CAPITULO
VII
SèÖKYA
Y YOGA
1.
KÁPILA Y PATÁÑJALI
Pasaremos
ahora a las filosofías S.´khya
y Yoga, que en la India se
consideran
como gemelas, como dos aspectos de una sola disciplina. El
S.´khya
ofrece una exposición teórica fundamental de la naturaleza
humana,
enumerando y definiendo sus elementos, analizando la forma en
que
colaboran entre sí en el estado de atadura (bandha) y
describiendo su
estado
cuando están desembarazados o separados en la liberación (moksa).
Por
su parte, el Yoga trata concretamente la dinámica del proceso
de
separación
y bosqueja las técnicas prácticas para obtener la liberación o
“aislamiento-integración”
(kaivalya). Como dice la Bhágavad-G®t.:
La
gente
pueril y sin instrucción habla del “conocimiento
enumerativo”:(s.µkhya)
y de la “práctica de la concentración” (yoga)
como
si fueran dos cosas distintas; pero cualquiera que conoce bien una
de
ellas cosecha el fruto de ambas. El estado alcanzado por los que
siguen
el
camino del conocimiento enumerativo es también alcanzado por los
ejercicios
de la concentración introvertida. Ve realmente quien considera
que
la actitud intelectual del conocimiento enumerativo y la práctica de
la
concentración
son la misma cosa1. En otras palabras, ambos sistemas se
complementan
recíprocamente y conducen a idéntico fin.
Las
principaJes concepciones de este sistema duál son: 1) que el
universo
se
funda en una insoluble dicotomía de “mónadas vitales, (púru±a)
y
“materia”
inanimada (prákÕti);
2) que la “materia” (prákÕti),
aunque
fundamentalmente
simple, se expresa o manifiesta en tres aspectos
diferenciados
(llamados guða)
comparables a las tres hebras de una cuerda,
y
3) que cada una de las “mónadas vitales (púru±a)
asociadas a la “materia”
(prákÕti)
están comprometidas en la esclavitud de una incesante “ronda
de
transmigración”
(saÑs.ra).
Estas
ideas no pertenecen al tronco original de la tradición brahmánica
védica.
Por otra parte, tampoco encontramos en las enseñanzas
fundamentales
del S.´khya y del
Yoga ninguna indicación referente a esos
dioses
olímpicos que están por encima de las vicisitudes de la esclavitud
1
Bhágavad-G®t.
5. 4-5.
terrena,
como en el panteón védico. Ambas ideologías tienen orígenes
diferentes:
el S.´khya y el
Yoga se relacionan con el sistema mecánico de
los
jaina que, como hemos visto, puede remontarse, en parte por la
historia
y
en parte por la leyenda, a través de una larga serie de T®rthá´kara,
hasta
una
remota antigüedad india aborigen, no védica. Por consiguiente las
ideas
fundamentales
del S.´khya y del
Yoga tienen que ser inmensamente
antiguas.
Sin embargo, no aparecen en ninguno de los textos ortodoxos
indios
hasta una fecha relativamente tardía: en las capas más recientes de
las
Upáni±ad y en la
Bhágavad-G®t.,
en las que ya están mezcladas y
armonizadas
con las ideas fundamentales de la filosofía védica. Después de
una
larga historia de firme resistencia, la mentalidad brahmánica
esotérica
y
exclusivista de los invasores arios se abrió fácilmente y recibió
sugerencias
e influjos de la civilización nativa. Como resultado, ambas
tradiciones
se unieron y, con el tiempo, produjeron los majestuosos
sistemas
armónicos del pensamiento indio medieval y contemporáneo.
Se
dice que el S.´khya fue
fundado por un santo semimítico, Kápila, que se
encuentra
aparte de la tradicional congregación de santos y sabios védicos,
como
un iluminado por derecho propio. Aunque no desempeña en el mito o
en
la leyenda india un papel tan destacado como el de otros grandes
filósofos,
su milagroso poder está reconocido en un célebre episodio del
Mah.bh.’rata2.
Esta obra dice que los sesenta mil hijos de cierto
Cakravartin
llamado “Océano” (Ságara) iban cabalgando como
guardia
armada
del caballo de sacrificio de su padre, que vagaba por los reinos de
la
tierra durante su simbólico año solar de victoriosa libertad3. De
pronto,
con
gran dolor de toda la guardia, el caballo desapareció ante sus
mismos
ojos.
Los hombres se pusieron a cavar en el lugar en que había
desaparecido
y, finalmente, a mucha profundidad, en pleno mundo
subterráneo,
lo encontraron con un santo que meditaba a su lado.
Excesivamente
afanados por recobrar el animal sagrado de cuya custodia
eran
responsables, los jóvenes guerreros no prestaron atención al santo
—
que
no era otro que Kápila— y no le hicieron el homenaje que
tradicionalmente
debe rendirse a un religioso, a raíz de lo cual los redujo a
cenizas
con un relámpago de su mirada.
Esta
aventura revela el poder solar del sabio. Su nombre, Kápila, que
significa
“el Rojo”, es un epíteto del sol, así como de Vi²ñu.
A juzgar por
2
Mah.bh.’rata
3. 107.
3
Cf. supra, págs. 114-115.
su
influencia en el período del Mah.v¯ra
y el Buddha, tiene que haber
vivido
antes del siglo VI a. C., pero los textos clásicos del sistema
filosófico
que se dice haber fundado pertenecen a una fecha muy posterior.
La
importante S.´khya-k.’rik.
de â¢varak£²ña
fue escrita durante la mitad
del
siglo V d. C., en tanto que el S.´khya-sâtra,
obra que tradicionalmente
se
atribuye a Kápila mismo, no puede ser fechada antes de 1380-1450
después
de Cristo4.
En
cuanto al Yoga, la fecha de los clásicos Yoga-sâtra
de Patáñjali es
objeto
de muchas controversias. Aunque los tres primeros libros de este
tratado
fundamental pueden pertenecer al siglo II a. C., el cuarto es
aparentemente
posterior, pues contiene material que parece referirse al
pensamiento
budista tardío. En consecuencia, este libro, el último del
tratado,
ha sido atribuido al siglo V de nuestra era; pero la discusión aún
no
ha
concluido. De cualquier modo, los cuatro libros de los Yoga-sâtra
de
Patáñjali,
junto con su muy antiguo comentario, (el Yoga-sâtra,
que se
atribuye
a Vy.sa, el legendario poeta-sabio
del Mah.bh.’rata),
deben
contarse
entre las obras de prosa filosófica más notables del mundo. Se
destacan
no solo por su contenido sino también, particularmente, por su
exposición
maravillosamente clara, concisa, sobria y flexible.
Tenemos
pocos datos acerca de Patánjali, y lo poco que sabemos es
legendario
y está lleno de contradicciones. Por ejemplo: unos lo identifican
con
el gramático del mismo nombre autor del “Gran comentario”
(Mah.bh.±ya)
a la “Glosa crítica” (V.’rttika)
que K.ty.’yana
hizo a la
Gramática
sánscrita de P.’ ñini;
pero otros afirman que son dos personas
diferentes.
Además se lo considera como una encarnación del dios
serpiente
åe²a,
que rodea y sostiene el universo en forma de Océano
cósmico.
Los eruditos occidentales lo sitúan en el siglo II a. C., pero el
sistema
cuya fundación se le atribuye existió sin duda siglos antes.
2.
LA CONCENTRACIÓN INTROVERTIDA
Cuando
la ambición, el éxito y el juego de la vida (artha), lo
mismo que el
sexo
y el goce de los sentidos (k.ma),
ya no nos procuran ningún lance
extraordinario
y novedoso, ni nos reservan ninguna sorpresa; y cuando,
además,
comenzamos a hartarnos del virtuoso cumplimiento de las tareas
4
Cf. Richard Garbe, Die S.Ñkhya-Philosophie,
2ª edición, Leipzig, 1917, págs. 83-84, 95-100.
propias
de una vida decente y normal (dharma), porque se ha convertido
en
rancia
rutina, todavía quedan los atractivos de la aventura espiritual, la
búsqueda
de lo que haya adentro (bajo la máscara de la personalidad
consciente)
y afuera (tras el panorama visible del mundo exterior). ¿Cuál es
el
secreto de este ego, de este “yo”, con el cual hemos estado en
relación
tan
íntima en todos estos años pasados y que todavía es un extraño,
lleno de
antojos,
vanos caprichos y desconcertantes impulsos de agresión y
reincidencia?
¿Qué es lo que ha estado acechando, entre tanto, tras los
fenómenos
externos que ya no nos intrigan y que producen todas esas
sorpresas
que ya no nos sorprenden? La posibilidad de descubrir el secreto
del
funcionamiento del teatro cósmico mismo, cuando sus efectos han
llegado
a convertirse en un fastidio intolerable, queda en pie como la última
fascinación,
desafío y aventura del espíritu humano.
Al
comienzo de los Yoga-sâtra
encontramos esta frase:
Yoga¡
cittavÕtti-nirodhaô
El
Yoga consiste en la detención (intencional) de las actividades
espontáneas de la sustancia mental5.
Por
naturaleza, la mente está en constante agitación. Según la teoría
hindú,
se
transforma continuamente en las formas de los objetos que percibimos.
Su
sutil sustancia asume la forma y los colores de todo lo que le
ofrecen los
sentidos,
la imaginación, la memoria y las emociones. En otras palabras,
está
dotada de un poder de transformación o metamorfosis ilimitada e
incesante6.
La
mente es, pues, un continuo rizo, como la superficie de un estanque
bajo
la
brisa, tremolando con reflejos entrecortados, cambiantes, dispersos.
Por
sí
misma nunca estaría como un espejo perfecto, cristalino, en su
“estado
propio”,
reflejando tranquilamente el hombre interior, porque para que esto
ocurriera
habría que detener todas las impresiones sensoriales que vienen
de
afuera (que son como las aguas afluentes, turbulentas y perturbadoras
de
la
sustancia transparente), así como los impulsos interiores:
recuerdos,
presiones
emotivas, y las incitaciones de la imaginación (que son como
5
Patáñjali, Yoga-sâtra,
1. 1-2.
6
El carácter proteico, siempre en movimiento, de la mente tal como la
presentan el S.´khya y
el
Yoga
es comparable a la idea de Swedenborg de que los receptores son
imágenes”, es decir, que los
órganos
receptores en el plano espiritual cobran la forma y naturaleza de los
objetos que los reciben y
contienen.
(Cf. Swedenborg, Divine Love and Wisdom, § 288.)
fuentes
internas). El Yoga es el que aquieta la mente. Y tan pronto
como se
cumple
este aquietamiento, queda revelado el hombre interior, la mónada
vital,
como una joya en el fondo de un estanque aquietado.
De
acuerdo con el S.´khya
(y la concepción del Yoga es la misma) la
mónada
vital (llamada púru±a
“hombre”; .tman, “yo”,
o puÑs, “hombre,
varón”)
es la entidad viva escondida tras todas las metamorfosis de nuestra
vida
de esclavitud y en el seno de ellas. Igual que en el jainismo,
también
en
esta doctrina se supone que el número de mónadas vitales del
universo
es
infinito y su “naturaleza propia” (svarâpa)
se considera totalmente
distinta
de la “materia” (prákÕti)
en la que se hallan sumidas. Se las llama
“espirituales”
(cit, citi, cétana, caitanya) y se dice que son “de la
naturaleza
de
la pura luz que brilla por sí misma” (prabh.sa).
Dentro de cada
individuo,
el púru±a, .tman
o puÑs autoluminoso
ilumina todos los
procesos
de la materia burda y sutil —es decir, los procesos de la vida y de
la
conciencia— a medida que se desarrollan en el organismo, pero esta
mónada
vital carece de forma o contenido. Está desprovista de cualidades y
peculiaridades,
pues tales especificaciones no son más que propiedades del
reino
de la materia enmascaradora. Carece de principio y de fin; es eterna
e
imperecedera;
no tiene partes ni divisiones, pues lo compuesto está sujeto a
la
destrucción. Originalmente se la consideraba del tamaño de un
átomo,
pero
luego se pensó que era infinita, que colmaba todo, sin cambio ni
actividad
allende la esfera del movimiento, “en la cima, en la cúspide”
(kâÄastha).
La mónada está desapegada y sin contacto, absolutamente
indiferente,
despreocupada y desprendida, y por lo tanto nunca está
verdaderamente
esclavizada, ni es realmente liberada, sino que es
eternamente
libre. En efecto, la liberación implicaría un estado previo de
esclavitud,
pero del hombre interior no puede decirse que esa esclavitud lo
toque.
El problema del hombre consiste, sencillamente, en que él no
comprende
su permanente y siempre presente libertad debido al estado
turbulento,
ignorante y distraído en que se encuentra la mente.
Evidentemente,
en este punto nos alejamos de la doctrina jaina con su
teoría
de la efectiva contaminación de la mónada vital (j®va)
por la materia
kármica
(a-j®va) de los
seis colores7. De acuerdo con la concepción del
S.´khya
y del Yoga, la mónada es una entidad inmaterial que —a
diferencia
del .tman del Ved.nta—
no está en beatitud ni tiene el poder de
actuar
como causa eficiente o material de nada. Es un conocimiento de la
7
Cf. supra, págs. 185-188; 201-203.
nada.
No crea, ni se expande, ni se transforma ni produce nada. No
participa
de ninguna manera, de los sentimientos, posesiones y dolores
humanos,
sino que por naturaleza está “absolutamente aislada” (kévala),
aun
cuando parezca estar enzarzada en la vida debido a su aparente
asociación
con los “atributos condicionantes y limitadores” (up.dhi),
que
son
los elementos, no de la mónada misma sino de los cuerpos materiales
burdos
y sutiles del espacio y del tiempo. Debido a estos up.dhi,
Púru±a
aparece
como el j®va, el
“viviente”, y parece estar provisto de receptividad
y
espontaneidad, de respiración y de todos los demás procesos del
organismo:
pero, en sí y por sí, “es incapaz de doblar una brizna de
hierba”.
Con
su mera presencia inactiva pero luminosa, la mónada parece ser la
instancia
activadora, y en este papel alucinador recibe el título de “Señor”
o
“Supervisor”
(sv.min, adhi±.h.’tr).
En realidad no gobierna ni ejerce
control.
Los atributos condicionantes (up.dhi)
actúan por sí mismos,
automática
y ciegamente; el centro real y gobernante, la cabeza y control de
su
proceso vital es el “órgano interno” (antaô-káraða).
Pero el púru±a, en
virtud
de su fulgor, ilumina y parece reflejarse en el proceso. Además,
esta
asociación
no ha tenido comienzo y ha existido de toda eternidad. Es
comparable
a la relación que existe entre el desligado, pero omnipotente,
sacerdote
familiar hindú y el rey: el sacerdote es servido por el rey y por
todos
los oficiales del reino, pero permanece inactivo e indiferente. Esta
asociación
también es comparable a la del juego de ajedrez (de origen
hindú)
donde el papel del púru±a
está representado por el “rey”, en tanto
que
el omnipotente “general” del “rey” (sen.’pati)
—equivalente a la
“reina”
en la versión occidental de este juego— ocupa el poderoso cargo,
subordinado
pero también dominante, del “órgano interno”. Asimismo, la
relación
se parece a la que el sol guarda con respecto a la tierra y a su
vegetación.
El sol no se altera por el hecho de que su calor invada la tierra
y
las formas vivas del planeta. El brillo propio de la desligada mónada
vital
(púru±a),
al bañar el material inconsciente del reino de la materia
inanimada
(prákÕti) y de sus
procesos, crea, por así decir, la vida y la
conciencia
del individuo: lo que parece ser la actividad del sol pertenece en
realidad
a la esfera de la materia. O bien, es como si un personaje inmóvil,
reflejado
en un espejo que se mueve, pareciera estar en movimiento.
Resumiendo:
según la filosofía del S.´khya,
la mónada vital está asociada a
una
forma especial de “compromiso aparente” (saÑyoga-vi¡e±a)
con el
individuo
vivo, como consecuencia natural de la reflexión de su brillo
propio
en la proteica materia sutil de la mente, siempre en movimiento. La
verdadera
intuición, el “conocimiento discriminador” (viveka) solo
puede
lograrse
haciendo que esta mente quede en estado de reposo. Entonces se
percibe
la mónada vital (púru±a)
sin las cualidades de la materia agitada
(prákÕti)
que la oscurecían, y en este estado se revela de pronto y
sencillamente
su naturaleza recóndita. Se la ve en reposo, tal como es en
realidad,
siempre: alejada de los procesos naturales que tienen lugar
continuamente
a su alrededor, en la sustancia mental, en los sentidos, en los
órganos
de acción y en el mundo exterior animado.
La
verdad puede alcanzarse solo si se reconoce el hecho de que, pase lo
que
pase,
nada afecta o mancilla la mónada vital. Permanece completamente
desapegada,
aun cuando parezca sustentar un proceso vital individual a
través
de la ronda de renacimientos y en la vida presente. Nuestra
concepción
normal atribuye todos los estados y transformaciones de la vida
a
la mónada vital; parecen realizarse dentro de ella, coloreándola y
cambiándola
para bien o para mal. Sin embargo, esta ilusión es mero efecto
de
la ignorancia. La mónada vital no es afectada en lo más mínimo. En
nuestro
ardiente y verdadero Yo seguimos estando, siempre, serenos.
Según
el análisis del S.´khya-Yoga,
las actividades espontáneas de la
sustancia
vital, que deben ser suprimidas para que podamos darnos cuenta
de
la verdadera naturaleza de la mónada vital, son cinco: 1. nociones
correctas,
derivadas de una percepción exacta (pram.ða);
2. nociones
erróneas,
derivadas de falsas aprehensiones (vipáryaya); 3. fantasía
(vikalpa);
4. sueño (nidr.) y 5.
memoria (smÕti)8.
Una vez que han
desaparecido
estas cinco actividades, desaparecen los deseos y todos los
demás
actos de carácter emocional.
1.
Las nociones correctas se basan en: a) percepciones correctas; b)
inferencias
correctas; c) testimonios correctos9.
a)
La percepción correcta. El principio pensante, es decir, la
mente, asume
las
formas de sus percepciones por medio del funcionamiento de los
sentidos.
Puede compararse a un fuego que está siempre ardiendo, cuyas
llamas
se concentran en lenguas puntiagudas que por sus extremos tocan
los
objetos. El extremo puntiagudo del principio pensante, al dar con los
objetos
a través de los sentidos, asume sus formas. Debido a ello el proceso
8
Patáñjali, Yoga-sâtra,
1. 6.
9
Ib., 1. 7.
de
la percepción significa una perpetua autotransformación. La
sustancia
mental
se compara, en consecuencia, al cobre derretido, que al ser vertido
en
el catín toma precisamente la forma de éste. La sustancia de la
mente
cobra
espontáneamente la forma y la contextura de su experiencia
inmediata.
Por
efecto de este proceso se produce un reflejo quebrado, continuamente
cambiante,
de la luz de la mónada vital en la función pensante, siempre
activa,
lo cual produce la ilusión de que la mónada vital es la que sufre
todas
las transformaciones. Parece ir adoptando no solo la forma de
nuestras
diferentes percepciones, sino también las emociones y otras
reacciones
que experimentamos con relación a ellas. De aquí que
imaginemos
que somos nosotros quienes incesantemente seguimos y
respondemos
a todas las afecciones de la flexible punta de la mente:
placeres
y dolores, sufrimientos sin fin, cambios de toda clase. De acuerdo
con
su natural propensión, la mente prosigue transformándose a través
de
todas
las experiencias y respuestas emotivas concomitantes de una vida en
el
mundo llena de avidez, de dificultades o de alegrías, y de este modo
llega
a
creerse que esta perturbación es la biografía de la mónada vital.
Nuestra
innata
serenidad está siempre ensombrecida, teñida y coloreada por las
variables
formas y matices del impresionable principio pensante. Sin
embargo,
las percepciones pertenecen al plano de la materia. Cuando dos
percepciones
materiales no se contradicen entre sí, se considera que son
verdaderas
o correctas. Sin embargo, aun las percepciones “verdaderas”o
“correctas”
son esencialmente falsas y deben ser suprimidas, pues tanto
ellas
como las “erróneas” producen la concepción de una “dentidad
de
forma”
(s.râpya)
entre la conciencia como sustancia mental y la mónada
vital.
b)
La inferencia correcta. La inferencia es la función del
principio pensante
o
actividad mental que se ocupa en atribuir a los objetos las
características
que
parecen corresponderles. La inferencia correcta es la inferencia que
puede
ser apoyada por la percepción correcta.
c)
El testimonio correcto. Deriva de las sagradas escrituras y
autoridades
tradicionales.
Se basa en la correcta comprensión de una palabra o de un
texto
y corrobora la percepción correcta y la inferencia.
2.
Las nociones erróneas, debidas a conceptos falsos, surgen a
consecuencia
de algún defecto del objeto o del órgano de la percepción.
3.
La fantasía se ocupa en ideas puramente imaginarias, que carecen de
la
garantía
de la percepción; por ejemplo: los monstruos mitológicos o la idea
de
que la mónada vital misma está dotada de los rasgos del principio
pensante
y que, por lo tanto, experimenta lo que tiene lugar en la sustancia
mental.
La diferencia entre una fantasía y un concepto erróneo consiste en
que
la primera no se corrige mediante una cuidadosa observación del
objeto.
4.
En el sueño, la actividad espontánea de la sustancia mental
continúa,
como
lo prueba la experiencia del placer que normalmente deriva del sueño
y
que da lugar a expresiones como “he dormido profunda y
deliciosamente”.
El Yoga trata de suprimir el sueño, así como las
actividades
de la mente despierta.
5.
La memoria es una actividad de la sustancia mental ocasionada por un
residuo
o “impresión latente” (saÑsk.ra)
de alguna experiencia previa
sufrida
en la vida.presente o en una vida anterior. Estas impresiones tienden
a
activarse. Se manifiestan como propensiones a la acción, es decir,
como
tendencias
a comportarse según normas establecidas por reacciones que
han
ocurrido antes10.
En
los Yoga-sâtra de
Patáñjali encontramos la siguiente frase: En caso de
recibirse
invitaciones de quienes ocupan altas posiciones ellas no deben
ser
causa de apego o de orgullo, porque de lo contrario producirán
consecuencias
indeseables11
10
Esta reseña de las actividades espontáneas de la mente se basa en
Vijñ.nabhiksu, Yogas.rasá
´graha.
Vijñ.nabhiksu vivió en la
segunda mitad del siglo XVI de nuestra era. Además de escribir su
Yogas.ra-sá´graha
(“Sumario de la esencia del Yoga”) y un comentario
sobre los Yoga-sâtra,
llamado
Yoga-v.’rttika,
condensó la doctrina del S.´khya
en su S.´khyas.ra
y compuso una interpretación de los
S.´khya-
sâtra, siguiendo la
línea del Ved.nta y
del brahamanismo popular, en su S.´khyapravácanabh
.sya,
Según la concepción de Vijñ.nabhiksu,
todos los sistemas ortodoxos de la filosofía india (dos de
los
cuales son el S.´khya
y el Yoga) contienen la verdad suprema, aunque conducen a
ella partiendo de
puntos
diferentes, en apariencia antagónicos.
11
Yoga-sâtra 3. 51.
“Quienes
ocupan altas posiciones” son los dioses. Según la concepción del
Yoga,
no son omnipotentes sino, en realidad, inferiores al yogin
perfecto.
Son
meramente seres muy favorecidos, pero enzarzados en placeres: en los
placeres
de sus circunstancias celestes, superlativamente favorables. El
curioso
aforismo de Patáñjali significa que el que practica seriamente el
Yoga
no debe permitir que la tentación de alcanzar los cielos lo
distraiga de
sus
esfuerzos por trascender las seducciones de todos los mundos
de forma.
En
el comentario a este pasaje se dice que hay cuatro grados. de
realización
del
Yoga, a los que corresponden cuatro tipos de yogin:
1.
Está el “observante de las prácticas”, para quien la luz apenas
comienza
a
asomar.
2.
Está el practicante con “intuición portadora de verdad”.
3.
Está el que ha sometido los órganos y los elementos y, en
consecuencia,
tiene
los medios para conservar sus conquistas (por ejemplo, las
intuiciones
de
los diversos estados suprarreflexivos). Es decir: posee medios
correspondientes
a lo cultivado y a lo que está por cultivarse. Posee los
medios
para seguir avanzando hasta la perfección.
4.
Está el que ha pasado más allá de lo que puede cultivarse, y cuyo
único
propósito
es ahora el de reabsorber la mente en su causa primera.
Quienes
ocupan altas posiciones observan la pureza de la armoniosa
conciencia
del brahmán que ha experimentado el segundo estado, llamado
“de
la miel”, y tratan de tentarlo con sus altas posiciones,
diciéndole:
“Señor,
¿queréis tomar asiento aquí? ¿Queréis descansar aquí? Este
placer
puede ser atractivo. Esta doncella celestial puede resultar
atractiva.
Este
elixir aleja la vejez y la muerte. Este carro anda por el aire. Más
allá
están
los Árboles del Deseo, que conceden el fruto de todo lo que se les
pide;
y el Río del Cielo, que confiere bienaventuranza. Estos personajes
son
sabios perfectos. Estas ninfas son incomparables, y no son mojigatas.
Los
ojos y los oídos aquí se tornan sublimes; el cuerpo se hace
diamantino.
Gracias
a vuestras propias virtudes, Venerable Señor, habéis ganado todas
estas
cosas. ¡Entrad, pues, en este lugar, que no decae, no envejece, no
muere,
y es caro a los dioses!”
Continúa
el comentarista: Cuando el yogin escucha estas palabras,
debe
reflexionar
sobre los efectos del placer: “Quemándome en los horribles
carbones
de la ronda de renacimientos y retorciéndome en la oscuridad del
nacimiento
y la muerte, acabo de encontrar la lámpara del Yoga, que pone
fin
a las tinieblas de los obstáculos, los ‘deterioros’ (kle¢a).
Los deleites de
las
cosas sensuales nacidos de la concupiscencia son los enemigos de esta
lámpara.
¿Cómo entonces yo, que he visto esta lámpara, me dejaría
descarriar
por estos fenómenos sensibles -mero espejismo- y hacer de mí
combustible
para el mismo fuego de la ronda de renacimientos, cuando
vuelva
a encenderse? ¡Adiós, cosas sensuales, engañosas como sueños,
deseables
solo ara los viles!”
El
comentario continúa: Una vez que ha adoptado esta firme
resolución, el
yogin
debe cultivar la concentración. Abandonando todo apego por las
cosas
sensibles, no debe sentirse orgulloso ni siquiera pensando que hasta
los
dioses lo desean con instancia. Si alguien, en su orgullo, se siente
seguro,
dejará de sentir que la Muerte lo tiene tomado por los cabellos. [Es
decir,
será víctima de una inflación celeste.] Y entonces el Descuido
-que
siempre
acecha puntos débiles y errores y debe ser cuidadosamente
vigilado-
encontrará una brecha y creará los obstáculos (kle¢a).
Como
resultado,
volverán a presentarse las consecuencias indeseables.
Pero,
por otra parte, el que no se interesa ni siente la presión del
orgullo,
conseguirá
cumplir con seguridad el propósito que ha cultivado en su
fuero
íntimo, y en seguida se encontrará cara a cara con la meta aún más
alta
que todavía le queda por alcanzar12.
En
el último sâtra del
libro III se dice de esta meta absoluta: Cuando la
pureza
de la contemplación (sattva) iguala la pureza de la mónada
vital
(púru±a),
hay aislamiento (kaivalya)13.
Y
el comentario correspondiente afirma: Cuando el “poder
contemplativo”
(sattva)
de la sustancia pensante queda libre de la contaminación
producida
por el “poder activo” (rajas) y la “fuerza de la
inercia” (tamas),
y
su única tarea consiste en trascender la idea, que se le ha
presentado, de
12
Yoga-sâtra 3. 51.
Comentario. (Basado en la traducción de James Houghton Woods, The
Yoga-
System
of Patañjali, Harvard Oriental Series, vol. XVII. Cambridge,
Mass., 1927, págs. 285-286.)
13
Yoga-sâtra 3. 55.
la
diferencia entre sí mismo (sattva) y la mónada vital
(púrusa)14, y cuando
todas
las simientes internas de los obstáculos (kle¢a)
han sido quemadas,
entonces
el “poder contemplativo” (sattva) entra en un estado de
pureza
igual
al de la mónada vital.
Esta
pureza no es otra cosa que el estado en que ya no se atribuye
falsamente
la experiencia a la mónada vital15. En esto consiste el
“aislamiento”
de la mónada vital. Entonces el púru±a,
teniendo su propia
luz
interior, queda incontaminado y aislado16.
3.
LOS OBSTÁCULOS
Kle¡a,
palabra de uso cotidiano en el habla de la India, deriva de la
raíz kli¡
“estar
atormentado o afligido, sufrir, sentir dolor o pena”. El participio
kli¡ta
se usa como adjetivo y significa “afligido; el que sufre dolor
o pena;
marchito,
fatigado, dañado, herido; gastado, en malas condiciones,
estropeado,
deteriorado, desordenado, oscurecido o debilitado”. Una
guirnalda,
cuando sus flores se han marchitado, está kli¡ta;
cuando un velo
de
nubes oscurece la luna, su brillo está kli¡ta;
un vestido gastado o
arruinado
por las manchas está kli¡ta;
y un ser humano, cuando el innato
esplendor
de su naturaleza ha sido sojuzgado por los fatigosos negocios y
las
pesadas obligaciones, está kli¡ta.
En el sentido que le dan los Yogas
âtra,
kle¡a significa todo
aquello que, adherido a la naturaleza del hombre,
restringe
o impide la manifestación de su verdadera esencia. El Yoga de
Patáñjali
es una técnica para librarse de estos impedimentos y, de este
modo,
reconstituir la perfección inherente a la persona esencial.
¿Cuáles
son estos impedimentos?
La
respuesta a esta pregunta confunde a la mentalidad occidental, pues
revela
el abismo que existe entre nuestra concepción usual de los valores
14
Sattva, rajas y tamas, que constituyen los tres guna o
“cualidades de la materia” (cf. supra, pág.
187,
e infra, págs. 236-238). Como la sustancia pensante es material,
está compuesta de los guna. La meta
del
Yoga es purgarla de rajas y de tamas, de modo
que solo quede sattva, que es claro y sin agitación y
por
lo tanto refleja sin distorsión al púru±a.
Cuando el púru±a es
reflejado de este modo, solo falta un acto
para
obtener la liberación: el reconocimiento de que el reflejo no es
púru±a.
15
Es decir, se conoce que el reflejo del púru±a
en la esfera de la materia no es el púru±a
mismo. Este
conocimiento
es comparable al hecho de reconocer que uno se ha estado
identificando con la propia
imagen
reflejada en un espejo. Así nos liberamos de ser absorbidos en el
contexto del espejo.
16
Yoga-sâtra 3. 55,
Comentarios. Woods, op. cit., pág. 295.
inherentes
a la personalidad humana y la concepción india. Hay cinco
impedimentos.
1.
Avidy.: ignorancia,
nesciencia, falta de mejor conocimiento; falta de
conciencia
de la verdad que trasciende las percepciones de la mente y de
los
sentidos en su funcionamiento normal. Como consecuencia de este
impedimento,
somos esclavizados por los prejuicios y hábitos de la
conciencia
ingenua. La avidy. es la
raíz de todo aquello que llamamos
nuestro
pensar consciente.
2.
Ásmit. (asmi = “yo
soy”): la sensación, la noción burda, de que: “yo soy
yo;
cogito ergo sum; este yo evidente, base de mi experiencia, es
la esencia
y
fundamento real de mi ser”.
3.
R.ga: apego,
simpatía, interés; afecto de toda clase.
4.
Dve±a: sentimiento
contrario a r.ga;
aversión, disgusto, desagrado,
repugnancia,
odio.
R.ga
y dve±a, simpatía
y antipatía, constituyen la base de todos los pares
de
opuestos (dvandva) en la esfera de las emociones, reacciones y
opiniones
humanas. Sin cesar desgarran el alma en uno u otro sentido,
perturbando
su equilibrio y agitando su superficie, comparable a la de un
lago
o un espejo, que de este modo no puede reflejar sin distorsión la
perfecta
imagen del púru±a.
5.
Abhinive±a: el
acto de adherirse a la vida como si fuera un proceso que
proseguirá
indefinidamente; es decir, la voluntad de vivir.
Estos
cinco obstáculos o impedimentos deben considerarse como otras
tantas
perversiones que agitan la conciencia y ocultan el estado esencial de
serenidad
de nuestra verdadera naturaleza. Surgen involuntaria y
continuamente,
afluyendo sin interrupción desde la oculta fuente de nuestra
existencia
fenoménica. Dan fuerza a la sustancia del yo e incesantemente
construyen
su ilusoria estructura.
La
fuente de toda esta confusión es el juego natural de los guða,
los tres
“elementos,
poderes o cualidades” de la prákÕti
que mencionamos al
estudiar
las le¡y.
de los jaina17 y que son: sattva, rajas y tamas.
1.
Sattva es un sustantivo formado sobre el participio sat (o
sant), que
deriva
de as- el verbo “ser”18. Sat significa “ser; como
debe ser; bueno,
bien,
perfecto” y en consecuencia sattva significa “el estado
ideal de ser; la
bondad,
la perfección, la pureza cristalina, la claridad inmaculada, y la
completa
quietud”. La cualidad de sattva predomina en los dioses y en
los
seres
celestes, en las personas desinteresadas y en los hombres dedicados a
fines
puramente espirituales. Éste es el guða
que facilita la iluminación. Por
lo
tanto, el primer objetivo del Yoga enseñado por los
Yoga-sâtra de
Patáñjali
es aumentar la existencia de sattva para purgar gradualmente
la
naturaleza
humana del rajas y el tamas.
2.
El sustantivo rajas significa, literalmente, “impureza”;
con referencia a
la
fisiología de la mujer, significa “menstruación”; y, en una
acepción más
general,
“polvo”. La palabra se relaciona con rañj-, rakta,
“rojez, color” y
con
r.ga, “pasión”.
El polvo aludido es el que el viento levanta
continuamente
en una tierra donde no llueve por lo menos diez meses por
año;
porque en la India, salvo en la estación de las lluvias, lo único
que
apaga
la sed del suelo es el rocío nocturno. Del suelo reseco suben a cada
instante
partículas que se arremolinan en el aire, empañando la serenidad
del
cielo y cubriéndolo todo. Por el contrario, en el período de las
lluvias
todo
este polvo se asienta, y durante el otoño, la hermosa estación que
sigue
a las lluvias, cuando el sol ha puesto en fuga a las pesadas nubes,
el
cielo
está claro e inmaculado19. Por esta razón la palabra sánscrita que
significa
“otoñal”: ¡.’rada
(derivada del sustantivo ¡.rad
= “otoño”)
significa
también “fresco, joven, nuevo, reciente”, y vi-¡.’rada
(“caracterizado
por plenitud o abundancia de ¡.’rada”)
significa “listo,
hábil,
capaz, versado o instruido en algo, docto, sabio”. Es decir: el
intelecto
del sabio se caracteriza por la gran visibilidad del firmamento
17
Supra, págs. 186-188.
