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Po Chü-I (también conocido como Bai Juyi) (772-846) es uno de los grandes poetas de la época Tang. De familia humilde, nació en lo que hoy es el distrito de Weinan, en la provincia de Shanxi.
A los diecisiete años viajó con su familia a la capital, Chang’an, donde se hizo famoso por su obra Hierba de la meseta. En Changán conoció a Yüan Chên, que sería su gran amigo desde entonces:
Desde que abandoné mi casa en pos de una posición oficial
he vivido siete años en Chang’an.
¿Qué he ganado? Sólo a ti Yüan;
así de duro es entablar una sólida amistad.
Hemos rondado a caballo bajo los árboles en flor,
hemos caminado en la nieve y nos hemos calentado el corazón con vino.
Nos hemos encontrado y despedido en la Puerta del Oeste
y ninguno de los dos se preocupó por ponerse ni sombrero ni cinturón.
No nos presentamos juntos al examen,
no servíamos en el mismo Departamento del Estado.
El lazo que nos unía era más profundo que las cosas externas.
¡Los ríos de nuestras almas nacen en el mismo pozo!
También hizo amistad en Chang’an con el poeta Liu Yü-hsi (Mêng-tê) y con Li Chien y Ts'ui Hsuan-liang. En un poema dedicado a Li Chien, Bai Juyi cuenta su manera de ver la vida, en la que se mezclan el taoísmo de Zhuang Zi (Chuang Tse) y el budismo Chan, que procede la escuela india dhyana y que daría origen al zen japonés.
A Li Chien
En los primeros tiempos
para encauzar el curso de mi vida,
directamente acudí
a Chuang Tzu, capitulo primero.
Pero en los últimos años
el espíritu es mi preocupación;
me convertí a la Dhyana
de la Escuela del Sur.
Exteriormente, acepto
el Mundo tal como es;
íntimamente, supero las limitaciones
que imponen los sentidos.
Afuera, no siento aversión
ni por la aldea ni por la Corte;
en mi casa, no necesito
la compañía de nadie.
Desde que aprendí este arte,
adondequiera que vaya
mi mente está en sosiego
y no necesito de inflexiones y estiramientos
para el bienestar de mis miembros;
ni de ríos ni de lagos
para calmar mis pensamientos.
Si tengo propensión al vino,
algunas veces bebo;
si no tengo nada que hacer
me siento reposadamente,
silencioso y tranquilo
hasta muy tarde
y al siguiente día, duermo profundamente
hasta que el Sol está muy alto.
No me causan nostalgia, en otoño,
las noches largas;
no me lamento en primavera
por los días que pasan.
Enseñé a mi cuerpo a olvidar
si es joven o viejo,
y a mi alma, que aprecie igual
la vida que la muerte.
En la conversación que sostuvimos
ayer, cuando te vi,
diste a mis pensamientos
lo que llaman “corazón y médula”;
porque también mi Camino es
como lo “inexpresable”.
Y a no ser por ti, jamás
lo hubiese explicado con palabras.
En el 804 murió su padre y en el 805 su amigo Yüan Chen fue desterrado tras tener una disputa con un alto funcionario. Yüan escribió lo sucedido en Historia de Ying Ying, en la que se basa una de las obras clásicas del teatro chino: El pabellón del oeste.
Bai Juyi se lamenta del destierro de su amigo en Subiendo solo a los jardines de Lo-yu:
Miro hacia abajo a las Doce Calles de la Ciudad:
¡Polvo rojo junto a verdes árboles!
Carruajes y jinetes sólo me llenan los ojos;
no veo a quien mi corazón desea ver:
K'ung T'an murió en Lo-yang;
Yüan Chên fue desterrado a Ching-mên.
¡De todos los que andan por el camino de norte a sur,
no hay ninguno que me importe más que los demás!
Escribió poemas populares, directos y rápidos, que no consideraba dignos si su sirvienta, una vieja campesina, no los entendía totalmente. Así que ejemplifica lo contrario de aquella anécdota que se cuenta de Eugenio D’Ors, quien dictaba a su secretaria y después le preguntaba:
–¿Está todo claro, Rosita?
–Clarísimo, maestro.
–Pues, ¡obscurezcamoslo!
Bai Juyi valoraba más el contenido que la forma, dice Arthur Walley, aunque eso es una dicotomía que induce a confusión, pues parece sugerir que quienes hacen lo que Bai Juyi escriben de cualquier manera, cosa que no es cierta: la calidad literaria a menudo no tiene relación con la importancia que se dé a la forma o el fondo, ni siquiera con lo que opine acerca de ese asunto o con sus teorías acerca de ello. Bai Juyi es quizá un buen ejemplo de esto, pues “consideraba el arte únicamente como vehículo de instrucción”. Como dice Lucía Carro Marina, esta es una teoría “insostenible” que han sostenido algunos grandes artistas. El propio Bai, dice Carro Marina, no se ajustaba siquiera a su propia teoría.
Po Chü-I (también conocido como Bai Juyi) (772-846) es uno de los grandes poetas de la época Tang. De familia humilde, nació en lo que hoy es el distrito de Weinan, en la provincia de Shanxi.
A los diecisiete años viajó con su familia a la capital, Chang’an, donde se hizo famoso por su obra Hierba de la meseta. En Changán conoció a Yüan Chên, que sería su gran amigo desde entonces:
Desde que abandoné mi casa en pos de una posición oficial
he vivido siete años en Chang’an.
¿Qué he ganado? Sólo a ti Yüan;
así de duro es entablar una sólida amistad.
Hemos rondado a caballo bajo los árboles en flor,
hemos caminado en la nieve y nos hemos calentado el corazón con vino.
Nos hemos encontrado y despedido en la Puerta del Oeste
y ninguno de los dos se preocupó por ponerse ni sombrero ni cinturón.
No nos presentamos juntos al examen,
no servíamos en el mismo Departamento del Estado.
El lazo que nos unía era más profundo que las cosas externas.
¡Los ríos de nuestras almas nacen en el mismo pozo!
También hizo amistad en Chang’an con el poeta Liu Yü-hsi (Mêng-tê) y con Li Chien y Ts'ui Hsuan-liang. En un poema dedicado a Li Chien, Bai Juyi cuenta su manera de ver la vida, en la que se mezclan el taoísmo de Zhuang Zi (Chuang Tse) y el budismo Chan, que procede la escuela india dhyana y que daría origen al zen japonés.
A Li Chien
En los primeros tiempos
para encauzar el curso de mi vida,
directamente acudí
a Chuang Tzu, capitulo primero.
Pero en los últimos años
el espíritu es mi preocupación;
me convertí a la Dhyana
de la Escuela del Sur.
Exteriormente, acepto
el Mundo tal como es;
íntimamente, supero las limitaciones
que imponen los sentidos.
Afuera, no siento aversión
ni por la aldea ni por la Corte;
en mi casa, no necesito
la compañía de nadie.
Desde que aprendí este arte,
adondequiera que vaya
mi mente está en sosiego
y no necesito de inflexiones y estiramientos
para el bienestar de mis miembros;
ni de ríos ni de lagos
para calmar mis pensamientos.
Si tengo propensión al vino,
algunas veces bebo;
si no tengo nada que hacer
me siento reposadamente,
silencioso y tranquilo
hasta muy tarde
y al siguiente día, duermo profundamente
hasta que el Sol está muy alto.
No me causan nostalgia, en otoño,
las noches largas;
no me lamento en primavera
por los días que pasan.
Enseñé a mi cuerpo a olvidar
si es joven o viejo,
y a mi alma, que aprecie igual
la vida que la muerte.
En la conversación que sostuvimos
ayer, cuando te vi,
diste a mis pensamientos
lo que llaman “corazón y médula”;
porque también mi Camino es
como lo “inexpresable”.
Y a no ser por ti, jamás
lo hubiese explicado con palabras.
En el 804 murió su padre y en el 805 su amigo Yüan Chen fue desterrado tras tener una disputa con un alto funcionario. Yüan escribió lo sucedido en Historia de Ying Ying, en la que se basa una de las obras clásicas del teatro chino: El pabellón del oeste.
Bai Juyi se lamenta del destierro de su amigo en Subiendo solo a los jardines de Lo-yu:
Miro hacia abajo a las Doce Calles de la Ciudad:
¡Polvo rojo junto a verdes árboles!
Carruajes y jinetes sólo me llenan los ojos;
no veo a quien mi corazón desea ver:
K'ung T'an murió en Lo-yang;
Yüan Chên fue desterrado a Ching-mên.
¡De todos los que andan por el camino de norte a sur,
no hay ninguno que me importe más que los demás!
Escribió poemas populares, directos y rápidos, que no consideraba dignos si su sirvienta, una vieja campesina, no los entendía totalmente. Así que ejemplifica lo contrario de aquella anécdota que se cuenta de Eugenio D’Ors, quien dictaba a su secretaria y después le preguntaba:
–¿Está todo claro, Rosita?
–Clarísimo, maestro.
–Pues, ¡obscurezcamoslo!
Bai Juyi valoraba más el contenido que la forma, dice Arthur Walley, aunque eso es una dicotomía que induce a confusión, pues parece sugerir que quienes hacen lo que Bai Juyi escriben de cualquier manera, cosa que no es cierta: la calidad literaria a menudo no tiene relación con la importancia que se dé a la forma o el fondo, ni siquiera con lo que opine acerca de ese asunto o con sus teorías acerca de ello. Bai Juyi es quizá un buen ejemplo de esto, pues “consideraba el arte únicamente como vehículo de instrucción”. Como dice Lucía Carro Marina, esta es una teoría “insostenible” que han sostenido algunos grandes artistas. El propio Bai, dice Carro Marina, no se ajustaba siquiera a su propia teoría.
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Bai Juyi expuso su teoría literaria en una carta a Yüan Chên.
Bai Juyi expuso su teoría literaria en una carta a Yüan Chên.
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De los poetas anteriores a él alabó la serie de poemas de Ch’ên Tzü-ang que incluye Hombres de negocios, y puso reparos a Li Bo (Li Bai) y Du Fu, por faltarles feng (“crítica de los que nos gobiernan”) y “ya” (“guía moral de las masas”), pero, por otra parte, se dice también que fue precisamente Bai Juyi quien valoró la obra de Du Fu y la rescató del olvido.
En el año 808 fue nombrado Zhou Shi I (consejero oficial), cuya misión consistía en buscar errores y extravíos imperiales, pero en el año 811 murió su madre al caer a un pozo cuando contemplaba unas flores y Bai Juyi se retiró al río Wei.
