completamente fatigada por toda la ansiedad por la que había pasado últimamente y anhelaba un descanso completo, tanto físico como mental. Viendo Madame Gebhard cuán rendida, y enferma parecía yo, me urgió a que fuera a mi casa lo antes posible diciéndome que ella se quedaría con H. P. B. hasta que los Keightley vinieran a buscarla y como esa misma mañana había llegado una carta del señor Thornton diciéndonos que estaba por llegar a Ostende para visitar a H. P. B., me sentí contenta de que Madame Gebhard no estaría sola, sino que tendría un amigo para ayudarla en caso de necesidad. Por lo tanto, unos días después, y luego de la más tierna y bondadosa despedida, me alejé rápidamente en un tren, en dirección a Suecia.
Fuera de algunas cartas ocasionales recibidas de Madame Gebhard diciéndome que todo marchaba de manera satisfactoria y que estaba empacando las cosas y preparándose
para el viaje de H. P. B. a Londres, no hay nada de importancia que relatar. Durante el
verano recibí algunas cartas de H. P. B.  y aquí transcribo extractos de dos de ellas fechadas en Maycot, Norwood :
"Sólo puedo decir que no me siento feliz, ni siquiera a mon aise como cuando
estaba en Ostende. Me encuentro en el campo del enemigo y eso dice todo. . .
Esta casa es un agujero donde todos nos encontramos como arenques en un barril,
tan pequeña, tan incómoda y cuando hay tres personas en mis dos habitaciones (que
son la mitad del dormitorio que tenía en Ostende) nos pisamos en todo momento
nuestros pies; cuando hay cuatro, nos sentamos unos en las cabezas de otros. Además aquí no hay tranquilidad, pues el más mínimo ruido se siente en toda la casa.
Todo esto es molestia personal, pero hay algo más,            mucho más importante. Hay             tanto trabajo para hacer aquí (teosófico) que yo tengo o que renunciar a escribir La Doctrina Secreta o que dejar el trabajo teosófico sin hacer. Es por esas causas que se requiere su presencia más que cualquier otra cosa. Si dejamos de aprovechar las buenas oportunidades, nunca más tendremos mejores. Usted sabe, supongo yo, que una Logia Blavatsky fue organizada y legalizada por Sinnett y otros.
"Está compuesta, de catorce personas y hasta ahora. Usted sabe además que se ha
formado una Theosophical Publishing Company por las mismas personas y que
no sólo hemos empezado a publicar una nueva revista teosófica, sino que ellos insisten en publicar ellos mismos La Doctrina Secreta. Se han suscrito 200 libras para  Lucifer, nuestra nueva  revista y 500 libras  para La Doctrina Secreta.       
“Se ha formado una Limited Publishing Co., legalmente registrada. Todo eso ha            sido, pues, hecho ya. Tengo reuniones regulares los jueves, cuando diez, u once personas tienen que amontonarse en mis dos habitaciones y sentarse sobre mi escritorio y el sofá-cama. Duermo en el sofá que usaba en Wurzburg ya que no hay lugar para una cama. Si usted viene tendrá una habitación arriba".
Luego me escribió que el último proyecto era el de alquilar una casa en Londres cuyos
gastos habrían de ser compartidos por los dos, Keightley, ella misma y yo, y que esperaba que yo aprobaría el plan, pues pensaba que sería muy ventajoso tener una Sede Teosofica en Londres. Facilitaría, considerablemente nuestro trabajo e induciría a otros a venir a vernos por la mayor accesibilidad. Habiéndole escrito que estaba dispuesta a unirme a ella en el proyecto propuesto y que me vería en Londres, recibí las siguientes líneas desde Maycot:
"No hay ni que decir cuán aliviada y contenta estoy con su prometida llegada.  Venga y diríjase aquí por unas horas, si no quiere dormir en esta casa. Están amueblando la casa en Lansdowne Road. Estoy emigrando con libros y todo. He escogido dos habitaciones para usted que creo le gustarán, pero venga y ¡por piedad! No posponga su llegada. Suya por siempre, H. P. B.".
Esta es la última carta que cito y con ella termina mi historia, pues, en Londres, fueron
los dos Keightley quienes trabajaron en La Doctrina Secreta con H. P. B.
Con una diligencia digna de elogio ellos transcribieron todos los manuscritos con una máquina de escribir y dejo, que en esta obra, ellos continúen la narración de cómo H.P.B. escribió La Doctrina Secreta. Sólo agregaré unas líneas más.

