GIBRÁN KHALIL GIBRÁN
EL LOCO
(1918)
Me preguntáis como me volví loco. Así sucedió:
Un día, mucho antes de que nacieran los dioses,
desperté de un profundo sueño y descubrí que me habían robado todas mis
máscaras -si; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que
llevé en siete vidas distintas-; corrí sin máscara por las calles atestadas de
gente, gritando:
-¡Ladrones!
¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!
Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, varias
personas, llenas de espanto, corrieron a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de
pie en la azotea de su casa, señalándome gritó:
-Miren! ¡Es
un loco!
Alcé la cabeza para ver quién gritaba, y por vez
primera el sol besó mi desnudo rostro, y mi alma se inflamó de amor al sol, y
ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité:
-¡Benditos!
¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!
Así fue que me convertí en un loco.
Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la
libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos
comprenden esclavizan una parte de nuestro ser.
Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi
seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón.
DIOS
En los días de mi más remota
antigüedad, cuando el temblor primero del habla llegó a mis labios, subí a la
montaña santa y hablé a Dios, diciéndole:
-Amo, soy tu esclavo. Tu oculta voluntades mi ley, y
te obedeceré por siempre jamás.
Pero Dios no me contestó, y pasó
de largo como una potente borrasca.
Y mil años después volví a subir
a la montaña santa, y volví a hablar a Dios, diciéndole:
-Creador mío, soy tu criatura. Me hiciste de barro,
y te debo todo cuanto soy.
Y Dios no contestó; pasó de
largo como mil alas en presuroso vuelo.
Y mil años después volví a
escalar la montaña santa, y hablé a Dios nuevamente, diciéndole:
-Padre, soy tu hijo. Tu piedad y
tu amor me dieron vida, y mediante el amor y la adoración a ti heredaré tu
Reino. Pero Dios no me
contestó; pasó de largo como la niebla que tiende un velo sobre las distantes
montañas.
Y mil años después volví a
escalar la sagrada montaña, y volví a invocar a Dios, diciéndole:
-¡Dios mío!, mi supremo anhelo y mi plenitud, soy tu
ayer y eres mi mañana. Soy tu raíz en la tierra y tú eres mi flor en el cielo;
junto creceremos ante la faz del sol.
Y Dios se inclinó hacia mí, y me
susurró al oído dulces palabras. Y como el mar, que abraza al arroyo que corre
hasta él, Dios me abrazó.
Y cuando bajé a las planicies, y
a los valles vi que Dios también estaba allí.
AMIGO MÍO
Amigo mío... yo no soy lo que
parezco. Mi aspecto exterior no es sino un traje que llevo puesto; un traje
hecho cuidadosamente, que me protege de tus preguntas, y a ti, de mi
negligencia.
El "yo" que hay en mí,
amigo mío, mora en la casa del silencio, y allí permanecerá para siempre,
inadvertido, inabordable.
No quisiera que creyeras en lo
que digo ni que confiaras en lo que hago, pues mis palabras no son otra cosa
que tus propios pensamientos, hechos sonido, y mis hechos son tus propias
esperanzas en acción.
Cuando dices: "El viento
sopla hacia el oriente", digo: "Sí, siempre sopla hacia el
oriente"; pues no quiero que sepas entonces que mi mente no mora en el viento,
sino en el mar.
No puedes comprender mis
navegantes pensamientos, ni me interesa que los comprendas. Prefiero estar a
solar en el mar.
Cuando es de día para tí, amigo mío, es de
noche para mí; sin embargo, todavía entonces hablo de la luz del día que danza
en las montañas, y de la sombra purpúrea que se abre paso por el valle; pues no
puedes oír las canciones de mi oscuridad, ni puedes ver mis alas que se agitan
contra las estrellas, y no me interesa que oigas ni que veas lo que pasa en mí;
prefiero estar a solas con la noche.
Cuando tú subes a tu Cielo yo
desciendo a mi infierno. Y aún entonces me llamas a través del golfo
infranqueable que nos separa: " ¡Compañero! ¡Camarada!" Y te
contesto:
" ¡Compañero! ¡Camarada!, porque no quiero que
veas mi Infierno. Las llamas te cegarían, y el humo te ahogaría. Y me gusta mi
Infierno; lo amo al grado de no dejar que lo visites. Prefiero estar solo en mi
Infierno.
Tu amas la Verdad, la Belleza y
lo Justo, y yo, por complacerte, digo que está bien, y simulo amar estas cosas.
Pero en el fondo de mi corazón me río de tu amor por estas entidades. Sin
embargo, no te dejo ver mi risa: prefiero reír a solas.
Amigo mío, eres bueno, discreto
y sensato; es más: eres perfecto. Y yo, a mi vez, hablo contigo con sensatez y
discreción, pero... estoy loco. Sólo que enmascaro mi locura. Prefiero estar
loco, a solas.
Amigo mío,
tú no eres mi amigo. Pero, ¿cómo hacer que lo comprendas? Mi senda no es tu
senda y, sin embargo, caminamos juntos, tomados de la mano.
EL
ESPANTAPÁJAROS
-Debes de
estar cansado de permanecer inmóvil en este solitario campo- dije en día a un
espantapájaros.
-La dicha de
asustar es profunda y duradera; nunca me cansa- me dijo.
Tras un
minuto de reflexión, le dije:
-Es verdad;
pues yo también he conocido esa dicha. -Sólo quienes están rellenos de paja
pueden conocerla -me dijo.
Entonces, me
alejé del espantapájaros, sin saber si me había elogiado o minimizado.
Transcurrió
un año, durante el cual el espantapájaros se convirtió en filósofo.
Y cuando
volví a pasar junto a él, vi que dos cuervos habían anidado bajo su sombrero.