Poco después de regresar a la capital, en el 814 escribió dos largas memorias tituladas Sobre la detención de la guerra. Se opuso a una campaña en contra de una tribu de tártaros sin importancia, criticó la avaricia de los funcionarios menores y denunció el intolerable sufrimiento del pueblo.
Bai Juyi, creía que la literatura debía denunciar los males de la sociedad y decía de sí mismo con orgullo:
“Cuando los tiranos y los favoritos oyeron mis canciones de Ch’in, se miraron los unos a los otros y cambiaron de expresión.”
Sus enemigos lograron hacerle caer en desgracia cuando, tras el asesinato del primer ministro Wu Yüan-hêng en pleno día, Bai Juyi escribió otra memoria alertando acerca de la urgencia de poner remedio al descontento general.
También se le acusó de infringir las leyes de la piedad filial por escribir los poemas Alabanza a las flores y El nuevo pozo, ya que su madre había muerto al caerse a un pozo cuando miraba unas flores.
Fue desterrado a Hsün-yang (Kiukiang) como subprefecto y tres años después fue nombrado gobernador de la remota Chung-Chou (en Sechuan). En esa época pudo volver a ver a su gran amigo Yüan-Chèn.
Finalmente, en 819 pudo regresar a Chang’an, lo mismo que Yüan. Pero en 821, criticó el mal gobierno del nuevo emperador Mou Tsung y tuvo que dejar la capital, para convertirse en alcalde de una ciudad importante, Hangchow.
En 825 se convirtió en gobernador de Soochow y disfrutó de una segunda juventud.
Regresó a la capital y tras desempeñar diversos puestos se instaló en Lo-yang, como gobernador de la provincia de Honan. Allí nació su primer hijo A-Ts’ui, que sólo vivió un año. En el 831 murió su gran amigo Yüan-Chèn.
Desde entonces, Bai Juyi vivió retirado. En el 832 reparó una parte desocupada del monasterio Hsiang-shan, en Lung-mên y se llamó a sí mismo el eremita de Hsiang-shan.
Allí escribió este poema:
Descansando solo en el templo Hsien Yu
La grulla de la playa permanecía
sobre las escalinatas.
Desde el estanque se veía brillar la Luna
a través de una puerta abierta.
Encantado con el lugar
me quedé allí
dos noches sin moverme para nada,
contento de poder hallar
un lugar tan tranquilo;
satisfecho de que ningún acompañante
me incordiara.
Desde entonces he disfrutado
de esta soledad
y he decidido no venir nunca acompañado
Un día invitó a cenar a otros ocho funcionarios jubilados y la ocasión fue registrada en el cuadro Los nueve viejos en Hsiang-shan.
De los poetas anteriores a él alabó la serie de poemas de Ch’ên Tzü-ang que incluye Hombres de negocios, y puso reparos a Li Bo (Li Bai) y Du Fu, por faltarles feng (“crítica de los que nos gobiernan”) y “ya” (“guía moral de las masas”), pero, por otra parte, se dice también que fue precisamente Bai Juyi quien valoró la obra de Du Fu y la rescató del olvido.
En el año 808 fue nombrado Zhou Shi I (consejero oficial), cuya misión consistía en buscar errores y extravíos imperiales, pero en el año 811 murió su madre al caer a un pozo cuando contemplaba unas flores y Bai Juyi se retiró al río Wei.
Poco después de regresar a la capital, en el 814 escribió dos largas memorias tituladas Sobre la detención de la guerra. Se opuso a una campaña en contra de una tribu de tártaros sin importancia, criticó la avaricia de los funcionarios menores y denunció el intolerable sufrimiento del pueblo.
Bai Juyi, creía que la literatura debía denunciar los males de la sociedad y decía de sí mismo con orgullo:
“Cuando los tiranos y los favoritos oyeron mis canciones de Ch’in, se miraron los unos a los otros y cambiaron de expresión.”
Sus enemigos lograron hacerle caer en desgracia cuando, tras el asesinato del primer ministro Wu Yüan-hêng en pleno día, Bai Juyi escribió otra memoria alertando acerca de la urgencia de poner remedio al descontento general.
También se le acusó de infringir las leyes de la piedad filial por escribir los poemas Alabanza a las flores y El nuevo pozo, ya que su madre había muerto al caerse a un pozo cuando miraba unas flores.
Fue desterrado a Hsün-yang (Kiukiang) como subprefecto y tres años después fue nombrado gobernador de la remota Chung-Chou (en Sechuan). En esa época pudo volver a ver a su gran amigo Yüan-Chèn.
Finalmente, en 819 pudo regresar a Chang’an, lo mismo que Yüan. Pero en 821, criticó el mal gobierno del nuevo emperador Mou Tsung y tuvo que dejar la capital, para convertirse en alcalde de una ciudad importante, Hangchow.
En 825 se convirtió en gobernador de Soochow y disfrutó de una segunda juventud.
Regresó a la capital y tras desempeñar diversos puestos se instaló en Lo-yang, como gobernador de la provincia de Honan. Allí nació su primer hijo A-Ts’ui, que sólo vivió un año. En el 831 murió su gran amigo Yüan-Chèn.
Desde entonces, Bai Juyi vivió retirado. En el 832 reparó una parte desocupada del monasterio Hsiang-shan, en Lung-mên y se llamó a sí mismo el eremita de Hsiang-shan.
Allí escribió este poema:
Descansando solo en el templo Hsien Yu
La grulla de la playa permanecía
sobre las escalinatas.
Desde el estanque se veía brillar la Luna
a través de una puerta abierta.
Encantado con el lugar
me quedé allí
dos noches sin moverme para nada,
contento de poder hallar
un lugar tan tranquilo;
satisfecho de que ningún acompañante
me incordiara.
Desde entonces he disfrutado
de esta soledad
y he decidido no venir nunca acompañado
Un día invitó a cenar a otros ocho funcionarios jubilados y la ocasión fue registrada en el cuadro Los nueve viejos en Hsiang-shan.
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Escribió una memoria de su vida cotidiana, que se considera calcada de la de T’ao ch’ien, y que tal vez se parezca a los escritos de los japoneses Kenko Yoshida o Chamo no Chomei.
Murió en 846, a los setenta y cinco años en la ciudad de Leyen, provincia de Henan. Ya no vivía ninguno de sus grandes amigos. Su última voluntad fue que se le enterrase sin pompa, no en su tumba familiar, sino junto a la de Juman, su monje favorito del monasterio. Pidió que no se le otorgase un título póstumo. Escribió más de 3600 poemas.
C.G. Moral dice que su pulcritud formal y su finura psicológica, casi horaciana, han hecho de él el poeta más cercano al gusto occidental. El contenido moral del confucionismo y su aversión a los fastos cortesanos están muy presentes en su obra, añade Moral, quien califica su poema Canción de la pena sin fin, como uno de los más bellos de toda la dinastía.
Canción de la pena sin fin es uno de los poemas más famosos de Bai Juyi. En él se cuenta la historia del emperador Xuanzong (Hsuan Tsung) y su favorita, la bellísima Yang Kuei Fei. Curiosamente, Bai Juyi no apreciaba demasiado este poema, por el que todavía es célebre, porque está bastante alejado de sus ideas acerca de la función social de la poesía. Así, escribía a su gran amigo Yüan Chen:
“El Mundo otorga un máximo valor precisamente a los poemas que más despreció. De mis contemporáneos, tú eres el único que ha comprendido mis sátiras y mis poemas de reflexión. Dentro de cien o mil años quizá venga alguien que los comprenda como tú.”
Canción de la pena sin fin
Durante el frescor de la primavera la dejaron
bañarse en el estanque de las Flores Puras,
el agua suave de la fuente mojaba su piel lisa.
Auxiliada por sus doncellas, salió grácil y cansada.
Entonces recibió los favores imperiales.
Cabellera de nube, cutis de flor, alhajas de oro,
tras las cortinas color de hibisco conoció las noches primaverales,
noches muy breves, interrumpidas sólo por la salida del Sol.
Fue entonces cuando el Soberano comenzó a abandonar las audiencias.
Acompañando al Emperador en los paseos y los festejos, nunca quieta,
sólo ellos compartían los paseos y las noches de primavera.
Tres mil bellezas habitaban el palacio,
pero el amor sólo existía para ella.
Desde Yu Yuang los tambores de guerra estremecen la Tierra
poniendo fin a la Danza de Trajes Emplumados.
Polvo y humo cubren los nueve palacios,
mil carros y diez mil jinetes corren hacia el sudoeste.
Llenas de miedo, las banderas imperiales avanzan
y a cien li de las puertas de la capital se detienen.
El ejercito rehúsa avanzar más, hay que retroceder.
Fue entonces cuando fue ejecutada la bella de cejas de mariposa ante los caballos.
Sus adornos floreados quedaron por el suelo, y nadie los tocó.
Nadie tocó el adorno de su pelo, el gorrión de oro cubierto de plumas
de martín pescador, ni la horquilla de jade.
El soberano que no pudo salvarla ocultó su rostro,
la miró por ultima vez y lloró lágrimas de sangre.
Cielo y Tierra cambiaron. Regresó el carro del Dragón.
Allí se detuvo el Emperador a pesar suyo,
en el barro de Me Wei Po, donde el hermoso rostro ya nunca estará,
en el sitio sólo de su muerte.
El soberano y sus ministros se miran, cubiertos de lágrimas.
Después, abandonando los caballos, entran en la capital.
Jardines y estanques. Todo esta igual,
lotos de T'ai Yi, sauces del palacio de Wei Yang.
Los nenúfares recuerdan su faz, los mimbres sus vibraciones.
Ante ellos, no pudo contener las lágrimas.
Las flores del durazno y del ciruelo se abren con el viento de la primavera,
las hojas de los plátanos caen bajo las lluvias del otoño,
las yerbas cubren el patio del Palacio de Occidente,
las hojas muertas, que nadie quita, enrojecen las escalinatas.
Los comediantes del Jardín de los Perales tienen ya los cabellos blancos,
han envejecido los eunucos y las sirvientas del Palacio de los Pimenteros.
Por la noche, cuando revolotean las luciérnagas,
el Emperador se aflige y enciende la lámpara,
solitario, sin encontrar reposo.
Campanas y tambores van desgranando lentamente la larga noche,
brilla la Vía Láctea, pronto amanecerá…
bajo las flores de rocío, las tejas entrelazadas están frías.
¿Quién querría compartir una habitación helada?
Ya un largo año separa al vivo de la muerta
y su espíritu no ha regresado a él ni en el sueño.