Llegué a Londres en septiembre de 1887 y fui directamente a Norwood. Allí encontré
a H. P. B. en una pequeña casita con los Keightley y después de haber recibido de ella
una calurosa acogida, se mostró ansiosa de contarme cómo habríamos de empezar a trabajar para la Sociedad Teosófica de una manera más práctica de lo que se había hecho hasta el presente. Muchas fueron las largas conversaciones que tuvimos acerca de cómo podría. hacer conocer mejor la Teosofía en Londres y toda clase de proyectos fueron elaborados.
Después de tres días de empacar, hacer planes y arreglar todo, una mañana nos acomodamos en un carruaje y nos dirigimos a Londres, al número 17 en Lansdowne Road.
Allí encontramos a los dos Keightley trabajando duramente para hacer la casa lo más
cómoda posible para H. P. B. No pude menos de admirar, como siempre he seguido haciéndolo, la tierna devoción y el constante afán con que esos dos hombres jóvenes pensaban en todos los detalles, aun en los más triviales, que podrían contribuir a la comodidad de H. P. B. De toda forma contribuyeron siempre a su bienestar, tratando por todos los medios posibles, de hacer que las condiciones que rodeaban a H. P. B. le facilitaran la continuación de su labor relacionada con La Doctrina Secreta.
Las habitaciones de H. P. B. estaban en el piso bajo y se componían de un pequeño
dormitorio que daba a una gran habitación destinada a escritorio, donde los muebles habían sido dispuestos a su alrededor de forma que pudiera alcanzar sus libros y papeles sin dificultad. Esa habitación conducía a su vez, al comedor, de manera que ella tenía un amplio espacio para moverse y hacer algún ejercicio si lo deseaba y se sentía inclinada a
caminar.
Fue allí donde el coronel Olcott la encontró unos pocos meses más tarde y describió
sus impresiones, en el suplemento de The Theosophist de octubre de 1888, para sus lectores indos, en los siguientes párrafos:
"El Presidente encontró que Madame Blavatsky no disfruta de buena salud, pero que trabaja con una energía desesperada y tenaz. Un capacitado médico le dijo que el hecho de encontrarse ella viva era en sí mismo un milagro, juzgado desde el punto de vista de todos los cánones profesionales. Todo su sistema está tan desorganizado por una complicación de enfermedades de la índole más grave, que es simplemente asombroso el hecho de que pueda mantener esa lucha sin perecer y que otra persona hubiera sucumbido ya hace tiempo. El examen microscópico revela grandes cristales de ácido úrico en su sangre y los médicos dicen que es más que probable que un mes caluroso pasado en la India la mataría. Sin embargo, no sólo vive; sino que trabaja en su escritorio desde la mañana hasta la noche, preparando material para ser impreso y leyendo las pruebas de imprenta de La Doctrina Secreta y de su revista londinense Lucifer. De su trabajo más grande, casi trescientas páginas de cada uno de los dos volúmenes habían sido ya impresas cuando llegó el coronel Olcott y probablemente los dos volúmenes aparecerán este mes. Por todo lo que  escuchó de jueces competentes que habían leído los manuscritos, el Presidente se siente convencido de que La Doctrina Secreta sobrepasará en mérito e interés a Isis sin Velo.
"La señora Blavatsky vive en el número 17, en Lansdowne Road, Holland Park, con tres teósofos amigos y además su devota amiga la Condesa Wachtmeister, de Suecia, que hace de guardiana, enfer;nera y consoladora y la ha atendido durante todas sus serias enfermedades de los últimos tres años. La casa es agradable, encontrándose en una tranquila vecindad y su fondo da a un pequeño parque o cercado privado que es de uso común para todos los habitantes de las casas que lo rodean. Las habitaciones de Madame Blavatsky se encuentran en el piso bajo, ya que a ella le es prácticamente imposible subir o bajar escaleras. Su mesa se enfrenta a una ancha ventana, pudiendo verse la hierba verde y los árboles cubiertos de hojas del Holland Park. A su derecha e
izquierda hay mesas  y estantes llenos de libros de consulta y por la habitación están diseminados sus recuerdos traídos de la India, como ser bronces de Benarés, alfombras de fibra vegetal de Palghat, tapices de Adoni, fuentes de madera de Moradabad, plaquetas de Cachemira e imágenes singalesas, todo ve cual era familiar para quienes visitaron Adyar en sus primeros tiempos.