LAS
SONÁMBULAS
En mi ciudad
natal vivían una mujer y sus hija, que caminaban dormidas.
Una noche,
mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer y su hija caminaron dormidas
hasta que se reunieron en el jardín envuelto en un velo de niebla.
Y la madre
habló primero:
- ¡Al fin!
-dijo-. ¡Al fin puedo decírtelo, mi enemiga! ¡A ti, que destrozaste mi
juventud, y que has vivido edificando tu vida en las ruinas de la mía! ¡Tengo
deseos de matarte!
Luego, la
hija habló, en estos términos:
- ¡Oh mujer
odiosa, egoísta .y vieja! ¡Te interpones
entre mi libérrimo ego y yo! ¡Quisieras que mi vida fuera un eco de tu propia
vida marchita! ¡Desearías que estuvieras muerta!
En aquel
instante cantó el gallo, y ambas mujeres despertaron.
-¿Eres tú,
tesoro? -dijo la madre amablemente.
-Sí; soy yo,
madre querida -respondió la hija con la misma amabilidad.
EL PERRO
SABIO
Un día, un
perro sabio pasó cerca de un grupo de gatos. Y viendo el perro que los gatos
parecían estar absortos, hablando entre sí, y que no advertían su presencia, se
detuvo a escuchar lo que decían.
Se levantó
entonces, grave y circunspecto, un gran gato, observó a sus compañeros.
-Hermanos
-dijo-, orad; y cuando hayáis orado una y otra vez, y vuelto a orar, sin duda
alguna lloverán ratones del cielo.
Al oírlo, el
perro rió para sus adentros, y se alejó de los gatos, diciendo:
-¡Ciegos e
insensatos felinos! ¿No está escrito, y no lo he sabido siempre, y mis padres
antes que yo que lo que llueve cuando elevamos al Cielo súplicas y plegarias
son huesos, y no ratones?
LOS DOS
ERMITAÑOS
En una
lejana montaña vivían dos ermitaños que rendían culto a Dios y que se amaban
uno al otro.
Los dos
ermitaños poseían una escudilla de barro que constituía su única posesión.
Un día, un
espíritu malo entró en el corazón del ermitaño más viejo, el cual fue a ver al
más joven.
-Hace ya
mucho tiempo que hemos vivido juntos -le dijo-. Ha llegado la hora
de separarnos. Por tanto, dividamos nuestras posesiones.
Al oírlo, el
ermitaño más joven se entristeció.
-Hermano mío
-dijo-, me causa pesar que tengas que dejarme. Pero si es necesario que te
marches, que así sea. Y fue por la escudilla de barro, y se la dio a su
compañero, diciéndole
-No podemos
repartirla, hermano; que sea para ti.
-No acepto
tu caridad -replicó el otro-. No tomaré sino lo que me pertenece. Debemos
partirla.
El joven
razonó:
-Si rompemos
la escudilla, ¿de qué nos servirá a ti o a mí? Si te parece, propongo que la
juguemos a suerte.
Pero el ermitaño
persistió en su empeño.
-Sólo tomaré
lo que en justicia me corresponde, y no confiaré la escudilla ni mis
derechos a la suerte. Debe partirse la escudilla.
El ermitaño
más joven, viendo que no salían razones, dijo:
-Está bien:
si tal es tu deseo, y si te niegas a aceptar la escudilla, rompámosla y
repartámosla.
Y entonces
el rostro del ermitaño más viejo se descompuso de ira, y gritó:
- ¡Ah,
maldito_ cobarde! no te atreves a pelear, ¿eh?
DEL DAR Y EL
RECIBIR
Había una
vez un hombre que poseía todo un valle lleno de agujas. Y un día, la madre de
Jesús acudió a aquel hombre y le dijo:
-Amigo mío,
la túnica de mi hijo se rasgó, y tengo que remendársela antes de que salga para
el templo. ¿Quieres darme una de tus agujas?
Pero, en vez
de darle la aguja, aquel hombre pronunció un erudito discurso acerca Del
dar y del recibir, para que María se lo repitiera a su Hijo antes de que éste saliera
para el templo.
LOS SIETE
EGOS
En la hora
más silente de la noche, mientras estaba yo acostado y dormitando, mis siete
egos sentáronse en rueda a conversar en susurros, en estos términos:
Primer Ego:
-He vivido aquí, en este loco, todos estos años, y no he hecho otra cosa que
renovar sus penas de día y reavivar su tristeza de noche. No puedo soportar más
mi destino, y me rebelo.
Segundo Ego:
-Hermano, es mejor tu destino que el mío, pues me ha tocado ser el ego alegre
de este loco. Río cuando está alegre y canto sus horas de dicha, y con pies
alados danzo sus más alegres pensamientos. Soy yo quien se rebela contra tan fatigante
existencia.
Tercer Ego:
- ¿Y de mi qué decís, el ego aguijoneado por el amor, la tea llameante de
salvaje pasión y fantásticos deseos? Es el ego enfermo de amor el que debe
rebelarse contra este loco.
Cuarto Ego:
-El más miserable de todos vosotros soy yo, pues sólo me tocó en suerte el odio
y las ansias destructivas. Yo, el ego tormentoso, el que nació en las negras
cuevas del infierno, soy el que tiene más derecho a protestar por servir a este
loco.
Quinto Ego:
-No; yo soy, el ego pensante, el ego de la imaginación, el que sufre hambre y
sed, el condenado a vagar sin descanso en busca de lo desconocido y de lo
increado... soy yo, y no vosotros, quien tiene más derecho a rebelarse.
Sexto Ego:
-Y yo, el ego que trabaja, el agobiado trabajador que con pacientes manos y
ansiosa mirada va modelando los días en imágenes y va dando a los elementos sin
forma contornos nuevos y eternos... Soy yo, el solitario, el que más motivos
tiene para rebelarse contra este inquieto loco.