¡Ay! El cielo y la tierra pasarán, pero su recuerdo será eterno
Su fama se extendió a Corea y Japón, pues los comerciantes compraban sus colecciones de poemas.
Es posible que no haya habido otro poeta más célebre en toda la historia del Mundo: sus poemas estaban “en boca de reyes, príncipes, concubinas, damas, labradores y mozos de cuadra”; fueron escritos “sobre las paredes de escuelas rurales, templos y cabinas de barco”. En Japón se le dedicó una obra de teatro Nô y se convirtió en una especie de deidad del sintoísmo.
A continuación algunos poemas de Bai Juyi
A bordo de una barca leyendo los poemas de Yüan Chen
Tomo tus poemas en mis manos
y los leo a la luz de una vela.
Cuando termino la lectura,
la vela casi está consumida
pero aún no ha amanecido.
Siento escozor en los ojos;
apago la luz
y permanezco sentado en la obscuridad
escuchando las olas que,
impulsadas por el viento,
baten la proa de la barca.
El Poema sobre las zorras se refiere a las historias de las zorras que adoptaban la forma de hermosas mujeres para seducir a los hombres y llevarlos a la perdición. Pero el autor opina que son más temibles las mujeres de verdad.
Poema sobre las zorras
Cuando un espíritu-zorra envejece en una tumba abandonada,
se transforma en una mujer de aspecto sensual.
Sus pelos se convierten en moño, su hocico en un rostro empolvado,
su larga cola muta en una bata ligera y carmesí.
Entonces, caminando lentamente, recorre las calles desiertas de los poblados,
y al caer la noche, eligiendo lugares apartados,
canta y baila alternando gritos lúgubres,
sin alzar sus cejas curvas, con su hermoso rostro cabizbajo.
Cuando sonríe de pronto, ¡qué alegría comunica!
No hay hombre capaz de huir entonces de su seducción...
Cuando esta falsa beldad hace que el hombre se pierda,
¡cuán peligroso es entonces el verdadero encanto femenino!
Falsa o genuina belleza, siempre seduces el corazón del hombre:
Mas, ya que lo falso atrae menos que lo genuino,
una zorra convertida en mujer dañará menos al hombre:
sólo por un día o dos puede engañar su visión.
una mujer que hechiza como una zorra dañará tanto, ciertamente,
días y meses hará que el corazón del hombre quede cautivo.
Escribió una memoria de su vida cotidiana, que se considera calcada de la de T’ao ch’ien, y que tal vez se parezca a los escritos de los japoneses Kenko Yoshida o Chamo no Chomei.
Murió en 846, a los setenta y cinco años en la ciudad de Leyen, provincia de Henan. Ya no vivía ninguno de sus grandes amigos. Su última voluntad fue que se le enterrase sin pompa, no en su tumba familiar, sino junto a la de Juman, su monje favorito del monasterio. Pidió que no se le otorgase un título póstumo. Escribió más de 3600 poemas.
C.G. Moral dice que su pulcritud formal y su finura psicológica, casi horaciana, han hecho de él el poeta más cercano al gusto occidental. El contenido moral del confucionismo y su aversión a los fastos cortesanos están muy presentes en su obra, añade Moral, quien califica su poema Canción de la pena sin fin, como uno de los más bellos de toda la dinastía.
Canción de la pena sin fin es uno de los poemas más famosos de Bai Juyi. En él se cuenta la historia del emperador Xuanzong (Hsuan Tsung) y su favorita, la bellísima Yang Kuei Fei. Curiosamente, Bai Juyi no apreciaba demasiado este poema, por el que todavía es célebre, porque está bastante alejado de sus ideas acerca de la función social de la poesía. Así, escribía a su gran amigo Yüan Chen:
“El Mundo otorga un máximo valor precisamente a los poemas que más despreció. De mis contemporáneos, tú eres el único que ha comprendido mis sátiras y mis poemas de reflexión. Dentro de cien o mil años quizá venga alguien que los comprenda como tú.”
Canción de la pena sin fin
Durante el frescor de la primavera la dejaron
bañarse en el estanque de las Flores Puras,
el agua suave de la fuente mojaba su piel lisa.
Auxiliada por sus doncellas, salió grácil y cansada.
Entonces recibió los favores imperiales.
Cabellera de nube, cutis de flor, alhajas de oro,
tras las cortinas color de hibisco conoció las noches primaverales,
noches muy breves, interrumpidas sólo por la salida del Sol.
Fue entonces cuando el Soberano comenzó a abandonar las audiencias.
Acompañando al Emperador en los paseos y los festejos, nunca quieta,
sólo ellos compartían los paseos y las noches de primavera.
Tres mil bellezas habitaban el palacio,
pero el amor sólo existía para ella.
Desde Yu Yuang los tambores de guerra estremecen la Tierra
poniendo fin a la Danza de Trajes Emplumados.
Polvo y humo cubren los nueve palacios,
mil carros y diez mil jinetes corren hacia el sudoeste.
Llenas de miedo, las banderas imperiales avanzan
y a cien li de las puertas de la capital se detienen.
El ejercito rehúsa avanzar más, hay que retroceder.
Fue entonces cuando fue ejecutada la bella de cejas de mariposa ante los caballos.
Sus adornos floreados quedaron por el suelo, y nadie los tocó.
Nadie tocó el adorno de su pelo, el gorrión de oro cubierto de plumas
de martín pescador, ni la horquilla de jade.
El soberano que no pudo salvarla ocultó su rostro,
la miró por ultima vez y lloró lágrimas de sangre.
Cielo y Tierra cambiaron. Regresó el carro del Dragón.
Allí se detuvo el Emperador a pesar suyo,
en el barro de Me Wei Po, donde el hermoso rostro ya nunca estará,
en el sitio sólo de su muerte.
El soberano y sus ministros se miran, cubiertos de lágrimas.
Después, abandonando los caballos, entran en la capital.
Jardines y estanques. Todo esta igual,
lotos de T'ai Yi, sauces del palacio de Wei Yang.
Los nenúfares recuerdan su faz, los mimbres sus vibraciones.
Ante ellos, no pudo contener las lágrimas.
Las flores del durazno y del ciruelo se abren con el viento de la primavera,
las hojas de los plátanos caen bajo las lluvias del otoño,
las yerbas cubren el patio del Palacio de Occidente,
las hojas muertas, que nadie quita, enrojecen las escalinatas.
Los comediantes del Jardín de los Perales tienen ya los cabellos blancos,
han envejecido los eunucos y las sirvientas del Palacio de los Pimenteros.
Por la noche, cuando revolotean las luciérnagas,
el Emperador se aflige y enciende la lámpara,
solitario, sin encontrar reposo.
Campanas y tambores van desgranando lentamente la larga noche,
brilla la Vía Láctea, pronto amanecerá…
bajo las flores de rocío, las tejas entrelazadas están frías.
¿Quién querría compartir una habitación helada?
Ya un largo año separa al vivo de la muerta
y su espíritu no ha regresado a él ni en el sueño.
¡Ay! El cielo y la tierra pasarán, pero su recuerdo será eterno
Su fama se extendió a Corea y Japón, pues los comerciantes compraban sus colecciones de poemas.
Es posible que no haya habido otro poeta más célebre en toda la historia del Mundo: sus poemas estaban “en boca de reyes, príncipes, concubinas, damas, labradores y mozos de cuadra”; fueron escritos “sobre las paredes de escuelas rurales, templos y cabinas de barco”. En Japón se le dedicó una obra de teatro Nô y se convirtió en una especie de deidad del sintoísmo.
A continuación algunos poemas de Bai Juyi
A bordo de una barca leyendo los poemas de Yüan Chen
Tomo tus poemas en mis manos
y los leo a la luz de una vela.
Cuando termino la lectura,
la vela casi está consumida
pero aún no ha amanecido.
Siento escozor en los ojos;
apago la luz
y permanezco sentado en la obscuridad
escuchando las olas que,
impulsadas por el viento,
baten la proa de la barca.
El Poema sobre las zorras se refiere a las historias de las zorras que adoptaban la forma de hermosas mujeres para seducir a los hombres y llevarlos a la perdición. Pero el autor opina que son más temibles las mujeres de verdad.
Poema sobre las zorras
Cuando un espíritu-zorra envejece en una tumba abandonada,
se transforma en una mujer de aspecto sensual.
Sus pelos se convierten en moño, su hocico en un rostro empolvado,
su larga cola muta en una bata ligera y carmesí.
Entonces, caminando lentamente, recorre las calles desiertas de los poblados,
y al caer la noche, eligiendo lugares apartados,
canta y baila alternando gritos lúgubres,
sin alzar sus cejas curvas, con su hermoso rostro cabizbajo.
Cuando sonríe de pronto, ¡qué alegría comunica!
No hay hombre capaz de huir entonces de su seducción...
Cuando esta falsa beldad hace que el hombre se pierda,
¡cuán peligroso es entonces el verdadero encanto femenino!
Falsa o genuina belleza, siempre seduces el corazón del hombre:
Mas, ya que lo falso atrae menos que lo genuino,
una zorra convertida en mujer dañará menos al hombre:
sólo por un día o dos puede engañar su visión.
una mujer que hechiza como una zorra dañará tanto, ciertamente,
días y meses hará que el corazón del hombre quede cautivo.
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Tu Fu escribe a Li Po
Hermann Bellinghausen
Tu Fu escribe a Li Po
Hermann Bellinghausen
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Obscuro, diminuto, inaprensible a la mano y la mirada, con hábitos de abeja y la agitación propia de un mosquito, el colibrí es el ave más nerviosa del reino de las aves. Casi sorprende que pueda posarse en una rama. Esa inmovilidad digamos verdadera tiene el efecto de inquietar a los otros pájaros de la mañana. Es guerrero, el colibrí, y un guerrero inmóvil siempre sobresalta a quienes creen moverse. Pero la especial alquimia del picaflor ocurre durante su vuelo: cuando más veloz, parece más inmóvil. Puede dispararse en cualquier dirección con rapidez sideral, pues el vuelo ya lo lleva. La flecha es su propio arco.
Un alto en el camino que lo aleja nuevamente a Tu Fu de la tres veces desventurada ciudad de Chang'an. En un periodo breve ya fue aquejada por revueltas intestinas, luego invadida por hordas mongolas, y ahora víctima de la burocracia corrupta de la reconstrucción. Se ciernen nuevas revueltas, el caos, el fin de una era ilustrada y pacífica.