"En cuanto a su retorno a la India, es una cuestión para ser decidida sólo por los
médicos. Es en extremo dudoso que ella pudiera resistir el vía je y es bastante cierto
que tendría que ser izada por una eslinga tanto a la partida como a la llegada del
barco, tal como se hizo cuando ella salió de Madrás para Europa, hace tres años.
Naturalmente que con su libro en prensa, ella no podría dejar Londres por una quincena, más aún en el caso en que pudiera resolver satisfactoriamente la orientación editorial de Lucifer. Más tarde ese obstáculo ha de ser resuelto, pero quedaría el de la salud suya. Rodeándola en Londres hay un grupo de devotos teósofos quienes además de adelantar 1.500 libras para la impresión de La Doctrina Secreta y Lucifer, han formado una compañía de publicaciones teosóficas (Theosophical Publishing Co.) para publicar a precios        populares, reimpresiones de The Theosophist.
Lucifer y The Path y útiles folletos de toda clase.   El interés en la Teosofía aumenta y se hace    más profundo            en Europa, y más aún en los Estados Unidos de América,  pues no sólo vemos cómo esas ideas colorean la literatura corriente, sino que también provocan discusiones entre los primeros orientalistas de nuestra época. El caso está bien ilustrado por las recientes conferencias del profesor Max Muller, de Monier Williams y otros, en las cuales se refieren a nosotros a la vez que nos critican y por el admirable artículo sobre “Buddhismo en Occidente” del erudito investigador señor Em. Burnouf que hemos traducido e impreso en este número de nuestra revista.
"Prácticamente existen en la actualidad tres Centros Teosóficos donde la influencia de esta naturaleza se ejerce sobre la mente de nuestra era: Madrás, Londres y Nueva York. Y por más que sus ardientes amigos deploren la ausencia de Madame Blavatsky, de Adyar, no puede dudarse que el Movimiento como un todo, saca provecho de su presencia en Londres y de su aproximación teosófica a nuestros devotos amigos y colegas de América”.
Al año próximo apareció otra información, en The Theosophist del mes de julio, que también puede ser de interés para mis lectores y es la siguiente:
"Madame Blavatsky continúa trabajando sin cesar, como siempre y bajo condiciones de tal imposibilidad física que no sólo muestran lo verdaderamente maravillosa que es su labor, sino que actualmente dejan ver qué maravillosa es también su vida. Debo decir, como médico y no simplemente basado en mi sola autoridad, sino como un factor conocido de algunos de los principales médicos que practican en Londres, que nunca antes ha sido comprobado que un paciente haya vivido, ni siquiera una sola semana, bajo las condiciones del desorden renal que ha sido crónico en ella durante meses. Ultimamente esas condiciones han sido algo modificadas por la acción de la estricnina de la cual ella ha tomado un poco más de seis grains (cada uno 0.06 gramos) diarios. Muy a menudo tiene ataques de apoplejía cerebral, pero sin ningún tratamiento conocido de la ciencia médica, ella los pasa firmemente convencida, como siempre, de que su vida  presente no terminará hasta que su trabajo sea realizado por completo. Y en esa labor es infatigable. Sus horas de trabajo diario son desde las 6.30 de 1a mañana
hasta las 7 de la tarde, con sólo unos pocos minutos de interrupción para tomar una
ligera colación antes de que el sol alcance su meridiano. Durante ese intervalo ella
destina su tiempo, en gran parte, a la preparación de 1as instrucciones para la Sección Esotérica, comunicando aquellos conocimientos que 1e es permitido impartir y que sus miembros son capaces de recibir.
Luego la labor editorial relacionada con la producción de su revista Lucifer cae por
entero sobre sus hombros. Y también edita la nueva revista teosófica francesa mensual que lleva por nombre La Revue Théosophique, publicada por la Condesa d'Adhemar, quien, digámoslo de paso, es una americana por nacimiento. Su revista publica actualmente una serie de brillantes artículos por Amaravella y una traducción en francés de La Doctrina Secreta, de Madame Blavatsky. .
"El tercer volumen de La Doctrina Secreta está en manuscrito, pronto para ser dado a los editores. Consistirá en su mayor parte, en una serie de bosquejos de los grandes ocultistas de todas las edades y es una obra de lo más asombroso y fascinante. El cuarto volumen, que contendrá principalmente alusiones al tema del ocultismo práctico ha sido bosquejado, pero no escrito todavía. Demostrará lo que es verdaderamente el ocultismo y hará ver cómo la concepción popular del mismo ha sido ultrajada y degradada por quienes pretenden falsamente conocer sus misterios y por quienes, por ansia de obtención de ganancias y otros bajos propósitos, han declarado falsamente ser depositarios de su secreto conocimiento. Esta exposición del ocultismo necesitará que se la actualice hasta el momento presente, de una manera evidente como documentación histórica, de forma que el trabajo actual de escribir todo eso no comenzará hasta que
estemos prontos para publicarlo.