Séptimo Ego:
- ¡Qué extraño que todos os rebeléis contra este hombre por tener a cada uno de
vosotros una misión prescrita de antemano! ¡Ah! ¡Cómo quisiera ser uno de
vosotros, un ego con un propósito y un destino marcado! Pero no; no tengo un
propósito fijo: soy el ego que
no hace nada; el que se sienta en el mudo y vacío espacio que no es espacio y
en el tiempo que no es tiempo, mientras vosotros os afanáis recreándoos en la
vida. Decidme, vecinos, ¿quién debe rebelarse: vosotros o yo?
Al terminar de hablar el Séptimo
Ego, los otros seis lo miraron con lástima, pero no dijeron nada más; y al
hacerse la noche más profunda, uno tras otro se fueron a dormir, llenos de una
nueva y feliz resignación.
Sólo el Séptimo Ego permaneció
despierto, mirando y atisbando a la Nada, que está detrás de todas las cosas.
LA GUERRA
Una noche, hubo fiesta en
palacio, y un hombre llegó a postrarse ante el príncipe; todos los invitados se
quedaron mirando al recién llegado, y vieron que le faltaba un ojo, y que la cuenca vacía sangraba. Y el
príncipe le preguntó a aquel hombre:
-¿Qué te ha sucedido?
- ¡Oh príncipe! -respondió el
hombre-, mi profesión es ser ladrón, y esta noche, como no hay luna, fui a
robar la tienda del cambista, pero mientras subía y entraba por la ventana
cometí un error, y entré en la tienda del tejedor, y en la oscuridad tropecé
con el telar del tejedor, y perdí un ojo. Y ahora, ¡oh príncipe! suplico
justicia contra el tejedor.
El príncipe mandó traer al
tejedor y, al llegar éste al palacio, el soberano decretó que le vaciaran un ojo.
- ¡Oh
príncipe! -dijo el tejedor-, el decreto es justo. No me quejo de que me hayan
sacado un ojo. Sin embargo, ¡ay de mí!, necesitaba yo los dos ojos para
ver los dos lados de la tela que hago. Pero tengo un vecino de oficio zapatero,
que tiene los dos ojos sanos, y en su trabajo no necesita los dos ojos...
El príncipe entonces, envió por
el zapatero. Y éste acudió, y le sacaron un ojo.
¡Y se hizo justicia!
LA ZORRA
Al amanecer, una zorra miró su
sombra, y se dijo:
-Hoy almorzaré un camello. -Y
pasó toda la mañana buscando camellos. Pero al mediodía volvió a mirar su
sombra, y se dijo: -Bueno... me conformaré con un ratón.
EL REY SABIO
Había una vez, en la lejana
ciudad de Wirani, un rey que gobernaba a sus súbditos con tanto poder como
sabiduría. Y le temían por su poder, y lo amaban por su sabiduría.
Había también un el corazón de
esa ciudad un pozo de agua fresca y cristalina, del que bebían todos los
habitantes; incluso el rey y sus cortesanos, pues era el único pozo de la
ciudad.
Una noche, cuando todo estaba en
calma, una bruja entró en la ciudad y vertió siete gotas de un misterioso
líquido en el pozo, al tiempo que decía:
-Desde este momento, quien beba
de esta agua se volverá loco.
A la mañana siguiente, todos los
habitantes del reino, excepto el rey y su gran chambelán, bebieron del pozo y
enloquecieron, tal como había predicho la bruja.
Y aquel día, en las callejuelas
y en el mercado, la gente no hacía sino cuchichear:
-El rey está loco. Nuestro rey y
su gran chambelán perdieron la razón. No podemos permitir que nos gobierne un
rey loco; debemos destronarlo.
Aquella noche, el rey ordenó que
llenaran con agua del pozo una gran copa de oro. Y cuando se la llevaron, el
soberano ávidamente bebió y pasó la copa a su gran chambelán, para que también
bebiera.
Y hubo un gran regocijo en la
lejana ciudad de Wirani, porque el rey y el gran chambelán habían recobrado la
razón.
AMBICIÓN
Una vez
sentáronse a la mesa de una taberna tres hombres. Uno de ellos era tejedor, el
otro carpintero, y el tercero sepulturero.
-Hoy vendí
una fina mortaja de lino en dos monedas de oro -dijo el tejedor-. Por tanto,
bebamos todo el vino que nos plazca.
-Y yo -dijo
el carpintero-, vendí mi mejor ataúd. Además del vino, que nos traigan un
suculento asado.
-Yo sólo
cavé una tumba -dijo el sepulturero-, pero mi amo me pagó el doble. Que nos
traigan también pasteles de miel.
Y durante
toda aquella noche hubo gran movimiento en la taberna, pues los tres amigos a
menudo pedían más vino, carne y pasteles. Y estaban muy contentos.
Y el
tabernero se frotaba las manos, sonriendo a su mujer, pues los huéspedes
gastaban espléndidamente.
Al salir los
tres amigos de la taberna la luna ya estaba en lo alto; iban caminando los tres
felices cantando y gritando. El tabernero y su mujer parados a la puerta de la
taberna, miraron complacidos a sus huéspedes.
- ¡Ah! -
¡qué caballeros tan generosos y alegres! -exclamó la mujer-. Ojalá que nos
trajeran suerte y todos los días fueran así; nuestro hijo no tendría que
trabajar de tabernero, ni tendría que afanarse tanto: podríamos darle una buena
educación, para que fuera sacerdote.
EL NUEVO
PLACER
Anoche
inventé un nuevo placer. y me disponía a probarlo por vez primera cuando un
ángel y un demonio llegaron presurosos a mi casa. Ambos se encontraron en mi
puerta y disputaron acerca de mi placer recién creado; uno de los dos gritaba:
-¡Es un
pecado!