Año 758 en la cuenta cristiana. Norte de China. Aunque es primavera, el viento enfría. Tu Fu tiene la precaria ventaja de seguir vivo en un panorama como sigue: colapso del esplendor de la dinastía T'ang; guerras y saqueos incesantes; la población china se contrae en pocos años de 53 a 17 millones; la sociedad regresa a una edad media en estupor.
Tu Fu sabe que su amigo Li Po conserva también la precaria ventaja de vivir, y le escribe a ciegas una carta, mientras la columna de carretas y caballos en que viaja se detiene a reponer las fuerzas.
A dos días de cruzar de nuevo el gran río en un transbordador ligero como el bambú, los árboles del bosque de Quián ofrecen una sombra que corone sus melancolías. Toma de su jubón de hilo pinceles y tinta para trazar sobria caligrafía negra en los rollos en blanco que carga como equipaje único:
“Viejo amigo que tan lejos te hallas de los maples dorados de Sol en la cuenca del Yangtzé, recibe en tu exilio este saludo en marcha. Las noticias llegan de ninguna parte y son increíbles. Aquí sentado, con el espíritu herido, persigo en el aire a las palabras.”
Un muchacho ofrece agua y vino a Tu, y éste, agradecido hasta la exageración, salta jubiloso y brinda con el joven a quien divierte la faramalla agradecida de este señor que escribía. Alarga hacia él con simpatía un trozo de pan y un cuenco de arroz, y Tu los toma, más feliz aún: se contenta con tan poco. Retorna al papel.
“Los ríos y las montañas sobreviven a los países después de rotos. La primavera regresa. La ciudad de Chang'an, que yo mismo he dejado, luce otra vez exuberante y rica. Los brotes de durazno sueltan las lágrimas de quienes piensan en nosotros, y nuestras separaciones se sobresaltan cuando el oriol canta y da calidez a la nueva estación.”
Se interrumpe Tu y bebe un sorbo más del vino tempranillo, dulzón y barato, pero espumoso en la garganta. A no ser por la violencia del viento esta mañana, confundiría el norte con el sur. Ignora si viene o va. Piensa en Tu Tsung-wu, su pequeño sabio: ¿con quién hablará la criatura ahora de filosofía pueril?
“Ser niño, amigo Li Po, no podemos volver a ser. Tú lo has intentado más veces que yo. Eres once años mayor, nunca quisiste descendencia. Hoy donde estás ¿qué piensas? Ya llegaron y se fueron los gansos salvajes. ¿Hay ríos, lagos, allá?”
Sabe que Li Po no contestará. Es posible que no reciba la carta. Es posible que sí. Con escribirla se alivia Tu Fu el corazón. Llegando al embarcadero podrá enviarla en las naves mensajeras que navegan al oeste.
“Mi hermano Pen Ya da cobijo a mi familia. Da alimento. Da labor, mientras cumplo los asuntos del ministro del emperador. Amigo Li Po, las noches caen sobre los ríos de la frontera. Se oyen al otro lado tambores y cuernos ensayando para la guerra. Sus gritos se alzan encima del viento que lo arremolina entre las nubes y las hace gemir. Los grillos se ocultan bajo el silencio de las hojas. Un pájaro regresa lentamente a las montañas; vuela sobre diez mil lugares distintos que le parecen iguales. ¿Cuándo terminará su viaje?”.
La mano de Tu se detiene. Toma tinta. Los carreteros extienden mantas en el suelo para reposar cerca del Sol. Hablan con animación y ponen a orear su sudor.
“Amigo Li Po, este vino en mis labios te trae al pensamiento, que piensa que me enseñaste que la alegría es la Naturaleza de las cosas. Envidio que seas capaz de mendigar una copa de vino y te sigas sintiendo feliz. Nada te humilla. Dichoso tú que vives en santa ebriedad. Ya ves, yo no, las obligaciones ministeriales me lo impiden. Es seguro que el vino te ha inmunizado de la malaria que diezmó mis fuerzas en más de una ocasión. Qué tiempos son éstos. Tú en el exilio. En cierto modo, también yo. Mis hijos en Chang'an están hambrientos. Y lo que es peor, los dragones también, y si comen su hambre crece y crece. Cuídate en la soledad y de los dragones, recibe la ventura que das a quien te conoce por el camino. Te saludo.”
Tu Fu levanta los ojos, cansados de tantos años de juventud ininterrumpida, y vuelve a contemplar el colibrí entre las ramas. Qué quieto parece, qué relampagueante.
Obscuro, diminuto, inaprensible a la mano y la mirada, con hábitos de abeja y la agitación propia de un mosquito, el colibrí es el ave más nerviosa del reino de las aves. Casi sorprende que pueda posarse en una rama. Esa inmovilidad digamos verdadera tiene el efecto de inquietar a los otros pájaros de la mañana. Es guerrero, el colibrí, y un guerrero inmóvil siempre sobresalta a quienes creen moverse. Pero la especial alquimia del picaflor ocurre durante su vuelo: cuando más veloz, parece más inmóvil. Puede dispararse en cualquier dirección con rapidez sideral, pues el vuelo ya lo lleva. La flecha es su propio arco.
Un alto en el camino que lo aleja nuevamente a Tu Fu de la tres veces desventurada ciudad de Chang'an. En un periodo breve ya fue aquejada por revueltas intestinas, luego invadida por hordas mongolas, y ahora víctima de la burocracia corrupta de la reconstrucción. Se ciernen nuevas revueltas, el caos, el fin de una era ilustrada y pacífica.
Año 758 en la cuenta cristiana. Norte de China. Aunque es primavera, el viento enfría. Tu Fu tiene la precaria ventaja de seguir vivo en un panorama como sigue: colapso del esplendor de la dinastía T'ang; guerras y saqueos incesantes; la población china se contrae en pocos años de 53 a 17 millones; la sociedad regresa a una edad media en estupor.
Tu Fu sabe que su amigo Li Po conserva también la precaria ventaja de vivir, y le escribe a ciegas una carta, mientras la columna de carretas y caballos en que viaja se detiene a reponer las fuerzas.
A dos días de cruzar de nuevo el gran río en un transbordador ligero como el bambú, los árboles del bosque de Quián ofrecen una sombra que corone sus melancolías. Toma de su jubón de hilo pinceles y tinta para trazar sobria caligrafía negra en los rollos en blanco que carga como equipaje único:
“Viejo amigo que tan lejos te hallas de los maples dorados de Sol en la cuenca del Yangtzé, recibe en tu exilio este saludo en marcha. Las noticias llegan de ninguna parte y son increíbles. Aquí sentado, con el espíritu herido, persigo en el aire a las palabras.”
Un muchacho ofrece agua y vino a Tu, y éste, agradecido hasta la exageración, salta jubiloso y brinda con el joven a quien divierte la faramalla agradecida de este señor que escribía. Alarga hacia él con simpatía un trozo de pan y un cuenco de arroz, y Tu los toma, más feliz aún: se contenta con tan poco. Retorna al papel.
“Los ríos y las montañas sobreviven a los países después de rotos. La primavera regresa. La ciudad de Chang'an, que yo mismo he dejado, luce otra vez exuberante y rica. Los brotes de durazno sueltan las lágrimas de quienes piensan en nosotros, y nuestras separaciones se sobresaltan cuando el oriol canta y da calidez a la nueva estación.”
Se interrumpe Tu y bebe un sorbo más del vino tempranillo, dulzón y barato, pero espumoso en la garganta. A no ser por la violencia del viento esta mañana, confundiría el norte con el sur. Ignora si viene o va. Piensa en Tu Tsung-wu, su pequeño sabio: ¿con quién hablará la criatura ahora de filosofía pueril?
“Ser niño, amigo Li Po, no podemos volver a ser. Tú lo has intentado más veces que yo. Eres once años mayor, nunca quisiste descendencia. Hoy donde estás ¿qué piensas? Ya llegaron y se fueron los gansos salvajes. ¿Hay ríos, lagos, allá?”
Sabe que Li Po no contestará. Es posible que no reciba la carta. Es posible que sí. Con escribirla se alivia Tu Fu el corazón. Llegando al embarcadero podrá enviarla en las naves mensajeras que navegan al oeste.
“Mi hermano Pen Ya da cobijo a mi familia. Da alimento. Da labor, mientras cumplo los asuntos del ministro del emperador. Amigo Li Po, las noches caen sobre los ríos de la frontera. Se oyen al otro lado tambores y cuernos ensayando para la guerra. Sus gritos se alzan encima del viento que lo arremolina entre las nubes y las hace gemir. Los grillos se ocultan bajo el silencio de las hojas. Un pájaro regresa lentamente a las montañas; vuela sobre diez mil lugares distintos que le parecen iguales. ¿Cuándo terminará su viaje?”.
La mano de Tu se detiene. Toma tinta. Los carreteros extienden mantas en el suelo para reposar cerca del Sol. Hablan con animación y ponen a orear su sudor.
“Amigo Li Po, este vino en mis labios te trae al pensamiento, que piensa que me enseñaste que la alegría es la Naturaleza de las cosas. Envidio que seas capaz de mendigar una copa de vino y te sigas sintiendo feliz. Nada te humilla. Dichoso tú que vives en santa ebriedad. Ya ves, yo no, las obligaciones ministeriales me lo impiden. Es seguro que el vino te ha inmunizado de la malaria que diezmó mis fuerzas en más de una ocasión. Qué tiempos son éstos. Tú en el exilio. En cierto modo, también yo. Mis hijos en Chang'an están hambrientos. Y lo que es peor, los dragones también, y si comen su hambre crece y crece. Cuídate en la soledad y de los dragones, recibe la ventura que das a quien te conoce por el camino. Te saludo.”
Tu Fu levanta los ojos, cansados de tantos años de juventud ininterrumpida, y vuelve a contemplar el colibrí entre las ramas. Qué quieto parece, qué relampagueante.
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Un poeta de la dinastía Tang: Du Fu
Carlos Montemayor
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Hace ya varios años, cuando estaba escribiendo la novela Guerra en el Paraíso, visité Xian, la vieja capital de la dinastía Tang. Ahí me sorprendió, entre muchas otras cosas, la vigencia de dos poetas del siglo VIII en las conversaciones cotidianas con intelectuales y artistas chinos. Los poetas recordados, casi lo diría, popularmente, eran Li Bai (el viejo Li Po) y Du Fu (a veces conocido en manuales de poesía china como Tu Fu). La vigencia de estos poetas me pareció después explicable por dos razones: primero, por la calidad de la obra de Li Bai y sobre todo de Du Fu; segundo, por la singularidad del pueblo chino, acaso poseedor de la cultura más poderosa y antigua del planeta.