18
Comparese con las palabras españolas “presente”,
“ausente” (sant), y también “esencia”
“esencial”
(as-).
19
El otoño hindú, en este sentido, es comparable al veranillo de San
Martín (o de San Juan).
otoñal,
que es transparente, inmaculado y completamente claro, en tanto
que
el intelecto del necio está lleno de rajas, el rojizo polvo
de la pasión.
El
rajas empaña el aspecto de todas las cosas, oscureciendo la
vista no solo
del
universo sino también la de uno mismo. Así, produce oscuridad
intelectual
y moral. Entre los seres mitológicos, el rajas predomina en
los
titanes,
los antidioses o demonios que representan la voluntad de poderío en
toda
su fuerza, temerarios en su persecución de la supremacía y el
esplendor,
hinchados de ambición, vanidad y jactancioso egoísmo. El rajas
es
evidente por todas partes entre los hombres, como fuerza motriz de
nuestra
lucha por la existencia. Es lo que inspira nuestros deseos, agrados,
desagrados
y competencias, y la voluntad de gozar del mundo. Obliga a
hombres
y bestias a luchar por los bienes de la vida sin preocuparse por las
necesidades
y sufrimientos de los demás.
3.
Tamas (cf. la voz latina tene-brae, de donde procede
nuestra voz
“tinieblas”);
literalmente: “oscuridad, negro, azul negro”; espiritualmente:
“ceguera”;connota
la inconsciencia que predomina en los reinos animal,
vegetal
y mineral. Al tamas se debe toda falta de sensibilidad, toda
frialdad,
crueldad
e inercia. Es causa de melancolía, ignorancia, error e ilusión. Lo
obtuso
de la materia aparentemente inanimada, la muda e implacable lucha
de
las plantas por conseguir suelo, humedad y aire, la insensible
codicia de
los
animales en su búsqueda de alimentos y su despiadada costumbre de
devorar
sus presas constituyen algunas de las manifestaciones primordiales
de
este principio universal. El tamas se manifiesta en el plano
humano por
la
insensible estupidez de quienes están más centrados en su yo, más
autosatisfechos:
los que consienten a cualquier cosa que ocurra siempre que
su
sueño, su seguridad y sus intereses personales no sean molestados.
Es el
poder
que mantiene unido el andamiaje del universo, la estructura de toda
sociedad
y el carácter del individuo, equilibrando el peligro de la explosión
que
acecha al incesante dinamismo del principio de rajas.
El
primero de los cinco impedimentos, la avidy.,
la falta de conocimiento
verdadero,
es el principal sostén de este juego e interacción inacabables de
los
tres guða. La
avidy. permite que el
ciego impulso de la vida siga su
curso,
atraído y torturado al mismo tiempo por sus propios principios. Los
otros
cuatro impedimentos (ásmít.,
la burda noción de que “yo soy yo”;
r.ga,
el apego; dve±a,
la repugnancia; y abhinive±a,
la voluntad de vivir)
no
son más que otras tantas transformaciones o inflexiones de esta
causa
primordial,
la persistente ilusión de que, en alguna forma, los valores
transitorios
y perecederos de la existencia terrestre y celeste pueden llegar a
convertirse
en una fuente de pura y permanente felicidad. La avidy.
es la
desgracia
común a todos los seres vivos. En los hombres, turba con su
hechizo
la facultad de razonar, provocando falsas predicciones y
deducciones
erróneas. A pesar de que los bienes de la vida son
intrínsecamente
impuros y necesariamente causan sufrimiento, pues
carecen
de sustancia, seguimos considerándolos y discutiéndolos como si
fueran
absolutamente reales. La gente cree que la tierra es eterna, que el
firmamento
con las estrellas y la luna es imperecedero, que los dioses que
viven
en moradas celestiales son inmortales, cuando nada de esto es
verdadero.
En realidad, la verdad es precisamente lo contrario de estas
creencias
populares.
Hay
que observar que, mientras para la concepción esencialmente
materialista
de los jaina, lo opuesto primario y universal del j®va
era el
aj®va20
en este caso, en el que el problema de la liberación se
considera
desde
un punto de vista psicológico, el principio crucial que debe
combatirse
es avidy.. La
fuerza que da motivaciones a la existencia
procede
de una constante tendencia del erróneo pensamiento afectivo, el
cual
produce una vigorosa multiplicidad de creencias falsas que sostienen
la
vida.
Todo ente fenoménico, queriendo proseguir indefinidamente, trata de
no
pensar en su propio carácter transitorio y se resiste a observar los
múltiples
síntomas, que lo rodean y que muestran que todas las cosas están
sujetas
a la muerte. Por lo tanto, los Yoga-sâtra
dirigen la atención hacia la
inestabilidad
de las cosas en las que se basa la vida: el universo; los cuerpos
celestes
que con sus rotaciones miden y marcan el paso del tiempo; y hasta
los
mismos seres divinos, “los que ocupan altas, posiciones”, que son
los
que
dirigen la ronda. El hecho innegable, de que, por naturaleza,
inclusive
estas
grandes y aparentemente duraderas presencias tienen que perecer,
garantiza
el carácter transitorio, pasajero y engañoso de todo el resto.
Los
cinco impedimentos juntos distorsionan todos los objetos, de la
percepción
provocando así nuevos equívocos a cada momento. Pero el
yogin,
a lo largo de su preparación, los ataca sistemáticamente y de
raíz. Y,
en
efecto, se disipan, desaparecienco poco a poco, a medida que el yogin
va
venciendo
en sí esa ignorancia (avidv.)
de la cual todos ellos derivan. Se
tornan
cada vez menos eficaces. y finalmente desaparecen. En efecto, cada
vez
que el yogin entra en el estado de absorción introvertida,
los equívocos
20
Cf. supra, pág. 219.
caen
en un momentáneo sopor y, en estos momentos en que no actúan, su
mente
cobra conciencia de nuevos conocimientos, mientras que en los
estados
de conciencia que generalmente se consideran “normales”, que son
la
única fuente de nuestra experiencia, los cinco impedimentos
esclavizan
el
conocimiento, manteniendo a la totalidad del universo bajo un
tiránico
hechizo
de impotente fascinación.
Desde
el punto de vista occidental, toda la categoría de los
“impedimentos”
(k1e¡a)
podría resumirse en el término “personalidad”. Los
impedimentos
son
el manojo de fuerzas vitales que constituyen el individuo y que lo
ligan
al
mundo circundante. Los impedimentos son: nuestra adhesión al yo,
nuestra
concepción usual y concreta de lo que es el yo, nuestra espontánea
entrega
a los gustos y antipatías que diariamente guían nuestra conducta y
que,
más o menos inconscientemente, son los elementos más apreciados de
nuestra
naturaleza. A través de todos ellos se encuentra el primitivo anhelo
de
los seres vivos —común a hombres y gusanos—, el abhinive¡a:
la
tendencia
que nos obliga a seguir existiendo. Desde lo hondo de la
naturaleza
de cada ser fenoménico asciende el grito universal: “¡Que yo no
mueral!
¡Que yo pueda seguir creciendo!”21. Cara a cara con la muerte,
éste
es
el último deseo, “aun en los sabios”. Y, según la teoría india
de los
renacimientos,
esta voluntad de vivir tiene fuerza suficiente para transportar
al
individuo más allá del abismo de la muerte y hacerlo renacer en una
nueva
encarnación, obligándolo a conseguirse un nuevo cuerpo, otra
máscara,
otro atavío, con los cuales seguir viviendo. Además, este anhelo
surge
espontáneamente y de suyo; no es efecto del pensar; pues ¿por qué
una
criatura recién nacida y sin experiencia de la muerte habría de
retroceder
ante ella?22
Este
grito y anhelo elementales que muestran la tendencia a expandirse y
aun
a multiplicarse en nuevas formas con el fin de burlar la inevitable
condena
de la muerte individual ha sido claramente expresado en la
descripción
historiada de uno de los grandes mitos hindúes del período
brahmánico
(ca. 900-600 a. C.), en el cual se cuenta la historia del
primer
impulso
de Praj.'pati, el “Señor de
las Criaturas”, por medio del cual creó
el
mundo. Este antiguo dios creador no era un abstracto espíritu
divino,
como
el que aparece en los primeros capítulos del Antiguo Testamento, el
cual
flotando en el puro vacío, alejado del confuso tumulto producido por
21
Yoga-sâtr.
2. 9, Comentario. Woods, op. cit., pág. 117.
22
Cf. ib., pág. 118.
el
oscuro mundo de la materia, creó el universo con la pura magia de
las
órdenes
dictadas con su santa voz, dando origen a todas las cosas con solo
pronunciar
sus nombres, Praj.'pati era más
bien la personificación de la
materia,
que todo lo contiene, y de la fuerza vital misma, que anhela
desarrollarse
en prolíficos mundos. El mito nos dice que Praj.'pati
fue
obligado
a crear por dos impulsos. Por una parte, sintiéndose solo,
desamparado
y temeroso, creó el mundo para rodearse de compañía; pero,
por
otra parte, también sentía el deseo de dejar derramar su sustancia,
por
lo
cual se dijo a sí mismo: “¡Queyo me multiplique y produzca
criaturas23!”
Esta
doble actitud de desamparo y de deseo, en la cual el personaje se
encuentra
abandonado en la Nada total y al mismo tiempo surge para
manifestar
la fuerza vital creadora que posee interiormente, representa en
forma
mítica el sentido del grito primario y universal. El dios creador
hindú
personifica
la doble tendencia ínsita en todos los seres vivos por doquier. El
temor
que nos produce la idea de la muerte y, al mismo tiempo, el valeroso
impulso
a crecer y a multiplicarnos indefinidamente hasta convertirnos en
un
universo completo por medio de nuestra progenie, son los dos aspectos
complementarios
del único impulso fundamental a seguir siempre adelante.
Los
cinco kle¡a
comprenden, por lo tanto, esa herencia de tendencias que
ahora
y siempre hace prosperar a las criaturas. Estos “impedimentos”
son
las
propensiones involuntarias e inconscientes que actúan en el interior
de
toda
criatura viva y la arrastran a través de la vida. Además, según la
concepción
india, estas tendencias han sido heredadas de existencias
anteriores;
son las fuerzas que han producido nuestro actual nacimiento. De
aquí
que la primera tarea de la filosofía del yoga sea
destruirlas,
arrancándolas
de cuajo.
Para
ello es necesario que se disuelva decididamente no solo la
personalidad
humana consciente sino también el inconsciente impulso
animal
que sostiene la personalidad: la ciega fuerza vital que está
presente
“tanto
en el gusano como en el sabio” y que ávidamente se adhiere a la
existencia.
En efecto: solo rompiendo estas dos esferas de resistencia
natural
(la resistencia moral y la resistencia biológica) el yogin puede
experimentar,
como núcleo de su ser, ese púru¡a
que se mantiene apartado
de
los gritos de la vida y del constante fluir del cambio. Solo como
resultado
del más severo y completo proceso de desapego e introversión se
23
äatapatha-Br.’hmana
2.2.1; 6.1. 1-9, 11.5.8.1. Compárese BÕhad.ráðyaka-Upánisad
1.2, 1-7 y
1.4,
1-5.
puede
alcanzar este sereno sustrato, liberarlo y hacerlo conocer a la
conciencia.
Con tal fin existen tres líneas o caminos de disciplina en el
yoga:
1) el ascetismo; 2) el “aprendizaje de la enseñanza sagrada”; y
3) la
completa
entrega a la voluntad y a la gracia de Dios.
1)
El ascetismo es un ejercicio preliminar para purgar las impurezas que
manchan
nuestra naturaleza intrínseca. Estas impurezas empañan toda
expresión
y experiencia, impregnando todo con las huellas de actos
anteriormente
realizados por el cuerpo o la mente. Las huellas
oscurecedoras
son como cicatrices: han sido marcadas por la pasión (rajas)
y
por la inercia espiritual (tamas), las dos fuerzas de la parte
animal de
nuestra
naturaleza. Los ejercicios ascéticos nos curan de tales heridas. Las
prácticas
ascéticas disipan estos impedimentos como el viento disipa las
nubes
que ocultan el cielo. Entonces la cristalina limpieza del firmamento
interior
del alma —la calma especular del profundo mar interior, que ni
emociones
ni sentimientos agitan o alteran— ilumina la conciencia. En esto
consiste
la iluminación liberadora y transhumana, meta de todas las crueles
prácticas
del yoga, que serían inexplicables sin ella.
2)
“Aprender la enseñanza sagrada” significa ante todo aprender los
textos
religiosos
de memoria y conservarlos en ella mediante la metódica
recitación
de plegarias, sentencias, fórmulas y las diferentes sílabas
simbólicas
de la tradición religiosa. Esta práctica imbuye a la mente de la
esencia
de la enseñanza y así consigue apartarla de las cosas mundanas,
impregnándola
con la piadosa atmósfera del desapego religioso.
3)
La completa entrega a la voluntad y a la gracia de Dios ocurre cuando
toda
la personalidad adopta una actitud de devoción hacia las tareas y
sucesos
de la vida diaria. Cada acto de nuestra rutina cotidiana debe ser
realizado
con desinterés y desapego, sin preocuparnos por los efectos que
pueda
tener sobre nuestro yo, o por la relación que pueda guardar con él.
Debe
ser realizado como un servicio que prestamos a Dios, dictado, por así
decir,
por la voluntad de Dios, ejecutado por amor de Dios y realizado por
la
propia energía de Dios, que es la energía vital del devoto.
Considerando
los
deberes desde este punto de vista, gradualmente conseguimos eliminar
el
egoísmo tanto de nuestras acciones como de sus resultados. Cada
tarea se
convierte
en aspecto de un rito sagrado, ceremoniosamente cumplido con
finalidad
propia, sin tener en cuenta el beneficio que pueda sacar el
individuo.
Este tipo de “devoción” (bhakti) preliminar se enseña en
la
Bhágavad-Git.
y en muchos de los textos clásicos posteriores del
hinduismo.
Es un ejercicio o técnica práctica de desarrollo espiritual basado
en
la idea de que toda obra se realiza a través de Dios, y en
ofrecérsela a Él,
junto
con sus resultados, como una oblación.
Los
Yoga-Sâtra enseñan
que al final de una vida vivida en perfecto acuerdo
con
estos principios podemos alcanzar un estado en el cual los cinco
impedimentos
—es decir, toda la personalidad humana junto con los
estratos
animales e inconscientes que son su fundamento y su fuente
inextinguible—
quedan reducidos prácticamente a nada. Podemos “quemar
las
simientes” de futuras existencias individuales ignorantes “en el
fuego
del
ascetismo”. Estas simientes se han acumulado debido a las acciones
voluntarias
e involuntarias realizadas en esta existencia y en otras
anteriores.
Si no se las aniquila, echarán nuevos vástagos que producirán
otros
enredos, cuyo fruto será todavía otro destino de ilusorias
actividades y
recompensas.
Sin embargo, aunque el ser humano tiene un impedimento
congénito,
tanto en su mente como en su carácter, puede adquirir mediante
el
yoga un entendimiento sublime y refinado que le abra el camino
de la
liberación
y la iluminación. Limpio del polvo pasional que normalmente
ofusca
la atmósfera interior y de las pesadas tinieblas que rodean y
oscurecen
toda existencia fenoménica, el material de la naturaleza y su
innata
fuerza vital (prákÕti)
se transforma enteramente en sattva: calmo,
transparente,
como un espejo sin mácula, como un lago sin una onda,
luminoso
en su quietud cristalina. Habiéndose quitado los impedimentos
(kle¡a),
que normalmente quiebran y ennegrecen la visión, la iluminación
se
manifiesta de modo automático a la mente y la conciencía, viva se
da
cuenta
de que es idéntica a la luz.
Así
la “dieta reductora” del yogin va matando de hambre
sistemáticamente
la
personalidad. No da cuartel al ingenuo culto del yo que generalmente
se
considera
como el saludable egoísmo de las criaturas, la fuerza que permite
a
hombres, animales y plantas sobrevivir y salir airosos en la lucha
por la
existencia.
Es una “dieta reductora” que extirpa hasta las tendencias
fundamentales,
inconscientes, vegetativas y animales, de nuestro carácter
biológico.
El beneficio que se obtiene cuando todo este rajas y tamas
ha
sido
destruido y solo queda sattva —aislado, puro y capacitado
para reflejar
la
verdadera naturaleza de nuestro ser auténtico— es la visión de un
núcleo
(púru¡a)
desligado del reino de los guða
y distinto de todo lo que antes
parecía
constituir la personalidad: un sublime habitante y espectador que
trasciende
los planos del anterior sistema consciente-inconsciente,
olímpicamente
despreocupado de las tendencias que antes sustentaban la
biografía
individual24. Este anónimo “ser diamantino” no tiene nada que
ver
con lo que apreciábamos como carácter nuestro y cultivábamos como
nuestras
facultades, inclinaciones, virtudes e ideales, pues trasciende todo
horizonte
de conciencia que no haya sido totalmente clarificado. Estaba
envuelto
en las cubiertas del cuerpo y de la personalidad; pero los guða
oscuros,
turbios y espesos no podían revelar su imagen. Solo la translúcida
esencia
del sattva clarificado le permite hacerse visible, como a
través de
un
cristal o en las quietas aguas de un estanque. Tan pronto como es
reconocido,
su manifestación nos hace saber en seguida que ésta es nuestra
verdadera
identidad. Recordamos y saludamos a la mónada vital, aunque es
distinta
de todo lo que existe en este compuesto fenoménico de cuerpo y
psique,
que, bajo la ilusión provocada por nuestra usual ignorancia y
conciencia
indiscriminadora (avidy.),
habíamos confundido torpemente
con
la esencia real y duradera de nuestro ser.
El
“conocimiento discriminador” (viveka) es el enemigo de la
avidy. y por
lo
tanto constituye el principal instrumento para desembarazarnos de la
fuerza
de los guða. Corta
a través del tamas y el rajas como un cuchillo,
abriendo
el camino hacia el acto por el cual tomamos conciencia de que el
núcleo
de nuestra identidad está separado por un gran abismo de los
continuos
altibajos de tendencias que atraen la atención del individuo
corriente
y que siempre se considera que pertenecen, de una u otra manera,
al
Yo. El “conocimiento discriminador” (viveka) discierne un
estado
permanente
de supremo “aislamiento” (kaivalya) con respecto a los
procesos
vitales, y logra alcanzarlo. Este estado es la contraparte terrestre
del
de la mónada trascendente, que se revela a la conciencia interna del
yogin
absolutamente aquietado, en virtud de su claro reflejo en el
lúcido,
impecable
espejo sáttvico de su mente. Este punto que brilla con luz propia
y
que permanece fijo en medio del remolino de transitorios
sentimientos,
emociones,
engaños y espejismos que se van sumando —el núcleo más
íntimo
y fundamental de la naturaleza, la cristalina chispa del ser— queda
brillantemente
revelado y es inmediatamente conocido como base y cima
de
la existencia. Además, una vez firmemente establecidos en este
punto,
nunca
lo abandonaremos, porque está por encima del torbellino de nuestros
cambios
internos y externos y más allá de todo acontecer. Desde allí puede
24
Cf. supra, pág. 234-236, y notas de pie de página 16 y 17.
observarse
el proceso vital que se desarrolla en el cuerpo y en el alma,
como
desde la cumbre de una alta montaña que brilla al sol por encima de
una
oscura tormenta pueden observarse las nubes que se desplazan por un
valle.
4.
INTEGRIDAD E INTEGRACIÓN
El
estado de supremo aislamiento que es intrínseco a la mónada vital
(púru±a)
—alejada de todos los procesos de la materia (prákÕti)
que
perpetúan
el yo y son la vida misma del cuerpo y del alma se llama
kaivalya,
término de doble sentido. Kaivalya es el estado de
alguien que es
kévala,
adjetivo que significa “peculiar, exclusivo, aislado, solo;
puro,
simple,
sin mezcla ni compañía de ninguna especie; desnudo, no recubierto
(como
un piso)”; y al mismo tiempo significa “completo, entero,
absoluto,
perfecto”
(kévala-jñ.na, por
ejemplo, significa “conocimiento absoluto”).
En
consecuencia, kaivalya es el “perfecto aislamiento, la
emancipación
final,
la exclusividad y el desapego”, y, también, “perfección,
omnisciencia
y
bienaventuranza”. La palabra kévalin, además, se usa
específicamente
para
señalar al santo jaina o Tírthá´kara.
Limpio de la materia kármica, y
por
lo tanto liberado de la esclavitud, este ser perfecto asciende
completamente
solo hasta la cumbre del universo. Sin embargo, aunque
aislado,
penetra todas las cosas y es omnisciente, pues, desde que su
esencia
ha sido descargada de los rasgos que la calificaban e
individualizaban,
es absolutamente ilimitada. Refiriéndose al Tírthá´kara
y
a
su condición, la palabra kévalin expresa los dos sentidos de
“aislado,
exclusivo,
solo” y “completo, entero, absoluto”, pues ambas ideas
pertenecen
a la esfera de la bienaventuranza que se alcanza con la
perfección.
Como
hemos visto, el sistema Sá´khya-Yoga
posee muchos rasgos en
común
con la antigua filosofía prearia conservada en las creencias de los
jaina.
En ambas religiones los dioses son reducidos a la categoría de
superhombres
celestes; gozan de sus prerrogativas y de sus altas posiciones
solo
por un tiempo, y luego renacen entre las criaturas de los reinos
inferiores.
Además, en ambos sistemas la materia (prákÕti,
compuesta de
los
guða según el
S.´khya-Yoga, compuesta
de karman de seis colores
según
los jaina25), es un principio absolutamente indisoluble, de manera
25
Cf supra, págs. 186-188.
que
el mundo, junto con sus criaturas visibles y tangibles, se concibe
como
algo
totalmente real: no es un mero producto de la ignorancia (avidy.),
como
en la concepción vedantina ortodoxa. Además, las mónadas vitales:
los
púru±a, los j®va
son también reales. Son entidades separadas distintas de
la
materia, y son innumerables. Esta idea es también contraria a las
enseñanzas
del Ved.nta.
En
efecto, el Ved.nta es
no-dualista. En lugar de fundar el universo en una
legión
de entidades espirituales eternas (j®va,
púru±a) sumidas en la
sustancia
de una esfera material eterna (aj®va,
prákÕti), a la cual
se opone
como
su antítesis, los maestros arios sostenían que hay fundamentalmente
y
en
última instancia una sola esencia: el Brahman, que se
despliega en el
cósmico
espejismo de la multitud de seres visibles. Cada criatura parece ser
un
individuo distinto y se considera a sí misma como si lo fuera, pero
en
realidad
no hay nada más que el Brahman. El Brahman es lo único
que
hay:
es universal y no tiene acompañante, a pesar de que cada individuo
experimenta
al Brahman separadamente, en su aspecto microcósmico,
psicológico,
como el Yo.
En
los Yoga-sâtra, el
término kaivalya tiene el mismo doble sentido que en
la
filosofía de los jaina, no obstante que el problema de la esclavitud
y de la
liberación
se considera ahora desde un punto de vista psicológico que en
cierto
modo se aproxima al ilusionismo psicológico del Ved.nta.
El
término
kaivalya denota también en este caso “aislamiento” y
“perfección”.
El
yogin que se ha despojado de los impedimentos (kle¡a)
que en la vida
normal
disminuyen la perfección del ser podrá realizarse en su propio y
omnisciente
aislamiento, como lo hacia el kévalin o Tírthá´kara
jaina, sin
perderse
en el Brahman universal, como lo hace el sabio vedantino.
Pero, a
diferencia
del jaina, el yogin alcanza el kaivalya no limpiándose
literalmente
de la contaminación del karman, sino por un simple acto
(superlativamente
difícil) por el cual comprende que, de hecho y
esencialmente,
y a pesar de todas las apariencias, no está comprometido en
los
planos del cambio y la fatiga. Intacto, inalterado por los procesos
de las
actividades
naturales de los guða,
el púru±a (a
diferencia del j®va
jaina)
nunca
es dañado o manchado, sino que permanece eternamente libre e
independiente
aun en el caso de seres ínfimos y a pesar del triste hecho de
que
la mayoría de las criaturas nunca se integrarán alcanzando la
conciencia
de la realización, es decir, que nunca sabrán que en esencia son
kévala:
algo “sereno, supremo, omnisciente y solitario”.
Al
recordar esta verdad acerca de nosotros mismos —lo cual ocurre al
desaparecer
los impedimentos—, nos vemos llevados simultáneamente a la
obtención
de poderes supranormales. Estos poderes parecen supranormales
desde
el punto de vista de nuestra vida ingenua y mundana vida “normal”,
pero
al leer los textos que los describen no podemos dejar de sentir que
acaso
no debieran Íser considerados como supranormales sino como
atributos
de la prístina realidad de nuestra naturaleza, que la práctica del
Yoga
nos restaura. No son extras —milagrosas añadiduras que recibe
el
santo
perfecto— sino propiedad original del hombre. Forman parte de la
herencia
humana, que nos es retenida mientras vivimos sujetos a los
impedimentos.
Leyendo los textos referentes a esos poderes, nos damos
cuenta
de lo que nos quitan los kle¡a,
pues cuando el yogin tiene acceso a
esos
poderes cobra posesión de ellos como alguien que asume los derechos
y
facultades que siempre le han pertenecido en su carácter de Hombre
(púru±a,
.tman, puÑs).
El
símil tradicional es el del “hijo del rey” (r.japutra),
que ignoraba su
sangre
real y que era rey por derecho. Esto quiere decir que,
fundamentalmente,
no hay ni esclavitud ni liberación, que somos
naturalmente
libres. Solo a causa de una ilusión nos parece que estamos
esclavizados.
Cuando el yogin alcanza el conocimiento, no ocurre ningún
cambio
fundamental en su esencia; solo su concepción sufre el cambio, su
comprensión
de lo que es “real”. Desecha las falsas nociones, que se han
venido
acumulando, acerca de la realidad subyacente de él y de todo lo
demás,
y de este modo cobra posesión de todo cuanto él es esencialmente:
r.japútravat,
“como el hijo del rey”26, expresión que hace referencia al
siguiente
relato simbólico.
Había
una vez un hijo de rey que, habiendo nacido bajo una mala estrella,
fue
sacado de la capital siendo muy pequeño y educado por un indígena
primitivo
y montañés, extraño a la civilización brahmánica [es decir,
un
descastado,
ineducado, ritualmente impuro]. De este. modo el príncipe
vivió
durante muchós años con la falsa idea de que era un montañés.
Pero
llegó
un momento en que el viejo rey murió y, como no había nadie en
condiciones
de ser elegido para asumir el trono, un ministro de Estado,
comprobando
que el niño que había sido arrojado al monte unos años
antes
aún estaba vivo, salió a buscarlo, recorrió el desierto, halló
sus
26
S.´khya-sâtra
4.1.
huellas,
y, al encontrarlo, le dijo: “Tú no eres un montañés; tú eres el
hijo
del
rey.” Inmediatamente el joven abandonó la idea de que era un
descastado
y asumió su naturaleza real, diciéndose a sí mismo: “Yo soy un
rey.”
Del
mismo modo —continúa diciendo el texto—, siguiendo la
instrucción
de
un ser misericordioso [el guru] que declara: “Tu origen es
el Hombre
Primordial
(.dipúru²a),
la universal y divina mónada vital que se
manifiesta
a través de la conciencia pura y que todo lo abarca
espiritualmente
y es completa en sí; tú eres una parte de eso”, una persona
inteligente
abandona el error de suponer que es una manifestación o
producto
de la prákÖti, y se
adhiere a su propio ser intrínseco
(svasvarãpam).
Entonces se dice a si mismo: “Puesto que soy hijo del
Brahman,
yo mismo soy el Brahman. No soy algo diferente del Brahman
aun
cuando esté cautivo en esta ronda del nacimiento y la muerte27”.
En
esta versión del antiguo relato, la figura está expresada según la
fórmula
no-dual
del Ved.nta: “Tú
eres Eso” (tat tvam asi). “Tú eres el Yo universal
y
único, aunque no te das cuenta de ello.” Lo mismo dice el mensaje
búdico:
“Todas las cosas son cosas del Buddha28.” El saÑsára,
reino del
nacimiento
y la muerte, no es más que una grande y difundida ilusión, un
sueño
cósmico del cual debemos despertar. Desprendámonos, pues, de este
estado
de ignorancia, despojémonos de la idea de que somos un descastado
en
el desierto. Ascendamos a nuestro propio trono. También es ésta la
lección
del S.´khya y del
Yoga, pero en estos sistemas, como hemos visto,
el
púru±a no se
identifica con el “Primer Púru²a”
(èdipúru±a),
el Hombre
Primordial,
el Fundamento Cósmico (Brahman), sino que es algo separado,
aislado
y omnipotente, porque está solo.
El
“hijo del rey” se da cuenta de lo que siempre ha sido sin que él
lo
supiera.
Nada cambia en la esfera de los hechos; solo la conciencia —su
idea
de lo que es— se ha transformado. Desde el momento en que adquiere
“conocimiento
discriminador” (viveka), se le revela una distinción entre
su
verdadera
naturaleza y la máscara accidental que adoptó como miembro de
su
salvaje tribu de cazadores descastados, como la vivencia que tuvo el
27
Compárese la versión española del siglo XVII que da Calderón de
la historia del hijo del rey, en su
célebre
comedia La vida es sueño.
28
Vajracchédik. 19. Cf.
infra, págs. 422-423.
cachorro
de tigre criado por las cabras29. Aceptando la realidad de su
carácter
tal como ahora lo percibe, el “hijo del rey” se descubre a sí
mismo
y
queda aislado (kaivalya) de su vida anterior y de todo lo que
ella
contenía,
descartando la máscara de la aparente personalidad. El pasado
simplemente
se desvanece. El “hijo del rey” surge de su vida anterior como
de
un sueño y, a la luz meridiana de lo que ahora sabe, siente
realmente que
es
el hijo de un rey, con poderes y prerrogativas reales. Se ha unido,
finalmente,
a la oculta plenitud de su verdadera naturaleza (kaivalya), y
nunca
más será cubierto por las burdas deformidades que en toda su vida
anterior
velaron su perfección suprema.
Es
evidente la relación entre este ejemplo indio de un principio
espiritual y
la
ciencia psicoanalítica de Occidente. Después de disipado el factor
regresivo
(“impedimento”, “fijación”), el recuerdo es automático.
Habiéndose
destruido un solo error profundamente arraigado, se disuelve
todo
un conjunto de ignorancias oscurecedoras y la vida cambia. Este
despertar
transforma completa e inmediatamente tanto el propio rostro
como
el aspecto del mundo.
En
este relato hindú no se dice expresamente que el príncipe haya
matado a
su
padre, pero es notable el paralelo de esta narración con la de la
tragedia
de
Edipo. Se nos dice que el príncipe oriental fue llevado al exilio
porque
constituía
una amenaza para el reino de su padre, lo que equivale a decir
que
amenazaba la vida de su padre. En la historia de la India, como en
todas
partes, la regencia de despóticos reyes fue siempre amenazada por el
nacimiento
de un hijo. Kau.ilya, en su
tratado de ciencia política titulado
Artha¡astra,
discutió este peligro como un problema clásico. En el libro I,
capítulos
XVII-XVIII, resumió exhaustivamente las técnicas clásicas para
solucionarlo.
Ya hemos citado el caso de un hijo que mató a su padre
ocultándose
bajo el lecho de su madre30. En la historia de Oriente abundan
las
novelas familiares de esta especie.
El
gran rey Bimbisara, en su vejez, fue cegado por su hijo Aj.ta¢atru,
que
luego
lo tuvo prisionero en una mazmorra para no cometer el crimen de
parricidio,
castigado con la pena capital. Y en la época musulmana (según
cuenta
ibn-Ba..ã.a), el viejo pero
vigoroso sháh Ghiy.su-d-d¯n
Tughlak, al
regresar
a Tughlak.b.d,
capital construida por él al sur de Delhi, donde
tenía
su gran tesoro, fue muerto por la caída de un techo traidoramente
29
Cf. supra, págs. 7-9.
30
Supra, pág. 107.
planeada
por su hijo Ulugh J.n, que ya
antes (durante la expedición a
Warangal)
había mostrado evidente deslealtad a su padre31. El célebre
emperador
mogol Sh.h Jah.n,
constructor del Taj Mahal, fue destronado
por
su hijo Aurangzeb en 1658, y tenido prisionero hasta su muerte en
166632.
Y sabemos que el rey A¢oka,
siguiendo el oportuno consejo de su
incomparable
ministro Kau.ilya, conjuró un
peligro similar poniendo a su
hijo
Kun.la bajo custodia en un fuerte
de fronteras, donde el joven príncipe
fue
cegado. En este preciso caso, aparentemente, como sin duda en muchos
otros
de esta clase, la catástrofe fue resultado de una intriga urdida por
la
reina,
muy parecida a la que encontramos en la clásica leyenda de Fedra e
Hipólito.
El joven había rechazado el amor de su madrastra, que
probablemente
hubiera acarreado el asesinato de su padre y su propio
advenimiento
al trono con la reina como consorte. Luego, cuando fue
arrojado
a una celda, la reina envió al guardia una orden ambigua que fue
interpretada
como un mandato para que se privara de la vista al joven
prisionero33.
Lo
que el psicoanálisis trata como situación básica de la relación
ambivalente
padre-hijo, más o menos relegada al inconsciente pero
descubrible
en los sueños y otras manifestaciones espontáneas, ha sido una
situación
prácticamente permanente en la vida de los reyes. Muchos
ejemplos
de ella se encuentran en la mitología griega, que refleja la
historia
primitiva,
prearia, de las dinastías pelasgas, y también en la historia de
Roma,
como nos la cuentan Tácito, Suetonio y Gibbon. El dios Zeus
renunció
a la diosa Tetis cuando comprendió que un hijo de ella iba a
eliminarlo,
como él había eliminado a su propio padre, Cronos; y el anciano
rey
de Argos, Acrisio, confinó a su hija Dánae a una torre, cuando un
oráculo
declaró que un hijo de ella (aún no concebido) lo mataría.
Se
trata de un motivo fundamental, conocido por toda la humanidad, que
ha
sido
utilizado por los filósofos prácticamente en todo el mundo como una
notable
imagen del individuo que cobra conciencia de sus derechos. El
padre
físico y la esfera de su herencia (es decir, todo el dominio de sus
sentidos
físicos y órganos de la razón, así como las costumbres heredadas
y
31
Cf supra, pág. 97 (ibn Ba..ã.a
, vol. III, págs. 212-213).