Y el otro,
en igual tono aseguraba: - ¡Es una virtud!
EL OTRO
IDIOMA
A los tres
días de nacido, mientras yacía en mi cuna forrada de seda, mirando con asombrada
desilusión el nuevo mundo que me rodeaba, mi madre dijo a mi nodriza: -¿Cómo
está mi hijo?
-Muy bien,
señora -mi nodriza le contestó-, lo he alimentado tres veces, y nunca he visto
a un niño tan alegre, no obstante lo tierno que es.
Y yo me
indigné, y lloré, exclamando
-No es
verdad, madre: porque mi lecho es duro, la leche que he succionado es amarga, y
el olor del pecho es desagradable a mi nariz, y soy muy desgraciado.
Pero mi
madre no me comprendió, ni la nodriza; pues el idioma en que había yo hablado
era el del mundo del que yo procedía.
Y cuando
cumplí veintiún días de vida, mientras me bautizaban, el sacerdote le dijo a mi
madre:
-Debe usted
ser muy feliz, señora, de que su hijo haya nacido cristiano.
Me asombré
mucho al oír aquello, y le dije al sacerdote:
-en ese caso, la madre de usted, no está en el Cielo, debe ser muy
infeliz, pues usted no nació cristiano.
Pero el
sacerdote tampoco entendió mi idioma.
Y siete
lunas después, cierto día, un adivino me miró y le dijo a mi madre:
-Su hijo será
un estadista, y un gran líder de los hombres.
-¡Falso!
-grité yo-. Esa es una falsa profecía; porque yo seré músico, y nada más que
músico!
Y tampoco en
esa ocasión y teniendo yo esa edad entendían mi idioma, lo cual me asombraba
mucho.
Y después de
treinta y tres años, durante los cuales han muerto ya mi madre, mi nodriza y el
sacerdote (la sombra de Dios proteja sus espíritus), sólo sobrevive el adivino.
Ayer lo vi cerca de la entrada del templo, y mientras conversábamos, me dijo:
-Siempre supe que serías músico;
que llegarías a ser un gran músico. Eras muy pequeño cuando profeticé tu
futuro.
Y le creí, pues ahora yo también
he olvidado el idioma de aquel otro mundo.
LA GRANADA
Una vez, mientras vivía yo en el
corazón de una granada, oí que una semilla decía;
-Algún día me convertiré en un
árbol, y cantará el viento en mis ramas, y el sol danzará en mis hojas, y seré
fuerte y hermoso en todas las estaciones.
Luego, otra semilla habló, y
dijo: -Cuando yo era joven, como tú ahora, yo también pensaba así; pero ahora
que puedo ponderar mejor todas las cosas, veo que mis esperanzas eran vanas.
Y una tercera semilla se expresó
así: -No veo en nosotras nada que prometa tan brillante futuro.
Y una cuarta semilla dijo: -
¡Pero que ridícula sería nuestra vida, sin la promesa de un futuro mejor!
La quinta semilla opinó: -.¿Para
qué disputar acerca de lo que seremos, si ni siquiera sabemos lo que somos?
Pero la sexta semilla replicó:
-Seamos lo que seamos, lo seremos siempre.
Y la séptima semilla comentó:
-Tengo una idea muy clara acerca de cómo serán las cosas en lo futuro, pero no
la puedo expresar con palabras.
Y luego habló una octava
semilla, y una novena, y luego una décima, y luego muchas, hasta que todas
hablaban a un tiempo y no pude distinguir nada de lo que decían todas esas
voces.
Así pues, aquel mismo día me
mudé al corazón de un membrillo, donde las semillas son escasas y casi mudas.
LAS DOS JAULAS
En el jardín de mi padre hay dos
jaulas. En una está encerrado un león, que los esclavos de mi padre trajeron
del desierto de Ninavah; en la otra vive un gorrión que no canta. Al amanecer,
todos los días, el gorrión le dice al león: -Buenos días, hermano prisionero.
LAS TRES HORMIGAS
Tres hormigas se encontraron en
la nariz de un hombre que estaba tendido, durmiendo al sol. Y después de
saludarse cada hormiga a la manera y usanza de su propia tribu, se detuvieron
allí, a conversar.
-Estas colinas y estas llanuras
-dijo la primera hormiga- son las más áridas que he visto en mi vida; he
buscado todo el día algún grano, y no he encontrado nada.
-Yo tampoco he encontrado nada
-comentó la segunda hormiga- aunque he visitado todos los escondrijos. Esta es,
supongo, la que llama mi gente la blanda tierra móvil donde no crece nada.
-Amigas mías -dijo la tercera
hormiga, alzando la cabeza-, estamos paradas ahora en la nariz de la Suprema
Hormiga, la poderosa e infinita Hormiga, cuyo cuerpo es tan grande que no
podemos verlo, cuya sombra es tan vasta que no podemos abarcar, cuya voz es tan
potente que no podemos oírla; y esta Hormiga es omnipresente.
Al terminar la tercera hormiga
de decir esto, las otras dos se miraron, y rieron.
En ese momento el hombre se
movió, y en su sueño alzó la mano para rascarse la nariz, y aplastó a las tres
hormigas.
EL SEPULTURERO
Una vez,
mientras yo estaba enterrando a uno de mis egos, se acercó a mí el sepulturero,
para decirme:
-De todos
los que vienen aquí a enterrar a sus egos muertos, sólo tú me eres simpático.
-Me halagas
mucho -le repliqué-; pero, ¿por qué te inspiro tanta simpatía?
-Porque
todos llegan aquí llorando -me contestó el sepulturero-, y se van llorando;
sólo tú llegas riendo, y te marchas riendo, cada vez.