En la historia literaria de China, Du Fu es considerado el más alto exponente del realismo clásico. Dejó una extensa obra representativa de la dinastía Tang, época cumbre de las letras chinas y del esplendor de las ciencias y las artes. Nació en una comarca rural de la provincia de Henan, en el año de 712. Realizó largos viajes por el norte y sur del país y en la ciudad de Le Yan entabló una íntima amistad con Li Bai. Después de haber radicado algunos años en la capital del Imperio, Chan An, la actual Xian, en condiciones de extrema miseria (su hijo, en ese tiempo murió de hambre), Du Fu llevó una vida nómada, de vagabundo, que le permitió conocer directamente la pobreza de los campesinos y el nepotismo arrogante de los mandarines. Basándose en sus propias vivencias escribió seis de sus más famosos poemas, popularmente conocidos en su conjunto como Tres alguaciles y tres despedidas, que corresponden a los poemas Alguacil en Tonguang, Alguacil de Shin An, Alguacil de Shihao, Despedida de una recién casada, Despedida de un viejo, y Despedida de un hombre sin familia. A través de estos poemas podemos ver otro aspecto de la China de ese tiempo: la devastadora cauda de las guerras y de la expansión imperial.
En el verano del año 759 regresó a Chen Du, provincia de Shichuan, y allí, en las afueras occidentales de la ciudad, se construyó con la ayuda de algunos amigos una choza, la cual se conserva hasta hoy como museo del poeta.
Años después decidió regresar a su hogar natal y emprendió, a bordo de una pequeña embarcación, la última larguísima travesía de retorno por los ríos del norte. La prolongada estancia sobre el agua le provocó un grave reumatismo que minó lentamente su salud y le causó la muerte en el año 770, es decir, a los, en ese entonces, avanzados 57 años de edad. Murió solitario, todavía muy lejos de su tierra; la barca con su cuerpo inerte fue hallada en un recodo del río Shian Jian, que atraviesa parte de la provincia de Henan.
Conocí los poemas de Du Fu antes de mi viaje a China por una antología inédita de poemas de la dinastía Tang que prepararon entre 1983 y 1985 el poeta chino Chen Guang Fu y el investigador español Alfredo Gómez Gil. Por desacuerdos profesionales entre los dos coautores la antología no se publicó. En el año 1986, en la ciudad de México, trabajé con Chen Guang Fu en la revisión de ese volumen y le preparé nuevas versiones que tuvieran una flexibilidad mayor en el verso libre de lengua española. Publicamos algunas de esas versiones y después no me fue posible retomar los apuntes que habíamos preparado juntos.
En el año de 1987, con motivo del centenario del nacimiento de Fernando Pessoa, la embajada de Portugal ante la UNESCO organizó en París un homenaje internacional y una exposición de libros, manuscritos y traducciones. Nos invitaron a París a diversos traductores de Pessoa; Jin Guo Ping era su traductor al chino y pertenecía al Departamento de Literatura Latinoamericana de la Academia de Ciencias Sociales de China, en Pekín, donde Chen Guang Fu era vicerrector. Conversamos largamente en París de nuestros trabajos de Pessoa y también de los poetas chinos clásicos que yo había conocido por Chen Guang Fu. Cuando viajé a China, en 1989, los busqué en Pekín, pero en ese momento ambos se encontraban en Europa y no volví a tener contacto con ellos.
Recientemente he vuelto a abrir esas carpetas y he sentido de nuevo la fuerza de esos poetas clásicos y directos, profundamente humanos, llanos, verdaderos. He tratado de encontrar una expresión más natural en los poemas de los diferentes autores de la dinastía Tang que trabajé con Chen Guang Fu. En las numerosas tardes de trabajo, de lecturas, de análisis de las versiones que él había preparado con Alfredo Gómez Gil, reiteradas veces me releía en chino cada poema para que yo pudiera apreciar la cadencia y sonoridad de los versos. Después, en mi viaje a Pekín y a Xian, la inmensidad y la inmediatez de la historia china en las calles, en la población, en los restaurantes, entre los poetas, las bibliotecas, los reinos del paisaje: los caudalosos ríos, las montañas que por sí solas se elevan en el Mundo como pinturas o esculturas, la neblina, la sensación de que la neblina es una forma del recuerdo, o del encuentro, o del destino, me llevaron a admirar y entender, particularmente, el interior humano de Du Fu, la pasión justa y solidaria de este gran maestro.
En el poema titulado Marcha de los soldados con sus carros de guerra, Du Fu menciona a Shian Yan, el puente de la parte norte de la antigua ciudad de Chan An. En dos versos menciona que expertos jefes/ nos envolverán los cabellos; en el ejército de aquella época los soldados llevaban sus cabellos sujetos en forma de moño y envueltos por una tela de encaje; aquí, por impericia guerrera, los infantes debían ser asistidos por antiguos guerreros en el ritual de su peinado. Menciona también la montaña Huan San, situada al noroeste de la ciudad de Chan An. Leamos:
Los caballos relinchan.
Soldados inexpertos con el arco en la cintura
y las flechas en la aljaba
son palancas que impulsan las ruedas de carros.
Padres y esposas los despiden
sumergidos en la polvareda de Shian Yan,
y se prenden algunos de las ropas para detenerlos
y luego se quedan gimiendo
con sollozos que conmueven el cielo.
Así lo explica uno de ellos:
“Nos llevan en forzosa leva
a los que tenemos entre quince y cuarenta años.
Somos reclutas por un despótico decreto.
En la siguiente comarca expertos jefes
nos envolverán los cabellos,
que canosos serán quizás cuando tornemos un día.
Porque la frontera, rebosante de sangre,
no satisface aún al imperio que crece.
Al este de Huan San, allá
donde los matojos silvestres dominan
y estrangulan todo cultivo,
quedó bajo ignorantes manos el arado,
porque hijos mayores, maridos,
los brazos fuertes de la provincia,
fueron distribuidos como perros y gallos
según el capricho del mando militar.
Usted no se sorprenda
de la sinceridad con que le respondo.
¿Alguna queja observa en mis palabras?
Sólo le explico que en este invierno
fuimos convocados a las armas los jóvenes y los hombres de mi aldea.
Además, se nos obligó a entregar cosechas y bienes,
sin disminución alguna del sofocante impuesto.
Solas se quedaron cuidando el hambre de la casa
las menores, las adolescentes, las casadas,
mientras los hijos y maridos moriremos en la frontera
bajo la espada o con triunfo,
como un soldado cualquiera”.
La guerra es una constante en la obra de Du Fu, porque le tocó vivir hacia el año 755 la sublevación de los generales que estaban a cargo de las fronteras del Imperio, An Zu-shan y Shi Shi-min. El emperador Tan Min Huan tuvo que abandonar la capital del imperio ante el avance de los generales insurrectos. Desde la provincia de Shichuan, los hijos del emperador, Li Hen y Li lin, organizaron la lucha contra los rebeldes. Pero el emperador murió intempestivamente y los hijos comenzaron a combatir entre ellos antes de acabar con los rebeldes.
Los procesos de la leva forzosa marcaron profundamente a Du Fu. La mayoría de los poemas que recuerdan de él los chinos actuales corresponden a escenas desgarradoras de estos reclutamientos. Uno de ellos, quizá el más trágico y vertiginoso, es, como ya mencioné Alguaciles de Shihao, que describe un suceso del que Du Fu fue testigo. Shihao era un pueblo cercano a la ciudad de Ho Yan, provincia del mismo nombre, donde se estacionaban las tropas imperiales. El poema fue escrito en el año 759, cuando intentaba regresar Du Fu a su tierra natal:
Me había hospedado al anochecer en Shihao.
Los alguaciles se lanzaron esa noche
a un inesperado reclutamiento de leva.
El viejo dueño de la posada
saltó de un alto muro y se libró de la requisa,
pero su esposa, amenazada, tuvo que abrir la puerta.
Maldijéronla furiosos, y sin que su llanto lograra
suspender los insultos, balbuceó:
“Mis tres hijos fueron alistados tiempo ha
y defendieron el sitio de Shian Chou;
dos cayeron sacrificados;
del otro sólo poseo una carta.
Quiso nuestro sino que, sobrevivientes,
rezáramos por los que se fueron para siempre.
En la familia no hay más hombres que mi nieto,
cuya madre en el rincón le amamanta.
Vieja y débil soy, pero aún podría quizás servir comida en el ejército”.
Entrada ya la noche, se alejaron las voces por la calle
y quedó en la casa un murmullo de amargos gemidos.
Cuando volví a reanudar mi camino, al día siguiente,
el posadero, a solas, me despedía.
El reclutamiento forzoso podía extenderse por muchos años. Si el soldado lograba sobrevivir y regresar a su aldea, podría quedar otra vez expuesto a un nuevo reclutamiento. A esta vulnerable condición se refiere otro de sus más populares poemas, Despedida de un hombre sin familia, que menciona a An Lu-shan, uno de los generales que se rebelaron contra el emperador Tan Min Huan:
Tras la rebelión de An Lu-shan
los campos quedaron yermos,
llenos de espinos y cizaña.
Los habitantes de mi aldea
tuvieron que abandonarla.
No volví a saber de ellos;
quizás murieron, pero ignoro dónde están sus restos.
En Ye Chen nuestras tropas fueron derrotadas;
logré huir y regresé a mi pueblo;
encontré las calles vacías,
su quietud vacía,
incluso el aullido iracundo de los zorros,
los primeros que encontré de mi aldea,
me parecieron vacíos.
Algunas viudas inermes
siguen viviendo allí;
también unos tristes pájaros
que buscan sus nidos.
¿Quién no anhela reconstruir su casa?
A tiempo inicié la siembra
y cada tarde regaba mi huerto.
Pero el alcalde supo de mi regreso
y me ordenó partir de nuevo al frente.
Me reincorporaron al deshecho batallón
y me arrancaron de mi casa apenas recobrada.
¿Quién cuidará de ella durante mi ausencia?
(Quizás no me importará la distancia
en el fragor del combate.)
Con amargura recuerdo
mi primer reclutamiento:
mi madre me despidió con lágrimas
y a mi vuelta
sólo encontré de ella
la huella de un foso anónimo.
Tras una vida miserable,
su última posibilidad de dicha
quedó enterrada por un lustro
de ausencia de su estúpido hijo único.
Ya no tiene a quien decirle adiós
este vulgar campesino que corre por la vida.