32
Encyclopaedia of Islam, 1934, vol. IV, pág.257
33
A¡ok.vad.na
2.3.1. ('Fraducido por J. Przyluski, La légende de l’empereur
Açoka dans les textes
indiens
et chinois, Annales du Musée Guimet, Bibliothéque d'études,
tomo 32, París, 1923, págs. 281
sigs.)
Cf. también Vincent A. Smith, A¡oka,
the buddhist emperor of India, Oxford, 1901, págs. 188-189.
los
prejuicios de la raza) deben ser puestos a un lado si uno quiere
entrar en
posesión
del propio yo intrínseco. En la parábola del hijo del rey, como en
la
del tigre en el rebaño de cabras, esta metáfora está suavizada,
pero al
mismo
tiempo resulta más vívida debido a que la imagen de la vida que
debe
trascenderse es la del padre adoptivo, en tanto que las naturalezas
del
rey
y del tigre son los símbolos de la realidad que debe ser asumida. La
metáfora
tradicional es objeto de una transferencia común, y al mismo
tiempo
aparece mejorada34. El sentido del símbolo es que para llegar a
estar
integrado,
aislado, realizado, y totalmente maduro (kéva1a) el candidato
a
la
sabiduría tiene que romper el hechizo de todo lo que su mente y sus
sentimientos
han imaginado como propio.
Porque,
de acuerdo con el pensamiento indio y con ciertos filósofos
clásicos
occidentales como Platón, la tarea última y verdadera de la
filosofía
trasciende el poder y los alcances de la razón. Para tener acceso a
la
verdad hay que pasar más allá del ámbito del pensamiento ordenado.
Y,
por
lo mismo, no se puede enseñar la verdad trascendente mediante la
lógica,
sino solo por medio de fecundas paradojas, símbolos e imágenes.
Allí
donde un pensador razonante, después de avanzar paso a paso, se
vería
obligado
a detenerse (sin aliento, por así decir, en los confines de la
estratosfera,
jadeando por falta de oxígeno, desfalleciendo con dificultades
pulmonares
y cardíacas), la mente todavía puede seguir avanzando. La
mente
puede elevarse y entrar en la sublime esfera en alas de los símbolos
que
representan la Verdad que está más allá de los pares de opuestos;
esas
alas
le permiten eludir las trampas del principio fundamental de la vulgar
lógica
humana, el pedestre principio de la incompatibilidad de los opuestos.
Porque
lo de “trascendente” significa el acto de trascender (entre otras
cosas)
las leyes lógicas fundamentales del espíritu humano, que señalan
también
sus limitaciones.
Se
dice que un principio es “`trascendente” cuando efectivamente
comprende
la identidad de elementos en apariencia incompatibles, que
representan
una unión de cosas que en plano lógico se excluyen entre sí. La
verdad
trascendente comprende una “coincidencia de opuestos”
(coincidentia
oppositorum) que siempre reaparece, y se caracteriza, en
consecuencia,
por un constante proceso dialéctico. La secreta identidad de
los
incompatibles se revela irónicamente en la constante transformación
de
34
Gran cantidad de elocuentes ejemplos en Otto Rank, The Myth of the
Birth of the Hero, Nervous
and
Mental Discase Monograph Series, nº 18, NuevaYork, 1914.
las
cosas en sus antítesis: el antagonismo no es más que la cortina que
encubre
la identidad. Tras la cortina, las fuerzas en pugna están
armonizadas,
el dinamismo cósmico está quieto, y la paradoja de la unión
de
caracteres y fuerzas contrarias se realiza in toto, pues donde
lo uno y lo
múltiple
son idénticos se conoce al Ser eterno, que es al mismo tiempo la
fuente
y la fuerza de la abundante diversidad del perpetuo devenir del
mundo.
Aunque
se lo llama Ser (sat) verdadero y único, este trascendente es
conocido
también con el nombre de No-Ser (ásat), porque es el
inefable
punto
de donde las palabras se vuelven, junto con la mente, no habiendo
alcanzado
[su objeto]35, como los pájaros que vuelan para llegar al sol se
ven
forzados a regresar. Pero, por otra parte: Quien conoce la gloria
del
Brahman
no teme absolutamente a nada. En verdad, a aquél no lo
atormenta
la pregunta “¿Por qué no obré bien? ¿Por qué obré mal?”
Quien
así conoce se desembaraza de estas dos cuestiones y se asegura el
Yo
para sí, liberándolo36.
5.
PSICOLOGÍA Sé×KHYA
En
la forma adoptada por los sistemas S.´khya
y Yoga, la filosolía prearia,
dualista
y realista, y su cosmología llegaron a ser aceptadas por la
ortodoxia
brahmánica y aun se convirtieron en una de las partes más
importantes
de la amplia tradición filosófica hindú. Sin embargo, K.pila,
el
mítico
fundador de la doctrina del S.´khya,
primeramente fue considerado
como
heterodoxo, y entre los primitivos expositores de S.´khya
y Yoga no
figuran
nombres de maestros brahmanes de la línea védica. En realidad, la
fundamental
incompatibilidad del idealismo no-dual del Ved.nta
con el
realismo
dualista y pluralista del S.´khya
y del Yoga todavía se siente aun
en
la Bhágavad-G®t.,
aunque en verdad una de las principales
características
de esa gran obra de síntesis religiosa es el hecho de que
utiliza,
yuxtapuestos, los lenguajes de las dos tradiciones contrarias, para
indicar
que no son intrínsecamente discordes. En el siglo XV, en el
Ved.ntas.ra37,
y nuevamente en el siglo XVI, en los escritos de
35
Taittir®ya-Upáni±ad
2.9; cf. Hume, pág. 289.
36
Ib., continuación.
37
Cf. supra, págs. 52-56; infra, págs. 326 sigs.
Vijñanabhik²u38,
ambas filosofías se presentan simultáneamente, según la
teoría
de que representan la verdad única desde dos puntos de vista. De
hecho,
los protagonistas de las dos escuelas han colaborado en la India
durante
siglos, tomando uno del otro importantes conceptos para exponer
los
misterios del camino que conduce a su meta común: el mok±a39.
Los
maestros de la tradición brahmánica ortodoxa difícilmente habrían
podido
aceptar y asímilar las enseñanzas del saber no védico, aborigen,
si
las
filosofías del S.´khya
y del Yoga no hubieran espiritualizado
previamente
el concepto de la relación que existe entre la materia vital y las
mónadas
vitales. Como hemos visto, el jainismo consideraba la interacción
de
los dos principios como si se tratara de una química sutil, como un
proceso
material de impregnación y difusión que tiñe el cristal de la
mónada
vital contaminándola con una sustancia kármica; pero en los Yogas
âtra
no encontramos ningún proceso concreto de esta clase. En ellos
es
más
bien una especie de efecto óptico —una ilusión psicológica— lo
que
hace
parecer que la mónada está esclavizada, atrapada en las redes
kármicas,
presa en las incesantes actividades de los diversos aspectos de la
materia
(los guða)40, cuando,
en realidad, es siempre libre. La esclavitud es
una
ilusión, en la que han caído nuestras mentes limitadas y limitantes
acerca
de la condición de nuestro Yo trascendente, inmutable, inmaculado.
Sin
embargo, las concepciones del S.´khya
y del Yoga, en contraste con la
del
brahmanismo ortodoxo, consideran que la actividad de los guða
no es
menos
real ni menos autárquica que el trascendente reposo de la mónada
vital.
La materia (prák¢ti,
compuesta de los guða)
cubre rea1mente la
mónada
vital; no es un añadido meramente ilusorio y engañoso. Las
actividades
de los guða son
transitorias en lo que respecta a sus detalles
cambiantes,
pero permanentes en su continuo devenir. Con todo, en el
plano
individual, los efectos de los guða
pueden alcanzar un estado de
“cesación”
(nirodha): a consecuencia de un reajuste óptico, podemos
llegar
a
darnos cuenta de que la mónada vital está muy alejada de todo lo
que
parece
entrar en ella y darle color, pues aunque la materia y sus
actividades
(prák¢ti
y los guða) son
reales, la participación de la mónada vital (púru±a)
38
Cf. supra, pág. 233, nota 10.
39
El principal eslabón entre ambas tradiciones, por lo menos desde el
período de las Upáni±ad
y de la
Bhágavad-G®t.,
ha sido la doctrina de que la entrega devocional (bhakti) debe
ser practicada como paso
previo
al desapego.
40
Cf. supra, págs. 236-238.
en
ellas es ilusoria, como, la presencia de un hombre dentro del marco y
de
la
materia de un espejo. Un abismo infranqueable separa al púru±a
del
cambiante
juego de los guða:
ambos son heterogéneos, aunque tanto el
púru±a
como los guða sean
igualmente reales. Esta teoría difiere
sustancialmente
del no-dualismo de la concepción vedantina41.
El
Yoga puede definirse como una disciplina que trata de
proporcionar una
experiencia
del soberano distanciamiento y aislamiento del núcleo
suprapersonal
de nuestro ser, aquietando las actividades espontáneas de la
materia
que, como una corteza corporal y psíquica, normalmente envuelve
a
la mónada vital. El Yoga se basa en una doctrina de
funcionalismo
psicológico,
y la demuestra. Crea y luego trasciende y disuelve varios
planos
o mundos de experiencia, y así da a conocer la relatividad de todos
los
estados de la realidad, pues cuando se ve que el mundo íntimo no es
más
que una función de los órganos psíquicos internos, entonces; el
universo
externo, visible y tangible, puede comprenderse, por analogía,
como
consecuencia de una operación que las energías de los órganos
externos
realizan hacia afuera. Permitiendo que las energías fluyan por
estos
órganos y retirando luego esas mismas energías a esferas internas,
no
menos
inmediatas y “reales”, experimentamos el mundo externo como algo
con
lo cual podemos entrar en contacto a voluntad y, por consiguiente,
construido
o desconectado por el esfuerzo del yogin, que hasta puede
disolverlo.
Todo depende de si nuestras facultades sensoriales son dirigidas
hacia
sus usuales “planos de proyección” (.'yatana)
o retiradas de ellos.
Como
requisito indispensable para controlar y experimentar este
funcionalismo,
tenemos que independizarnos absolutamente de todos los
pares
de opuestos (dvandva) que asaltan y reducen al hombre desde
fuera.
Solo
el yogin completo, que controla perfectamente su microcosmos,
puede
disolver
las entidades que pertenecen al reino macrocósmico del nombre y
la
forma, y hacerlo reaparecer a voluntad. En efecto: la mente humana,
con
sus
contenidos y su sabiduría, en cada caso particular está
condicionada por
el
peculiar equilibrio de los guða
que actúan en el carácter y disposiciones
de
cada individuo. Sus ideas, creencias y conocimientos, y hasta lo que
ve a
su
alrededor, son en última instancia solo funciones o reflejos de su
particular
manera de ignorar. Esta avidy. es
la red que lo caza y lo sostiene
como
personalidad. Inclusive sus experiencias de ultratumba estarán
41
Cf infra, págs. 322 sigs.
determinadas
por esta limitación, que intangiblemente limita y encadena su
ser42.
De
acuerdo con el análisis de la psique realizado por la filosofía del
S.´khya
y adoptado por las disciplinas del Yoga, el hombre es
“activo”
(kártÕ)
a través de los cinco “órganos de acción” y “receptivo”
(bhóktÕ) a
través
de los cinco “órganos de percepción”. Estos dos conjuntos de
cinco
órganos
cada uno son los vehículos de su espontaneidad y receptividad,
respectivamente.
Se los conoce con el nombre de “facultades que actúan
hacia
afuera” (b.hyéndriya)
y funcionan como si fueran puertas, en tanto
que
el “intelecto” (manas), la “yoidad” (aha´k.ra),
y el “juicio” (buddhi)
hacen
de porteros. Estos tres últimos, tomados en conjunto, constituyen el
llamado
“órgano interno” (antahkáraða):
son las potencias que abren y
cierran
las puertas inspeccionando, controlando y registrando todo lo que
pasa.
Al
cuerpo se lo describe como una ciudad o palacio real en el cual el
rey
mora
inactivo (según la costumbre oriental) en medio de las actividades
de
su
personal. Las facultades sensoriales externas son comparables a jefes
de
aldea
que cobran impuestos a los dueños de casa y pasan el importe
recogido
al gobernador local, que a su vez lo presenta al canciller del rey.
Es
decir, las experiencias de los sentidos son recogidas y registradas
por el
manas,
apropiadas por el aha´k.ra
y luego entregadas a la buddhi, el
canciller
del rey (púru±a).
Las
diferentes facultades sensibles son mutuamente antagónicas, pero
colaboran
automáticamente, como la llama, la mecha y el aceite de una
lámpara,
para alejar las tinieblas y dar luz a las formas y colores que nos
rodean.
Como hemos visto, las diez “facultades que actúan hacia afuera”
(b.hyéndriya)
se clasifican en dos grupos: 1) el de las cinco “facultades de
receptividad
y aprehensión (jñánéndrya), que son la vista, el oído, el
olfato,
el
gusto y el tacto; y 2) el de las cinco “facultades de espontaneidad
o
acción”
(karméndriya): habla, prensión, locomoción, evacuación y
procreación43.
Las actividades son de materia sutil, pero los órganos en los
que
tienen su sede son de materia burda; a diferencia de los órganos,
las
facultades
no son perceptibles, pero puede inferirse su existencia a partir de
42
La idea de Swedenborg de la vida y de la muerte es un exacto
equivalente de esta teoría kármica
del
S.´khya y el Yoga.
43
Cf. supra, pág. 186.
sus
actividades. El guða
rajas prevalece en las de acción en tanto que en las
de
percepción domina el guða
sattva.
Como
el “ntelecto” (manas) colabora directamente con las diez
facultades,
se
lo cuenta como número once y se lo llama “sentido interno”,
(antaríndríya).
Como
hemos dicho, es comparable al gobernador local que recoge
las
experiencias de los sentidos externos y las presenta al ministro de
finanzas
(aha´k.ra,
la función del yo), de donde pasan al canciller (buddhi,
la
facultad de juzgar). Manas, aha´k.ra
y buddhi juntos constituyen el
“órgano
interno” (antahkár´a)
que se dice es de tamaño mediano
(mádhyama-parim.´a),
ni pequeno ni muy grande. De este triple órgano
proceden
las actividades de las “alientos vitales” conocidos a través de
las
cinco
manifestaciones siguientes44: 1) pr.ða,
el “aliento que va hacia
adelante”
o aire expirado, que penetra por todo el cuerpo, desde la punta
del
dedo gordo del pie pasando por el ombligo y el corazón hasta llegar
a la
punta
de la nariz; 2) ap.na,
el “aliento opuesto o, que va hacia abajo”, o
aire
inspirado que prevalece en la garganta, costillas dorsales,
intestinos,
órganos
sexuales y piernas; 3) sam.dna,
el “aliento igualador” que digiere
y
asimila, y está centrado en los órganos digestivos, el corazón, el
ombligo
y
todas las articulaciones; 4) ud.na,
el “aliento ascendente”, que está en el
corazón,
la garganta, el paladar, el cráneo y el entrecejo; y 5) vy.na,
el
“aliento
compenetrante” que actúa en la circulación, la respiración, y la
distribución
de los jugos vitales y se encuentra difuso por todo el cuerpo.
Estos
cinco pr.ða
constituyen y mantienen el sistema corporal, pero solo
pueden
hacerlo en virtud del púru±a,
que se halla presente como un rey.
El
aha´k.ra,
la función del yo, nos hace creer que tenemos deseos de
actuar,
que sufrimos, etcétera; pero en realidad nuestro ser real, el
puru±a,
carece
de tales modificaciones. El aha´k.ra
es el centro y primera fuerza
causante
de “ilusión” (abhim.na).
El aha´k.ra
es el concepto erróneo,
fantasía,
suposición o creencia que refiere todos los objetos y actos de la
conciencia
a un “yo” (áham). El aha´k.ra
—“el hacer (k.ra)
decir 'yo'
(áham)”—
acompaña todos los procesos psíquicos, produciendo la errónea
idea
de que “yo digo, yo veo, yo soy rico y poderoso, yo gozo, yo voy a
sufrir”,
etcétera. Es, pues, la causa primera del crítico “concepto
erróneo”
que
persigue a todos los fenómenos de la experiencia fenoménica; es
decir,
la
idea de que la mónada vital (púru±a)
participa de los procesos de la
44
Estos cinco aires vitales no son “burdos” sino “autiles”, y
no deben confundirse con la respiración
del
sistema pulmonar.
materia
viva (prákÕti) y
aun se identifica con ella. Por efectos del aha´k.ra
nos
apropiamos continuamente de toda lo que pasa en los dominios de lo
físico
y lo psíquico, añadiéndole perpetuamente la falsa noción (y
aparente
experiencia)
de un sujeto, (un “yo”) de todos los hechos y penas. El
aha´k.ra
se caracteriza por el predominio del gu´a
rajas, pues su principal
interés
reside en la acción.
En
cambio la buddhi es predominantemente sáttvica, es decir, se
caracteriza
por
un predominio del gu´a
sattva, pues es la facultad de tomar conciencia.
La
buddhi recibe el nombre de nah.n,
“el gran principio o sustancia
primaria”,
y también en neutro, máhat, “lo Grande”. la raíz verbal
budhsignifica
“despertar,
sacar del sueño, volver en sí o recobrar la conciencia;
percibir,
notar, reconocer, observar; saber, comprender, entender;
considerar,
estimar; pensar, reflexionar”. Por consiguiente, el gerundio
buddhi
significa “volviendo a la conciencia, recobrándose de un
desfallecimiento”;
y también, “presencia de ánimo, facilidad de ingenio,
intención,
propósito, proyecto; percepción, comprensión; impresión;
creencia,
idea, sentimiento, opinión; intelecto, entendimiento, intefigencia,
talento;
información, conocimiento; discriminación, juicio, y
discermmiento”.
Según
la doctrina del S.´khya,
la buddhi es la facultad de lo que se conoce
con
el nombre de adhyavas.ya,
es decir, “determinación, resolución,
esfuerzo
mental; conciencia, sensación, opinión, creencia, conocimiento,
discriminación
y decisión”. Todos estos procesos espirituales tienen lugar
dentro
del hombre, pero no están a su disposición según su voluntad
consciente.
No somos libres para sentir, conocer y pensar precisamente
como
queremos. Esto significa que la buddhi precede al aha´k.ra
tanto en
jerarquía
como en poder. Las diversas formas de juicio y de experiencia de
acuerdo
con las cuales reaccionamos ante las impresiones nos controlan
más
de lo que nosotros las controlamos; no estamos en condiciones de
tomarlas
o dejarlas. Aparecen desde dentro como _manifestaciones de la
sustancia
sutil de nuestro carácter; son lo que constituye ese carácter. De
aquí
que, aunque al tomar una decisión podemos creer que somos libres y
que
actuamos según la razón, en realidad seguimos a la buddhi,
nuestra
naturaleza
“inconsciente”.
La
buddhi comprende la totalidad de nuestras posibilidades
emocionales e
intelectuales,
que se conservan alejadas, como en el fondo de la función de
nuestro
yo. Constituyen la naturaleza total que continuamente se hace
consciente
(es decir, manifiesta a nuestroyo) a través de todos los actos
denotados
por el término buddhi. Como un gran depósito de las materias
primas
permanentes de nuestra naturaleza, que continuamente se presentan
a
la conciencia y a la función del yo desde dentro, la buddhi es
múltiple por
sus
productos y expresiones, maravillosa por su universalidad; por esta
razón
se la llama “el Grande”, mah.n.
Además, los sinónimos de buddhi en
la
literatura popular revelan también la amplitud de su abundancia
suprapersonal,
pues expresan los diferentes aspectos bajo los cuales se
manifiesta.
En el lenguaje popular, la buddhi recibe el nombre de mana45:
“mente,
entendimiento, percepción y conocimiento”; y también el de mati:
“conocimiento,
juicio, resolución, determinación; intención, propósito,
proyecto;
estimación, consideración; consejo; recuerdo, memoria”. Dentro
de
este gran almacén de nuestras potencias psíquicas se encuentran,
unas al
lado
de las otras, nuestras facultades intelectuales, volitivas y
emocionales.
De
aquí que “lo Grande” (mahan) también es conocido con los
nombres de
prajñ.,
“sabiduría, discernimiento”; dh®,
“intuición, visualización,
imaginación,
fantasía”; khy.ti,
“conocimiento, el poder de distinguir los
objetos
por sus nombres apropiados”. smÕti,
“recuerdo, memoria”, y
prajñ.na-sántati,
“la continuidad del saber”. La buddhi pone de
manifiesto
lo
inconsciente utilizando para ello toda clase de proceso psíquico
analítico
y
creador, y estos procesos son activados desde dentro. Por ellos nos
hacemos
conscientes de la totalidad de nuestra conciencia solo a posteriori,
a
través de sus manifestaciones y reacciones en forma de sentimientos,
recuerdos,
intuiciones, ideas, y de las elecciones que hacemos por medio
del
intelecto o la voluntad.
Otro
sinónimo corriente de buddhi es citta. Citta, el
participio del verbo
cint-/cit-,
“pensar”, denota todo lo experimentado o actuado por la
mente.
Citta
comprende: 1) observar; 2) pensar, y 3) desear o intentar; es
decir,
tanto
las funciones de la facultad de razonar como las del corazón. En
efecto,
normalmente ambas funcionan como si fueran una sola,
estrechamente
entretejidas en la sustancia anímica de nuestra naturaleza.
Cuando
el pensamiento surge en la mente, es dirigido y coloreado por
nuestras
tendencias e inclinaciones emocionales, hasta tal punto que se
necesita
una gran disciplina de concentración y crítica para aprender a
separar
el razonamiento (por ejemplo, en la ciencia) de los movimientos del
corazón.
45
Término que propiamente se refiere al “ntelecto”; cf. supra,
pág. 254.
La
buddhi se compone de los tres guða,
pero el Yoga consigue que el guða
sattva
prevalezca46. Los ejercicios purifican la buddhi, de su
original
herencia
de tamas y rajas. Quitando el primero, se disipa la oscuridad
y la
materia
sutil de la buddhi se torna transparente, como las aguas de un
lago
de
montaña. quitando el segundo, cesa la agitación y se calma el
oleaje de
la
inquieta superficie, de modo que las aguas, que ya han sido
clarificadas,
se
convierten en un espejo invariable. La buddhi, entonces,
revela al púru±a
en
su serena despreocupación, alejado de la activa y ondulante esfera
de
prákÕti.
La
buddhi simultáneamente contiene y es la espontaneidad de
nuestra
naturaleza;
las otras facultades (aha´k.ra,
manas, y los diez índriya) son
“como
abejas, que siguen el consejo de sus reyes47”. Pero, según todas
las
apariencias,
la influencia corre en sentido contrario: los sentidos externos
entran
en contacto con su ambiente; sus experiencias son asimiladas por el
manas;
el aha´k.ra
pone en relación el producto del manas con nuestra
individualidad;
entonces la buddhi decide qué es lo que hay que hacer. La
primacía
de la buddhi se encuentra, pues, muy oscurecida. Solo quítando
el
rajas
y el tamas, el velo se torna transparente; porque entonces
las
potencias
que se introducen en el organismo humano son las
“supranormales”
del “hijo del rey”, y la buddhi se revela con su fuerza
innata.
Pero antes de que pueda obtenerse este efecto tiene que romperse la
aparente
conexión de la mónada vital con el dolor. Como hemos visto, la
ilusión
de la conexión se debe a que falta la discriminación, a que no
reconocemos
la distinción entre púru±a
y prákÕti, y
particularmente entre
púru±a
y el más sutil de los productos de la prákÕti,
el órgano interno y las
diez
facultades de los sentidos. Como esta falta de “conocimiento
disaiminador”
(viveka) es la causa, es evidente que si conseguimos ese
conocimiento
acabará la experiencia del dolor. El viveka hace potible que
el
individuo
distinga entre su propio principio vital y la materia indiferente
que
fluye en su derredor.
Además,
la materia deja de ser activa tan pronto como uno se identifica con
el
púru±a; por lo
tanto, la prákÕti en
acción por medio de los guða
es
comparable
a una bailarina del serrallo, que deja de bailar tan pronto como
el
espectador pierde interés. Se retira de la presencia del rey cuando
éste se
aburre
de su exhibición de los placeres y dolores del mundo. Actuando a
46
Cf. supra, págs. 241-244.
47
Según la ciencia natural hindú no hay abeja Reina.
través
de los guða, la
prákÕti muestra
las maravillas que conocemos y
amamos
o sentimos como dolor, pero el ojo que da energía al espectáculo
es
el ojo del púru±a que
todo lo ilumina, y tan pronto como éste retorna a sí
mismo,
el espectáculo del mundo desaparece.
Debido
a que la materia sutil del órgano interno asume todas las formas que
le
presentan los sentidos, los objetos tienden a dar a la mente una
forma o
carácter
y a dejar en ella una impresión o memoria más o menos
permanentes.
No solo queda como vestigio la forma del objeto mismo, sino
también
los sentimientos y pensamientos asociados a ella, así como la
voluntad
y determinación de actuar que la forma ha provocado; y los
vestigios
más tarde pueden ser reanimados por el impacto de algo nuevo.
De
este modo se provocan recuerdos, surgen imágenes de la memoria y se
funda
la continuidad del deseo vital, el temor y las formas de conducta.
Esto
quiere decir que en las doctrinas del S.´khya
y del Yoga el proceso
psicológico
se entiende en términos estrictamente mecánicos. La incesante
agitación
de la transformación provocada en el órgano interno por la
percepción,
la emoción, el pensamiento y la voluntad no difiere
específicamente
de los cambios observables en el mundo exterior. En
ambas
esferas las transformaciones son materiales, procesos puramente
mecánicos
que tienen lugar en la materia; la única diferencia reside en que
en
el mundo exterior (que incluye, claro está, el cuerpo del sujeto) la
materia
es burda, en tanto que en el mundo interior es sutil.
Esta
fórmula mecanicista pertenece a la esencia del S.´khya
y no solo
fundamenta
su psicología sino que también da la clave (le la interpretación
del
misterio de la metempsicosis. Dentro del cuerpo burdo, que se
desintegra
después de la muerte, todo ser vivo posee un cuerpo sutil
interior,
formado por las facultades sensoriales, los hálitos vitales y el
órgano
interno. Éste es el cuerpo que sigue marchando, de nacimiento en
nacimiento,
como base y vehículo de la personalidad reencarnada48. Deja la
cubierta
del cuerpo burdo en el momento de la muerte y entonces determina
la
naturaleza de la nueva existencia, pues en su interior quedan las
huellas
—como
surcos o cicatrices— de todas las percepciones, actos, deseos y
48
Este cuerpo sutil que se reencarna merece el nombre de “alma”
mucho más que la mónada vital,
aunque
esto último ha sido constantemente traducido por “alma” (por
Garbe y otros). Pero “alma”
tampoco
es muy correcto en este caso, porque el material del cuerpo sutil
está esencialmente desprovisto
de
vida y de sentidos (jada); es más bien un cuerpo que un alma.
Al traducir del sánscrito, es mejor no
utilizar
nuestro término animista occidental.
movímientos
de la voluntad realizados en el pasado, de todas las
propensiones
y tendencias, de la herencia de hábitos e inclinaciones y la
peculiar
disposición a reaccionar de un modo o de otro o a no reaccionar de
ninguna
manera.
Los
términos técnicos que designan estos recordatorios del pasado son
v.’san.
y saÑsk.ra.
La primera de estas palabras (procedente de la raíz
vas-,
“morar en, habitar”) puede usarse con referencia al olor que
persiste
en
un vestido perfumado con un vapor fragante. Una vasija de barro crudo
conserva
el olor de lo primero que se ha vertido en ella, y de la misma
manera
el cuerpo sutil está impregnado por las v.’san.
(“fragancias,
perfumes,
residuos sutiles”) de todo su karman anterior. Estos v.’san.
tienden
a causar saÑsk.ra,
cicatrices permanentes que pasan de vida en
vida.
El
sustantivo saÑsk.ra,
que significa “impresión, influencia, operación,
forma,
molde”, es uno de los términos fundamentales de la filosofía
hindú.
Deriva
de la raíz verbal kÕ-,
“hacer”. SaÑs-kÕ-
significa “preparar, dar
forma
a algo para utilizarlo, cambiar o transformar”; la idea opuesta es
la
de
para-kÕ-. Compárese
con prákÕti: la
materia tal como la encontramos, en
su
estado primitivo o virgen. PrákÕti
es la materia prima virginal en la que
todavía
no se ha producido cambio, transformación o evolución.
Inversamente,
saÑs-kÕ-
significa “transformar algo, adornar, agraciar,
decorar”.
La lengua vernácula de los incultos se llama prákÕta
(en español,
“prácrito”),
mientras que saÑskÕta
(en español, “sánscrito”) es la lengua
clásica,
con sus reglas gramaticales correctas y bien establecidas, basada en
la
tradición religiosa del lenguaje sacerdotal de los Veda, que
a su vez
reflejaba
la lengua de los dioses y por lo tanto era un vehículo natural de la
verdad
divina. El verbo saÑskÕ-
significa “purificar a una persona por
medio
de ceremonias escriturarias”, es decir, convertir a una persona
corriente,
mero ser humano, en miembro de la comunidad mágica y
sacramental,
exento de sus anteriores impurezas y elegible como partícipe
de
las ceremonias tradicionales. SaÑsk.ra
es, por lo tanto, “purificación,
pureza;
investidura con la santa hebra de los renacidos49” o, en general,
cualquier
rito purifícador o ceremonia sagrada; pero también quiere decir
“cocinar,
preparar comida (para hacerla más apetitosa y atractiva,
49
Los miembros de las tres castas superiores son los “nacidos dos
veces”. El rito de ser investido con
el
cordón sagrado, que se realiza en la pubertad, simboliza la
transformación que en la tradición cristiana
va
asociada a la fuente bautismal.
quitándole
su ‘naturaleza original’ [prákÕti]
poco atrayente e indigesta), el
pulimento
de una piedra o joya; educación, cultivo, entrenamiento,
embellecimiento,
decoración, ornamento y afeite”. (Se permite andar sin
afeites
en los quehaceres domésticos, en el trabajo, en las faenas rústicas,
pero
no cuando se va de visita, pues ello indicaría una falta de respeto
para
con
los demás y para consigo mismo.) SaÑsk.ra
es, pues, un término rico
en
significaciones y muy sugestivo. Sus connotaciones giran en torno al
concepto
de “lo que ha sido trabajado, cultivado y configurado”, lo cual,
en
el
caso del individuo, es la personalidad —con todos sus
característicos
adornos,
cicatrices y estrías— que se ha estado cocinando durante años y
hasta
durante vidas enteras.
Si
la prákÕti la
materia prima original, quedara librada a sí misma, se
caracterizaría
por el perfecto equilibrio de los guða.
En este estado no
habría
transformaciones, no habría mundo. El tamas (pesadez, pereza,
obstrucción),
el rajas (movimiento, excitación, dolor) y el sattva
(ligereza,
iluminación,
alegría) no tendrían interacciones, sino que estarían en
perfecto
equilibrio y en reposo. Según la doctrina del S.´khya,
el mundo no
es
el resultado del acto de un Creador. No ha tenido comienzo en el
tiempo.
Ha
resultado, más bien, de la incesante influencia que púru±a
individuales
en
número infinito han ejercido sobre la prákÕti.
Los púru±a mismos
no son
actuantes;
solo contemplan, como espectadores, el movimiento que
continuamente
provocan. Tampoco ejercen su influencia con un acto de
voluntad
consciente. Su mera presencia provoca el movimiento de la
prákÕti,
corno el imán excita el hierro. “En virtud de su proximidad”
la
mónada
vital ilumina el campo y el proceso de los guða.
Con su mero brillo
crea
una especie de conciencia en el cuerpo sutil. “Como el fuego en una
bola
de hierro calentada al rojo, así está la conciencia en el material
de la
vida.”
Este
dualismo es fundamental en la doctrina del S.´khya.
Los dos
principios
—prákÕti (compuesta
de los guða) y
púru±a (la
colectividad de
mónadas
vitales irradiantes pero inactivas)— son aceptados como eternos y
reales
sobre la base de que en todos los actos y teorías del conocimiento
distinguimos
entre sujeto y objeto, y que no es posible ninguna explicación
de
la experiencia si no se reconoce un yo cognoscente y un objeto
conocido.
Aceptando esta dualidad como básica y axiomática, el S.´khya
desarrolla
una “enumeración analítica exhaustiva” (parisa´khy.na)
de los
“principios
o categorías” (tattva=haecceitates) de la naturaleza, tal
como
éstos
se han desarrollado en las incesantes evoluciones y combinaciones de
la
materia inerte bajo la ininterrumpida influencia del brillo irradiado
por
las
mónadas vitales, cuya luz produce conciencia. Esquemáticamente la
evolución
de los tattva podría resumirse según el cuadro adjunto.
Los
tattva salen gradualmente unos de otros. Emergen por un
proceso
natural
de despliegue o evolución del estado “normal” de conciencia
despierta,
a partir del estado primordial, indiferenciado, inactivo de la
prákÕti.
Con el Yoga, las transformaciones o tattva vuelven
a disolverse y
este
movimiento inverso representa un movimiento de involución. El
primer
proceso, es decir, el de la evolución de los tattva a partir
de lo sutil
(sâk±ma)
y de lo burdo, (sthâla),
se caracteriza por un continuo aumento
del
guða tamas, en
tanto que, con el proceso inverso, el guða
sattva vuelve
a
prevalecer. Sin embargo, el púru±a,
la mónada vital, no es afectado por
ninguno
de los procesos, por refinado que sea el estado de sattva
alcanzado.
El
púru±a está
absolutamente más allá del sistema de los guða,
tanto si éste
evoluciona
como si involuciona. Brillante y subsistente por sí mismo,
olímpico,
nunca cambia, mientras que la prákÕti
seguirá cambiando
siempre.
El
púru±a se define
como “espíritu puro” (caitanya) porque no es materia;
pero
está muy lejos de cualquier concepto occidental, de espiritualidad,
pues,
según el S.´khya,
todas las condiciones de lo que llamamos “alma”
son
efectos del reino de la materia sutil, que ocurren en el cuerpo
sutil. Este
cuerpo
no debe ser identificado de ninguna manera con la mónada vital. De
la
mónada vital no puede decirse nada (salvo que es), a menos
que nos
expresemos
en términos negativos:carece de atributos, de cualidades, de
partes,
de movimiento; es imperecedera, inactiva e impasible; no es
afectada
por dolores ni por placeres, está desprovista de emociones y
sentimientos
y es completamente indiferente a las sensaciones. Queda fuera
de
las categorías del mundo. El púru±a
es comparable a un vidente en el
momento
en que no ve nada o a un espejo que nada refleja. Nada le llega a
su
esfera, salvo él mismo, aunque todas las cosas exteriores a él
reciben la
luz,
la actividad y la conciencia gracias a su brillo puro, impasible,
invicto.