EN LA ESCALINATA DEL TEMPLO
Ayer tarde,
en la escalinata de mármol del templo vi a
una mujer sentada entre dos hombres. Una de las mejillas de la mujer estaba
pálida, y la otra, sonrojada.
LA CIUDAD BENDITA
Era yo muy
joven cuando me dijeron que en cierta ciudad todos sus habitantes vivían con
apego a las Escrituras.
Y me dije:
"Buscaré esa ciudad y la santidad que en ella se encuentra". Y
aquella ciudad quedaba muy lejos de mi patria. Reuní gran cantidad de
provisiones para el viaje, y emprendí el camino. Tras cuarenta días de andar
divisé a lo lejos la ciudad, y al día siguiente entré en ella.
Pero, ¡oh
sorpresa! vi que todos los habitantes de esa ciudad sólo tenían un ojo y una
mano. Me asombró mucho aquello, y me dije: "¿Por qué tendrán los
habitantes de esta santa ciudad sólo un ojo, y sólo una mano?"
Luego, vi
que también ellos se asombraban, pues les maravillaba que yo tuviera dos manos
y dos ojos. Y como hablaban entre sí y comentaban mi aspecto, les pregunté:
-¿Es esta la
Ciudad Bendita, en la que todos viven con apego a las Escrituras?
-Sí, esta es
la Ciudad, Bendita -me contestaron. Y añadí-; ¿Qué desgracia os ha ocurrido, y
qué sucedió a vuestros ojos derechos y a vuestras manos derechas?
Toda la
gente parecía conmovida.
-Ven; y
observa por ti mismo -me dijeron.
Me llevaron
al templo, que estaba en el corazón de la ciudad. Y en el templo vi una gran
cantidad de manos y ojos, todos secos.
-¡Dios mío!
-pregunté-, ¿qué inhumano conquistador ha cometido esta crueldad con vosotros?
Y hubo un
murmullo entre los habitantes. Uno de los más ancianos dio un paso al frente, y me
dijo:
-Esto lo
hicimos nosotros mismos: Dios nos ha convertido en conquistadores del mal que
había en nosotros.
Y me condujo
hasta un altar enorme; todos nos siguieron. Y aquel anciano me mostró una
inscripción grabada encima del altar. Leí: "Si tu ojo derecho peca,
arráncalo y apártalo de ti; porque es preferible que uno de tus miembros
perezca, a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha
peca, córtatela y apártala de ti, porque es preferible que uno de tus miembros
perezca, a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno".
Entonces
comprendí: Y me volví hacia el pueblo congregado, y grité: "¿No hay entre
vosotros ningún hombre, ninguna mujer con dos ojos y dos manos?"
Me
contestaron: "No; nadie; sólo quienes son aún demasiado jóvenes para leer
las Escrituras y comprender su mandamiento".
Y al salir
del templo inmediatamente abandoné aquella Ciudad Bendita, pues no era yo
demasiado joven, y sí sabía leer las Escrituras.
EL DIOS BUENO Y EL DIOS MALO
El Dios
Bueno y el Dios Malo se entrevistaron en la cima de la montaña.
-Buenos días, hermano -dijo el
Dios Bueno. El Dios Malo no contestó el saludo.
Y el Dios Bueno prosiguió: -Estás hoy de mal humor.
-Si -dijo el
Dios Malo-, porque últimamente me confunden contigo, me llaman por tu nombre y
me tratan como si fuera tú, y esto me desagrada mucho.
--Pues has
de saber que también a mi me han llamado por tu nombre -dijo el Dios Bueno.
Al oir esto,
el Dios Malo siguió su camino, y se fue maldiciendo la estupidez de los
hombres.
DERROTA
Derrota, mi
derrota, mi soledad y mi aislamiento: Para mí eres más valiosa que mil
triunfos,
Y más dulce
para mi corazón que toda la gloria mundanal.
Derrota, mi
derrota, mi conocimiento de mi mismo y mi desafío.
Tú me has
enseñado que soy joven aún y de pies ligeros y a no dejarme engañar por
laureles vanos.
Y en ti he
encontrado la dicha de estar solo Y la alegría de ser alejado y despreciado.
Derrota, mi
derrota, mi fulgurante espada y mi escudo:
En tus ojos
he leído que ser entronizado es ser esclavizado, y que ser comprendido es ser
derribado. Y que ser apresado es llegar a la propia madurez Y como un fruto
maduro, caer y ser objeto de consumo.
Derrota, mi
derrota, mi audaz compañera:
Oirás mis
cantos, mis gritos y silencios, y nadie mas que tú me hablará del batir de las
alas. De la impetuosidad de los mares. Y de montañas que arden en la noche.
Y sólo tú
escalarás mi inclinada y rocosa alma. Derrota, mi derrota, mi valor indómito
inmortal. Tú y yo reiremos juntos con la tormenta.
Y juntos
cavaremos tumbas para todo lo que muere en nosotros. Y hemos de erguirnos al
sol, como una sola voluntad. Y seremos peligrosos.
LA NOCHE Y EL LOCO
Soy como tú,
¡oh Noche!, oscuro y desnudo; camino por la flameante senda que está por encima
de mis sueños diurnos, y siempre que mi planta toca la tierra brota de ella un
roble.
-No; no eres como yo, ¡oh
Loco!, pues aún te vuelves a ver cuán grande es la huella de tus pasos en la
arena.
-Soy como
tú, ¡oh Noche!, silente y profundo, y en el corazón de mi soledad yace una
diosa en trabajo de parto; y en el ser que de ella está naciendo el Cielo toca
al infierno.
-No; no eres
como yo, ¡oh Loco!, pues te estremeces aún antes de sentir el
dolor, y el canto del abismo te aterroriza.
-Soy como
tú, ¡oh Noche!, salvaje y terrible; pues mis oídos perciben los gritos de
naciones conquistadas y suspiros de olvidadas tierras.