La guerra fue, pues, un tema constante en la vida y la poesía de Du Fu. Por ello resalta su visión sobre las finalidades de la guerra misma y sus límites necesarios. Es el caso de este poema, Filosofía del soldado, lúcido y actual:
Al tensar el arco,
ténsese muy fuerte.
Al lanzar la flecha,
láncese excedida.
Al disparar,
dispárese al caballo.
Al perseguir al enemigo,
captúrese primero al comandante.
Si de esta forma defendemos la frontera,
las bajas que causemos serán mínimas.
Si sólo detener la invasión deseamos,
¿sería justo desencadenar la matanza?
También fue ágil en el dibujo del paisaje, en el rápido y fulgurante paso de la mirada sobre la Tierra, el invierno, la crítica social como una mirada limpia y aparentemente casual. Es el dibujo del breve poema Impresión; rasgos rápidos y sorpresivos que en otros poetas chinos celebraba Ezra Pound en sus versiones de Cathay, como los versos iniciales de The city of Choan. Leamos Impresión, de Du Fu:
Por el duro cierzo, las ocas salvajes emigran.
El cielo está cubierto de un denso polvo.
En los bosques y crisantemos se escucha el viento.
Los matorrales de otoño
se han secado para ser más verdes.
Sigue en la madrugada sonando
la flauta de fiesta en la gran mansión.
Pero los vecinos y labriegos se duelen
vestidos de lino en el frío noviembre.
Quizá uno de los poemas que pueden atravesar los siglos y las culturas con mayor fuerza, con un rigor extremo de la condición humana sin retórica, sin dulcificar la vida, sea éste, Melancolías múltiples:
Recuerdo que a mis quince años,
casi un niño,
pero robusto como un ternero,
trepaba a las copas de los árboles
del patio, en agosto,
al madurar la pera y el dátil.
Ahora, a mi quebrantada edad,
sobrepasados los cincuenta,
prefiero en vez de vertical
mantenerme acostado.
Sin embargo, con forzada sonrisa
recibo a mis amigos burócratas,
que me ayudan con su peculio.
Triste quedo porque me es imposible
superar las múltiples melancolías
que a mi vida rodean.
Mi casa son sólo paredes...
Mi esposa monótonamente carga
la misma tristeza...
Mi hijo, sin urbanidad alguna,
desde la puerta, soez me exige la comida.
Du Fu, poeta del realismo clásico, dicen las historias de literatura china. Pero ante obras como la suya, ¿qué significa realismo? ¿Algo más sugerente o verdadero que la condición humana? ¿Algo diferente a nosotros mismos? Quizá nunca la gran poesía ha significado algo más que nosotros mismos.
Un poeta de la dinastía Tang: Du Fu
Carlos Montemayor
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Hace ya varios años, cuando estaba escribiendo la novela Guerra en el Paraíso, visité Xian, la vieja capital de la dinastía Tang. Ahí me sorprendió, entre muchas otras cosas, la vigencia de dos poetas del siglo VIII en las conversaciones cotidianas con intelectuales y artistas chinos. Los poetas recordados, casi lo diría, popularmente, eran Li Bai (el viejo Li Po) y Du Fu (a veces conocido en manuales de poesía china como Tu Fu). La vigencia de estos poetas me pareció después explicable por dos razones: primero, por la calidad de la obra de Li Bai y sobre todo de Du Fu; segundo, por la singularidad del pueblo chino, acaso poseedor de la cultura más poderosa y antigua del planeta.
En la historia literaria de China, Du Fu es considerado el más alto exponente del realismo clásico. Dejó una extensa obra representativa de la dinastía Tang, época cumbre de las letras chinas y del esplendor de las ciencias y las artes. Nació en una comarca rural de la provincia de Henan, en el año de 712. Realizó largos viajes por el norte y sur del país y en la ciudad de Le Yan entabló una íntima amistad con Li Bai. Después de haber radicado algunos años en la capital del Imperio, Chan An, la actual Xian, en condiciones de extrema miseria (su hijo, en ese tiempo murió de hambre), Du Fu llevó una vida nómada, de vagabundo, que le permitió conocer directamente la pobreza de los campesinos y el nepotismo arrogante de los mandarines. Basándose en sus propias vivencias escribió seis de sus más famosos poemas, popularmente conocidos en su conjunto como Tres alguaciles y tres despedidas, que corresponden a los poemas Alguacil en Tonguang, Alguacil de Shin An, Alguacil de Shihao, Despedida de una recién casada, Despedida de un viejo, y Despedida de un hombre sin familia. A través de estos poemas podemos ver otro aspecto de la China de ese tiempo: la devastadora cauda de las guerras y de la expansión imperial.
En el verano del año 759 regresó a Chen Du, provincia de Shichuan, y allí, en las afueras occidentales de la ciudad, se construyó con la ayuda de algunos amigos una choza, la cual se conserva hasta hoy como museo del poeta.
Años después decidió regresar a su hogar natal y emprendió, a bordo de una pequeña embarcación, la última larguísima travesía de retorno por los ríos del norte. La prolongada estancia sobre el agua le provocó un grave reumatismo que minó lentamente su salud y le causó la muerte en el año 770, es decir, a los, en ese entonces, avanzados 57 años de edad. Murió solitario, todavía muy lejos de su tierra; la barca con su cuerpo inerte fue hallada en un recodo del río Shian Jian, que atraviesa parte de la provincia de Henan.
Conocí los poemas de Du Fu antes de mi viaje a China por una antología inédita de poemas de la dinastía Tang que prepararon entre 1983 y 1985 el poeta chino Chen Guang Fu y el investigador español Alfredo Gómez Gil. Por desacuerdos profesionales entre los dos coautores la antología no se publicó. En el año 1986, en la ciudad de México, trabajé con Chen Guang Fu en la revisión de ese volumen y le preparé nuevas versiones que tuvieran una flexibilidad mayor en el verso libre de lengua española. Publicamos algunas de esas versiones y después no me fue posible retomar los apuntes que habíamos preparado juntos.
En el año de 1987, con motivo del centenario del nacimiento de Fernando Pessoa, la embajada de Portugal ante la UNESCO organizó en París un homenaje internacional y una exposición de libros, manuscritos y traducciones. Nos invitaron a París a diversos traductores de Pessoa; Jin Guo Ping era su traductor al chino y pertenecía al Departamento de Literatura Latinoamericana de la Academia de Ciencias Sociales de China, en Pekín, donde Chen Guang Fu era vicerrector. Conversamos largamente en París de nuestros trabajos de Pessoa y también de los poetas chinos clásicos que yo había conocido por Chen Guang Fu. Cuando viajé a China, en 1989, los busqué en Pekín, pero en ese momento ambos se encontraban en Europa y no volví a tener contacto con ellos.
Recientemente he vuelto a abrir esas carpetas y he sentido de nuevo la fuerza de esos poetas clásicos y directos, profundamente humanos, llanos, verdaderos. He tratado de encontrar una expresión más natural en los poemas de los diferentes autores de la dinastía Tang que trabajé con Chen Guang Fu. En las numerosas tardes de trabajo, de lecturas, de análisis de las versiones que él había preparado con Alfredo Gómez Gil, reiteradas veces me releía en chino cada poema para que yo pudiera apreciar la cadencia y sonoridad de los versos. Después, en mi viaje a Pekín y a Xian, la inmensidad y la inmediatez de la historia china en las calles, en la población, en los restaurantes, entre los poetas, las bibliotecas, los reinos del paisaje: los caudalosos ríos, las montañas que por sí solas se elevan en el Mundo como pinturas o esculturas, la neblina, la sensación de que la neblina es una forma del recuerdo, o del encuentro, o del destino, me llevaron a admirar y entender, particularmente, el interior humano de Du Fu, la pasión justa y solidaria de este gran maestro.
En el poema titulado Marcha de los soldados con sus carros de guerra, Du Fu menciona a Shian Yan, el puente de la parte norte de la antigua ciudad de Chan An. En dos versos menciona que expertos jefes/ nos envolverán los cabellos; en el ejército de aquella época los soldados llevaban sus cabellos sujetos en forma de moño y envueltos por una tela de encaje; aquí, por impericia guerrera, los infantes debían ser asistidos por antiguos guerreros en el ritual de su peinado. Menciona también la montaña Huan San, situada al noroeste de la ciudad de Chan An. Leamos:
Los caballos relinchan.
Soldados inexpertos con el arco en la cintura
y las flechas en la aljaba
son palancas que impulsan las ruedas de carros.
Padres y esposas los despiden
sumergidos en la polvareda de Shian Yan,
y se prenden algunos de las ropas para detenerlos
y luego se quedan gimiendo
con sollozos que conmueven el cielo.
Así lo explica uno de ellos:
“Nos llevan en forzosa leva
a los que tenemos entre quince y cuarenta años.
Somos reclutas por un despótico decreto.
En la siguiente comarca expertos jefes
nos envolverán los cabellos,
que canosos serán quizás cuando tornemos un día.
Porque la frontera, rebosante de sangre,
no satisface aún al imperio que crece.
Al este de Huan San, allá
donde los matojos silvestres dominan
y estrangulan todo cultivo,
quedó bajo ignorantes manos el arado,
porque hijos mayores, maridos,
los brazos fuertes de la provincia,
fueron distribuidos como perros y gallos
según el capricho del mando militar.
Usted no se sorprenda
de la sinceridad con que le respondo.
¿Alguna queja observa en mis palabras?
Sólo le explico que en este invierno
fuimos convocados a las armas los jóvenes y los hombres de mi aldea.
Además, se nos obligó a entregar cosechas y bienes,
sin disminución alguna del sofocante impuesto.
Solas se quedaron cuidando el hambre de la casa
las menores, las adolescentes, las casadas,
mientras los hijos y maridos moriremos en la frontera
bajo la espada o con triunfo,
como un soldado cualquiera”.
La guerra es una constante en la obra de Du Fu, porque le tocó vivir hacia el año 755 la sublevación de los generales que estaban a cargo de las fronteras del Imperio, An Zu-shan y Shi Shi-min. El emperador Tan Min Huan tuvo que abandonar la capital del imperio ante el avance de los generales insurrectos. Desde la provincia de Shichuan, los hijos del emperador, Li Hen y Li lin, organizaron la lucha contra los rebeldes. Pero el emperador murió intempestivamente y los hijos comenzaron a combatir entre ellos antes de acabar con los rebeldes.