Cuando
alcanzamos el conocimiento perfecto del púru±a
no abandonamos
inmediatamente
el cuerpo burdo y el sutil; la vida prosigue durante un
tiempo
considerable. Así como la rueda del alfarero sigue girando después
de
hecho el cacharro, debido a los impulsos iniciales, así también el
cuerpo
del
kévalin prosigue con todos sus procesos naturales sutiles y
burdos, aun
cuando
el Cognoscente, muy por encima de ellos, solo los contempla con
suprema
indiferencia; porque la vida actual es el resultado de obras
realizadas,
es el fruto de simientes plantadas antes de obtener la
emancipación
y tienen que madurar hasta la plenitud de sus tiempos. Por
otra
parte, la fuerza germinativa de todas las simientes que aún no han
brotado
se gasta y se consume. El Cognoscente sabe que no habrá para él
vida
o vidas futuras, porque ha retirado del proceso sus impulsos. El
proceso
se acaba poco a poco. Por lo tanto, de allí en adelante no hace más
que
soportar los sucesos de su existencia sin comprometerse a algo nuevo,
hasta
que finalmente, cuando la fuerza de las obras que fructifican se
extingue,
la muerte se lo lleva sin retorno posible. El cuerpo burdo se
disuelve,
y también el cuerpo sutil. El órgano interno, con sus saÑsk.ra,
que
han proseguido de nacimiento en nacimiento, se disuelve. Los guða
son
liberados de su agitación en este torbellino, y cesan las
perturbaciones
que
agitan al individuo.
Pero
la mónada vital continúa existiendo, del mismo modo que un
individuo
sigue existiendo cuando su reflejo ha desaparecido de un espejo
quebrado.
La autoconciencia ya no existe —porque falta la base material
necesaria
para que puedan realizarse los procesos del conocimiento, el
sentimiento
y la experiencia—, pero la mónada vital subsiste como entidad
individual
en sí, para sí y por sí. Sin el aparato del cuerpo burdo y del
cuerpo
sutil, el púru±a está
completamente desconectado de la esfera de los
guða;
nada puede alcanzarlo; está completamente alejado.
En
esto consiste el verdadero “aislamiento”.
párarna
- aðu
(átomos
sutiles, de los cuales
tenemos
conciencia en las
experiencias
del cuerpo sutil)
PRèKîTI
(materia
prima indiferenciada)
Buddhi/Mah.nt
(la
potencialidad suprapersonal de las experiencias)
Aha´k.ra
(la
función del yo, que se apropia de los datos de la
conciencia
y erróneamente los atribuye al púru±a)
50
Tan-m.tra: “meramente
(m.tra) eso (tan)”,
“insignificancia”.
51
La formación de los elementos burdos a partir de los sutiles se
describe así: “Dividiendo cada
elemento
sutil en dos partes iguales y subdividiendo primera mitad de cada una
en cuatro partes iguales y
luego
añadiendo a la mitad no subdividida de cada elemento una subdivisión
de cada una de las cuatro
restantes,
cada elemento se convierte en cinco en uno” (Pañcada¡i
1, 27). Estos compuestos son los que
se
conocen con el nombre de elementos burdos y se denominan según
prepondere en ellos la porción de
éter,
aire, fuego, agua o tierra.
aire
éter éter éter éter
fuego
fuego aire aire aire
agua
agua agua fuego fuego
tierra
éter
tierra
aire
tierra
fuego
tierra
agua
agua
tierra
Ya
que el éter se experimenta como sonido, el aire como algo tangible,
el fuego como color y forma,
el
agua como sabor y la tierra como olor, cada elemento burdo, por estar
compuesto de los cinco, afecta
todos
los sentidos.
loloss
c cininccoo t atann-m-m..trtraa50
sthâla
bhâta
(los
cinco elementos burdos -éter,
aire,
fuego, agua, tierra- que
constítuyen
el cuerpo burdo y el
mundo
visible y tangible, de los
cuales
tenemos conciencia en las
experiencias
sensoriales)51
los
cinco
karméndriya
(las
facultades de
acción)
manas
(la
facultad de
(pensamiento)
(los
elementos sutiles primarios,
de
los cuales tenemos conciencia
en
forma de las contrapartes
internas
y sutiles de las cinco
experiencias
sensoriales, es
decir:
sonido, tacto, color y
forma,
sabor, olor: ¡abda,
spar¡a,
râpa, r.sa,
gandha)
los
cinco
jñ.néndriya
(las
facultades
Ahora
resulta claro el paralelismo de la doctrina del S.´khya
con las
enseñanzas
jaina y .j®’vika,
y también su contraste con el Ved.nta.
Al
parecer,
la idea de una pluralidad de mónadas vitales pertenece a la antigua
filosfía
prearia, nativa de la India; lo mismo que la teoría de que la esfera
de
la materia (prákÕti)
es en sí misma sustancial y no un mero reflejo,
espejismo
o artificio de M.y.52.
Sin embargo hay un aspecto del S.´khya
que
aparece diferir tanto de la noción jaina de liberación como de la
vedantina,
pues en su estado final, separado de los instrumentos de la
conciencia,
el púru±a permanece
en eterna inconsciencia. Durante la vida,
la
misma condición fue alcanzada momentáneamente en el sueño profundo
y
sin ensueños, en los desvanecimientos y en el estado de perfecta
abstracción,
que se logra mediante una disciplinada práctica de yoga. Pero
éste
no es el estado que describe el omnisciente T®rthá´kara
jaina. En
cambio,
el Ved.nta,
precisamente para hacer hincapié en la idea de que el
estado
perfecto es un estado de pura conciencia, habla de una etapa o
esfera
que
está más allá de las del cuerpo burdo (conciencia despierta), el
cuerpo
sutil
(conciencia de los sueños) y el cuerpo causal (sueño profundo), y a
la
que
denomina el estado “cuarto” (tur®ya)53.
Con
esta intuición vedantina y brahmánica, el aislamiento psicológico
en la
inconsciencia,
sostenido por el S.´khya
y el Yoga, se vuelve tan arcaico
corno
el aislamiento físico del T®rthá´kara
jaina.
La
contribución más importante de los sistemas de S.´khya
y Yoga a la
filosofía
hindú consiste en su interpretación estrictamente psicológica de
la
existencia.
Sus análisis del macrocosmos, así como de toda la serie de
problemas
humanos, se presentan en términos de una especie de
funcionalismo
psicológico protocientífico, que por su minuciosidad y
sobrio
positivismo es comparable con la teoría y el sistema de la evolución
universal
que tratamos al ocuparnos de los jaina y de Gos.la.
En este caso,
la
primitiva imagen mítica del universo que surge de las aguas y del
huevo
cósmico
cobra nueva vida al ser reinterpretada como las etapas de la
conciencia
humana, que pueden observarse en la experiencia subjetiva del
Yoga.
Desde el estado primordial de autoabsorción o involución, que
prácticamente
equivale a la quietud y se parece al no ser, se desarrolla un
estado
de conciencia interior intuitiva (buddhi), previa a la noción
de “yo”
(aha´k.ra),
que constituye la transformación siguiente; y, a través del
52
Cf. supra, pág. 27.
53
Cf. infra, págs. 286-287 y 295 sigs.
intelecto
(manas), la conciencia pasa luego a experimentar el mundo
exterior
(sobre el cual actúa) por medio de los sentidos externos. De esta
manera
se interpreta el proceso cosmogónico en términos de experiencia
psicológica,
como el desenvolvimiento de un ambiente percibido desde el
centro
más íntimo que todo lo percibe. El mito ingenuo cobra en seguida
una
estructura significativa; el mundo es entendido como algo que se
desenvuelve
a partir de un estado de quietud y de absorción hacia adentro;
de
este modo la intros pección se convierte en la clave del enigma de
la
esfinge.
Finalmente,
debe observarse que los cinco rasgos siguientes del S.´khya
aparecen
también en el budismo: importancia de la idea de que toda vida es
necesariamente
sufrimiento; indiferencia con respecto al teísmo y al
ritualismo
de los sacrificios védicos; oposición a las extravagancias
ascéticas
(como, por ejemplo, las del jainismo); y la creencia en el
parið.ma-nityatva,
“el constante devenir del mundo54”.
54
El S.´khya es
citado en el Canon budista p.ii, y
las leyendas budistas mencionan a Kápila como
uno
de los predecesores del Buddha. “Hay algunos monjes y brahmanes que
son eternalistas —die el
Brahmaj.lasuttanta
(D®ghanih.ya
1. 30.34; traduido por T. W. Rhys Davids, Sacred Books of the
Buddhists,
vol. II, Oxford, 1899, págs. 27-29)—; se dedican a la lógica y al
razonamiento y expresan las
siguientes
conclusiones propias: el alma es eterna, y el mundo, que no da origen
a nada nuevo, es firme
como
la cumbre de una montaña, como una columna firmemente plantada; y
los seres vivos, aunque
pasan
de nacimiento en nacimiento, caen de un estado de existencia y surgen
en otro, existen, sin
embargo,
por siempre jamás”.
CAPÍTULO
VIII
EL
BRAHMANISMO
1.
EL VEDA.
La
filosofía hindú ortodoxa surgió de la antigua religión aria de
los Veda.
Originariamente,
el panteón védico, con su hueste de dioses, representaba
el
universo donde se proyectan las ideas y experiencías del hombre
acerca
de
sí mismo. Los rasgos de nacimiento, crecimiento y muerte del ser
humano
y los procesos de la generación eran proyectados sobre el curso del
universo.
Las fuerzas cósmicas y los fenómenos eran personalizados. Las
luces
del cielo, las formas y aspectos de las nubes y tormentas, bosques,
cadenas
demontañas y cursos de ríos, las propiedades del suelo y los
misterios
del mundo subterráneo eran comprendidos y tratados con
referencia
a las vidas y relaciones de los seres divinos que, a su vez,
reflejaban
el mundo humano. Estos dioses eran superhombres dotados de
poderes
cósmicos, y podían ser invitados a las ceremonias. de ofrenda
como
partícipes de una fiesta. Eran invocados, halagados, propiciados y
complacidos.
En
Grecía, este antiguo estadio de la religión aria estuvo
representado por
la
mitología de la época homérica, que se continuó en la tragedia
del teatro
ateniense.
Sin embargo, al aparecer la crítica filosófica griega, en la costa
jónica
de Asia menor, que se desarrolló a través de filósofos y sofístas
desde
Tales hasta Sócrates (apoyada entonces por el progreso de las
ciencias
naturales, encabezadas por la astronomía racional, es decir, por
una
cosmología basada en las matemáticas), las primitivas proyecciones
antropornórfícas
desaparecieron como se esfuman los sueños al despertar.
Ya
no se aceptaba el mito como interpretación válida de los procesos
naturales.
Se rechazaban y aun se satirizaban los rasgos humanos y las
biografías
de los dioses; la mitología y la religión arcaicas decaían; la
brillante
comunidad de los Olímpicos se desplomaba. Este derrumbe fue
seguido,
poco después, por la ruina de las ciudades-estados griegas, en el
período
de Alejandro Magno.
En
la historia del antiguo pensamiento hindú no hubo tal crepúsculo de
los
dioses.
Las divinidades guardianas del mundo no fueron derrocadas sino
incorporadas
a un panorama más amplio y profundo, como reyes-títeres
locales
dentro del imperio de un monarca más poderoso. La Presencia
única,
experimentada como el Yo (.tman)
o Poder sagrado (brahman),
dentro
y más allá de lo múltiple, tomó a su cargo toda la libido india,
absorbiendo
enteramente su interés. Esta monarquía espiritual y universal
amenazó
seriamente el reino de los dioses, reduciendo en gran medida su
importancia
y su prestigio. Sin embargo, como virreyes y emisarios
especiales,
trascendentalmente investidos, por así decir, con los poderes y
emblemas
de sus cargos, las divinidades permanecieron en sus altos
sitiales,
pero cumpliendo una nueva función. Se las reconoció como
manifestaciones
del Poder interior omnipresente y básico, al cual se
prestaba
la más seria atención. Este fondo universal era interpretado como
idéntico
dentro de todas las cosas, inmutable a través de formas
cambiantes.
Sigue siendo supremo dentro de las figuras que se
desenvuelven
en el universo fenoménico, en los planos más burdos de la
experiencia
humana o en los más sutiles del empíreo. Además, los
trasciende
a todos y está infinitamente más allá de ellos. Poco a poco, con
el
desarrollo de este tipo de pensamiento brahmánico especulativo, el
complejo
ritual politeísta de las primeras etapas de la tradición védica
cayó
en
desuso y se puso de moda una forma de culto más trabajada, más
íntima
y
más profunda.
¡Om!
Había una vez [un joven llamado] ävetaketu
èruðeya.
Su padre le
dijo:
“Vive la vida de un estudianle del conocimienito sagrado. En verdad
querido
mío, en nuestra familia no hay nadie que no esté instruido en los
Veda,
que sea un brahmán [meramente] por parentesco, por así
decir.”
Entonces
él, habiéndose hecho discípulo a la edad de doce años, habiendo
estudiado
todos los Veda, regresó a la edad de veinticuatro, presumido,
creyéndose
docto orgulloso. Entonces su padre le dijo: “ävetaketu,
querido
mío,
puesto que ahora eres presumido, te crees docto y eres orgulloso,
¿pediste
también esa enseñanza por la cual lo que no ha sido oído llega a
ser
oído, lo que no ha sido pensado llega a ser pensado, lo que no ha
sido
comprendido
llega a ser comprendido?”
“Os
ruego, señor, me digáis qué es esa enseñanza.”
“Así
como, mi querido, por un pedazo de arcilla puede conocerse todo lo
hecho
de arcilla (la modificación es meramente una distinción verbal, un
nombre:
la realidad es simplemente la arcilla55; así como, mi
querido, por
un
ornamento de cobre puede conocerse todo lo hecho de cobre (la
modificación
es meramente una distinción verbal, un nombre: la realidad
es
simplemente el cobre); así como, mi querido, por una tijera de uñas
puede
conocerse todo lo hecho de hierro (la modificación es meramente
una
distinción verbal, un nombre: la realidad es simplemente el hierro);
así,
mi querido, es esa enseñanza.”
“En
verdad, esos hombres venerables no lo sabían; porque, si lo hubieran
sabido,
¿por qué no me lo habrían dicho? Pero vos, señor, tened a bien
decírmelo.”
55
O bien: “como toda modificación no es más que un esfuerzo del
habla, un nombre, y la arcilla la
única
realidad” (v.c.rámbhanam
vih.ro
namodhéyammÕttik-ely eva
sátyam).
“Así
sea, mi querido (…) Tráeme un higo de allí.”
“Aquí
está, señor.”
“Divídelo.”
“Ya
está dividido, señor.”
“¿Qué
ves allí?”
“Estas
semillas muy pequeñas, señor.”
“Divide
una de ellas.”
“Ya
está dividida, señor”.
“¿Qué
ves allí?”
“Nada
absolutamente, señor.”
Entonces
[el padre] le dijo: “En verdad, mi querido, esa sutilísima
esencia
que
tú no percibes; en verdad, mi querido, de esa sutilísima esencia,
así
surge
esta gran higuera sagrada. Créeme, mi querido -dijo-, eso que es la
esencia
más sutil, este mundo entero tiene eso como su Yo. Eso es la
Realidad.
Eso es el étman. Eso eres
tú (tat tvam asi), ävetaketu.”
“Tened
a bien, señor, hacerme entender algo más.”
“Así
sea, mi querido -dijo [el padre]-. Coloca esta sal en el agua.
Por la
mañana
ven a verme.”
Así
lo hizo [åvetaketu].
Entonces
[su padre] le dijo: “Esa sal que anoche pusiste en el agua,
por
favor,
tráela.”
Entonces
él quiso cogerla, pero no la encontró, porque estaba
completamente
disuelta.
“Por
favor, toma un sorbo de este lado -le dijo [el padre]-; ¿cómo
está?
“Salada.”
“Toma
un sorbo del medio -le dijo-; ¿cómo está?
“Salada.”
“Déjala.
Luego ven a mí.”
Él
así lo hizo, diciendo: “Siempre es igual.”
Entonces
[el padre] le dijo: “En verdad, en realidad, mi querido, tú
no
percibes
al Ser aquí. Pero en realidad de verdad, está aquí. Eso que es la
esencia
sutilísima, este mundo entero tiene eso como su Yo. Ésa es la
Realidad.
Eso es el étman. Eso eres
tú, ävetaketu56
Mientras
desde el punto de vista dualista del S.´khya
y del Yoga, y desde
el
ángulo materialista de las filosofías no arias de los jaina y de
Gos.la, el
universo
se interpreta a partir de dos principios antagónicos y eternos,
púru±a
y prákÕti (o j®va
y no j®va),
según el no-dualismo trascendental de la
tradición
védica todas esas oposiciones deben considerarse como
meramente
fenoménicas. La evidente incompatibilidad de las funciones
56
Ch.ndogya-Upáni±ad
6.1; 6. 12-13 (traducida por Robert Ernest Hume, The Thirteen
Principal
Upanishads,
Oxford, 1921, págs. 240-241, 247-248).
contradictorias
no detuvo el pensamiento de los brahmanes. Por el
contrario,
reconocieron precisamente en este dilema la clave de la
naturaleza
y el sentido de lo trascendente y, por lo tanto, de lo divino.
La
instrucción que el sabio é'ruñi
da a su hijo demuestra por analogía que
el
principio supremo trasciende la esfera de los “nombres y las
formas”
(n.marâpa),
pero lo penetra todo, como la sal. El Brahman es tan sutil
como
el germen de la semilla que está dentro del fruto; es inherente a
todos
los
seres, como potencialidad de su vida que se despliega. Y sin embargo,
aunque
esta entidad invisible se transforma, o al menos parece hacerlo, a
través
de todas las formas y procesos del mundo —como el cobre y la
arcilla
se convierten en cacharros y cacerolas de cocina—, estas formas
visibles
y tangibles son “meras transformaciones” (vik.ra);
no debemos
limitar
nuestra atención al espectáculo de sus configuraciones. Los
nombres
y las formas son accidentales y efímeros; en última instancia, la
realidad
es simplemente arcilla”.
De
acuerdo con esta fórmula brahmánica, la dialéctica del universo es
manifestación
de un principio trascendente, no-dual, más allá de todo
dualismo,
y sin embargo inmanente, que produce el mundo de nombres y
formas
(n.marâpa)
y lo habita como su principio animador.
El
dualismo de la natura naturans (prákÕti)
y la mónada inmaterial
trascendente
(púru±a) queda de
este modo trascendido.
El
leitmotiv de la filosofía védica, desde el período de sus
primeros himnos
filosóficos
(conservados en las partes más recientes del îg-Veda)
ha sido,
sin
cambios, la búsqueda de una unidad básica que fundamenta la
multiplicidad
del universo. Desde el comienzo, el pensamiento brahmánico
estuvo
centrado en la paradoja del simultáneo antagonismo e identidad de
las
fuerzas y formas manifiestas del mundo fenoménico, y su meta fue
conocer
y controlar efectivamente el poder oculto que está antes, dentro y
detras
de todas las cosas, como su fuente oculta. Además, esta búsqueda o
investigación
se realizó siguiendo dos líneas principales, que en el fondo
eran
las mismas. La primera —en respuesta a la pregunta: ¿Cuál es la
esencia
única que se ha diversificado?”— buscaba el principio supremo
tras
las formas del mundo exterior, mientras que la segunda, dirigiendo la
mirada
hacia adentro, inquiría: “¿De qué fuente proceden las fuerzas y
órganos
de mi vida?” El autoanálisis del hombre se desarrolló así como
una
disciplina
paralela, correlativa a la evaluación especulativa de las potencias
y
efectos externos, y coadyuvante de ella.
En
contraste con sus productos o manifestaciones transitorias, la
esencia
micro-macrocósmica
misma fue considerada desde los primeros tiempos
corno
inagotable, inmutable e indestructible, pues también era íntimamente
experimentada
como hontanar de poder sagrado. Por lo tanto, conocerla,
tener
acceso a ella por medio del conocimiento (jñ.na),
significaba en
realidad
participar en su impasibilidad, gloria, inmortalidad y fuerza
infinita.
Además, alcanzar estos estados significaba trascender, en alguna
medida,
la amenaza de la muerte y las miserias de la vida, lo cual constituía
una
preocupación general, muy seria y apremiante, en aquellos antiguos
tiempos
de guerra incesante, durante la gran migración de las tribus arias
que
entraron en el subcontinente de la India, y también después, cuando
la
lucha
de los caudillos feudales por la supremacía alcanzaba su apogeo y el
mundo
estaba amenazado por enemigos y demonios. Desde esos remotos
días
de contiendas nómadas y feudales, la investigación védica que
trataba
de
descubrir el secreto fundamento de las diversidades del cosmos
evolucionó
gradualmente y sin interrupción hasta que, más tarde, en los
siglos
de las Upáni±ad,
los razonamientos pictográficos de la mitología y
de
la teología fueron dejados muy atrás y remplazados por los
conceptos
abstractos
de la metafísica. Pero en todo momento, a través de todas las
transformaciones
de la civilización india, la obsesión brahmánica —ya en
la
forma comparativamente primitiva de la magia aria, ya en los grandes
refinamientos
del pensamiento posterior— siguió siendo la misma; es
decir,
quedó fija en el problema de la naturaleza de la fuerza que
continuamente
y en todas partes se presenta al hombre bajo nuevos
disfraces.
Primero
se trató de sondear este misterio con el espíritu de una ciencia
natural
arcaica. La comparación e identificación de diversos fenómenos
puso
en descubierto su origen común, mostrando así que eran
fundamentalmente
uno. Al penetrar en las constantes metamorfosis, el
pensamiento
especulativo reconoció el ubicuo poder de la
autotransmutación,
denominada m.y.
(de la raíz verbal m.-,
“preparar,
formar,
construir”)57 e interpretada corno una de las facultades
características
de los dioses y demonios sobrehumanos e infrahurnanos que
dirigen
el mundo. La función de la teología llegó a ser entonces la de
identificar
y comprender toda la serie de máscaras que cada poder divino
podía
asumir, y rotularlas correctamente, dándoles los “nombres” que
les
correspondían.
Los nombres se clasificaron en invocaciones y letanías, y la
función
del código de sacrificios era conjurar las fuerzas nombradas en las
letanías,
mediante sus fórmulas adecuadas, y de este modo ponerlas al
servicio
de los proyectos de la voluntad humana.
Un
gráfico ejemplo de esta variedad de investigaciones se encuentra en
la
teología
védica de Agni, el dios del fuego. Todo sacrificio védico está
centrado
en torno a esta divinidad, en cuya boca (el fuego del altar) se
vertían
las ofrendas. Como mensajero de los dioses, Agni llevaba los
sacrificios
al cielo en su estela de llamas y humo, y allá alimentaba a los
seres
celestiales como un pájaro a sus polluelos. El fuego en su forma
terrena,
como poder que preside todos los hogares y familias arias, era
57
Cf. supra, pág. 27, nota 11.
Agni
Va¯¢v.'nara,
el ser divino “que existe con todos (vi¡va)
los hombres
(nara)”.
La misma divinidad en el cielo, como calor del sol, era el Agni
solar,
pero en la esfera del mundo intermedio (antarik±a),
donde el fuego
mora
con las nubes y aparece como rayo, era considerado como criatura de
las
aguas atmosféricas. Aquí en la tierra se conocían otras dos formas
importantes
de Agni: la asociada a la madera y la relacionada con el calor
de
la célula viva. Se encendía fuego haciendo girar un palo de madera
dura
en
un agujero practicado en una tabla más blanda. La rotación
engendraba
calor
y, en seguida, una chispa, lo cual era comparable al proceso de la
generación;
la varita que giraba y la tabla eran los progenitores: el padre y
la
madre respectivamente; por lo tanto, Agni era hijo de la madera. Pero
como
la madera crece y se nutre gracias al agua, Agni era el “nieto del
agua”
(ap.Ñ-náp.t),
aunque era también hijo del agua, nacido como un
rayo
del seno ácueo de las nubes. Además, el fuego se encuentra dentro
de
todos
los seres vivos —hombres, cuadrúpedos y aves—, como podemos
comprobarlo
por la temperatura del cuerpo. Esta temperatura es perceptible
al
tacto, está en la piel. Más tarde se dijo que el calor era la causa
de la
digestión
—el calor de los jugos corporales “cocía” la comida en los
intestinos—
y por lo tanto la bilis digestiva fue identificada como la
principal
manifestación del fuego macrocósmico en el microcosmos.
El
conocimiento de estas afinidades e interrelaciones constituía una
parte
importante
de la más antigua sabiduría sacerdotal aria. Puede decirse que
era
una especie de ciencia natural intuitiva y especulativa. Además, así
como
las ciencias especulativas de nuestros días proporcionan las bases y
fundamentos
teóricos de las técnicas aplicadas, la antigua sabiduría de los
sacerdotes
védicos sustentaba una técnica aplicada de magia práctica. La
magia
era el equivalente primitivo de la moderna ciencia práctica, y las
lucubraciones
de los sacerdotes, el antecedente de la ciencia pura que
corresponde
a la astronomía, la biología y la física teóricas de nuestro
tiempo.
Las arcaicas investigaciones y aplicaciones brahmánicas dieron por
resultado
la identificación de los fenómenos de ciertas esferas del universo
con
otros de distintas esferas, lo cual tuvo vastas proyecciones. (A)
Los
elementos
del macrocosmos fueron identificados con (B) las facultades,
órganos
y miembros del microcosmos (el organismo humano), y ambos con
(C)
los detalles de los ritos de sacrificio tradicionalmente heredados.
El
ritual
fue el principal instrumento para entrar en contacto con las fuerzas
del
universo, controlarlas y ponerlas al servicio de las necesidades y
deseos
humanos.
Gradualmente fue pasando a segundo plano a medida que el
“camino
del conocimiento” (jñ.na-m.rga)
remplazaba al “camino de la
acción
ritual” (karma-m.rga),
es decir, cuando la abstracta filosofía de las
Upáni±ad
se desembarazó de la maraña de ritos mágicos. Este cambio se
produjo
entre los teólogos védicos, en círculos dedicados a discusiones,
meditaciones
e iniciaciones esotéricas. De este modo, el problema de las
equivalencias
o estructuras paralelas de (A) el universo y (B) la
naturaleza
humana
se convirtió en la única clave importante para la interpretación;
entre
tanto, el problema de los detalles del sacrificio (C) iba
desapareciendo.
De esta manera se inauguraba un extraordinario período de
investigación
especulativa, en el que se estudió exhaustivamente la oculta
identidad
de las facultades y potencias del cuerpo humano con las potencias
específicas
del mundo exterior, considerándosela desde todos los puntos de
vista
como base de una interpretación total de la naturaleza humana, para
comprender
su puesto en el universo y para develar el enigma del común
destino
del hombre.
Este
curioso estudio comparativo, que duró largo tiempo, tuvo por
resultado
múltiples intentos encaminados a resumir los principales
elementos
del micromacrocosmos en listas coordinadoras o conjuntos de
ecuaciones58.
Por ejemplo, en la Taittir®ya
Upáni±ad encontramos
que los
elementos
tierra, fuego y agua corresponden respectivamente al aliento, la
vista
y la piel humanos; y, por otra parte, que la atmósfera, el cielo,
las
cuatro
regiones y las cuatro regiones intermedias corresponden por una
parte
al viento, el sol, la luna y las estrellas, y por otra al oído, la
mente, el
habla
y el tacto; en tanto que las plantas, los árboles, el espacio y
nuestro
cuerpo
hacen juego con la carne, los músculos, los huesos y la médula59.
No
pocas de estas identificaciones se hacían por vía de ensayo y
arbitrariamente,
con excesivo esquematismo, y no convencieron a la
posteridad.
Pero el efecto práctico del movimiento en conjunto fue el de
despersonalizar
progresivamente el universo y socavar el prestigio de los
primitivos
dioses védicos.
Sin
embargo, como dijimos, los dioses nunca fueron destronados en la
India.
No fueron desintegrados y disueltos por la crítica y la ciencia
natural,
como
lo fueron las divinidades de los griegos en la época de los
sofistas,
Anaxágoras,
Demócrito, Aristóteles y otros filósofos. Los dioses homéricos
se
tornaron ridículos y fueron objeto de burla debido a sus amoríos
demasiado
humanos y a sus excesos de cólera, que se consideraban
incompatibles
con la idea de divinidad de épocas posteriores, que asignaba
a
Dios caracteres más éticos y espirituales. Imágenes simbólicas
creadas
por
la primitiva imaginación mítica, como las que representan los
galanteos
de
Zeus y las rencillas familiares del Olimpo, resultaban ofensivas a la
nueva
crítica moralista, que las interpretaba literalmente. En cambio, la
India
conservó sus personificaciones antropomórficas de las fuerzas
cósmicas
como máscaras vigorosamente expresivas, como magníficas
58
Estas ecuaciones pueden compararse fácilmente en la traducción de
las Upáni±ad
realizada por
Hume
(op. cit., pág. 520), consultando en el índice los
siguientes temas: “correlation, or correspondence
—of
things cosmic and personal; of the sacrifice and the liturgy with
fife and the world; —of the
existential
and the intelligential elements”.
59
Taittir®ya Upáni±ad,
1.7.(cf. Hume, op. cit., pág. 279); cf.
supra págs. 21-23.
personae
celestiales, que optativamente podían servir de auxiliares a la
mente
en su intento de comprender lo que se consideraba manifiesto a
través
de ellas. Quedaron como útiles símbolos, llenos de sentido y de
interés,
por los cuales era posible concebir y tratar a las potencias siempre
presentes.
Servían de guías; y, además, siempre era posible llegar a ellos
por
medio de los antiguos ritos de sacrificios, con sus inalterables
textos, y
también
por medio de las prácticas individuales de la devoción emocional
(bhakti)
en la que el “yo” se dirige, reflexivamente, a un “Tú”
divino.
Según
estas concepciones, lo expresado a través de las máscaras
personales
es
trascendente a ellas, pero nunca se eliminó efectivamente el ropaje
de los
personajes
divinos. Esta actitud tolerante y afectuosa dio al problema
teológico
una solución que conservaba el carácter personal de las potencias
divinas
para todo lo referente al culto y a la vida diaria, y por otra parte
permitía
que un concepto abstracto, supremo y trascendente dominara en
los
planos más elevados del conocimiento y la especulación, por encima
del
ritual.
Todo
lo expresado en los personajes divinos —o, en general, en cualquier
forma
tangible, visible o imaginable— tiene que ser considerado nada más
que
como un signo, un indicador que dirige el intelecto hacia lo que está
oculto,
hacia algo más poderoso, más amplio y menos transitorio que
cualquier
cosa que los ojos o las emociones puedan conocer. Del mismo
modo,
los conceptos y las ideas definidos y circunscritos por el intelecto
también
deben ser considerados como meros signos útiles, que señalan lo
que
no puede ser definido o limitado por un nombre. Porque tanto el reino
de
las formas (râpa) como
el de los nombres (n.man)
—la esfera tangible y
la
esfera conceptual— son meros reflejos. Para comprenderlos, tenemos
que
reconocerlos como manifestaciones de algo más elevado que ellos,
algo
infinito, que se resiste a cualquier definición, ya sea
propuesta por las
fórmulas
de una teología primitiva, llena de maravillas, o por las hipótesis
de
una ciencia posterior, de espíritu práctico.
En
la India, la búsqueda de la fuerza primordial a través de
especulaciones
de
alto vuelo alcanzó el plano de una realidad de donde todo procede
corno
una
manifestación temporal, meramente fenoménica. Esta potencia última,
que
anida en el universo y en el hombre, trasciende tanto la esfera
sensible
como
la conceptual; por lo tanto, de ella se dice neti neti, “ni
así (neti) ni
así
(neti)60”. Es aquello “de donde las palabras vuelven,
junto con la mente,
sin
haberlo alcanzado61”. Pero no hay dicotomía; no hay antagonismo
entre
lo
“real” y lo “irreal” en esta concepción estrictamente no
dualista, pues la
60
Ésta es la gran fórmula de Y.jñavalkya,
el máximo pensador de la tradición upanisádica. Con
respecto
a su frecuente aparición en los textos, cf. el Indice de Hume bajo
“neti, neti” (op, cit., pág. 511).
61
Taittir®ya Upáni±ad
2.4. (cf. Hume, op. cit., pág. 285); cf. supra, págs. 69-75.
suprema
Realidad trascendente y sus manifestaciones mundanas (visibles o
verbo-conceptuales)
son, en esencia, lo mismo.
Hay,
sin embargo, una jerarquía o graduación de las manifestaciones,
estados
o transformaciones de la esencia que todo lo abarca y que todo lo
despliega,
según los diferentes grados de sus intensidades y poderes.
Además,
este principio filosófico concuerda con el principio ordenador de
la
antigua jerarquía mitológica, en la que los diferentes dioses
estaban
escalonados
según los alcances de sus esferas de poder. Algunos de los
dioses,
como Indra, Soma y Váruna, gobernaban como reyes; otros como
Agni,
estaban dotados de las insignias y facultades del poder sacerdotal;
muchos
otros, como los dioses del viento (los Márut), de orden muy
inferior,
constituían las filas de las divinas huestes guerreras. Los
panteones
siempre
reflejan las jerarquías sociales vigentes en las familias y tribus
del
lugar,
así como sus conflictos sociales. Los grupos y generaciones de seres
divinos
se desplazan y sustituyen unos a otros, reflejando las crisis de la
civilización,
y de los ideales de sus devotos. Dioses más jóvenes dominan a
otros
más antiguos, como Indra a Váruna, y como Váruna, en una época
aún
más remota, había remplazado a su gran padre Dyaus, el Padre Cielo.
El
problema crucial del teólogo es el de establecer contacto con las
divinidades
adecuadas a los fines del momento y descubrir, si es posible,
cuál
de los dioses es, en general, el más poderoso. Pero esto corresponde
al
problema
de la investigación filosófica posterior, el estudio del jñ.nam
.rga,
cuya meta es determinar el principio supremo y soberano y
establecer
contacto con él, aunque ahora solo mediante el camino (m.rga)
del
conocimiento (jñ.na)
más bien que por medio de ritos. El primer
principio
debe ser descubierto y dominado por la sabiduría. El individuo
tiene
que participar de él por medios abstractos. Entonces compartirá su
potencia,
como un sacerdote que comulga con el poder de su dios. Se hará
omnipotente
e inmortal; estará más allá de los cambios y temores, allende
el
destino común de los mortales, y gozará de las gracias que puedan
concederle
esta vida y la futura.