-No; no eres
como yo, ¡oh Loco!, pues aún consideras a tu pequeño ego un compañero, y no
puedes ser amigo de tu monstruoso ego.
-Soy como
tú, ¡oh Noche!, cruel y terrible, pues mi pecho está alumbrado por barcos que
arden en el mar, y mis labios están húmedos de sangre de guerreros degollados.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!,
pues aún está en tí el anhelo de encontrar a tu alma gemela, y no has llegado a ser ley
para ti mismo.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, gozoso
y alegre; pues quien mora en mi sombra está ahora ebrio de vino virgen, y quien
me sigue va pecando con regocijo.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!,
pues tu alma está envuelta en el velo de los siete pliegues, y no llevas en la
mano el corazón.
-Soy como tú, ¡oh Noche!,
paciente y apasionado; pues en mi pecho están enterrados mil amantes muertos,
envueltos en sudarios de marchitos besos.
Loco, ¿de veras piensas que eres
como yo? ¿Te pareces a mí? ¿Puedes cabalgar en la tempestad como un potro
salvaje, y asir el relámpago cual si fuera una espada?
-Sí; como tú, ¡oh Noche!, como
tú, soy poderoso y alto, y mi trono se asienta sobre montañas de dioses caídos;
y también ante mí desfilan los días para besar la orla de mi veste, sin
atreverse a mirarme al rostro.
-¿Piensas que eres como yo, tú,
el hijo de mi más oscuro corazón? ¿Puedes pensar mis indómitos pensamientos y
hablar mi vasto lenguaje?
-Sí; somos hermanos gemelos, ¡oh
Noche!; pues tú revelas el espacio, y yo revelo mi alma.
ROSTROS
He visto un rostro con mil
semblantes, y un rostro que tenía sólo un semblante, como si estuviera
contenido en un molde inmutable.
He visto un rostro cuyo brillo
podía ver a través de la fealdad que lo cubría, y un rostro cuyo brillo tuve
que apartar, para ver cuán hermoso era.
He visto un viejo rostro lleno
de arrugas de la nada, y un rostro lozano en el que estaban grabadas todas las
cosas. Conozco todos los rostros, porque los veo a través de la urdimbre que
mis ojos van tejiendo, y miro la realidad que está detrás del tejido.
EL MAR MAYOR
Mi alma y yo fuimos a bañarnos
al gran mar. Y al llegar a la playa, empezamos a buscar un sitio solitario y
escondido.
Pero mientras caminábamos por la
playa vimos a un hombre sentado en una roca gris, que tomaba de un saco puñados
de sal y los arrojaba al mar.
-Este es el pesimista -dijo mi
alma-. Vámonos de aquí, pues no podemos bañarnos en presencia del pesimista.
Seguimos caminando, hasta llegar a una caleta; allí vimos, de pie en una roca
blanca, a un hombre que llevaba un cofre enjoyado, del que tomaba azúcar para
arrojarla al mar.
-Y este es el optimista -dijo mi
alma-, tampoco él debe ver nuestros cuerpos desnudos.
Seguimos caminando. Y en otro
lugar de la playa vimos a un hombre que tomaba con la mano peces muertos, y los
devolvía al agua.
-Tampoco podemos bañarnos
enfrente de este hombre -dijo mi alma-, pues este es el filántropo.
Y seguimos nuestro camino.
Luego nos encontramos a un
hombre que trazaba el contorno de su sombra en la arena. Llegaban grandes olas
y borraban el trazo; sin embargo, aquel hombre seguía una y otra vez dibujando
su sombra.
-Este es el místico -dijo mi
alma-. Apartémonos de él.
Y seguimos caminando, hasta que
en otra calmada ensenada vimos a otro hombre, que recogía espuma del mar y la
vertía en un vaso de alabastro.
-Este es el idealista -dijo mi
alma-. De ninguna manera debe ver nuestra desnudez.
Y seguimos caminando. De pronto,
oímos una voz, que gritaba:
- ¡Este es el mar; el vasto y
poderoso mar!
Y al acercarnos vimos que era un
hombre que daba la espalda al mar y que aplicaba un caracol a su oído, para oír
el murmullo marino.
-Pasemos de
largo -dijo mi alma-. Este es el realista; el que da la espalda a todo lo que
no puede abarcar de una mirada, y se contenta con un fragmento del todo.
Y pasamos de
largo. Y en un lugar lleno de maleza, entre las rocas, un hombre había
enterrado su cabeza en la arena. Y le dije a mi alma:
-Nos podemos
bañar aquí, pues este hombre no puede vernos.
-No -dijo mi
alma-. Porque éste es el más mortífero de todos los hombres; es el puritano.
-Luego, una gran tristeza se reflejó en el rostro de mi alma, y también
entristeció su voz. -Vámonos de aquí -dijo-. Pues no hay ningún solitario y
oculto lugar donde podamos bañarnos. No dejaré que este viento juegue con mi
cabellera de oro, ni dejaré que este viento acaricie mi seno desnudo, ni que
esta luz descubra mi sagrada desnudez.
Y luego
abandonamos aquel mar, para ir en busca del Mar Mayor.
CRUCIFICADO
- ¡Quisiera
ser crucificado! -grité a los hombres.
-¿Por qué
habría de caer tu sangre sobre nuestras cabezas? -me respondieron.
Y yo
respondí:-¿De qué otra manera podríais ser exaltados, sino crucificando a los
locos?
Y ellos
asintieron, y me crucificaron. Y la crucifixión me apaciguó.
Y cuando
pendía entre el cielo y la tierra alzaron la cabeza para mirarme. Y estaban
exaltados, pues nunca habían alzado la cabeza.