Los procesos de la leva forzosa marcaron profundamente a Du Fu. La mayoría de los poemas que recuerdan de él los chinos actuales corresponden a escenas desgarradoras de estos reclutamientos. Uno de ellos, quizá el más trágico y vertiginoso, es, como ya mencioné Alguaciles de Shihao, que describe un suceso del que Du Fu fue testigo. Shihao era un pueblo cercano a la ciudad de Ho Yan, provincia del mismo nombre, donde se estacionaban las tropas imperiales. El poema fue escrito en el año 759, cuando intentaba regresar Du Fu a su tierra natal:
Me había hospedado al anochecer en Shihao.
Los alguaciles se lanzaron esa noche
a un inesperado reclutamiento de leva.
El viejo dueño de la posada
saltó de un alto muro y se libró de la requisa,
pero su esposa, amenazada, tuvo que abrir la puerta.
Maldijéronla furiosos, y sin que su llanto lograra
suspender los insultos, balbuceó:
“Mis tres hijos fueron alistados tiempo ha
y defendieron el sitio de Shian Chou;
dos cayeron sacrificados;
del otro sólo poseo una carta.
Quiso nuestro sino que, sobrevivientes,
rezáramos por los que se fueron para siempre.
En la familia no hay más hombres que mi nieto,
cuya madre en el rincón le amamanta.
Vieja y débil soy, pero aún podría quizás servir comida en el ejército”.
Entrada ya la noche, se alejaron las voces por la calle
y quedó en la casa un murmullo de amargos gemidos.
Cuando volví a reanudar mi camino, al día siguiente,
el posadero, a solas, me despedía.
El reclutamiento forzoso podía extenderse por muchos años. Si el soldado lograba sobrevivir y regresar a su aldea, podría quedar otra vez expuesto a un nuevo reclutamiento. A esta vulnerable condición se refiere otro de sus más populares poemas, Despedida de un hombre sin familia, que menciona a An Lu-shan, uno de los generales que se rebelaron contra el emperador Tan Min Huan:
Tras la rebelión de An Lu-shan
los campos quedaron yermos,
llenos de espinos y cizaña.
Los habitantes de mi aldea
tuvieron que abandonarla.
No volví a saber de ellos;
quizás murieron, pero ignoro dónde están sus restos.
En Ye Chen nuestras tropas fueron derrotadas;
logré huir y regresé a mi pueblo;
encontré las calles vacías,
su quietud vacía,
incluso el aullido iracundo de los zorros,
los primeros que encontré de mi aldea,
me parecieron vacíos.
Algunas viudas inermes
siguen viviendo allí;
también unos tristes pájaros
que buscan sus nidos.
¿Quién no anhela reconstruir su casa?
A tiempo inicié la siembra
y cada tarde regaba mi huerto.
Pero el alcalde supo de mi regreso
y me ordenó partir de nuevo al frente.
Me reincorporaron al deshecho batallón
y me arrancaron de mi casa apenas recobrada.
¿Quién cuidará de ella durante mi ausencia?
(Quizás no me importará la distancia
en el fragor del combate.)
Con amargura recuerdo
mi primer reclutamiento:
mi madre me despidió con lágrimas
y a mi vuelta
sólo encontré de ella
la huella de un foso anónimo.
Tras una vida miserable,
su última posibilidad de dicha
quedó enterrada por un lustro
de ausencia de su estúpido hijo único.
Ya no tiene a quien decirle adiós
este vulgar campesino que corre por la vida.
La guerra fue, pues, un tema constante en la vida y la poesía de Du Fu. Por ello resalta su visión sobre las finalidades de la guerra misma y sus límites necesarios. Es el caso de este poema, Filosofía del soldado, lúcido y actual:
Al tensar el arco,
ténsese muy fuerte.
Al lanzar la flecha,
láncese excedida.
Al disparar,
dispárese al caballo.
Al perseguir al enemigo,
captúrese primero al comandante.
Si de esta forma defendemos la frontera,
las bajas que causemos serán mínimas.
Si sólo detener la invasión deseamos,
¿sería justo desencadenar la matanza?
También fue ágil en el dibujo del paisaje, en el rápido y fulgurante paso de la mirada sobre la Tierra, el invierno, la crítica social como una mirada limpia y aparentemente casual. Es el dibujo del breve poema Impresión; rasgos rápidos y sorpresivos que en otros poetas chinos celebraba Ezra Pound en sus versiones de Cathay, como los versos iniciales de The city of Choan. Leamos Impresión, de Du Fu:
Por el duro cierzo, las ocas salvajes emigran.
El cielo está cubierto de un denso polvo.
En los bosques y crisantemos se escucha el viento.
Los matorrales de otoño
se han secado para ser más verdes.
Sigue en la madrugada sonando
la flauta de fiesta en la gran mansión.
Pero los vecinos y labriegos se duelen
vestidos de lino en el frío noviembre.
Quizá uno de los poemas que pueden atravesar los siglos y las culturas con mayor fuerza, con un rigor extremo de la condición humana sin retórica, sin dulcificar la vida, sea éste, Melancolías múltiples:
Recuerdo que a mis quince años,
casi un niño,
pero robusto como un ternero,
trepaba a las copas de los árboles
del patio, en agosto,
al madurar la pera y el dátil.
Ahora, a mi quebrantada edad,
sobrepasados los cincuenta,
prefiero en vez de vertical
mantenerme acostado.
Sin embargo, con forzada sonrisa
recibo a mis amigos burócratas,
que me ayudan con su peculio.
Triste quedo porque me es imposible
superar las múltiples melancolías
que a mi vida rodean.
Mi casa son sólo paredes...
Mi esposa monótonamente carga
la misma tristeza...
Mi hijo, sin urbanidad alguna,
desde la puerta, soez me exige la comida.
Du Fu, poeta del realismo clásico, dicen las historias de literatura china. Pero ante obras como la suya, ¿qué significa realismo? ¿Algo más sugerente o verdadero que la condición humana? ¿Algo diferente a nosotros mismos? Quizá nunca la gran poesía ha significado algo más que nosotros mismos.
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La balada de Tu Fu
Hermann Bellinghausen
La balada de Tu Fu
Hermann Bellinghausen
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A punto de caer, las hojas otoñales aleteaban como mariposas atrapadas en el follaje del viento. El camino era cada vez más corto. Se sentía por dentro de las sandalias, en la planta de los pies. Ese escozor que, pese al bulto de las fatigas acumuladas como quien fuera mula, es una forma viva de la satisfacción.
Dar es tener. Eso lo sabe cualquiera que ha vivido. (No todos los vivos viven). Y quien ha andado, volvería a hacerlo, que además lo bailado ya nadie lo quita.
El hombre viejo de Shao-ling, pasados hace tiempo el río de Los Duraznos, el río Amarillo y otros que vienen siendo el mismo río, volvía a casa sin otra cosa que palabras perdidas y las riquezas del aire todos esos años. (Tan incierto es el destino de la caligrafía).
Su goce y su tormento no fueron los favores de la academia imperial ni, como para su amigo Li Po, las libraciones. Presenció la sucesiva destrucción de los reinos, las batallas, los vagones rojos, las huidas, los refugios, la hambruna en su propia familia, la paz y la falta de paz dándose la mano, simultáneamente y de inmediato.
Mientras estuvieran a su alcance el pincel y la tablilla, y su atención febril siguiera sin parpadear, Tu Fu olvidaba comer, dormir, cambiar de postura, y hasta su nombre. Con razón cuesta trabajo a los biógrafos precisar la fecha de nacimiento. Con cierto orgullo de sabihondos, afirman que, lo más seguro, Tu Fu había nacido en 712.
El por su parte no se dio tiempo para pensar que era, sería; en fin, podría ser uno de los mayores poetas de la humanidad. Han corrido más de mil años para compararlo con Dante, con Villon, con nadie. Sólo ha sido comparable con su opuesto par, el algo mayor camarada Li Po.
Que agarraron camino, ni duda queda. Que no agarraron el mismo, tampoco. Que llegaron a viejos, pero no demasiado. Que no perdieron la voz. Perpetuo quedó Li Po en las tabernas de la memoria colectiva.
Ahora, Tu Fu llegaba por el norte a su ciudad del sur, espejismo pertinaz de un retorno, como si existiera tal. Mil Itacas se han cansando de probar que nunca se llega.
Tu Fu es razonablemente feliz en ese momento. Razonable siempre fue. El tránsito aquel amerita una balada, lo mismo que hizo con el antiguo ciprés, las primaveras sucesivas, los caballos pastando y la brisa del Gran Río Yangtzé, la bailarina que le hizo recordar a la señora Kung-Sun en la Danza de la Espada, muchos años después, cuando ya nadie era joven. Baladas a los esplendores de la corte, los ejércitos relucientes, los campos de batalla devastados a continuación; a los afeites desvanecidos de las señoras y los señores. Ay, don Manrique, que tan antes nació Tu Fu, no hay nada nuevo bajo el Sol.
Volvía a casa con las manos vacías, que es la mejor manera de llegar. Cuando ya nadie lo esperaba. Cuando, justamente, era el otro, y para fines prácticos, lo mismo daba, y que se joda Rimbaud. Li Po, más reconocido, había muerto. Tu Fu aún gustaría viajar por los ríos, los años y sus achaques no se lo impedirían. De hecho, moriría de pronto en alguna embarcación, años después, navegando.
Al momento de ingresar a la ciudad, el camino cabía ya en la palma de su mano, Tu Fu se detuvo a recordar en una esquina. Como a todos los viejos, le había dado por quejarse. De la pensión miserable del gobierno, de que le regatearan merecimientos, de que la comida estuviera insípida, o caliente, o demasiado fría, del Sol y la lluvia. Pero conservaba la dádiva de dar.
“Un hombre viejo no sabe ya a dónde va. En estos montes salvajes, cansados sus pies, no tiene prisa alguna.”
El anticlímax fue siempre su clímax. Si en ese momento en tierra le hubieran dicho que, un futuro noviembre de 770, exhalaría el último suspiro escribiendo sobre el canto de Li Kuei-Nein, navegando “al sur del río”, Tu Fu, alzando los hombros, hubiera disimulado su sonrisa afable, silenciosa, de quien, sin saberlo, sabe. Y así está bien que sea. No hay mucho más que saber.
La amistad entre Du Fu y Li Bo
Du Fu escribió de Li Bo:
Lo quiero como a un hermano,
Ebrios nos quedamos dormidos en otoño, compartiendo una manta.
Deambulamos todo el día cogidos de la mano.
Li Bo acerca de un encuentro con Du Fu:
En la Colina del Arroz Cocido
me encontré con Du Fu.
Era un mediodía abrasador
y llevaba un sombrero de bambú.