Como
hemos visto, el método brahmánico sigue dos caminos: uno
macrocósmico,
otro microcósmico. Una de las primeras etapas del primero
se
refleja en el siguiente himno del Yájur-veda Negro, en el
cual el
principio
supremo se manifiesta a sí mismo como alimento (anna)62. Se
presenta
al alimento como fuente y sustancia de todas las cosas. El
Brahman,
la divina esencia, se da a conocer al sacerdote vidente en los
versos,
impresionantes, inspiradores de terror sagrado:
Soy
el primogénito de la divina esencia.
62
Este concepto persiste como tema central en el período más reciente
de las Upáni±ad.
Ejemplos, en
el
Índice de Hume, bajo “food” (op. cit., pág. 523).
Antes
de que nacieran los dioses yo existía.
Soy
el ombligo [el centro y la fuente] de la inmortalidad.
Quien
me da a los demás, al darme me conserva para sí.
Soy
el Alimento. Me nutro de alimento y del que lo alimenta63.
El
material divino que compone el universo vivo y sus criaturas se
revela
aquí
como alimento, que es materia y fuerza combinadas. Esta savia vital
constituye
todas las formas de la vida. Aunque cambia de formas,
permanece
indestructible. Las criaturas se multiplican alimentándose unas
de
otras —comiéndose, devorándose y procreando entre sí—, pero la
sustancia
divina sigue viviendo, sin interrupción, a través de las incesantes
interrupciones
de las vidas de todos los seres vivos. Así, en este himno
solemne
encontramos la experiencia y la verificación de la ley primordial
del
terrible Artha¡.stra
en el aspecto de su sagrado misterio: la despiadada
lucha
por la vida que prevalece inocentemente en el reino de la
naturaleza64.
El
himno continúa:
Este
alimento se almacena en el más alto de los mundos superiores.
Todos
los dioses y los antepasados difuntos son los guardianes de este
alimento.
Todo
lo que se come, se vierte o se esparce como ofrenda no es, en
coniunto,
más que la centésima parte de la totalidad de mí cuerpo.
Los
dos grandes vasos, el Cielo y la Tierra, han sido colmados
Por
la vaca manchada, con la leche de un solo ordeño.
La
gente piadosa, cuando la bebe, no la disminuye.
No
se acrecienta ni merma.
La
sustancia vital que llena el cuerpo del universo circula por sus
criaturas
con
una corriente rápida y continua, al ser presas unas de otras en
alimentos
y
alimentadores recíprocos. La parte que de esta manera se hace
visible es
solo
un centésimo de la esencia total, algo insignificante en comparación
con
la totalidad, pues, con mucho, la mayor parte permanece oculta a la
vista:
está almacenada en el más alto dominio del universo, donde la
guardan
los dioses y los antepasados fallecidos que comparten la celeste
morada.
Por naturaleza, estas provisiones divinas son la abundancia misma;
la
parte que se manifiesta como mundo no es más que el producto de un
solo
ordeño de la sublime fuente, la gran vaca manchada. Al transformarse
continuamente
en la energía y sustancia del mundo, el infinito acopio no
63
Taittir®ya-Br.’hmaða
2.8.8.
64
Cf. supra, págs. 41 y 102.
sufre
la menor pérdida. La vaca no disminuye ni en sustancia vital ni en
vigor
productivo al dar la leche de un ordeño.
El
antiguo himno prosigue así:
El
Alimento es el aliento exhalado; el Alimento es el aliento exhalado
de
vida.
Alimento,
llaman a la muerte; el mismo Alimento, llaman a la vida.
Alimento,
los brahmanes llaman al envejecer [decaer].
Alimento,
llaman también al engendrar progenie.
El
alimento dirige todos los procesos vitales. Proporciona energía al
proceso
respiratorio, que dura toda la vida. Produce la decadencia y la
vejez,
que terminan en la destrucción y la muerte; pero también provoca la
concepción
de descendientes y fortalece al cuerpo del niño que crece.
El
insensato obtiene alimento inúlil.
Declaro
la verdad: será su muerte;
Porque
no alimenta ni a amigo ni a compañero.
Quedándose
con su alimento para él solo, se hace culpable al comerlo.
Yo,
el Alimento, soy la nube, que truena y que llueve.
Ellos
[los seres] se alimentan de mí. Yo me alimento de todo.
Yo
soy la esencia real del universo, inmortal.
Por
mi fuerza todos los soles del cielo están encendidos.
La
misma leche divina que circula por las criaturas de la tierra
enciende los
soles:
todas las estrellas de la Galaxia. Se condensa también en las formas
de
las nubes. Se vierte como lluvia y alimenta la tierra, la vegetación
y los
animales,
que crecen gracias a la vegetación. El individuo iniciado en este
secreto
no puede ser avaro de ninguna porción del abundante alimento que
pueda
llegarle. Lo compartirá de buen grado con sus compañeros. No
querrá
interrumpir el circuito acumulando la sustancia para sí. Y, del
mismo
modo, todo el que retiene alimento se sustrae de la animadora
circulación
de la fuerza vital que sustenta al resto del universo: todas las
criaturas
de la tierra, todas las nubes que cruzan el cielo, y el sol. Quien
acumula
con mezquindad se separa del divino metabolismo del mundo
vivo.
Su alimento no le sirve de nada: al comer, come su propia muerte.
El
mandamiento de este himno, la solemne proclamación que la sustancia
sagrada
hace a través de sus versos, equivale a una especie de “Manifiesto
Comunista”
cósmico —al menos con respecto a los alimentos—. Los
alimentos
han de ser comunes a todos los seres. Solemnemente el himno
pone
a la Verdad por testigo diciendo: “Declaro la verdad”; con lo
cual se
profiere
una maldición cósmica al inflexible individualista que solo se
interesa
por su propio bienestar. “Será su muerte”, declara el himno; la
sustancia
nutritiva en su boca se volverá veneno.
Los
dioses son más antiguos que los hombres, mucho más antiguos, pero
también
han tenido origen; no son eternos ni existen por sí mismos. Son
solo
los primogénitos de la fuerza cósmica sustancial que es el
alimento, la
primera
automanifestación del primordial poder trascendente. Y, como han
nacido,
también tienen que morir. Las formas creadas e individualizadas no
pueden
gozar de eternidades. Pero, si no la hay para los dioses, ¿cómo
podrá
haberla para seres menores? Inhalando y exhalando el aliento de la
vida,
engendrando la prole y marchitándose, los innumerables organismos
de
todas las esferas del ente sostienen las diversas fases de un único
proceso
rítmico e inevitable. Manifiestan y sufren la metamorfosis de lo
que
es, intrínsecamente, en sí mismo, una eterna lozanía e infalible
inmortalidad.
Alimentándose de la sustancia divina en la forma de los otros
y
convirtiéndose, a su vez, en alimento de ellos, cada uno es solo un
momento
del enorme juego universal de las transformaciones, un animado
cambio
de disfraces, pues el salvaje abandono que caracteriza a este juego
de
alimentarse pertenece al estado de máscara. Lo que la máscara
oculta es
en
todos los casos lo mismo, “la fuente”, “el centro”, la divina
fuerza vital
anónima
que no tiene rostro pero lleva las máscaras de todos los rostros de
la
vida.
El
consuelo del individuo consiste en saber que detrás de su funesta
suerte
y
en el seno de ella está lo Imperecedero, que es su propia simiente y
esencia.
Liberarse de esa suerte funesta consiste en sentirse idéntico no a
la
máscara
sino a su sustancia, que todo lo penetra y siempre vive.
Identificarse
con ella mediante la sabiduría significa adecuarse a su
realidad
tornando la actitud que corresponde con respecto al alimento y a
los
alimentadores. El misterio de la unicidad de todo en el ser divino se
manifestará
entonces en la práctica. Dejando a un lado las ideas de
diferenciación
y discriminación —que separan a los individuos en lucha,
cada
uno de los cuales se adhiere con avidez a sí mismo aisladamente,
librando
batalla, a la manera de los peces, por la pura autoconservación
egoísta—
no nos sentimos limitados por la piel de nuestra mortalidad
personal.
Todas las cosas aparecen entonces como la manifestación de una
esencia
permanente que recibe diferentes inflexiones, entre las cuales
nuestra
propia vida es solo una configuración pasajera. Al darnos cuenta de
ello,
se transforma como por arte de magia la concepción de que la vida es
un
proceso despiadado e inmediatamente sentimos que en nosotros
aumenta
la paz.
El
Himno del Alimento expresa, pues, el mismo “Sí universal”
que siglos
después
caracterizará al tantrismo con su gran fórmula: “¿Quién busca
el
Nirv.ða65?”
El reino tangible de m.y.,
que es el velo que oculta la Verdad,
es
al mismo tiempo la autorrevelación de la Verdad. Todo es una
máscara,
65
Cf. infra, págs. 433 sigs., la nota del compilador, y Apéndice D.
un
gesto de la autorrevelación. Los aspectos oscuros de la vida
(muerte,
separación
y dolor) contrapesan los aspectos brillantes (satisfacción y
placer);
las dos caras se moderan recíprocamente, como las fuerzas celestes
e
infernales en la estructura del universo, la bondad de los dioses y
las
ambiciones
egoístas, deletéreas y despiadadas de los demonios. Para poder
soportar
los aspectos fugitivos del mundo en su calidoscópico cambio es
necesario
aceptar la totalidad, es decir, es necesario destruir la pretensión
muy
natural y egoísta de que la vida y el universo deben adecuarse a la
constitución
miope y asmática de un miembro del conjunto centrado en su
yo,
que excluye de su consideración todo cuanto escape a su limitada
visión
personal.
Podría
decirse que la ignorancia acorta las piernas del hombre, en contraste
con
las del divino Hombre cósmico, Vi²ñu,
que en tres pasos gigantescos
creó
la Tierra, la Atmósfera y el Firmamento con solo asentar el pie, en
cada
paso, donde había espacio vacío. El dinamismo cósmico, del cual
nosotros
mismos somos diminutas manifestaciones, no puede encajar en las
dimensiones
de nuestro cerebro, como tampoco cabe en el de las hormigas,
pues
el universo es la sagrada revelación de una esencia absolutamente
trascendente.
Podemos darnos por contentos con comprenderlo siquiera un
poco,
según los alcances de nuestras facultades mentales y sensoriales
egocéntricas.
Aunque en todo momento se caracteriza por ser perecedero,
el
torbellino universal es eterno, como lo es la oculta potencia de
donde
deriva.
En efecto, perdura a través de la transitoriedad misma de sus
fenómenos
que aparecen y desaparecen y que constituyen el conjunto de
formas
evanescentes. Precisamente porque estas formas se destruyen, el
proceso
es eterno. Las sombras de la muerte y la desgracia oscurecen la paz
del
mundo a cada segundo que pasa, cruzando el escenario iluminado por el
sol
y por la luna, pero no preponderan sobre la luz, sobre el goce vital
de
engendrar
perpetuamente nuevas formas. El mundo, a pesar de su dolor,
está,
por así decir, extasiado en sí mismo y no cuenta las heridas que
acompañan
al proceso, como a los amantes en su arrobamiento no les
importa
que los besos lastimen, o como al niño que toma afanosamente un
helado
no le hace mella que el frío le produzca un poco de dolor. Todo
depende
de qué sea lo que destaquemos. El Himno del Alimento hace
hincapié
en el aspecto dionisiaco del mundo. Una continua mezcla y
transformación
de opuestos a través de un inexorable dinamismo vital —
que
hasta busca el dolor para equilibrar y aumentar la intensidad del
placer—
acompana espontánea, poderosa y alegremente esta terrible
aceptación
oriental de toda la dimensión del universo. Esta salvaje
afirmativa
es, como veremos, eminentemente característica del hinduismo.
åiva,
el danzarín cósmico, divino señor de la destrucción, aparece
simultáneamente
como modelo de fervor ascético y como típico amante
frenético
y fiel esposo66. Los griegos alejandrinos reconocieron en él la
forma
hindú de Dioniso y, siguiendo una costumbre típicamente occidental,
expresaron
que su dios había entrado triunfalmente y conquistado la india.
Pero
sabemos que los brahmanes habían estado alabando el aspecto
dinámico,
dionisíaco, del universo, mucho antes de que el “Renacido”
tracio,
coronado de hojas de parra, entrara en los valles de Grecia con sus
míticos
compañeros, para consternación y escándalo de las sobrias
personalidades
rectoras del universo que ocupaban el ortodoxo Olimpo
griego.
Al
devoto de semejante dios se le pide que adore no los nombres y formas
(n.marâpa),
sino el dinamismo, la torrencial corriente cósmica de fugaces
evoluciones
que continuamente produce y aniquila existencias individuales
(como
un Niágara en el que somos unas gotas), agitándose con rugiente y
tremenda
espuma. Tal es la actitud que se destaca decisivamente en el
período
tántrico del pensamiento indio: el individuo mortal identifica su
mente
con el principio que le ha dado existencia, que lo lanza en su marcha
y
habrá de aniquilarlo, sintiéndose a sí mismo como parte de esa
suprema
fuerza,
de la cual es manifestación, velo y juego. Nos sometemos a la
totalidad.
Armonizamos nuestros oídos con las notas consonantes y
disonantes
de la sinfonía cósmica, considerándonos como un breve paso,
como
una momentánea melodía que ahora aurnenta pero que pronto
decaerá
y no volverá a oírse. Así, comprendiendo su papel y su función en
el
eterno canto a la vez alegre y doloroso de la vida, el individuo no
siente
melancolía
ante las perspectivas de los dolores de la muerte y del
nacimiento
o por el hecho de que sus expectativas personales sean
defraudadas.
Ya no valora la vida sobre la base del dolor. Tanto las penas
como
las alegrías de la ronda son trascendidas en el éxtasis.
“¿Quién
busca el Nirv.ða?”
La comprensión de las estructuras vitales que
se
desenvuelven con variable grado de intensidad desde el primordial,
único
Yo y Núcleo centralísimo de todos los entes, el “Poder Sagrado”
—
Brahman-ètman—
no puede realizarse por medio de la lógica; pues la
lógica
rechaza como absurdo, y por lo tanto como imposible, todo cuanto
vaya
contra las reglas de la razón. Por ejemplo, 1 más 1 es lógicamente
2;
nunca
3 ó 5, y no puede convertirse en 1. Pero las cosas no ocurren de esa
manera
en el campo de los procesos vitales de la naturaleza, en el cual
ocurren
a diario las cosas más ilógicas por todas partes, como lo más
corriente.
Las reglas de la vida no obedecen a la lógica sino a la dialéctica;
los
razonamientos de la naturaleza no son como los de la mente sino más
bien
como los de nuestro ilógico vientre, nuestra facultad de procrear,
el
aspecto
vegetativo y animal de nuestro microcosmos. En esta esfera, la
esfera
de la dialéctica biológica, la esfera ilógica de las fuerzas
naturales y
66
Cf. Zimmer, The King and the Corpse, págs. 261-316.
vitales,
1 más 1 generalmente está muy lejos de seguir siendo 2 por mucho
tiempo.
Supongamos,
por ejemplo, que un 1 es macho y el otro 1 hernbra. La
primera
vez que se encuentran no son nada más el 1 más 1 que es 2; pero
cuando
se enamoran y juntan sus destinos se convierten en el 1 más 1 que
es
1, “para bien o para mal”. El santo sacramento —por lo menos en
su
forma
más solemne, antigua y mágica, como lo conserva el rito católico
romano—
hace mucho hincapié en la idea de que ahora los dos “se han
hecho
una carne” (una caro lacia est). En realidad esta misma
unión es lo
que
quita la mancha, la sospecha de mácula de pecado que acompaña toda
relación
carnal entre los sexos, según la ascética creencia cristiana. El
hecho
de que los dos se han convertido en uno por la realización del
sacramento
exime a la pareja casada de la concupiscencia, de la
pecaminosidad,
bendiciendo su unión sexual. Así, por una transmutación
mágica,
1 más 1 rotundamente se torna 1; la fórmula sacramental expresa
tan
solo lo que constituye la experiencia fundamental de todos los
verdaderos
amantes cuando se han encontrado y unido con un apego que
prefigura
la felicidad que sus dos vidas encontrarán juntas en el futuro
hasta
el fin de sus días.
La
alquimia de la naturaleza, mezclando dos corazones en recíproco
fuego,
reduce
el 1 más 1 al 1 hecho de 2. Pero la alquimia natural no se detiene
aquí.
En lugar de la usual tabla de multiplicar que aprendemos en la
escuela
y
utilizamos en los negocios y en los cálculos prácticos, la
naturaleza aplica
una
tabla de multiplicar propia de brujos: un Hexeneinmaleins, como
Goethe
la llama en su Fausto. Tras una breve demora, cuando 1 más 1
se
ha
convertido en 1, la pareja casada normalmente se convierte en una
tríada:
nace el primer niño. Y si la evolución no es detenida por los
planes
que
la prudencia aconseja, sigue una serie incontrolable. El 1 que había
nacido
de 1 + 1 se hace 4, 5, 6 y puede llegar a una serie virtualmente
indefinida.
Además, lo curioso es que cada unidad que se agrega contiene
potencialidad
y transmite al futuro la plenitud de la herencia biológica de la
primera
unidad fértil, porque expresa rasgos que estaban latentes en los dos
términos
del 1 hecho de 1 más 1.
Cuando
el pensamiento mítico produce una multitud de fuerzas y figuras
divinas
a partir de la fuente o esencia única y primordíal, procede de
acuerdo
con el método dialéctico. Y el pensamiento brahmánico, en sus
brillantes
fórmulas de autoanálisis psicológico, originadas en el período de
las
Upáni±ad, reconstruye
la misma especie de evolución dialéctica en la
conciencia
del hombre, de la siguiente manera. Cuando se considera al
sueño
profundo (susupti) desde el punto de vista de la conciencia
despierta
(vai-¡v.’nara)
o de la conciencia en la red de los sueños (taijasa), parece
que
fuera un estado de mero no-ser (á-sat); sin embargo, los
sueños surgen
de
este puro vacío, como nubes que se condensan y salen del hueco del
firmamento.
Además, de esta misma inconsciencia brota de pronto el
estado
de vigilia. Por otra parte, el pequeño cosmos de la conciencia
humana
despierta, se disuelve y desaparece en el sueño retornando a ese
vacío67.
Así, puede decirse que la emanación de los sueños y el paso que da
la
conciencia al despertar del sueño son dos etapas, o dos variedades,
de
una
pequeña cosmogonía que vuelve a repetirse diariamente, como un
proceso
de creación del mundo dentro del microcosmos. Así como el
universo
colosal evoluciona a partir de alguna fuente secreta y trascendente
—la
esencia que está más allá de los nombres y las formas y que no es
afectada
por la corriente torrencial—, así también el misterioso ego
onírico
que
en los sueños produce sus propios paisajes y aventuras, y el
individuo
visible
y tangible que se torna consciente de sí al despertar, surgen
temporariamente
de la más íntima esencia que se llama el Yo, cimiento de
toda
vida y experiencia humana. En otras palabras, el Yo macrocósmico
(brahman)
y el microcósmico (.tman)
producen efectos paralelos. Son uno
y
el mismo, solo que vistos en dos distintos aspectos, de modo que
cuando
el
individuo toma contacto con el Yo que lleva en su interior entra en
posesión
de un poder cósmico divino y queda centrado en un punto
inalcanzable
para la ansiedad, la lucha y el cambio. El pensamiento védico
y
vedantino se proponen como única finalidad alcanzar esta meta.
Estamos
en presencia de una filosofía de la materia vital y de la fuerza
vital,
una filosofía del cuerpo y del proceso vital, más bien que de la
mente
y
el espíritu. De aquí que los razonamientos de la tradición
brahmánica
fueran
fácilmente compatibles con la primitiva mitología de los Veda,
que a
su
vez había sido una representación gráfica de los mismos principios
y
situaciones
vitales. Y en la medida en que no somos puras mentes, puros
espíritus
desencarnados, a todos nos interesa naturalmente esta clase de
filosofar.
Su principal tarea consiste en determinar y definir la verdadera
esencia
de nuestra vida aparente; localizar ese aspecto de nuestra totalidad
dinámica
con la que tenemos que identificarnos si queremos zanjar el
problema
de la existencia. ¿Somos idénticos a nuestro cuerpo? ¿O debemos
buscar
acaso nuestra esencia en las más puras virtudes emocionales y
espirituales
de esa entidad intangible que llamamos nuestra alma? ¿O, por
otra
parte, no habrá algo que está más allá no solo del cuerpo
tangible sino
también
de los rasgos y procesos del alma intangible, que está en nosotros
como
fuente y silenciosa fuerza conductora que anima el cuerpo y el alma?
¿Qué
somos? ¿Qué podemos esperar, de una manera realista?
Estas
urgentes cuestiones no pueden solucionarse por medio del análisis
ontológico.
Los argumentos metafísicos no desembocan en ninguna
solución.
Hay que llegar a la raíz que fundamenta y da existencia a la
mente
analítica y razonante, así como al cuerpo. La mente misma es
67
Cf. infra, págs. 286-287 y 293 sigs.
inadecuada
para esta tarea (véase la Crítica de la razón pura de Kant) y hay
que
dejarla descansar.
En
la antigua época védica se realizaba la operación de trascender la
mente
por
el “camino de la devoción” (bhakti-m.rga),
es decir, por la sincera
dedicación
a las simbólicas personalidades de los dioses y los absorbentes
ritos
de su perpetuo culto. Durante los siglos siguientes la concentración
de
los
filósofos se hizo introvertida y se trató de alcanzar la meta
siguiendo un
camino
interior. Pero por una u otra ruta se consiguió la gracia del
generoso
poder
de la vida. Se llegó a una posición absolutamente firme y
arraigada,
en
la que podían experimentarse simultáneamente el dinamismo del
espectáculo
fenoménico y la permanencia del principio animador como un
solo
e idéntico misterio: el misterio de ese ser sereno, absolutamente
trascendente,
que es inmanente y que se manifiesta parcialmente en el
devenir
fenoménico del mundo.
2.
LAS UPÁNIØAD
Los
filósofos creadores del período de las Upáni±ad,
que examinaron el
problema
del .tman, fueron los
primeros intelectuales y librepensadores de
su
tiempo. Se apartaban de la concepción —sacerdotal, tradicional,
del
cosmos.
Pero, como hemos visto, se alejaron de ella sin destruirla y sin
siquiera
criticarla, porque la esfera que sondeaban no era la misma que la
monopolizada
por los sacerdotes. Le daban la espalda al universo externo
—el
dominio interpretado en los mitos y controlado por los complicados
ritos
del sacrificio— porque estaban descubriendo algo más interesante.
Habían
encontrado el mundo interior, el universo interno del hombre
mismo,
y dentro de él el misterio del Yo. Esto los llevó muy lejos del
imperio
de las innumerables divinidades antropomórficas que eran los
gobernadores
legítimos, tanto del macrocosmos como de las funciones
sensoriales
del organismo microcósmico. Por lo tanto, los filósofos
brahmánicos
introvertidos se ahorraron el choque frontal con los sacerdotes
y
el pasado que Demócrito Anaxágoras y los demás filósofos
científicos de
Grecia
experimentaron cuando sus interpretaciones científicas de los
cuerpos
celestes y de otros fenómenos del universo comenzaron a
controvertir
las ideas sostenidas por los sacerdotes y apoyadas por los
dioses.
El sol no podía ser al mismo tiempo un ser divino, antropomórfico,
llamado
Helios, y una esfera brillante de materia incandescente; había que
decidirse
por una concepción o por la otra. Cuando, en cambio (tal ocurría
en
la India), el filósofo enfoca un misterio cuya correspondencia en la
teología
tradicional es una concepción metafísica anónima, muy por
encima
de las potencias antropomórficas y reverenciada simplemente como
el
indescriptible hontanar del cosmos (un ens entis con el cual
no podía
tener
relación directa el ritual popular, politeísta y más concreto),
entonces
no
hay ocasión ni posibilidad de choque abierto entre la teología y la
filosofía.
Sin
embargo, la nueva tendencia intelectual produjo una devaluación
realmente
peligrosa tanto de la teología ritualista como del universo visible
que
era objeto de esa teología, pues en lugar de prestar atención a los
dioses
y
al mundo exterior la nueva generación desviaba todo su interés
hacia el
principio
omnitrascendente y verdaderamente celestial de donde procedían
las
fuerzas, los fenómenos y los directores divinos del mundo natural.
Adernás,
estos librepensadores con ideas creadoras estaban realmente
descubriendo
ese principio dentro de sí mismos y tomando contacto con él.
En
consecuencia, la energía intelectual que antes se había aplicado al
estudio
y desarrollo de la maquinaria para dominar las fuerzas divinas y
demoníacas
del cosmos mediante un minucioso sistema de sacrificios
propiciatorios
y encantamientos aplacadores, era desviada hacia la
intimidad,
donde acababan de tomar contacto con la suprema fuerza vital.
La
energía cósmica era captada en su misma fuente, donde venía con el
máximo
de fuerza y abundancia. Como resultado de ello, todas las vías
secundarias
y derivadas por donde circulaba la energía, que habían sido
embalsadas,
canalizadas y puestas al servicio del hombre mediante la
maquinaria
mágica de los ritos sacerdotales, fueron dejadas atrás. En el
pensainiento
indio no solo los dioses sino también todo el mundo exterior
iba
perdiendo importancia.
Un
texto clásico dice así:
Y.jñavalkya,
el gran sabio, fue un día a ver a Jánaka, el magnífico
emperador
de Videha. Y el sabio pensó que no revelaría nada [solo
deseaba
obtener un don]. Pero este inismo Jánaka y Y.jñavalkya
habían
conversado
en una ocasión anterior, y el sabio en esa oportunidad había
concedido
al emperador una merced. Jánaka había pedido la libertad de
formular,
en el futuro, cualquier pre,gunta que quisiera, y Y.jñavalkya
había
accedido a su petición. Por lo tanto, cuando el sabio se presentó
ante
él, Jánaka inmediatamente le hizo una pregunta:
“Y.jñavalkya
—dijo el emperador—, ¿cuál es la luz que sirve al hombre?”
“La
luz del sol, Emperador-, dijo el sabio [aún decidido a revelar
lo menos
posible];
porque a la luz del sol el hombre se sienta, sale, trabaja y
vuelve
a
su casa”.
“Así
es. Pero, cuando el sol se ha puesto, Y.jñavalkya
¿cuál es entonces la
luz
que sirve al hombre?”
El
sabio [como para hacer sufrir a su regio discípulo] contestó:
“La luna
entonces
se convierte en su luz; porque entonces a la luz de la luna se
sienta,
sale, trabaja y vuelve a su casa.”
“Así
es -dijo Jánaka-; pero cuando tanto el sol, como la luna se han
puesto,
¿cuál es entonces, Y.jñavalkya,
la luz que sirve al hombrc?”
“El
fuego se convíerte en su luz -replicó Y.jñavalkya-;
porque entonces a
la
luz del fuego se sienta, sale, trabaja y vuelve a su casa.”
[El
emperador volvió a asentir:] “Oh 1 sonido -dijo- entonces le,
eso es
verdad,
pero cuando el sol y la luna se han puesto el fuego se ha apagado,
¿cuál
es entonces la luz que sirve al hombre?”
[El
sabio continuó su retirada.] “E1 sonido -dijo- entonces le
sirve de luz;
porque
con la voz como luz se sienta, sale, trabaja y vuelve a su casa.
Emperador,
cuando está tan oscuro que uno no puede verse una mano ante
la
cara, si pronunciamos un sonido podemos seguir ese sonido.”
“En
realidad, así es -dijo pacientemente el emperador-; pero,
Y.jñavalkya,
cuando
el sol y la luna se han puesto y el fuego se ha apagado y no hay
sonidos,
¿cuál es entonces la luz que sirve al hombre?”
[El
sabio estaba acorralado.] “El étman,
el Yo -declaró- se convierte en su
luz;
porque a la luz del Yo se sienta, sale, trabaja y vuelve a su casa.”
El
emperador quedó complacido; pero la discusión aún no había
llegado al
punto
que él deseaba.
“Es
verdad, Y.jñavalkya;
pero, de los muchos principios que hay dentro
del
hombre, ¿cuál es el Yo?”
Solo
cuando el rey hizo esta pregunta el sabio finalmente comenzó a
enseñarle68.
El
Yo que Y.jñavalkya enseñó al
rey Jánaka era el mismo que enseñaban
todos
los otros grandes maestros de la nueva sabiduría. Podemos hacernos
una
idea de él pasando somera revista a algunos símiles y metáforas
típicamente
brahmánicos, tomando al azar de las Upáni±ad
de este fecundo
período.
Gha.asáÑv¢tam
.k.¡aÑ
n®yam.ne
gha.e yath.,
gha.o
n®yeta n.k.’¡aÑ
tath. j®vo
nabhópamaô.
El
espacio está encerrado por jarras de barro; así como el espacio no
es llevado con la jarra
cuando
la retiramos [de un lugar para ponerla en otro], así el J®va
[es decir, el Yo mientras está
contenido
en el vaso del cuerpo burdo y sutil], como el espacio infinito
[permanece inmóvil e
impasible]69.
Al
Espacio no le importa estar dentro o fuera de la jarra. Análogamente,
el
Yo
no sufre cuando un cuerpo se deshace:
GháÄavad
vividh.k.’raÑ
bhidyam.’naÑ
punaô punaô
tad
bhágnaÑ na ca j.n.ti
sa j.n.ti
ca nítya¡aô.
68
Brhad.rányaka-Upáni±ad
4.3.1-7.
69
AmÕtabindu-Upáni±ad
13.
Las
diversas formas, como jarras de barro, se rompen repetidamente. Pero
É1 no sabe que se
rompen,
aunque Él conoce eternamente70
El
Yo no es consciente de los cuerpos. Pueden romperse o quedar enteros.
El
Yo conoce Su propia indiferenciada plenitud, más allá de la forma,
así
como
el elemento éter está más allá de la forma. Y así corno el
elemento
éter,
por ser el primogénito de los cinco elementos71, contiene
potencialmente
todas las cualidades de los otros cuatro y todo lo que puede
salir
de ellos (todos los objetos y figuras de la experiencia sensible),
así
también
el Yo, por ser la única realidad, es la fuente de todo.
Yath.
nadyah syandam.n.h
sámudre
ástam
gacchanti n.marâpe
vih.ya,
tath.
vidv.n
n.marâ’pad
vimuktaô
par.’tparaim
púru±am upaiti dívyam.
Así
como los ríos que corren van a descansar al océano donde dejan tras
sí nombres y formas,
así
también el Conocedor, liberado del nombre y de la forma, va a ese
Hombre divino (púru±a)
que
está más allá [par.’aparam:
más alto que el más alto; trascendente con respecto a lo
trascendente]72.
Las
imágenes descriptivas se multiplicaron formando un rosario de
imágenes
clásicas, que rodean como una guirnalda el misterio del Yo.
“Divide
el higo”; “Coloca esta sal en el agua”; “Así como, querido
mío, por
un
trozo de barro puede conocerse todo lo hecho de barro”; “Las
diversas
formas
se rompen, pero él no sabe que se rompen”; “Todo este mundo lo
tiene
como alma; eso es la Realidad; eso es el ètman;
eso eres tú,
åvetaketu”73.
“Eso
eres tú” (tat tvam asi); esta frase del viejo brahmán
é’runi a su hijo,
que
se convirtió en la “gran fórmula” (mah.v.kya)
de la verdad vedantina,
reducía
todo el espectáculo de la naturaleza a su esencia única, universal,
sutilísima,
absolutamente intangible, oculta. Esta lección enseñaba a
åvetaketu
a mirar más allá del principio visible celebrado en el himno
védico
del Alimento, pues la idea de que el alimento, en sus diversas
manifestaciones
visibles y tangibles, es la suprema esencia del universo,
desde
mucho tiempo antes había sido superada. La esencia vital ahora
debía
concebirse como algo invisible (como el vacío que ocupa el interior
de
la semilla de higo), difusa en todas partes (como la sal en el
caldero de
agua),
intangible, pero sustancia última de todos los fenómenos. Podía
ser
determinada
pero no asida, como la sal disuelta, y era extremadamente
70
Ib. 14.
71
Se considera que el aire, el fuego, el agua y la tierra han emanado,
en ese orden, del éter.
72
Múð°aka-Upáni±ad
3.2.8.
73
Ch.ndogya-Upáni±ad
6. Cf. supra, págs. 266-268.
sutil,
como la presencia que ocupa el interior de la semilla. Por lo tanto,
uno
no debía considerarse a sí mismo como el individuo burdo y
tangible;
ni
siquiera como la personalidad sutil; sino como el principio del cual
éstos
habían
emanado. Todas las cosas manifiestas debían ser conocidas como
Sus
“transformaciones” (vik.ra).
Las formas eran accidentales y, además,
frágiles:
los cacharros se rompen, pero el barro queda. Tat tvam asi
significa:
“debes ser consciente de la identidad de tu más íntima esencia
con
la invisible sustancia de todas las cosas”, lo cual significa
retirarse por
completo
de la esfera indiferenciada de las apariencias individualizadas. De
este
modo las formas burdas y sutiles del mundo fueron relegadas -en la
jerarquía
de los grados de la realidad- a una altura radicalmente inferior a la
del
vacío informe.
Dve
v.va bráhmano râpe
mâ’rtam c.mâ’rtam
ca,
atha
yan mârtan tad asályam
yad amâ’rtam tat
sátyam,
tad
brahma yad brahma taj jyotiô.
Hay,
ciertamente, dos formas de Brahman: el formado y el informe.
Ahora bien, el formado es
irreal
[asátyam], mientras que el informe es real [sátyam],
es Brahman, es luz.
La
luz —sigue diciendo el texto— es el sol, y hasta él [el sol]
tiene a esta sílaba Om como Yo74.
Se
necesitó tiempo para desplegar y llevar hasta sus últimas
consecuencias
el
concepto de lo absolutamente informe. La búsqueda de lo “realmente
real”
se limitó, por lo tanto, durante un tiempo, a fenómenos como el sol
en
el
macrocosmos (como primordial fuente de la luz), el aliento vital
(pr.ða)
en
el microcosmos (como primordial fuente de vida), y la sílaba ritual
OÑ.
Todavía
quedan en los textos, y sirven como puntos de partida. Pero al final
se
dio el paso decisivo, y se alcanzó la meta de la absoluta
trascendencia.
Tres
etapas o niveles fueron reconocidos en seguida en la conciencia
humana:
1)
El estado de vigilia, en el cual las facultades sensoriales están
vueltas
hacia
afuera y cuyo campo de conocimiento es el del cuer burdo;
2)
El estado de sueños, cuyo campo es el de los cuerpos sutiles,
autoluminosos
y mágicamente fluidos; y
3)
El beatífico estado de profundo sueño sin sueños.