"En la noche, desde la hora 7 hasta las 11 y a veces hasta las 2 de la mañana, Madame Blavatsky recibe muchos visitantes. Naturalmente que muchos son amigos y no pocos son impulsados por mera curiosidad de ver una mujer que       es uno de los  personajes prominentes del mundo actual. Todos son bien recibidos y ella está siempre pronta a conversar con cualquiera sobre cualquier punto que se desee.
“El señor G. J. Romanes, miembro de la Royal Society, viene para discutir la teoría evolucionista enunciada por ella en su Doctrina Secreta; el señor W. T. Stead,
editor de la Pall Mall Gazette quien es un gran admirador de La Doctrina Secreta. encuentra mucho en ella que invita a mayor comentario; Lord Crawford, Conde
de Crawford y Balcarres. otro miembro de la Royal Society que está profundamente interesado en Ocultismo y Cosmogonía y que fue un alumno de Lord Lytton y estudió con él en Egipto, viene a conversar; de las materias que le conciernen: la señora Besant, cuya asociación con la National Reform Society la ha hecho famosa, viene para, expresar su interés en la Teosofía como poder afectador de la vida social de la humanidad: el señor Sidney Whitman, ampliamente conocido por sus difundidas críticas sobre la gazmoñería inglesa, tiene ideas que expresar e intercambiar en relación a las éticas de la Teosofía, y así vienen unos y otros".                                                A. K.
Volvemos a nuestra narración. No bien nos habíamos instalado en la casa, cuando muchas personas comenzaron a llegar para ver a H. P. B. y los visitantes fueron tan numerosos y se la interrumpía tan a menudo en su labor, que se consideró conveniente que tuviera un día fijo para recibir. Se escogió el sábado y desde las 2 de la tarde hasta las 11 ó 12 de la noche había una sucesión de visitantes y H. P. B. tenía, frecuentemente, un grupo a su alrededor que le hacía preguntas que ella contestaba con invariable paciencia.
Todo ese tiempo sé continuaba con La Doctrina Secreta hasta, que, finalmente, se puso
la obra en manos del impresor. Luego comenzó el trabajo de leer las pruebas de imprenta, revisarlas y corregirlas, lo que mostró ser una labor muy pesada. Yo observé todo ese proceso con gran alegría, en el corazón y cuando la copia impresa fue puesta en mis manos me sentí sumamente agradecida porque todas esas interminables horas de dolor, trabajo y sufrimiento no habían sido en vano y H. P. B. había podido llevar a cabo su tarea y dar al mundo su gran libro, el cuál, ella me lo dijo, deberá permanecer muy quieto hasta el siglo entrante para ser entonces apreciadas sus enseñanzas en todo su valor mientras que, en la actualidad, sería estudiado sólo por unos pocos.
Ese día fue de alegría para H. P. B. Fue un rayo de sol en la oscuridad y triste soledad
de su vida, pues las sombras la estaban ya rodeando y pronto tendría que experimentar
algunas de sus pruebas más amargas.
Pero con la terminación de La Doctrina Secreta mi labor también está hecha. Permítaseme sólo añadir un pequeño tributo de gratitud y amor, a la amiga y Maestra que hizo por mí más que ninguna otra persona en el mundo, que me ayudó a ver la verdad, que me señaló la manera de probar y conquistar el yo inferior, el de todas las pequeñeces y debilidades y que me mostró la manera de vivir más noblemente para la utilidad y beneficio de los demás:
"Tu alma tiene que llegar a ser como el mango maduro, tan dulce y suave como su dorada y brillante pulpa para los dolores ajenos, tan dura como el hueso del fruto para tus propios duelos e infortunios. . . habla la compasión y dice: ¿Puede haber bienaventuranza cuando todo lo que vive ha de sufrir? ¿Te salvarás tú y gemir al mundo entero?"
Esos son los preceptos que H. P. Blavatsky urgió a aprender y cumplir a sus discípulos (“La Voz del Silencio” por H.P.B.), esa es la ética que su vida, de continuada abnegación por el bien de la humanidad, encendió como una ardiente llama en el corazón de aquellos que creyeron en ella.


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