Pero
mientras estaban allí, en pie, mirándome, uno de ellos gritó:
-¿Qué estás
tratando de expiar?
Y otro
hombre gritó:-¿Por qué causa te sacrificas?
Y un tercer
hombre dijo: -¿Crees que a ese precio adquirirás la gloria del mundo?
Y luego dijo
un cuarto hombre:- ¡Mirad cómo sonríe! ¿Puede perdonarse tal dolor?
Y yo les
contesté a todos, diciendo:
-Recordad
sólo que he sonreído. No estoy expiando nada, ni sacrificándome, ni deseo la
gloria: y no tengo que perdonar nada. Yo tenía sed y les supliqué me dieran de
beber mi sangre. Porque, ¿qué puede saciar la sed de un loco, sino su propia
sangre? Estaba yo mudo, y les pedí que me hirieran, para tener bocas. Estaba yo
prisionero en vuestros días y en vuestras noches, y busqué una puerta hacia más
vastos días y más vastas noches.
"Y
ahora, me voy, como se han ido ya otros crucificados. Y no penséis que nosotros
los locos estamos cansados de tanta crucifixión. Pues debemos ser crucificados
por hombres cada vez más grandes, entre tierras más vastas y cielos más
espaciosos.
EL ASTRÓNOMO
A la sombra
del templo mi amigo y yo vimos a un ciego, sentado allí, solitario.
-Mira -dijo
mi amigo-: ese es el hombre más sabio de nuestra tierra.
Me separé de
mi amigo y me acerqué al ciego. Lo saludé. Y conversamos.
Poco después
le dije:
-Perdona mi
pregunta: ¿desde cuándo eres ciego? -Desde que nací -fue su respuesta.
-¿Y qué
sendero de sabiduría sigues? -le dije entonces.
-Soy
astrónomo -me contestó el ciego. -Luego, se llevó la mano al pecho, y dijo:-Sí;
observo todos estos soles, y estas lunas, y estas estrellas.
EL GRAN ANHELO
Aquí estoy,
sentado entre mi hermana la montaña y mi hermana la mar.
Los tres
somos uno en nuestra soledad, y el amor que nos une es profundo, fuerte y
extraño. En realidad, este amor es más profundo que mi hermana la mar y más
fuerte que mi hermana la montaña, y más extraño que lo insólito
de mi locura.
Han pasado
eones y más eones desde que la primera alborada gris nos hizo visibles uno al
otro; y aunque hemos visto el nacimiento, la plenitud y la muerte de muchos
mundos, aún somos vehementes y jóvenes.
Somos
jóvenes y vehementes, y no obstante estamos solos y nadie nos visita, y a pesar
de que yacemos en un abrazo casi completo y sin trabas, no hemos hallado
consuelo. Pues, decidme: ¿qué consuelo puede haber para el deseo controlado y
la pasión inexhausta? ¿De dónde vendrá el flamígero dios que dé calor al lecho
de mi hermana la mar? ¿Y qué torrentes aplacará el fuego de mi hermana la
montaña? ¿Y qué mujer podrá adueñarse de mi corazón?
En el
silencio de la noche, en sueños, mi hermana la mar susurra el ignoto nombre del
dios flamígero, y mi hermana la montaña llama a lo lejos al fresco y distante
dios-torrente. Pero yo no sé a quién llamar en mi sueño.
Aquí estoy
sentado, entre mi hermana la montaña y mi hermana la mar. Los tres somos uno en
nuestra soledad, y el amor que nos une es en verdad profundo, fuerte, y
extraño...
DIJO UNA HOJA DE HIERBA
Dijo una
mata de hierba a una hoja de otoño:
- ¡Al caer
haces tanto ruido, que espantas a todos mis sueños invernales!
-Ser de baja
cuna y de miserable morada -dijo la hoja, indignada-, ser malhumorado y sin
canto: ¡tú no vives en la región alta del aire, y desconoces el sonido del
canto!
Luego, la
hoja de otoño cayó sobre la tierra, y se durmió. Y al llegar la primavera, la
hoja despertó nuevamente, y se convirtió en una mata de hierba.
Y cuando el
otoño llegó, y la mata de hierba comenzó a adormecerse con el sueño invernal, las
hojas del otoño, meciéndose en el viento, iban cayendo sobre ella. Entonces se
dijo, enojada: "¡Ah, estas hojas de otoño! ¡Cuánto ruido hacen! ¡Espantan
a todos mis sueños invernales!"
EL OJO
Un día dijo
el Ojo:
-Más allá de
estos valles veo una montaña envuelta en azul velo de niebla. ¿No es hermosa?
El Oído oyó
esto, y tras escuchar atentamente otro rato, dijo:
-Pero;
¿dónde está esa montaña? No la oigo... Luego, la Mano habló, y dijo:
-En vano
trato de sentirla o tocarla; no encuentro ninguna montaña.
Y la Nariz
dijo:
-No hay
ninguna montaña por aquí; no la huelo.
Luego, el
Ojo se volvió hacia el otro lado, y los demás sentidos empezaron a murmurar de
la extraña alucinación del Ojo. Y decían entre sí: " ¡Algo debe de andar
mal en el Ojo!"
LOS DOS ERUDITOS
Vivían en la
antigua ciudad de Aflcar dos eruditos que odiaban y despreciaban cada uno el
saber del otro: Porque uno de ellos negaba que los dioses existieran, y el otro
era creyente.
Un día ambos
se encontraron en el mercado, y en medio de sus partidarios empezaron a
discutir acerca de la existencia o de la no existencia de los dioses. Y
separáronse tras horas de acalorada disputa.
Aquella
noche, el incrédulo fue al templo y se postró ante el altar, y pidió a los
dioses que le perdonaran su antigua impiedad.