El
segundo de estos tres estados era interpretado como un vistazo dado a
las
sutiles esferas supra e infraterrestres de los dioses y demonios, que
están
74
Maitr®-Upáni±ad
6. 3. Por lo que refiere a satya y asatya, cf.
supra, págs. 116-167.
adentro
y afuera75, pero que, con todo, es un mundo no menos
insatisfactorio
que el de la conciencia despierta, porque se halla igualmente
cargado
de terror, sufrimiento, formas ilusorias y cambios incesantes. En
consecuencia,
nadie se sentía tentado de identificar esta esfera con la del
ser
perfecto. En cambio, el beatífico estado de sueño sin sueños era
diferente,
porque no estaba perturbado por las vicisitudes de la conciencia y
parecía
representar un perfecto retorno de la fuerza vital a su estado
intrínseco
de “alejamiento y aislamiento” (kaivalya), existencia en
sí y por
sí.
Tal parece haber sido la concepción de la meta por alcanzar según
la
doctrina
del S.´khya76. Y
sin embargo surgieron inevitables discusiones
acerca
de si este estado, que implica la disminución, y hasta la completa
aniquilación
de la conciencia, podía representar realmente el ideal último y
la
condición de la vida espiritual77.
El
sabio Y.jñavalkya, en un diálogo
con su querida esposa Maitrey¯,
afirma
que
para el conocedor liberado y perfecto no hay conciencia después de
la
muerte,
porque todos los pares de opuestos, todos los estados duales,
incluyendo
el de la diferenciación de sujeto y objeto, entonces han
desaparecido.
Cuando
hay dualidad, por así decir, entonces uno ve a otro; uno huele a
otro;
uno saborea a otro; uno habla a otro; uno oye a otro; uno piensa en
otro;
uno toca a otro; uno comprende a otro. Pero cuando todo se ha
convertido
en el propio Yo de uno mismo, ¿Por qué medios y a quién
podría
uno ver? ¿Por qué medios y a quién podría uno oler? ¿Por qué
medios
y a quién podría uno saborear? ¿Por qué medios y a quién podría
uno
hablar? ¿Por qué medios y en quién podría uno pensar? ¿Por qué
medios
y a quién podría uno tocar? ¿Por qué medios y a quién podría
uno
comprender?
¿Por qué medios podría uno comprender a aquel mediante el
cual
uno comprende este Todo? ¡Ved! ¿Por qué medios podría uno
comprender
al que comprende?
Ese
Yo (.tman) no es esto, no
es eso (neti, neti). Es inasible, porque no
puede
ser asido; indestructible, porque no puede ser destruido;
desapegado,
porque no se apega; es ilimitado, impertérrito, ileso78.
Al
Yo no se lo puede conocer fácilmente. No podemos cobrar conciencia
de
él salvo con el máximo esfuerzo. Hay que abandonar todo vestigio de
la
actitud
normal de la vigilia, que es apropiada y necesaria para la diaria
lucha
por la existencia (artha), así como, también el placer
(k.ma) y el
logro
de la conducta recta (dharma). Quien busca seriamente el ser
tiene
75
Los cielos e infiernos eran considerados como la correspondencia
macrocósmica del reino al cual
ingresamos
en los sueños.
76
Cf. supra, pág. 263.
77
Cf el Indice de Hume, bajo “sleep” (op. cit., pág. 534).
78
B¢had.ráðyaka-Upánisad
4. 5. 15. (Hume, op. cit., pág. 147).
que
hacerse introvertido y desinteresarse absolutamente por los problemas
del
mundo; hasta debe desinteresarse por la continuidad de su existencia
individual.
En efecto, el Yo está más allá de la esfera de los sentidos y del
intelecto,
aún más allá de la profundidad de la conciencia intuitiva
(buddhi),
que es la fuente de los sueños y soporte fundamental de la
personalidad
fenoménica. El Creador, el ser divino que existe por si
(svayám-bhã),
perforó los orificios de los sentidos para que pudieran salir
afuera
en diversas direcciones; por esta razón el hombre percibe el mundo
externo
y no el Yo íntimo (antar-.tman).
Pero el sabio, que desea el estado
de
inmortalidad, volviendo los ojos hacia adentro y hacia atrás
(prátyag
[“hacia
el interior”]), contempla el Yo79.
La
metáfora del carro
El
Yo (.tman) es el dueño
del coche; el cuerpo (¢ar¯ra)
es el carro; el
discernimiento
intuitivo y la conciencia (buddhi) es el cochero; la función
pensante
(manas) es la brida; las fuerzas sensoriales (índriya)
son los
caballos;
y los objetos o esferas de la percepción visible (ví²aya)
son el
campo
de pastoreo (gócara [los caminos y dehesas del animal]). El
individuo
en quien el Yo, las fuerzas sensoriales y la mente se hallan
unidos
se dice que es “el que come” o el que goza” (bhóktr)80.
Las
fuerzas sensoriales de la percepción son (en orden desde las más
finas
o
sutiles hasta las más burdas y tangibles):
1.
La audición, que se realiza por medio del oído.
2.
La vista, que se realiza por medio de los ojos.
3.
El olfato, que se realiza por medio de la nariz.
4.
El gusto, que se realiza por medio de la lengua.
5.
El tacto, que se realiza por medio de la piel.
Éstas
son las cinco fuerzas sensoriales del conocimiento (jñ.néndriya),
que
en
los organismos vivos producen la actitud del que come o el que goza
(bhókt¢).
El bhókt¢ es “el que
experimenta sensaciones y sentimientos
agradables
y desagradables porque está dotado de receptividad”. Comemos,
por
así decir, nuestras percepciones sensibles y luego éstas son
asimiladas
79
KaÄha-Upáni±ad
4. 1.
80
Ib. 3. 3-4.
por
el organismo como una especie de comida. Los ojos tragan objetos
hermosos,
los oídos se embriagan de música y la nariz de delicadas
fragancias.
Pero también actúa constantemente el principio contrario, el de
la
actividad o espontaneidad (kárt¢).
Así como el bhókt¢
funciona a través
de
los órganos receptivos, así también el kárt¢
lo hace mediante las fuerzas
de
la acción (karméndriya), que dan lugar a:
1.
El habla, que se realiza por medio de los órganos de la fonación.
2.
La prensíón, que se realiza por medio de las manos.
3.
La locomoción, que se realiza por medio de los pies.
4.
La evacuación, que se realiza por medio del recto.
5.
La generación, que se realiza por medio de los genitales.
El
bhókt¢ y el kárt¢,
funcionando juntos, permiten que el organismo sano
desarrolle
los procesos vitales81.
Para
quien carece de verdadero conocimiento y no ha uncido y domado su
mente
de manera adecuado y constante [es decir, para quien no ha
disciplinado
y controlado su facultad mental consciente (manas) y su
conciencia
intuitiva (buddhi), que es una manifestación del inconsciente
irracional],
las fuerzas sensoriales se vuelven incontrolables, como los
caballos
ariscos bajo las riendas del cochero.
Quien
carece del adecuado conocimiento intuitivo, y es descuidado e
impuro,
no alcanza Aquel Lugar (pada [el estado de existencia
trascendental],
cae en el torbellino de la muerte y del renacimiento
(saÒs.ra).
Pero quien está lleno de conciencia intuitiva y es cuidadoso y
puro
en todo momento, alcanza Aquel Lugar, de donde uno no renace. El
hombre
que tiene por cochero la conciencia intuitiva y por brida la mente
alcanza
el fin de su viaje, que está muy lejos. Esa meta es la suprema
morada
de Vi±ðu [el divino
Yo cósmico que todo lo penetra]82.
El
paraíso celestial de Vi²ñu,
situado en la superficie superior de la cúpula
del
firmamento, y que recibe el nombre de su “tercer paso” debido a
que
cobró
existencia cuando el pie del dios dio el tercero de sus tres
gigantescos
pasos
cósmicos83, simboliza el estado de aquel que, como iniciado
perfecto,
se
ha liberado de la esclavitud y se ha divinízado tomando conciencia
de su
propia
espiritualidad intrínseca. Habiendo irrumpido a través de los velos
81
Cf. supra, pág. 253.
82
KaÄha-Upáni±ad
3. 5-9. Compárese con el carro descrito por Platón en el Fedro.
83
Supra, pág. 278: cf. también Zimmer, Myths and Symbols in Indian
Art and Civilization, págs. 131-
132.
que
cubrían el Yo, conquistando las fuerzas naturales de su propio
organismo,
el conductor del carro ya no está envuelto por los dolores,
placeres
y problemas mundanos, sino que se ha hecho libre para siempre.
ètman:
el que ejerce el control interior
El
Yo -la hebra que mantiene unidos a este mundo y al otro mundo y a
todas
las cosas84- es el que desde dentro ejerce intemporalmente el
control.
Él
mora en el aliento; él éstá dentro del aliento: pero el aliento no
lo
conoce;
el aliento es su cuerpo, él controla el aliento desde dentro. Él
mora
en la mente, él está dentro de la mente; pero la mente no lo
conoce;
la
mente es su cuerpo, él controla a la mente desde dentro. Y está
igualmente
dentro del habla, del ojo, del oído, de la piel, del entendimiento,
del
semen. Además, de igual manera, está dentro de los elementos del
macrocosmos.
Este Yo mora en el elemento tierra y lo controla desde
dentro:
la tierra es su cuerpo; pero la tierra no se da cuenta de la
presencia
de
este principio inherente a sus átomos. La tierra es el más tangible
de los
cinco
elementos; pero en el agua, el fuego y el aire, y en el éter (el más
sutil
de
los cinco), el Yo es igualmente desconocido. El Yo mora en todos
los
seres;
él está dentro de todos los seres; pero los seres no lo conocen;
todos
los
seres son su cuerpo, él controla a todos los seres desde dentro. Él
no es
visto,
pero ve: él no es oído, pero oye; él no es pensado, pero es “el
pensador”
(mánt£). Él es
desconocido, pero es “el que conoce” (vijñt£
[el
principio
interno de la conciencia]). Nadie ve, salvo él; nadie oye, salvo
él;
nadie
piensa, salvo él; nadie es consciente, salvo él. Él es el Yo, el
Gobernante
interior, el único Inmortal85. Es decir, el Yo es el agente real
de
todo proceso sensorial y mental; los órganos le sirven de meros
instrumentos.
El
gigantesco Ser divino es por naturaleza incognoscible. Parece ser más
sutil
que lo más sutil, mucho más alejado que lo más alejado, y sin
embargo
está muy próximo, aquí no más, en la caverna [la parte más
íntima
del corazón] de los que ven86. La experiencia íntima del Yo,
su
visualización
mediante el descenso a su más íntima caverna, es prueba
suficiente
de que existe por todas partes, como verdadero núcleo interior de
cada
ser. Indestructible e inmutable, al mismo tiempo que trasciende al
universo
es inherente a cada una de sus partículas; pero en ambos aspectos
permanece
ignoto.
84
B¢had.ráðyaka-Upáni±ad
3. 7. 1.
85
Ib. 3. 7. (cf Hume, op. cit. págs. 114-117).
86
Múðdaka-Upáni±ad
3.1.7.
No
es amado el esposo por amor del esposo: Por amor del Yo es amado el
esposo.
No es amada la esposa por amor de la esposa: por amor del Yo es
amada
la esposa. No son amados los hijos por amor de los hijos; por amor
del
Yo son amados los hijos (…) Nada es amado por amor de nada: por
amor
del Yo todo es amado. El Yo es lo que hay que contemplar, oír,
pensar
y meditar con íntima concentración. En verdad, contemplando,
oyendo,
pensando y con el íntimo conocimiento (vijñ.na)
del Yo, se conoce
todo
el universo tangible y visible87.
El
Dios Único está oculto en el interior de todos los seres. Él es el
Yo
interior
(antar-.tman) que todo lo
colma y todo lo llena; el supervisor de
todas
las actividades [tanto las internas corno las externas, las
voluntarias
como
las involuntarias]; es el habitante (adhiv.sa)
de todos los seres. Él es
el
testigo [siempre vigilante, ajeno a lo que pasa], el guardián
(cét£),
completo
y sólo (kévala)88, allende los guña89
El
único gobernante existente es el Yo que mora en el interior de todas
las
criaturas
transitorias; él torna múltiple su única forma. Los sabios lo
contemplan
como presente en su propio ser; de aquí que a ellos pertenezca
la
paz eterna, y a nadie más90.
Por
temor de él el viento sopla,
por
temor de él el sol sale.
Por
temor de él Agni [el dios del fuego],
Indra
[que causa la lluvia y la tormenta, rey de los dioses]
y
la Muerte, el quinto, todos se dan prisa [para ejecutar sus
respectivas
tareas].91
Una
plenitud es aquel allá [la esencia trascendental que es la
fuente y la
vida
de todo]: una plenitud es esto que está aquí [el mundo
visible y
tangible].
La plenitud sale de la plenitud [la abundancia del mundo
procede
de
la abundancia de lo divino], y sin embargo, aunque se saca la
plenitud
de
la plenitud, la plenitud queda92
87
B¢had.ráðyaka-Upáni±ad
2. 4. 5. Aquí habla nuevantente el sabio Y.jñavalkya,
conversando con
su
esposa, Maitrey¯ (cf. supra,
págs. 286-287). La lección que surge de la estrofa final enseña
que cuando
la
esencia íntima y única de todas las cosas es conocida en nuestro
interior, las diversas máscaras que
asume
se tornan transparentes. Toda comprensión, así como toda simpatía
y amor, se basa en la intrínseca
identidad
del Cognoscente y lo Conocido. El odio surge sólo de una ilusión de
diversidad.
88
Cf supra, págs. 244-249.
89
ävet.’¡vatara-Upáni±ad
6.11. (cf. Hume, op. cit., pág. 409). Sobre los guða,
cf. supra, págs. 236-
238.
90
Ka.ha-Upáni±ad
5. 12-13 (cf. Hume, op. cit., págs. 357-358).
91
Taittir®ya-Upáni±ad
2.8. (cf. Hume, op. cit., pág. 288). Esto quiere decir que por
su mero ser el Yo
hace
marchar todas las cosas.
92
B¢had.ráðyaka-Upáni±ad
5.1.
Cinco
metáforas
Así
como la araña saca de sí misina su hilo y lo toma de nuevo; asi
como
la
hierba crece en la tierra y los cabellos en un hombre vivo, así
también
crece
el universo desde lo Imperecedero93.
Así
como del fuego llameante saltan chispas por millares, que parecen
fuego,
así los diversos seres [o estados: bh.va]
proceden de ese
Imperecedero;
y a él, en verdad, retornan94.
Como
la manteca oculta en la leche, la Pura conciencia (vijñ.’nam
[el
estado
de ètman como Brahman, pura
gloria]) reside en cada ser. Hay que
batirlo
constantemente, con la mente como batidora95.
La
metáfora de los dos pájaros en un árbol
Dv.
suparð. sáyuj.
sakh.y.
sam.’naÑ
v¢’k±am
pári±a-svaj.te
táyor
anyaô
píppalaÑ sv.dv
atty ana¡nann anyo
abhic.ka¡®ti.
Dos
pájaros de hermoso plumaje, íntimos amigos y compañeros, residen
en estrecha
camaradería
en el mismo árbol. Uno de ellos come el dulce fruto del árbol; el
otro, sin comer,
observa.
El
árbol con los dos pájaros gemelos, el árbol de la vida o de la
personalidad
humana, es un motivo célebre en los tapices y alfombras
orientales.
La figura es interpretada y desarrollada en los versos siguientes:
Sam.ne
v¢k±e
púru±o nimagno ’n®¡ay.
¡ócati muhyam.nah
jú±.aÑ
yad. pá¡yaty
ányam ®’¡am
asya mahim.’nam iti
v®ta¡okaô
La
mónada de la vida individual (púru±a),
engañada, se lamenta, deprimida por una sensación
de
desamparo (an®’s.ya
[= de no ser un señor soberano]); pero cuando ve en el mismo
árbol al
otro,
el Señor que regocija (ju±.am
®¡am) a los devotos,
y comprende Su grandeza, desaparece
su
pesar96.
93
Ib. 1. 1. 7. (cf. Hume, op. cit., pág. 367).
Aquí
se hace hincapíé en el contraste que existe entre lo eterno (nitya)
y lo transitorio (anitya). Hay
una
transformación real de la esencia trascendental eterna en sus
manifestaciones transitorias. Lo
Imperecedero
es la única esencia verdaderamente permanente, a diferencia de sus
transformaciones
transitorias,
que constituyen la esfera fenoménica.
94
Múðdaka-Upáni±ad
2. 1. 1. (cf. Hume, op. cit., pág. 370).
95
Am¢tabindu- Upáni±ad
20.
96
Múðdaka-Upáni±ad
3.1. 1-2 (cf. Hume, op. cit., pág. 374).
Porque
sabe que entre él y el otro hay una fundamental identidad.
Las
dos clases de conocimiento
Hay
que tener dos clases de conocimiento (vidy.):
la del Brahman-de-lossonidos
(¢abda-brahman)
y la del Brahman Supremo (páram-brahman). El
Brahman
de los sonidos es el conjunto de todos los himnos, fórmulas,
conjuros,
encantamientos, plegarias y comentarios exegéticos que
constituyen
la revelación védica; pero este Brahman no puede ser el
Supremo
porque tiene nombre y forma; nombres para auxiliar la mente, y
las
formas sonoras del habla, el canto, la melodía, y la prosa (n.man
y
râpa).
Pero todo el que se ha bañado (ni²ñ.ta)
en åabda-Brahman pasa al
Brahman
Supremo. Habiendo estudiado asiduamente (abhy.sa
[término
que
señala el esfuerzo constante de la práctica yoga]) los libros
(grantha),
los
sabios, dedicados solamente al conocimiento y a la plenitud del
conocimiento
(vijñ.na), deben
descartar los libros por completo, como
quien
trata de conseguir el arroz tira las cáscara97.
La
sabiduría inferior y preliminar es como una almadía, que ha de
abandonarse
tan pronto como el viajero llega a su destino. El conocimiento
de
los sacrificios y los ritos de la vida moral deben dejarse atrás
cuando se
ha
llegado al punto de la realización más alta98
A
ésta se llega solo por la veracidad (satya) y el ascetismo
(tapas), el
conocimiento
auténtico (sámyag-jñ.na) y
la ininterrumpida continencia
(brahmacarya).
Consistente en luz divina, resplandeciente, Ello reside
dentro
del cuerpo, Lo contemplan los ascetas, los que han aniquilado sus
defectos99.
A
este Yo no se lo alcanza por medio de la enseñanza, de la
inteligencia o
de
mucho saber. Lo alcanza sólo aquel a quien Ello escoge. A éste,
este Yo
le
revela Su propia naturaleza (tánãm
Sv.m)100.
97
Am¢tabindu- Upáni±ad
17-18.
Vijñ.na
(“la plenitud del conocimiento”): aquí vi- se refiere
a lo Infinito, que todo lo abarca y no deja
margen
donde pudiera existir alguna segunda entidad no incluida. Vijñ.na
es, por lo tanto, conocimiento
(jñ.na)
no dual (a-dvaita) y como tal sinónimo del estado que en
el Vedánta se conoce con el nombre de
Tur®ya,
“el Cuarto”. Este estado se encuentra más allá de los tres
planos de la conciencia despierta, de la
conciencia
de sueños y del sueño profundo (cf. infra, págs. 292-299). Tal
parece ser el significado del
término
vijñ.na también
en la Bhágavad G®t..
98
En los períodos más recientes de la tradíción hindú, el término
“sabiduría inferior” (aparavidy.)
ha
sido
considerado como referente a la sabiduría escrita, el saber líbresco
que, en última instancia, debe ser
descartado.
El mandato se parece al de los alquimistas europeos: “rumpiti
libros ne corda vestra
rumpantur”,
pero no tiene el aire de critica polémica.
99
Múðdaka-Upáni±ad
3.1. 5. (cf. Hume, op. cit., pág. 374).
100
Ib. 3. 2. 3. (cf. Hume, op. cit., pág. 376).
Compárese con la doctrina cristiana de la gracia.
En
verdad, el Yo que está en los tres estados: vigilia (j.’grat),
sueños
(svapna)
y sueño sin sueños (su²upti),
debe ser interpretado como uno y el
mismo.
Es visto como uno y como múltiple simultáneamente, como la luna
que
se refleja en el agua101.
La
unión de la mónada vital con el yo espiritual
Así
como un hombre completamente abrazado por su querida esposa no
conoce
absolutamente nada, ni externo ni interno, así también este hombre
(púru²a
[la mónada de la vida individual]) completamente abrazado por el
Yo
espiritual (prajñ.tman)
soberanamente cognoscente, no conoce
absolutamente
nada, ni externo ni interno. Ésa es su forma vacía de
pesares,
en la que todos los deseos están colmados; en la que su único
deseo
es el Yo [al cual ahora ha alcanzado], en el cual carece de
deseo. En
ese
estado un padre no es padre, una madre no es madre, los mundos no
son
mundos, ni los dioses son dioses (…) un ladrón no es un ladrón,
un
asceta
no es asceta. Sin la compañía de malas obras, ha cruzado a la otra
orilla,
allende las penas del corazón102.
Tur®ya:
“El Cuarto”, y el sentido de la sílaba OÑ
La
brevísima M.ð°âkya
Upáni±ad, que solo
tiene doce versos, ha llegado a
considerarse
como epítome y esencia de la enseñanza contenida en todo el
corpus
de las ciento ocho Upáni±ad.
Su tema es la sílaba OÑ,
que se
escribe
3 o 3 y con la cual se comprime en un punto, el misterio del
Brahman.
El texto se refiere primero a OÑ
de acuerdo con la doctrina
upanishádica
de los tres estados (vigilia, ensueño y sueño), pero luego pasa
al
estado “cuarto” (tur®ya),
transportándonos así, más allá de la típica esfera
de
las Upáni±ad, a
la del clásico Ved.nta
advaita, de fecha posterior.
Para
concluir este capítulo, y al mismo tiempo prepararnos para el
siguiente
desarrollo
de la tradición ortodoxa, reseñaremos este texto extraordinario
presentándolo
en su integridad.
1.
¡OÒ! Este sonido
imperecedero es el conjunto de este universo visible.
Su
explicación es la siguiente. Todo lo que ha pasado, lo que pasa y lo
que
pasará,
en verdad todo esto es el sonido OÑ.
Y lo que está más allá de
estos
tres estados del mundo temporal, eso también, en verdad, es el
sonido
OÑ.
101
Am¢tabindu- Upáni±ad
11-12.
Hay
una sola luna, pero se refleja en múltiples jarras de agua expuestas
a su luz. Las jarras -arcilla
perecedera-
son comparables a los individuos.
102
B¢had.ráðyaka-Upáni±ad
4. 3. 21-22 (c. Hume, op. cit., págs. 136-137).
Es
decir, hay dos esferas idénticas: 1) la fenoménica y visible (la
del
cambio
[jágat], el flujo heracliteo), en la que las
manifestaciones del
tiempo
aparecen y perecen, y 2) la trascendente e intemporal, que está más
allá
pero que se identifica con la primera (la esfera del Ser
imperecedero).
Ambas
están simbolizadas y presentes en la sagrada sílaba OÑ.
2.
Todo esto [dicho con un gesto del brazo, señalando el
universo que nos
rodea]
es Brahman. Este Yo [colocando la mano sobre el
corazón] también
es
Brahman.
Aquí
aparece de nuevo la doctrina no-dual. La esencia de los innumerables
fenómenos
del macrocosmos es una y, además, es idéntica a la esencia del
microcosmos.
Por lo tanto, podemos abordar el misterio del universo, con
todos
sus estratos de lo burdo y lo sutil, la vida en todas sus formas y la
materia
con todas sus modificaciones, desde dentro o desde fuera.
El
Yo [continúa el texto] tiene cuatro partes (p.da
[pie, parte, cuarto:
“como
las cuatro patas de una vaca”, dice el comentario de åáµkara
a este
verso]).
Estamos por emprender un examen de la relación que guardan los
cuatro
estados del microcosmos con respecto a los del macrocosmos.
3.
La primera parte es Vai¡v.’nara
[lo común a todos los hombres]. Su
campo
es el estado de vigilia. Su conciencia está vuelta hacia afuera [a
través
de las puertas de los sentidos]. Tiene siete miembros y diecinueve
bocas.
Goza (bhuj- [come, se alimenta de]) materia burda (sthãla).
Éste
es el Yo en su estado de vigilia, el individuo fenoménico que anda y
vive
en el mundo fenoménico. La referencia al número siete, sin embargo,
es
oscura. En su comentario, åáµkara
trata de interpretarla basándose en el
pasaje
de la Ch.ndogya
Upáni±ad 5. 12.2, en
el que se dice que los
miembros
del ètman universal son:
1. la cabeza (el cielo), 2. el ojo (el sol),
3.
el aliento (el viento), 4. el torso (el espacio), 5. los riñones (el
agua) y 6.
los
pies (la tierra). En el mismo verso se dice que la superficie
destinada al
sacrificio
es como el pecho del ètman
universal, la hierba del sacrificio
como
su pelo, y los tres fuegos del sacrificio Agnihotra como su
corazón,
su
mente y su boca. Para completar su catálogo de siete instancias,
åáµkara
elige
el último de estos fuegos, y dice: 7. la boca (el fuego èhavan®ya).
La
explicación
parece un poco forzada, pero expresa gráficamente la idea
fundamental:
que Vai¢v.’nara
se manifiesta por igual en el universo físico
y
en el cuerpo humano.
åáµkara
identifica las diecinueve bocas mencionadas en el texto con las
cinco
facultades sensoriales (jñ.néndriya),
las cinco facultades de acción
(karméndriya),
los cinco alientos vitales (pr.ða)
y los cuatro componentes
del
órgano interno, es decir: manas (la mente), buddhi (la
facultad de
juzgar),
aha´kara (la
función del ego), y citta (la “sustancia mental”),
cuyos
agentes son las otras dieciocho bocas. Citta es la “sustancia
mental”
que
el Yoga tiene por finalidad aquietar103.
4.
La segunda parte [del Yo] es Táijasa [el Brillante].
Su campo es el
estado
de sueños. Su conciencia está vuelta hacia adentro. Tiene siete
miembros
y diecinueve bocas. Goza de objetos sutiles, (pravivikta [lo
selecto;
lo exquisito; lo separado]).
Éste
es el Yo cuando sueña, contemplando los objetos luminosos, sutiles,
mágicamente
fluidos y extrañamente absorbentes, en el mundo interior a
los
párpados. Táijasa se alimenta de los recuerdos oníricos
acumulados,
como
Vai¢v.’nara
se nutre de los objetos burdos del mundo. Sus
“miembros”
y “bocas” son las correspondencias sutiles de los del que goza
el
campo de la conciencia despierta.
5.
Cuando un durmiente no desea nada deseable ni contempla ningún
sueño,
eso es sueño profundo (su²upta).
Pr.jña [el
Conocedorl, que se ha
vuelto
indiviso en este campo de sueño sin sueños, es la tercera parte del
Yo.
Es una masa indiferenciada (ghana [un montón homogéneo]) de
conciencia,
que consiste en gloria y se alimenta de gloria [como las dos
anteriores
se alimentaban de lo burdo y lo sutil]. Su [única] boca es el
espíritu
(cetomukha).
Con
este verso llegamos al clímax. En el que sigue se describe la gloria
de
Pr.jña,
“el Conocedor”, Señor del campo del sueño sin sueños.
6.
Éste es el Señor de Todo (sarvé¢vara);
el Omnisciente (sarvajñ.);
el
Regente
interior (antary.m¯);
la Fuente (yoni [la Matriz de la generación])
de
Todo. Éste es el comienzo y el fin de todos los seres104.
Pero
ahora viene la máxima culminación de toda la serie. Se expresa que
el
Yo
Auténtico, que finalmente hay que conocer, es la indescriptible
“cuarta”
parte
del Yo, que está más allá de la esfera del Señor del campo del
sueño
sin
sueños, es decir, más allá del comienzo y del fin de los seres.
7.
Lo que se designa como la cuarta parte: ni la conciencia vuelta
hacia
dentro
ni la conciencia vuelta hacia fuera ni las dos juntas; ni una masa
indiferenciada
de omnisciencia durmiente; ni cognoscente ni
103
Cf. supra, págs. 227-229.
104
Compárese esto en la visión de â’¡vara,
el Señor, en el cap. XI de la Bhágavad-Git.,
donde,
habiéndole
dirigido la palabra su devoto érjuna,
K£¢na se revela en su “forma
universal” como Vi²ñu, el
omnisciente
rector del macrocosmo, fuente, sostén y fin de todos los seres.
incognoscente,
ya que invisible, inefable, intangible, sin características,
inconcebible,
indefinible, pues su única esencia es la seguridad de su
propio
Yo (eka-.tma-prátyaya-s.ra);
pacificación de toda existencia
diferenciada
y relativa (prapañca-upá¢ama);
total reposo (¢.nta);
pacíficobienaventurado
(¢iva);
sin segundo (advaita): éste es el Yo (étman)
que hay
que
conocer.
Cada
una de las cuatro partes se ha ido disolviendo en la siguiente a
medida
que
el discernimiento pasaba de una a otra; sin embargo, las cuatro
juntas
constituyen
el conjunto de la única existencia “de cuatro pies”, “bien
plantada”,
graduada, solitaria, que es el Yo. Cada región descansa sobre las
mismas
bases y derechos que las demás (así como el Kali Yuga, la
peor de
las
cuatro edades del mundo, forma parte del ciclo del tiempo lo mismo
que
la
mejor, el santo K¢ta
Yuga; más breve en duración y de forma menos
perfecta,
pero igualmente indispensable como parte del ciclo). A través de
la
aventura espiritual que constituye este viaje interior, primero se da
importancia
al mundo exterior, luego al de la intimidad, y finalmente se
pasa
de lo manifestado a lo no manifestado y aumentan prodigiosamente
los
poderes obtenidos; sin embargo, los estados inferiores, lo mismo que
los
superiores, siguen siendo componentes de la totalidad. Como dice
åáµkara,
son “como las cuatro patas de una vaca”.
Para
el hábil practicante del Yoga este cambio de importancias,
que
transforma
al yo, se convierte en una experiencia bien conocida y
controlable.
Puede hacer que los estados aparezcan, lo mismo que sus
respectivas
esferas, según su voluntad. Como hemos dicho, esto lo lleva a
un
fenomenismo filosófico. A causa de la extraordinaria potencia de la
fuerza
controlada por el yogin, el aspecto burdo de la realidad para
él
pierde
valor, pues puede producir las formas fluidas y sutiles del estado de
visión
interior cada vez que lo quiera, fijarlas y retenerlas por el tiempo
que
lo
precise, y después, siempre según su arbitrio, volver
temporariamente a
tomar
contacto con el mundo exterior. Semejante virtuoso no está
irremediablemente
sujeto y expuesto al estado de vigilia, sino que ingresa
en
él cuando y como lo desea; entretanto, su verdadero domicilio u
hogar
es
el estado “cuarto”, en el extremo opuesto de la serie. El Yoga
hace que
esta
profunda zona sea para él la base y el fundamento de la existencia,
desde
cuyo punto de vista las otras experiencias y actitudes reciben
interpretaciones
y valoraciones completamente nuevas. Lo que
normalmente
es la única actitud de vigilia posible para el hombre, se
convierte
en algo meramente optativo, un espejismo cotidiano (lokay.tr.)
en
el que el amo de la conciencia entra, en un gesto de condescendencia
con
la marcha del mundo (igual que, en la representación mitológíca,
el Ser
Supremo
contemporiza con la marcha del universo descendiendo
periódicamente
en una encarnación “cada vez que hay una merma de
dharma”)105.
Los
cinco últimos versos de la M.ðdâkya
Upáni±ad relacionan
el análisis
de
las cuatro partes, pies o estados del Yo con la sílaba OÑ,
que, según lo
dicho
al comienzo, es idéntica al Yo. En sánscrito, la vocal o es
constitutivamente
un diptongo compuesto de a + u; de aquí que OÑ
también
pueda escribirse AuÑ.
El
texto dice así:
8.
Este idéntico Yo [étman],
en el dominio de los sonidos es la sílaba OÑ:
las
cuatro partes del Yo descritas más arriba son idénticas a los
componentes
de la sílaba, y los componentes de la sílaba son idénticos a
las
cuatro partes del Yo. Los componentes de la sílaba son A, U,
M106.
9.
Vai¡v.’nara
[el Común a todos los hombres], cuyo campo es el estado
de
vigilia, es el sonido A, porque lo abarca todo y porque es el
primero107
.
Quien
lo sabe así (ya évaÒ veda)
abarca todos los objetos deseables; se
convierte
en el primero.
10.
Táijasa [el Brillante], cuyo campo es el estado de sueños,
es el segundo
sonido,
U, porque es un extracto de los otros dos y contiene sus
cualidades108
.
Quien lo sabe así extrae saber del río del conocimiento y
se
equilibra;
en su familia no nacerá nadie ignorante del Brahman.
11.
Pr.jña [el
Conocedor], cuyo campo es el sueño profundo, es el tercer
sonido,
M, porque es la medida, en lo cual entra todo109. Quien
lo sabe así
puede
medir todo y participar de todo.
12.
El cuarto carece de sonidos; impronunciable, aquietamiento de
todas
las
manifestaciones diferenciadas, pacifico-bienaventurado, no dual. Así,
105
Bhágavad-Git. 4.7.
106
Como se verá en seguida, el silencio que sigue y rodea la sílaba es
el cuarto componente. La
identificación
de estas tres letras y el silencio con cuatro estados o partes del Yo
debe tomarse con la
mayor
seriedad literal, pues todas las cosas -sonido y silencio, lo mismo
que estados de la conciencia
humana-
son Brahman-ètman.
107
A se considera como sonido primordial común a todos los
demás. Se produce en el fondo de la
boca
abierta, y por lo tanto se dice que incluye todos los demás sonidos
producidos por los órganos
vocales
humanos, que a su vez lo incluyen. A es la primera letra del
alfabeto sánscrito.
108
La boca, abierta para la A, se mueve hacia la posición
cerrada de la M. En medio está la U,
formada
por la apertura de A pero configurada con los labios cerrados.
Así el estado de sueños está
compuesto
por la conciencia de la vigilia configurada por la inconsciencia del
sueño.
109
Todo comienza a partir de esta posición de la boca cerrada. La boca
se abre para producir A, y de
otro
modo para producir U. La boca cerrada es, pues, el fundamento
a partir del cual todo sonido del
habla
cobra su medida, y también es el término al cual regresa.
OÒ
es verdaderamente el ètman.