Dime: ¿Cómo es
que has adelgazado tanto?
¿Sufres acaso de poesía?
Du Fu escribió al separarse de Li Bo en el año 746, sin saber que ya no volverían a verse:
Llega el otoño, nos miramos uno a otro,
somos aún vilanos de cardo flotando al viento.
No hemos logrado el secreto del cinabrio.
¡Si nos viera Ge Hong, que vergüenza!
Bebiendo a mares y cantando como locos
pasamos los días vacíos.
Orgulloso y dominante,
¿de qué te sirve ser héroe?
Un año después, Du Fu estaba en Chang'an y Li Bo en el país de Wu. Escribió entonces Du Fu Recordando a Li Bo un día de primavera:
No tienen rival los versos de Li Bo.
Fuera de lo común son su elegancia y su talento.
Puros y frescos, como los de Yu Kaifu;
de excelsa belleza, como los de Bao, el General.
Al norte del Wei, la primavera aparece en los árboles.
Al este del Río, el Sol del crepúsculo se refleja en las nubes.
¿Cuándo volveremos a vernos,
para hablar de poesía,
ante un vasito de vino?
En 759 Du Fu está en Qiu Zhou y Li Bo ahora ha sido exiliado a Ye Lang. Du Fu sueña con su amigo y escribe un poema:
Cuando la muerte separa, un día cesan las lágrimas;
cuando separa la vida, es una aflicción constante.
Al sur del río, tierras de perniciosa malaria,
no nos llegan noticias del desterrado.
Has entrado en mis sueños, viejo amigo,
cierto que tengo de ti hondos recuerdos.
Tú, ahora, atrapado en la red,
¿cómo podrías desplegar las alas?
Temo que tu espíritu no sea ya el de antes;
largo es el camino e impredecible.
Viene tu alma
entre el verdor de los bosques de arces,
y tu espíritu regresa
cruzando los negros desfiladeros de Qinlong.
La Luna desciende y llena de luz las vigas de mi aposento,
y se diría que quiere iluminar tu rostro.
Las aguas son profundas, las olas grandes,
no permitas que te atrapen los dragones acuáticos.
Poco después escribe:
En los confines del cielo pienso en Li Bo:
Un viento frío se eleva en los confines del cielo,
¿qué pensamientos afloran en tu mente?
¿cuándo llegarás las ocas salvajes?
De las aguas de otoño están llenos los ríos y los lagos.
La poesía detesta el destino feliz
y el diablo se lanza sobre el caminante.
Habla con otro espíritu tratado injustamente
y arroja como ofrendas poemas al río Miluo.
Huyendo de una nueva revuelta contra los gobernantes Tang, Du Fu llega a Tizhou, en el este del país de Shu. Tiene entonces cincuenta y un años. Allí recibe la noticia de que Li Bo, queriendo beber la Luna en el agua, se ha caído al río y ha muerto. En su memoria escribe el hermoso poema donde dice:
Tu pincel se posa, provoca viento y lluvia,
tu poema acabado: dioses y demonios lloran.
A punto de caer, las hojas otoñales aleteaban como mariposas atrapadas en el follaje del viento. El camino era cada vez más corto. Se sentía por dentro de las sandalias, en la planta de los pies. Ese escozor que, pese al bulto de las fatigas acumuladas como quien fuera mula, es una forma viva de la satisfacción.
Dar es tener. Eso lo sabe cualquiera que ha vivido. (No todos los vivos viven). Y quien ha andado, volvería a hacerlo, que además lo bailado ya nadie lo quita.
El hombre viejo de Shao-ling, pasados hace tiempo el río de Los Duraznos, el río Amarillo y otros que vienen siendo el mismo río, volvía a casa sin otra cosa que palabras perdidas y las riquezas del aire todos esos años. (Tan incierto es el destino de la caligrafía).
Su goce y su tormento no fueron los favores de la academia imperial ni, como para su amigo Li Po, las libraciones. Presenció la sucesiva destrucción de los reinos, las batallas, los vagones rojos, las huidas, los refugios, la hambruna en su propia familia, la paz y la falta de paz dándose la mano, simultáneamente y de inmediato.
Mientras estuvieran a su alcance el pincel y la tablilla, y su atención febril siguiera sin parpadear, Tu Fu olvidaba comer, dormir, cambiar de postura, y hasta su nombre. Con razón cuesta trabajo a los biógrafos precisar la fecha de nacimiento. Con cierto orgullo de sabihondos, afirman que, lo más seguro, Tu Fu había nacido en 712.
El por su parte no se dio tiempo para pensar que era, sería; en fin, podría ser uno de los mayores poetas de la humanidad. Han corrido más de mil años para compararlo con Dante, con Villon, con nadie. Sólo ha sido comparable con su opuesto par, el algo mayor camarada Li Po.
Que agarraron camino, ni duda queda. Que no agarraron el mismo, tampoco. Que llegaron a viejos, pero no demasiado. Que no perdieron la voz. Perpetuo quedó Li Po en las tabernas de la memoria colectiva.
Ahora, Tu Fu llegaba por el norte a su ciudad del sur, espejismo pertinaz de un retorno, como si existiera tal. Mil Itacas se han cansando de probar que nunca se llega.
Tu Fu es razonablemente feliz en ese momento. Razonable siempre fue. El tránsito aquel amerita una balada, lo mismo que hizo con el antiguo ciprés, las primaveras sucesivas, los caballos pastando y la brisa del Gran Río Yangtzé, la bailarina que le hizo recordar a la señora Kung-Sun en la Danza de la Espada, muchos años después, cuando ya nadie era joven. Baladas a los esplendores de la corte, los ejércitos relucientes, los campos de batalla devastados a continuación; a los afeites desvanecidos de las señoras y los señores. Ay, don Manrique, que tan antes nació Tu Fu, no hay nada nuevo bajo el Sol.
Volvía a casa con las manos vacías, que es la mejor manera de llegar. Cuando ya nadie lo esperaba. Cuando, justamente, era el otro, y para fines prácticos, lo mismo daba, y que se joda Rimbaud. Li Po, más reconocido, había muerto. Tu Fu aún gustaría viajar por los ríos, los años y sus achaques no se lo impedirían. De hecho, moriría de pronto en alguna embarcación, años después, navegando.
Al momento de ingresar a la ciudad, el camino cabía ya en la palma de su mano, Tu Fu se detuvo a recordar en una esquina. Como a todos los viejos, le había dado por quejarse. De la pensión miserable del gobierno, de que le regatearan merecimientos, de que la comida estuviera insípida, o caliente, o demasiado fría, del Sol y la lluvia. Pero conservaba la dádiva de dar.
“Un hombre viejo no sabe ya a dónde va. En estos montes salvajes, cansados sus pies, no tiene prisa alguna.”
El anticlímax fue siempre su clímax. Si en ese momento en tierra le hubieran dicho que, un futuro noviembre de 770, exhalaría el último suspiro escribiendo sobre el canto de Li Kuei-Nein, navegando “al sur del río”, Tu Fu, alzando los hombros, hubiera disimulado su sonrisa afable, silenciosa, de quien, sin saberlo, sabe. Y así está bien que sea. No hay mucho más que saber.
La amistad entre Du Fu y Li Bo
Du Fu escribió de Li Bo:
Lo quiero como a un hermano,
Ebrios nos quedamos dormidos en otoño, compartiendo una manta.
Deambulamos todo el día cogidos de la mano.
Li Bo acerca de un encuentro con Du Fu:
En la Colina del Arroz Cocido
me encontré con Du Fu.
Era un mediodía abrasador
y llevaba un sombrero de bambú.
Dime: ¿Cómo es
que has adelgazado tanto?
¿Sufres acaso de poesía?
Du Fu escribió al separarse de Li Bo en el año 746, sin saber que ya no volverían a verse:
Llega el otoño, nos miramos uno a otro,
somos aún vilanos de cardo flotando al viento.
No hemos logrado el secreto del cinabrio.
¡Si nos viera Ge Hong, que vergüenza!
Bebiendo a mares y cantando como locos
pasamos los días vacíos.
Orgulloso y dominante,
¿de qué te sirve ser héroe?
Un año después, Du Fu estaba en Chang'an y Li Bo en el país de Wu. Escribió entonces Du Fu Recordando a Li Bo un día de primavera:
No tienen rival los versos de Li Bo.
Fuera de lo común son su elegancia y su talento.
Puros y frescos, como los de Yu Kaifu;
de excelsa belleza, como los de Bao, el General.
Al norte del Wei, la primavera aparece en los árboles.
Al este del Río, el Sol del crepúsculo se refleja en las nubes.
¿Cuándo volveremos a vernos,
para hablar de poesía,
ante un vasito de vino?
En 759 Du Fu está en Qiu Zhou y Li Bo ahora ha sido exiliado a Ye Lang. Du Fu sueña con su amigo y escribe un poema:
Cuando la muerte separa, un día cesan las lágrimas;
cuando separa la vida, es una aflicción constante.
Al sur del río, tierras de perniciosa malaria,
no nos llegan noticias del desterrado.
Has entrado en mis sueños, viejo amigo,
cierto que tengo de ti hondos recuerdos.
Tú, ahora, atrapado en la red,
¿cómo podrías desplegar las alas?
Temo que tu espíritu no sea ya el de antes;
largo es el camino e impredecible.
Viene tu alma
entre el verdor de los bosques de arces,
y tu espíritu regresa
cruzando los negros desfiladeros de Qinlong.
La Luna desciende y llena de luz las vigas de mi aposento,
y se diría que quiere iluminar tu rostro.
Las aguas son profundas, las olas grandes,
no permitas que te atrapen los dragones acuáticos.
Poco después escribe:
En los confines del cielo pienso en Li Bo:
Un viento frío se eleva en los confines del cielo,
¿qué pensamientos afloran en tu mente?
¿cuándo llegarás las ocas salvajes?
De las aguas de otoño están llenos los ríos y los lagos.
La poesía detesta el destino feliz
y el diablo se lanza sobre el caminante.
Habla con otro espíritu tratado injustamente
y arroja como ofrendas poemas al río Miluo.
Huyendo de una nueva revuelta contra los gobernantes Tang, Du Fu llega a Tizhou, en el este del país de Shu. Tiene entonces cincuenta y un años. Allí recibe la noticia de que Li Bo, queriendo beber la Luna en el agua, se ha caído al río y ha muerto. En su memoria escribe el hermoso poema donde dice:
Tu pincel se posa, provoca viento y lluvia,
tu poema acabado: dioses y demonios lloran.
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