Y a la misma
hora, el otro erudito, el que había defendido la existencia de los dioses,
quemó todos sus libros sagrados, pues se había convertido en incrédulo.
CUANDO NACIÓ
MI TRISTEZA
Cuando nació
mi Tristeza, le prodigué mil cuidados, y la vigilé con amorosa ternura.
Y mi
Tristeza creció como todos los seres vivientes, fuerte y hermosa y llena de
maravillosas gracias.
Y mi
tristeza y yo nos amábamos, y amábamos al mundo que nos rodeaba. Pues mi
Tristeza era de corazón bondadoso, y el mío también era amable cuando estaba
lleno de Tristeza.
Y cuando
hablábamos, mi Tristeza y yo, nuestros días eran alados y nuestras noches
estaban engalanadas de sueños; porque mi Tristeza era elocuente, y mi lengua
también era elocuente con la Tristeza.
Y cuando mi
Tristeza y yo cantábamos juntos, nuestros vecinos sentábanse a la ventana a
escucharnos; pues nuestros cantos eran profundos como el mar, y nuestras
melodías estaban impregnadas de extraños recuerdos.
Y cuando
caminábamos juntos, mi tristeza y yo, la gente nos miraba con amables ojos, y
cuchicheaba con extremada dulzura. Y también había quien nos envidiara, pues mi
Triste za era un ser noble, y yo me sentía orgulloso de mi Tristeza. Pero murió
mi Tristeza, como todo ser viviente, y me quedé solo, con mis reflexiones.
Y ahora,
cuando hablo, mis palabras suenan pesadas en mis oídos.
Y cuando
canto, mis vecinos ya no escuchan mis canciones.
Y cuando
camino solo por la calle, ya nadie me mira. Sólo en sueños oigo voces que dicen
compadecidas: "Mirad: allí yace el hombre al que se le murió su
Tristeza".
Y CUANDO NACIÓ MI
ALEGRÍA...
Y cuando
nació mi Alegría, la alcé en brazos y subí con ella a la azotea de mi casa, a
gritar:
- ¡Venid,
vecinos! ¡Venid a ver! Porque
hoy ha nacido mi Alegría: venid a contemplar este ser placentero que ríe bajo
el sol.
Pero qué
grande mi sorpresa porque ningún vecino mío acudió a contemplar mi Alegría.
Y todos los
días, durante siete lunas, proclamé el advenimiento de mi Alegría desde la
azotea de mi casa, pero nadie quiso escucharme. Y mi Alegría y yo estábamos
solos, sin nadie que fuera a visitarnos.
Luego, mi
Alegría palideció y enfermó de hastío, pues sólo yo gozaba de su hermosura, y
sólo mis labios besaban sus labios.
Luego, mi
Alegría murió, de soledad y aislamiento.
Y ahora sólo
recuerdo a mi muerta Alegría al recordar a mi muerta Tristeza. Pero el recuerdo
es una hoja de otoño que susurra un instante en el viento, y luego no vuelve a
oírse más.
"EL
MUNDO PERFECTO"
Dios de las
almas perdidas, tú que estás perdido entre los dioses, escúchame:
Vivo entre
una raza de hombres perfecta, yo, el más imperfecto de los hombres.
Yo, un caos
humano, nebulosa de confusos elementos, deambulo entre mundos perfectamente
acabados; entre pueblos que se rigen por leyes bien elaboradas y que obedecen
un orden puro, cuyos pensamientos están catalogados, cuyos sueños son
ordenados, y cuyas visiones están inscritas y registradas.
Sus
virtudes, ¡oh Dios!, están medidas, sus pecados están bien calculados por su
peso, y aun los innumerables actos que suceden en el nebuloso crepúsculo de lo
que no es pecado ni virtud están registrados y catalogados.
En este mundo, las noches y los días están convenientemente
divididos en estaciones de conducta y están gobernados por normas de impecable
exactitud.
Comer, beber, dormir, cubrir la
propia desnudez, y luego cansarse, todo a su debido tiempo.
Trabajar, jugar, cantar, bailar,
y luego yacer tranquilo, cuando el reloj da la hora para ello.
Pensar esto, sentir aquello, y
luego dejar de pensar y de sentir cuando cierta estrella se alza en el
horizonte.
Robar al vecino con una sonrisa,
dar regalos con un gracioso ademán, elogiar prudentemente, acusar con cautela,
destruir un alma con una palabra, quemar un cuerpo con el aliento, y luego
lavarse las manos, cuando se ha terminado el trabajo del día.
Amar según el orden establecido,
entretenerse en lo mejor de uno mismo según cierta manera prefabricada, rendir
culto a los dioses con el debido decoro, intrigar y engañar a los demonios
diestramente, y luego olvidarlo todo, como si la memoria hubiese muerto.
Imaginar con un motivo
determinado; proyectar con consideración; ser feliz dulcemente; sufrir con
nobleza; y luego, vaciar la copa, de manera que mañana podamos llenarla otra
vez.
Todas estas cosas, ¡oh Dios!¡,
están concebidas con preclara visión, han nacido con un propósito firme, se
mantienen con esmero y exactitud, se gobiernan según las normas y la razón, y
luego se asesinan y se entierran según el método prescrito. Y aun sus
silenciosas tumbas que yacen dentro del alma humana, cada una tiene su marca y
su número.
Es un mundo perfecto; de
maravillas; el más maduro fruto del jardín de Dios; el pensamiento rector del
universo.
Pero dime, ¡oh Dios!, ¿por qué
tengo que estar allí, yo, semilla de pasión insatisfecha, loca tempestad que no
va en pos del oriente ni del occidente, aturdido fragmento de un planeta que
pereció en las llamas?
¿Por qué estoy aquí, ¡oh Dios!
de las almas perdidas? Dímelo tú, oh Dios, que te encuentras perdido entre los
demás dioses...
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