Quien lo sabe así funde su yo en el Yo;
sí,
el que lo sabe así.
A,
el estado de vigilia; U, el de sueños; M, el sueño
profundo, y el Silencio,
Tur®ya,
“el Cuarto”: los cuatro juntos comprenden la totalidad de las
manifestaciones
de ètman-Brahman como
sílaba. Así como el sonido OÑ
se
manifiesta, crece, transforma su cualidad vocal y finalmente se hunde
en
el
silencio que le sigue (y que debe considerarse como parte integrante
del
sonido
en estado de latente y significativo reposo), así también ocurre
con
los
cuatro “estados” o componentes del ser. Son las transformaciones
de la
única
existencia que, en conjunto, constituyen la totalidad de sus modos,
considerados
desde el punto de vista microcósmico. A y U son tan
esenciales
al sonido como M, o como el Silencio que es el fondo
sobre el
cual
aparece el sonido. Además, sería erróneo decir que AuÑ
no existía
mientras
reinaba el Silencio, porque entonces existía en potencia. Por
otra
parte,
la manifestación de la sílaba en acto es fugaz y pasajera, en tanto
que
el
Silencio permanece. En realidad el Silencio está
presente en otra parte
cuando
en un lugar se pronuncia AuÑ;
es decir (por analogía), está
trascendentalmente
presente durante la creación, manifestación y
disolución
de un universo.
3.
LA BHÁGAVAD-GÎTÂ
El
pensamiento no brahmánico y preario, aborigen de la India, se
combinó
fructuosa
y armónicamente con las ideas védicas de los invasores arios en
las
grandes paradojas de la célebre Bhágavad-G®t.110.
En sus dieciocho
breves
capítulos se despliega una calidoscópica interacción de las dos
tradiciones
que durante unos diez siglos habían estado luchando por
controlar
y dominar la mentalidad india.
Como
hemos visto, los sistemas no arios (el jainismo, la enseñanza de
Gos.la,
el S.´khya y el
Yoga) se caracterizaban por una dicotomía teórica,
decididamente
lógica, que hacía hincapié en una estricta distinción entre
dos
esferas; la de la mónada vital (j®va,
púru±a) y la de la
materia (a-j®va,
prák¢ti),
la esencia inmate rial y cristalina del prístino individuo, y el
principio
oscurecedor y corruptor del mundo material. El proceso de la vida
se
interpretaba como efecto de la interpenetración de estos principios
opuestos:
una eterna mezcla de dos fuerzas antagónicas, que produce la
perpetua
procreación y desintegración de formas compuestas,
insustanciales.
La unión era comparada a la mezcla del calor y el hierro en
una
bola férrea calentada al rojo; resultado de la proximidad y de la
110
Su título completo es är®mad-bhágavad-g®t.-upáni±adaô,
“las enseñanzas impartidas en la
canción
del Sublime Exaltado”.
asociación,
no algo propio de ninguno de los dos principios per se. Y
ambos
podían ser comprendidos en sus naturalezas distintas, intrínsecas y
recíprocamente
contrarias, solo cuando estaban separados y vueltos a sus
respectivos
estados simples, primarios. El corolario práctico de todo ello
fue
una doctrina de ascetismo o, más bien, una cantidad de diferentes
doctrinas
ascéticas que se proponían separar los dos principios
incompatibles.
Había que detener el proceso de la vida. La purificación, la
esterilización,
había de ser el gran ideal de virtud humana, y su meta el
logro
de la absoluta inmovilidad en la pureza cristalina, no el dinamismo
del
incesante proceso vital. En efecto, todos los procesos de la
naturaleza
son
sucios, como lo vemos en la generación, la digestión, la
asimilación, la
evacuación,
la disolución del cadáver -que engendra multitud de gusanos e
insectos-,
el metabolismo y la gestación. La voluntad ascética quiere purgar
todas
estas impurezas. Tanto en la microcósmica retorta alquímica del
individuo
como en el laboratorio macrocósmico del universo el sucio
proceso
de los elementos que continuamente se unen y se separan es
igualmente
deplorable: constituye una orgía general de indecencias ante la
cual
el espíritu reflexivo no puede hacer otra cosa que renunciar.
Recordemos,
en contraste, el vigoroso y tumultuoso himno védico del
Alimento,
con su jubilosa afirmación de la vida111. La novedad que los
brahmanes
importaron a la India fue el jubiloso acento monista que
pusieron
en la santidad de la vida, afirmando con persistencia y vigor que
lo
único está siempre presente como dos. Soy las dos cosas -sostiene
el
Señor
del Alimento-. Soy las dos cosas: la fuerza vital y la materia
vital,
las
dos al mismo tiempo. La estéril división del mundo en materia y
espíritu
deriva
de una abstracción del intelecto y no debe ser proyectada sobre la
realidad,
pues corresponde a la naturaleza de la mente establecer
diferencias,
hacer definiciones y discriminar. Declarar que hay distinciones
es
solo afirmar que funciona un intelecto que aprehende. Los pares de
opuestos
percibidos no reflejan la naturaleza de las cosas sino la de la
mente
que los percibe. De aquí que el pensamiento, el intelecto mismo,
tiene
que ser trascendido si la verdadera realidad quiere ser alcanzada. La
lógica
constituye un auxilio para la clarificación preliminar, pero es un
instrumento
imperfecto e inadecuado para el conocimiento final. Hay que
superar
sus ordenados conceptos, oposiciones y relaciones si el espíritu
inquisitivo
quiere llegar a una concepción o conciencia directa de la verdad
trascendente.
Aquello único que es la primera, última y sola realidad (ésta
es
la tesis brahmánica fundamental) comprende todos los pares de
opuestos
(dvandva)
que proceden de ella, lo mismo físicamente -en el proceso de la
evolución
de la vida- que conceptualmente, como distinciones lógicas del
intelecto
pensante.
111
Supra, págs. 274-276.
Basándose
en esta conciencia de un principio trascendente y unificador de
todas
las cosas, el pensamiento brahmánico estaba bien equipado para
abordar
no solo las personalidades divinas del primitivo panteón védico
sino
también las fórmulas litúrgicas y filosóficas, mucho más
complicadas,
de
la tradición no aria aborigen. La Bhágavad-G®t.
es el documento clásico
de
las primeras etapas de esta adaptación. Se dice que su enseñanza
constituye
una doctrina esotérica, pero en realidad se ha convertido en la
expresión
autorizada más popular, ampliamente memorizada, de los
fundamentales
principios orientadores de la vida religiosa india. El texto
-episodio
de dieciocho breves capítulos insertos en el Mah.bh.’rata
en el
punto
en que la epopeya presenta a los dos grandes ejércitos prontos a
entrar
en combate112- no es de una sola pieza. Los críticos occidentales
han
señalado
abundantes contradicciones; mas para la mentalidad india, en
estas
mismas contradicciones reside el valor del poema, pues representan el
comienzo
del gran acercamiento y, además, son fácilmente resueltas por la
toma
de conciencia de que lo Uno está presente en todo.
Las
filas de los guerreros que formaban los dos ejércitos rivales del
Mah.bh.’rata
se habían enfrentado y todo estaba listo para que se diera la
primera
clarinada, cuando el conductor de los P.’ñ±ava,
érjuna, pidió a su
cochero
que lo llevara al campo que separaba ambos ejércitos para poder
revistar,
de una ojeada, sus propias fuerzas y las de sus primos enemigos,
los
Káurava. Sin embargo, tan pronto como vio en ambas tropas a sus
amigos
y maestros, hijos y abuelos, sobrinos, tíos y hermanos, sintió una
grandísima
emoción de lástima y pesar. Su espíritu quedó acobardado y
dudó
de si debía permitir que la batalla comenzara.
En
esta crítica coyuntura su cochero le habló y le dio ánimo. Las
palabras
pronunciadas
en estas heroicas circunstancias, en el momento en que estaba
por
librarse la batalla más tremenda de la historia épica de la India,
han
recibido
el nombre de Bhágavad-G®t.,
“El Canto del Bienaventurado
Señor”,
pues el cochero no era otro que el dios K£²na,
encarnación del
Creador,
Conservador y Destructor del mundo. La revelación fue dada por
un
amigo a otro amigo, por el joven dios a su compañero el príncipe
érjuna.
Era una doctrina exclusiva, aristocrática, pues el dios K£²na
—
divina
partícula de la santa esencia supramundana que había descendido a
la
tierra para la salvación de la humanidad— daba muerte a los
demonios y
era,
por lo tanto, también un héroe épico, mientras que el noble joven
a
quien
fueron dirigidas las palabras cuando desesperaba acerca de lo que
debía
hacer (impotente, en el momento crítico de su carrera, de determinar
cuál
sería su dharma, la conducta correcta) era la flor de la
caballería hindú
del
período épico. Por simpatía hacia este joven rey desposeído, el
hermoso
y
oscuro K£²na se convirtió en
su consejero asumiendo el papel alegórico
112
Mah.bh.’rata
libro 6, Bh¯²maparvan,
sección 6.
de
cochero, cuando el joven estaba por librar batalla a fin de
reconquistar el
trono
usurpado y obtener la soberanía del territorio de la India. K£²na
no
solo
quería hacer de consejero espiritual de su amigo sino también
utilizar
este
dramático momento para proclamar a toda la humanidad su doctrina de
la
salvación en el mundo— conocida con el nombre de “Yoga de
la acción
desinteresada”
(Karma-yoga)— y todo lo que ella implica como
autoentrega
y devoción (bhakti) al Señor, idéntico al Yo que se
encuentra
en
el interior de todos. La doctrina es “muy difícil de comprender”,
según
se
repite una y otra vez. Por ejemplo: El más íntimo principio de
la
naturaleza
humana [llamado “poseedor de un organismo”: dehin,
¡ar®rin]
es
inmanifiesto, impensable, inmutable (…). Una persona contempla este
Yo
como a una maravilla. Otra habla de Ello como de una maravilla. Y
aun
otra oye-y-aprende de Ello como de una maravilla [al ser
instruido en
la
sagrada tradición esotérica por un guru]. Pero, aunque
haya oído y
aprendido,
nadie comprende realmente lo que Ello es113.
Las
circunstancias del diálogo están descritas en términos sencillos y
vigorosos.
Árjuna
dijo: “Coloca mi coche, oh inmutable, entre los dos ejércitos de
modo
que en este momento de la inminente batalla pueda contemplar a
aquellos
que están de pie deseosos de guerrear, con quienes tengo que
combatir”.
(…)
Solicitado de esta manera, K¢±na
llevó el incomparable carro entre los
dos
ejércitos formados para la batalla, enfrentando a Bh®±ma,
Droða y
todos
los gobernantes de la tierra. Y dijo: “¡Mira, hijo de P¢th.,
a los
Káurava
que aquí se han reunido!”
Entonces
Árjuna miró a los dos pueblos: padres, abuelos, maestros, tíos
maternos,
hermanos, hijos, nietos, compañeros, suegros y amigos… y se
horrorizó
al pensar en la espantosa locura fratricida que estaba por hacer
presa
de todos ellos. Por una parte, no quería precipitar la batalla que
aniquilase
“a aquellos -según decía- que son mi propio pueblo”; pero, por
otra,
el código de la caballería lo obligaba a vengar los agravios que
sus
primos
habían infligido tanto a él como a sus hermanos, y a ayudar a éstos
en
sus justos esfuerzos para reconquistar sus dominios. Sin saber qué
hacer,
la
cabeza hecha un torbellino, incapaz de distinguir lo justo de lo
injusto,
Árjuna,
desesperado, se volvió hacia su amigo y cochero, K£²na;
y cuando
las
santas palabras de Dios entraron en susoídos e inundaron su corazón,
se
tranquilizó
con respecto a los misterios de la justicia y de la injusticia114.
El
mensaje de K£²na culmina en la
“suprema expresión”, que comienza en
el
capítulo X.
113
Bhágavad-G®t.
2. 25 y 29.
114
Ib. 1. 21-47.
Ahora
escucha mi suprema expresión. Porque deseo tu bien te la
proclamaré.
Ni las huestes de los dioses ni los grandes videntes conocen mi
fuente.
Mucho más antiguo que ellos soy Yo. Quien me conoce como el
Nonacido,
el
Sín-principio, el Gran Señor del Mundo, ése, entre los mortales,
libre
de ilusión, es liberado de todos sus pecados. De Mí solo surgen los
múltiples
estados mentales de los seres creados: facultad de juzgar,
conocimiento,
pureza de espíritu, paciencia, verdadero conocimiento,
disciplina,
placer y dolor, bienestar y desgracia, temor y confianza,
compasión,
ecuanitnidad, contento, autodominio, benevolencia, gloria e
infamia.
Del mismo modo los siete grandes ï²i
de antaño y los cuatro
Manu115
surgieron de Mí solo, engendrados por Mi espíritu; y de ellos
descienden
las criaturas de este mundo. Quien conoce en verdad esta
manifestación
de Mi potencia y Mi poder creador está armado de
inconmovible
constancia. Yo soy la Fuente de todo, de Mí todas las cosas
nacen.
Todos los que tienen conocimiento lo saben. Y con este
conocimiento
los sabios Me adoran, sobrecogidos de sacro terror (…)116.
Soy
el Tiempo (k.la), el
destructor grande y poderoso, que aquí aparece
para
barrer a todos los hombres. Aun sin ti [y tu liderazgo] ninguno
de
estos
guerreros, formados en sus filas, quedarán vivos. Por lo tanto,
levántate,
gana gloria, hiere al enemigo, goza con prosperidad tu señorío.
Por
Mí y solo por Mí ya han sido derrotados hace mucho, sé tú nada
más
que
mi instrumento117.
Este
texto nos da un ejemplo de bhakti aplicada. El bhakta, el
devoto,
realiza
en el espacio y en el tiempo, como causa meramente aparente, lo
que
para el Dios que trasciende el espacio y el tiempo, está más allá
de las
categorías
de lo sucedido y de lo no sucedido, el “aún no” y el “ pasó”.
El
Yo
imperecedero, el Dueño de los cuerpos perecederos, es el director
supremo
del horrendo espectáculo del tiempo. “Finitos” se
llaman los
cuerpos
de Él, el Eterno, que es el “Poseedor de los cuerpos” (¡ar®rin),
imperecedero,
infinito e insondable (…) Quien piensa que Él mata y quien
piensa
que Él es muerto, esos dos carecen de verdadero conocimiento;
porque
no mata ni es muerto. No nace ni muere en ningún momento; no
llegó
a ser en el pasado ni volverá a cobrar existencia en un momento
futuro.
Es no nacido, eterno, perdurable, y le dicen “el Antiguo”
(pur.ña);
Él
no es muerto cuando se da muerte al cuerpo. El hombre que sabe que Él
es
indestructible, eterno, sin nacimiento e inmutable ¿cómo puede
matar?
¿a
quién? Así como un hombre tira las ropas viejas y gastadas y se
pone
115
î±i: sabio religioso,
poeta inspirado de los himnos védicos. Mamu: el primer hombre
al comienzo
de
cada nueva raza de seres.
116
Bhágavad-G®t.
10. 1-8.
117
Ib. 11. 32-33.
otras
nuevas, así el “Poseedor de los cuerpos” arroja los cuerpos
gastados
y
entra en otros nuevos118.
Así
como la niñez, la juventud y la vejez en este cuerpo presente son
para
Aquel
que posee el cuerpo (dehin), así también es la adquisición
de otro
cuerpo.
Los sabios no se perturban por esto119.
Al
Yo no lo afecta que la máscara de la infancia se cambie en la de la
juventud
y luego en la de la vejez. El yo individual, la apreciada
personalidad,
puede sentirse perturbada y experimenta dificultades en
ajustarse
a los cambios y a todas las pérdidas de oportunidades vitales que
esas
alteraciones implican, pero el Yo no es afectado. Tampoco le preocupa
el
hecho de que en el momento de la muerte deja una máscara para
siempre
y
asume una nueva en su próximo nacimiento. Para Él no hay muerte ni
verdadero
cambio. De aquí que, como los solsticios o las fases de la luna,
ni
la secuencia de las edades del cuerpo ni la secuencia de los cuerpos
mismos
pesan sobre Él. No hay motivo para estar triste. Las armas no lo
hieren,
el fuego no lo quema, el agua no lo moja, ni el viento lo seca. No
puede
ser cortado, ni quemado, ni mojado, ni agotado. Es inmujable
(nitya),
omnipenetrante (sárvagata), estable (sth.ñu)120,
inconmovible
(ácala)121,
y permanente (san.’tana)122.
El
Poseedor del cuerpo está más allá de los sucesos; y como es Él
quien es
la
verdadera esencia del individuo, no tenemos que compadecer a las
criaturas
perecederas por ser como son. Te compadeces -dice K£²ña
al
guerrero
confuso- de algo donde no
cuadra la piedad. Los sabios no sienten
piedad
ni por lo que muere ni por lo que vive. Nunca hubo un tiempo en
que
yo y tú no existiésemos, así como todos estos príncipes. Ni
llegará
jamás
el día en que todos dejemos de ser123 (…) No hay existencia para
la
nada;
no hay destrucción para lo que es. Ten la seguridad de que la
verdadera
textura de este universo es lo imperecedero; ningún hombre
tiene
el poder de destruirlo. Los cuerpos llegan al fin, pero “Aquel que
está
vestido
en el cuerpo” (¡ar®rin)
es eterno, indestructible e infinito.
¡Combate,
pues, oh, Bh.’rata!124.
El
Karma-Yoga, el gran principio ético contenido en este realismo
cuya
base
metafísica es la Esencia divina encarnada, requiere que el individuo
continúe
ejecutando sus deberes usuales y actividades cotidianas, pero con
una
nueva actitud de desapego con respecto a sus frutos, es decir, a las
118
Ib. 2. 18-22.
119
Ib. 2. 13.
120
De pie, inmóvil como una columna, como una roca, o como åiva.
el yogin perfecto, en su
meditación.
121
Como una montaña firmemente plantada.
122
Bhágavad-G®t.
2. 23-24.
123
Ib. 2. 11-12.
124
Ib. 2. 16-18.
posibles
ganancias o pérdidas que de aquellos actos resulten. No hay que
abandonar
el mundo y su modo de actualizarse; pero, en la acción, la
voluntad
del individuo debe unirse al fundamento universal, no a las
vicisitudes
del cuerpo y del sistema nervioso. Tal es la enseñanza del
Creador
y Conservador encarnado. Tal es la esencia del sublime consejo
que
da al hombre y que mantiene en equilibrio al mundo. La práctica
del
culto
mediante ofrendas (yajña), el dar limosnas (d.na)
y la austeridad
(tapas)
no deben abandonarse. En realidad, siempre hay que realizar estas
obras;
porque el culto, la caridad y la austeridad sirven de purificación a
los
sabios. Pero aun estas obras desinteresadas deben realizarse
renunciando
a todo apego a ellas y a sus frutos125; tal es mi más firme y
decidida
convicción126 (…). No pienses más que en el acto, nunca en sus
frutos,
y no te dejes seducir por la inacción. Para el que alcanza el
desapego
interior, ya no existen ni el bien ni el mal aquí abajo127 (…)
Considera
como de igual valor el placer y el dolor, la riqueza y la pobreza,
la
victoria y la derrota. Prepárate, pues, para el combate. Actuando de
este
modo
no estarás contaminado por la culpa128.
El
Dios mismo actúa, como macrocosmos, a través de los sucesos del
mundo,
y como microcosmos, en la forma de su Encarnación. Este hecho
mismo
debería servir de saludable lección. No hay nada en los Tres
Mundos
-declara K£²ña- que yo
necesite hacer, nada que yo no haya
obtenido
y que podría conseguir; pero participo en la acción. Si no lo
hiciera
sin descanso, la gente seguiría mi ejemplo. Estos mundos
perecerían
si yo no siguiera realízando obras. Yo causaría confusión
[porque
los hombres abandonarían las tareas y actividades que su
nacimiento
les ha asignado]; yo sería la ruina de todos estos seres [porque
los
dioses, los cuerpos celestes, etcétera, dejarían de actuar,
siguiendo el
ejemplo
del Altísimo]. Así como la gente ignorante, apegada a los actos,
actúa,
también el hombre sabio (vidv.s
[aquel que comprende]) debe
actuar,
pero desapegado y con vistas a conservar el orden del mundo129.
La
incansable actividad del Ser Divino que controla el universo es cosa
de
rutina,
una especie de rito que no le preocupa hondamente. Del mismo
modo,
el hombre perfecto debe cumplir las tareas de su vida con espíritu
de
rutina
y de juego, para no interrumpir el desarrollo del drama en el que
está
comprometido
por el papel que desempeña, y del cual está muy
desapegado.
Porque -dice K²£ña-
ningún ser dotado de cuerpo puede dejar
de
actuar sin descanso; pero a quien renuncia a los frutos (phala
125
En este caso, los frutos son las prometidas recompensas celestes o
las ventajas que han de gozarse
en
una época y nacimiento futuros.
126
Bhágavad-G®t.
18. 5-6.
127
Ib. 2. 47.
128
Ib. 2. 38.
129
Ib. 3. 22-25.
[recompensas,
resultados]) de sus actos se lo llama hombre de verdadero
renunciamiento
(ty.gin)130.
Suponer
que alguien dotado de cuerpo puede librarse de caer en la red del
karman
es vana ilusión. Pero es posible evitar que esta caída se
complique
progresivamente
y hasta es posible desligar la mente, dejando a un lado las
consecuencias
y las aparentes promesas que surgen de nuestras inevitables
empresas
y tareas; es decir, por mi absoluto autosacrificio. No debemos
esperar
recompensa al cumplir con nuestro deber como hijo o como padre,
como
brahmán o como guerrero, al realizar los ritos ortodoxos, al hacer
obras
de caridad o cualquiera otra obra virtuosa que fuere. No debemos
abandonar
la actividad para la cual hemos nacido (sáhajaÒh
karman
[eldeber
que nos incumbe debido a nuestro nacimiento, casta o profesión])
aun
cuando vaya acompañada de un mal; porque a todas las empresas las
acompaña
el mal, como al fuego el humo131.
El
plano terrestre es el dominio de lo imperfecto, casi por definición.
La
perfección,
la inmaculada pureza, solo puede alcanzarse desligándonos de
la
esfera manifiesta de los guða132.
Este progreso espiritual disuelve al
individuo
-la máscara de la personalidad y todas las formas de acción que
le
pertenecen- en el impoluto, indiferenciado, anónimo y absolutamente
inmutable
reino del Yo. Pero entre tanto tenemos que abrazar los deberes y
obligaciones
de la vida en que hemos nacido. Es mejor el deber (dharma) y
la
tarea de nuestra propia vida, aunque sin valor ni cualidades
(vi-guña),
que
el deber ajeno bien realizado. Quien realiza las actividades (karma
kurvan)
dictadas por su naturaleza innata [que son idénticas a las
que
corresponden
a su puesto en la sociedad] no se contamina133.
Inclusive
una persona nacida en una casta impura (un barrendero, un
empresario
de entierros, por ejemplo) debe adherirse a la profesión
heredada.
Realizando el trabajo tan bien como le sea posible, de la manera
ordenada,
se convierte en un virtuoso y perfecto miembro de la sociedad.
Por
otra parte, si se pusiera a actuar por su cuenta metiéndose en las
tareas
ajenas,
sería culpable de perturbar el orden sagrado. Como hemos vistos134,
hasta
la cortesana, aunque en la jerarquía social está muy por debajo de
la
virtuosa
ama de casa, si cumple a la perfección el código moral de su
despreciable
profesión participa en el transindividual y sobrehumano Poder
Sagrado
que se manifiesta en el cosmos, y puede hacer milagros que
desconciertan
a reyes y santos135.
130
Ib. 18. 11.
131
Ib. 18. 48.
132
Con respecto a los guða,
cf. supra, págs. 236-238.
133
Bhágavad-G®t.
18. 47.
134
Supra, págs. 135-136.
135
“Que las escrituras sean tu autoridad para determinar qué debe
hacerse y qué no debe hacerse.
Sabiendo
lo que dice el mandato de las escrituras, debes actuar aquí”
(Bhágavad-G®t.
16. 24). Pero luego,
K²£ña,
el divino portavoz de la doctrina de la Bhágavad-G®t.,
no es solo un
maestro
sino también un buen ejemplo. Representa la voluntaria
participación
de la Divinidad Suprema en la misteriosa alegría y dolor de
las
formas del mundo manifiesto, que en última instancia no son más que
su
propio reflejo. Aunque no he nacido, aunque mi Yo es inmutable,
aunque
soy
el Divino Señor de todos los seres perecederos, al residir en mi
propia
naturaleza
material (prák£ti) me
convierto en un ser transitorio
(sambhav.mi)
por el poder mágico del juego de transformaciones ilusorias
que
produce todo los fenómenos y que pertenece a mi propio Yo
(.tmam.’yay
.). Cada vez que se afloja o
debilita el principio del deber y
aumenta
la injusticia, entonces desciendo. Para proteger a los justos y
destruir
a los que obran mal, para confirmar la virtud y el divino orden
moral
del universo, me convierto en un ser transitorio entre las criaturas
perecederas
de cada edad del mundo136.
De
acuerdo con la concepción hindú, el ingreso de Dios en la lucha del
universo
no significa el único y asombroso ingreso de la esencia
trascendental
en el torbellino de las cosas mundanas (como en el
cristianismo,
en el que se considera que la Encarnación es un sacrificio
singular
y supremo, que nunca se repetirá), sino un suceso rítmico,
conforme
a la pulsación de las edades del mundo. El salvador desciende
como
contrapeso de las fuerzas del mal durante la decadencia cíclica de
las
cosas
mundanas, y su obra se realiza con un espíritu de imperturbable
indiferencia.
La periódica encarnación del Poder Sagrado es una especie de
solemne
leitmotiv en el interminable drama del proceso cósmico, en el
que
de
tiempo en tiempo resuena como un majestuoso anuncio de trompetas
celestiales,
para imponer silencio a las disonancias y expresar de nuevo los
temas
triunfales del orden moral. Estos temas tienen que predominar frente
a
las múltiples melodías y notas discordantes de la compleja
partitura, sin
hacerlas
desaparecer del todo. Una vez que el salvador, el héroe divino (el
super
Lohengrin, Parsifal o Sigfrido) ha enderezado las cosas sometiendo
las
fuerzas demoníacas, tanto en su aspecto cósmico como en su ropaje
humano
de tiranos perversos y hombres malos, se retira de la esfera
fenoménica
tan serena, solemne y voluntariamente como descendió. Nunca
se
convierte en la aparente víctima temporaria de las potencias
demoníacas
(como
lo hizo Cristo clavado a la Cruz); su paso es triunfal del principio
al
fin.
A la Divinidad, en su misma lejanía, no le importa asumir
por
otra parte: “Para el brahmán
que-ha-alcanzado-el-conocimiento-supremo (vij.nant),
todos los Veda
son
tan útiles como un estanque cuando hay inundación por todas partes”
(ib. 2. 46). Las tradiciones
escriturarias
contienen la verdad suprema, pero la experiencia de esa verdad las
torna superfluas. El que
conoce
ha ingresado en la esfera de la realidad trascendental y ya no
necesita guía. Antes del momento
del
conocimiento, las escrituras y la esfera de los deberes sociales
sirven de guías necesarias; después del
conocimiento,
se afirman voluntariamente con espíritu de sublime buena voluntad.
136
Ib. 4. 6-8.
interinamente
un papel activo en el plano fenoménico de la Naturaleza
siempre
activa.
La
mitología india representa el descenso como la emanación de una
minúscula
partícula (aÑ¡a) de
la infinita esencia supramundana de la
Divinidad,
sin que por ello la esencia misma sufra ninguna disminución;
porque
el acto de producir un salvador, y aun el de producir el espejismo
del
universo, no disminuye la plenitud del Brahman trascendente y
en
última
instancia no manifiesto, como un sueño no disminuye la sustancia
de
nuestro Inconsciente. En realidad (y ahora que la psicología
occidental
ha
comenzado a investigar estos temas, la cosa resulta cada vez más
clara),
puede
decirse que la concepción y el simbolismo de la doctrina hindú
referentes
a la m.y.
universal se basa en milenios de introspección, y como
resultado
de estas experiencias se reconoce que los procesos creadores que
se
desarrollan en la psique humana son las mejores claves para
interpretar
las
potencias, actividades y actitudes del Ser supramundano creador del
universo.
El proceso por el cual desarrollamos un mundo onírico con un
paisaje
y personajes de ensueño -que también crea un doble heroico y
onírico
de nuestro propio yo, para soportar y gozar de toda clase de
extrañas
aventuras- no disminuye en lo más mínimo nuestra sustancia
personal,
sino, por el contrario, la expande. En todas estas imágenes se
manifiestan
fuerzas invisibles y, al hacerlo, gozan y se realizan. Lo mismo
ocurre
con Dios cuando proyecta su fuerza m.y.
creadora. Nuestra
sustancia
psíquica tampoco disminuye al proyectar las fuerzas sensoriales a
través
de las puertas de los órganos de los sentidos para aprehender los
objetos
sensibles, tragarlos y presentarlos a la mente; y tampoco disminuye
la
mente al configurarse de acuerdo con los modelos que le ofrecen los
órganos
sensoriales, copiándolos exactamente en su propia sustancia sutil,
que
es suave y maleable como la arcilla137. Tales actividades, tanto en
el
sueño
como en la vigilia, son ejercicios de expansión y autodeleite de la
esencia
vital del hombre, que se presta muy bien a fáciles
autotransformaciones.
En este sentido, la obra del hombre es la
contrapartida
microcósmica del principio creador del universo. La m.y.
de
Dios
da forma al universo tomando forma ella misma, jugando a través de
todas
las figuras transitorias y sucesos desconcertantes y con ello no
disminuye
en lo más mínimo, sino, por el contrario, aumenta y se expande.
En
el sistema del S.´khya
se presentaba el campo de la manifestación
micromacrocósmica
como un incesante intercambio de los tres
componentes
o cualidades de la prák¢ti,
los llamados guðas138.
En la
Bhágavad-G®t.
esta idea es retomada pero se la asimila por completo a la
concepción
védica brahmánica del Yo único. Cualesquiera sean los
137
Cf. supra, págs. 228-229 y 231-232.
138
Supra, págs. 236-238.
estados
de las cualidades de claridad (s.’ttvika),
pasión y violencia
(r.’jasa)
y oscuridad-inercia (t.’masa),
sabe en verdad que ellos proceden
de
Mí; pero Yo no estoy en ellos; ellos están en Mí. Todo este
universo de
seres
vivos está engañado por esos estados compuestos de las tres
cualidades;
por esta razón no Me conocen, a Mí que estoy más allá de
ellos
y soy inmutable. Porque esta divina ilusión (m.y.)
mía, constituida
por
los guña [y que actúa
gracias a ellos] es muy difícil de superar. Sin
embargo,
aquellos que se dedican exclusivamente a Mí la superan139
El
ancho río de la ignorancia y de la pasión es un torrente peligroso,
pero el
salvador,
el divino barquero, puede pasar a sus devotos a la otra orilla. Esta
imagen
es común a todas las tradiciones indias. Los salvadores jaina se
llaman
T®rlháðkara,
“autores del cruce”. El Buddha atraviesa un río
caminando
sobre sus aguas, y su sabiduría es conocida con el nombre de
“Saber
que ha pasado a la otra orilla” (prajña-p.’ramit.).
En el mismo
espíritu,
al popular salvador del budismo Mah.y.na,
Avalokité¢vara (en
chino,
Kwan-yin; en japonés, Kwannon) se lo representa como un corcel
alado
llamado “Nube” (Val.’haka)
que transporta a la lejana ribera de la
iluminada
libertad, que se obtiene en la extinción, a todos los que quieren
ir.
Una
divertida narración alegórica del sâtra
budista titulado
K.rað°avyâha140,
representa a “Nube” manifestándose a un grupo de
mercaderes
que habían naufragado y que se habían hecho a la mar rumbo a
la
Isla de las joyas. Los mercaderes habían dado con unas mujeres
seductoras
en otra isla encantada, que parecían recibirlos con mucha
hospitalidad
y que los dejaban hacer libremente el amor, pero que al final
resultaron
ser monstruos devoradores de hombres que solo esperaban
comérselos.
Las seductoras ya se habían comido a muchos mercaderes que,
como
los de este grupo, habían sido llevados a sus playas por las olas.
Seductoras
y devoradoras al mismo tiempo, estas mujeres representan en la
alegoría
hudista el carácter atractivo y destructivo del mundo sensible. Pero
por
encima de la isla de estas seductoras -la ínsula de la vida humana
implicada
en el mundo- suele aparecer de vez en cuando la figura de
“Nube”
(Val.’haka) planeando
por el cielo. “Nube” grita: ¿Kaô
p.’ragah?
“¿Quién
va a la otra orilla?”, que es un grito familiar en la India, porque
es
lo
que dice el batelero cuando aparece su bote. El batelero lo grita
bien alto
para
que cualquier viajero que se detenga en la aldea sepa que debe darse
prisa;
y la voz de “Nube” también resuena bien alto.
139
Bhágavad-G®t.
7. 12-14.
140
El título completo de este importante sâtra
budista Mah.y.na
es Avalokite
¡varaguðak.rað°avyâha,
“Descripción completa del cesto de características de
Avalokite¢vara”.
Aparece
en dos versiones, una más antigua en prosa, y otra posterior en
verso. Véase M. Winternitz,
Geschichte
der indischen Literatur, vol. 11, págs. 238-240, y L. de la
Vallée Poussin, “Avalokite¢vara”,
en
Hastings. Encyclopaedia of Religion and Ethics, vol. II,
págs. 259-260.
Al
oírla, los mercaderes que se deciden a abandonar los peligrosos
placeres
de
la isla, inmediatamente montan el corcel alado y son transportados a
la
“otra
orilla” de paz. Todos los que quedan lienen luego una muerte
horrible.
Además, los que una vez montados en el gigantesco salvador
volante
se vuelven para mirar por última vez con amor, caen como por
descuido
al implacable mar, donde encuentran una muerte infortunada.
El
habitante del cuerpo perecedero -la indestructible mónada vital
(púru±a),
que
según el S.´khya debe
considerarse como núcleo y germen vital de
cada
individuo vivo-, de acuerdo con el sisterna compuesto de la
Bhágavad-G®t.
no es más que una partícula del único y supremo Ser
divino,
con el cual se identifica esencialmente. Así, de un solo golpe
audaz,
el
monismo trascendental de la doctrina vedica brahmánica queda
conciliado
con la doctrina pluralista. de las mónadas vitales sustentada por
la
filosofía del S.´khya,
dualista y atea. Y por ello hoy en la India se
considera
que ambas ensenanzas expresan desde dos puntos de vista la
misma
realidad. El ètmav.da
no dual presenta la verdad superior, en tanto
que
el S.´khya es un
análisis empírico de los principios de la esfera
inferior,
racional, donde actúan los pares de opuestos (dvandva). En el
S.´khya
actúan principios antagónicos que constituyen las bases o
términos
de
toda experiencia humana normal y de todo pensamiento racional. Sin
embargo,
sería dar muestras de ignorancia suponer que porque el
argumento
dualista es lógico y está de acuerdo con los hechos de la vida
tiene
que concordar también con la verdad última. El dualismo pertenece a
la
esfera de la manifestación, a la esfera de la desconcertante
diferenciación
debida
a la interacción de los guða
y no es más que una parte del gran
juego
cósmico de la m.y..
La
única Fuente de la Verdad, hablando en forma de K£²ña,
declara: Una
parte
de mi Yo, eterna, se convierte en mónada vital (j¯va-bhãta)
en el
dominio
de las mónadas vitales (j¯va-loka)
[es decir, en la esfera manifiesta
de
la creación, en la que pululan las mónadas]; éste atrae hacia
sí la mente
y
las cinco fuerzas sensoriales que arraigan y permanecen en la materia
del
universo. Cuando este divino Señor (â’¡vara)141
obtiene de este modo
un
cuerpo y cuando sale de él y se marcha, se lleva con él estas seis
fuerzas
o
funciones que estaban alojadas en el receptáculo [el corazón] y
sigue su
camino,
como el viento se lleva las fragancias de los lugares por donde
pasa.
Gobernando el oído, la vista, el tacto y el sentido del olfato así
como
la
mente, experimenta los objetos de los sentidos. La gente, engañada
por
la
ignorancia, no lo percibe cuando sale del cuerpo o cuando se queda
141
La mónada vital se llama así porque es una chispa de la pura luz
divina trascendente. â’¡vara
significa
“el potente, todopoderoso y soberano”; fundamentalmente, la
mónada vital participa de la
omnipotencia
de la Divina Esencia.
dentro
de él unido a los guña y
experimentando los objetos de los sentidos;
sin
embargo lo perciben quienes poseen el ojo de la sabiduría142.
El
Señor (â’¢vara)143
habita en la región cardíaca de todas las criaturas
perecederas
y con su divino poder de ilusión, (m.y.)
hace que todos los
seres
giren (bhr.’mayant) como
si estuvieran montados en una máquina
(yantr.ru±ha)
[por ejemplo en una rueda provista de cangilones para regar
un
campo de arroz]144 (…). Este Poseedor del Cuerpo, que habita los
cuerpos
de todos los seres, es eternamente indestructible; por lo tanto, no
debes
afligirte por ninguna criatura145.
Como
hemos dicho, la doctrina especial de la Bhágavad-G®t.
es el Karma-
Yoga,
el desinteresado cumplimiento de la tarea terrenal que tenemos
que
realizar;
pero ése no es el único camino que lleva a la libertad y soberanía
del
Yo divino. K£²ña, encarnación
guerrera del Ser Supremo, reconoce
muchos
caminos, correspondientes a las diversas tendencias y capacidades
de
los diferentes tipos humanos. Algunos -declara el dios- por
la
concentración,
por la visualización interior, a través de su yo y en él,
perciben
el Yo divino146; otros [lo perciben o realizan] mediante la
técnica
de
Yoga relativa al sistema S.´khya
del Conocimiento Enumerativo147; y
otros
mediante el Yoga de la acción desinteresada148. Finalmente,
otros
que
no conocen [estas vías esotéricas de autodisciplina
introvertida y de
transformación]
Me adoran tal como se les ha enseñado a hacerlo de
acuerdo
con la tradición oral ortodoxa, pero también éstos pasan más allá
de
la muerte, aunque se dediquen exclusivamente a la revelación
comunicada
en los Veda149.
Hacía
mucho tiempo que habían pasado las rutinas externas de los
sacrificios
védicos cuando surgió la Bhágavad-G®t..
El ceremonioso estilo
sacerdotal
con el cual se rendía culto a los seres divinos ya no
predominaba.
Sin embargo, todavía se reconocía el valor de esos ejercicios
como
camino secundario para alcanzar la meta. La tradición siguió
santificándolo
durante mucho tiempo, pero era una vía incómoda y
anticuada.
La gente que no estaba al día en sus ideas filosóficas -los
parientes
del campo, los pagani- continuaron practicando estas curiosas
rutinas
y, desde luego, experimentaron sus usuales y bien comprobados
efectos
favorables; pero los verdaderos aventureros y héroes de la suprema
empresa
del espíritu humano preferían seguir el camino directo, mucho más
142
Bhágavad-G®t.
15. 7-10.
143
Aquí se acentúa el aspecto universal.
144
Ib. 18.61.
145
Ib. 2. 30.
146
Este es el camino del dhy.na
o “contemplación”.
147
El Yoga de Patáñjali; cf. supra, págs. 227 sigs.
148
Camino específico de la Bhágavad-G®t..
149
Bhágavad-G®t.
13. 24-25.
intenso,
rápido, seguro, interior y psicológico, de la nueva revelación
esotérica.
De
acuerdo con la concepción hindú, el Ser Supremo no ansía atraer
inmediatamente
a toda criatura humana a su esfera supramundana mediante
la
iluminación, ni siquiera propalar a cada uno nociones idénticas y
correctas
acerca de la naturaleza y función de su divinidad. No es un dios
celoso.
Por el contrario, permite y hasta cierto punto se complace con todas
las
ilusiones que persiguen al obnubilado espíritu del homo sapiens.
Acepta
gustoso
y comprende toda clase de fe y de credo. Aunque él mismo es amor
perfecto
y se inclina hacia todos sus devotos, cualquiera sea su grado de
entendimiento,
al mismo tiempo es también soberanamente indiferente y
absolutamente
despreocupado, pues él mismo no posee ego. No tiene la
naturaleza
colérica del Yahvéh del Antiguo Testamento. No tiene
pretensiones
totalitarias como las del Alá acuñado por Mahoma. No exige
que
la humanidad pecadora se reconcilie con él mediante un pago tan
exorbitante
con el del supremo sacrificio del Redentor, el propio hijo de
Dios,
su alter ego, Segunda Persona de la Santísima Trinidad que,
encarnado
como única víctima adecuada, víctima expiatoria estigmatizada
con
la marca de los criminales, Cordero que carga con los pecados del
mundo,
libra a la impura humanidad de su merecida muerte vertiendo su
preciosa
sangre, colgado en la cruz como la víctima más notable de
asesinato
jurídico que se haya perpetrado en la historia.
A
cualquier devoto que trate de adorar cualquier forma (rãpa),
divina con
fe
ferviente, yo en verdad hago que esa fe suya sea inconmovible. Él,
unido
a
esa forma por esa fe, la conserva con veneración en su mente y de
este
modo
obtiene sus deseos; los cuales, en realidad, solo yo satisfago. Pero
es
finito
el fruto de aquellos que tienen poco entendimiento: los adoradores
de
los dioses van a los dioses, pero los que me adoran a Mí vienen a
Mí150.
Las
ideas bien definidas, las nociones y formas bien perfiladas, las
diversas
personalidades
que ocupan el panteón de las divinidades todas ellas son
consideradas
como otros tantos aspectos o reflejos de los matices de la
ignorancia
humana. Todos poseen alguna verdad -aproximadamente y con
variable
grado de imperfección-, pero son partes y efectos del cósmico
juego
de la m.y.,
y representan su actividad en la esfera de los órganos
intelectuales
y emocionales. Participan de las cualidades de los guða.
Por
ejemplo,
las concepciones más puras y espirituales que de las divinidades
se
forma el hombre se originan cuando predomina el guða
sattva (claridad,
bondad,
pureza); las concepciones coléricas, irascibles y emocionales de
Dios
(en las que la divinidad despliega exceso de actividad) surgen de los
impulsos
del guða rajas; en
tanto que los seres semidivinos de carácter
malévolo
-los dioses de la muerte, la enfermedad y la destrucción- nacen de
150
Ib. 7. 21-23.
las
tinieblas del guða
tamas. Los aspectos y personificaciones de la esencia
divina
varían de acuerdo con el predominio de uno u otro guða
en la
naturaleza
del devoto, y así ocurre que las divínidades de las diferentes
razas,
períodos culturales y niveles sociales difieren notablemente entre
sí.
El
Ser Supremo, en su absoluto retraimiento con respecto a la
interacción
de
los guða -aunque
él es su fuente-, está lejos de rebajarse a interferir en
las
propensiones particulares de los diferentes tipos humanos, y más
bien
alienta
y fortifica toda inclinación piadosa, de cualquier clase que sea,
pues
es
la fuerza íntima de todo ser humano.
“A
cualquier devoto que trate de adorar cualquier forma (râpa)
divina con
ferviente
fe…” La “forma”(râpa)
es la manifestación fenoménica de la
divina
esencia trascendente bajo el ropaje de una personalidad divina, de
una
individualidad celeste, y es objeto de adoración porque se acomoda
exactamente
a la mente y al corazón del adorador. Puede ser una divinidad
de
la más antigua ortodoxia (como Agni, Indra o Váruña),
de la religión
hindú
posterior (åiva, Vi²ñu,
K.l¯),
o de uno de los sistemas aún más
tardíos,
que tienden a inmiscuirse en los otros y a enviar misioneros (Alá y
Cristo).
El Ser Supremo, que con su magia produce el engaño, de todas las
criaturas
y que a través de los actos de todos despliega su m.y.
universal,
está
siempre dispuesto a permitir que cada uno siga su propio camino de
ignorancia,
más o menos oscurecido, que él y su círculo confunden con el
conocimiento
y la sabiduría. El Ser divino no se inmuta si los peces del mar
profundo
se aferran a sus dos o tres ideas acerca del mundo y de la vida, si
los
pájaros que surcan las alturas acarician otras diferentes y si los
pobladores
de los bosques y de las ciudades humanas tienen esquemas
propios.
El magnífico capítulo X de la Bhágavad-G®t.
dice que el Ser
divino
existe en todas las cosas. Cualquiera sea el germen (b¯ja)
de todas
las
criaturas, eso soy Yo. No hay criatura, móvil o inmóvil, que pueda
existir
sin Mí. Yo soy el juego del tramposo, soy el poder del poderoso. Soy
la
victoria, soy el esfuerzo. Soy la pureza de los puros151. A cada
uno se le
permite
y hasta se lo alienta a producir su propia ilusión mientras pueda
seguir
creyendo que es verdadera. Pero una vez que se da cuenta de su
error,
de que el mundo, tal como él lo ve, marcha gracias a la actividad
que
el
sujeto despliega, y sigue actuando simplemente porque él insiste en
actuar,
aunque siempre está en el mismo lugar -como lo estaría si no
hiciera
nada-,
entonces el hechizo se rompe; viene el deseo y la necesidad de
liberarse;
y ahora el Ser divino está igualmente dispuesto a abrir el oculto
camino
que conduce a la esfera allende la ronda de los renacimientos.
El
Bienaventurado Señor declaró:
151
Ib. 10. 39, 36.
“Triple
es la vehemente fe o deseo (¢raddh.)152
de los que Moran en
cuerpos,
segun sus diferentes naturalezas: sáttvica, rajásica o tamásica.
Escucha
la exposición de sus especies. La ¢raddh.
de cada uno está de
acuerdo
con su disposición natural, ¡oh Bh.’rata!;
en realidad el hombre
consiste
en su ¢raddh.,
él es lo que su ¢raddh.
es. Los hombres en quienes
prevalece
la serena claridad o la bondad (sattva), veneran a los dioses;
los
hombres
en quienes prevalece la actividad violenta y el deseo (rajas)
veneran
a los yak²a y r.’kasa153;
los hombres en quienes prevalece la
oscuridad
e inercia (tamas) sirven a espíritus malignos, fantasmas y
espectros154;
en tanto que aquellos que acumulan energía vital o calor
(tapas)
mediante ardientes y feroces austeridades, según procedimientos
que
no están prescritos por la tradición sagrada, son poseídos de una
actitud
demoníaca: están llenos de hipocresía y de egoísmo155; están
llenos
de
deseos sensuales incontrolados, apetitos, pasiones y fuerza animal
(k.ma-r.ga-bala);
arrancan y desgarran con violencia no solo los
elementos
vivos y los seres que habitan sus cuerpos [como funciones y
órganos
del proceso vital], sino también el divino Yo, el principio
divino
[K£²ña
dice sencillamente “Yo”], que mora en el interior del
cuerpo156.”
152
äraddh.
significa “fe” y también “deseo”. Cf. supra, pág.
50.
153
Los yak¡a son
semidioses de la riqueza y la fertilidad, que en la mitologia se
asocian a las colinas
y
el suelo del lugar; los r.’k±asa
son duendes o diablillos, monstruos devoradores que andan de
noche,
demonios
que perturban y desvirtúan la eficacia de los sacrificios ortodoxos
ofrecidos a los dioses. Ni que
decir
tiene que uno puede estar adorando a un dios y, en realidad,
sirviendo a algún yak±a
o r.’k±asa.
En
la
vida moderna los ejemplos no deben buscarse muy lejos.
154
Los Preta y los bhâta
son miembros de la hueste de seres demoníacos menores presididos
por
åiva,
el dios del terror demoníaco y de la destrucción cósmica.
Representan las fuerzas de la noche, de la
muerte,
de la violencia y de la aniquilación.
Según
la concepción de la Bhágavad-G®t.,
un dios celoso y petulante, que tuviera pretensiones de
exclusivismos
totalitarios, o un dios de completa misericordia y compasión con
respecto a sus ovejas
perdidas,
no representaría a la divina esencia en su serena pureza y
alejamiento. Tales formas no son más
que
nebulosas y deformadas imágenes, reflejadas en las mentes de los
devotos, que imaginan a Dios
semejante
a ellos. El Dios vengativo y agresivo es síntoma de una mezcla de
rajas y tamas, mientras que
el
ser divino que se sacrifica por abundancia de compasión refleja una
mezcla de sattva y rajas. La
cualidad
del Dios no nos dice nada de la naturaleza de la Realidad, sino de la
del devoto.
155
Que adoptan la actitud de santos desapegados, pero que en realidad
están llenos de exigente
arrogancia.
156
Bhágavad-G®t.
17. 2-6.
La
práctica del tapas pertenece a la tradición prearia, no
védica, del ascetismo indio arcaico.
Constituye
uno de los elementos no brahmánicos más del viejo Yoga indio.
Es una técnica para adquirir
un
completo dominio de sí mismo mediante una serie sostenida de
sufrimientos hasta el máximo límite de
intensidad
y de tiempo; también es el modo de conquistar los poderes del
universo mismo, el
macrocosmos,
sometiendo completamente su reflejo en el microcosmos: el propio
organismo. Es
expresión
de una extrema voluntad de poderío, del deseo de conjurar las
ilimitadas energías ocultas
almacenadas
en la parte vital inconsciente de la naturaleza humana.
Sin
embargo, los dioses que los hombres adoran no son los únicos
síntomas
de
sus guða. También
el alimento que a cada una de ellos le gusta es de
tres
clases157.
Los
guða, por ser los
componentes de la sustancia del mundo que
evoluciona
a partir de su estado primordial de indiferenciación
perfectamente
equilibrada, son inherentes a los alimentos, lo mismo que a
todo
lo demás. Los alimentos suaves, jugosos y sabrosos, sólidos y
agradables
son preferidos por los hombres en quienes predomina el sattva.
Los
alimentos agrios, amargos, picantes, ácidos, salados, fuertes,
ásperos
y
muy calientes, los platos que queman (vid.hin
[como el curry caliente])
son
preferidos por las personas en quienes predomina el rajas. Esta
dieta
produce
dolor, angustia y enfermedades [en tanto que la comida sáttvica
produce
longevidad, vigor, fuerza, bienestar, placer y buena salud]. La
comida
rancia, desabrida, maloliente, pasada, sobrante [de otras
comidas]
y
ritualmente impura, gusta a las personas de disposición tamásica158.
La
actitud llena de sattva no pide recompensa (phala) y
realiza los ritos de
acuerdo
con lo prescrito: el devoto sólo piensa que “hay que hacer
ofrendas”.
Pero cuando con el ceremonial se persigue alguna recompensa o
resultado,
o se lo realiza con hipócrita arrogancia (dambha) a fin de
pasar
por
persona santa y perfecta, la actitud corresponde al rajas. El
rajas
produce
egotismo y ambición. En cambio, con las ceremonias que no están
de
acuerdo con las prescripciones ortodoxas (es decir, que no están
incluidas
en la tradición brahmánica, sino que se las dirige a demonios
malignos
o a seres extraños al panteón tradicional) o cuando las comidas
ofrecidas
no son distribuidas después a personas dignas (sacerdotes o
brahmanes,
por lo general; en una palabra, cualquier rito que ignore a los
brahmanes
y a su costoso auxilio), se muestra una actitud, según el juicio
de
los sacerdotes, en la cual prevalece el tamas159.
Las
proporciones de sattva, rajas y tamas pueden
determinarse en todos los
detalles
de la vida y de la conducta humanas. Aun en las rigurosas
Se
dice que esta práctica es demoníaca porque sigue el camino de los
antidioses o titanes. En la
mitología
hindú los titanes aparecen, una y otra vez, practicando terribles
austeridades de esta clase, a fin
de
adquirir poderes suficientes para derrocar a los dioses y usurpar sus
sedes de gobierno universal.
El
tapas de esta clase representa ambición y egoísmo en una
escala gigantesca. Está lleno de violenta
actividad
(rajas) y de la tiniebla de la ignorancia (tamas),
aferrándose con máxima tenacidad a la esfera
fenoménica
del ego.
Este
tipo de austeridad es criticado y rechazado por el jainismo (cf.
supra, págs. 162-164, así como
por
la Bhágavad-G®t..
La queja de que estos hombres “destrozan y desgarran con violencia
los
elementos
y organismos vivos que habitan sus organismos” refleja el temor
jaina de dañar a los átomos de
los
elementos (cf. supra, págs. 221-222). En ambas tradiciones se
considera que el exceso de tapas
constituye
una falta grave.
157
Bhágavad-G®t.
17.7.
158
I.b. 17. 8-10.
159
I.b. 17. 11-13.
austeridades
ascéticas (tapas) de los tradicionales bosquecillos de
ermitaños
puede distinguirse fácilmente la acción de los tres guða.
En
efecto:
El sattva prevalece cuando el tapas se cumple por el
tapas mismo,
sin
vistas a ninguna recompensa. El rajas prevalece cuando el
tapas se
realiza
por reverencia [a una divinidad] y teniendo en cuenta el
propósito
del
culto, o con hipócrita arrogancia (dambha). La austeridad de
esta clase
es
inconstante e inestable. Pero el tamas domina cuando las
prácticas se
realizan
en nombre de alguna idea alocada o errónea, con gran dolor y
sufrimiento
para el que la pone en práctica, o con vistas a destruir a
alguna
otra persona [por ejemplo, al servicio de las fuerzas
destructivas de
la
muerte y de las tinieblas]160.
Del
mismo modo, son tres las actitudes hacia la caridad (d.na),
el acto de
hacer
dádivas. La dádiva es sáttvica cuando los dones son conferidos a
gente
digna que no puede corresponder (gente pobre, huérfanos, viudas,
mendigos,
religiosos mendicantes, santos, etcétera), en el momento y en el
lugar
oportunos y con la sola idea de que uno tiene que hacer dádivas. La
caridad
es rajásica cuando se la dispensa esperando ser correspondido o con
el
propósito de obtener alguna recompensa de los dioses o del destino
de
acuerdo
con la ley del karman (phala: fruto), o cuando la donación se
hace
de
mala gana, o cuando el don está en malas condiciones, gastado o
deteriorado.
La donación tamásica es aquella en la cual se concede el don
en
un lugar o momento inadecuado, por motivos indecorosos o perversos, o
con
desprecio161.
Árjuna
dijo:
“Pero
¿bajo qué coerción, ¡oh, K¢±ða!,
un hombre comete pecado aun
contra
su voluntad, impelido, como quien dice, por la f uerza?”
El
Bienaventurado Señor replicó:
“El
deseo (k.ma), esta furiosa
e iracunda pasión (krodha) que nace del
guña
de la acción violenta, es el gran mal, el gran apetito. Sabe que
en este
mundo
éste es el pérfido enemigo162.
Como
el fuego está envuelto por el humo, un espejo por el polvo, y el
feto
en
el vientre materno por los tegumentos que rodean el embrión, así
también
el entendimiento está rodeado por el deseo. La inteligencia
superior
(jñ.na) del hombre -que
se halla intrínsecamente dotado de
intuición
perfecta (jñ.nin)- está
rodeada por este eterno enemigo, el
Deseo,
que asume todas las formas posibles a voluntad y es un incendio
insaciable.
Las fuerzas sensoriales (índriya), la mente (manas) y la
facultad
160
I.b. 17. 17-19.
161
I.b. 17. 20-22.
162
K.ma, el Deseo, en
el papel del espíritu maligno, el Malo, figura exactamente en el
mismo sentido
en
la leyenda del Buddha. Un hermoso joven que lleva un laúd aparece
como tentador, “el Peor”
(p.p®y.s),
para seducir al futuro Buddha, primero mediante el atractivo encanto
de sus tres hijas y luego
por
la violencia (cf. supra, págs. 168-169).
de
la conciencia intuitiva (buddhi), todas ellas se dice que son
su morada.
Mediante
ellas aturde y confunde al Poseedor del Cuerpo, velando su
entendimiento
superior. Por lo tanto, comienza por refrenar los órganos de
los
sentidos y matar a este Maligno, el destructor de la sabiduría
(jñ.na) y
de
la realización (vijñ.na)163
.
Las fuerzas sensoriales son superiores [al
cuerpo
físico]; la mente es superior a los sentidos; y, por otra parte,
el
entendimiento
intuitivo es superior a la mente; superior al entendimiento
intuitivo
es Él (sa [el Poseedor del Cuerpo, el Yo]).
Por
lo tanto, habiendo tú despertado al hecho de que Él está más allá
y por
encima
de la esfera del entendimiento intuitivo, aquieta firmemente al Yo
por
medio del Yo [o: a tí mismo por medio del Yo], y mata
al enemigo que
tiene
la forma del deseo [o: que toma la forma que le Place] y
que es difícil
de
vencer164”.
Contemplando
los objetos sensibles internamente, analizándolos y
meditando
sobre ellos, creamos el apego a los objetos; del apego viene el
deseo;
del deseo, la furia, la pasión violenta; de la pasión violenta, el
aturdimiento,
la confusión; del aturdimiento, la pérdida de la memoria y
del
autodominio consciente; de esta perturbación o ruina del autocontrol
viene
la desaparición del entendimiento intuitivo; y de la ruina del
entendimiento
intuitivo viene la ruina del hombre mismo165.
La
técnica de desapego enseñada por el Bienaventurado K£²ña
a lo largo de
la
G®t.
es una especie de “vía media”. Por una parte, su devoto
debe evitar
el
extremo de adherirse a la esfera de la acción y a sus frutos (de
vivir de
una
manera egoísta, persiguiendo fines de interés personal, por afán
de
adquisición
y posesión), y por otra parte, con igual cuidado, debe tratar de
no
caer en el extremo negativo de la estéril abstinencia de toda clase
de
acción.
El primer error es el del comportamiento normal del ser
mundanamente
ingenuo, inclinado a actuar y ansioso por los resultados.
Esto
sólo lleva a continuar el infierno de la ronda de renacimientos:
nuestra
usual,
precipitada y vana participación en los inevitables sufrimientos que
acompañan
al hecho de ser un ego. En cambio, el error opuesto es el de la
abstención
neurótica; el error de los ascetas absolutos -como los monjes
jaina
y .j®’vika166-
que acarician la vana esperanza de que uno pueda
librarse
de los influjos kármicos mediante la simple mortificación de la
carne,
deteniendo todos los procesos mentales y emocionales y matando de
163
Vijñ.na: el
supremo conocimiento discriminador que capta al Yo como completamente
distinto de
la
personalidad con todos sus anhelos, sufrimientos y apegos.
164
Bhágavad-G®t.
3. 36-43.
165
Ib. 2. 62-63.
166
Cf. supra, págs. 152-168. Aunque los jaina rechazaban las dolorosas
austeridades atribuidas -en la
leyenda
narrada anteriormente- a los titánicos adversarios de P.r¢van.tha,
su ascetismo, como hemos
visto,
tenía por finalidad eliminar todo proceso vital y, así, culminar en
la muerte.
hambre
la envoltura corporal. Contra estos monjes, la Bhágavad-G®t.
167
introduce
un punto de vista más moderno, más espiritual y más
psicológico:
¡Actúa, porque en realidad actuarás cualquiera sea la actividad
que
adoptes, pero consigue desapegarte de los frutos! ¡Disuelve así la
autopreocupación
de tu ego, y de ese modo descubrirás el Yo! El Yo no se
preocupa
ni por la individualidad interior (j®va,
púru±a) ni por el
mundo
exterior
(a- j®va, prák¢ti).
Sin
embargo, esta fórmula del Karma-Yoga no es el único medio:
puede ser
auxiliada
y suplementada por los procedimientos tradicionales de Bhakti-
Yoga,
el camino de la fervorosa devoción a alguna encarnación,
imagen,
nombre
o personificación del dios preferido. En verdad, resulta más fácil
desapegarse
de los frutos de las actividades ineludibles si se adopta esa
actitud
de entrega a la voluntad del Dios personal que, a su vez, no es más
que
un reflejo del mismo Yo que mora en el corazón de cada ser. Todo
lo
que
hagas, todo lo que comas, todo lo que ofrezcas en oblación de
sacrificio,
todo lo que des [como caridad], toda austeridad que
practiques,
realízalo
como una ofrenda a Mí [el Ser divino]168; es decir, renuncia a
ello,
pásalo a otro, junto con sus frutos. Todo lo que se haga debe ser
considerado
como una voluntaria ofrenda al Señor.
Hay
así, al parecer, dos clases de Karma-Yoga, concurrentes a la
misma
finalidad:
1) una disciplina primordialmente mental, basada en el Sa´khya
y
realizada según el modelo de esta filosofía, por la cual se cobra
conciencia
de la distinción entre los guða
y el Yo; y 2) una disciplina
emocional
y devocional de entrega al Señor (â’¡vara).
Este último es un
estudio
elemental, más popular, preliminar, que debe continuarse hasta que
uno
ha tomado conciencia del carácter fenoménico del Señor mismo, así
como
del ego que le rinde culto. Ambos (el Señor y el ego), en cuanto que
dos,
son aniquilados en el Brahman-ètman,
que carece de forma, de
nombre,
de personalidad y de los suaves movimientos del corazón.
Transfiere
mentalmente todas tus actividades a Mí. Tomándome como meta
suprema,
recurre a la práctica del Yoga de la conciencia interior
(buddhiyoga)
169
y mantén la mente siempre fija en Mí170.
Para
todos los seres, Yo soy el mismo. Para Mí no hay nadie odioso ni
querido.
Pero todos los que se dedican [y entregan] a Mí con total
devoción
(bhakti), ellos están en Mí, y yo también estoy, en
ellos171.
167
Como también el Budismo; cf. infra, págs. 366 y sigs.
168
Bhágavad-G®t.
9. 27.
El
ofrecer a Dios todos nuestros actos es corriente en la Iglesia
Católica, en la que ocupan un lugar
importante
los ejercicios de ascetismo y de amor espiritual (Karma-Yoga y
Bhakti Yoga)
169
En lugar del Yoga de la penitencia corporal, propio del
jainísmo, o de las demoníacas
concentraciones
de energía para ganar el poder universal tratadas supra, págs.
314-315.
170
Bhágavad-G®t.
18.57.
171
Ib. 9. 29.
La
consoladora e iluminadora sabiduría de K£²ña
queda bien resumida en la
frase
mattaô sárvaÑ
pravártate “de Mí todo surge”172. Todos los
sentimientos,
pesares, alegrías, calamidades y éxitos provienen de Dios.
Por
lo tanto, ¡entrégalos de nuevo a Él en tu mente, por medio de la
bhakti,
y
logra la paz! En comparación con la perdurable realidad del Ser
Divino,
tus
alegrías y calamidades no son más que sombras pasajeras. Entonces,
en
Él
sólo, refúgiate con todo tu ser y por Su gracia alcanzarás la Paz
suprema
y la Morada perdurable173.
Así,
en la Bhágavad-G®t.
la antigua vía brahmánica del “camino del
sacrificio”
(karma-m.rga) védico,
queda muy atrás. La magia de los
complicados
ritos y ofrendas del sacrificio es clara y explícitamente
desacreditada
en favor del ritualismo puramente mental y psíquico del
“camino
del conocimiento” (jñ.na-m.rga).
Y se alaba con los términos
más
elevados la fuerza redentora de este conocimiento. El rito de
sacrificio
que
consiste en el conocimiento es superior al sacrificio hecho con
ofrendas
materiales174 porque toda actividad [tal como se despliega en los
complicados
ritos del sacrificio tradicional] alcanza su consumación en el
conocimiento175
(…) Aun si eres el más pecador de todos los pecadores,
con
solo la almadía del conocimiento cruzarás toda maldad. Así como el
fuego
totalmente encendido reduce el combustible a cenizas, así también
el
fuego
del conocimiento reduce a cenizas todas las clases de karman.
Porque
aquí [en este mundo] no existe nada tan purificador como el
conocimiento.
Cuando, a su tiempo, uno alcanza la perfección en el Yoga,
uno
mismo descubre ese conocimiento en el propio Yo176.
Esto
se aproxima mucho a la fórmula de los Yoga-sâtra
de Patáñjali. El
rasgo
magistral de la Bhágavad-G®t.,
como hemos visto, consiste en
yuxtaponer
y coordinar todas las disciplinas fundamentales de la compleja
tradición
religiosa de la India. El S.´khya,
forma brahmanizada del antiguo
dualismo
preario de la vida y la materia, era esencialmente algo muy
distinto
de la monista afirmación universal de la tradición védica; con
todo,
ésta,
una vez madurada e introvertida por los sabios contemplativos del
período
de las Upáni±ad, era
también un camino de jñana. De aquí que
ambos
puedieran ser reunidos. La Bhágavad-G®t.
realiza esa reunión: la
concepción
del S.´khya sobre
el pluralismo de las mónadas vitales es
aceptada
como una concepción preliminar, que representa el punto de vista
del
mundo manifiesto.
Pero
el teísmo de los Veda también se conserva como un útil
apoyo de la
mente
en las primeras etapas de su difícil progreso hacia el desapego: en
172
Ib. 10. 8.
173
Ib. 18. 62.
174
La ofrenda de tortas, manteca, bebidas mezcladas (mantha),
licor embriagador (soma), etcétera.
175
Ib. 4. 33.
176
Ib. 4. 36-38.
consecuencia,
se enseña el camino de la bhakti, aunque ya no
necesariamente
ligado a los ritos específicos del culto anterior basado en
sacrificios
materiales, externos. Se desarrolla más bien en su forma más
personal
e introvertida, tántrica, como observaremos en el último capítulo.
Y
finalmente, como la meta de todas estas disciplinas es el
conocimiento,
el
sendero directo del yogin absolutamente introvertido es
aceptado
también
como un camino efectivo. Habiendo establecido su asiento en
lugar
limpio y firme, ni demasiado alto ni demasiado bajo, hecho de lienzo,
de
piel y de hierba ku¢a,
arreglada como es debido, allí, sentado en ese
asiento,
concentrando su mente en un punto y sometiendo la acción de la
facultad
imaginativa y de los sentidos, que practique el Yoga para
purificar
el corazón, que sostenga su cuerpo firmemente, cabeza y cuello
erectos
y quietos, mirando la punta de la nariz y sin mirar alrededor. Con
el
corazón sereno y sin temores, firme en el voto de continencia, con
la
mente
controlada y siempre pensando en Mí, que se siente, teniéndome por
meta
suprema177. Así, manteniendo siempre la mente constante, el
yogin
cuya
mente ha sido sometida alcanza la paz que mora en Mí, la paz que
culmina
en el Nirvana178.
Y
en cuanto al estado en que se encuentra en la tierra aquel que ha
llegado
al
Nirv.ða, el texto
continúa diciendo:
Quien
es igual con amigos y enemigos, igual en hacer frente al honor y al
deshonor,
igual en el calor y en el frío, en el placer y en el dolor, libre de
todo
apego [con respecto a la esfera de experiencias contradictorias y
a los
pares
de opuestos], el que carece de hogar, el que tiene la mente firme
y
está
lleno de devoto autorrenunciamiento, ese hombre Me es caro179.
El
que está sentado en actitud de indiferencia, no agitado por los
guña;
aquel
que, simplemente, sabe: “estos guña
están actuando por sí mismos
girando
en torbellino”, y permanece inconmovible, sin desviarse, ése se
dice
que ha pasado más allá de los guña180.
“Así
como la lámpara protegida del viento no vacila…” Tal es el símil
que
se
emplea para describir al yogin que ha sometido su yo, sojuzgándose a
sí
mismo
en el ejercicio yoga de la concentración en el Yo181 (…) Quien
cede
177
Compárese con lo que dice Patáñjali: “Sacrificando todo a
â’¢vara
viene el sam.dhi”
(Yoga-sâtra
2.
44). Como hemos visto, un objetivo primordial del Yoga es
serenar la mente retirando los sentidos de la
esfera
externa y así haciéndolos reposar. La mente puede concentrarse en
un objeto interno -por ejemplo,
una
fórmula o una visión- y entonces se mantiene fija en él hasta que
ese objeto se torna más o menos
permanente
y se mantiene por sí solo.
178
Bhágavad-G®t.
6. 11. 15.
“La
mente dirigida según el vagar y divagar de los sentidos en pos de
más objetos quita al hombre la
conciencia
o intuición (prajñ.)
discriminadoras, como el viento se lleva al bote que anda a la
deriva” (ib.
2.
67).
179
Ib. 12. 18-19.
180
Ib. 14, 23-25.
181
Ib. 6.19.
sus
actividades al Yo Unversal (brahman), desapegándose de ellas
y de sus
resultados,
permanece incontaminado por el mal, como la hoja del loto
permanece
incontaminada por las aguas182. Este símil también es clásico.
Del
mismo modo que las hojas del loto, a causa de su suave superficie
oleosa,
no son afectadas por el agua en la cual crecen y permanecen, así
también
ocurre con el hombre firmemente establecido en el Yo; las olas del
mundo
en el cual mora no lo destruyen.
Quien
ve al Señor Supremo como morador por igual en todos los seres
transitorios,
al Imperecedero en las cosas que perecen, ése es el que ve
verdaderamente.
Y cuando ve las múltiples existencias, todas centradas en
ese
Uno y expandiéndose desde él, entonces se convierte en ese
Brahman183.
182
Ib. 5.10.
183
Ib. 13.27.30.
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